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sábado, 26 de abril de 2025

Qué importante es la experiencia viva de fe, que no es una tradición expresada en palabras y en rituales, sino algo vivo y grabado en el corazón

 


Qué importante es la experiencia viva de fe, que no es una tradición expresada en palabras y en rituales, sino algo vivo y grabado en el corazón

Hechos, 4, 13-21; Sal. 117; Mc. 16, 9-15

Hay cosas en la vida que algunas veces nos cuesta creer. Nos sucede con cosas de importancia, pero nos sucede en esas cosas normales de cada día, en esos comentarios que en un momento recibimos de un vecino o de un amigo que nos cuesta alguna cosa que ha sucedido, pero que de alguna manera la vemos inverosímil y nos cuesta aceptarla; poco menos tenemos que palparla con nuestras manos, verla con nuestros ojos, toparnos de frente con ello para que comencemos a creer, desaparezca esa incredulidad en la que nos envolvemos algunas veces como un salvavidas quizás para no complicarnos la vida.

El evangelio de hoy es como un pequeño resumen que nos hace san Marcos de todo lo que significo la Pascua para los discípulos. Aturdidos estaba por todos aquellos acontecimientos del prendimiento de Jesús, su apresurado juicio y condena y su muerte en la cruz. No por mucho anunciado por Jesús estaban preparados para todo aquel acontecimiento; Jesús les había hablado que al tercer día resucitaría, y entre que no sabía ciertamente lo que eso significaba - ¡cuántas preguntas se habían hecho cada vez que les hablaba de ello! – y el no haberlo visto tan pronto y de la manera que ellos imaginaban, todas las noticias que les llegaban les costaba aceptarlas.

Habían tomado como visiones lo que las mujeres en la mañana les habían dicho, no habían creído a María Magdalena que contaba que lo había visto y les mandaba un mensaje, no creyeron a los discípulos que se habían ido al campo, a Emaús, y se habían encontrado con El en el camino; les costaba dar el paso. No les era suficiente lo que los demás contaban. ¿Los creerían a ellos si fueran a los demás también con esa buena noticia?

Era necesario algo más. Era necesario un encuentro. Era necesario vivir su presencia y escuchar en lo hondo del corazón sus propias palabras. Y eso iba a suceder y sería el punto de arranque de algo maravilloso, algo nuevo para ellos mismos, pero que sería algo nuevo para el mundo, sería la buena noticia que tenían que transmitir por todo el mundo, como el mismo Jesús les encargaría.

Los otros evangelistas hablan de diversos encuentros; algunos insistiendo en los encuentros con el Cenáculo y Juan resaltando también el encuentro en Galilea junto al lago de Tiberíades. Marcos nos sitúa este encuentro allí donde están reunidos, probablemente se refiera al Cenáculo. ‘Por último se les apareció Jesús cuando estaban sentados a la mesa…’ nos dice el evangelista.

Confrontando paralelamente lo que los otros evangelistas nos dicen podemos hablar de sorpresa y de alegría, de impulso para ir ya también a llevar esa buena noticia a los demás y de sentirse transformados interiormente porque ahora sí tenían la certeza de la presencia de Cristo resucitado. Como dirían en otra ocasión a la samaritana que les había llevado la noticia de Jesús que le había contado todo lo que había hecho, no creemos por lo que tú nos digas sino porque nosotros mismos lo hemos visto. Así sería la reacción de quienes estaban sentados a la mesa aquel día con la llegada de Jesús. Lo habían visto, habían experimentado su presencia y escuchado sus palabras, de El había recibido también la misión.

No podemos callar lo que hemos visto y oído, porque tenemos que obedecer primero a Dios que a los hombres, dirían los apóstoles cuando desde el Sanedrín, sin saber qué hacer con ellos los habían dejado libres pero prohibiéndoles seguir hablando de Jesús. Pero Jesús los había enviado como testigos hasta el fin del mundo y hasta el fin de los tiempos. No podían callar, aunque no los creyeran – tampoco ellos habían creído al principio a quienes venían con la buena noticia -, aunque les prohibieran hablar de Jesús, aunque también a ellos los encarcelaran y los hicieran sufrir, lo que habían visto y oído tenían que comunicarlo.

