Nadie
a nuestro lado nunca ha de sentirse solo y desesperanzado porque nosotros
sepamos hacernos presencia de esperanza y ser signo del Dios que les ama
Isaías 30, 19-21. 23-26; Sal 146; Mateo 9,
35-10, 1. 5a. 6-8
Es triste y angustioso verse solo en la
vida sin nadie que esté a tu lado en momentos de dificultad, cuando los
problemas nos abruman y nos envuelven, cuando se amontonan las necesidades y
carencias sin ver fácilmente un camino por el que salir adelante. En un momento
así cualquiera que llegue a nuestro lado y nos tienda la mano es como un ángel
para nosotros; quizá no necesitamos que se nos resuelvan los problemas, que
salgamos quizá inmediatamente de aquella necesidad, pero no sentirnos solos,
sentir esa mano amiga que se nos tiende para darnos ánimo es quizás lo más que agradecemos
en ese momento. Nos hace falta esa presencia, ese decirnos aunque sea sin
palabras ‘aquí estoy’ es lo que nos daría ánimos y fuerzas para luchar,
para encontrar caminos.
Podíamos decir que era lo que
significaba la presencia de Jesús en medio de la gente, porque cuantos se sentían
en dificultades, llenos de sufrimientos y dolor a El acudían, como escuchamos
hoy en el evangelio. Era una presencia que llenaba de esperanza; no era solo
que en aquel momento se vieran libres de una enfermedad o de una limitación
sino que era el ánimo que sentían en sus corazones porque se despertaba la
esperanza de un mundo nuevo en que todo fuera distinto. ¿Por qué buscaban a Jesús?
Es cierto que iban con sus enfermedades y el evangelista insiste en esa
descripción de todos lo que acudían a El con sus limitaciones, pero era mucho
más lo que comenzaban a sentir en sus corazones.
¿Por qué buscamos a Jesús? Tendríamos
quizá que preguntarnos. ¿Qué esperamos encontrar en Jesús? ¿Cuáles son los tormentos
de nuestro espíritu que traemos cuando venimos a su presencia? ¿Se despiertan
también en nosotros, en nuestro mundo las esperanzas de algo nuevo? ¿Cuál es
realmente el cambio que en El buscamos? Muchas veces de una forma muy elemental
solo nos podemos quedar en esos dolores físicos que padezcamos, en esas
enfermedades que sufrimos, pero seguro que en el fondo sentimos que necesitamos
algo más. Demasiado desesperanzados nos encontramos muchas veces en los caminos
de la vida.
Es, sí, lo que buscamos en Jesús, pero
también tendríamos que pensar lo que en nombre de Jesús nosotros podemos llevar
a los demás. Esas luces nuevas que se van encendiendo en nuestro espíritu con
esos interrogantes quizás que se nos plantean pueden ser también un rayo de luz
que encendamos en los demás. Jesús quiere que los que creemos en El vayamos
también al encuentro de los demás para ir encendiendo con esa luz nueva sus
corazones.
Hay muchas oscuridades en nuestro entorno, hay muchas oscuridades en el corazón de los hombres y mujeres que nos rodean. Jesús les está diciendo a sus discípulos más cercanos que la mies es mucha y que los obreros son pocos. Y los envía al mismo tiempo que les enseña a rogar al Padre, al dueño de la mies, para que envíe más operarios para su mies. Esa mies que es ese mundo desesperanzado que nos rodea; esa mies que son tantas oscuridades como hay en los corazones de los hombres de hoy; esa mies que es ese mundo de sufrimiento, de incertidumbres, de dudas y de miedos en que muchas veces vivimos sumidos. ¿No estaremos pasando por una situación así?
Y los cristianos tenemos una palabra
que decir, una presencia que hacer notar, una luz que encender, una esperanza
que despertar, una mano tendida para dar ánimo, para ayudar a encontrar salidas
y caminos. Cuando dice el evangelio que Jesús les dio poder a los discípulos y
a los apóstoles para expulsar demonios y para curar enfermos, eso nos lo está
diciendo a nosotros también. Esas desesperanzas y oscuridades son los demonios
que tenemos que expulsar, las enfermedades que tenemos que curar. Sintamos que Jesús
nos ha curado, quiere curarnos a nosotros pero para que vayamos y curemos a los
demás.
Cuando decimos que queremos hacer un
mundo nuevo es por ahí por donde tenemos que comenzar y entonces comenzará a
florecer el amor y la solidaridad, y comenzaremos a saborear de verdad lo que
es la paz, porque con esa presencia de Jesús de la que nosotros tenemos que ser
signos y señales es todo eso lo que iremos provocando, esa es la verdadera
revolución del Reino de Dios que tenemos que instaurar. Que nadie nunca a
nuestro lado se sienta solo y abandonado, desesperanzado, porque nosotros
sepamos hacernos presencia y así ser en verdad signo del Dios que les ama.