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sábado, 12 de octubre de 2013

María del Pilar, guía para nuestro camino y columna de esperanza

  Hechos, 1, 12-14; Sal. 26M Lc. 11, 27-28
‘Según una piadosa tradición, ya desde los albores de su conversión, los primitivos cristianos levantaron una ermita en honor de la Virgen María a las orillas del Ebro, en la ciudad de Zaragoza. La primitiva y pequeña capilla, con el correr de los siglos, se ha convertido hoy en una basílica grandiosa que acoge, como centro vivo y permanente de peregrinaciones, a innumerables fieles que, desde todas las partes del mundo, vienen a rezar a la Virgen y venerar su Pilar’.
Así comienza el elogio de nuestra Señora del Pilar que el Oficio divino nos ofrece en la Liturgia de las Horas de este día 12 de octubre. Dicha capilla y posterior basílica con toda la devoción a la Virgen del Pilar que hoy celebramos, tiene su origen en la tradición que nos habla de la milagrosa presencia de la Virgen María, cuando aún vivía en carne mortal, en las orillas del Ebro para alentar la predicación apostólica del Evangelio al Apóstol Santiago en nuestras tierras hispanas. Ahí nos queda ese Pilar que veneramos en Zaragoza sobre el que se asienta la imagen de la Virgen - de ahí el nombre - y la devoción a la Virgen del Pilar que se ha generado a través de los siglos.
No entramos en discusiones históricas ni en la validez de las tradiciones, pero sí hemos de considerar ese signo de Dios que allí se siente y que ha ayudado y sigue ayudando a mantener la fe de nuestros pueblos con la mediación de María.
María siempre presente en la vida de la Iglesia. Es nuestra madre, así  nos la dejó el Señor desde la Cruz cuando la confió a Juan. Y así contemplamos a María junto a aquella Iglesia naciente en el Cenáculo en la espera de la venida de la promesa de Jesús, la venida del Espíritu Santo. Siempre hemos querido sentir esa presencia de María en el camino de la Iglesia, en el camino de nuestra fe.
Una fe que fundamentamos en Cristo y su evangelio viviéndola en Iglesia, pero que en María encontramos ese pilar que nos da seguridad, que nos sirve de apoyo, que nos alienta en nuestra esperanza, que nos hace sentir la fortaleza de la gracia. La imagen de la Virgen del Pilar así alienta nuestra esperanza porque estamos seguros que a ella siempre podemos acudir porque encontraremos su protección de madre.
Como la invocamos en las antífonas de la liturgia de este día ‘María del Pilar es guía para el camino, columna para la esperanza, luz para la vida’. Sí, María es nuestra guía y nuestro amparo, nuestra fortaleza y nuestra esperanza, no solo porque en ella nos miramos para ver el camino que hemos de recorrer porque es el mejor ejemplo que podemos tener de lo que es vivir el evangelio, sino que eso mismo alienta nuestra esperanza en nuestras luchas, en nuestras dudas, en los momentos de peligro y de tentación, porque su presencia nos ilumina dándonos un nuevo resplandor, y sabemos además que ella como lo hacen siempre las madres está poniéndose de nuestra parte para alcanzarnos esa gracia del Señor que necesitamos.
Es por eso por lo que en la oración de la liturgia de este día pedimos que ‘por su intercesión, nos conceda fortaleza en la fe, seguridad en la esperanza y constancia en el amor’. Cuando estamos a punto de acabar el año de la fe que por estas fechas iniciábamos el pasado año esta celebración tiene que motivarnos aun más a crecer en nuestra fe.
A María Isabel la llamó dichosa por su fe; ella la mujer creyente siempre abierta a Dios y que supo descubrir u sentir cómo la Palabra del Señor se plantaba en su corazón; la mujer creyente dispuesta siempre al sí, porque se fiaba de Dios, en El ponía toda su confianza, aunque en lo hondo de su corazón se preguntaba por el significado de lo que Dios le decía y le proponía.
María es la mujer de la fe madura que nos enseña a nosotros a ese profundizar en nuestra fe, porque en verdad vayamos rumiando en nuestro interior todo ese misterio de Dios que se nos revela para así empaparnos de Dios, para así llenarnos hasta rebosar de su vida y de su gracia. Por eso con María nos sentimos impulsados a desear conocer más y más nuestra fe, para que no sea una fe ciega, sino que nuestra mirada sobre la vida y sobre las cosas sea siempre la mirada de Dios.

