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sábado, 12 de enero de 2013


El tiene que crecer y yo tengo que menguar

1Jn. 5, 14-21; Sal. 149; Jn. 3, 22-30
Algunas veces podemos sentir tanto celo por lo que son los nuestros o nuestras propias cosas que podemos sentir cierto recelo y hasta en cierto modo envidia cuando apreciamos cosas buenas en los otros. Esos recelos y envidias nos pueden cegar en ocasiones para no ser capaz de valorar lo bueno de los demás, lo que quizá tienen que hacer desde su propia misión o responsabilidad y llegar a pensar que eso solo es cosa nuestra o podemos hacer nosotros o los que son de los nuestros.
Hago este comentario, por supuesto desde tantas cosas similares que nos pueden suceder así en muchas ocasiones en la vida, pero también de lo que escuchamos hoy en el evangelio. Los discípulos de Juan sienten celos por Juan y cuando contemplan lo que Jesús está realizando, que también está bautizando (ahora comentaremos ese detalle) y que hay mucha gente que se va con Jesús, sienten ese escozor en el alma y vienen a comentárselo al Bautista.
‘Oye, rabí, le dicen, el que estaba contigo en la otra orilla del Jordán, de quien tú has dado testimonio, ése está bautizando y todo el mundo acude a El’. Es la única vez que leemos en el evangelio que Jesús bautizase a la gente. Luego a lo largo del evangelio siempre lo veremos predicando, curando enfermos, acercándose a todos hasta entregar su vida por nosotros.
El Bautismo del que ahora se habla todavía es un bautismo semejante al que hacía Juan. Era una manera de invitar a la conversión para prepararse a recibir y acoger la Buena Noticia del Reino de Dios. Va en el mismo sentido en que en los sinópticos los reflejan las primeras palabras de Jesús al inicio de su vida pública. ‘Convertios y creed en el evangelio’. Esa era también el sentido del bautismo de Juan allá en el Jordán, una invitación a la penitencia y a la conversión.
La respuesta del Bautista a sus discípulos es maravillosa y ejemplar. No se atisban en él esos recelos y envidias. Sabe cuál es su misión, que ha cumplido con su predicación allá en el desierto, preparar los caminos del Señor invitando a la conversión. Su misión la da por cumplida y ahora lo que importa es que sepamos recibir a Jesús porque es en El en quien está la salvación. Nos da un maravilloso ejemplo de humildad. Se pone a un lado para dar paso al que tiene que venir; esa era su misión; era sólo el precursor del Señor. ‘Vosotros mismos sois testigos de que yo dije: Yo no soy el Mesías, sino que me han enviado delante de El’.
Es el amigo que se alegra con las alegrías de su amigo. ‘Nadie puede tomarse algo para sí, si no se lo dan desde el cielo’. Sabe cuál es su misión. ‘Esta alegría mía está colmada; El tiene que crecer y yo tengo que menguar’. Ya a partir de ahora el evangelio hablará de Jesús. La Buena Noticia es Jesús; con El llega el Reino de Dios. Es a Jesús a quien tenemos que escuchar y seguir. Aparecerá el Bautista desde la cárcel enviando a sus discípulos hasta Jesús para que vean por si mismos que en Jesús se cumplen las Escrituras. Solo se volverá a hablar del Bautista en el supremo testimonio de su martirio.
Es un hermoso colofón a esta semana de Epifanía que venimos celebrando que llegará a su cumbre cuando mañana domingo celebremos el Bautismo de Jesús con la gran manifestación que desde el cielo se nos hará diciéndonos quien es Jesús. Estos pasos que hemos ido dando durante la semana nos han ayudado a ir creciendo en nuestra fe en Jesús, conociéndolo más y más. Insistimos en este crecimiento y maduración de nuestra fe de manera especial cuando este año estamos celebrando el Año de la Fe al que nos ha convocado el Papa.
Mucho tenemos que reflexionar sobre ello y muchos pasos hemos de ir dando en ese conocimiento de todo el misterio de Dios para poder dar razón con toda firmeza de nuestra fe y de nuestra esperanza. Cuánto tenemos que preocuparnos de ese formarnos en nuestra fe. Que ese credo que profesamos no sean palabras abstractas que digamos porque nos lo hemos aprendido de memoria, sino que sea algo que en verdad vivimos porque lo llevemos en lo más hondo de nuestro corazón.
Y en ese aspecto humano con el que comenzábamos nuestra reflexión que no nos importe nunca que los demás crezcan en sus obras buenas o en sus obras de amor o destacando por la rectitud y responsabilidad de su vida, aunque nosotros podamos quedar en segundo término. Más bien tiene que ser un aliciente para nosotros para que lleguemos a destacar también por esas obras buenas y por nuestro compromiso y responsabilidad.

