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sábado, 18 de abril de 2009

Sorprendidos por el aplomo y valentía de Pedro y Juan

Hechos, 4, 13-21
Sal. 117
Mc. 16, 9-15


‘Id al mundo entero y predicad el evangelio, anunciad esta Buena Noticia, a toda la creación’. Es la conclusión del evangelio de san Marcos. ‘Seréis mis testigos…’ hemos escuchado en el relato de los otros evangelistas. Aquí hace un envío por todo el mundo para anunciar esa Buena Noticia que tendrá por centro precisamente su resurrección.
Pero Marcos es más parco a la hora de relatarnos los hecho sucedidos en torno a la resurrección de Jesús. Lo resume en pocos versículos, apenas lo que escuchamos este año en la vigilia pascual y lo que hemos escuchado hoy.
Nos hace como un resumen. Nos habla en esta ocasión de María Magdalena que fue a anunciárselo a los discípulos pero no la creyeron. Nos habla de los dos discípulos, probablemente los que marchaban a Emaús que hemos escuchado en el relato de san Lucas, pero a los que tampoco creen. Finalmente se les aparecerá Jesús resucitado que ‘les echó en cara su incredulidad y dureza de corazón, porque no habían creído a los que le habían visto resucitado’. Necesitaban como hemos escuchado en otros evangelistas que Jesús les abriese el corazón para que entendiesen las Escrituras.
Pero fijémonos también en lo escuchado en la primera lectura que viene a ser el final de todo el episodio de la curación del paralítico de la puerta Hermosa. Finalmente viéndose impotentes los sumos sacerdotes y los ancianos deciden soltar a Pedro y Juan pero prohibiéndoles que ‘vuelvan a mencionar a nadie ese nombre’, o sea prohibiéndoles hablar de Jesús. ‘Les prohibieron en absoluto predicar y enseñar en nombre de Jesús’.
Pero ya hemos visto la respuesta de los apóstoles. No puede callar aquello de lo que son testigos. ¿A quién van a obedecer? ‘¿Puede aprobar Dios que os obedezcamos a vosotros en vez de a El? Juzgadlo vosotros. Nosotros no podemos menos de contar lo que hemos visto y oído’. Son los testigos que no pueden callar. Son los testigos que han de anunciar esta Buena Noticia de Jesús, de que Jesús es el Salvador.
Pero es admirable la elocuencia con que hablan de Jesús. ‘Los sumos sacerdotes y los escribas estaban sorprendidos viendo el aplomo de Pedro y Juan, sabiendo que eran hombres sin letras ni instrucción…’ No necesitaban de letras, porque ellos sólo están hablando de lo que han vivido. Pero quizá no sabían aquellos sumos sacerdotes ni escribas lo que Jesús mismo les había anunciado a sus discípulos.
‘Cuando os juzguen no os preocupéis por lo que vais a decir ni cómo tenéis que hacerlo; en esa misma hora se les inspirará lo que tienen que decir. No sois vosotros los que hablarán, sino el Espíritu de vuestro Padre el que hablará por vosotros’. Como dice en otro lugar ‘no os preocupéis para preparar vuestra defensa, el Espíritu pondrá palabras en vuestros labios…’ Allí están los llenos del Espíritu Santo. No hace muchos días lo han recibido en Pentecostés.
Algunas veces nos sentimos nosotros temerosos del testimonio que henos de dar. ¿Seremos capaces? ¿Nos acobardaremos? La valentía no es nuestra. La fuerza la tenemos en el Señor. No olvidemos que hemos recibido el don del Espíritu Santo en el sacramento de la confirmación que nos convierte en testigos, en soldados de Cristo, en apóstoles del Evangelio. No temamos, el Señor está con nosotros. Lo estuvo con los apóstoles, con los mártires de todos los tiempos, y con los cristianos que en cada momento han tenido que dar testimonio de su fe en Jesús.