Que de María del Pilar alcancemos esa fortaleza; que con María del Pilar no nos falte nunca la esperanza en el corazón; que estando al lado de María del Pilar aprendamos a abrir bien nuestros ojos para aprender a amar con un amor como el que tuvo ella, que no era sino reflejar en su vida lo que era el amor de Dios.

viernes, 11 de octubre de 2013

Atentos a descubrir la voz del Señor que nos llama y nos fortalece con su gracia

Joel, 1, 13-15; 2, 1-2; Sal. 9; Lc. 11, 15-26
‘Pasó por el mundo haciendo el bien’. Así decía Pedro de Jesús en uno de sus predicaciones que nos trae el libro de los Hechos de los Apóstoles. En Jesús estaba el amor; Jesús era el Amor, porque Dios es amor y El es la manifestación del amor que Dios le tiene al hombre. Y su amor nos llena de vida, nos trae la salvación nos libera del mal.
Es lo que había anunciado en la sinagoga de Nazaret; lleno del Espíritu divino, ungido por el Espíritu del Señor venía a liberar a los oprimidos, a anunciarnos el año de gracia del Señor. Es lo que le vemos hacer cuando anuncia el Reino, cuando realiza milagros y cura a los enfermos, cuando resucita a los muertos para darles vida, cuando expulsa a los demonios de aquellos que estaban poseídos por el espíritu del mal.
Y ante Jesús hay que decantarse, hay que decidirse. ¿Le seguiremos? ¿estaremos a su lado? ¿queremos seguir sus mismos pasos? ¿estaremos en disposición de vivir el mismo amor? ¿nos dejaremos liberar del mal? Hoy nos dirá que ‘el que no está conmigo, está contra mí; el que no recoge conmigo, desparrama’.
Y bien que El aceptaba a todo el que hacia el bien, fuera quien fuera. Recordamos cuando Santiago y Juan vinieron contando que uno echaba demonios en su nombre y ellos habían querido prohibírselo y El les había dicho que no, porque quien en su nombre expulsaba demonios, hacia el bien, no podía estar contra Jesús.
Sin embargo vamos viendo que no todos están con Jesús, no todos quieren interpretar de la misma manera las obras de Jesús. Es lo que hoy contemplamos en el evangelio. ‘Habiendo Jesús echado un demonio, algunos de entre la multitud dijeron: Si echa los demonios, es por arte de Belcebú, el príncipe de los demonios. Y otros, para ponerlo a prueba, le pedían un signo en el cielo’. No les valían los milagros que Jesús hacía que aún pedían otros signos; en su malicia no eran capaces de interpretar con recto sentido lo que Jesús hacía y lo bueno de expulsar los demonios, signo que era del Reinado de Dios, sin embargo lo atribuían al espíritu del mal.
Que el Espíritu del Señor nos abra a nosotros los ojos para descubrir las acciones de Dios. Los caminos de Dios muchas veces podrían parecernos incomprensibles porque son más sencillos de lo que nosotros quizá queremos imaginarlos y nos cuesta en muchas ocasiones interpretar los signos que El nos va dejando de su llamada.
Dios nos va hablando en el corazón; nos ha dejado su Palabra, sus sacramentos, la Iglesia como señales claras de su presencia y de su gracia. Veamos ahí la acción de Dios. Pero algunas veces el Señor nos llama por otros caminos, con otras voces, que hemos de saber interpretar bien allá en lo hondo de nuestra conciencia, y podemos descubrir cómo podemos ir a Dios en tantas cosas buenas que nos suceden o que suceden a nuestro alrededor, o que podemos descubrir en las personas que están a nuestro lado. El Señor nos va llamando y va derramando su gracia. Hemos de estar atentos a esas llamadas del Señor y no malinterpretarlas sino dejarnos conducir por el Espíritu del Señor que nos va moviendo el corazón.
Pero quiere decirnos algo más hoy la Palabra del Señor. Es la vigilancia permanente que hemos de mantener en nuestra vida cuando nos hemos decidido a seguir los caminos del Señor. Porque el maligno nos acecha. Muchas veces nos sucede que dimos unos pasos para acercarnos al Señor y estábamos felices porque nos parecía que todo iba bien, que éramos fieles y nos manteníamos en la gracia del Señor; pero  nos descuidamos y cuando menos lo pensamos volvimos a tropezar quizá con la misma tentación, en las mismas cosas que pensábamos que ya teníamos superadas.