viernes, 11 de enero de 2013


Vamos a escuchar a Jesús, vamos a buscar la salud que El nos da

1Jn. 5, 5-6.8-13; Sal. 147; Lc. 5, 12-16
‘Señor, si quieres puedes limpiarme… Quiero, queda limpio’. Un leproso se acerca a Jesús y se postra ante El haciéndole esta petición. ‘Se hablaba cada vez más de El, y acudía mucha gente a oírle y a que los curara de sus enfermedades’.
Venían a escuchar a Jesús; venían a buscar la salud en Jesús. No eran sólo sus cuerpos enfermos. Buscaban salud, buscaban salvación. Y quienes lo escuchaban comunicaban la noticia del mensaje de Jesús a los demás; quienes eran curados, aunque Jesús les dijera que no lo contaran, no podían callar. Más tarde los apóstoles dirán que no pueden callar lo que han visto y oído. Hemos escuchado a Juan decirnos en su carta que lo que sus ojos vieron, lo que palparon con sus manos ellos no lo pueden callar, nos lo cuentan,  nos lo trasmiten. Es Jesús que nos trae la salvación.
Es este camino de Epifanía que vamos haciendo; Jesús se nos va manifestando; las obras de Jesús se van conociendo. Quien venía lleno del Espíritu del Señor para anunciar la Buena Nueva a los pobres y la liberación a los oprimidos ahora lo vemos en medio del pueblo, allí donde hay sufrimiento, allí donde están hambrientos de salvación, enseñando y curando. Jesús manifiesta su poder. Claro que quiere curarnos, limpiarnos, liberarnos, salvarnos; para eso ha venido. Con El ha llegado el tiempo de la gracia, el día de la salvación.
Nuestra fe también se va despertando; también nosotros queremos buscarle, porque queremos escucharle, porque queremos alimentarnos de El, porque queremos sentir su presencia, porque queremos que El nos devuelva la salud, nos llena de su salvación. Con fe queremos venir hasta El y reconocemos su poder que nos viene a manifestar lo que es el amor que Dios nos tiene.
Aprendamos de la oración del leproso. No exige, no reclama, solo pide humildemente y lleno de confianza. Sé que tú puedes curarme, que tienes poder para hacerlo porque eres Dios, porque eres nuestro salvador; solo me pongo ante ti, Señor, con mi miseria, con mi lepra, con mi debilidad, con mis miserias, con mi pecado. ‘Si quieres, puedes limpiarme’. El Señor quiere, pero nos pide que sepamos ir hasta El con humildad. Espera nuestra súplica, nuestra oración, aunque muchas veces en su amor nos dará antes de que se lo pidamos y mucho más de lo que podamos pedirle. El es quien está sembrando fe en nuestro corazón para que aprendamos a ir hasta El. También nos dirá: ‘Quiero, queda limpio’
Jesús nos está enseñando todavía más cosas. Por dos veces hemos escuchado estos días, en medio de la frenética actividad que está realizando Jesús, que sin embargo ‘se retira al despoblado, a la montaña, para orar’. Lo escuchamos hoy y lo escuchamos el otro día después de la multiplicación de los panes mientras los discípulos van en barca a la otra orilla. Nos está diciendo Jesús que ese aspecto no nos puede faltar en nuestra vida, la oración.
Oración para encontrarnos con el Padre; oración para llenarnos de Dios; oración en que aprendamos a escucharle para dejarnos iluminar por su palabra; oración para presentarle nuestras necesidades, nuestros problemas, las lepras que hay en nuestra vida. En El ponemos toda nuestra confianza y todo nuestro amor. Será en la oración donde haremos grande nuestra fe, porque allí nos gozaremos de la presencia del Señor.
‘Señor, si quieres, puedes limpiarme’, aquí estoy Señor, derrama tu gracia salvadora sobre mí; que crezca mi fe; que tu Espíritu ilumine mi vida y también yo puede ser epifanía de Dios para los demás. Somos testigos de la luz y ese testimonio no lo podemos acallar.

