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sábado, 21 de agosto de 2021

El momento de silencio puede ser motor que nos eleve y trascienda

Hay momentos en que nos detenemos quedándonos en silencio como si nada existiese a nuestro alrededor, no tengamos miedo porque nuestro interior sigue trabajando en profundidad y ese momento de silencio puede ser motor que nos eleve y trascienda a metas ideales de gran altura

Nuestro camino es un camino de humildad y de sencillez, bordado por los gestos sencillos y humildes que nos hacen crecer en riqueza interior

 


Nuestro camino es un camino de humildad y de sencillez, bordado por los gestos sencillos y humildes que nos hacen crecer en riqueza interior

Rut 2,1-3.8-11; 4,13-17; Sal 127; Mateo 23,1-12

Creo que con una cierta sensibilidad podemos darnos cuenta fácilmente quien lleva algo en el corazón y quien va vacío por dentro. Cuando buscamos solamente las apariencias, los halagos, las alabanzas de los demás denotamos la superficialidad con que vivimos la vida y que realmente no tenemos nada que ofrecer desde dentro de nosotros mismos.  Podemos encontrar mucha gente así. Quieren vivir al día, a lo que salga, queriendo probar todo para disfrutar de todo, lo que significa que aun no han encontrado los verdaderos valores que den sentido a su vida, que le den grandeza a su existencia.

Quizás querrán manifestarse más cumplidores de los demás y con vanidad van enseñando las cosas que hacen para encontrar los elogios que alimenten su ego, pero lo que hay es un vacío interior. Para mantener su llamémosle prestigio hasta se volverán exigentes con los demás, porque se sienten imbuidos de una autoridad ficticia que no tienen, porque realmente no tienen nada que ofrecer de su propia vida vacía. Se querrán mostrar como maestros cuando realmente su vida insulsa no nos da ninguna lección.

De estos nos previene hoy Jesús en el evangelio. Son palabras fuertes las que escuchamos a Jesús contra los maestros de la ley y contra los fariseos. Nos dirá Jesús que aprendamos la lección pero que no los imitemos, porque caeríamos nosotros también esa vida vacía y hasta sin sentido.

Y nos enseña la actitud que hemos de tener hacia los demás. Por eso nos dice que no nos dejemos llamar ni padres ni maestros. La expresión padre no era solo una referencia al progenitor, sino a esa forma paternalista con que se presentaban los maestros de la ley y los fariseos, que siempre consideraban a los demás en una escala inferior y se mostraban como redentores que les enseñaban el verdadero camino. No es esa la actitud que nosotros hemos de tener, porque en fin de cuentas todos somos discípulos que tenemos que estar aprendiendo y nuestra manera de actuar es saber caminar al lado y a la altura de los demás en una actitud humilde y generosa de servicio.

Por eso nos habla Jesús que tenemos que saber hacernos los últimos y los servidores de todos. Porque no vamos a engrandecernos vanidosamente poniéndonos por encima de los demás sino siempre con la actitud de servicio de quien ofrece lo mejor para los demás. Y aquello que llevo en el corazón es lo que mejor puedo ofrecer a los otros. Será esa disponibilidad y esa generosidad las que nos harán ricos de verdad por dentro, y desde ese amor que llevamos en el corazón es cuando podemos ofrecer lo mejor a los demás.


Nuestro camino es un camino de humildad y de sencillez, bordado por los gestos sencillos y humildes que nos hacen crecer en riqueza interior; cuanto más generosos seamos en nuestro compartir más riqueza espiritual se acumula en nuestro corazón con la que podemos en verdad enriquecer a los que están a nuestro lado. No será nunca camino de prepotencias ni vanidades, sino siempre de disponibilidad generosa que no nos importa vaciarnos de nosotros mismos con tal de engrandecer a los demás. Es maravilloso el camino que nos señala Jesús en el evangelio. Haciéndonos pequeños nos haremos verdaderamente grandes.

viernes, 20 de agosto de 2021

Jesús nos enseña que busquemos lo que va a dar verdadera grandeza y dignidad a la persona que es el amor, es su mandamiento principal

 


Jesús nos enseña que busquemos lo que va a dar verdadera grandeza y dignidad a la persona que es el amor, es su mandamiento principal

Rut 1,1.3-6 14b-16.22; Sal 145; Mateo 22,34-40

Siempre andamos con la pregunta, qué tenemos que hacer, qué es lo más importante. No sé si es que no somos capaces de dar prioridades, o de encontrarlas, o que algunas veces andamos como mareados entre tantas normas y reglamentos, tantas leyes y tantas prescripciones que terminamos siempre haciéndonos la pregunta.