Como se suele decir, habíamos bajado la guardia, no estábamos tan vigilantes, quizá nos debilitamos en nuestra oración, no mantuvimos con la misma intensidad ese camino de ascesis y superación que nos habíamos trazado y vino y la tentación y sucumbimos otra vez. Es a lo que hoy nos quiere prevenir el Señor. Que la petición que hacemos cada día en el padrenuestro la hagamos de verdad y con todo sentido e intensidad: ‘No nos dejes caer en la tentación, líbranos del mal’. Como  nos dice Jesús hoy: ‘El final de aquel hombre resulta peor que el principio’. Que así nos mantengamos siempre vigilantes. Que sepamos descubrir siempre esa presencia del Señor a nuestro lado que nos llama y al mismo tiempo nos llena de la fortaleza de su gracia.

jueves, 10 de octubre de 2013

¡Cuánto más dará el Padre celestial el Espíritu Santo a los que se lo pidan!

Mal. 3, 13-18; 4, 2; Sal. 1; Lc. 11, 5-13
‘Enséñanos a orar’, seguimos pidiéndole hoy nosotros a Jesús como lo hacíamos ayer. No nos cansemos ni nos parezca repetitivo, porque así somos nosotros que pronto  nos cansamos, pero pronto también dejamos muchas veces de hacer y vivir lo que Jesús nos propone.
O no terminamos de poner toda nuestra confianza en el Señor, o somos tan exigentes que queremos ver inmediatamente realizado aquello que le pedimos - parece que se lo exigiéramos - al Señor. Es necesaria una actitud humilde además de llena de confianza. Somos pobres ante Dios y así tenemos que ponernos delante de El. No nos valen ni las autosuficiencias ni las exigencias de quien se cree siempre con todos los derechos. Es la actitud humilde del pobre que tiende la mano y espera confiadamente.
Confiadamente podemos y tenemos que esperar nosotros porque sabemos bien a quien le estamos pidiendo. Es el Padre amoroso que siempre nos escucha. Es el Padre amoroso que nos dará siempre lo mejor. Es el Padre amoroso que tiene entrañas de misericordia y se derrite de amor por nosotros porque nos quiere como hijos, porque nos ha hecho sus hijos. Es el Padre amoroso que está viendo en nosotros a su Hijo eterno, que nos lo ha entregado y ahora no solo ha dado su vida por nosotros sino que es el mejor mediador e intercesor que está siempre pidiendo por nosotros.
Es por eso por lo que hoy Jesús nos enseña cómo ha de ser nuestra oración, constante, perseverante, confiada, humilde. Nos pone ejemplos o parábolas para que lo comprendamos, como la del amigo que va a medianoche a pedirle ayuda a su amigo, aunque lo importune, porque sabe que el amigo siempre lo escucha. No es que Dios nos escuche como para quitarnos de encima, sino que Dios nos escucha porque sus entrañas son entrañas de misericordia y de amor.
‘Si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, - y nos habla del padre que si su hijo le pide pan no le dará una piedra, o si le pide un pez no le dará un escorpión - ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?’ Por eso nos insiste: ‘Pedid y recibiréis, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá, porque quien pide recibe, quien busca, encuentra, y al que llama se le abre’.
Así nos escucha el Señor. Pero, ¿qué le pedimos? Por supuesto ante Dios ponemos todas nuestras necesidades; y tenemos presentes nuestras necesidades materiales - el pan nuestro de cada día nos lo enseñó a pedir también cuando nos enseñaba el padrenuestro - pero tienen que ir todas aquellas cosas que nos hacen bien a la persona en toda su integridad, en nuestro crecimiento como persona, en nuestra maduración espiritual, en el desarrollo de todos esos valores y cualidades que ya no solo van a ser una riqueza para nuestra vida personal, sino que con ello vamos a contribuir al bien de los que están a nuestro lado, al bien de nuestro mundo.
Igual que le estamos diciendo una y otra vez hoy al Señor que nos enseñe a orar, hemos de pedirle que crezcamos en nuestra fe - ‘auméntanos la fe’, recordamos cómo le pedían los discípulos el pasado domingo -, pero que crezca y se fortalezca nuestra esperanza, que maduremos en el amor.
¿Cuáles son las peticiones concretas que nos proponía Jesús cuando nos enseñaba el padrenuestro? Además del pan de cada día, le pedíamos perdón que entrañaba el compromiso por nuestra parte de perdonar también; por eso le pedimos perdón pero le pedimos al mismo tiempo que nos dé fuerza para nosotros también perdonar, porque solo con nuestras fuerzas o nuestra buena voluntad va a ser difícil que lo consigamos. 
Si decíamos antes que le pedíamos para ese nuestro crecimiento como personas desarrollando todos esos valores y cualidades que poseemos, significará también que queremos apartarnos del mal; por eso pedimos su gracia, la fuerza de su Espíritu que esté en nosotros para ser fuertes y no dejarnos vencer por la tentación. Queremos ser mejores y solo lo lograremos con la ayuda y la fuerza del Señor. Eso ha de entrar entonces en nuestra petición.

