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sábado, 23 de agosto de 2025

En una nueva órbita hemos de entrar lejos de apariencias y vanidades, en camino de humildad que pone en servicio de los demás todo lo que somos

 


En una nueva órbita hemos de entrar lejos de apariencias y vanidades, en camino de humildad que pone en servicio de los demás todo lo que somos

Rut 2,1-3.8-11; 4, 13-17; Salmo 127; Mateo 23,1-12

La vanidad es una tentación que a todos nos ronda de una manera o de otra. Cuando decimos vanidad quizás lo primero que se nos venga a la cabeza es pensar en esas personas presumidas, llenas de alhajas y adornos, con vestimentas aparatosas y que llaman la atención, y que quieren una nota y apariencia muy especial que de alguna manera acapare la atención de los demás. Pero eso es quizás un signo externo, que puede denotar muchas cosas, pero la vanidad es algo mucho más hondo y expresado con mucha sutileza.

Es apariencia, sí, pero donde nos manifestemos con signos de poder; es querer presentarnos mucho más allá de lo que somos y nos vamos revistiendo, en este caso no solo de unas vestiduras o unos perfumes, sino de una sensación de grandeza y de poder aparentando lo que realmente no somos. Quizás las deficiencias que en lo secreto notamos dentro de nosotros mismos tratamos de ocultarlas tras esa apariencia vanidosa; no nos exigimos a nosotros mismos en un deseo de superación y crecimiento interior, pero sí nos volvemos exigentes con los que están a nuestro lado, porque en el fondo queremos manipular sus vidas.

¿Somos realmente en nuestro interior la fachada que queremos presentar? La pobreza de nuestro interior tratamos de disimularla con esas apariencias de poder y manipuladoras. Nos estamos, incluso, manipulando a nosotros mismos para no presentar lo que realmente somos. Y al final llenamos nuestra vida de falsedad e hipocresía.

Es de lo que Jesús nos previene en el evangelio de hoy; es lo que Jesús denuncia en aquellos dirigentes de la sociedad de entonces - ¿será también una denuncia para nosotros los dirigentes de nuestra sociedad hoy? –; es en lo que no quiere Jesús que caigamos simplemente porque nos dejemos arrastrar por lo que podría parecer tan natural, porque como decimos quizás todo el mundo lo hace.

Haced y cumplid todo lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos dicen, pero no hacen...’ nos dice Jesús. Y habla de las filacterias y de las orlas de los mantos bien aparatosas, y habla de esa vanagloria que se buscan de si mismos haciendo que la gente se entere de aquello que hacen, aunque solo sea por apariencia; y nos dice que no nos dejemos llamar maestro ni estemos pendientes de los títulos, porque lo realmente importante es lo que hagamos, no lo que digamos; y nos habla de bajarnos de nuestros pedestales, de buscar reconocimientos, de querer buscar lugares de honor donde todo el mundo nos vea.

El camino que hemos de seguir es el de la humildad, reconociendo nuestra pobreza pero siendo también conscientes de que aquello que hemos recibido no es solo para nosotros; los dones de los que estamos dotados desde nuestras cualidades y valores estarán siempre en función del servicio a los demás. Que tenemos que enseñar, enseñemos, que tenemos abrir caminos para otros, pongamos al frente de esa tarea pero solamente como el que quiere ayudar a los demás. Por eso nos dice que tenemos que ser servidores, que no nos importe ser los últimos si con ello estamos ayudando a caminar a quien no puede o no saber hacerlo.

‘El primero entre vosotros será vuestro servidor. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido’, termina diciéndonos Jesús. Nos cuesta como les costaba entenderlo a los discípulos; ya muchas veces los veremos discutiendo por los caminos sobre quien iba a ser el más importante. Pero entre nosotros no puede ser a la manera de los poderosos de este mundo. Cuánto cuesta bajarnos del pedestal, cuánto cuesta reconocer que otro lo puede hacer mejor, cuanto cuesta aceptar lo que lo demás puedan ofertar porque parece que lo único que vale es lo nuestro, cuanto cuesta dar razón al que no piensa como nosotros.

Es en otra órbita en la que hemos de entrar. Es el sentido del Reino de Dios que Jesús nos anuncia e instaura.

 

viernes, 22 de agosto de 2025

En la medida en que creemos más humanidad sembrando valores y actitudes de amor y respeto al otro estaré haciendo anuncio de la Buena Nueva de Jesús

 


En la medida en que creemos más humanidad sembrando valores y actitudes de amor y respeto al otro estaré haciendo anuncio de la Buena Nueva de Jesús

Rut 1,1.3-6 14b-16.22; Salmo 145; Mateo 22,34-40

¿Cuál es la auténtica religión? Quizás tendríamos que comenzar por preguntarnos. Ya sé, es cierto, que la expresión religión hace referencia a nuestra relación con Dios, la forma cómo expresamos y vivimos todo lo que desde la fe nos hace entrar en relación con Dios. Pero Jesús viene a decirnos hoy algo muy importante que tenemos que analizar bien y entender en toda su profundidad. Nunca nuestra relación con Dios nos puede separar de nuestra relación con los demás, es más, tendríamos que decir que no habría una auténtica relación con Dios si nos falta esa relación de humanidad con los demás.

