María del Pilar, guía para nuestro camino y columna de esperanza
Hechos, 1, 12-14; Sal.
26M Lc. 11, 27-28
‘Según una piadosa
tradición, ya desde los albores de su conversión, los primitivos cristianos
levantaron una ermita en honor de la Virgen María a las orillas del Ebro, en la
ciudad de Zaragoza. La primitiva y pequeña capilla, con el correr de los
siglos, se ha convertido hoy en una basílica grandiosa que acoge, como centro
vivo y permanente de peregrinaciones, a innumerables fieles que, desde todas las
partes del mundo, vienen a rezar a la Virgen y venerar su Pilar’.
Así comienza el elogio de nuestra Señora del Pilar que
el Oficio divino nos ofrece en la Liturgia de las Horas de este día 12 de
octubre. Dicha capilla y posterior basílica con toda la devoción a la Virgen
del Pilar que hoy celebramos, tiene su origen en la tradición que nos habla de
la milagrosa presencia de la Virgen María, cuando aún vivía en carne mortal, en
las orillas del Ebro para alentar la predicación apostólica del Evangelio al Apóstol
Santiago en nuestras tierras hispanas. Ahí nos queda ese Pilar que veneramos en
Zaragoza sobre el que se asienta la imagen de la Virgen - de ahí el nombre - y
la devoción a la Virgen del Pilar que se ha generado a través de los siglos.
No entramos en discusiones históricas ni en la validez
de las tradiciones, pero sí hemos de considerar ese signo de Dios que allí se
siente y que ha ayudado y sigue ayudando a mantener la fe de nuestros pueblos
con la mediación de María.
María siempre presente en la vida de la Iglesia. Es
nuestra madre, así nos la dejó el Señor
desde la Cruz cuando la confió a Juan. Y así contemplamos a María junto a
aquella Iglesia naciente en el Cenáculo en la espera de la venida de la promesa
de Jesús, la venida del Espíritu Santo. Siempre hemos querido sentir esa
presencia de María en el camino de la Iglesia, en el camino de nuestra fe.
Una fe que fundamentamos en Cristo y su evangelio viviéndola
en Iglesia, pero que en María encontramos ese pilar que nos da seguridad, que
nos sirve de apoyo, que nos alienta en nuestra esperanza, que nos hace sentir
la fortaleza de la gracia. La imagen de la Virgen del Pilar así alienta nuestra
esperanza porque estamos seguros que a ella siempre podemos acudir porque
encontraremos su protección de madre.
Como la invocamos en las antífonas de la liturgia de
este día ‘María del Pilar es guía para el
camino, columna para la esperanza, luz para la vida’. Sí, María es nuestra
guía y nuestro amparo, nuestra fortaleza y nuestra esperanza, no solo porque en
ella nos miramos para ver el camino que hemos de recorrer porque es el mejor
ejemplo que podemos tener de lo que es vivir el evangelio, sino que eso mismo
alienta nuestra esperanza en nuestras luchas, en nuestras dudas, en los
momentos de peligro y de tentación, porque su presencia nos ilumina dándonos un
nuevo resplandor, y sabemos además que ella como lo hacen siempre las madres
está poniéndose de nuestra parte para alcanzarnos esa gracia del Señor que
necesitamos.
Es por eso por lo que en la oración de la liturgia de
este día pedimos que ‘por su intercesión,
nos conceda fortaleza en la fe, seguridad en la esperanza y constancia en el
amor’. Cuando estamos a punto de acabar el año de la fe que por estas
fechas iniciábamos el pasado año esta celebración tiene que motivarnos aun más
a crecer en nuestra fe.
A María Isabel la llamó dichosa por su fe; ella la
mujer creyente siempre abierta a Dios y que supo descubrir u sentir cómo la
Palabra del Señor se plantaba en su corazón; la mujer creyente dispuesta siempre
al sí, porque se fiaba de Dios, en El ponía toda su confianza, aunque en lo
hondo de su corazón se preguntaba por el significado de lo que Dios le decía y
le proponía.
María es la mujer de la fe madura que nos enseña a
nosotros a ese profundizar en nuestra fe, porque en verdad vayamos rumiando en
nuestro interior todo ese misterio de Dios que se nos revela para así
empaparnos de Dios, para así llenarnos hasta rebosar de su vida y de su gracia.
Por eso con María nos sentimos impulsados a desear conocer más y más nuestra
fe, para que no sea una fe ciega, sino que nuestra mirada sobre la vida y sobre
las cosas sea siempre la mirada de Dios.
Que de María del Pilar alcancemos esa fortaleza; que
con María del Pilar no nos falte nunca la esperanza en el corazón; que estando
al lado de María del Pilar aprendamos a abrir bien nuestros ojos para aprender
a amar con un amor como el que tuvo ella, que no era sino reflejar en su vida
lo que era el amor de Dios.
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