‘¡Cuánto más dará el Padre celestial el Espíritu Santo a los que se lo pidan!’, escuchábamos que nos decía Jesús hoy. Pidamos ese don y esa fuerza del Espíritu que nos llene de Dios, que nos inunde de los dones de Dios.

miércoles, 9 de octubre de 2013

Rezar el padrenuestro es dejarse conducir por el Espíritu

Jonás, 4, 1-11; Sal. 85; Lc. 11, 1-4
‘Jesús estaba orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: Señor, enséñanos a orar, como Juan enseño a sus discípulos’.
‘Enséñanos a orar…’ Cómo sería la oración de Jesús. ¿Qué es lo que apreciaban sus discípulos cuando lo veían orar que ahora les motivaba para pedirle que les enseñara a orar? Repetidamente vemos en el evangelio la oración de Jesús. Subía con los discípulos al templo a la oración cuando estaba en Jerusalén; le hemos visto marcharse a solas al descampado para pasar la noche en oración; subió con los apóstoles especialmente escogidos, Pedro, Santiago y Juan, a lo alto de la montaña para orar; si Judas acudiría más tarde a Getsemaní a prender a Jesús era porque sabía que aquel era un lugar a donde Jesús le gustaba retirarse cuando estaba en Jerusalén… y así podríamos recordar muchos otros momentos. Precisamente en lo alto del monte de los Olivos hay un lugar que recuerda el lugar donde Jesús nos enseñó el Padrenuestro.
Pero también había ido enseñando cómo habría de ser esa oración; no le gustaba la manera de hacerlo de los fariseos de pie delante de todos para que la gente viera que oraban; alababa la oración humilde del publicano que se reconocía pecador y no era capaz de levantar sus ojos al cielo; nos diría que cuando orásemos nos fuéramos al aposento interior - que no solo es irse a una habitación apartada y encerrada, sino el propio interior de la persona - para orar allí en lo secreto al Creador que ve en lo escondido y conoce nuestra oración; nos enseñaría como seguiremos escuchando estos días que había que ser constantes y perseverantes en la oración hecha con toda humildad y confianza, pero no había de ser una oración de mucha palabrería porque el Señor sabe bien lo que nosotros necesitamos.
Ahora le piden que les enseñe a orar. Contagiados quizá por la manera en que lo veían orar o deseosos de que se plasmara en una forma de oración concreta todo aquello que había ido enseñando, le piden que les enseñe a orar.
‘Cuando oréis, decid…’ Y les propone un modelo de oración. Les propone la oración que nosotros llamamos del padrenuestro, por sus primeras palabras; la oración que llamamos también la oración dominical, no porque sea la oración del domingo, sino porque es la oración que nos enseñó el Señor. Santo Tomás de Aquino decía que ‘es la oración más perfecta de todas las oraciones’. Pero ya mucho antes Tertuliano había dicho que ‘el padrenuestro es el resumen de todo el evangelio’.
Y bien tenemos que reconocer que es así. Ese sentido nuevo de Dios, de la vida, de la relación entre los hombres, de todo lo que había de ser nuestra existencia a partir de la aceptación del Reino de Dios se ha de ver reflejado en nuestra oración. El anuncio del Reino de Dios venia a revelarnos en primer lugar ese rostro de amor y misericordioso de Dios que va a ser para siempre nuestro único Señor; cuando nos habla Jesús de Dios nos habla del Padre y así nos lo enseñará a llamar.
Desde ese reconocimiento de que Dios es nuestro único Señor, pero que es el Dios compasivo y misericordioso y el Padre bueno que nos ama y en su misericordia va a derramar sobre nosotros su amor y su perdón, ya nuestra vida tiene que ser totalmente distinta en nuestra relación con nosotros mismos y con los demás; es el Reino de Dios que Jesús nos anuncia y que nosotros hemos de vivir. Entonces ya nuestra oración a Dios tendrá que ser distinta; tendrá que ser una oración llena de amor, una oración que busca la vida y la verdad, una oración con la que nos vamos a llenar de la salvación que Dios nos ofrece en Jesús.
De ahí, entonces, el sentido nuevo de nuestras invocaciones y peticiones. Todo ha de ser siempre para la gloria de Dios, todo ha de ser buscar y vivir su Reino; todo ha de estar envuelto por el amor; en todo ha de resplandecer para siempre el bien y la bondad, que nos aleje de todo mal. Rezando con hondura el Padrenuestro estaremos haciendo presente en nuestra vida todo el evangelio.
Por eso siempre decimos que más que una fórmula a repetir es un sentido a dar a nuestra oración. Es desde lo hondo de nosotros mismos donde tenemos que sembrar esas actitudes nuevas para nuestra oración.

