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sábado, 7 de mayo de 2016

Nos sentimos envueltos en el amor y la ternura de Dios y así nosotros le amamos y queremos hacer siempre su voluntad

Nos sentimos envueltos en el amor y la ternura de Dios y así nosotros le amamos y queremos hacer siempre su voluntad

Hechos 18,23-28; Sal 46; Juan 16, 23b-28

Como madre quizá te habrás visto encantada cuando has apreciado que tu hijo tiene un amigo que lo quiere mucho y que está dispuesto a hacer por su amigo, por tu hijo, lo que sea para ayudarlo. Seguro que en tu corazón de madre has comenzado a querer al amigo de tu hijo y hasta hayas llegado a manifestarle cuanto te agrada ese amistad tan sincera y de alguna manera hasta has comenzado a quererlo, por el cariño que le tiene a tu hijo, como si fuera uno de los tuyos también. Y es que cuando vemos que quieren mucho a aquellos que nosotros amamos, comenzamos también a quererlos y ya los miramos como algo nuestro.
He pensado en esta experiencia humana que quizá hayamos vivido de alguna forma para entender bien lo que Jesús nos está diciendo del amor del Padre por nosotros. ‘El Padre mismo os quiere, porque vosotros me queréis y creéis que yo salí de Dios’. Amamos a Jesús porque en El hemos puesto toda nuestra confianza; queremos escucharle y queremos seguirle, a pesar incluso de nuestras debilidades. Así nos ama Dios. Pero fijémonos en esa ternura de Dios. ‘El Padre mismo os quiere, porque vosotros me queréis…’ Es un gozo grande que hemos de sentir en nuestra alma porque nos sentimos amados de Dios.
Por eso hoy Jesús nos invita a que pidamos al Padre en el nombre de Jesús. Tenemos la certeza de que somos escuchados porque el Padre nos ama y cuanto pidamos en el nombre de Jesús El nos lo concederá. ‘Yo os aseguro, nos dice, si pedís algo al Padre en mi nombre, os lo dará. Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre; pedid, y recibiréis, para que vuestra alegría sea completa’.
Podríamos recordar aquí todos aquellos momentos en que Jesús a lo largo del evangelio nos enseña a pedir a Dios con la confianza de un hijo que se acerca a su padre. Podríamos recordar aquel momento en que Pedro echa las redes en el nombre de Jesús. Podríamos recordar cómo Jesús nos enseña a orar y nos da como modelo de oración el Padrenuestro, que precisamente comienza con esas palabras de confianza y de amor llamando a Dios Padre.
Sintámonos siempre envueltos en el amor de Dios, por la ternura y la misericordia de Dios y con esa confianza del amor hagamos con sentido nuestra oración.

viernes, 6 de mayo de 2016

Vivamos siempre la alegría de la fe y la satisfacción de la semilla que cada día sembramos porque lo hacemos con esperanza

Vivamos siempre la alegría de la fe y la satisfacción de la semilla que cada día sembramos porque lo hacemos con esperanza

