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sábado, 27 de julio de 2019

Podremos imponer nuevas normas y nuevas leyes que nosotros podamos considerar más justas, pero si no cambiamos el interior de las personas, nada hacemos


Podremos imponer nuevas normas y nuevas leyes que nosotros podamos considerar más justas, pero si no cambiamos el interior de las personas, nada hacemos

Éxodo 24,3-8; Sal 49; Mateo 13, 24-30
Algunas veces nos vemos sorprendidos porque cuando con tanto esfuerzo, con buena voluntad, queriendo hacer lo mejor habíamos emprendido una tarea ya fuera en nuestros asuntos más personales como queríamos ayudar a los demás o colaborar en cosas que podrían mejorar la situación de nuestro entorno, pronto vemos o que es mal interpretado lo que hacemos, o que hay alguien que viene a echarnos basura sobre lo que hacemos con criticas maliciosas buscando segundos intereses donde no los hay, o quieren borrar como de un plumazo aquello que con tanta ilusión habíamos emprendido.
Sorpresa, desilusión, tristeza porque queremos lo bueno, queremos lo mejor, pero nos encontramos con maldad, con malicia en nuestro entorno, con gente negativa que todo lo quiere echar a perder. No sabemos qué hacer, sentimos la tentación de entrar a saco con esas situaciones y quitar de en medio todo eso que tanto daña, nos sentimos como con las alas cortadas sin saber cómo tomar el vuelo sobre esas situaciones negativas. Pero ahí está la realidad de la vida en la que se entremezclan tan sutilmente el mal y el bien creando confusiones, desorientación, desánimo. ¿Podremos cambiar todo eso?
Sin querer ser pesimistas pero bien la realidad que nos rodea y nos toca vivir es lo que nos encontramos en los diferentes aspectos de la vida. Ya mencionábamos que nos sucede incluso en nuestro interior en nuestro deseo de superación personal y de crecimiento interior, en la que vemos como el mal se nos mete dentro de nosotros con la tentación y sucumbimos tantas veces y hacemos lo que no quisiéramos hacer.
Es lo que constatamos en nuestra sociedad y es lo que sentimos con dolor también en el seno de la comunidad cristiana. Queremos avanzar, queremos hacer mejor nuestro mundo, queremos ser fieles al evangelio de Jesús, pero aparecen tantas cosas que enturbian lo que hacemos o lo que queremos vivir. Revolucionarios encontramos a nuestro alrededor que pretenden destruirlo todo para hacer un mundo nuevo, pero destruyendo no construimos, seamos capaces de ir sembrando buenas semillas y trabajando para que las cizañas de la vida no nos afecten.
Tenemos quien viene a nosotros y que puede arrancar esa cizaña de nuestro corazón que es por donde tenemos que comenzar. Podremos imponer nuevas normas y nuevas leyes que nosotros podamos considerar más justas, pero si no cambiamos el interior de las personas, nada hacemos. No son revoluciones desde lo externo, sino transformación de los corazones que es lo que Jesús quiere.
Es lo que nos está ofreciendo Jesús hoy con la parábola que nos presenta el evangelio. Cuando aparece la cizaña en aquel campo algunos jornaleros quieren ir inmediatamente a arrancarla, con el peligro de arrancar lo bueno y lo malo en nuestra confusión. Y aquel buen hombre pide paciencia. Es la paciencia de Dios que espera la conversión de nuestros corazones. Es la paciencia perseverante pero con trabajo sincero de transformación lo que nosotros hemos de tener para poder llegar a ser ese hombre nuevo del evangelio. Con nosotros, en nuestro camino de superación y crecimiento, está el Espíritu del Señor con su gracia que nos fortalece y nos transforma, que nos llena de nueva vida.
Sigamos en ese camino de hacer el bien sin desánimo, sin cansancio, con perseverancia.

viernes, 26 de julio de 2019

Reconozcamos la bendición de Dios que son para nosotros nuestros abuelos por cuanto de ellos recibimos y pongámoslos en un lugar importante de la historia de nuestra vida


Reconozcamos la bendición de Dios que son para nosotros nuestros abuelos por cuanto de ellos recibimos y pongámoslos en un lugar importante de la historia de nuestra vida