Tenemos, sí, que pedirle a Jesús que nos enseñe a orar, que nos enseñe a abrir nuestro corazón de manera nueva a Dios; que nos enseñe a sentir hondamente todo el evangelio muy vivo en nosotros cuando oramos. No son palabras lo que Jesús va a enseñarnos, que ya nos las sabemos demasiado bien de memoria; lo que tenemos que aprender es a dejarnos conducir de verdad por el Espíritu cuando estemos en oración.

martes, 8 de octubre de 2013

Donde aprendemos lo que es el servicio poniéndonos a los pies de Jesús

Jonás, 3, 1-10; Sal. 129; Lc. 10, 38-42
Jesús iba subiendo a Jerusalén y ya sabemos por otros comentarios que nos hemos hecho todo lo que significaba aquella subida. Muchas cosas han de ir sucediendo y grande será el mensaje que nos va dejando. Hoy se nos habla de hospitalidad y de acogida, de servicio y de apertura a la Palabra de Dios.
Allí en una aldea junto al camino que conduce a Jerusalén cuando ya está cercana la ciudad una familia acoge a Jesús y a los discípulos. La hospitalidad del semita les hace tener siempre abiertas las puertas para quien pasa junto a ellos, y tras la larga subida desde el valle del Jordán y desde la lejana Galilea el lugar era propicio para el descanso y el recuperar fuerzas antes de superar el monte de los olivos para entrar en Jerusalén.
Era quizá, sin embargo, un lugar habitual de parada de Jesús, por cuanto en otro lugar se hablará de la amistad especial que tienen aquellos hermanos con Jesús. Y allá está María sentada a los pies de Jesús escuchándole mientras Marta está afanada en el servicio preparando todo para acoger de la mejor manera y como se merecen en las normas habituales de la hospitalidad a quienes han llegado a aquel hogar.
Ya hemos escuchado el diálogo en cierto modo quejumbroso que se entabla entre Marta y Jesús porque preocupada como está por tenerlo todo preparado juzga, sin embargo, que su hermana no está prestando la colaboración que juzgaba necesaria. ¿Reproches?, ¿quejas nacidas de un corazón lleno de amor? ¿ansias del mejor servicio de hospitalidad? respuesta de Jesús para que nos hagamos una buena escala de valores y no falte el servicio, como tantas veces nos ha enseñado, pero no nos falte nunca nuestra acogida a Dios y a su Palabra.
No dice Jesús que no tenga importancia y valor lo que Marta está haciendo. Ella desea lo mejor y en su hospitalidad está queriendo responder de la mejor manera a lo que Jesús tantas veces había pedido que es el espíritu de servicio para darse y gastarse por los demás buscando siempre lo bueno. Claro que la respuesta de Jesús nos podrá hacer pensar y valorar cuál es el mejor servicio que podemos prestar a los demás.
Pero también hay que tener como primordial la actitud de María que también es acogida y un querer predisponer el corazón para el mejor servicio. ¿Cómo podremos llegar a esa donación de nosotros mismos que es el servicio a los demás si no es desde la fuerza que en el Señor encontramos? Necesitamos como María sentarnos a los pies de Jesús para escuchar su Palabra en lo hondo del corazón. Solo cuando nos sentamos de verdad a los pies de Jesús podremos aprender lo que es el amor, lo que es el servicio verdadero.
Sentados a los pies de Jesús podremos sentir el calor de su corazón, de su amor para contagiarnos de él hasta impregnarnos en lo más íntimo y profundo de nosotros. Sentados a los pies de Jesús recibiremos su gracia que nos ayudará a superar momentos de decaimiento, a no dejar que entre la frialdad en nuestro corazón.
No podemos quedarnos lejos de Jesús; tenemos que aprender a estar cerca de El. Como Marta y María acogieron a Jesús en su hogar de Betania, nuestro corazón, nuestra vida tiene que tener siempre las puertas abiertas para recibir a Jesús. Y acogemos y recibimos a Jesús cuando escuchamos su Palabra, cuando celebramos los sacramentos, cuando intensificamos nuestra oración, cuando acudimos a las puertas del Sagrario, sabiendo que El está ahí verdaderamente presente para escucharnos y para hablarnos allá en lo más intimo de nosotros mismos.
Pero sabemos también cómo El quiere llegar hasta nosotros en el prójimo, en el hermano que está a nuestro lado; ya sabemos lo que Jesús mismo nos repetía muchas veces de que cuanto le hiciéramos al prójimo que está a nuestro lado a El se lo hacíamos. Ahí tenemos que abrir nuestro corazón al amor, al servicio. Cuántas oportunidades tenemos de encontrarnos con Jesús y servirle en los hermanos.