Hechos 18,9-18; Sal 46; Juan 16,20-23a

Sigue insistiéndonos Jesús en la alegría que tiene que haber en nuestra vida.  ‘Pero volveré a veros, y se alegrará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestra alegría’. Y nos habla de la mujer que va a dar a luz en medio de los dolores del parte, pero que cuando ha nacido la criatura su corazón se llena de una alegría que nadie le puede quitar.
Es la alegría grande que sentimos siempre en nuestro corazón por el don de la fe. Es la alegría grande por la semilla sembrada aunque haya sido con dolor. Es la alegría y la satisfacción gozosa por el bien que hayamos hecho, por el deber cumplido, por la buena obra que hayamos realizado, por el gozo compartido, por el sufrimiento aceptado y  vivido como una ofrenda de amor.
Muchas veces nos cuestan las cosas. No siempre es fácil. Es necesario esfuerzo y mantener la constancia en la voluntad para llevar adelante esa obra buena que queremos realizar aunque nos cueste muchos sacrificios. Mantenernos en fidelidad frente a tantas cosas que nos tientan al desánimo, a tirar la toalla, a abandonar porque vemos que son muchas las dificultades no es fácil. Más aun cuando quizá no vemos respuesta, no se nos valora aquello que hacemos y no ya solo por los contrarios sino quizá muchas veces dentro mismo de nuestro grupo o nuestra comunidad.
Muchas veces nos sucede como aquello de la parábola que sembramos buena semilla y no podemos recoger fruto, o más bien vemos que en medio de nuestro trigo aparecen las malas hierbas, la cizaña que envenena nuestra cosecha, y podemos sentir la tentación de arrancarlo todo, como aquellos obreros de la parábola; pero hemos de saber tener paciencia, la paciencia que Dios tiene continuamente con nosotros que no siempre damos buena respuesta,  no siempre quizá damos los frutos que se nos pide, pero Dios sigue confiando, Dios sigue esperando nuestra buena respuesta.
Por eso hoy nos está señalando Jesús que no nos puede faltar en nuestro corazón la alegría en medio de las dificultades que nace de la esperanza. Al final nuestra alegría será completa. No lo veremos en plenitud en esta vida, pero nosotros sabemos darle trascendencia a lo que hacemos y sabemos que caminamos a una vida en plenitud, a una felicidad en plenitud que solo podremos encontrar en Dios, en la plenitud de su vida.
Pero mientras ahora vamos caminando sepamos sentir la satisfacción de todo eso bueno que logramos o que al menos intentamos. Que no nos falte nunca esa alegría en nuestro corazón que se refleje también en nuestro semblante. Nuestra sonrisa alegrará también el corazón de los que sufren a nuestro lado. Ya está bien de semblantes serios en el rostro de tantos cristianos que parece que van amargados por la vida. Eso no tiene ningún sentido en un cristiano que vive hondamente su fe. ¿Será que falta la esperanza y por eso no hay alegría y paz también en los momentos que no son tan fáciles? Recordemos aquello que decían los santos, ‘que un santo triste es un triste santo’.

jueves, 5 de mayo de 2016

Con Jesús la negrura de la tristeza y el pesimismo no nos puede vencer sino que siempre tiene que brillar la luz de la alegría y la paz

Con Jesús la negrura de la tristeza y el pesimismo no nos puede vencer sino que siempre tiene que brillar la luz de la alegría y la paz