Hoy es un maestro de la ley el que se acerca a Jesús para hacer esa pregunta sobre lo fundamental. ‘¿Cuál es el mandamiento principal de la ley?’ El tendría que saberlo, pues era maestro en Israel y su misión era precisamente explicar la ley, pero quizá también se encontrase mareado, como decíamos antes, ante tantas normas y preceptos.

¿Sería del grupo de los fariseos que disfrutaban imponiendo normas y reglamentos sobre lo que tenían que hacer, o hasta donde podían llegar con mil minuciosidades que lo que al final lo que hacían era confundir a todo el mundo? Quizá la influencia de grupos como los de los fariseos lo que hacían era crear confusión de manera que este doctor de la ley así se viera confundido en su interior. Eran centenares y centenares de preceptos e imposiciones que se convertían en una carga pesada. La multiplicidad de normas y preceptos en lugar de ser un cauce fácil para el cumplimiento de la ley del Señor se convertía en algo insoportable.

Jesús responde pronto a la petición, repitiendo textualmente además, lo que estaba escrito en la ley. ‘Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente. Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. En estos dos mandamientos se sostienen toda la Ley y los Profetas’. Nos deja así un magnífico y breve resumen porque nos habla del amor a Dios pero también del amor al prójimo.

No se entretiene Jesús aquí en explicaciones. Las palabras de la ley del Señor están claras. Somos nosotros ahora los que tenemos que ver cómo expresamos ese amor a Dios y cómo tendrá que reflejarse en la vida; tendremos que ver nosotros qué es lo que entendemos como prójimo y hasta donde vamos a llegar en ese amor al prójimo. Tenemos que amar y amar con toda intensidad; tenemos que amar a Dios como tenemos que amarnos a nosotros mismos, porque si no somos capaces de amarnos a nosotros mismos ¿cuál va a ser el amor que le tengamos a los demás? Es la medida que Jesús nos está poniendo, el cauce de lo que ha de ser nuestro amor.

¿Andaremos nosotros también haciéndonos la misma pregunta de cuál es lo principal? Reconozcamos que tenemos que hacérnosla, porque no sé si siempre estaremos buscando para cumplir lo que es lo principal. Y es que cuando vamos buscando cumplimientos es que vamos buscando cosas que hacer, como quien acumula méritos, como quien busca cosas satisfactorias, como quien está buscando unos protocolos porque sabemos que si no nos salimos de ellos haremos las cosas bien. Pero ¿no nos estaremos quedando en cosas externas o en superficialidades? Como quien se pone ‘guapito’ exteriormente para satisfacer su vanidad, mantener la apariencia y la forma mientras interiormente estamos muy lejos de aquello que queremos representar.

Busquemos lo que va a dar verdadera grandeza a la persona, que es el amor.

jueves, 19 de agosto de 2021

Cuidado nuestros ojos se vuelvan opacos y no tengamos la sensibilidad de descubrir el valor del banquete del Reino al que Jesús nos invita

 


Cuidado nuestros ojos se vuelvan opacos y no tengamos la sensibilidad de descubrir el valor del banquete del Reino al que Jesús nos invita

 Jueces 11.29-39ª; Sal 39; Mateo 22,1-14

¿Por qué no habrá venido a la comida? Ni siquiera una disculpa, esperando estábamos pero no se hizo presente. Nos habrá sucedido. Un cumpleaños, una cena especial en un aniversario, algo que casi entraba ya en la rutina de todos los años. Eran unos amigos a los que apreciábamos mucho, y disfrutábamos comiendo juntos, pero esta vez no se hizo presente. Nos sentimos mal, en cierto modo defraudados, pensando si en algún momento habíamos tenido algún desaire con esa persona, que ahora nos pagaba no haciéndose presente en aquella comida que siempre celebrábamos juntos y que con tanta ilusión habíamos preparado. ¿Habrá pasado algo por nuestra parte? Cosas que nos pasan en la vida.