Alabemos a Joaquín y a Ana por su hija; en ella les dio el Señor la bendición de todos los pueblos’, así comienza la liturgia de este día en que celebramos a San Joaquín y Santa Ana, los padres de María.
Siempre nuestra alabanza para el Señor. Hoy bendecimos a Dios por los padres de la Virgen María, los abuelos de Jesús. María, ciertamente fue una bendición de Dios para ellos, como es también una bendición para toda la humanidad. Hoy celebramos a aquellos que engendraron y trajeron a la vida a quien iba a ser la Madre del Señor, la Madre de Dios. Pero ser padre y madre es algo más que engendrar y llevar en su vientre a una criatura, porque los padres se prolongan en la vida de sus hijos en la vida que les trasmiten que son también todos esos valores que fundamentan la existencia del hombre.
No somos solo por nosotros mismos aunque luego en nuestra propia autonomía creceremos poniendo todo de nuestra parte, pero somos también lo que hemos recibido, lo que nos ha formado, lo que nos ha dado esos principios y valores para esa nuestra maduración personal. Hay una mutua interrelación entre lo que son los padres y lo que van a ser luego los hijos. La obra de Dios en nosotros se realiza también a través de esas mediaciones que son nuestros padres que son un punto de gracia para nosotros, una señal también de la presencia de Dios en nuestras vidas.
Por eso cuando contemplamos a María con su fe y con su disponibilidad y con todas las virtudes que la rodean por lo que tanto la exaltamos, tenemos que pensar en quienes le dieron esos valores, en quienes les transmitieron esa vida, en quienes despertaron en ella esa fe y ese amor servicial que tanto resplandece en su vida. Decimos es la obra de la gracia de Dios en María pero que a ella llegó a través de toda la vida que le transmitieron sus padres Joaquín y Ana.
Nos tiene esto que hacer valorar lo que de nuestros padres hemos recibido. Lista grande sería la que tendríamos que hacer si quisiéramos catalogar todo lo bueno que de nuestros padres hemos recibido. Con su buena voluntad, con lo que ellos vivían y querían vivir, lo que había sido el sentido de su vida, también con sus posibles deficiencias y debilidades nos han transmitido muchas cosas hermosas que no siempre sabemos no solo valorar sino saber tener en cuenta en el día a día de nuestra vida.
Pero cuando hoy estamos celebrando a los padres de María nosotros también queremos ir más allá de nuestros padres subiendo también un escalón en nuestra ascendencia para pensar en los abuelos; de ellos a través de nuestros padres y quienes tuvimos la suerte de conocerlos también directamente de su trato nosotros también hemos recibido muchas cosas. Lo que somos a ellos también se lo debemos.
Este día de los padres de María se ha convertido también en nuestros tiempos en el día de los abuelos, de los mayores. Quiere ser un día en cierto modo de homenaje y de reconocimiento lleno de cariño y amor hacia nuestros abuelos, pero también de todos los abuelos. Como hemos venido diciendo, lo que somos también de ellos depende, de ellos lo hemos recibido. Con cuanta veneración y cariño hemos de agradecérselo.
Y como nuestra mirada va más allá de lo personal o de lo que son nuestras propias familias, queremos mirar con respeto, con veneración sincera y afectuosa, con agradecimiento surgido de lo más hondo del corazón a todos los abuelos, a todos los mayores. Tristemente somos conscientes del abandono y del olvido que sufren muchos de nuestros mayores a los que arrinconamos quizá donde no nos puedan molestar, desentendiéndonos de ellos.
Como sociedad incluso somos deudores ante nuestros mayores porque incluso lo que somos hoy como sociedad es herencia de lo que ellos en su momento de plenitud de sus vidas quisieron construir. Si queréis pensarlo así, cada uno a su manera, cada uno según sus principios y valores, cada uno conforme a lo que en aquel momento se vivía y ya bien sabemos lo cambiante que es la historia de nuestra sociedad en las diversas etapas de los tiempos fueron construyendo su vida y nuestra historia; hemos de reconocer su buena voluntad y sus buenos deseos, la responsabilidad con que vivieron su momento, el amor que ponían en todo lo que hacían para querer buscar siempre lo mejor.
Merecen nuestra gratitud y nuestro respeto. Merecen el homenaje sincero de nuestro amor. Sepámoslos poner en un lugar importante de nuestro corazón y de nuestra historia que es herencia de lo que ellos un día construyeron.

jueves, 25 de julio de 2019

Nos gozamos en la fiesta del Apóstol Santiago por tantos santos que siguiendo el camino del Apóstol se han desparramado por el mundo como misioneros del evangelio