Hechos 18, 1-8; Sal 97; Juan 16,16-20

‘Vuestra tristeza se convertirá en alegría…’ Nos habla Jesús hoy de tristezas y alegrías. Nos dice el diccionario que la tristeza es ese sentimiento de dolor anímico producido por un suceso desfavorable que suele manifestarse con un estado de ánimo pesimista, la insatisfacción y la tendencia al llanto’.
Nos suceden cosas desagradables en la vida, porque bien sabemos que no todo es un camino de rosas, pero aun así las rosas tienen espinas; nos vienen contratiempos con los problemas que nos van surgiendo, enfermedades, amistades que se rompen, traiciones, envidias que nos hacen daño; quizá encontramos oposición a nuestras ideas y no sabemos como afrontar las situaciones con las que nos tenemos que enfrentar; no nos sentimos satisfechos con lo que vamos logrando o acaso nos sentimos fracasados en la vida; muchas cosas que nos pueden amargar el corazón, entristecer el alma, llenarnos de pesimismo y de negruras.
No olvidemos que las palabras que hoy le escuchamos a Jesús están en el marco de la cena pascual y forma parte de aquella conversación – llamémosla así – de despedida en que Jesús les va anunciando los acontecimientos inmediatos sino también como preparándolos para el nuevo camino que han de emprender. Muchas veces les ha hablado de las persecuciones que han de sufrir y tanto en referencia a una como a otra cosa están estas palabras que hoy escuchamos.
La muerte de Jesús va a aparecer como un triunfo inmediato de aquellos que quieren quitarlo de en medio, pero Jesús les está anunciando el triunfo verdadero de la resurrección. Ya escucharemos la alegría que iban a sentir en su encuentro con Cristo resucitado. Pero quiere decirnos mucho más Jesús. Es una referencia a esa alegría profunda que ha de vivir el cristiano siempre cualquiera que sea la situación por la que pase. Siempre podemos y tenemos que sentir la presencia de Cristo con nosotros.
En los caminos de la vida, como reflexionábamos al principio, nos encontramos muchas cosas que pueden entristecernos el alma. En el camino de nuestra vida cristiana, en el camino que como Iglesia seguimos haciendo en el hoy de nuestra historia también tenemos la tentación del desánimo, de la desesperanza, del entristecernos porque nos pueda parecer que la luz no brilla siempre en todo su esplendor.
Las situaciones de increencia que podamos contemplar a nuestro alrededor, la oposición que encontramos en las fuerzas del mal que parecen que quieren oscurecer nuestro mensaje del evangelio, las trabas de todo tipo que podamos encontrar en el anuncio del evangelio, las adversidades de todo tipo que van apareciendo y que nos pueden hacer difícil nuestro camino y nuestro testimonio nos pueden entristecer.
Es lo que Jesús nos anuncia. Pero escuchemos su Palabra en su totalidad. Nos habla de una alegría que nadie nos puede arrebatar. Esa paz que con Jesús llevamos en nuestro corazón no la podemos perder de ninguna manera. Ponemos nuestra fe y toda nuestra esperanza en el Señor. Y eso que pudiera parecer tristeza tiene que convertirse en alegría y en alegría de la mejor.
Con nosotros está el Señor y el poder del abismo no podrá contra la Iglesia, no podrá contra el mensaje cristiano. Tenemos la Palabra de Jesús, tenemos su presencia, tenemos la fuerza de su Espíritu. Confiemos. 

miércoles, 4 de mayo de 2016

Con la fuerza del Espíritu la Iglesia camina en fidelidad, pidamos que nos ilumine, llene y transforme nuestros corazones con el fuego de su amor

Con la fuerza del Espíritu la Iglesia camina en fidelidad, pidamos que nos ilumine, llene y transforme nuestros corazones con el fuego de su amor

