Como María con corazón humilde sepamos ser agradecidos a las maravillas del Señor y abramos así nuestro corazón a Dios
1Samuel 1,24-28; Sal.: 1S
2,1.45.6-7.8; Lucas 1,46-56
Un corazón humilde sabe siempre ser agradecido y es el mejor camino
para abrirse a los demás y para abrirse a Dios. Cuando nos hacemos orgullos y engreídos
parece como si el centro de todo fuéramos nosotros mismos, con facilidad nos
encerramos o nos subimos en pedestales para aparentar ser más grande que lo que
realmente somos, porque el orgullo nos empequeñece aunque no lo queramos
reconocer.
Tenemos que aprender a caminar por la vida por caminos de sencillez y
de humildad; eso nos hace cercanos, nos pone en disposición de buscar a los
demás enriqueciendo nuestra vida con los valores y los ejemplos que recibimos
de ellos, trasciende nuestra vida para no encerrarnos en nuestro yo egoísta;
eso nos hace reconocer cuanto recibimos y que es mucho más incluso de lo podríamos
buscar y nos pone en disponibilidad para el servicio porque nos damos cuenta
que solo tendiéndonos la mano los unos a los otros es como podemos llegar más
lejos y hacer que nuestro mundo sea mejor. Es el mejor camino de transformación
de nuestra propia vida pero también del mundo que nos rodea.
Son las lecciones que estamos aprendiendo de María en este camino de
Adviento que ya estamos casi terminando porque se acerca la Navidad; camino que
estamos haciendo en estos últimos días sobre todo de mano de María que nos está
apareciendo continuamente en la liturgia. En el evangelio de ayer la veíamos,
ella la Madre del Señor, que se puso en camino para ir a la casa de la montaña
en actitud de servicio; y la contemplamos cantando al Señor que ha hecho maravillas
en ella, no dejando de reconocer que es pequeña porque es la humilde esclava
del Señor, pero Dios puso su mirada en su corazón para engrandecerla haciéndola
su madre.
María canta reconocida al Señor que derrama su misericordia sobre
todos los hombres; sus promesas se cumplen, lo que había prometido ahora ya es
realidad porque llega el Salvador del mundo; comienzan los tiempos nuevos donde
todo ha de transformarse por obra de la gracia que se derrama sobre los
hombres.
Que ese sea nuestro espíritu y nuestro deseo; que esas sean las
actitudes nuevas que vayamos poniendo en nuestro corazón y así nos abriremos de
verdad a Dios y a salvación que Jesús nos trae. Veremos en la noche de Belén
que será a unos humildes pastores que en los campos de Belén en la noche están
cuidando sus rebaños a los que se les manifestará la gloria del Señor y los que
recibirán el primer anuncio, la primera buena nueva del nacimiento del
Salvador.
Preparamos el corazón; revistamos nuestra vida de esa humildad y de
esa sencillez; huyamos de esas apariencias de grandezas que nos llenen de
orgullo; no nos entretengamos en cosas que alimenten nuestro ego; no nos
distraigamos en cosas superfluas, sino que en la pobreza y en la humildad de
Belén esperemos la llegada del Señor a nuestra vida, reconociendo, sí, de
cuantas bondades nos rodea el Señor. Hará también cosas grandes y maravillosas
en nosotros si tenemos esa disposición en nuestro corazón.