Nos gozamos en la fiesta del Apóstol Santiago por tantos santos que siguiendo el camino del Apóstol se han desparramado por el mundo como misioneros del evangelio

 Hechos 4, 33; 5, 12. 27b-33; 12, 2; Sal 66; 2Corintios 4,7-15;  Mateo 20, 20-28
En alguna ocasión lo hemos reflexionado. Si tuviéramos que guardar un tesoro o llevarlo de un lugar para otro seguramente que buscaremos medios en consonancia con el valor del tesoro que en él vamos a depositar. Primero la seguridad del cofre o la vasija donde lo llevemos, no utilizaríamos una cosa frágil que pudiera romperse fácilmente y desparramarse o perderse aquello que queremos conservar; y si es algo de mucho valor, un objeto artístico, o algo que apreciamos mucho ya buscaríamos además de la seguridad de no perderle algo en consonancia con su valor, su arte o el aprecio que le tengamos. Un cuadro valioso le damos un marco en consonancia que haga resaltar su belleza, una perla preciosa la engarzaríamos en un valioso y bello collar donde se destaque la calidad y el valor de dicha perla, y así en cualquier cosa valiosa.
Pues de algo así nos habla el apóstol en su carta que hoy en esta fiesta del apóstol santiago se nos propone. Pero nos dice que ese tesoro hermoso del que somos portadores lo llevamos en vasijas de barro, frágiles y todo como son. Y es que el valor de lo que portamos no está en el contenedor, sino en el contenido. Nos quiere hablar del tesoro del ministerio que ejercemos, como en el fondo nos está hablando del tesoro de nuestra fe, el tesoro del mensaje cristiano, del anuncio del Reino de Dios que tenemos que hacer. Y de ese mensaje somos portavoces nosotros con nuestras debilidades y también con nuestros pecados, con la pobreza de nuestra vida y con esa realidad frágil de lo que somos.
Es cierto que tenemos que hacernos dignos de ser portadores y portavoces de ese mensaje del evangelio que hemos de llevar a nuestro mundo; la dignidad con que vivamos y lo anunciemos es cierto que puede ayudar a hacer más creíble el mensaje porque es el testimonio que nosotros damos. Pero el valor y la grandeza, el tesoro está en el mensaje en sí mismo porque es la Palabra de Dios lo que queremos y tenemos que anunciar y transmitir.
Este texto de la Palabra de Dios se nos está ofreciendo cuando celebramos la fiesta del Apóstol Santiago en su martirio que también para nosotros los españoles, por cierto, tiene gran significado. Y aquí podríamos decir que Jesús ha querido confiar el ministerio, la misión del anuncio del mensaje del evangelio a unos hombres, los apóstoles, llenos de dudas, negaciones, ambiciones y debilidades.
Hoy el evangelio nos presenta lo que eran las ambiciones de aquellos dos hermanos y que era también la ambición de una madre que quería lo mejor para sus hijos. A pesar de cuanto Jesús les había querido enseñar una y otra vez que seguirle a El para ser luego sus testigos había de pasar por el camino del servicio y del amor, aquí se presentan osados buscando grandezas y poderes, avalando también la madre esos deseos. Querían los primeros puestos, uno a la derecha y otro a la izquierda.