Hechos 17,15.22-18,1; Sal 148; Juan 16,12-15

‘Muchas cosas me quedan por deciros… cuando venga El, el Espíritu de la Verdad, os guiará hasta la verdad plena…’
Cómo podremos recordar todas las cosas que nos ha dicho y enseñado, podían quizá estar pensado los discípulos. Muchas cosas habían contemplado, muchas cosas le habían visto hacer y en todas ellas había una enseñanza, muchas cosas le habían escuchado tanto cuando les hablaba a las multitudes como cuando a ellos en particular ya fuera en casa o cuando iban de camino o marchaban a solas con El a lugares apartados, ¿cómo iban a recordarlo todo?
Si estando Jesús con ellos y recordándoles continuamente las cosas tanto les costaba hacerlas, vivir aquellas actitudes nuevas que de El iban aprendiendo, seguían con aquellas ambiciones ocultas en su corazón que muchas veces reaparecían, ¿cómo harían cuando El no estuviera con ellos? ¿Quién podría darles seguridad de que lo que iban a hacer y enseñar lo harían con fidelidad a la Buena Nueva que les había anunciado Jesús del Reino nuevo de Dios?
‘Cuando venga El, el Espíritu de la Verdad, que os enviaré desde el Padre, os lo enseñará todo, os guiará hasta la verdad plena’. Era la promesa de Jesús. Por eso les dirá más tarde que se queden en Jerusalén hasta que se realice la promesa del Padre y entonces recibirán el Espíritu y habrán de marchar por todo el mundo, porque han de ser testigos de esa verdad y de esa salvación para que todo el que crea pueda alcanzar esa salvación.
Es la garantía con la que nosotros seguimos viviendo nuestra fe; es la garantía del camino de la Iglesia. Algunos podrán pensar que eso de la fe nos lo hemos inventado nosotros; algunos querrán acusar a la Iglesia que es una manipuladora de poder y que se inventa sus normas y sus leyes para guardarse en salud. Cosas así escuchamos en nuestro entorno; muchos verán a la iglesia como si fuera uno más de los poderes de este mundo y que los hombres nos hemos inventado.
Nosotros no lo vemos así, porque creemos en la Palabra de Jesús. Nosotros tenemos una fe que reconocemos que es un don de Dios que como hermosa semilla ha sembrado en nuestro corazón y que hace que tenga vida. Nosotros creemos en esa fuerza y en esa asistencia del Espíritu de Dios que nos guía, que nos ilumina, que conduce los caminos de la Iglesia. Nosotros creemos en la asistencia del Espíritu que nos hace mantenernos en esa plenitud de Verdad que es Cristo y su evangelio. Nosotros creemos en la Sabiduría de Dios que se nos manifiesta en el Espíritu que nos recuerda y nos hace vivas en nuestros corazones las Palabras de Jesús.
Con la fuerza del Espíritu la Iglesia camina en fidelidad. Si no fuera esa fuerza y esa gracia del Espíritu hace tiempo ya que la Iglesia se hubiera destruido a si misma, en las  manos de los hombres tentados a dejarnos arrastrar por nuestras ambiciones y llenos de nuestra vanagloria. Si la Iglesia sigue caminando en fidelidad es por la fuerza del Espíritu del Señor que la acompaña, la ilumina, la guía siempre hacia la verdad plena.
Nos acercamos a la fiesta de Pentecostés y el Evangelio nos va recordando las Palabras de Jesús que nos anuncian la venida del Espíritu. Oremos y pidamos que el Espíritu nos ilumine, llene y transforme nuestros corazones con el fuego de su amor.

martes, 3 de mayo de 2016

Confesando la fe pascual recibida de los apóstoles en la Cruz de Cristo que celebramos queremos seguir proclamando la victoria del amor y de la vida hoy

Confesando la fe pascual recibida de los apóstoles en la Cruz de Cristo que celebramos queremos seguir proclamando la victoria del amor y de la vida hoy