Algo así es la parábola que Jesús hoy nos propone en el evangelio y que en principio estaba dirigida a los sumos sacerdotes y a los ancianos del sanedrín. Hace referencia el evangelista. En este caso se nos habla de una boda y de muchos invitados que pasan, como se suele decir, olímpicamente de aquella invitación que les habían hecho; cada uno se fue a sus cosas. Pero el banquete se celebró de todas formas, porque salieron a las plazas y a los cruces de los caminos y a todos los que encontraron los invitaron para que fueran al banquete. La sala se llenó de comensales.

Una referencia muy clara en la parábola de Jesús a lo que había sido la propia historia de Israel, a quien Dios se había manifestado de manera especial y había caminado con ellos en su historia. Tal es así que la historia del pueblo de Israel la llamamos la historia de la salvación. Es la historia del amor de Dios por su pueblo que manifiesta así el amor que nos tiene a todos. Pero no siempre el pueblo de Israel respondió a las muestras del amor de Dios. Ahora estaba Jesús en medio de ellos y les ofrecía participar de ese banquete de luz y de vida que era el Reino de Dios y era rechazado. Seguían con sus intereses y sus rutinas. Pero en la parábola está incluida esa voluntad salvífica de Dios que ofrece la salvación a todos los pueblos, a todos los hombres.

Pero es aquí donde tenemos que detenernos para no quedarnos en el juicio que podamos hacer de la respuesta o no del pueblo de Israel y en este caso sus dirigentes que rechazaban a Jesús. Estamos escuchando este pasaje del evangelio como palabra de Dios para nosotros hoy. Somos nosotros los que nos tenemos que sentir interpelados por esa invitación del Señor a ese banquete de vida y de luz que es el Reino de Dios que se nos ofrece. Muchas son las señales de esa llamada que el Señor nos va dejando, pero que sin embargo nosotros también muchas veces andamos tan distraídos que no somos capaces de captar esa llamada.

Es la propia proclamación de la Palabra de Dios que se nos ofrece cada día o cada semana en las celebraciones a las que asistimos; pero son también tantos signos y tantas llamadas que Dios nos va poniendo al borde del camino de la vida en aquellas misma cosas que nos suceden y que no siempre sabemos interpretar. Si antes decíamos que la historia del pueblo de Israel la llamamos historia de la salvación porque nos manifiesta cómo Dios se va haciendo presente en esa historia, lo mismo tendríamos que decir ya sea de nuestra propia historia personal o ya sea de la historia de nuestro mundo en aquellos acontecimientos que se van sucediendo.

El creyente de verdad ha de tener ojos de fe para leer esa historia  y leer ese actuar de Dios o esas llamadas que el Señor nos hace. Son los signos de los tiempos que no solo vemos en grandes acontecimientos, sino en el acontecer sencillo de cada día, donde podemos encontrar siempre un signo del amor que Dios nos tiene.

Pero nuestros ojos de fe algunas veces se vuelven opacos y no sabemos ver; nos encandilamos con tantas cosas que ya no sabemos descubrir la luz verdadera; es como si nos faltara el traje de fiesta de aquel que entró al banquete y no lo tenía. ¿Qué buscaba satisfacer aprovechando aquella comida que se le ofrecía? Algunas veces nos sucede a nosotros algo así. Son tantos los intereses y los apegos que envuelven nuestra vida que perdemos la sensibilidad para lo más hermoso. Y hemos perdido la sensibilidad espiritual, o el sentido de trascendencia, o la esperanza de un cielo nuevo que Dios nos ofrece y ya ni siquiera pensamos en la vida eterna. Cuidémonos de cuanto puede volver opaca nuestra vida.

miércoles, 18 de agosto de 2021

Siempre hay una hora donde podemos de nuevo comenzar a sembrar porque grande y amplio es el campo que tenemos ante nosotros

 


Siempre hay una hora donde podemos de nuevo comenzar a sembrar porque grande y amplio es el campo que tenemos ante nosotros

Jueces 9,6-15; Sal 20; Mateo 20, 1-16a

¿A dónde voy yo a estas alturas?, pensamos algunas veces.  Bien porque nos parece que se nos ha pasado la hora, y ya llegamos tarde, bien porque pensamos qué es lo que podemos nosotros aportar si ya hay tanta gente que está haciendo cosas. Lo pensamos en referencia a nuestras actividades de la vida social, nuestra relación con los demás, o los compromisos que podríamos adquirir. Lo pensamos porque quizás ya nos creemos mayores y que nuestra hora se ha pasado, y que quizás ya nuestra vida se ha de reducir a ir viviendo sin más pero sin complicarnos demasiado las cosas. Lo pensamos en todo lo que significa el progreso de nuestra propia vida, en los deseos de superación que tendríamos que tener, en las cosas que podríamos mejorar en nosotros mismos o incluso en el desarrollo de valores que podemos tener ocultos ahí en nosotros y nos da pereza hacerlos salir a flote.