jueves, 10 de enero de 2013

con la fuerza del Espíritu fue a Galilea


Con la fuerza del Espíritu fue a Galilea a anunciar la Buena Noticia de la gracia y el perdón

1Jn. 4, 19-5, 4; Sal. 71; Lc. 4, 14-22
‘Y El se puso a decirles: Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír’. Había comenzado diciéndonos el evangelista: ‘Con la fuerza del Espíritu volvió a Galilea y su fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba en la sinagoga y todos los alababan’.
Ahora está en la sinagoga de su pueblo, de Nazaret. Se ha adelantado a hacer la lectura. Era algo que podía hacer cualquiera, pero en ocasiones se invitaba a alguien en especial por parte del encargado. ¿Habría llegado ya noticia a Nazaret de lo que hacía por otras partes? Probablemente sí, por lo que más adelante comentará el mismo Jesús y se sabe que era el pensamiento de las gentes de su pueblo. Ahora todos están absortos en las palabras que les dice Jesús. ¿Qué les va a anunciar el hijo del carpintero? ¿Qué Buena Nueva les viene a traer? No saben ellos que la Buena Nueva es Jesús, que Jesús es el Evangelio que se proclama.
Había proclamado el texto de Isaías: ‘El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido y me ha enviado a dar la Buena Noticia a los pobres…’ Se cumple esta Escritura. ‘Con la fuerza del Espíritu volvió a Galilea’, había ya dicho el evangelista. Allá en el Jordán - lo vamos a contemplar el próximo domingo - Juan había visto bajar al Espíritu sobre El en forma de paloma. Ahora es el texto de Isaías que habla de Buena Nueva a anunciar, de liberación a realizar con los oprimidos y con todos los que sufren, de amnistía y de perdón porque viene el año de gracia del Señor.
Seguimos dentro de la semana de la Epifanía. Seguimos contemplando esa manifestación de Jesús a su pueblo, con su misión. Es el que viene lleno del Espíritu del Señor y viene a traernos la paz; viene a manifestarnos todo lo que es el amor de Dios que quiere para nosotros la salvación; viene a liberarnos de todo mal, nada nos puede ya esclavizar porque Cristo nos ha liberado; viene con el perdón y la paz, porque para todos hay gracia; es el regalo de Dios a la humanidad que nos llega con Jesús.  
Mucho quieren decir las palabras de Isaías que Jesús ha proclamado en la sinagoga. Solemos llamar a este pasaje del evangelio el mensaje programático de Jesús. Algo así como cuando en la vida pública alguien presenta un programa de lo que pretende conseguir, de lo que son sus objetivos. Jesús solamente lee a Isaías y termina diciendo: ‘Hoy se cumple esta Escritura’. Hoy, porque no es cosa de futuro, porque allí está ya Jesús y El es ese amor de Dios que se manifiesta; allí está Jesús el que nos va a liberar de la peor de las ataduras cuando nos dé el perdón para nuestros pecados en su sangre derramada; El es la gracia del Señor que llega como amnistía para nuestra vida.
Hoy, porque ya a partir de Jesús todo tiene que ser distinto, una vida nueva es la que tenemos que vivir, unos principios nuevos, unos valores nuevos son los que van a regir nuestra existencia. Comienza Jesús a anunciar la Buena Nueva a los pobres, porque comienza a estar Jesús en medio de nosotros para levantar nuestra vida, para darnos esperanza, para enseñarnos una nueva forma de vivir, para ser nuestra fortaleza y nuestro alimento, para ser la luz que vaya guiando nuestros pasos y ya no andemos más en tinieblas. En Jesús ya nos vemos saciados, fortalecidos, iluminados con una luz nueva.
Cómo tendríamos nosotros que escuchar este mensaje de Jesús. También tendríamos que estar a la expectativa y sabiendo todo  lo que sabemos comenzar ya a vivir esa vida nueva alejándonos de todo lo que nos pueda esclavizar o pueda llenar de tinieblas nuestra vida. Es que todo esto que nos dice Jesús con las palabras del profeta es algo que nosotros hemos experimentado muchas veces en nuestra vida. ¡Cuántas veces hemos recibido su perdón! ¡Cuántas veces nos  hemos alimentado de su cuerpo y de su sangre! ¡Cuántas veces la luz de la Palabra ha iluminado nuestra vida ayudándonos a encontrar ese sentido  nuevo que Jesús nos quiere trasmitir! ¡Cuántas veces hemos disfrutado de su presencia de gracia en nosotros y nos hemos sentido fortalecidos desde lo más hondo!