Cómo somos los hombres para despertar ambiciones de grandezas y poder en nuestro corazón y luchar por ello. Sigue siendo la tónica de todos los tiempos. Cómo lo camuflamos diciendo aquello de que reinar es servir y todas esas frases que se convierten en rimbombantes, que si queremos el bien del pueblo, que si alcanzamos aquella cota de poder es para servir a los que menos tienen, pero que pronto nos vemos inflados por ese poder, buscando ganancias e intereses, queriendo estar por encima de los demás y convertirnos en manipuladores de lo que pueden ser los buenos deseos de los más sencillos.
En el evangelio vemos como Jesús les explica una vez más que ser grande e importante entre ellos no es ocupar primeros puestos de poder, sino ser capaces de hacerse los últimos y los servidores de todos. No será entre vosotros como entre los grandes de este mundo, les viene a decir Jesús.
Pero lo que ahora queremos destacar es cómo en aquellos hombres débiles, con sus ambiciones y con sus dudas como los veremos en otros momentos, Jesús sigue confiando a ellos les confía el tesoro del anuncio del evangelio. Pedro un día negaría conocer a Jesús pero Jesús sigue confiando en él. Tesoros llevados en vasijas de barro, como lo somos nosotros también hoy y tenemos en nosotros ese tesoro de la fe, ese tesoro de la misión que a nosotros también nos confía el anuncio del Evangelio.
Tesoros en vasijas de barro como lo es también la Iglesia con la misión que Jesús le confía en medio del mundo. Algunas veces nos podemos sentir escandalizados con las cosas que vemos en la Iglesia y que no nos gustan; no olvidemos que la Iglesia está formada por humanos, también con sus debilidades, también con las ambiciones que aparecen también muchas veces en sus miembros incluso los más destacados, con sus tropiezos y pecados que parece que tantas veces la ensombrecen, pero el que sigue a Jesús sabe bien quién es el que guía a la Iglesia a través de esas vasijas de barro que somos los hombres.
Es el Espíritu del Señor quien nos guía, quien cuenta con nosotros y nos da su fortaleza. No es nuestra sabiduría ni nuestra fuerza, sino que es la obra de Dios que se manifiesta grande también a través de nuestras debilidades. Por eso creemos en la Iglesia, porque creemos en el Espíritu del Señor que está en ella a pesar de que somos esas vasijas de barro. No es el marco valioso lo que nosotros hemos de admirar sino el tesoro maravilloso de nuestra fe que nos ha transmitido Jesús y que vivimos en el seno de la Iglesia.
Hoy la Iglesia de España se goza en esta fiesta del Apóstol Santiago que estamos celebrando, dando gloria al Señor y alabándole y dándole gracias porque a pesar de todas las sombras y debilidades que hayamos podido quizá acumular a lo largo de la historia  nos gozamos en la gloria de tantos santos como han florecido en la Iglesia de España a lo largo de los siglos y tantos hijos de nuestra Iglesia que se han desparramado por el mundo llevando ese tesoro de nuestra fe y el evangelio de Jesús.