Qué importante es esa experiencia viva de fe, no es simplemente en una tradición que luego manifestaremos y expresaremos con algunos rituales, es algo vivo que llevamos grabado en el corazón.

 

viernes, 25 de abril de 2025

No podemos olvidar que solo en su nombre podemos echar la red en los mares de la vida para que podamos al final tener la red repleta de peces y de frutos

 


No podemos olvidar que solo en su nombre podemos echar la red en los mares de la vida para que podamos al final tener la red repleta de peces y de frutos

Hechos, 4, 1-12; Sal.117; Jn. 21, 1-14

Es frustrante cuando nos hemos pasado un tiempo sacar adelante algo y al final no conseguimos nada; que intentemos hacer algo que pueda ser también de provecho para los demás y cuando vengan a pedirnos o preguntarnos tengamos que responder que no tenemos, que no lo hemos conseguido.

Así ha estado aquel grupo de viejos pescadores intentando pescar aquella noche y frustrante tenía que haber sido que alguien desde la orilla las preguntara si tenían pescado y responderle que no; como tantas otras veces también que habían salido a la faena de la pesca y al regresar con las barcas vacías las personas que se habían acercado a la orilla buscando ese pescado que necesitaban para la comida del día habían tenido que irse de vuelta con las manos vacías.

La situación ahora tenía un matiz especial. Aquellos antiguos pescadores eran los que un día lo habían dejado todo por seguir a Jesús. Con El habían estado hasta su muerte en Jerusalén que se habían convertido en momentos trágicos para todos. Por allí seguían con sus pesares y sus tristezas; como aquellos que se habían marchado a Emaús desconsolados aquella tarde de aquel primer día de la semana, porque aun no habían visto a Jesús resucitado, estos pescadores se habían venido a Galilea, porque las mujeres les habían dicho de parte de los ángeles o del mismo Jesús que decían que habían visto, les habían encargado que se vinieran a Galilea que allí le verían.

Aquella tarde noche, sin nada que hacer y con mucho desaliento en el corazón habían vuelto a coger sus barcas para salir a pescar. Se habían pasado la noche bregando, como tantas veces les sucediera antes, y no habían cogido nada. De ahí su frustración y respuesta seca ante el que le gritaba preguntando desde la orilla. Pero aquel para ellos entonces desconocido entre las brumas del amanecer les había dicho que echaran la red por el otro lado de la barca. ¿De lejos tendrían mejor visión para ver el cardume de peces y por eso les señalaba el lugar? Se fiaron, y la redada de peces fue grande, de manera que volverían a renacer los recuerdos de aquella ocasión que a petición de Jesús también habían lanzado la red.  

Pero sus ojos seguían oscurecidos. Pero en los ojos del amor comenzaba de nuevo algo a brillar. Será el discípulo, como nos dice el evangelista, que Jesús tanto amaba, el que le susurra a Pedro que quien está en la orilla es el Señor. No fue necesario más para que Pedro se lanzara al agua tal como estaba para llegar lo más pronto al lado de su Señor, porque el arrastre de la red con los peces desde la barca le haría tardar más. Cuando llegaron todos a la orilla ya había sobre unas brasas un pescado que se estaba preparando para el almuerzo. Nadie ahora se atrevía a decir nada. Todos sabían que era Jesús.

 ¿Nos estará hablando este evangelio de nuestros desalientos y de nuestras frustraciones? ¿Nos estará recordando el vacío que produce dentro de nosotros cuando no tenemos a Jesús,  cuando se debilita nuestra fe, cuando perdemos la confianza y la esperanza, cuando nos queremos volver a nuestras cosas y a nuestra manera porque nos parece que ya no nos sirve esa fe y esa vida religiosa?

