Podremos imponer nuevas normas y nuevas leyes que nosotros podamos considerar más justas, pero si no cambiamos el interior de las personas, nada hacemos
Éxodo 24,3-8; Sal 49; Mateo 13, 24-30
Algunas veces nos vemos sorprendidos
porque cuando con tanto esfuerzo, con buena voluntad, queriendo hacer lo mejor habíamos
emprendido una tarea ya fuera en nuestros asuntos más personales como queríamos
ayudar a los demás o colaborar en cosas que podrían mejorar la situación de
nuestro entorno, pronto vemos o que es mal interpretado lo que hacemos, o que
hay alguien que viene a echarnos basura sobre lo que hacemos con criticas
maliciosas buscando segundos intereses donde no los hay, o quieren borrar como
de un plumazo aquello que con tanta ilusión habíamos emprendido.
Sorpresa, desilusión, tristeza porque
queremos lo bueno, queremos lo mejor, pero nos encontramos con maldad, con
malicia en nuestro entorno, con gente negativa que todo lo quiere echar a
perder. No sabemos qué hacer, sentimos la tentación de entrar a saco con esas
situaciones y quitar de en medio todo eso que tanto daña, nos sentimos como con
las alas cortadas sin saber cómo tomar el vuelo sobre esas situaciones
negativas. Pero ahí está la realidad de la vida en la que se entremezclan tan sutilmente
el mal y el bien creando confusiones, desorientación, desánimo. ¿Podremos
cambiar todo eso?
Sin querer ser pesimistas pero bien la
realidad que nos rodea y nos toca vivir es lo que nos encontramos en los
diferentes aspectos de la vida. Ya mencionábamos que nos sucede incluso en
nuestro interior en nuestro deseo de superación personal y de crecimiento
interior, en la que vemos como el mal se nos mete dentro de nosotros con la tentación
y sucumbimos tantas veces y hacemos lo que no quisiéramos hacer.
Es lo que constatamos en nuestra sociedad
y es lo que sentimos con dolor también en el seno de la comunidad cristiana.
Queremos avanzar, queremos hacer mejor nuestro mundo, queremos ser fieles al
evangelio de Jesús, pero aparecen tantas cosas que enturbian lo que hacemos o
lo que queremos vivir. Revolucionarios encontramos a nuestro alrededor que
pretenden destruirlo todo para hacer un mundo nuevo, pero destruyendo no
construimos, seamos capaces de ir sembrando buenas semillas y trabajando para
que las cizañas de la vida no nos afecten.
Tenemos quien viene a nosotros y que puede
arrancar esa cizaña de nuestro corazón que es por donde tenemos que comenzar.
Podremos imponer nuevas normas y nuevas leyes que nosotros podamos considerar
más justas, pero si no cambiamos el interior de las personas, nada hacemos. No
son revoluciones desde lo externo, sino transformación de los corazones que es
lo que Jesús quiere.
Es lo que nos está ofreciendo Jesús hoy
con la parábola que nos presenta el evangelio. Cuando aparece la cizaña en aquel
campo algunos jornaleros quieren ir inmediatamente a arrancarla, con el peligro
de arrancar lo bueno y lo malo en nuestra confusión. Y aquel buen hombre pide
paciencia. Es la paciencia de Dios que espera la conversión de nuestros
corazones. Es la paciencia perseverante pero con trabajo sincero de
transformación lo que nosotros hemos de tener para poder llegar a ser ese
hombre nuevo del evangelio. Con nosotros, en nuestro camino de superación y
crecimiento, está el Espíritu del Señor con su gracia que nos fortalece y nos
transforma, que nos llena de nueva vida.
Sigamos en ese camino de hacer el bien sin
desánimo, sin cansancio, con perseverancia.