1Corintios 15, 1-8: Sal 18; Juan 14, 6-14
En esta fecha del tres de mayo quiero tener en cuenta en mi reflexión varios aspectos que confluyen en la celebración de este día y que creo que hemos de tener muy en cuenta. No olvidamos que seguimos en el espíritu del tiempo pascual que da color y sentido a todas las celebraciones de este tiempo, aunque hemos de tener en cuenta que este día la liturgia hace memoria de dos apóstoles del grupo de los Doce, Felipe y Santiago el Menor; por otra parte en la devoción popular este día está coloreado con el signo de la Cruz, en memoria de una antigua fiesta cristiana que hacia referencia al encuentro de la Cruz por parte de santa Elena, en Jerusalén en el entorno de lo que es hoy la Basílica del Santo Sepulcro o de la Resurrección.
Esta memoria de la cruz que se traduce en numerosas fiestas populares en nuestros pueblos y ciudades, con el enrame y adorno de la Cruz que marca muchos de nuestros caminos en pueblos y ciudades. Muchas son las ciudades también que llevan el nombre de la Santa Cruz, bien en referencia a la fundación de las mismas – como sucede aquí en nuestra tierra canaria – o desde la fe cristiana que siempre puso en un lugar preponderante la cruz redentora de Cristo.
La Palabra de Dios que se nos ofrece en la liturgia de este día, propia de la fiesta de los Apóstoles, Felipe y Santiago, que celebramos nos recuerda lo que es nuestra confesión de fe, la fe que profesamos y queremos vivir. Como nos dice el apóstol nos recuerda el evangelio que El proclamó y que aceptamos y en el que encontramos la salvación. Esa buena nueva nos anunciaba a Cristo que murió por nosotros, que resucitó al tercer día y resucitado se manifestó a los apóstoles y discípulos antes de enviarlos por el mundo a proclamar ese evangelio.
Se nos manifiesta ahí todo el sentido pascual de nuestra fe que da sentido a nuestra vida y por la que incluso estaríamos dispuestos a dar la vida. Esa fe que nosotros confesamos fundamentada en los apóstoles, primeros testigos de la resurrección de Cristo y de la que nosotros somos herederos.
Cuando nosotros en este día estamos venerando de manera especial la cruz de Cristo lo hacemos también desde ese sentido pascual. En la cruz se nos manifiesta ese paso de amor de Dios por nuestra vida y nuestro mundo para traernos la salvación.
Contemplamos y celebramos la cruz no como un instrumento de muerte sino como un signo de victoria. La cruz es la victoria del amor; es la gran manifestación del amor que Dios nos tiene que así entregó a su Hijo en la prueba más sublime del amor que es dar la vida por nosotros.
Levantando nosotros en lo alto la cruz queremos manifestar que esa victoria del amor y de la vida tiene que seguir estando presente en nuestro mundo. No podemos permitir que reine la muerte; no podemos permitir que venza el odio y el pecado. Levantamos en alto la cruz porque queremos que venza el amor, que sea la victoria de la vida porque por la cruz de Jesús nosotros nos comprometemos por el amor, nosotros nos comprometemos por la vida.
Y es lo que queremos seguir sembrando en nuestro mundo. Es la transformación de vida que estamos obligamos, estamos comprometidos a realizar desde esa fe que tenemos en Jesús, muerto y resucitado. No  nos quedamos en la muerte, no queremos permitir que siga reinando el sufrimiento, queremos ir al encuentro de la vida, queremos llevar la salud de Jesús a los demás y es lo que hacemos cuando anunciamos el evangelio. Es el compromiso de esta fiesta de la Cruz. 

lunes, 2 de mayo de 2016

Cuando venga el Defensor, el Espíritu de la verdad que enviaré desde el Padre, vosotros también daréis testimonio

Cuando venga el Defensor, el Espíritu de la verdad que enviaré desde el Padre, vosotros también daréis testimonio