En la noche de la cena pascual Jesús nos recordaría que sin El nada podemos hacer, que el sarmiento tiene que estar siempre unido a la vid, a la cepa, al tronco para que tenga vida y pueda producir frutos. ¿Habremos querido nosotros algunas veces querer dar frutos sin estar unidos a la cepa que es Cristo? ¿No nos habrá sucedido alguna vez que incluso aquello que con tanta fe y tanto sentido comenzamos pronto se enfrió, o pronto se desvió de su auténtico sentido y al final nos sentimos vacíos y sin fruto bueno en nuestra vida?

Como Pedro tenemos que recordar que cuando aquella pesca milagrosa había dicho que lanzaba la red en el nombre de Jesús. ¿Estaremos haciéndolo de verdad en todo lo bueno que intentamos hacer y que muchas veces parece que no nos da fruto, no tenemos peces es nuestra red?

 

jueves, 24 de abril de 2025

No dejemos que se enfríe el fuego de la Pascua, sigamos dejándonos encontrar y enseñar por Cristo resucitado para que con nuestro testimonio hagamos lío en medio del mundo

 


No dejemos que se enfríe el fuego de la Pascua, sigamos dejándonos encontrar y enseñar por Cristo resucitado para que con nuestro testimonio hagamos lío en medio del mundo

Hechos, 3, 11-26; Sal. 8; Lc. 24, 35-48

Me lo cuentan y no me lo creo, quizás habremos exclamado alguna vez cuando hemos contemplado algo que nos parece inaudito e inexplicable, una reacción de alguien ante determinadas cosas, un accidente del que nos hemos librado, como solemos decir, de milagro, una forma de actuar de unas personas que no pensábamos que fueran capaces de hacer lo que están haciendo, algo que nos llama poderosamente la atención que si no lo vemos no nos lo creemos. También nosotros muchas veces no nos creemos todo lo que nos dicen, aunque por otra parte en ocasiones seamos demasiado crédulos ante cualquier chisme que nos cuenten; así somos en cierto modo contradictorios en muchas ocasiones.

Les estaba sucediendo a los discípulos con todos aquellos acontecimientos que se habían desarrollado en las últimas horas. Todavía no entendían. Esperaban a Jesús, no soportaban lo que había pasado de su muerte, se agarraban como de clavo ardiendo en una esperanza que algunas veces no tenían muy clara sobre el hecho de la resurrección de Jesús, todo eran conjeturas, cosas que otros contaban, relatos de las mujeres que habían ido en la mañana al sepulcro, no habían encontrado el cuerpo muerto de Jesús, pero hablaban también de apariciones de ángeles o de otros que venían contando su experiencia, como ahora los discípulos que se habían marchado a Emaús y habían vuelto con la noticia de que lo habían reconocido al partir el pan y por lo que sentían mientras hacían el camino y El les hablaba, aunque sus ojos estaban ciegos.

Y es ahora, en esa situación que están viviendo cuando Jesús se les manifiesta. Pero no acababan de creer. Los nervios y los miedos seguían latentes, sus ojos se les cegaban para lo que estaban viendo. No es un espíritu, Jesús come incluso con ellos un trozo de pez asado que le ofrecen. Pero siguen con sus dudas y miedos. No se atreven ni a decir mucho ni a salir a comunicar la noticia a otros. Será necesaria la venida del espíritu en cumplimiento de la Palabra de Jesús.

Y Jesús pacientemente les enseña, les abrió el entendimiento para que comprendieran las Escrituras en todo lo que estaba dicho y anunciado acerca de El, les va explicando las Escrituras y les va haciendo comprender el sentido de todo. Poco a poco las aguas se van sosegando y va volviendo la paz y el sosiego a aquellos corazones inquietos, pero a aquellos corazones ahora turbados y de qué manera.

¿Nos dejaremos enseñar por Jesús? Quiere El abrirnos también el entendimiento pero nosotros seguimos con nuestras cegueras, porque quizás así nos parece más cómodo y menos comprometido. ‘Es mejor no saber las cosas’, piensan algunos y quizás aunque no lo digamos nosotros entramos también en ese pensamiento. Quizás nos vamos a complicar la vida, y no es eso lo que queremos, por lo que preferimos seguir en nuestras ignorancias y en nuestras rutinas.

