Vayamos
más sensibles por la vida, no se nos amargue el corazón, seamos capaces de
sintonizar y hacer que nos salga una palabra amable y un gesto de ternura
Joel 4,12-21; Sal 96; Lucas 11,27-28
Cuando intentamos caminar en la vida
con las antenas de la sensibilidad abiertas es fácil que en aquellas
situaciones en que nos encontremos y también en aquella cosas que contemplamos
que le suceden a otras personas seamos capaces de sintonizar, de ponernos en su
situación y en cierto modo sentir como propio el dolor o la alegría que puedan
estar viviendo esas personas. Claro, como decíamos, tenemos que tener abiertas
las antenas de la sensibilidad. Cosa que muchas veces hoy no es fácil, porque
tenemos el peligro de insensibilizarnos, de no querer saber, de no querer
sentir en nuestra carne lo que puedan estar pasando los demás.
Ponernos en el lugar de unos padres que
han perdido un hijo en un accidente, por ejemplo; gozarnos con las alegrías y
los triunfos de los demás; tratar de descubrir el por qué de un rostro sombrío
del que no se escapa ni por equivocación una sonrisa; sentir como propio el
sufrimiento, las penas por las que puedan estar pasando los demás. Son cosas
que podemos hacer; son las lágrimas fáciles que vemos derramar a tantos cuando
escuchan hablar del sufrimiento de los demás; son cosas, por demás, que algunas
veces nos cuesta vivir porque en fin de cuentas no queremos sufrimientos
ajenos, porque decimos que ya tenemos con los nuestros.
Es la sensibilidad del amor, pero de un
amor que se hace profundo, que no se queda en superficialidades o en fervores
de un momento. Es el camino que nos va enseñando Jesús que quiere que siempre
tengamos los ojos abiertos para los demás. Y tener los ojos abiertos de esa
manera no es mera curiosidad, sino que es esa sintonía que nace del alma y que
nos llevará a sentirnos solidarios siempre y en todo con los demás.
Hoy escuchamos en el evangelio el gesto
de una mujer que mientras escuchaba a Jesús y se entusiasmaba con su mensaje,
comenzó a pensar en la madre, a ponerse en el lugar de la madre, a sentir el
gozo y la satisfacción de la madre cuando ve los logros de su hijo. Por eso,
parece que interrumpe todo con su grito, pero que es que no podía hacer otra
cosa desde la emoción que sentía en su corazón. ‘Bendita la madre que lo
crió’, viene a decir aquella mujer. Se estaba gozando con el gozo que ella
sabía que tenía que sentir el corazón de María. Cómo son sensibles las mujeres
para entrar en sintonía con el corazón de sus semejantes.
Aunque sabemos que el mensaje de este
texto del evangelio no se acaba aquí, pues ahí están las palabras con las que
replica Jesús, como ya tantas veces hemos comentado y precisamente estos últimos
días, yo quisiera detenerme hoy en esta sensibilidad que hemos de saber
despertar en nuestros corazones. Ya decíamos que tenemos la tentación de ir por
la vida con ceño fruncido porque solo vamos pensando en nuestras particulares
cosas y no queremos cargar con las de los demás.
Pero creo que puede ser un buen toque
de atención para que despertemos las sintonías del alma. En fin de cuentas es
responder al mensaje del evangelio que nos pone siempre en camino de amor.
Ojalá fuéramos más sensibles de la vida, que no se nos amargue el corazón, que
seamos capaces de sintonizar y hacer que nos salga una palabra amable, un gesto
de ternura, y quitemos tanta acritud como contemplamos en la vida y nos dejamos
también envolver.
María tenía esa sensibilidad; lo
contemplamos en el evangelio; parte presurosa para la montaña porque se pone en
el lugar de Isabel, una mujer anciana
que va a ser madre, y ella quiere estar a su lado en sus preocupaciones pero también
en sus alegrías; mucho podríamos fijarnos en María. La que supo plantar la
Palabra de Dios en su corazón para hacerla realidad en su vida. ‘Dichosos
mas bien, diría Jesús como replica a aquella mujer anónima, los que
escuchan la Palabra de Dios y la cumplen’. Que escuchemos hoy su mensaje y
lo pongamos en práctica y brillemos por esa sensibilidad de nuestra vida.