Tres
detalles como grandes signos de lo que es la entrega y el amor de Jesús por
nosotros, se quita el manto… se ciñe una toalla… y seca los pies con la toalla
que se había ceñido
Éxodo 12, 1-8. 11-14; Sal 115; 1Corintios
11, 23-26; Juan 13, 1-15
‘Antes
de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de
este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los
amó hasta el extremo’.
Así comienza el evangelista Juan el
relato de cuanto sucedió aquella tarde y aquella noche durante la cena de
Pascua. Ha llegado la hora del amor más supremo; no es la hora de la muerte
sino de la vida, es la hora del amor. ‘Los amó hasta el extremo’.
Los discípulos habían preparado con
todo esmero y amor todo lo necesario para la cena pascual según las
indicaciones que Jesús les había dado. Y el evangelista ahora se pone
trascendente, podíamos decir, nos deja relucir toda su altura teológica en lo
que nos va a relatar. Pero Juan no nos relata lo que los otros evangelistas nos
han relatado de la Institución de la Eucaristía, como tampoco los otros
evangelistas nos relatan este episodio que nos trae Juan, el lavatorio de los
pies.
Es todo un signo y un gesto profético
el que Jesús realiza, que va más allá de lo que ritualmente tenía que estar
previsto que era ofrecer agua para las abluciones y purificaciones previas, el
gesto del dueño de la casa que ofrece agua a sus huéspedes como ya vemos en
otras ocasiones del evangelio en donde se hace mención a ello. Este gesto de
Jesús tiene un valor simbólico muy grande, a la manera de aquellos signos
proféticos que vemos en el Antiguo Testamento que realizaban los profetas y que
el mismo gesto se convertía en un mensaje.
En pocas palabras nos lo trasmite el
evangelista. ‘Estaban cenando… y Jesús se levanta de la cena, se quita el
manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se
pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se
había ceñido’. Tres detalles que nos pueden pasar desapercibidos porque
pareciera que todo se centra en el hecho de que Jesús realizara la labor de un
sirviente, de un esclavo lavando los pies de los discípulos; pero en torno a
ello están esos tres detalles como grandes signos de lo que es su entrega y su
amor, se quita el manto… se ciñe una toalla… y seca los pies con la toalla que
se había ceñido.
Un desprenderse primero de lo que ahora
no necesita, va a emprender una tarea y nada puede constreñirlo para que no
pueda realizarla debidamente; pero como va a emprender una tarea se ciñe, como
el trabajador que va a realizar un trabajo, como el soldado que va a emprender
una batalla. Me vais a permitir un recuerdo familiar, mi abuelo usaba un
ceñidor muy lago que todas las mañanas antes de salir al campo a sus tareas se
ceñía y lo hacía con todo cuidado y esmero; yo como niño no entendía lo de
aquel ceñidor y el esmero con que mi abuelo se lo ceñía. Con el paso de los
años lo he llegado a entender.
Es un gesto muy importante el que Jesús
está realizando; comienza el momento de su entrega, llegó la hora del amor,
decíamos antes; va a emprender una tarea y una batalla porque es la lucha de la
vida sobre la muerte, del amor para vencer al odio y al pecado. Una imagen de
su entrega, de su sangre derramada, de su cuerpo entregado que veremos por otra
parte cuando los otros evangelistas nos hablan de la institución de la
Eucaristía que hoy también estamos celebrando. Y con aquella toalla ceñida
completa toda la obra de su servicio; ha lavado los pies de los discípulos y se
los seca con la toalla que se había ceñido.
Luego nos dirá que si El, ‘el
Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los
pies unos a otros’. Pero tenemos que copiar todo su gesto primero porque no
podemos ir darnos por los demás si no somos desprendidos; como Jesús que se
quitó el manto, de cuantas cosas tenemos que despojarnos. Pero como Jesús hemos
de ceñirnos para la tarea y para la batalla. Es la lucha contra el mal, contra
el odio, contra el desamor y la insolidaridad, contra todas esas actitudes que
se meten en el corazón del hombre y que nos llenan de maldad, que nos vuelven
discriminatorios y racistas, que envuelven nuestro mundo de sombras.
Pero en esa batalla la victoria está de
nuestra parte, no podemos ir de antemano ya como derrotados sino que creemos en
la fuerza del amor y sabemos que podremos lograr un mundo mejor, un mundo en
paz, un mundo en que sepamos aceptarnos y respetarnos, un mundo en que nos
amemos todos y porque nos amamos de verdad no hacemos distinciones de a quien
le ofrecemos nuestro amor.
Nos ceñimos para la lucha y para la
victoria e iremos lavando los pies y secándolos con la toalla que nos hemos
ceñido, como Jesús, porque será nuestro corazón lleno de amor el que va a hacer
aflorar una vida nueva en aquellos que se sienten amados. Fíjate en la sonrisa
que aflora en el rostro de quien descubre en un momento determinando que es
amado por alguien y tenido en cuenta. Es lo que tenemos que hacer surgir con
nuestra toalla ceñida.
Porque creemos en Jesús y nos sentimos
amados de Jesús nuestra tarea ha de ser siempre ir sembrando esperanzas,
encendiendo luces, suscitando actitudes nuevas en el corazón de los demás.
Aunque los que nos rodean no se lo crean, porque hay gente que cuando ve la
situación de pobreza, de dolor, de desesperanza, de angustias y de odios que
hay en nuestro mundo parece como que ya se sienten derrotados e incapaces de
intentar algo nuevo y mejor en bien de los demás.
Se ha envenenado su corazón de tal
manera que ya no creen posible construir un mundo nuevo y así se llenan de
amarguras y de violencias interiores. Hoy una persona me rechazó ese mensaje de
optimismo y esperanza que como semilla envío cada día a mis amigos en las redes
sociales. Pero no importa, sigo creyendo que con Jesús tenemos asegurada la
victoria de que podemos hacer cada día el mundo un poquito mejor.
En la Eucaristía tenemos nuestra
fuerza. Para eso en un día como este quiso Jesús instituir el Sacramento de la
Eucaristía. Hoy la celebramos con fuerza, con ganas, con mucha fe, esta
Eucaristía que se va a prolongar a través de todo el triduo pascual, porque la
celebración de mañana viernes en la pasión y la muerte de Jesús es como una
prolongación de este día y que tendrá su culminación el día de la Pascua al
celebrar la Resurrección del Señor.
Hoy nos queremos quedar – lo haremos al
menos virtualmente ya que en las circunstancias en que estamos no todo lo
podremos hacer presencialmente – junto a Jesús en la Eucaristía para caldear
nuestro corazón en su amor, y así aprendamos a despojarnos, pero también sobre
todo a ceñirnos en esa tarea tan hermosa que tenemos entre manos, llevar su
amor a nuestro mundo para hacerlo mejor. ‘Os he dado ejemplo para que lo que
yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis’, termina diciéndonos
Jesús.
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