Qué pronto se nos enfría el calor de la pascua, qué pronto volvemos a las rutinas de siempre, ‘como era en el principio…’ no sé si lo rezamos o lo deseamos, porque creer nos exigiría seguramente actitudes y posturas nuevas y más comprometidas. Queremos la paz de ese cenáculo que nos hemos creado que es bien distinto a aquel Cenáculo donde Jesús les lavó los pies y les dijo que tenían que hacer lo mismo, bien distinto de aquel Cenáculo donde un día se derramaría el espíritu haciendo que ese ruido del espíritu se sintiera en toda la ciudad, pero de nosotros nadie se entera de que hemos celebrado y vivido la pascua, porque no hacemos ruido.

Recordamos la recomendación que hacía el Papa Francisco – cómo lo seguimos recordando – a los jóvenes que tenían que ir a hacer lío, hacer patente ante el mundo esa revoltura de quienes están llenos del espíritu de Jesús. ¿Terminaremos de una vez los cristianos por ir haciendo lío allí por donde van por el testimonio de algo nuevo que estamos dando?

miércoles, 23 de abril de 2025

Una luz como una alarma tendría que encenderse que nos recuerde que es Jesús quien viene a nosotros en esa persona con quien nos cruzamos todos los días

 


Una luz como una alarma tendría que encenderse que nos recuerde que es Jesús quien viene a nosotros en esa persona con quien nos cruzamos todos los días

Hechos de los apóstoles 3, 1-10; Salmo 104; Lucas 24, 13-35

Ni me daba cuenta que eras tú, nos ha pasado más de una vez. Ensimismados en nuestras cosas, absortos en lo que estábamos haciendo, alguien llegó y nos dijo algo, respondimos quizás con respuestas incongruentes, ni siquiera miramos a quien nos hablaba y si respondimos fue de una forma mecánica sin prestar atención ni a lo que nos decían ni a lo que nosotros mismos respondíamos; fue necesario que aquella persona nos mostrara quizás su impaciencia o desconcierto porque nos enterábamos de lo que nos decía, para entonces mirarla y darnos cuenta realmente quien era y que nosotros la conocíamos. Después de nuestra parte todo se quedó en disculpas que de nada ya valían.

De forma parecida caminaban aquellos dos discípulos rumbo a su pueblo con la decepción pintada en sus rostros y el desánimo desbordándose de su alma. Todas las esperanzas que tenían se habían venido abajo con lo sucedido aquellos días en Jerusalén; se habían quedado esperando si serían ciertos los anuncios que Jesús había hecho, pero ya sabían que el sepulcro estaba vacío, porque las mujeres habían ido bien temprano y así lo habían encontrado; les hablaban de apariciones de ángeles, pero ellos se lo habían tomado como visiones de mujeres.

Tan ensimismados iban en sus pensamientos que casi de entrada no prestan atención al que se ha puesto a hacer el camino con ellos y la pregunta de por qué iban con aquellas caras tristes, les habían relatado todo lo sucedido y como habían perdido las esperanzas.  Ni a la cara le habían mirado, estaban ellos para prestar atención a caminantes… pero aquel caminante al que habían sentido como un ignorante que no se había enterado de lo sucedido ahora se ha puesto a hablar y a dar explicaciones de lo anunciado en las Escrituras y del sentido de cuanto había sucedido.

Algo les estaba pasando, algo les estaba llegando por dentro que ahora sí mostraban interés por la conversación y sin saber aun quien les acompañaba, en su insinuación de seguir adelante en el camino, les habían pedido que se quedara porque en la noche los caminos son peligrosos. ‘Quédate con nosotros porque atardece…’ Y le habían convencido.

A la mesa estaban sentados, porque ellos le habían invitado a compartir su pan y los signos y gestos que realiza al partir el pan le abrieron los ojos. Aunque la noche era oscura, así había sido para ellos hasta ese momento, ahora había una luz y un resplandor especial. Reconocieron que era el Señor. Todo cambia y son ellos los que se ponen en camino para su vuelta a Jerusalén porque tienen que comunicar que Jesús había estado con ellos y lo habían reconocido al partir el pan.