Muchas son las cosas que podríamos pensar en este sentido. Mucha puede ser la pasividad con la que vivamos, o quizá las cansancios que han ido apareciendo en la vida desde frustraciones de cosas no logradas, de fracasos en algunos momentos y ya pensamos que a dónde vamos a ir.

Hoy Jesús con su parábola en el evangelio nos da respuesta. Nunca podremos decir que es demasiado tarde, nunca podremos pensar que se nos pasó la hora; nunca nos podemos resignar a decir aquí no hay nada que hacer o yo no puedo aportar nada; nunca cabe la pasividad en la vida de quedarnos simplemente sentados en la plaza sin salir al encuentro de algo nuevo que siempre se nos puede ofrecer; nunca podemos pensar que ya es tarde para comenzar a esta hora; nunca nos podemos dejar envolver por actitudes pasivas ni por el conservadurismo que ya todo está hecho porque otros lo han hecho muy bien y yo nada puedo aportar. Siempre hay un momento para comenzar.

Es el hombre que salió a buscar jornaleros para su vida desde muy de mañana, pero que luego siguió saliendo en distintas horas del día e incluso cuando parecía que ya todo se iba a acabar, y siempre encontró a alguien nuevo que enviar a su viña. Para todos tenía su denario.

Pensamos en la vocación y la llamada que nos hace el Señor que puede ser a cualquier hora del día de nuestra vida, pero tenemos que pensar también en ese campo abierto que tenemos ante nosotros y en el que tenemos tanta semilla que sembrar. Un testimonio, una palabra, un gesto, una mano tendida hacia el otro lo podemos hacer o lo podemos dar en cualquier hora de nuestra vida.

Siempre hay en ti una buena semilla que sembrar, siempre hay la posibilidad de un campo abierto ante tu vida donde puedes realizar tu labor. No podemos andar con cobardías ni mezquindades, no nos podemos quedar en conservadurismos ni pasividades, no podemos ir enterrando talentos sin hacerlo fructificar, no podemos seguir parapetándonos tras nuestras comodidades que muchas veces son cobardías.

Lo hacemos por la gloria de Dios. Eso es lo importante. No nos podemos quedar en nuestros cálculos humanos para sacar nuestros rendimientos. No podemos andar con medidas ni contabilidades de lo que hemos hecho o dejado de hacer. Nuestro premio es el Señor. En sus manos nos ponemos con toda confianza porque ya es un gozo grande poder trabajar en la viña del Señor. Y el Señor sigue confiando en nosotros.

martes, 17 de agosto de 2021

En las cosas del reino de Dios tenemos que comenzar a mirar todo con una nueva óptica para descubrir qué es lo que nos hace verdaderamente grandes

 


En las cosas del reino de Dios tenemos que comenzar a mirar todo con una nueva óptica para descubrir qué es lo que nos hace verdaderamente grandes

Jueces 6,11-24ª; Sal 84; Mateo 19, 23-30

Hemos de reconocer que es una lucha interior que todos sostenemos, aunque incluso muchas veces no seamos del todo conscientes de ella, entre el ser y el tener. Viene a definir nuestra vida, nuestros valores, los principios por los que nos guiamos, lo que realmente somos. Muchas veces hemos pasado gran parte de nuestra vida dejándonos arrastrar por ese afán de tener o de poseer que nos olvidamos del yo más íntimo y más profundo de la persona. Hemos quizás edificado nuestra vida como un edificio de cosas y no nos preocupamos tanto de lo que realmente somos. ¿Qué es lo importante para mí? ¿Dónde en verdad fundamento mi vida?

Desde este discernir con claridad cuál es lo importante en mi vida, lo que tengo o lo que soy, surge todo lo que hoy nos dice Jesús en el evangelio. La ocasión había partido de aquel joven que se había acercado a Jesús con buena voluntad para seguirle, pero cuando Jesús le quiso aclarar que no son las cosas lo que realmente hace a la persona, y que entonces a la hora de seguirle no importa lo que tengamos o no tengamos, cuando Jesús le pide que sea capaz de desprenderse de todo, aquel joven dio media vuelta y se marchó. Era muy rico.