viernes, 17 de abril de 2009

Echad la red a la derecha y encontraréis…

Hechos, 4, 1-12
Sal. 117
Jn. 21, 1-14

¡Cuándo aprenderemos que sólo con Jesús es como será verdaderamente eficaz aquello bueno que queremos hacer!
Por segunda vez el evangelio nos presenta una pesca infructuosa de aquellos que incluso siendo unas profesionales de la pesca y que sólo con la presencia de Jesús podrá volverse su trabajo totalmente fructífero. En la otra ocasión Pedro de entrada se resistió porque se había pasado la noche sin coger nada pero luego habrá echado la red en nombre de Jesús.
En esta ocasión están reunidos en Galilea como Jesús les había indicado y, aunque ya habían abandonado la barca y la redes para seguir a Jesús, ahora que Jesús no está y aunque ya habían tenido alguna experiencia de resurrección, sin embargo deciden aquella noche ir también a pescar. El evangelista nos detalla bien el hecho, nos da relación de los que aquella noche se fueron con Pedro al lago a pescar: ‘Pedro, Tomás, Natanael, el de Caná de Galilea, los Zebedeos, Santiago y Juan, y otros dos discípulos’.
‘Me voy a pescar…’ dice Pedro. ‘Vamos también nosotros contigo’, dicen los demás. ‘Salieron, se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada’. La misma experiencia. Jesús no está con ellos en la barca, aunque allá en el amanecer sí estaba en la orilla, pero ellos no lo reconocen. ‘No saben que era Jesús… Muchachos, ¿tenéis pescado?... echad la red a la derecha de la barca y encontraréis…’ Sucede lo mismo que la vez anterior.
Será ahora el discípulo amado el que le dice a Pedro ‘Es el Señor’. Ya sabemos cómo Pedro salta al agua porque se le haría largo el tiempo y la distancia para llegar a los pies de Jesús. En la otra ocasión había exclamado: ‘¡Apártate de mí que soy un hombre pecador!’. Ahora corre para llegar hasta los pies de Jesús. Los demás llegaron remolcando la red. Jesús les tenía preparado sobre unas brasas pescado y pan. ‘Vamos, almorzad’.
Los santos Padres ven en esta segunda pesca milagrosa una imagen de la Iglesia. Esa red repleta de toda clase de peces. Unos pescadores que por la presencia y la fuerza del Espíritu de Jesús llevan adelante su misión. En la otra pesca Jesús les había dicho que los haría pescadores de hombres. Una iglesia que camina guiada por la presencia de Jesús en medio de ella y con la fuerza de su Espíritu. Es Cristo el que suscita en nuestro corazón lo bueno que tenemos que hacer y sin El nada podemos hacer. Es Cristo el que se hace presente en los pastores y por la fuerza del Espíritu va dando fecundidad a toda la acción pastoral.
Tenemos que aprender algo que creo que es importante. Solos, sin Cristo nada somos ni nada podemos hacer porque es su obra. Unidos a El, sintiéndole en nuestro corazón, presente en nuestra vida iremos realizando toda esa buena labor que hemos de hacer. Cristo se hace presente y nos habla, y nos señala el camino, y nos alimenta. Ese pan y ese pescado sobre las brasas es símbolo de la Eucaristía que nos fortalece y nos alimenta.
La Iglesia no puede vivir sin Eucaristía. El cristiano tiene que alimentarse en todo momento de Cristo Eucaristía.