Repitamos esa escena de Betania en la vida nuestra de cada día y recibamos a Jesús. 

lunes, 7 de octubre de 2013

Rezar el Rosario de María es recorrer y contemplar todo el Evangelio de Jesús

Hech. 1, 12-14; Sal. Lc. 1, 46-54; Lc. 1, 26-38
Esta fiesta de la Virgen del Rosario nació con una acción de gracias a Dios que con la intercesión de la Virgen a la que se invocó con el rezo del santo rosario concedió la victoria a las tropas cristianas sobre los turcos en la batalla de Lepanto en 1571. De ahí que en muchos lugares vaya acompañada esta fiesta de la representación en teatro popular de esta batalla en escenificaciones de carácter muy popular, verdaderos autos sacramentales podríamos llamarlos, como son las ‘libreas’ que se representan en muchos de nuestros pueblos.
Pero como decíamos el origen en sí mismo está en la devoción del pueblo cristiano a la Virgen Madre de Dios a la que invoca con el rezo del santo rosario. Fue santo Domingo de Guzmán el que en su tiempo extendió por todo el sur de Europa esta devoción a la Virgen y el rezo del rosario, como expresión de la piedad popular, que no sabiendo quizá utilizar otras oraciones de la Iglesia como podrían ser los salmos en el oficio divino también por la dificultad del idioma en la liturgia de la Iglesia, sin embargo unía el rezo del avemaría a la Virgen con la contemplación del Misterio de Cristo, siendo además una verdadera catequesis para el pueblo cristiano.
Es por eso por lo que decimos a cada una de sus partes los misterios del Rosario porque vamos contemplando diversos momentos del misterio de Cristo podríamos decir desde los ojos de María mientras la invocamos con el saludo Angélico del Avemaría. Como bien sabemos la enunciación de los diversos misterios en cada una de las decenas de avemarías que rezamos no se tiene que quedar en esa simple enunciación, sino que ha de darnos motivo para nuestra meditación con lo que iríamos empapándonos más y más de Evangelio si lo hiciéramos bien.
De ahí el texto de la primera lectura, de los Hechos de los Apóstoles, que nos ofrece la liturgia en esta celebración. La Iglesia naciente estaba reunida en oración en la espera de la venida del Espíritu Santo y con ellos estaba María, la madre de Jesús. Ahí nos está expresando ya lo que iba a ser la función de María junto al camino de la Iglesia. Es la madre que está a nuestro lado; la madre que nos ayuda a meternos más y más en el misterio de Dios para que nos sintamos inundados de su gracia y empapados cada vez más de los valores nuevos del evangelio; la madre que estando a nuestro lado se convierte también en intercesora ante el trono de Dios para impetrar las gracias que necesitamos en ese camino de la fe, en ese camino del amor.
Es María la que siempre nos está diciendo, como les decía a los sirvientes de las bodas de Caná, ‘haced lo que El os diga’. Siempre María nos lleva a Cristo. Por eso en las imágenes benditas de nuestra devoción a la Virgen siempre nos está mostrando a Jesús. No nos quedamos en María, ella es la madre como toda madre siempre modelo y espejo de lo que ha de ser nuestra vida; pero ella es la buena madre que nos acompaña, nos señala los caminos que hemos de recorrer para apartarnos del mal y del pecado, nos impulsa y nos lleva de la mano para que recorramos caminos de virtud y de santidad; ella es la buena madre que siempre estará dando la cara por nosotros, por eso la tenemos como abogada y como intercesora para alcanzar esa gracia del Señor que necesitamos.
Y cuando le rezamos a ella, quiere que siempre tengamos ante nuestros ojos el misterio de su Hijo. Es lo que hacemos, como decíamos, cuando rezamos el rosario. Son esos piropos que no nos cansamos de dirigir a María, porque ella se lo merece porque es la Madre del Señor pero es también nuestra madre; pero quiere ella que, mientras la invocamos y pedimos su intercesión o le damos gracias por cuanto con su intercesión alcanzamos, tengamos siempre presente ante los ojos de nuestra mente y muy metido en el corazón todo el evangelio de Jesús. Hacer un recorrido por los misterios del Rosario es ir recorriendo el evangelio de Jesús, porque es ir recorriendo su vida y considerando todo el misterio de salvación que nos ofrece.
Por eso, con qué sentido, con profundidad tenemos que rezar el rosario a la Virgen; que nunca sea una rutina, una carrera para acabar pronto porque tenemos que irnos a otra parte; que lo recemos pausadamente, deteniéndonos bien para meditarlos en todos los misterios que son los misterios de la vida de Cristo para nuestra santificación.
Celebramos a María en esta fiesta preciosa del Rosario, cuya devoción tan extendida está en el pueblo cristiano. No hay un pueblo que no tenga una imagen de la Virgen de una especial devoción para el pueblo cristiano, pero pocos pueblos habrá donde falte una imagen de la Virgen del Rosario. Que ella interceda siempre por nosotros y que nosotros, como buenos hijos de María que la amamos con todo nuestro corazón, la escuchemos y hagamos lo que nos señala para hacer siempre lo que Jesús nos dice.

