Con Dios no podemos andar con tráfico de influencias queriéndonos
ganar los favores de otros porque Dios es siempre el Padre bueno que nos
escucha
Hechos 18, 23-28; Sal 46; Juan 16, 23b-28
¿Quién me podría echar una mano para
sacar este proyecto adelante? ¿Conoces a alguien que pudiera tener cierta
influencia con aquel personaje, con aquella institución… y con quien pudiéramos
hablar para que nos eche una mano? Así andamos muchas veces en la vida buscando
intermediarios, debiendo favores, buscándonos una recomendación, queriendo
tener un padrino porque ya sabemos que quien tiene el poder en su mano tantas
veces se hace rogar para que así estemos más dependientes de él y de su poder.
Vienen las manipulaciones, los favoritismos, el tráfico de influencias y no se
cuántas cosas más que caen una detrás de otra como en cascada. Y
desgraciadamente nos hemos acostumbrado a eso hasta el hecho de perder todos
los valores éticos que dignificarían en verdad a la persona.
Esto que sucede en la vida ordinaria,
podemos pensar en las graves problemas de tráfico de influencias con la
consiguiente corrupción, como podemos pensar en cosas más pequeñas pero que
están en el día a día de nuestras mutuas relaciones en que tantas veces estamos
buscando un mediador, alguien que interceda por nosotros para la solución de
los problemas ordinarios de la vida, pero esto lo hemos transportado de alguna
manera al ámbito religioso y de nuestras relaciones con Dios.
Cuantas cadenas nos llegan hoy por las
redes sociales que si hacemos no sé qué cosas o qué oraciones a un determinado
santo que es muy milagroso vamos a obtener todos los favores de Dios. Yo de
entrada huyo de esas cadenas en las que nos quieren ofrecer la voz de Dios para
que hagamos determinadas cosas y tendremos no sé cuántos años de beneficios;
Dios no utiliza las redes sociales para darnos su gracia si hacemos
determinadas cosas no sé cuantas veces que hay que repetir.
Pero vamos a aquello de aquel santo tan
milagroso, de aquella imagen de la Virgen que nos obtiene todos los favores del
cielo o determinada imagen de Jesús que es más milagrosa que las demás. Y así
vamos con nuestros rezos, que no sé si podemos decir oraciones de verdad que
dirigimos a todos los santos del cielo pero parece como si tuviéramos miedo de
dirigirnos a Dios. El tráfico de influencias del cielo, podríamos decir
utilizando el lenguaje de lo que hacíamos antes referencia.
Entiéndame bien no quiero decir que no
nos valga la intercesión de los santos o de la Virgen María, la Madre de
Dios. Sin embargo, ¿no tendríamos que
decir que oramos con María para aprender de su oración y para imitarla en sus
virtudes de gracia que tanto necesitamos? ¿No tendríamos que aprender de los
santos, de su vida santa, de su entrega y de su amor, del desprendimiento de su
vida y de la generosidad de sus corazones para actuar nosotros de la misma
manera? Si queremos decir que estamos orando con los santos o con la Virgen
María creo que estaríamos diciéndolo mucho mejor y nuestra oración dirigida al
Padre tendría más su verdadero sentido. Mucho tendríamos más que decir.
Es de lo que nos está hablando Jesús en
el Evangelio. Y Jesús es bien claro. ‘En verdad, en verdad os digo: si pedís algo al Padre en mi nombre, os lo
dará. Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre; pedid, y recibiréis, para
que vuestra alegría sea completa…Aquel día pediréis en mi nombre, y no os digo
que yo rogaré al Padre por vosotros, pues el Padre mismo os quiere, porque
vosotros me queréis y creéis que yo salí de Dios’.
Ya nos
enseña Jesús en distintos momentos a lo largo del evangelio como tiene que ser
nuestra oración, no con muchas palabras como si solo así seríamos escuchados,
como hacen los gentiles, nos dice, o como la de los fariseos llenos de
pomposidad y ruidos de campanillas y con rebuscadas palabras.
Nos
enseñará que es el Padre providente, que si cuida de los pájaros del cielo o de
las flores del campo cómo no va a cuidar de nosotros que somos sus hijos. No es
la oración de las vanas promesas que luego no cumplimos o lo hacemos a regañadientes
como si de un chantaje o de una compraventa se tratara en nuestra relación con
Dios.
Es la
oración confiada, la oración humilde, la oración del que abre el corazón a Dios
para escucharle, es la oración de quien se sabe hijo y saborea la palabra Padre
cuando se dirige a Dios porque se goza del amor de Dios allá en lo hondo del corazón.
Con Dios no podemos andar con tráfico de influencias queriéndonos ganar los
favores de otros porque Dios es siempre el Padre bueno que nos escucha. Y
nuestro Mediador es Cristo Jesús.