jueves, 16 de abril de 2009

Les abrió el entendimiento para entender las Escrituras

Hechos, 3, 11-26
Sal. 8
Lc. 24, 35-48


Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto’.
Una vez más vemos al mismo Jesús explicarlo. Lo había anunciado y no lo habían entendido. Se los explicaba a los discípulos que marchaban a Emaús. ‘Le explicó todo lo que se refería a El en toda la Escritura’. Y ahora nos dice el evangelista que ‘les abría el entendimiento para comprender las Escrituras’.
Lo que hemos escuchado hoy es lo que nos narra Lucas como sucedido cronológicamente a continuación del regreso de los discípulo de Emaús. ‘Estaban hablando de estas cosas… contaban lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan… cuando se presenta Jesús en medio de ellos y les dice: Paz a vosotros’. Miedo, sorpresa, atónitos no se lo creen, llenos de alegría… ¿será un sueño? Era una realidad, Jesús estaba en medio de ellos. Era El, no un fantasma, ahí están sus manos y sus pies con las señales de los clavos, pide comida, le ofrecen un trozo de pez asado, comió delante de ellos…
‘Vosotros sois testigos de esto’. Escuchamos en los Hechos de los Apóstoles a Pedro dando testimonio. Un paralítico les ha tendido la mano pidiendo limosna a la entrada del templo por la puerta Hermosa. ‘No tengo plata ni oro, te doy lo que tengo…’ ¿Qué le va a ofrecer Pedro si no tiene para dar una limosna? Su fe en Jesús resucitado. ‘En nombre de Jesucristo Nazareno, echa a andar’. En nombre de Jesús, el Nazareno como todos lo conocen, pero Jesús que es el Cristo, el Ungido de Dios, el Mesías. Un día Pedro había dicho: ‘En tu nombre echaré las redes…’ y la redada de peces fue muy grande. Ahora en nombre de Jesús levanta a aquel paralítico. ‘Echa a andar… levántate y anda’, como había dicho Jesús en tantas ocasiones.
Y Pedro da testimonio ante todos anunciando a Jesús. ‘Matásteis al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos y nosotros somos testigos. Como éste que ven aquí y que conocéis – todos conocían al paralítico curado porque lo veían todos los días pidiendo limosna a la entrada del templo -, ha creído en su nombre y su nombre le ha dado vigor; su fe le ha restituido completamente la salud, a vista de todos vosotros’.
Es Jesús quien nos salva. Necesitamos tener fe en El. A El acudimos desde nuestra vida y con nuestra vida. A El acudimos con nuestra necesidad y nuestro mal. A El acudimos con nuestro pecado y ansiosos de gracia y de perdón. Acudimos a El para que nos abra el corazón para comprender las Escrituras.
Contemplamos a Cristo resucitado, vencedor del pecado y de la muerte. Que El nos levante de la muerte de nuestro pecado. Que no nos ahogue la tiniebla de la tentación y del pecado que nos acecha. Que no nos enturbien la mente nuestras dudas y complejos. Que sintamos esa mano que nos levanta y nos llena de vida. Que nos iluminemos con su luz. Que se nos abra el corazón y entendamos las Escrituras. Que nos llenemos de su paz y de su alegría.