miércoles, 24 de julio de 2019

Aunque la tierra esté llena de pedruscos y abrojos no seamos pasivos sino que a pesar del lugar inhóspito ayudemos a que la semilla germine y brote una hermosa planta que dé fruto


Aunque la tierra esté llena de pedruscos y abrojos no seamos pasivos sino que a pesar del lugar inhóspito ayudemos a que la semilla germine y brote una hermosa planta que dé fruto

Éxodo 16, 1-5. 9-15; Sal 77; Mateo 13, 1-9
Caminando por la calle o carreteras de nuestros pueblos o nuestros campos es fácil que nos encontremos que en cualquier grieta del asfalto veamos surgir una pequeña planta, una hierba quizá, o en alguna ocasión quizá hasta el brote de lo que pudiera ser un árbol de frutos; te admiras, quizás, de que allí haya germinado una semilla para hacer brotar esa planta en un lugar tan adverso, y piensas cómo es que ha encontrado la humedad necesaria y ha encontrado la tierra donde echar sus raíces. Quizá la adversidad no le dé futuro a esa planta, o quizá encuentre la fuerza necesaria para brotar vigorosa y mantenerse con vida hasta darnos frutos. Poniendo imaginación por nuestra parte podríamos decir cuánto esfuerzo por tener vida en un lugar tan inhóspito, por llegar a ser una planta que nos de una hermosa flor o incluso ricos frutos. Algo nos enseña.
¿Será así también en nuestra vida o en la vida de los que nos rodean? Cada uno sabe los esfuerzos que hace en si mismo para lograr ese crecimiento y esa maduración de la vida. Todos tenemos nuestras debilidades, nuestras tendencias y pasiones que se nos desbordan, apegos en la vida o malas semillas que han ido creciendo también en nuestro interior. Podemos ser conscientes de lo que sucede en nuestro interior, pero quizá desconocemos lo que sucede en el interior de los demás.
Esto nos exigiría respeto hacia la vida de los otros, porque realmente no sabemos lo que sucede en el interior de cada hombre, las grietas que pueda tener en su vida, el mundo adverso que a cada cual rodea, las sequedades de su interior o aquellas cosas en las que tropieza una y otra vez y no permiten que sus raíces pueden ahondarse allí donde pueda encontrar buena tierra y enraizar debidamente. Somos fáciles para el juicio y la condena de los demás, pero pocas veces nos detenemos a ver las dificultades que en si mismo cada uno tiene.
Ya sabemos que necesitamos tierra buena, tierra bien cultivada, libre de pedruscos y de abrojos, pero la realidad de nuestra vida es esa. Son muchas las cosas que influyen en nosotros de manera negativa y nos cuesta levantar cabeza, nos cuesta poner esa positividad en la vida. Cuando en verdad queremos crecer como personas sabemos cuanto nos cuesta, las dificultades que cada día de la vida vamos encontrando. No es que seamos pesimistas, sino que vemos nuestra realidad. Pero tampoco podemos quedarnos en la pasividad, sino que hemos de saber encontrar fuerzas para levantarnos, para crecer, para llevar a madurar en la vida buscando el mejor ideal, la más alta meta.
Hoy el evangelio nos ha propuesto la parábola del sembrador que salio echar la semilla por todo lugar. Hubo, es cierto, semillas que no pudieron germinar, o semillas que aunque germinaron y comenzaron a crecer pronto se vieron agostadas y no llegaron a dar fruto. Pero como decíamos no nos podemos quedar en la pasividad, sino que tenemos que buscar cómo ser la mejor tierra para que lleguemos a dar fruto. Podemos liberarnos de esos abrojos, limpiar esos pedruscos del campo de nuestra vida. Con dificultad, pero podemos. Y es a lo que nos incita la parábola.
Que esa semilla de la Palabra de Dios que cae en nosotros llegue a dar fruto. Somos nosotros los que tenemos que dar respuesta, cada uno en su vida, pero también en lo que podemos hacer para ayudar a los demás. Como nos enseña la parábola y la actitud de Jesús hemos de buscar todo momento y todo lugar para sembrar esa semilla, como Jesús que enseñaba aprovechando la barca de Pedro a la orilla del lago, como el sembrador que fue echando la semilla a voleo por todos los lugares, consciente también de la dificultad para que toda esa semilla germinara y diera fruto.
En nuestras manos está y no podemos ser pesimistas ni por nosotros mismos ni por el campo que podamos ver a nuestro alrededor. Sembremos la semilla respetando lo que suceda en el interior de cada hombre, pero pongamos también algo de nuestra parte para ayudar, para animar, para regar o abonar ese sembrado. Muchas son las cosas que podemos hacer si nos arrancamos de nuestras actitudes pasivas y negativas. Cambiemos nuestra mirada y nuestra actitud.

