Sepamos
quitar esa ‘chinita’ de la incapacidad de perdonar de nuestro zapato y
comenzaras a sentirte más dichoso y feliz, con más ganas de amar con un amor
generoso
Jonás 4,1-11; Salmo 85; Lucas 11,1-4
Queremos tener zapatos cómodos en
nuestros pies y nos gastamos lo que sea necesario para conseguir unos zapatos
bonitos cómodos y poder caminar sin ningún tipo de molestia; pero a veces nos
sucede que se nos mete una ‘chinita’ en el zapato que nos hace amargo nuestro
caminar, nos molesta, no sabemos a veces como quitarla porque parece que va
corriendo por toda la planta del zapato y se nos hace insoportable nuestro
caminar.
Hoy sale a relucir esa ‘chinita’ del
zapato de nuestra vida que no nos deja tranquilos, que no terminamos de
comprender ni saber qué hacer terminar de liberarnos de eso que muchas veces va
amargando nuestra existencia, aunque tratemos de disimularlo. Está incluido en
una de las peticiones que hacemos en la oración que Jesús nos enseñó.
El evangelio nos habla de la petición
que le hacen los discípulos a Jesús, ‘enséñanos a orar’. Repetidamente vemos la
oración de Jesús en el evangelio, como participa en la oración de la comunidad
en la sinagoga o en las fiestas pascuales en el templo de Jerusalén, pero también
le vemos en diversos momentos que se retira a orar a lugares apartados o
expresa su oración y acción de gracias al Padre en medio de los mismos
acontecimientos que se van sucediendo. En muchas ocasiones por otra parte nos
hablará de la insistencia, perseverancia y confianza con que hemos de orar al
Padre. ‘Pedid y se os dará, llamad y se os abrirá…’ porque el Padre
siempre atiende a la oración de los hijos.
Ahora Jesús nos deja plasmado en unas
palabras concretas lo que ha de ser el sentido de nuestra oración. Hemos
grabado esas palabras de Jesús en el corazón de nuestra vida y nos las hemos
aprendido de memoria para repetirlas una y otra vez en nuestra oración. No voy
ahora a extenderme en cada uno de esos como apartados con los que traza lo que
ha de ser nuestra oración; quiero más bien ir a subrayar lo que más nos cuesta
decir con todo sentido y en toda su amplitud en esa formula de oración y que de
alguna manera es esa ‘chinita’, esa piedrecilla que se ha metido en nuestro
zapato y que no terminamos de resolver.
Pedirle perdón a Dios parece ser fácil
en cuanto pedimos ese perdón para nosotros, y ya hasta de alguna manera nos
hemos acostumbrado a decir que somos pecadores y como que parece que Dios ya
tiene en su misericordia la obligación de perdonarnos.
Vayamos por partes, ¿sabremos nosotros
disfrutar de ese perdón? ¿Será en verdad motivo para sentir gozo en el alma,
pero de tal manera que no nos queremos ver de nuevo envueltos en aquellas
negruras del pecado? ¿No nos estará sucediendo que no terminamos de unir este
perdón que le pedimos a Dios con aquella forma de llamarle tal como lo hacemos
cuando comenzamos a llamarle Padre en nuestra oración? Quizás no hemos sabido
saborear del todo esa palabra, ese llamar a Dios Padre, ese sentir que Dios es
para nosotros un Padre que nos ama y nos ama de una forma incondicional y en su
amor nos regala su perdón.
Pero la ‘piedrecita’ la encontramos
cuando llegamos a las consecuencias de ese perdón, el perdonar nosotros a los
demás, a los que nos han ofendido, con quienes tenemos la deuda de esa ofensa y
de ese consiguiente perdón. Ahí es cuando nos sentimos cojear en ese perdón de
Dios también, porque si no somos capaces nosotros de perdonar, de ofrecer ese
regalo de amor de nuestro perdón, ¿cómo seremos capaces de pedir ese perdón de
Dios?
Por ahí comenzamos a cojear, a querer
hacer nuestras interpretaciones favorables a ver como quedamos bien, pero algo
está flaqueando en nuestra vida y en nuestras actitudes porque parece que ya el
amor no es tan amplio como tendría que ser. Es lo que tenemos que aprender a
disfrutar, es cuando tenemos que sacar todas las consecuencias de aquel amor
con queremos llamar a Dios Padre y sentirnos amados por El.
Es por donde tenemos que empezar, es lo
que tenemos que saber saborear, disfrutar. Podremos entender las palabras de
Jesús en la cruz cuando no solo pide perdón por los que le crucifican sino que
aun los disculpa porque no saben lo que hacen. ¿No sería eso lo que movería el corazón
de aquel ladrón que estaba en el mismo sufrimiento de Jesús para tener la
confianza y la osadía de pedir a Jesús que se acordara de él cuando llegara a
su Reino?
Y es que el perdón generoso no solo nos
dará más felicidad a nuestro corazón sino que también moverá el corazón más
endurecido para querer entrar también en esa órbita del amor. El contemplar esa
capacidad de perdón de alguien a nuestro lado es un aliciente y un estimulante
para movernos a nuestro propio arrepentimiento y a la confianza de obtener ese
perdón como también ofrecerlo generosamente.
Sepamos quitar, pues, esa ‘chinita’ de
nuestro zapato, porque vas a comenzar a sentirte más dichoso, más feliz, con
más ganas de amar con un amor totalmente generoso.