miércoles, 9 de enero de 2013

Ánimo, soy yo, no tengáis miedo, nos dice Jesús en los momentos oscuros

Ánimo, soy yo, no tengáis miedo, nos dice Jesús en los momentos oscuros


1Jn. 4, 11-18; Sal. 71; Mc. 6, 45-52

‘Animo, soy yo, no tengáis miedo’, les dice Jesús. ¡Qué paz sentimos en nuestro interior cuando nos sentimos seguros y sin nada que temer porque tenemos la certeza y la seguridad de la presencia de aquel en quien ponemos toda nuestra confianza!

El episodio que hoy escuchamos en el evangelio es continuación del relato de la multiplicación de los panes. Jesús apremia a los discípulos a que suban a la barca para ir a la otra orilla, mientras El se queda despidiendo a la gente. ‘Después, nos dice el evangelista, se retiró al monte a orar’.

Mientras las discípulos atraviesan el lago no sin gran dificultad ‘porque tenían el viento contrario’. Es pasada la medianoche cuando aparece Jesús sin que ellos lo reconozcan porque viene andando sobre el agua. ‘Pensaron que era un fantasma y se sobresaltaron’. Pero allí está Jesús y su palabra les llenará de paz, aunque no terminaban de entender. Pero allí estaba Jesús que era lo importante para ellos en aquel momento.

El episodio nos manifiesta el poder de Jesús sobre las fuerzas de la naturaleza. Pero es una manifestación en orden a la salvación. No es solo hacer un milagro cual si fuera un espectáculo que contemplar. Cuando le pidan milagros así a Jesús no responderá. Recordemos lo que sucedió cuando fue llevado preso ante Herodes que estaba buscando que Jesús hiciera algún milagro como para entretenerse y pasar el rato. Jesús ni siquiera le habló. La obra de Dios es obra salvadora que al manifestarnos su poder lo que está haciendo es derramar su amor sobre nosotros. Será necesaria la fe en quienes pidan esa acción extraordinaria de Dios o querrá provocar y despertar la fe. Se despierta ahora en los discípulos la admiración ante Jesús que les llevará a la fe, a poner siempre y en todo su confianza en El. Es la seguridad de que allí está el Señor, que no nos sentimos solos.

En este camino de Epifanía que vamos haciendo de mano del evangelio en estos días hemos contemplado a Jesús como luz que nos trae la salvación, como alimento de nuestra vida y hoy se nos asegura la presencia del Señor junto a nosotros. Con Jesús a nuestro lado se acabaron los temores y las desconfianzas. Con Jesús a nuestro lado sabemos que aunque el camino en ocasiones sea difícil no nos faltará la gracia de su presencia y de su fuerza para recorrer el camino, para hacer esa obra buena o para superar ese mal momento del peligro y de la tentación.

Somos conscientes de que muchas veces vamos a tener el viento en contra. No nos es fácil siempre el dar ese testimonio que hemos de dar de nuestra fe, las cosas que suceden alrededor nos ponen difícil quizá nuestra tarea y nos llenan de dudas, o nos parece sentirnos sin fuerzas para superar el mal momento de la tentación. Pero hay una seguridad en nuestra vida. Ahí siempre está el Señor.

