La
tarde quedó en silencio mientras en lo alto del calvario el viento silbaba
alrededor de las cruces ya vacías, pero quédate en silencio, saborea ese
silencio para que te llenes de Dios
La tarde quedó en silencio en la
ciudad. La mañana había sido intensa y había habido un correr de comitivas
desde primeras horas del día incluso con manifestaciones bulliciosas delante
del Pretorio del Gobernador. Luego un macabro desfile de unos condenados a
muerte para subir la pequeña colina del Calvario había culminado cuando pasadas
las tres de la tarde se había dado por terminada la ejecución con el
fallecimiento de los condenados.
En lo alto del calvario el viento
silbaba alrededor de las cruces ya vacías y el pequeño cortejo había llegado al
huerto cercano donde había una sepultura nueva que nadie había utilizado
todavía y donde habían colocado el cuerpo de Jesús. El último ruido había sido
el correr de la piedra sellando la entrada del sepulcro y silenciosamente escuchándose
el quejido de algún llanto los que habían conformado el cortejo se había
diluido por la ya silenciosa ciudad en las primeras horas del sábado.
Silencio en el Calvario, silencio junto
a la tumba donde las mujeres habían prestado mucha atención en cómo habían
colocado el cuerpo del Señor Jesús; sus intenciones era venir pasado el sábado
a primeras horas del primer día de la semana para terminar con los ritos
propios del embalsamamiento y sepultura que en las premuras de la hora de la
tarde no habían podido realizar debidamente.
No era solo el silencio de que se habían
acabado los gritos de los exaltados de la mañana sino el silencio de lo que
alguien podría llamar la muerte de Dios. Jesús estaba en el sepulcro y para
algunos aquello podría sonar a una victoria aunque ahora ya no tuvieran nada
que decir porque parece que sus palabras y razones se habían acabado.
Era el silencio de aquellos que habían
acompañado de cerca al Maestro y ahora se sentían acobardados temiendo lo que
pudiera pasar y era mejor quedarse encerrados en aquella sala que les habían
facilitado para la cena pascual.
Era el silencio de la madre, como solo
ellas saben hacerlo cuando tienen que enfrentarse al duro trance de la muerte
de un hijo, pero que en María aquel silencio podría tener un significado
especial. Había algo que no faltaba en María y era la fe y la esperanza.
Era el silencio de aquellas buenas
mujeres que lo habían acompañado desde Galilea y más valientes que incluso los discípulos
más cercanos se habían atrevido a llegar hasta el Calvario con María, la madre
de Jesús. ¿Serían ellas las que acogerían a María en aquellos momentos de
amargura y de dolor porque entre ellas podían entenderse mejor y servirse de
consuelo unas a otras? ¿Dónde estaría María? El discípulo que había llegado
también hasta la cruz y a quien Jesús le encargó que la tuviese para siempre
como su madre, nos dirá que para siempre la recibió en su casa; pero de todas
maneras permanece el silencio, nada se escucha ni se sabe de estos detalles.
Pero, ¿dónde estaban aquellas
multitudes que le seguían por todas partes aclamándole? ¿Dónde estaban aquellos
que hace cinco días habían entrado con El en la ciudad santa rodeándole con sus
aclamaciones? Aquí y ahora también se escucha el silencio, porque seguramente
quizá en su interior se estuvieran haciendo mil preguntas de por qué se había
llegado a esta situación.
Nosotros también quizás en esta tarde
cuando se ha terminado la celebración nos hemos quedado en silencio.
Ritualmente se nos pedía no despedir la celebración porque de algo se debía de
estar pendiente y se nos pedía salir en silencio. ¿Cuál es ese silencio que
ahora nosotros también sentimos y del que quizá no prefiramos hablar? ¿Es solo
silencio porque no hemos podido seguir con el bullicio de nuestras procesiones
y celebraciones externas o será algo distinto lo que pueda estar pasando por
nuestro corazón?
Allí en el centro de la Iglesia en
penumbra ha quedado levantada una cruz que nos había servido para la
celebración. Una cruz vacía, sin Cristo, sin ninguna imagen, a lo sumo pende
uno de los sudarios que acaso sirvieran para bajar el cuerpo del Señor de la
cruz y llevarlo hasta la tumba y que alguien dejó allí quizá descuidadamente
colgado.
Vamos a entrar de nuevo nosotros a esa
Iglesia y en silencio vamos a acercarnos a esa cruz. ¿Qué nos puede estar
diciendo esa cruz? ¿Qué nos puede estar recordando? Abramos bien los ojos y los
oídos y en esa penumbra tratemos de ver y de escuchar. Quizás nos lleguen ecos
que han ido retumbando de aquí para allá de lo sucedido en esta tarde, de las
palabras pronunciadas que se pueden ir repitiendo como aldabonazos en nuestro
corazón, de lo que hemos vivido en este día de Viernes Santo.
No sé lo que tú puedas sentir y
escuchar en este momento porque cada uno tiene su oído o sus recuerdos en el
corazón. Te invito a que hagas silencio y rememores lo que más llamó tu
atención, lo que te hizo recapacitar de una manera especial, o la que evocó en
ti muchos recuerdos de otros momentos. No puedo decir lo que sientes ni lo que
rememoras pero te invito a que te quedes en silencio ante esa cruz en esa
penumbra de una noche que va avanzando y vayas rumiando una y otra vez esas
palabras o esos recuerdos. El Señor no se queda en silencio, El quiere hablarte
y quiere hablarte a través de todo eso que llega ahora a tu mente y a tu corazón
y que solo tú sabes.
Conviértelo en oración esta noche de
viernes santo o en la mañana del sábado si es cuando estas líneas llegan a ti. Tienes
mucho de lo que hablar con el Señor y El también tiene mucho que decirte, pero
es necesario que hagas silencio, que no temas al silencio, que no tengas prisa
en tu silencio sino quédate quieto y escucha, la voz del Señor comenzará a
resonar en tu corazón.
Tu corazón se va a llenar de esperanza
porque verás cumplido su anuncio de resurrección. Ojalá te encuentre en este
silencio de reflexión y oración el momento de la resurrección del Señor. Te
llenarás de esperanza porque te sentirás un hombre nuevo que emprende nuevas
cosas, que emprende nuevas tareas y compromisos. Te llenarás de esperanza
porque con la resurrección del Señor nos sentiremos victoriosos y estaremos
comenzando a ver ese mundo nuevo que es posible construir y que entre todos
vamos a hacer realidad.
No pienses por tí mismo ni te hagas
muchos proyectos, sigue en silencio con la mente y el corazón abierto porque
los proyectos te los va a poner el Señor en tu mano, en tu corazón. Quédate en
silencio, saborea ese silencio, te estás llenando de Dios.