Hechos 16,11-15; Sal 149; Juan 15,26-16,4a
Me recuerda a la madre que siempre le está advirtiendo a su hijo lo que le puede pasar y que cuando suceden lo que le había prevenido le recuerda ‘yo te lo dije’; me recuerda la palabra del amigo o de aquella persona que te aprecia mucho que igualmente nos dice que ya nos había prevenido para que tuviéramos cuidado. Así está Jesús anunciándoles a sus discípulos en la hora de la cena pascual aquellas cosas que de manera inminente van a suceder o también lo que en el futuro les va a pasar por ser seguidores suyos. Os he hablado de esto para que, cuando llegue la hora, os acordéis de que yo os lo había dicho’.
Pero las palabras de Jesús no son para producirnos desasosiego ni amarguras ni temores ante lo que va a suceder, sino son palabras que nos llenan de esperanza. Nos asegura Jesús que no nos faltará la fuerza del Espíritu. Nuestra misión es dar testimonio y ese testimonio se convierta en anuncio de Buena Nueva, en anuncio de Evangelio  para que a todos en verdad llegue la salvación. Pero será un anuncio, será un testimonio que podremos realizar por la fuerza de su Espíritu.
‘Cuando venga el Defensor, que os enviaré desde el Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí; y también vosotros daréis testimonio, porque desde el principio estáis conmigo’. Tenemos el testimonio del Espíritu de la Verdad que nos lo recordará todo, que será en verdad nuestra fortaleza porque nos hace sentir la presencia de Dios con nosotros, pero eso nos tiene que llevar a dar nosotros nuestro testimonio. Como nos dirá Jesús en otro lugar: ‘Seréis mis testigos’.
Cuando vamos ya terminando el tiempo pascual vamos escuchando estas palabras de Jesús que nos anuncian la presencia del Espíritu Santo. El se vuelve al Padre pero no nos dejará solos, nos envía desde el Padre el Espíritu de la verdad. Será nuestra fortaleza, será nuestra luz. Todo esto nos va preparando para la gran fiesta de la Pascua de Pentecostés, en que celebraremos y viviremos de manera especial la fuerza del Espíritu Santo en nosotros.
Ese testimonio que hemos de dar proclamando nuestra fe con valentía. No podemos avergonzarnos de nuestra fe sino que con gallardía y con alegría hemos de proclamarla. Somos felices con nuestra fe porque nos sentimos amados de Dios y renovados totalmente en El para vivir una nueva vida. Y de ese amor de Dios, aunque inmerecido por nuestra parte, hemos de sentirnos orgullosos. Por eso lo proclamamos; por eso lo queremos vivir amando nosotros de la misma manera a los demás.
No tememos que no nos entiendan y eso nos pueda llevar a muchas incomprensiones por parte de los demás que se puedan convertir incluso en persecuciones. Nos sentimos seguros y fortalecidos en el Espíritu del Señor. Y damos testimonio de ello con nuestro estilo de vida, con ese nuevo sentido con que hacemos todas las cosas, con esa intensidad de nuestro amor.
Damos testimonio porque queremos convertirnos en faro de luz en medio de tantas oscuridades. No es nuestra luz con la que vamos a iluminar sino con la luz de Cristo en la que nosotros hemos sido iluminados. No querrán aceptar esa luz pero nosotros la encendemos porque queremos que haya vida y no muerte, porque queremos poner amor y solidaridad frente a tantos odios y violencias, porque queremos decir que es posible un mundo distinto cuando aprendemos a ser solidarios y a compartir, porque queremos que brille de verdad la paz frente a tantos enfrentamientos, discriminaciones, insolidaridades e injusticias.
No nos faltará la fuerza del Espíritu para ser testigos.

domingo, 1 de mayo de 2016

Jesús nos asegura que su presencia no nos faltará y la fuerza de su Espíritu nos guiará y nos lo enseñará todo

Jesús nos asegura que su presencia no nos faltará y la fuerza de su Espíritu nos guiará y nos lo enseñará todo