¿Estará Jesús caminando a nuestro paso y nosotros seguiremos ensimismados en nuestras cosas que ni le miramos a la cara ni lo reconocemos? Así vamos caminando por la vida. Nuestras preocupaciones, nuestros intereses, nuestras practicas religiosas incluso que no podemos dejar porque pareciera que nos falta algo, nuestras carreras o nuestros abatimientos y hay alguien que está a nuestro lado y no lo vemos. Abramos más los ojos en los caminos de la vida para ver con quien nos vamos encontrando. No demos por sabido que ya los conocemos, porque algo nuevo podemos encontrar en esas personas con las que nos cruzamos; y es que Jesús está viniendo a hacer el camino con nosotros y no terminamos de darnos cuenta.

¿Qué luz tendríamos que encender que fuera como una alarma que nos recuerda que es Jesús quien viene a nosotros en esa persona con la que nos cruzamos todos los días y ni siquiera le miramos a la cara incluso aunque le digamos buenos días? Pero es que muchas veces por no verlos ni los buenos días les damos y seguimos de largo. ¿Estará esperándonos ahí Jesús?

martes, 22 de abril de 2025

No perdamos el sentido de la pascua, que no se arruine esa alegría que nos hace cantar el corazón, corramos a decirle a los demás ‘hemos visto al Señor’

 


No perdamos el sentido de la pascua, que no se arruine esa alegría que nos hace cantar el corazón, corramos a decirle a los demás ‘hemos visto al Señor’

Hechos, 2, 36-41; Salmo 32; Juan 20, 11-18

Qué felices y contentos nos ponemos cuando logramos ver o estar con aquella persona, aquel personaje al que tanto admiramos. Hoy vemos correr a la gente de un lado para otro porque llega aquel ídolo de la música o del deporte que tanto se admira y queremos verle pasar, tocarlo si fuera posible u obtener un autógrafo aunque solo sea un garabato. ¡Lo vi! ¡Lo toqué! Paso a mi lado, estaba tan cerca, y la gente se vuelve loca. O es el niño que hace tiempo que no ve a los abuelos y está ansioso por estar con ellos, por recibir su cariño y su afecto, por poderse sentar a su lado o en su regazo. Así podríamos pensar en tantos gestos humanos que luego recordamos, que contamos a todo el mundo, que nos quedan grabados en el alma.

María Magdalena llegó a donde estaba el resto de los discípulos, después de aquella accidentada mañana y viene feliz diciéndoles ‘he visto al Señor y ha dicho esto’. Feliz iba María Magdalena después de tantas lágrimas. No podía callarse lo que había vivido. Había estado al pie de la cruz en el momento supremo de la pasión y de la muerte, formó parte de aquella comitiva que condujeron al cuerpo de Jesús en aquella cercana sepultura, junto con las otras mujeres dejaron bien grabada la imagen en sus mentes de donde y como habían colocado el cuerpo de Jesús con el deseo de volver pasado el sábado para embalsamarlo debidamente, pero la piedra que cerraba la entrada del sepulcros estaba corrida como quien había entrado a robar y el cuerpo de Jesús allí no estaba.

La mañana se la había pasado deshaciéndose en lágrimas, aparte de las carreras por ir a anunciar a los discípulos lo que había sucedido con la venida de Juan y Pedro para comprobarlo, queriendo encontrar como fuera el cuerpo de Jesús. Todos le preguntaban por qué lloraba y no hacía sino repetir lo mismo. Ahora alguien que a ella le parece que es el encargado del huerto le hace la misma pregunta, pero ella casi ni le mira dando la misma respuesta. Fue necesaria solo una palabra, llamarla por su nombre, María, para despertar de su angustia y abrirle los ojos no solo de su rostro sino también de su alma para reconocer que quien estaba allí era Jesús.

De El había recibido el encargo que presurosa había corrido a contar a los discípulos. ‘He visto al Señor y ha dicho esto’. Una palabra escuchada en el alma le había devuelto la vida. Había sido de nuevo un encuentro hermoso cuando parecía que todo estaba perdido. Se sentía nueva, porque allí estaba Jesús, allí estaba el Señor resucitado y con El todos resucitados, con El todos volvemos a la vida.