martes, 23 de julio de 2019

Una luz que no se alimenta con el necesario combustible o una planta que no se cuida y abona lo suficiente termina por apagarse y morir, así nos sucede con la fe



Una luz que no se alimenta con el necesario combustible o una planta que no se cuida y abona lo suficiente termina por apagarse y morir, así nos sucede con la fe

Gálatas 2, 19-20; Sal 33; Juan 15, 1-8
No pretendo yo enmendar a nadie. Pero quienes siguen con cierta frecuencia lo que se publica en distintos medios sobre la Iglesia y sobre los cristianos, ya sea en revistas mas especializadas en el tema religioso o eclesial, o también en grandes medios con una amplitud mayor de noticias de todo tipo, nos damos cuenta por los comentarios allí expresados que algo está sucediendo, que el tema de la fe o de la Iglesia hace aguas; continuamente nos están hablando de distintos problemas que surgen en el seno de la Iglesia y que nos ponen a mal parir, que se palpa una cierta crisis en el abandono de muchos, pero también en el poco coraje de los cristianos por hacer un anuncio de la fe.
Podemos ponernos nerviosos, quedarnos intranquilos, tener la sensación de que la cosa se puede ir desmoronando, y nos puede entrar como un cierto pesimismo. Pero creo que en momentos así no es cosa de amilanarse, de esconderse, sino de afrontar las cosas, pero sobre todo de despertar. Preguntarnos que nos puede estar pasando, pero no ya solo a nivel de iglesia institución, sino a pie de calle, en nosotros los cristianos para que de alguna manera hayamos perdido ese ardor misionero.
¿Estaremos siendo higuera que no da frutos o viña que no produce uvas? El evangelio en algún momento nos hace ese planteamiento y quiere que nos preguntemos que hemos hecho de nuestra fe, de la intensidad de nuestra vida cristiana, donde tenemos ese ardor o espíritu misionero o por qué se nos ha apagado. Planteamientos para todo lo que es la vida de la Iglesia pero, como decíamos, preguntas que nos tenemos que hacer a nosotros mismos. ¿Nos habremos detenido lo suficiente en el evangelio que hoy se nos propone?
Nos habla de sarmientos, nos habla de vid y de cepas a las que tienen que estar unidos los sarmientos para que puedan tener vida y llegar a dar fruto, y termina, por así decirlo, con la afirmación de Jesús de que si no estamos unidos a El no daremos fruto sino que moriremos. ‘Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada’.
Nos está hablando de toda la espiritualidad del cristiano, verdadero fundamento de la vida cristiana. Y aquí tendríamos que hacernos serias reflexionemos. ¿Cómo mantenemos esa espiritualidad? ¿Qué unión con Jesús estamos viviendo? Tenemos el peligro y la tentación de convertir nuestra vida en puro activismo. Nos dejamos influenciar por el espíritu del mundo que solo pide efectividad, resultados y todo se va en trabajar, llenando la vida de agobios, pero sin saber detenernos para alimentarnos por dentro, para alimentar nuestro espíritu.
Porque tenemos mucho que hacer, no rezamos, no buscamos ese tiempo para nosotros mismos y para Dios; todo se nos va en planear, trabajar, hacer cosas, tener reuniones interminables, organizar cosas, pero, ¿dónde está el tiempo de oración en nuestra vida? ¿Dónde está el tiempo para nuestra escucha de Dios? Porque no ha de ser solo buenas cosas que organicemos por nosotros mismos buscando los mejores métodos, las formas más eficaces, como si de un negocio se tratara. Es algo mucho más hondo lo que tiene que ser nuestra vida cristiana. Y si nos falla esa unión del sarmiento con la vid, si nos falta esa unión con Jesús todo se nos quedará en bonitas cosas pero realmente no es la gloria del Señor lo que buscamos.
Caemos en un enfriamiento espiritual, y todo es como una pendiente en declive, en que nos vamos cayendo y cayendo sin poder pararnos. ¿Problemas en la Iglesia? ¿Crisis en la vida de la Iglesia? ¿Disminución de los que vivimos comprometidos? ¿Dónde estamos alimentando nuestra vida cristiana? ¿Dónde podremos encontrar ese optimismo y alegría de la fe, ese entusiasmo por el anuncio del evangelio, ese impulso misionero que nos lleve a anunciar a Jesús para que en verdad la Iglesia crezca? Lo sabemos pero no lo hacemos y así nos va.
Mucho se tendría que reflexionar sobre todo esto, porque hay demasiado la creencia en muchos de que lo importante es que hagamos cosas, que vivamos un compromiso por los demás, y dejamos a un lado nuestra vida espiritual, y no tenemos vivencias y experiencias religiosas que nos ayuden a hacer crecer nuestra vida. Y una luz que no se alimenta con el combustible que necesita, al final termina apagándose. Me miro a mí mismo el primero.

lunes, 22 de julio de 2019

Con María Magdalena se abre camino ante nosotros para que proclamemos valientemente nuestra fe con nuestra vida, evangelio para los demás


Con María Magdalena se abre camino ante nosotros para que proclamemos valientemente nuestra fe con nuestra vida, evangelio para los demás

