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sábado, 12 de octubre de 2013

María del Pilar, guía para nuestro camino y columna de esperanza

  Hechos, 1, 12-14; Sal. 26M Lc. 11, 27-28
‘Según una piadosa tradición, ya desde los albores de su conversión, los primitivos cristianos levantaron una ermita en honor de la Virgen María a las orillas del Ebro, en la ciudad de Zaragoza. La primitiva y pequeña capilla, con el correr de los siglos, se ha convertido hoy en una basílica grandiosa que acoge, como centro vivo y permanente de peregrinaciones, a innumerables fieles que, desde todas las partes del mundo, vienen a rezar a la Virgen y venerar su Pilar’.
Así comienza el elogio de nuestra Señora del Pilar que el Oficio divino nos ofrece en la Liturgia de las Horas de este día 12 de octubre. Dicha capilla y posterior basílica con toda la devoción a la Virgen del Pilar que hoy celebramos, tiene su origen en la tradición que nos habla de la milagrosa presencia de la Virgen María, cuando aún vivía en carne mortal, en las orillas del Ebro para alentar la predicación apostólica del Evangelio al Apóstol Santiago en nuestras tierras hispanas. Ahí nos queda ese Pilar que veneramos en Zaragoza sobre el que se asienta la imagen de la Virgen - de ahí el nombre - y la devoción a la Virgen del Pilar que se ha generado a través de los siglos.
No entramos en discusiones históricas ni en la validez de las tradiciones, pero sí hemos de considerar ese signo de Dios que allí se siente y que ha ayudado y sigue ayudando a mantener la fe de nuestros pueblos con la mediación de María.
María siempre presente en la vida de la Iglesia. Es nuestra madre, así  nos la dejó el Señor desde la Cruz cuando la confió a Juan. Y así contemplamos a María junto a aquella Iglesia naciente en el Cenáculo en la espera de la venida de la promesa de Jesús, la venida del Espíritu Santo. Siempre hemos querido sentir esa presencia de María en el camino de la Iglesia, en el camino de nuestra fe.
Una fe que fundamentamos en Cristo y su evangelio viviéndola en Iglesia, pero que en María encontramos ese pilar que nos da seguridad, que nos sirve de apoyo, que nos alienta en nuestra esperanza, que nos hace sentir la fortaleza de la gracia. La imagen de la Virgen del Pilar así alienta nuestra esperanza porque estamos seguros que a ella siempre podemos acudir porque encontraremos su protección de madre.
Como la invocamos en las antífonas de la liturgia de este día ‘María del Pilar es guía para el camino, columna para la esperanza, luz para la vida’. Sí, María es nuestra guía y nuestro amparo, nuestra fortaleza y nuestra esperanza, no solo porque en ella nos miramos para ver el camino que hemos de recorrer porque es el mejor ejemplo que podemos tener de lo que es vivir el evangelio, sino que eso mismo alienta nuestra esperanza en nuestras luchas, en nuestras dudas, en los momentos de peligro y de tentación, porque su presencia nos ilumina dándonos un nuevo resplandor, y sabemos además que ella como lo hacen siempre las madres está poniéndose de nuestra parte para alcanzarnos esa gracia del Señor que necesitamos.
Es por eso por lo que en la oración de la liturgia de este día pedimos que ‘por su intercesión, nos conceda fortaleza en la fe, seguridad en la esperanza y constancia en el amor’. Cuando estamos a punto de acabar el año de la fe que por estas fechas iniciábamos el pasado año esta celebración tiene que motivarnos aun más a crecer en nuestra fe.
A María Isabel la llamó dichosa por su fe; ella la mujer creyente siempre abierta a Dios y que supo descubrir u sentir cómo la Palabra del Señor se plantaba en su corazón; la mujer creyente dispuesta siempre al sí, porque se fiaba de Dios, en El ponía toda su confianza, aunque en lo hondo de su corazón se preguntaba por el significado de lo que Dios le decía y le proponía.
María es la mujer de la fe madura que nos enseña a nosotros a ese profundizar en nuestra fe, porque en verdad vayamos rumiando en nuestro interior todo ese misterio de Dios que se nos revela para así empaparnos de Dios, para así llenarnos hasta rebosar de su vida y de su gracia. Por eso con María nos sentimos impulsados a desear conocer más y más nuestra fe, para que no sea una fe ciega, sino que nuestra mirada sobre la vida y sobre las cosas sea siempre la mirada de Dios.

Que de María del Pilar alcancemos esa fortaleza; que con María del Pilar no nos falte nunca la esperanza en el corazón; que estando al lado de María del Pilar aprendamos a abrir bien nuestros ojos para aprender a amar con un amor como el que tuvo ella, que no era sino reflejar en su vida lo que era el amor de Dios.

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