Nosotros también queremos seguir viviendo lo mismo en esta semana de Pascua. Es lo que también nosotros tenemos que seguir repitiendo al mundo que nos rodea, es el testimonio que nosotros también tenemos que dar. ‘Hemos visto al Señor’. Y lo tenemos que afirmar con toda rotundidad aunque haya alrededor nuestro tantos que quieran negarlo. No son ilusiones ni sueños, es una realidad profunda de nuestra vida, es algo que experimentamos dentro de nosotros, algo que sentimos en lo hondo del corazón. Y tenemos que entusiasmarnos, y tenemos que llevar la noticia a los demás, y tenemos que contagiar de nuestra alegría a los que nos rodean.

Desaparezcan las angustias y las desesperanzas, quitemos los agobios del alma, no nos dejemos envolver por esos materialismos de la vida, busquemos con humildad al Señor que viene a nosotros pero abramos las sintonías de nuestro espíritu para escucharle porque El sigue llamándonos por nuestro nombre, El quiere estar a nuestro lado, El es de verdad luz en nuestro camino. Y es lo que tenemos que transmitir a los demás. No perdamos el sentido de la pascua, que no se arruine esa alegría que nos hace cantar el corazón.


lunes, 21 de abril de 2025

Después de lo intensamente vivido estos días salimos con una misión, como misiones de una buena noticia reflejada en la alegría de nuestro rostro y nuestro corazón

 


Después de lo intensamente vivido estos días salimos con una misión, como misiones de una buena noticia reflejada en la alegría de nuestro rostro y nuestro corazón

Hechos de los apóstoles 2, 14. 22-33; Salmo 15; Mateo 28, 8-15

Tenemos nuestros esquemas, nos hacemos nuestros planes, disponemos cómo han de ser o hacerse las cosas, seguimos un ritual o una costumbre, como siempre se hecho decimos, pero pronto quizás nos viene la sorpresa de que las cosas no son como nosotros pensábamos o nos lo habíamos programado, el mundo se nos viene abajo porque no sabemos qué hacer o como reaccionar, vienen los miedos y las angustias, como tantas veces nos sucede ante la incertidumbre de lo que se nos presenta, pero ¿todo se puede transformar en alegría cuando nos damos cuenta del sentido de la novedad?

Son nuestros trabajos, son nuestros proyectos de vida, es la organización de la vida que nos hemos planteado, son las rutinas de siempre, de lo que siempre ha sido así, pero la vida está llena de sorpresas; algunas veces nos inquietan, nos hacen tomar otros caminos a los que estábamos acostumbrados, quizás se abren otros horizontes en esos caminos nuevos, merecerá la pena ese cambio, aunque en nuestra tozudez seguimos encerrados en nosotros mismos y en nuestras cosas.

Nos cuenta el evangelio hoy que las mujeres fueron muy de mañana al sepulcro, porque en la tarde del viernes no habían podido realizar con las prisas de la llegada del sábado con la caída del sol todos los ritos funerarios; habían observado bien donde y cómo habían colocado el cuerpo de Jesús; una cosa no habían pensado quizás lo suficiente era quien les iba a ayudar a correr la piedra de la entrada del sepulcro, pues mujeres como eran no tendrían fuerza para realizarlo ellas solas; pero la piedra estaba corrida y el cuerpo difunto de Jesús allí no estaba.

¿Sorpresas? No era para menos, no era lo que esperaban encontrar. ¿Temores y angustias? No sabían donde estaba el cuerpo de Jesús y qué habían hecho con él, o quienes. ¿Quién se lo habría llevado? ¿Dónde lo habían puesto? Había algo que hacer, lo primero contarlo a los discípulos.

