No
nos puede faltar la presencia de María, la madre, imagen de la ternura de Dios,
para con ella sentir cómo Dios vuelve su rostro sobre nosotros y nos concede la
paz
Números 6, 22-27; Sal 66; Gálatas 4, 4-7;
Lucas 2, 16-21
No podía faltar la presencia de una
madre, no nos puede faltar. Qué necesaria es. No solo en el hecho de que en su
vientre se gesta una vida, de su vientre nace un hijo, porque ahí no se acaba
la función de la madre. Es la ternura de la naturaleza misma. Lo observamos
hasta en los animalitos más elementales, como la madre cuida y alimenta,
protege y se hace presente, da calor y cubre con sus alas como vemos
tiernamente hasta en las aves.
Pero en el ser humano es mucho más, nos
ha dado la vida y sigue siendo vida para sus hijos, porque sabe estar presente,
porque cuida y porque protege, porque escucha y siempre está atenta no solo con
los ojos de la cara sino con el corazón para entender y para saber más allá de
las palabras que nosotros podamos decir o de los sentimientos que podamos expresar.
Es la ternura de la vida, es la ternura del amor, es la ternura de Dios que El
ha querido derramar de manera especial en la madre para que teniéndola a ella
nunca sintamos el frío de la soledad, o el desgarro de la maldad que de otras
partes nos pudiera llegar.
Y Dios quiso tener una madre, quiso
nacer del seno de una madre, quiso sentir en sí mismo el calor del corazón de
una madre. Por eso aunque siempre en todo el misterio del nacimiento de Jesús
hemos visto la presencia de Maria, con la que Dios quiso contar, antes de
concluir toda la solemnidad grande de la Navidad, en su octava, hoy celebramos
a María, la Madre de Dios. Sabiamente tras la reforma litúrgica conciliar se
recuperó para este día esta solemnidad de la Madre de Dios, que ya se venía celebrando
el 11 de octubre, como conmemoración y recuerdo de aquel concilio que así la
proclamó. Este es su lugar. Y es importante que así ahora la contemplemos y la
celebremos en el mayor misterio y don de María, su maternidad divina.
Aunque los ángeles sólo le habían
hablado a los pastores de un niño recién nacido envuelto en pañales, es allí
junto a María donde encuentran a ese Niño que se les había anunciado como el
Salvador. No podía faltar la presencia de la Madre, no podía faltar la
presencia de María, como no nos puede faltar a nosotros en nuestro propio
itinerario de fe.
Con María siempre iremos al encuentro
con Jesús, siempre iremos a escuchar y a hacer lo que nos diga Jesús. Con María
aprendemos a acoger la Palabra y a acoger a Dios, con María aprenderemos a
saborear la ternura de Dios. Con María sentiremos el calor del amor y la
intensidad de la vida porque de la ternura de su corazón de Madre aprenderemos
a encontrar esas señales de amor que Dios va poniendo a nuestra vera en el
camino de la vida. Pero con María aprenderemos también a ponernos en camino
porque a todos hemos de saber comunicar las maravillas de Dios.
En esta fecha del primero de enero
tenemos la coincidencia de varios hitos muy importantes en el camino de nuestra
vida. Por una parte Navidad y la presencia de María como ya venimos comentando,
pero al mismo tiempo en el ritmo de vida es el momento de cambio de hoja en el
calendario que rige la vida de nuestra sociedad.
Es primero de año, lo que nos está
hablando de un año que ya hemos dejado atrás con su propia historia, pero de un
nuevo año que se abre camino ante nosotros y en el que tenemos que construir la
historia de nuestro hoy. Momentos de recuerdos y recuentos del camino recorrido
con lecciones aprendidas, con momentos con intensidad vividos y con todo eso
que ha contribuido en el crecimiento y desarrollo de nuestra vida. Será momento
de gratitudes, como de cosas a tomar nota y tener en cuenta para no cometer los
mismos errores, como momentos para aprender de lo vivido ya fuera negativo o
positivo.
Pero es momento de inicio de nuevas
etapas y de buenos propósitos y deseos al tiempo que nos vamos trazando metas. Todos
nos deseamos lo mejor, pero no nos podemos quedar en la buena voluntad ni en
los buenos deseos, sino que tendrá que ser momento de compromiso y de poner
cada uno de nuestra parte nuestro grano de arena o nuestra buena semilla porque
será la manera de que nuestro año sea mejor. El año será lo que nosotros
construyamos, con las circunstancias con que nos encontremos, y con el esfuerzo
en que desarrollemos lo mejor de nosotros mismos para que sea el resultado
mejor. No es tarea fácil, porque son muchas las cosas que se conjuntan, pero
eso no nos disculpa de nuestro esfuerzo y de nuestra tarea.
Y queremos un mundo de paz. Fue el
cántico de los Ángeles de Belén, la paz para los hombres porque Dios los ama,
y son los deseos que todos nos manifestamos cuando queremos que todos seamos
muy felices. Sin esa paz, se vería realmente mermada nuestra felicidad y la
felicidad de nuestro mundo. Una paz que construiremos desde la justicia, el
amor y la verdad; una tarea de la paz en la que todos hemos de ser educados y
todos hemos de prepararnos para construirla de la mejor manera.
A través del año habrá otras fechas en
que la sociedad celebre el día de la paz y quiera expresar gestos de paz para
manifestar su compromiso, pero sabiamente desde hace ya muchos año el Papa
Pablo VI instituyó en la Iglesia esa Jornada de Oración por la paz en este
primero de enero, comienzo del año. Es que la paz no es solo un deseo, sino un
compromiso, pero también ha de ser un don que pidamos a Dios.
Que María, la madre y la reina de la
paz, interceda por nosotros para que el Señor vuelva su rostro sobre
nosotros y nos conceda su paz. Que esa mirada de Dios nos reconforte y nos
haga sentirnos fuertes en su gracia para hacer de nuestro mundo un reino de
paz.