Por eso afirma categóricamente Jesús lo difícil que es a los ricos entrar en el Reino de los cielos. No es el tener o no tener, nos viene a decir Jesús, sino sobre qué estamos fundamentando nuestra vida, dónde ponemos nuestros apoyos y seguridades, ¿en lo que tenemos? Cuando tengas como si no tuvieras porque para ti lo importante es lo que eres, entonces comenzarás a comprender lo que es el camino del Reino de Dios.

Cuantos nos encontramos en los caminos de la vida que van haciendo alarde de sus títulos, de sus categorías, de las escrituras de propiedad de sus posesiones. Vanidad y nada más que vanidad. Tú no eres la casa que tienes ni las joyas que poseas y de las que quieres alardear. Otras son las joyas que tenemos que buscar en esos valores que cultivamos en nuestro interior. Lo que tú eres es tu verdadera riqueza, la generosidad que haya en tu corazón, la rectitud con que vivamos tu vida, el compromiso que sientes por los demás, la misericordia que eres capaz de poner en tu corazón es lo que verdaderamente te hace grande.

Como medimos todo desde la óptica de lo material nos cuesta entender. Nos parece que no es posible vivir de otra manera. Y terminamos dependiendo de las cosas, de lo que tenemos, y no sabemos encontrar ni valorar la verdadera grandeza de la persona, los verdaderos valores. Hasta en el tema de alcanzar la salvación parece que tenemos que ir acumulando cosas, acumulando méritos; y hasta hacemos alarde de lo religiosos que somos, de los rosarios que hemos rezado y de las misas que he oído; y lo digo así, misas oídas, porque muchas veces pueden quedarse en eso y nada más.

Por eso escuchamos a los discípulos plantearle a Jesús que lo de salvarse es imposible, que si ellos lo han dejado todo para seguirle, y ya estarán pidiendo lugares de honor, como los dos que pidieron los primeros puestos. Y nos olvidamos el por qué de las cosas, el por qué seguimos a Jesús, lo que verdaderamente encontramos que nos llene por dentro cuando seguimos a Jesús. Porque no vamos buscando seguridades, ni certificados que nos garanticen nada. Por eso terminará diciéndonos Jesús que tenemos que ser capaces de hacernos los últimos. Entonces sí lo entenderíamos.

¿Cuál es el verdadero tesoro que quieres guardar en el cielo?

 

lunes, 16 de agosto de 2021

Aspiremos a lo mejor aunque nos cueste mucho superarnos, desterremos tantos miedos que se nos meten en la vida y no nos quedemos en el entusiasmo de un momento

 


Aspiremos a lo mejor aunque nos cueste mucho superarnos, desterremos tantos miedos que se nos meten en la vida y no nos quedemos en el entusiasmo de un  momento

Jueces 2,11-19; Sal 105; Mateo 19,16-22

El entusiasmo a veces nos traiciona. Cuantas veces habremos visto a alguien tan ilusionado con los proyectos que tiene, con sus sueños, que parece que se va a tragar el mundo. Está dispuesto a hacer maravillas, en sus sueños ve las soluciones fáciles para los problemas que se le puedan presentar, se siente fuerte y entusiasmado y trata de arrastrarnos a nosotros también con su entusiasmo. Quizás podemos ser más pesimistas, vamos de cansados por la vida, tenemos el peso de sueños que no logramos, de fracasos que hemos tenido y nos hieren en lo más hondo, y nos ponemos quizás a la expectativa de lo que pudiera suceder, de ver cómo le van a salir las cosas a nuestro amigo con sus sueños.

¿Tendríamos que alentarlo? ¿Tendríamos que hacerle ver la realidad? ¿Tendríamos que creer en él y que es posible la realización de todo lo que lleva en su cabeza? Algunas veces no sabemos bien qué hacer. También nos creemos buenos y más o menos hemos querido ir haciendo las cosas con cierta madurez y sensatez, pero cuando nos pidieron un paso más adelante cogimos miedo, no fuimos capaces de lanzarnos, nos quedamos cortos en la diana a la que tendríamos que haber aspirado conseguir.