Hechos 15, 1-2. 22-29; Sal 66; Apoc. 21, 10-14. 22-23; Juan 14, 23-29
 Cuando sentimos un amor grande por alguien nos cuesta desprendernos de él, separarnos; el pensar que no lo vamos a ver más o que no podemos estar con esa persona amada, gozar de su presencia, escuchar sus palabras y consejos, sentir su cercanía nos produce un profundo dolor en el alma que sabríamos cómo mitigar. Es lo duro de las separaciones y de las despedidas; queremos que su presencia se prolongue y buscamos gestos, signos que nos lo sigan recordando; queremos tener algo de su posesión, guardar una imagen, algo que nos lo siga recordando. Son experiencias por las que pasamos en ocasiones en la vida y nos dejan unos sentimientos encontrados en nuestro corazón.
Se me ocurre pensar en estas experiencias humanas por las que todos en alguna ocasión habremos pasado, porque de alguna manera era algo que podían sentir los apóstoles en la noche de la cena. Estaban las palabras de Jesús que habían anunciado su inminente pasión, y ahora la despedida era más patente en los gestos y palabras que se habían ido sucediendo en la cena y lo que seguía anunciando.
Hasta ahora habían tenido siempre la presencia de Jesús con ellos, escuchaban sus palabras y sus explicaciones repetidas, recibían su corrección cuando sus actitudes seguían siendo egoístas o ambiciosas, pero quizá presentían que Jesús no iba a estar con ellos  y quién les iba a enseñar, quien los iba a corregir, quien les iba a dar fuerza para todas aquellas situaciones nuevas en las que habrían de encontrarse a partir de estos momentos. Jesús además les decía que convenía que El marchase.
Pero lo maravilloso estaba en que más que ellos tratar de inventarse o buscarse cosas que les recordaran para siempre su presencia, era Jesús el que realmente se los estaba ofreciendo. Eran sus discípulos y habían de seguir su camino; eran sus discípulos y habrían de realizar una misión;  eran sus discípulos y habían de cumplir la palabra de Jesús, su mandamiento. Les había dejado el mandamiento del amor que tendría que ser para siempre su distintivo. Mucho les había insistido Jesús cómo tendría que ser ese amor.
Era ahora Jesús el que les decía que si cumplían su mandamiento iban a tener segura para siempre su presencia con ellos. Por una parte porque en aquellos a quienes habrían de amar siempre tendrían que ver a Jesús. Pero había más, ‘el que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará  y vendremos a él y haremos morada en él’. Dios habitaría en sus corazones. ‘Vendremos a él y haremos morada en él’, les dice. Jesús estará siempre con ellos; podrán sentir para siempre su presencia en el corazón. No tenían que hacer otra cosa que cumplir su mandamiento, amar con un amor como el de Jesús.
¿Quién va a enseñarles? ¿Cómo van a sentir su palabra en su corazón y en su vida? ¿Quién va a inspirarles en cada momento lo que habían de hacer? ¿Quién sería el que les diera fuerza para seguir con toda fidelidad su camino? ‘Os he hablado ahora que estoy a vuestro lado; pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho’. El Espíritu de Dios estará para siempre con ellos y será quien en verdad les guíe, les recuerde en cada momento las palabras de Jesús.
Tendrían que acabarse los miedos y los temores. Aunque les anuncia que las cosas no serán fáciles, porque el discípulo no es más que su maestro y lo mismo que van a hacer con Jesús les puede suceder a ellos, no han de sentirse turbados ni perder la paz en ningún momento. ‘Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde’. ¿Por qué hemos de temblar si no nos faltará nunca la presencia del Espíritu de Jesús que es espíritu de fortaleza y de vida?
No podemos perder la paz en el corazón. Ahora mismo se sentían turbados con los anuncios de Jesús y sin tener claro lo que iba a suceder aunque Jesús se los había explicado bien. Pero las palabras de Jesús eran un bálsamo para su corazón. Con las palabras de Jesús se sentían fuertes; nada habían de temer. La paz que sentimos en Jesús es una paz bien distinta a la que quizá estamos acostumbrados a ver en nuestro mundo. La paz de Jesús siempre inundará de alegría el corazón y así nunca perderemos ese equilibrio interior. Por eso terminará diciéndoles, ‘os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, sigáis creyendo’.
Es lo que nosotros también hemos de sentir. Es la paz que hemos de vivir en lo hondo del corazón. Jesús está con nosotros, la fuerza de su Espíritu nos acompaña siempre, por su fuerza y por su gracia sabemos que Dios mora en nosotros desde nuestro bautismo. Muchas veces nos sentimos turbados con los problemas, con las dificultades, con las tentaciones que vamos sufriendo por doquier, pero sabemos que contamos con la gracia  y la fuerza del Señor.
Lo que tenemos que hacer es ponernos en camino, en el camino del amor cumpliendo su mandamiento y sentiremos la presencia de Jesús. Vayamos al encuentro de los demás sabiendo que vamos siempre al encuentro del Señor porque en cada hermano hemos de verle a El. Derrochemos amor con nuestra vida, en nuestras palabras, con nuestros gestos, en el compromiso que vivamos por los demás y por hacer que nuestro mundo sea mejor. Tenemos la seguridad de no sentirnos solos porque la fuerza del Espíritu de Jesús está con nosotros.