miércoles, 15 de abril de 2009

Camina a nuestro lado y no lo reconocemos

Hechos, 3, 1-10
Sal. 104
Lc. 24, 13-35


‘¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino? Ellos se detuvieron preocupados…’ dice el evangelista a la pregunta que les hace el extraño caminante que se les ha unido.
Se sienten tan frustrados y desesperanzados que sus ojos estaban ciegos. Sólo piensan en pasado mientras no caen en la cuenta de lo hermoso del momento presente.
‘¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabes lo que ha pasado allí estos días?’ ‘Ha pasado… fue un profeta poderoso en obras y palabras… nosotros esperábamos… les habían dicho… no encontraron su cuerpo… las mujeres vinieron contando que habían visto…’ Hablan de Jesús en pasado pero no ven el momento presente. La muerte de Jesús les había llenado la vida de sombras y todavía ellos no habían visto la luz de la resurrección.
Y Jesús estaba con ellos como con nosotros tantas veces cuando en el camino de la vida nos sentimos desalentados, las cosas no nos salen como nosotros quisiéramos, recibimos desaires que nos hieren y hacen sentir mal. También nosotros nos cegamos y nos cuesta ver esa presencia de Jesús.
Hubo una cosa buena en aquellos caminantes de Emaús. A pesar del estado de ánimo se dejaron enseñar por Jesús. Casi sin darse cuenta ellos, una vez que desahogaron sus penas y tristezas, Jesús tomó la palabra y comenzó a enseñarles. Ellos, como dirían luego, le escuchaban a gusto y les ardía el corazón. ‘¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?’
Jesús les explicaba el sentido de las cosas que a ellos hasta ese momento tanto les había costado aceptar y comprender. ‘¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria? Y comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a El en toda la Escritura’.
Escuchando la Palabra de Jesús el corazón se les fue abriendo hasta que surge el gesto generoso de la hospitalidad. ‘Quédate con nosotros porque atardece y el día va de caída’… se hace de noche si tú no estás con nosotros, y no queremos perder tu luz, es como si le dijeran.
Será entonces sentados a la mesa del amor y la hospitalidad cuando al partir el par lo reconocieron. ‘Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron’. Aunque luego ya sus ojos no lo verán, saltarán de alegría porque Jesús estuvo con ellos. Ya tenían luz en el corazón y no importaba lo oscuro del camino para volver a Jerusalén. ‘Les contaban lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan’.
Tenemos que dejarnos encontrar por Jesús en cualquiera que sea la situación de nuestra vida en que nos encontremos. Dejarnos encontrar y escucharle. Dejarnos llenar de luz. Dejar que se caldee de nuevo nuestro corazón. Reconocerle en lo hondo del corazón y reconocerle en la fracción del pan. Muchas oscuridades desaparecerán de nuestra vida.

martes, 14 de abril de 2009

Jesús nos llama por nuestro nombre

Hechos, 2, 36-41
Sal. 32
Jn. 20, 11-18

Necesitamos oír la Palabra de Jesús que nos llama por nuestro nombre. Como María Magdalena hoy en el evangelio.
