Con María Magdalena se abre camino ante nosotros para que
proclamemos valientemente nuestra fe con nuestra vida, evangelio para los demás
Cantar de los Cantares 3,1-4ª; Sal 62; Juan
20,1.11-18
‘Mujer,
¿por qué lloras?’, le habían preguntado por dos veces aquella mañana a Maria
la de Magdala, ‘¿a quién buscas?’ Sus ojos llenos de lágrimas no le
dejaban ver con claridad con quien estaba hablando. Ella había estado
valientemente en lo alto del calvario con María, la Madre de Jesús, mientras el
resto de los que seguían a Jesús se habían dispersado y huído; solo el discípulo
amado había permanecido también allí en lo alto. Atentamente había seguido las
evoluciones de la bajada de la cruz y la sepultura, mirando bien donde lo habían
depositado para venir pasado el sábado a terminar de cumplir con los ritos
funerarios del embalsamamiento. Había venido con las otras mujeres, y allí no
estaba el cuerpo de Jesús y la piedra estaba corrida.
‘Porque
se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto… si tú te lo has llevado,
dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré’. Fue el monólogo de su respuesta y eran
las ansias grandes de su corazón. Se sentía valiente para cargar con el cuerpo
de Jesús que ya vería donde lo llevaría para darle correcta sepultura, ya que
de donde lo habían puesto había desaparecido.
Son las
fuerzas vigorosas del amor, aunque el cuerpo fuera débil y pareciera que se
acababan las esperanzas. Había pecado mucho – Marcos de ella dice que Jesús le
había expulsado siete demonios – pero también ahora amaba mucho. Por eso había
seguido a Jesús, había estado con El hasta el último instante. Ahora recibiría
el premio de su amor, porque sería la primera que viera a Jesús vivo, a Jesús
resucitado. Ahora bastaría solo una palabra, su nombre, pero pronunciado por
los labios de Jesús. Y entonces sí lo había reconocido, se habían caído todos
los velos que con las lágrimas y la desesperanza empañaban sus ojos. ‘¡María!’,
le diría Jesús.’¡Maestro!’, respondería ella echándose a sus pies.
Y ahora se
convertiría en la primera que llevara la Buena Noticia. ‘Anda, ve a
mis hermanos y diles: Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios
vuestro’. Era anunciar que Jesús, el Señor, estaba vivo. Es la Buena
Noticia que seguirá resonando a lo largo de los siglos y que mantiene nuestra
fe en El. Solo desde el anuncio de esa Buena Noticia y desde nuestra fe en
ella, será cómo en verdad nos llamaremos cristianos, nacerá la Iglesia, se
proclamará la salvación a nuestro mundo.
Será la
voz que descorrerá muchos velos de dudas y de incertidumbres, será la voz que
calmará muchos sufrimientos y secará muchas lágrimas, será la voz que hará
renacer la esperanza para nuestro mundo tan lleno de amarguras, será la voz que
pondrá la verdadera alegría en nuestros corazones y en los corazones de todos
los hombres. Es la voz que nos llama por nuestro nombre y nos da la certeza de
la resurrección del Señor. Es la voz que pone nueva luz en nuestros corazones y
en nuestras vidas.
Es la voz
que nosotros tenemos que trasmitir. Como María de Magdalena cuando corrió del
sepulcro al encuentro de los hermanos para anunciarles las palabras de Jesús.
Es la voz, el anuncio que necesita escuchar nuestro mundo tan necesitado de una
nueva evangelización. Es lo que nosotros los cristianos tenemos que trasmitir
con nuestra vida, dejando atrás ya para siempre tantos pesimismos que llenan
nuestras vida, tantas cobardías que nos encierran una y otra vez en nuestros
cenáculos, tantas indecisiones nacidas de nuestras dudas y de nuestros miedos.
Cuando
celebramos hoy esta fiesta de María Magdalena es el testimonio y el camino que
se abre ante nosotros para que proclamemos valientemente nuestra fe, no solo
porque recitemos de memoria las palabras de un credo, sino porque esa fe la
plasmamos en nuestra vida y sea nuestra vida la que hable y sea evangelio, como
María Magdalena, para los demás.
No hay comentarios:
Publicar un comentario