Cantar de los Cantares 3,1-4ª; Sal 62; Juan 20,1.11-18
‘Mujer, ¿por qué lloras?’, le habían preguntado por dos veces aquella mañana a Maria la de Magdala, ‘¿a quién buscas?’ Sus ojos llenos de lágrimas no le dejaban ver con claridad con quien estaba hablando. Ella había estado valientemente en lo alto del calvario con María, la Madre de Jesús, mientras el resto de los que seguían a Jesús se habían dispersado y huído; solo el discípulo amado había permanecido también allí en lo alto. Atentamente había seguido las evoluciones de la bajada de la cruz y la sepultura, mirando bien donde lo habían depositado para venir pasado el sábado a terminar de cumplir con los ritos funerarios del embalsamamiento. Había venido con las otras mujeres, y allí no estaba el cuerpo de Jesús y la piedra estaba corrida.
‘Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto… si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré’. Fue el monólogo de su respuesta y eran las ansias grandes de su corazón. Se sentía valiente para cargar con el cuerpo de Jesús que ya vería donde lo llevaría para darle correcta sepultura, ya que de donde lo habían puesto había desaparecido.
Son las fuerzas vigorosas del amor, aunque el cuerpo fuera débil y pareciera que se acababan las esperanzas. Había pecado mucho – Marcos de ella dice que Jesús le había expulsado siete demonios – pero también ahora amaba mucho. Por eso había seguido a Jesús, había estado con El hasta el último instante. Ahora recibiría el premio de su amor, porque sería la primera que viera a Jesús vivo, a Jesús resucitado. Ahora bastaría solo una palabra, su nombre, pero pronunciado por los labios de Jesús. Y entonces sí lo había reconocido, se habían caído todos los velos que con las lágrimas y la desesperanza empañaban sus ojos. ‘¡María!’, le diría Jesús.’¡Maestro!’, respondería ella echándose a sus pies.
Y ahora se convertiría en la primera que llevara la Buena Noticia.  ‘Anda, ve a mis hermanos y diles: Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro’. Era anunciar que Jesús, el Señor, estaba vivo. Es la Buena Noticia que seguirá resonando a lo largo de los siglos y que mantiene nuestra fe en El. Solo desde el anuncio de esa Buena Noticia y desde nuestra fe en ella, será cómo en verdad nos llamaremos cristianos, nacerá la Iglesia, se proclamará la salvación a nuestro mundo.
Será la voz que descorrerá muchos velos de dudas y de incertidumbres, será la voz que calmará muchos sufrimientos y secará muchas lágrimas, será la voz que hará renacer la esperanza para nuestro mundo tan lleno de amarguras, será la voz que pondrá la verdadera alegría en nuestros corazones y en los corazones de todos los hombres. Es la voz que nos llama por nuestro nombre y nos da la certeza de la resurrección del Señor. Es la voz que pone nueva luz en nuestros corazones y en nuestras vidas.
Es la voz que nosotros tenemos que trasmitir. Como María de Magdalena cuando corrió del sepulcro al encuentro de los hermanos para anunciarles las palabras de Jesús. Es la voz, el anuncio que necesita escuchar nuestro mundo tan necesitado de una nueva evangelización. Es lo que nosotros los cristianos tenemos que trasmitir con nuestra vida, dejando atrás ya para siempre tantos pesimismos que llenan nuestras vida, tantas cobardías que nos encierran una y otra vez en nuestros cenáculos, tantas indecisiones nacidas de nuestras dudas y de nuestros miedos.
Cuando celebramos hoy esta fiesta de María Magdalena es el testimonio y el camino que se abre ante nosotros para que proclamemos valientemente nuestra fe, no solo porque recitemos de memoria las palabras de un credo, sino porque esa fe la plasmamos en nuestra vida y sea nuestra vida la que hable y sea evangelio, como María Magdalena, para los demás.

domingo, 21 de julio de 2019

Aprendamos que no son solo las soluciones técnicas las que hacen mejor la vida de las gentes, sino la humanidad que pongamos en nuestras relaciones


Aprendamos que no son solo las soluciones técnicas las que hacen mejor la vida de las gentes, sino la humanidad que pongamos en nuestras relaciones