domingo, 6 de octubre de 2013

Auméntanos la fe para ser testigo de esa fe ante un mundo de increencia y de violencia

Habacuc, 1, 2-3; 2, 2-4; Sal. 94; 2Tim. 1, 6-8.13-14; Lc. 17, 5-10
‘Los apóstoles le pidieron al Señor: Auméntanos la fe’. Cuántas veces lo habremos pedido nosotros también. Ha de ser una súplica continua. Pero cuantas veces lo habremos suplicado cuando nos hemos visto envueltos por oscuridades y dudas.
Como les sucedía ahora a los apóstoles quizá. Ya hemos escuchado cómo en muchas ocasiones les cuesta llegar a comprender lo que va sucediendo en torno a Jesús o lo que Jesús mismo les dice o les anuncia. Duro les era cuando les hablaba de pasión y de cruz, ahora que subían a Jerusalén y de todo lo que allí había de pasar el Hijo del Hombre. Aunque estaban con Jesús se sentían quizá muchas veces inseguros, como  nos sucede a nosotros tantas veces, y llenos de dudas.
Ahora mismo Jesús les había hablado del perdón - es el texto inmediatamente anterior aunque no lo hemos escuchado en esta ocasión - un perdón, les decía, que tenía que ser generoso y universal; momentos antes, como escuchamos en pasados domingos les hablaba del uso de las riquezas o de los bienes materiales y pedía desprendimiento y generosidad. Suplicaban al Señor ‘auméntanos la fe’, porque quizá se sentían débiles para seguir el camino que Jesús les estaba proponiendo. Seguir a Jesús era algo que llenaba de luz su alma, pero cuando les hablaba de cargar con la cruz de cada día eso les resultaba más duro.
Hoy todos los textos de la Palabra del Señor proclamada nos iluminan en este sentido de la fe. Jesús les anima incluso con lo que les dice a continuación. ‘Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: arráncate de raíz y plántate en el mar, y os obedecería’. No es que vayamos arrancando árboles o cambiando las montañas de sitio, como  nos dirá en otro lugar, pero estas hipérboles quieren darnos confianza y certeza en nuestra fe.
El grito del profeta Habacuc que hemos escuchado en la primera lectura pudiera representar también nuestro grito en los momentos en que perdemos los ánimos o nos llenamos de oscuridad ante lo que nos sucede o ante lo que contemplamos en el mundo que nos rodea. ‘¿Hasta cuando clamaré, Señor, sin que me escuches? ¿Te gritaré violencia sin que me salves? ¿Hasta cuando me haces ver desgracias, me muestras trabajos, violencias y catástrofes, surgen luchas, se alzan contiendas?’
Los momentos que estaba pasando el pueblo eran difíciles. Son el pueblo elegido del Señor pero ahora se ven abocados a la destrucción de todo lo más sagrado para ellos como era el templo y la ciudad de Jerusalén y conducidos a la cautividad y el destierro y se ven rodeados de violencias por todasd partes, y surge el grito desde lo hondo del corazón de los que quieren ser fieles, mantener su fe puesta en el Señor. Pero en la visión profética hay palabras que animan a la esperanza y mantener la fe en el Señor, a pesar de todas las oscuridades.
Como decíamos traducen las palabras del profeta también nuestros momentos de dudas, de oscuridades en que nos vemos perplejos quizá ante lo que nos sucede o sucede en nuestro entorno. Serán nuestros problemas personales, los sufrimientos que nos van apareciendo en la vida, nuestras propias limitaciones o la enfermedad que aparece llenándonos de dolor e incertidumbre.