Pero ahora sí estaba la sorpresa delante de ellas. El mismo Jesús les sale al encuentro invitándolas a que se llenen de alegría, aunque todavía con sus temores interiores porque todo les resultaba extraño. Y Jesús las envía – los envíos tan repetidos de Jesús – a que vayan a anunciar todo esto a los discípulos y que vayan a Galilea. Aunque todavía el evangelista nos seguirá contando de la presencia de Jesús con ellos allí en Jerusalén, es importante que vayan allí donde empezó todo, donde fueron los primeros anuncios y de donde surgieron los primeros discípulos.

¿Será recordar lo que era en verdad el primer anuncio de Jesús del Reino de Dios que ahora ya se estaba constituyendo? ¿Será un comenzar a abrir caminos que no se quedarán ni en Jerusalén ni en Galilea sino que Jesús luego les enviará por todo el mundo? Estas mujeres serán las primeras portadoras de buenas noticias, que ya no son solo los discípulos más cercanos, y que nos recordará la misión que todos los que tenemos la experiencia de Jesús tenemos que cumplir, tenemos que realizar.

Del sepulcro vacío parten dos comitivas, estas mujeres convertidas en las primeras misioneras de la Buena Noticia de la resurrección de Jesús, pero también aquella otra comitiva que no supieron ver el sentido del sepulcro vacío y también marchaban con unas inquietudes y unos miedos por una misión que no habían podido cumplir pero se convertiría en un contra testimonio contra ellos mismos cuando se dejaron sobornar por la mentira.

Arrancamos nosotros también nuestro camino cuando comenzamos la celebración de esta Pascua también del sepulcro vacío, pero marchamos con otras certezas, marchamos con otras vivencias, marchamos con la experiencia de que nosotros sí sentimos a Cristo vivo en nuestra vida; nuestro camino lo hacemos como testigos, nuestro camino lo hacemos con Cristo vivo y presente en nuestra vida y ese es el anuncio que tenemos que hacer.

Marchamos  a la Galilea de nuestra vida de cada día después de la intensidad de lo vivido en esta semana santa, quizás también con nuestros miedos e inquietudes de cómo nos van a recibir, pero ya nosotros vamos con una misión, ser misioneros, portadores de una buena noticia que llevamos reflejada en la cara y en nuestra vida, porque vamos desbordando alegría, porque en nuestro corazón hay un nuevo entusiasmo, porque sintiendo el gozo de la presencia de Jesús resucitado con nosotros queremos también sentir el gozo del anuncio.

¿Seremos semilla que haga brotar una nueva planta y unos nuevos frutos para y en nuestro mundo? ¿Nos damos cuenta de los nuevos horizontes que se abren ante nosotros?

domingo, 20 de abril de 2025

Aleluya, tiene que resplandecer de nuevo el camino del amor que transformará nuestro mundo desde nuestra experiencia y vivencia de Cristo resucitado

 


Aleluya, tiene que resplandecer de nuevo el camino del amor que transformará nuestro mundo desde nuestra experiencia y vivencia de Cristo resucitado

Lucas 24, 1-12

Jesús lo había anunciado con toda claridad, pero a los discípulos les había costado entender. Pedro había intentado quitarle esa idea de la cabeza cuando Jesús había hablado de que iba a ser entregado en manos de los gentiles que le llevaría a la muerte; por eso ahora había sido un golpe muy grande su prendimiento en Getsemaní que les había hecho temblar llenos de cobardía, algunos se habían refugiado en el cenáculo donde había sido la cena pascual y los más atrevidos como Pedro y Juan habían llegado hasta el patio del sumo sacerdote, pero Pedro había claudicado y le había negado. Sólo Juan, el discípulo amado, había sido capaz de llegar hasta el calvario para recibir como testamento el cuidado de la madre.

Habían pasado las horas del sábado, obligados por el descanso sabático, y las mujeres en la mañana habían querido llegar al sepulcro para poder embalsamar debidamente según todos los ritos el cuerpo muerto de Jesús. No habían pensado quien les correría la piedra de la entrada del sepulcro, pero el sepulcro estaba abierto; en su interior no habían encontrado el cuerpo de Jesús y un ángel del cielo les había dicho que por qué buscaban entre los muertos al que estaba vivo, pues Jesús había resucitado.