La Palabra que escuchamos no puede quedarse en una palabra fría y ritual, ni en una palabra teórica, sino que tiene que ser siempre una palabra viva que llegue a nuestra vida. En sí misma eso es siempre la Palabra que el Señor nos dirige; por eso es tan importante la actitud con que nosotros la acogemos, los oídos, podríamos decir, con que la escuchemos. No vamos a ella como quien simplemente va a aprender cosas, ni podemos ponernos en la distancia con una cierta actitud de reserva ante lo que nos vayamos a encontrar, ni como quien ya se la sabe y la conoce y nada nuevo nos va a decir.
Tenemos que sentirla como una Palabra que el Señor nos dirige en nuestra vida concreta personal y comunitariamente recibida. Se dirige a cada uno personalmente en su vida pero también es la Palabra que Dios dice al pueblo creyente. Algunos, cuando se sienten interpelados por la Palabra, porque quizá el comentario o reflexión del sacerdote no toca de manera directa, piensan ‘eso lo está diciendo por mí’. Pero es que siempre tendríamos que decir eso mismo ‘el Señor lo dice por mí’.
Lo vemos hoy en María Magdalena en el texto proclamado en el Evangelio. Allí está llorosa, llena de dudas y desconsuelos, buscando dónde está el cuerpo de Jesús. Eso la ha confundido de manera que no llega en principio a reconocer la presencia de Jesús, confundiéndolo con el encargado del huerto. Pero, cuando escucha su nombre en labios de Jesús, lo reconoce. ‘María’, le dice Jesús. ‘Rabboni (Maestro)’ exclama ella tirándose a su pies.
La veremos ir luego gozosa a contar a los discípulos su encuentro con Jesús. ‘He visto al Señor y me ha dicho esto’, les cuenta. Si vida cambia al escuchar esa Palabra directa de Jesús que llega a su corazón. Lo que decíamos al principio: necesitamos oír la Palabra de Jesús que nos llama por nuestro nombre.
Lo mismo es lo que sucede en lo que hemos escuchado en los Hechos de los Apóstoles. El texto es continuación literal del escuchado ayer, porque vamos a seguir haciendo una lectura continuada a través de todo el tiempo pascual. Pedro les ha hablado de Jesús: ‘Escuchadme, israelitas: os hablo de Jesús Nazareno, el hombre que Dios acreditó ante vosotros…’ Y hoy le hemos escuchado concluir. ‘Todo Israel esté cierto de que el mismo Jesús, a quien vosotros crucificasteis, Dios lo ha constituido Señor y Mesías’.
Fue una palabra que llegó a lo hondo de aquellos que le escuchaban. ‘Estas palabras les traspasaron el corazón y preguntaron a Pedro y a los demás discípulos: ¿Qué tenemos que hacer hermanos?’ Y ya conocemos la respuesta de Pedro: ‘convertíos y bautizaos todos en nombre de Jesucristo, para que se os perdonen los pecados, y recibiréis el Espíritu Santo…’
Convertirse, creer en Jesús. Aceptar que Jesús es el Mesías de Dios, el Hijo de Dios que se ha entregado a la muerte para salvarnos, que es el Señor que vive y está en medio de nosotros.
Convertirnos, creer en El y unirnos a El. Por eso, recibir el Bautismo, que es esa participación en el misterio de Cristo que nos une a El, que es participar en su muerte y su resurrección.
Es la Palabra viva que llega a nuestro corazón y nos da vida. Nos da vida porque nos hace partícipes de la vida de Dios. Nos une a Jesús. Una Palabra que se dirige a cada uno y nos llama por nuestro nombre, porque para nosotros, para mi, es esa salvación que Jesús nos ha ganado. Escuchémosle.