Pero pueden ser también las situaciones que vemos en nuestro entorno en personas que sufren, en los problemas de carencias y pobrezas que envuelven a tantos en nuestro entorno; pueden ser ese mundo de luchas y enfrentamientos que vemos en las relaciones de unos y otros muchas veces desde la ambición o una lucha por el poder cosas que en nuestra sensibilidad nos hacen también sufrir; pueden ser catástrofes o accidentes, amenazas de guerras, secuestros, ataques terroristas o atentados que quitan la vida a tantos inocentes. ¿Quién no se siente impresionado por lo que hemos visto estos días de esos centenares de personas muertos y desaparecidos tragados por el mar en ese terrible naufragio de quienes buscaban una vida mejor?
Surge el grito como el del profeta o surge la súplica como la de los apóstoles a Jesús. ‘¿Hasta cuando, Señor?... Auméntanos la fe’. Pero tiene que despertarse también en nosotros la fe y la esperanza. ‘El justo vivirá por su fe’, decía el profeta. Esa fe que nos hace poner toda nuestra confianza en el Señor. Esa fe que nos mantendrá firmes y seguros también en esos momentos difíciles. Esa fe que da seguridad a nuestra vida porque ilumina nuestra existencia, nos hace encontrar un sentido a todo eso que vivimos y nos dará valor para caminar llenos de confianza haciendo lo que tenemos que hacer, viviendo con responsabilidad nuestra existencia. Es a lo que nos invita Jesús con esa pequeña parábola o ejemplo que nos pone.
‘Reaviva el don de Dios’, le dice san Pablo a su discípulo Timoteo, ‘porque Dios no nos ha dado un espíritu cobarde, sino un espíritu de energía, amor y buen juicio’.  Le recuerda el apóstol el testimonio que ha de dar en todo momento anunciando el evangelio aunque esté pasando por momentos duros. Por eso le dice ‘vive con fe y amor en Cristo Jesús para guardar ese depósito de la fe con la ayuda del Espíritu Santo’.
Palabras que son de ánimo también para nosotros, para que guardemos también con toda fidelidad ese depósito de la fe, para que demos testimonio de esa fe que anima nuestra vida frente a un mundo muy lleno de increencia, un mundo que muchas veces nos da la impresión que ha perdido su rumbo y que anda a oscuras y por eso lo vemos tan lleno de maldad, tan maleado por el egoísmo muchas veces insolidario en el que se rehuye el compromiso, tan lleno de violencias, tan falto de paz.
No nos podemos cruzar de brazos ni desentendernos de ese mundo que sufre. No podemos dejar que esas oscuridades nos envuelvan y contagien. Aunque sean muchas las cosas que nos tienten a la angustia y a la desesperanza, incluso cuando nos parece fracasar a causa de nuestras propias debilidades, hemos de mantener encendida esa lámpara de nuestra fe. En el Señor encontramos esa gracia que alimente nuestra fe y nos llene de fortaleza. Pero es ahí en medio de ese mundo donde tenemos que dar nuestro testimonio con valentía, con ánimo, con coraje, donde tenemos que manifestar alegres en la fe que nos anima para que en verdad despierte esperanza en tantos que van tan desorientados en la vida.
Sí, le pedimos al Señor: ‘auméntanos la fe’.