 Génesis 18, 1-10ª; Sal 14; Colosenses 1,24-28; Lucas 10, 38-42
Pase para dentro y tome algo, quizás nos habrán dicho más de una vez en ese sentido hospitalario y acogedor de nuestras gentes sobre todo de nuestros campos. ¿Qué le puedo ofrecer? ¿Un vaso de vino? Nos dicen con una generosidad que nos conmueve.
Me viene a la memoria una anécdota de una experiencia que viví en una ocasión. Estaba en otra isla y la parroquia era muy extensa en territorio con numerosos pueblecitos repartidos entre montañas y barrancos; solía visitarlos una vez al mes pasando una tarde con aquella gente pobre y sencilla recorriendo sus veredas y visitando sus casas.
En esta ocasión me acompañaba un joven seminarista que quiso llevar también a un niño de una familia cercana a la parroquia y entre las vueltas que estábamos dando recorriendo el lugar, desde el patio de una casa nos llamaron y nos invitaron a pasar. Inmediatamente querían ofrecernos algo, ¿un vaso de vino? y ya estaban tres vasos sobre la mesa y la botella de vino preparada para servir. Les dije que yo si me tomaba un poquito, pero que no sabía si el joven quería tomar – edad tenia para decidirlo – pero que el niño no tomaba vino; ya el chiquillo estaba diciendo por su parte que él no quería nada. La señora de la casa insistía y argumentaba qué es lo que iba a decir el padre del niño que había estado en su casa y no le habían brindado con nada.
Quiero recordar este sencillo hecho – que para algunos quizá no tenga ningún valor - como expresión de ese sentido de hospitalidad y acogida de la gente, y que te ofrecen con generosidad lo que tienen y hasta lo que no tienen aunque vivan en su pobreza carentes de muchas cosas. Un virtud, un valor el de la hospitalidad de suma importancia en nuestras relaciones humanas, que no es ya abrir las puertas de tu casa – que ya sabemos a cuanta gente les cuesta abrirlas en una desconfianza que se nos ha metido en nuestra sociedad – sino que es acogerte para hacer que te sientas bien y a gusto con ellos. Que te sientas como en tu casa, se suele decir.
Es ese estar atento en lo que te pueda agradar, pero es ese estar allí abriendo el corazón, abriendo su vida ponerte en el centro de su atención. Es la mutua comunicación y relación que se establece entre los que te acogen y los que se sienten acogidos porque es un interesarse de sus cosas y sus vidas escuchándose mutuamente porque siempre habrá un punto de encuentro y un punto de interés.
Lástima que en la vida de hoy estemos tan encerrados en nosotros mismos – una señal son tantas puertas y ventanas cerradas como observamos al pasar por cualquier población – con desconfianzas y con miedos, sin querer saber de los demás aunque estén en la puerta de al lado como sucede tantas veces, pero sin abrir nuestra vida a los demás. Si no somos hoy capaces de abrir la puerta al que está cerca de nosotros y nos cruzamos con el todos los días en la escalera, por decirlo de alguna manera, cómo vamos a abrirnos al desconocido, al emigrante o al que llega desde otras tierras y lugares buscando un refugio y una solución a los problemas que viven en su lugar de origen. Así surgen esas reacciones xerófagas y racistas que estamos viendo cada día en nuestra sociedad.
De esto nos está hablando hoy el evangelio. El hogar de Marta y Maria con su hermano Lázaro estaba en Betania a la orilla del camino que subía del valle del Jordán hasta Jerusalén para entrar a la ciudad santa por Betfagé y el monte de los olivos. Era el camino que habitualmente hacían los galileos, bajando por todo el valle del Jordán, evitando el paso por Samaria, para llegar como peregrinos en la Pascua a la ciudad santa. Betania es como un jardín en la cercanía del desierto de Judá en el que inmediatamente nos adentramos una vez que se inicia el camino de bajada hasta Jericó. 
La casa de Marta y Maria como las de todos los que habitaban aquel lugar era un lugar abierto para ofrecer agua y descanso a los que se dirigían a Jerusalén agobiados por el calor y la fuerte subida del camino. No fue solo una vez, como se desprende por los textos del evangelio, en que Jesús y los discípulos encontraran esa acogida en aquel hogar. Lo que nos narra el evangelio hoy es una muestra de ello. Lo sucedido en aquel momento en que Marta se afanaba en preparar todo lo necesario para acoger y servir al Maestro de Nazaret mientras María hacia los honores, por así decirlo, de la acogida sentándose a sus pies para hablar y para escucharle, podríamos decir que era lo habitual que se hacía en aquellas ocasiones.
Sin embargo el evangelio quiere resaltar algo a partir del agobio de Marta en sus faenas y su queja contra su hermana. Es una queja de lo más humano. Aparentemente María no está haciendo nada mientras parece que Marta se lleva toda la faena. Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio? Dile que me eche una mano’. Y digo aparentemente no está haciendo nada cuando está haciendo algo importante, se ha sentado con el huésped a escuchar y a estar con El. ¿No forma parte eso de la más elemental hospitalidad? ¿Sería bonito que dejaran al huésped solo porque había que estar en la cocina entre cacharros preparando cosas?
‘María ha escogido la mejor parte’. En su buena voluntad parecía que Marta es la que estaba haciendo lo mejor, pero ¿qué mejor podemos ofrecerle a alguien que la cercanía y el estar a su lado? ¿No nos estará queriendo decir algo también a los hombres y mujeres de hoy que, por ejemplo, en sus profesiones son unos técnicos muy eficientes pero que luego en el trato con las gentes que atendemos nos falta cercanía y humanidad?
No son solo las soluciones técnicas las que hacen mejor la vida de las gentes, sino la humanidad que pongamos en nuestras relaciones, la cercanía en el trato, la escucha llena de empatía de la que gente que nos quiere contar sus problemas, ese trato y esa relación que nos hace estar cerca de las personas y con lo que podemos hacer que haya una verdadera convivencia.
Muchas mas cosas nos puede decir aun el texto del evangelio, pero que al menos nuestra reflexión nos lleve a ser más humanos y cercanos los unos de los otros y así estaremos comenzando a hacer un mundo mejor.