lunes, 13 de abril de 2009

Testigos con valentía de Cristo resucitado frente a un mundo que no cree

Hechos, 2, 14. 22-32
Sal. 15
Mt. 28, 8-15

Seguimos disfrutando de ls mieles de la Pascua. Vivimos la misma alegría de domingo de la resurrección que se va a prolongar de manera especial durante todo lo que es la octava de la Pascua, que es como seguir celebrando lo mismo que el primer día en un día grande que se prolonga ocho días.
Hoy nos encontramos en la Palabra proclamada dos posturas o actitudes contrapuestas en los testigos de la resurrección del Señor, que bien pudieran reflejar actitudes y posturas que nos seguimos encontrando hoy.
Por una parte, aquellos que fueron testigos directos del momento en que se corrió la piedra de la entrada del sepulcro, los guardianes que se habían puesto, y a los que hicieron callar con sobornos para que no se manifestaran como tales testigos. Por otro lado, el testimonio valiente y claro de Pedro y los otros discípulos manifestándose sin ningun temor como testigos de Cristo resucitado.
Hemos escuchado a Pedro en su discurso del día de Pentecostés que habla directamente de Jesús. 'Escuchadme, israelitas: os hablo de Jesús Nazareno, el hombre que Dios acreditó ante vosotros...' Estaba hablando ante quienes crucificaron a Jesús. 'Vosotros, por mano de paganos, lo matasteis en una cruz...' No era fácil decirlo. Ya incluso antes incluso habían prohibido hablar de Jesús o manifestarse como su seguidor con la amenaza de ser expulsado de la sinagoga.
Podemos recordar el hecho de la curación del ciego de nacimiento en las calles de Jerusalén. Los padres del ciego no habían querido dar testimonio sobre quién había curado a su hijo. 'Sabemos que es nuestro hijo y que nació ciego, pero cómo ve ahora, no lo sabemos... preguntádselo a él, que es mayor, y puede explicarse'. Y comenta el evangelista: 'Sus padres respondieron así porque tenían miedo a los judíos; porque los judíos habían acordado excluir de la sinagoga a quien reconociera a Jesús como Mesías'.
Más tarde nos contarán los Hechos de los Apóstoles, como tendremos oportunidad de escuchar en este tiempo de Pascua, que les prohibían formalmente hablar de Jesús, pero los apóstoles respondían que 'no podemos callar lo que hemos visto y oído... tenemos que obedecer a Dios antes que a los hombres'.
Ahora Pedro habla directamente de Jesús, como hemos escuchado. 'Dios lo resucitó rompiendo las ataduras de la muerte; no era posible que la muerte lo retuviera bajo su dominio... Dios resucitó a este Jesús, y todos nosotros somos testigos...'
En el evangelio veremos la alegría de aquellas 'mujeres que se marcharon a toda prisa del sepulcro e impresionadas y llenas de alegría corrieron a anunciarlo a los discípulos'. El sepulcro estaba vacío y los ángeles les habían anunciado la resurrección. Pero es Cristo quien les sale al encuentro. 'Alegráos... no tengáis miedo: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán'.
Nosotros hemos de manifestarnos así valientemente como testigos de la resurrección del Señor. Aunque el mundo que nos rodea no nos entienda o esté en otras cosas. Porque muchos no lo terminan de entender ni lo creen. A muchos incluso les puede sonar raro que nosotros nos felicitemos en estos días.
Me sucedió ayer al ir a comprar el pan. Tras el saludo les felicité porque estamos en la resurrección del Señor. Una persona me miró y me dijo, sí es verdad es el día de resurrección, pero la otra persona se quedó callada mirándome como si no entendiera lo que le decía.
No es noticia para nuestros medios de comunicación que estemos celebrando la resurrección del Señor. Noticia serán en estos días las procesiones de los coches que regresan de las vacaciones con las largas y kilmétricas colas en carreteras y autopistas; noticia son los accidentes de tráfico y sus muertos o la lluvia que aguó las vacaciones a muchos. Pero no será noticia de primera página que celebramos la resurrección del Señor, porque creemos en El.
Frente a este mundo tenemos que seguir siendo testigos de una fe y de una esperanza, que para nosotros nace en la resurrección del Señor.

