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miércoles, 9 de octubre de 2013

Rezar el padrenuestro es dejarse conducir por el Espíritu

Jonás, 4, 1-11; Sal. 85; Lc. 11, 1-4
‘Jesús estaba orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: Señor, enséñanos a orar, como Juan enseño a sus discípulos’.
‘Enséñanos a orar…’ Cómo sería la oración de Jesús. ¿Qué es lo que apreciaban sus discípulos cuando lo veían orar que ahora les motivaba para pedirle que les enseñara a orar? Repetidamente vemos en el evangelio la oración de Jesús. Subía con los discípulos al templo a la oración cuando estaba en Jerusalén; le hemos visto marcharse a solas al descampado para pasar la noche en oración; subió con los apóstoles especialmente escogidos, Pedro, Santiago y Juan, a lo alto de la montaña para orar; si Judas acudiría más tarde a Getsemaní a prender a Jesús era porque sabía que aquel era un lugar a donde Jesús le gustaba retirarse cuando estaba en Jerusalén… y así podríamos recordar muchos otros momentos. Precisamente en lo alto del monte de los Olivos hay un lugar que recuerda el lugar donde Jesús nos enseñó el Padrenuestro.
Pero también había ido enseñando cómo habría de ser esa oración; no le gustaba la manera de hacerlo de los fariseos de pie delante de todos para que la gente viera que oraban; alababa la oración humilde del publicano que se reconocía pecador y no era capaz de levantar sus ojos al cielo; nos diría que cuando orásemos nos fuéramos al aposento interior - que no solo es irse a una habitación apartada y encerrada, sino el propio interior de la persona - para orar allí en lo secreto al Creador que ve en lo escondido y conoce nuestra oración; nos enseñaría como seguiremos escuchando estos días que había que ser constantes y perseverantes en la oración hecha con toda humildad y confianza, pero no había de ser una oración de mucha palabrería porque el Señor sabe bien lo que nosotros necesitamos.
Ahora le piden que les enseñe a orar. Contagiados quizá por la manera en que lo veían orar o deseosos de que se plasmara en una forma de oración concreta todo aquello que había ido enseñando, le piden que les enseñe a orar.
‘Cuando oréis, decid…’ Y les propone un modelo de oración. Les propone la oración que nosotros llamamos del padrenuestro, por sus primeras palabras; la oración que llamamos también la oración dominical, no porque sea la oración del domingo, sino porque es la oración que nos enseñó el Señor. Santo Tomás de Aquino decía que ‘es la oración más perfecta de todas las oraciones’. Pero ya mucho antes Tertuliano había dicho que ‘el padrenuestro es el resumen de todo el evangelio’.
Y bien tenemos que reconocer que es así. Ese sentido nuevo de Dios, de la vida, de la relación entre los hombres, de todo lo que había de ser nuestra existencia a partir de la aceptación del Reino de Dios se ha de ver reflejado en nuestra oración. El anuncio del Reino de Dios venia a revelarnos en primer lugar ese rostro de amor y misericordioso de Dios que va a ser para siempre nuestro único Señor; cuando nos habla Jesús de Dios nos habla del Padre y así nos lo enseñará a llamar.
Desde ese reconocimiento de que Dios es nuestro único Señor, pero que es el Dios compasivo y misericordioso y el Padre bueno que nos ama y en su misericordia va a derramar sobre nosotros su amor y su perdón, ya nuestra vida tiene que ser totalmente distinta en nuestra relación con nosotros mismos y con los demás; es el Reino de Dios que Jesús nos anuncia y que nosotros hemos de vivir. Entonces ya nuestra oración a Dios tendrá que ser distinta; tendrá que ser una oración llena de amor, una oración que busca la vida y la verdad, una oración con la que nos vamos a llenar de la salvación que Dios nos ofrece en Jesús.
De ahí, entonces, el sentido nuevo de nuestras invocaciones y peticiones. Todo ha de ser siempre para la gloria de Dios, todo ha de ser buscar y vivir su Reino; todo ha de estar envuelto por el amor; en todo ha de resplandecer para siempre el bien y la bondad, que nos aleje de todo mal. Rezando con hondura el Padrenuestro estaremos haciendo presente en nuestra vida todo el evangelio.
Por eso siempre decimos que más que una fórmula a repetir es un sentido a dar a nuestra oración. Es desde lo hondo de nosotros mismos donde tenemos que sembrar esas actitudes nuevas para nuestra oración.

Tenemos, sí, que pedirle a Jesús que nos enseñe a orar, que nos enseñe a abrir nuestro corazón de manera nueva a Dios; que nos enseñe a sentir hondamente todo el evangelio muy vivo en nosotros cuando oramos. No son palabras lo que Jesús va a enseñarnos, que ya nos las sabemos demasiado bien de memoria; lo que tenemos que aprender es a dejarnos conducir de verdad por el Espíritu cuando estemos en oración.

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