Creo que tenemos que aprender, estar entrenados para ello y para eso hemos de saber subir al monte a orar como lo hizo Jesús, cuando nos vengan esos momentos difíciles de soledad o de silencio de Dios, momentos en que nos podamos ver confundidos porque quizá no terminamos de entender lo que nos sucede, recordar los buenos momentos de fe que hayas vivido, revivir nuestras mejores experiencias de la presencia de Dios en nuestra vida, y entonces sentiremos que la luz está ahí con seguridad aunque nos cueste verla, que la gracia del Señor no nos falta, y que no podemos confundirnos porque el Señor está ahí siempre con nosotros, a nuestro lado. No son ilusiones ni sueños ni fantasmas todo lo que hace referencia a nuestra fe. Es con toda seguridad que el Señor está a nuestro lado con su gracia.

Como les dice hoy a los discípulos: ‘Ánimo, no temáis, soy yo’.

martes, 8 de enero de 2013


Ovejas sin pastor a las que Jesús quiere alimentar

1Jn. 4, 7-10; Sal. 71; Mc. 6, 34-44
‘Vio Jesús una multitud y le dio lástima de ellos porque andaban como ovejas sin pastor’. Un nuevo episodio del Evangelio que nos manifiesta a Jesús. Las imágenes hablan por si solas. Y estas palabras que hemos subrayado del principio de este episodio nos dan bien la clave de la misión y de la obra de Jesús.
Al ver a la multitud, dice el evangelista, que le dio lástima a Jesús porque lo que se presentaba ante él en aquellas multitudes que de todas partes habían acudido hasta El era la de un rebaño que no tiene pastor. Y un rebaño que no tiene pastor no tiene quien los guíe, quien se preocupe de esas ovejas para alejarles de todo peligro y defenderlas, quien les busque alimento o les conduzca hasta donde hayan pastos abundantes. Es lo que se le presenta a los ojos a Jesús.
Necesitan un pastor que les guíe, les dé alimento, les prevenga contra los peligros, les ayude a encontrar caminos buenos. Es lo que va a realizar Jesús. Ayer al contemplar la aparición de Jesús en Cafarnaún y luego enseñando y curando por todas las sinagogas y aldeas de Galilea el evangelista decía que había aparecido una luz que disipaba las tinieblas, que arrancaba de las sombras de la muerte a cuantos yacían en ellas. Hoy la imagen que se nos va a presentar de Jesús es el alimento.
Jesús se nos da como alimento. Podemos pensar de entrada en el milagro que le vemos realizar. Aquella muchedumbre está hambrienta y hay que alimentarlos. Jesús realizará el milagro. Pero el milagro es un signo que nos quiere hablar de algo más profundo. No es solo el alimento material el que Cristo quiere darnos. Fijémonos que lo primero que Jesús hace cuando contempla aquella multitud que está como ovejas sin pastor es ponerse a enseñarles. ‘Empezó a enseñarles muchas cosas’, decía el evangelista.
Es un alimento profundo el que Jesús quiere darnos. Su Palabra se hace alimento de nuestras vidas, y fuerza, y guía de nuestro caminar. Quien está desorientado ha de poder encontrar la verdad; quien está sin sentido ni rumbo en la vida ha de encontrar esa luz, esa fuerza, esa vida que dé sentido a su vida. Jesús con su Palabra nos enseña, nos ayuda a encontrar esa luz y ese sentido.
La Palabra de Dios nos abre caminos en la vida, nos ayuda a encontrar el valor y el sentido de las cosas, nos descubre qué es lo verdaderamente importante por lo que hemos de trabajar y luchar. La Palabra nos abre al misterio de Dios y a su trascendencia. La Palabra nos hace mirar a lo alto poniendo metas grandes en nuestra vida. Palabra nos da vida y nos ayuda a crecer y nos conducirá siempre a dar frutos. La Palabra  nos pone en camino del Reino de Dios que hemos de vivir y que hemos de realizar transformando nuestro mundo.
La Palabra del Señor es el alimento más grande que podemos recibir, porque será recibir a Cristo mismo. Por eso, después de enseñarles muchas cosas Jesús realizó el milagro de la multiplicación de los panes. Aquí el signo vendrá después pero para ayudarnos a ahondar en el misterio de Dios que se nos revela.
Parte y reparte el pan que sacie no solo aquellos estómagos hambrientos sino que les conduzca a la verdadera plenitud de sus vidas. Parte y reparte el pan como se va a repartir El mismo cuando se nos dé en Eucaristía para que le comamos, para que nos alimentemos, para que lleguemos a tener vida de verdad. Parte y reparte el pan para que ya nunca más seamos ovejas sin pastor, sino que para siempre nos sintamos guiados y fortalecidos para los caminos nuevos del Evangelio.
Ya sabemos también como el milagro de la multiplicación de los panes es como un anuncio de Eucaristía, un signo de esa Eucaristía en la que Cristo quiere ser nuestra comida para que tengamos vida para siempre y vida en plenitud, porque quien le come vivirá para siempre, quien le come tiene en sí ya la prenda de la vida eterna y de la resurrección futura.
Cristo es nuestra luz; Cristo es el alimento de nuestra vida.