Hoy se acerca alguien a Jesús que viene con entusiasmo atraído quizás por las palabras y los signos que Jesús va realizando. ‘¿Qué tengo que hacer de bueno para heredar la vida eterna?’ es la pregunta que le plantea a Jesús. Hay buena voluntad, hay buenos deseos. Quiere alcanzar aquello que Jesús les está proponiendo cuando les anuncia el Reino de Dios. Tiene además un corazón bueno. Cuando Jesús le dice que cumpla con los mandamientos, ahí está lo que es la voluntad de Dios, aquel joven dirá que eso lo ha cumplido desde siempre. Un joven que ha sido bien educado en su fe y en su religiosidad, un joven con una rectitud admirable en su vida pues el cumplimiento de los mandamientos ha sido el pan nuestro de cada día.

Es ahora cuando Jesús le lanza a metas más altas. Ha de pasar por el desprendimiento de todo, un vaciarse totalmente de si mismo desde su yo hasta todas aquellas cosas que posee que pueden ser apegos en el corazón. ‘Si quieres ser perfecto, anda, vende tus bienes, da el dinero a los pobres – así tendrás un tesoro en el cielo - y luego ven y sígueme’. Y es aquí donde se desinfló.

Aquello que posee no es que sean cosas malas; son los bienes obtenidos fruto de su trabajo, es lo que haya podido recibir de sus padres, son las cosas que posee para su uso y disfrute en su vida normal de cada día. No es malo. Pero a un corazón grande como Jesús vislumbra en aquel joven se le puede pedir dar un salta adelante. Hay inquietud en su corazón, tiene deseos también de seguir a Jesús, ha vivido una vida de fidelidad en el cumplimiento de los mandamientos del Señor, pero aquel joven está llamado a algo más, a algo grande. Ese tesoro no se puede quedar apegado a su corazón sino que tiene que ser un tesoro que ha de saber guardar en el cielo. Para eso ha de desprenderse de todo para compartir todo.

¿Podremos dar ese paso adelante que se nos pide? Cuantas veces nos llenamos de dudas y de miedos en nuestro interior cuando vemos la posibilidad de hacer algo mejor y distinto. Siendo incluso buenos y haciendo las cosas bien podemos tener la tentación de acomodarnos, de caer en la rutina, de no intentar buscar algo nuevo y distinto, de mejorar incluso aquello que ya tenemos.

Nos sucede en muchos aspectos de la vida en que preferimos la comodidad de lo que ya estábamos acostumbrados a hacer, que intentar algo nuevo y que puede ser mejor. Nos sucede desgraciadamente en el camino de nuestra vida cristiana en que ya no aspiramos a la perfección sino a hacer las cosas como siempre las hemos hecho.

Y quizá hay unos tesoros escondidos en nuestro interior que no somos capaces de sacar a flote y ponerlos a producir. No enterremos los talentos. Aspiremos a lo mejor, a la perfección aunque nos cueste mucho superarnos en tantas cosas. Desterremos de nosotros tantos miedos que se nos meten en la vida. No nos quedemos en el entusiasmo de un  momento que se puede apagar sino que tengamos verdaderas ansias de crecimiento.

domingo, 15 de agosto de 2021

En la fiesta de la Asunción nos alegramos los hijos en la glorificación de la Madre y al tiempo sentimos el estímulo de María como un faro de luz que ilumina nuestra esperanza

 


En la fiesta de la Asunción nos alegramos los hijos en la glorificación de la Madre y al tiempo sentimos el estímulo de María como un faro de luz que ilumina nuestra esperanza

Apocalipsis 11, 19a; 12, 1. 3-6a. 10ab; Sal 44; 1Corintios 15, 20-27ª; Lucas 1, 39-56

Celebramos hoy una fiesta muy hermosa de la Virgen que se traduce en numerosas advocaciones con las que queremos invocarla en multitud de pueblos y lugares. Comienzo por mi tierra en que hoy la celebramos como patrona de nuestras islas, de todo el archipiélago en su advocación de Nuestra Señora de Candelaria, aunque como fiesta propia de esta advocación la tenemos el dos de febrero. 


Sin embargo en nuestras islas y sobre todo en la isla de Tenerife todos los caminos conducen estos días a Candelaria; si no hubiera sido por la pandemia que limita nuestros movimientos y encuentros desde hace días nos hubiéramos encontrado por los caminos de la isla peregrinos que se dirigirían a la Basílica de la Patrona.