domingo, 12 de abril de 2009

Proclamemos nuestra fe en Cristo resucitado




DOMINGO DE RESURRECCION
Hechos, 10, 34.37-43
Sal. 117
1Cor. 5, 6-8
Jn. 20, 1-9


‘Este es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo’. Es el canto de la Pascua. Este es el día. Nuestra alegría, nuestro gozo. Cristo ha resucitado. Actuó el Señor. Llega la vida y la salvación. Todo es fiesta. Nos gozamos en el Señor.
Nuestra esperanza se ha cumplido. Nos sentamos a la sombra de la cruz a la puerta del sepulcro, pero con la esperanza de la vida. Y la Vida nos ha inundado. Cristo ha resucitado. El gozo de Cristo resucitado llena nuestro corazón y lo hace rebosar. Anoche, en el amanecer del día primero, estalló la luz y la vida nos inundó. Hoy lo seguimos celebrando con toda solemnidad y quisiéramos contagiar a nuestro mundo de tanta felicidad y alegría.
Como Pedro, en lo que escuchamos en la primera lectura, nosotros somos testigos. Estamos llamados a dar testimonio ante el mundo de que Cristo vive. No podemos permanecer en las sombras ni en las tinieblas de la muerte y no podemos permitir que el mundo siga en sus tinieblas. Por eso la certeza que tenemos en el corazón hemos de trasmitirla. Lo hacemos con nuestra voz y nuestras palabras, con nuestros cantos de alegría y con toda la fiesta que hacemos, pero tenemos que hacerlo con toda nuestra vida.
Por una parte fijémonos en el evangelio hoy proclamado – luego lo haremos también en la carta de san Pablo – para que veamos lo que tenemos que hacer y las actitudes que tenemos que dejar atrás, que quitar. Mientras los discípulos no estaban convencidos de que Cristo había resucitado, todo era oscuro, todo eran elucubraciones y desconfianzas, todo era ceguera y sospechas.
Maria Magdalena iba a llorar al sepulcro y dice el evangelista, como un síntoma, que era oscuro. Al ver corrida la piedra de la entrada del sepulcro y no está el cuerpo muerto de Jesús allí, todo fue desconfianza y sospecha. ‘Se han llevado el cuerpo de Jesús y no sabemos donde lo han puesto’. Más tarde María Magdalena, que aun seguía llorando a Jesús muerto, diría al que creía el hortelano ‘Si tu te has llevado el cuerpo de Jesús, dime donde lo has puesto’. Corre ahora a comunicarlo a Pedro y a Juan que también corren al sepulcro a comprobar lo que Magdalena les dice. Mañana de carreras llamo yo a esta mañana. Sólo ven las vendas por el suelo y el sudario enrollado aparte.
Cuando se les encienda la luz de la fe todo será distinto. Es Juan el primero. Aunque había llegado antes que Pedro no había entrado; ‘entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó’. Y comenta el evangelista. ‘Hasta entonces no habían entendido la Escritura: que el había de resucitar de entre los muertos’.
La fe todo lo ilumina. Como tenemos nosotros que dejarnos también iluminar por la fe. Por eso hoy para nosotros todo es luz. Todo es vida. Y toda esa fe tiene que manifestarse en nosotros en una vida nueva, en unas actitudes nuevas, en una nueva luminosidad en nuestra vida para verlo todo distinto y con una confianza nueva.
Por eso san Pablo nos invitaba a quitar la levadura vieja de nosotros, de la corrupción y de la maldad, porque tenemos que ser una masa nueva. No podemos dejar fermentar lo malo en nosotros. ‘Porque ha sido inmolada nuestra víctima pascual, Cristo’.
Si Cristo fue inmolado y lo contemplamos ahora resucitado ya todo el mal ha sido vencido, la muerte ha sido derrotada. El es ‘el verdadero Cordero que quita el pecado del mundo: muriendo destruyó nuestra muerte y resucitando restauró la vida’, como cantamos en el prefacio pascual. Somos los hombres nuevos. Restaurados con la muerte y la resurrección de Cristo. Por el Bautismo nos hemos unido a El en una muerte como la suya para que así andemos en una vida nueva, como nos enseña san Pablo. ‘En la muerte de Cristo nuestra muerte ha sido vencida, y en su resurrección hemos resucitado todos’, como decimos en otro de los prefacios de Pascua.
Creo que los cristianos tenemos que despertar nuestra fe en la resurrección de Cristo. No sé si todos los que llevamos el nombre de cristianos tenemos bien clara esa certeza que se convierte en el meollo, en el centro de nuestra fe. Porque creer en la resurrección de Jesús nos hace vivir una vida nueva y distinta porque con Cristo nos sentimos renacidos a una vida nueva, y además eso nos da una trascendencia distinta a toda nuestra existencia.
Estamos llamados a la resurrección. Es un artículo de nuestra fe. Creemos en la resurrección de los muertos y en la vida futura, en la vida eterna junto a Dios. Y muchos viven como si no creyeran en esa vida futura y en esa resurrección. Aunque lo recitemos en el credo de nuestra fe, no lo llevamos a la práctica, podemos decir, en hoy de nuestra vida de cada día. Y para muchos la muerte es el final irremediable y fatal tras la cual no hay esperanza de ninguna otra vida. Y así se nos cae por la base todo el edificio de nuestra fe y de nuestra vida cristiana.
Por eso al celebrar hoy a Cristo resucitado y proclamarlo ante el mundo, tenemos que hacer renacer esa fe y esa esperanza en nuestro corazón y en el corazón y la vida de todos los hombres, de toda la humanidad. Es una consecuencia de nuestra confesión de fe en la resurrección de Jesús.
‘Este es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo’.