lunes, 7 de enero de 2013


Una luz ha comenzado a brillar con la presencia de Jesús

1Jn. 3, 22-4,6; Sal. 2; Mt. 4, 12-17.23-25
Comentar de entrada que nos queda una semana del tiempo de Navidad, esta semana después de la Epifanía del Señor que celebramos ayer y que concluirá el próximo domingo con la fiesta del Bautismo de Jesús en el Jordán.
Tiempo de navidad y tiempo de epifanía que es tiempo de la manifestación del Señor, como ayer lo contemplábamos por medio de la estrella a los Magos de Oriente. Se completa en los próximos domingos con el Bautismo y luego cuando leamos el texto de las Bodas de Caná. Estos tres episodios están muy unidos en la liturgia de manera que ayer en las antífonas de la celebración de la Epifanía se hacía referencia a ellos. Comento estos detalles porque nos forman en aspectos de la vida cristiana y nos ayudan a comprender el sentido de la liturgia, de lo que celebramos. Una celebración vivida con sentido nos ayuda aún más a ese crecimiento y maduración de nuestra fe que es cosa que pretendemos.
En este sentido de epifanía, podíamos decir, van los textos del evangelio que iremos escuchando a lo largo de la semana, porque están tomados de casi los primeros capítulos de los diferentes evangelistas que nos relatan lo que fue la presentación, la manifestación de Jesús en medio de su pueblo.
Hoy ha sido tomado el evangelio de Mateo y es el comienzo de su actividad en Galilea. ‘Dejando Nazaret se estableció en Cafarnaún, junto al lado, en territorio de Zabulón y Neftalí’. Cafarnaún era un lugar importante en Galilea y además nudo de caminos de los que venían de Siria y luego adentrándose en Palestina conducirían hasta Egipto. Lugar de pescadores y en cierto modo de gran actividad comercial por estas razones dichas. Allí va a tener como su centro de operaciones Jesús, allí llamará a los primeros discípulos y de allí luego extenderá su predicación por toda Galilea.
Un lugar por estos motivos con grandes influencias de las naciones vecinas o de la cercana ciudad de Tiberíades, edificado en honor del César Tiberio Augusto en años anteriores. Por eso el evangelista recordará al profeta Isaías ‘país de Zabulón y Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles’. Pero allí se va a cumplir lo anunciado por el profeta con la aparición de Jesús y su predicación. ‘El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierras y sombra de muerte una luz les brilló’.
Eso significó la presencia de Jesús con su predicación. ‘Convertios porque el Reino de los cielos está cerca’, son sus primeras palabras, su primer anuncio. ‘Recorría toda Galilea enseñando en las sinagogas y proclamando el evangelio del Reino, curando las enfermedades y dolencias’. Y luego nos dirá el evangelista como venían gentes de todas partes para que Jesús los curara, para escuchar a Jesús. Una luz había comenzado a brillar con la presencia de Jesús. Recordemos lo que en este sentido de la luz hemos venido reflexionando a lo largo de toda la navidad.
Ya comenzamos a escuchar la invitación a la conversión. Hemos ido proclamando nuestra fe en Jesús en la medida en que hemos ido profundizando en su misterio a lo largo de la Navidad cuando hemos contemplado los diferentes momentos del nacimiento, la adoración de los pastores, la circuncisión, la venida de los Magos de Oriente. Todo lo que hemos venido celebrando ha querido apuntalar bien nuestra fe, ayudarnos a abrir el corazón al Dios que viene a nosotros para traernos la salvación.
Ahora vamos a ir adentrándonos en el evangelio, comprendiendo bien todo lo que implica esa salvación que nos ofrece Jesús, lo que hará que nos miremos por dentro para ver en cuantas cosas estamos hundidos por nuestro pecado y necesitamos que el Señor llegue a nuestra vida con su salvación para hacernos vivir la vida nueva que El nos ofrece. Pero eso exige por nuestra parte que demos esos pasos necesarios de conversión. Es la invitación que ahora escuchamos. Contemplamos donde está la luz, pero reconocemos las tinieblas que hay en nuestra vida. Buscamos la salvación, pero nosotros queremos convertir nuestro corazón al Señor.

