Cuidado
nuestros ojos se vuelvan opacos y no tengamos la sensibilidad de descubrir el
valor del banquete del Reino al que Jesús nos invita
Jueces 11.29-39ª; Sal 39; Mateo
22,1-14
¿Por qué no habrá venido a la comida?
Ni siquiera una disculpa, esperando estábamos pero no se hizo presente. Nos
habrá sucedido. Un cumpleaños, una cena especial en un aniversario, algo que
casi entraba ya en la rutina de todos los años. Eran unos amigos a los que
apreciábamos mucho, y disfrutábamos comiendo juntos, pero esta vez no se hizo
presente. Nos sentimos mal, en cierto modo defraudados, pensando si en algún
momento habíamos tenido algún desaire con esa persona, que ahora nos pagaba no haciéndose
presente en aquella comida que siempre celebrábamos juntos y que con tanta ilusión
habíamos preparado. ¿Habrá pasado algo por nuestra parte? Cosas que nos pasan
en la vida.
Algo así es la parábola que Jesús hoy
nos propone en el evangelio y que en principio estaba dirigida a los sumos
sacerdotes y a los ancianos del sanedrín. Hace referencia el evangelista. En
este caso se nos habla de una boda y de muchos invitados que pasan, como se
suele decir, olímpicamente de aquella invitación que les habían hecho; cada uno
se fue a sus cosas. Pero el banquete se celebró de todas formas, porque
salieron a las plazas y a los cruces de los caminos y a todos los que
encontraron los invitaron para que fueran al banquete. La sala se llenó de
comensales.
Una referencia muy clara en la parábola
de Jesús a lo que había sido la propia historia de Israel, a quien Dios se
había manifestado de manera especial y había caminado con ellos en su historia.
Tal es así que la historia del pueblo de Israel la llamamos la historia de la salvación.
Es la historia del amor de Dios por su pueblo que manifiesta así el amor que
nos tiene a todos. Pero no siempre el pueblo de Israel respondió a las muestras
del amor de Dios. Ahora estaba Jesús en medio de ellos y les ofrecía participar
de ese banquete de luz y de vida que era el Reino de Dios y era rechazado.
Seguían con sus intereses y sus rutinas. Pero en la parábola está incluida esa
voluntad salvífica de Dios que ofrece la salvación a todos los pueblos, a todos
los hombres.
Pero es aquí donde tenemos que
detenernos para no quedarnos en el juicio que podamos hacer de la respuesta o
no del pueblo de Israel y en este caso sus dirigentes que rechazaban a Jesús.
Estamos escuchando este pasaje del evangelio como palabra de Dios para nosotros
hoy. Somos nosotros los que nos tenemos que sentir interpelados por esa invitación
del Señor a ese banquete de vida y de luz que es el Reino de Dios que se nos
ofrece. Muchas son las señales de esa llamada que el Señor nos va dejando, pero
que sin embargo nosotros también muchas veces andamos tan distraídos que no
somos capaces de captar esa llamada.
Es la propia proclamación de la Palabra
de Dios que se nos ofrece cada día o cada semana en las celebraciones a las que
asistimos; pero son también tantos signos y tantas llamadas que Dios nos va
poniendo al borde del camino de la vida en aquellas misma cosas que nos suceden
y que no siempre sabemos interpretar. Si antes decíamos que la historia del
pueblo de Israel la llamamos historia de la salvación porque nos manifiesta
cómo Dios se va haciendo presente en esa historia, lo mismo tendríamos que
decir ya sea de nuestra propia historia personal o ya sea de la historia de
nuestro mundo en aquellos acontecimientos que se van sucediendo.
El creyente de verdad ha de tener ojos
de fe para leer esa historia y leer ese
actuar de Dios o esas llamadas que el Señor nos hace. Son los signos de los
tiempos que no solo vemos en grandes acontecimientos, sino en el acontecer
sencillo de cada día, donde podemos encontrar siempre un signo del amor que
Dios nos tiene.
Pero nuestros ojos de fe algunas veces
se vuelven opacos y no sabemos ver; nos encandilamos con tantas cosas que ya no
sabemos descubrir la luz verdadera; es como si nos faltara el traje de fiesta
de aquel que entró al banquete y no lo tenía. ¿Qué buscaba satisfacer
aprovechando aquella comida que se le ofrecía? Algunas veces nos sucede a
nosotros algo así. Son tantos los intereses y los apegos que envuelven nuestra
vida que perdemos la sensibilidad para lo más hermoso. Y hemos perdido la
sensibilidad espiritual, o el sentido de trascendencia, o la esperanza de un
cielo nuevo que Dios nos ofrece y ya ni siquiera pensamos en la vida eterna. Cuidémonos
de cuanto puede volver opaca nuestra vida.
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