No voy a entrar en otras numerosas advocaciones con que invocamos a la Virgen en este día en tantos lugares y en tantos pueblos, sino vamos a centrarnos en lo que litúrgicamente celebramos en este día. Hoy es el día, podríamos decirlo así, del triunfo pascual de María cuando celebramos su gloriosa Asunción en cuerpo y alma a los cielos. Es la culminación de la vida de María y de su plena unión con Jesucristo, su Hijo y nuestro Salvador. Si Jesús nos dijera un día que quería que donde El estuviera estuviéramos nosotros también y por eso va al Padre y nos prepara sitio, qué podríamos decir de lo que Jesús querría para su Madre María.

El final del decurso de su vida terrenal culmina con esta glorificación de María en que Cristo quiere hacerla a Ella como primicia partícipe de su misterio de Redención. La había hecho toda pura e inmaculada en su Concepción porque iba a ser la Madre de Dios en virtud de los méritos de Jesucristo, como confesamos en los artículos de nuestra fe, como no la va a hacer partícipe de su resurrección en su glorificación en cuerpo y alma a los cielos.

Y decimos que ella es como primicia, porque es el camino al que estamos llamados todos los que creemos en Jesús. María, siempre lo decimos, es el mejor modelo de lo que es el seguimiento de Jesús. Así plantó ella en su vida la Palabra de Dios. Era como su lema y como su meta. Aquellas palabras que pronuncia ante el ángel en Nazaret no fueron fruto solo del fervor de un momento incluso con todo lo sublime que era aquel instante de la Encarnación, pero si ella fue capaz de decir ‘hagase en mi según tu palabra’, es porque ella ya en su vida se había dejado envolver totalmente por la Palabra de Dios. ‘Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica’, la plantan en su vida diría Jesús, lo que era como una alabanza a su madre, la que así se había dejado conducir por la Palabra de Dios.

¿Cómo no iba ella a prorrumpir en ese cántico de alabanza y acción de gracias a Dios que en ella había hecho obras grandes, fijándose en la humildad de su esclava? Solo quien vivía una espiritualidad profunda porque se había dejado traspasar por el Espíritu podía ser capaz de pronunciar tan hermoso cántico.

Un cántico que además se convierte en profético porque irá describiendo como todo se transforma y transfigura cuando nos dejamos inundar por la misericordia del Señor y nos dará las señales de ese mundo nuevo que va a surgir y que es el Reino de Dios. Un mundo donde son exaltados los humildes, un mundo que nos ofrecerá un orden nuevo donde los pobres y los hambrientos serán saciados mientras que aquellos que se consideraba a sí mismos hartos ahora se sentirán vacíos. Es todo un resumen del mensaje del evangelio, un resumen de la buena nueva del Reino de Dios que comienza.

Hoy con esta fiesta de la Asunción de María sentimos el gozo de los hijos cuando ven la gloria de la Madre, su glorificación al ser llevada en cuerpo y alma a los cielos. Es un momento para felicitarnos con María al tiempo que en ella nos sentimos estimulados en nuestro camino, y con ella renacen nuestras esperanzas. María viene a ser así como un impulso para nuestro camino y para nuestra esperanza; con la Asunción de María de alguna manera nos quedamos como atónitos y estupefactos al contemplarla en su glorificación, pero nos sentimos impulsados a seguir haciendo el camino donde queremos hacer presente esas señales del Reino de Dios entre nosotros.

En ocasiones podemos sentir el cansancio en nuestras luchas y en nuestros esfuerzos por hacer un mundo mejor, nos sentimos quizás en momentos algo defraudados porque nos parece que el mal avanza demasiado en medio de nuestro mundo, pero ahí está la presencia de la madre que nos alienta, que se pone a nuestro lado en el camino, que nos impulsa a dar un paso más, a poner un nuevo esfuerzo, a poner más ánimo en nuestro corazón. Es lo que hacen las madres con los hijos que con su presencia les alientan y les animan.

Así sentimos la presencia de María en esta fiesta que hoy estamos celebrando. Mitiga nuestras lágrimas ante los sinsabores de la vida y con su consuelo alivia nuestros corazones tantas veces de mil maneras atormentados. Es aliento y es esperanza, es fuerza nueva que nos da un nuevo impulso para caminar. En su imagen bendita de la Candelaria que hoy los canarios de manera especial contemplamos la sentimos como un faro de luz, en esa candela que lleva en sus manos, para ir delante de nosotros alumbrándonos el camino y haciéndonos vislumbrar nuestras metas finales.