domingo, 6 de enero de 2013


Una luz nueva de fe y amor amanece para nosotros con la Epifanía de Jesús

Is. 60, 1-6; Sal. 71; Ef. 3, 2-3.5-6; Mt. 2, 1-12
En todo el tiempo de Navidad, y ahora también en Epifanía, se resalta de manera especial el signo de la luz. Entre resplandores de cielo los ángeles cantan la gloria de Dios y anuncian a los pastores el nacimiento de Jesús. De una forma o de otra ha estado muy presente en toda la simbología de la navidad la imagen de la luz, de manera que se traduce en nuestras costumbres populares y en toda la ornamentación que utilizamos en la celebración de la navidad.
Hoy de nuevo, en el día de la Epifanía en la lectura del profeta aparece la luz como un bello amanecer para toda la humanidad. ‘Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece para ti’. No es sólo a Jerusalén a la que llega la luz de Dios sino que la estrella que aparece en lo alto está señalándonos que esa luz que es Jesús, que esa salvación que viene a traernos es para toda la humanidad.
‘Hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo’, anuncian los Magos de Oriente cuando preguntan en Jerusalén por el recién nacido rey de los judíos. Más tarde cuando vean de nuevo aparecer la estrella que les conduzca hasta Belén ‘se llenaron de inmensa alegría’, nos comentará el evangelista.
Podíamos decir también que el camino de los Magos fue todo un proceso de búsqueda de la luz y se convierte en imagen de lo que es nuestro camino; una imagen de lo que es el camino de tantos que buscan una luz y un sentido para sus vidas. Guiados por la estrella los Magos seguían un rumbo por los caminos de la vida en búsqueda del recién nacido rey de los judíos. Aunque nos creemos que nos las sabemos todas sin embargo hemos de reconocer que necesitamos una estrella que nos guíe, una luz que oriente nuestro camino para saber no solo donde estamos y por donde vamos sino también a dónde queremos llegar. No hay cosa peor en la vida que andar sin rumbo, sin sentido, sin tener un por qué o un para qué en lo que hacemos o en lo que vivimos.
Los Magos nos enseñan, nos dan una gran lección. Ya entendemos que la palabra Magos se refiere a unos hombres que estudiaban las estrellas lo que implica unos conocimientos y una sabiduría en esos temas muy importantes. En ese estudio y conocimiento es cómo descubren esa nueva estrella que ellos tratan de indagar que significado puede tener.
Y para eso se ponen en camino, en camino de búsqueda atravesando países y desiertos, que bien puede significar ir atravesando culturas y atravesando también con toda probabilidad una vida dura para saber discernir, para saber descubrir. Aunque sean sabios saben ser humildes para buscar, para preguntar, para dejarse guiar. Es lo que les hace llegar hasta Jerusalén y allí preguntar y dejarse enseñar. Cómo tendríamos que aprender la lección nosotros que nos creemos que sabemos tanto y que quizá pensamos que nada nos pueden enseñar los demás.
Queremos  nosotros hacer el camino de la fe. Es la luz que ilumina nuestra vida, que nos da un sentido y una razón profunda para vivir y poder alcanzar la vida en plenitud. Muchas veces en ese camino de búsqueda de la fe tenemos que atravesar por momentos difíciles, momentos que se pueden volver para nosotros en ocasiones incluso de oscuridad porque la estrella parece ocultarse.
Es cuando surgen los problemas que nos abruman, cuando nos aparece la enfermedad y el sufrimiento o la muerte nos puede parecer cercana, cuando nos parece encontrarnos solos y que nadie nos tiene en cuenta… pero si permanecemos en el camino, si perseveramos sabiendo preguntar, sabiendo contar con quien pueda tendernos una mano, sabiendo buscar la luz, la que es la verdadera, allí donde la podemos encontrar, aparecerá la estrella que nos lleve hasta Belén, que nos lleve hasta Jesús que es la luz verdadera y que es la alegría de verdad de nuestra vida, encontraremos la fe que nos conducirá por caminos de plenitud.
