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domingo, 12 de abril de 2009

Proclamemos nuestra fe en Cristo resucitado




DOMINGO DE RESURRECCION
Hechos, 10, 34.37-43
Sal. 117
1Cor. 5, 6-8
Jn. 20, 1-9


‘Este es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo’. Es el canto de la Pascua. Este es el día. Nuestra alegría, nuestro gozo. Cristo ha resucitado. Actuó el Señor. Llega la vida y la salvación. Todo es fiesta. Nos gozamos en el Señor.
Nuestra esperanza se ha cumplido. Nos sentamos a la sombra de la cruz a la puerta del sepulcro, pero con la esperanza de la vida. Y la Vida nos ha inundado. Cristo ha resucitado. El gozo de Cristo resucitado llena nuestro corazón y lo hace rebosar. Anoche, en el amanecer del día primero, estalló la luz y la vida nos inundó. Hoy lo seguimos celebrando con toda solemnidad y quisiéramos contagiar a nuestro mundo de tanta felicidad y alegría.
Como Pedro, en lo que escuchamos en la primera lectura, nosotros somos testigos. Estamos llamados a dar testimonio ante el mundo de que Cristo vive. No podemos permanecer en las sombras ni en las tinieblas de la muerte y no podemos permitir que el mundo siga en sus tinieblas. Por eso la certeza que tenemos en el corazón hemos de trasmitirla. Lo hacemos con nuestra voz y nuestras palabras, con nuestros cantos de alegría y con toda la fiesta que hacemos, pero tenemos que hacerlo con toda nuestra vida.
Por una parte fijémonos en el evangelio hoy proclamado – luego lo haremos también en la carta de san Pablo – para que veamos lo que tenemos que hacer y las actitudes que tenemos que dejar atrás, que quitar. Mientras los discípulos no estaban convencidos de que Cristo había resucitado, todo era oscuro, todo eran elucubraciones y desconfianzas, todo era ceguera y sospechas.
Maria Magdalena iba a llorar al sepulcro y dice el evangelista, como un síntoma, que era oscuro. Al ver corrida la piedra de la entrada del sepulcro y no está el cuerpo muerto de Jesús allí, todo fue desconfianza y sospecha. ‘Se han llevado el cuerpo de Jesús y no sabemos donde lo han puesto’. Más tarde María Magdalena, que aun seguía llorando a Jesús muerto, diría al que creía el hortelano ‘Si tu te has llevado el cuerpo de Jesús, dime donde lo has puesto’. Corre ahora a comunicarlo a Pedro y a Juan que también corren al sepulcro a comprobar lo que Magdalena les dice. Mañana de carreras llamo yo a esta mañana. Sólo ven las vendas por el suelo y el sudario enrollado aparte.
Cuando se les encienda la luz de la fe todo será distinto. Es Juan el primero. Aunque había llegado antes que Pedro no había entrado; ‘entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó’. Y comenta el evangelista. ‘Hasta entonces no habían entendido la Escritura: que el había de resucitar de entre los muertos’.
La fe todo lo ilumina. Como tenemos nosotros que dejarnos también iluminar por la fe. Por eso hoy para nosotros todo es luz. Todo es vida. Y toda esa fe tiene que manifestarse en nosotros en una vida nueva, en unas actitudes nuevas, en una nueva luminosidad en nuestra vida para verlo todo distinto y con una confianza nueva.
Por eso san Pablo nos invitaba a quitar la levadura vieja de nosotros, de la corrupción y de la maldad, porque tenemos que ser una masa nueva. No podemos dejar fermentar lo malo en nosotros. ‘Porque ha sido inmolada nuestra víctima pascual, Cristo’.
Si Cristo fue inmolado y lo contemplamos ahora resucitado ya todo el mal ha sido vencido, la muerte ha sido derrotada. El es ‘el verdadero Cordero que quita el pecado del mundo: muriendo destruyó nuestra muerte y resucitando restauró la vida’, como cantamos en el prefacio pascual. Somos los hombres nuevos. Restaurados con la muerte y la resurrección de Cristo. Por el Bautismo nos hemos unido a El en una muerte como la suya para que así andemos en una vida nueva, como nos enseña san Pablo. ‘En la muerte de Cristo nuestra muerte ha sido vencida, y en su resurrección hemos resucitado todos’, como decimos en otro de los prefacios de Pascua.
Creo que los cristianos tenemos que despertar nuestra fe en la resurrección de Cristo. No sé si todos los que llevamos el nombre de cristianos tenemos bien clara esa certeza que se convierte en el meollo, en el centro de nuestra fe. Porque creer en la resurrección de Jesús nos hace vivir una vida nueva y distinta porque con Cristo nos sentimos renacidos a una vida nueva, y además eso nos da una trascendencia distinta a toda nuestra existencia.
Estamos llamados a la resurrección. Es un artículo de nuestra fe. Creemos en la resurrección de los muertos y en la vida futura, en la vida eterna junto a Dios. Y muchos viven como si no creyeran en esa vida futura y en esa resurrección. Aunque lo recitemos en el credo de nuestra fe, no lo llevamos a la práctica, podemos decir, en hoy de nuestra vida de cada día. Y para muchos la muerte es el final irremediable y fatal tras la cual no hay esperanza de ninguna otra vida. Y así se nos cae por la base todo el edificio de nuestra fe y de nuestra vida cristiana.
Por eso al celebrar hoy a Cristo resucitado y proclamarlo ante el mundo, tenemos que hacer renacer esa fe y esa esperanza en nuestro corazón y en el corazón y la vida de todos los hombres, de toda la humanidad. Es una consecuencia de nuestra confesión de fe en la resurrección de Jesús.
‘Este es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo’.

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