Habían traído la noticia al cenáculo donde seguían reunidos los discípulos, pero ellos tampoco les habían creído. Eran visiones de mujeres. ‘Ellos lo tomaron por un delirio y no las creyeron’, dice el relato del evangelista. Solo Pedro había ido al sepulcro y comprobó que allí no estaba el cuerpo de Jesús, regresó impresionado, pero seguían con sus dudas y con sus miedos.

¿Qué necesitaban para creer? Solo el sepulcro vacío no bastaba. Era necesario algo más que luego se iría produciendo en todos ellos, el encuentro vivo con Jesús resucitado. Los ángeles les habían dicho lo mismo que Jesús les había anunciado. ‘Recordad cómo os habló estando todavía en Galilea, cuando dijo que el Hijo del hombre tiene que ser entregado en manos de hombres pecadores, ser crucificado y al tercer día resucitar’.

Es el mensaje que hoy nosotros seguimos recibiendo. Es bueno y necesario el testimonio de la fe de los creyentes a través de la historia desde la experiencia de los apóstoles hasta lo que hoy nosotros queremos vivir. Pero una cosa es muy importante, que nosotros por la fe también lleguemos a tener la misma experiencia, que nosotros vivamos también ese encuentro con Cristo resucitado allá en lo más hondo de nuestra vida. Es lo que va a despertar nuestra fe, es lo que a nosotros también tiene que convertirnos en testigos, es lo que nosotros tenemos que vivir.

Es lo que nosotros en este día de Pascua celebramos, a Cristo resucitado, porque lo vivimos, porque lo experimentamos dentro de nosotros, porque sentimos igualmente su presencia en nuestra vida. Es lo que nos hace testigos y lo que tenemos que repetir al mundo para que crea; pero lo vamos a repetir no solo con palabras sino con nuestra vida; lo vamos a proclamar y gritar a los cuatro vientos, pero lo vamos a expresar en nuestra forma nueva de vivir, porque con Cristo, con su presencia en nuestra vida, nosotros también hemos renacido a una vida nueva. Eso, vida nueva. Algo nuevo tiene que manifestarse en nosotros, que será lo que podrá transformar nuestro mundo.

Este mundo nuestro que nos rodea con su materialismo y con su violencia, este mundo tan lleno de vanidades pero al mismo tiempo deseando algo nuevo y algo mejor, pero sin saber a veces por donde camina; este mundo nuestro que se desmadra buscando felicidad y que solo la pone muchas veces en placeres efímeros, este mundo que nos parece sin corazón que se encierra tantas veces en la insolidaridad y el egoísmo, este mundo ambicioso y orgulloso que busca satisfacciones o que ansía el poder para dominar y controlar, este mundo necesita unos testigos que le digan que hay otro camino de felicidad, ese mundo nuestro que necesita una transformación y que solo le llegará desde unos testigos verdaderamente comprometidos en otros valores.

Ahí tenemos que ser testigos, nosotros los que creemos en Cristo resucitado podemos y tenemos que decirle con el testimonio de nuestra vida que es posible un mundo mejor. No nos creerán solamente por nuestras palabras, pero el testimonio de nuestras obras es el camino del convencimiento. No siempre hemos sido capaces de hacerlo, porque también a nosotros en ocasiones nos entran dudas y nos acobardamos. Tenemos que despertar nuestra fe.

Tenemos que sentirnos en verdad transformados con la presencia del Señor resucitado en nuestras vidas que se hacen distintas. También nosotros desde las sombras de nuestra vida, desde nuestros miedos y cansancios, desde nuestros sufrimientos e incertidumbres, desde nuestras angustias y nuestras penas, desde nuestras derrotas y fracasos, desde nuestras luchas pero también desde nuestro amor y nuestros compromisos queremos sentir que Cristo resucitado transforma nuestra vida, fortalece nuestra vida.

Tiene que resplandecer de nuevo el camino del amor que transformará nuestro mundo desde nuestra experiencia y vivencia de Cristo resucitado. Así viviremos la alegría de la Pascua, así proclamaremos de verdad que Cristo ha resucitado. ¡Aleluya!