Los Magos cuando les parecía que andaban perdidos y desorientados buscaron en Jerusalén quienes les leyeran e interpretaran las Escrituras para encontrar el camino recto que les llevara hasta Jesús. También tenemos nosotros las Escrituras, tenemos la Palabra de Dios a nuestra mano que cada día podemos leer o escuchar, meditar y orar en nuestro corazón que nos llevará a encontrar y profundizar en esa luz de la fe que va a ser la verdadera guía de nuestra vida. Ojalá los cristianos tuviéramos más en nuestras manos, delante de nuestros ojos y con los oídos del corazón bien abiertos el libro sagrado de la Palabra de Dios que nos ayude a crecer en nuestra fe, que nos ayude a encontrar esa luz que de profundidad y verdadera alegría a nuestra vida.
Los Magos de Oriente llegaron a Belén y ‘se encontraron al Niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra’. Qué final de camino más hermoso. Encontrarse con Jesús. Ha de ser también nuestro camino y nuestra meta. Será lo que se nos hará ver con claridad desde los ojos de la fe.
Que se nos caigan tantas escamas que nos ciegan y nos obnubilan; esas escamas de la duda, de la desconfianza, del error; esas escamas terribles de nuestros orgullos que nos impiden agacharnos y postrarnos para reconocer al Señor, al Dios único de nuestra vida; esas escamas terribles del pecado, del desamor, el egoísmo y la insolidaridad que cierran nuestra corazón a la luz del amor que sería que el que daría auténtico brillo a nuestros ojos para tener una mirada nueva y distinta y saber descubrir a Jesús que llega a nosotros también en los pequeños o en los que nos pueda parecer que nada valen.
El ofrecer regalos de los Magos al Niño recién nacido era una señal de reconocimiento de quien es en verdad aquel Niño, lo que comportaba un grado grande de humildad en el corazón por parte de aquellos hombres, pero también es la señal del amor y del compartir; regalamos a quien amamos o con quien queremos compartir porque sabemos que con ellos también hemos de expresar lo que es nuestro amor.
Nosotros hoy, en este día que se ha convertido tan fuertemente en nuestra cultura en día de regalos, pensemos primero que nada en el regalo grande que nosotros hemos recibido cuando tenemos el don de la fe en nuestra alma; es una dicha el creer y tener fe, es un regalo que recibidos de Dios porque es una gracia que hemos de reconocer y agradecer. Pero pensemos que en ese sentido el regalo grande que nosotros recibimos es Jesús. Cuánto nos viene con El, porque con El nos llega la vida, la gracia, el perdón, la salvación.
Pero cuando recibimos ese regalo de Dios que es Jesús y que es nuestra fe, hemos de estar dispuestos nosotros también a compartir, porque solo llenando de amor nuestra vida podemos encontrar con mayor intensidad a Jesús y desde Jesús podremos hacer también un mundo mejor. Pensemos en lo que podemos compartir con los que están a nuestro lado, con los que pasan necesidad o tienen también carencias aunque sea desde nuestra pobreza.
Es que cuando nos encontramos de verdad con Jesús nuestra vida tiene ya que tomar otro rumbo. El evangelio nos dice que los Magos se marcharon a su tierra por otro camino. Es que al encontrarse con Jesús los caminos de su vida ya eran otros, había otra luz y otro sentido para sus vidas. Encontrarnos con Jesús nos pone siempre en camino de vida nueva, hay otra luz en nuestro corazón, tenemos otras razones más profundas para nuestro vivir. Y en ese nuevo camino no nos puede faltar el amor, ese regalo que hemos de compartir con los demás.
Hagamos el camino que nos lleva hasta Jesús. Dejémonos conducir por la estrella de la fe; que nunca se nos apague. Que sea de un brillo grande en nuestra vida por el amor con que vivamos para que también podamos iluminar a los demás.