Ya conocemos las diatribas que tenían los fariseos y demás grupos religiosos  de entonces con Jesús. Siempre estaban al acecho a ver cómo podían cogerle en sus palabras, porque no le aceptaban, porque no llegaban a entender el sentido del Reino de Dios que Jesús anunciaba, porque de alguna manera – y podemos hablar en un sentido político también – se ponía en peligro su estatus social y la forma como ellos manipulaban al pueblo. De aquellas interpretaciones que los doctores de la ley, pertenecientes a estos grupos de fariseos o saduceos, habían surgido aquella multitud de mandamientos que hacía que el pueblo se sintiera como una losa encima sin saber qué cumplir o qué era lo más importante.

Después que vieran que Jesús les hacía callar con sus explicaciones y también con el estilo de su vida es cómo deciden los fariseos que un doctor de la ley viniera con esa pregunta a Jesús. ‘¿Cuál es el mandamiento primero y principal de la Ley?’ Pregunta ociosa, tendríamos que decir, porque en la ley estaba, todos debían conocerlo, porque de alguna manera era como una oración a repetir a la entrada o salida de casa, al emprender tarea o al ponerse en camino.

Y es con lo que les responde Jesús, lo escrito en la ley. ‘Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente’. Pero Jesús añade algo más que estaba también contenido en la ley y que no podían rechazar. ‘Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: Amarás a tu prójimo como a ti mismo’. Aquí les viene a decir está el fundamento de todo. ‘En estos dos mandamientos se sostienen toda la Ley y los Profetas’.

Fijémonos bien, nos habla de un segundo mandamiento con igual importancia, ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’. Son inseparables. No podemos decir que cumplimos uno sin cumplir el otro. Nuestra humanidad no puede estar alejada de Dios. En la medida en que crecemos en humanidad estaremos creciendo en el amor de Dios. Para decir que amamos a Dios sobre todas las cosas, ‘con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente’, como nos dice con ese mismo amor tenemos que amar al prójimo, como nos dice, ‘como a ti mismo’

Cuántas veces nos puede suceder que decimos que amamos mucho a Dios, y no nos puede faltar nuestros rezos y nuestra oración cada día, y acudimos a Dios en toda ocasión desde nuestras necesidades o nuestros problemas porque sabemos que El es nuestra fortaleza y nuestra vida, vamos a la Iglesia y participamos en todas las celebraciones, y ya pensamos que con eso está todo hecho, somos unas personas muy religiosas y muy cristianas.

¿Y dónde está nuestro amor al prójimo? ¿Dónde está la humanidad que estamos construyendo? ¿Cómo son de auténticas nuestras relaciones con los demás? ¿Qué preocupación sentimos por los demás, por sus derechos y por el respeto que hemos de tener a toda persona, por sus necesidades o sus angustias, o por compartir también con ellos sus alegrías? Es ahí en estos pequeños detalles, en esa cercanía, en esa amistad que cultivamos con todos, en ese respeto mutuo, es donde le estamos manifestando el amor, y cuando estamos creciendo en el amor a los demás estaremos creciendo en nuestro amor de Dios. No lo podemos separar, el uno alimenta al otro, desde el amor de Dios tendremos fuerza para amar al hermano, pero desde ese amor al hermano estaremos haciendo crecer el amor de Dios en nosotros, y le estaremos dando verdadera gloria.

No me canso de hablar de humanidad, de cultivar todo eso que nos acerca al otro, porque sé que con ello estoy haciendo anuncio también de la buena noticia de Jesús. En la medida en que creemos más humanidad iremos sembrando más sentimientos y actitudes cristianas, y todo eso nos llevará al encuentro con Dios.


jueves, 21 de agosto de 2025

Invitados al banquete del Reino vistamos el traje de fiesta de nuestra fraternidad para que seamos en verdad signos de comunión y fraternidad para todos

 


Invitados al banquete del Reino vistamos el traje de fiesta de nuestra fraternidad para que seamos en verdad signos de comunión y fraternidad para todos

Jueces 11.29-39ª; Salmo 39; Mateo 22,1-14

Las disculpas que no se sostienen. Puede ser que en ocasiones tengamos que disculparnos realmente por algo que hemos hecho mal, por un mal momento que hayamos tenido que nos ha llevado a unas actitudes no siempre correctas, pero son disculpas con humildad y sinceridad. Pero en ocasiones, ya sabemos, porque no queremos participar rechazamos cosas en las que han querido hacernos partícipes, porque no queremos mezclarnos, como solemos decir, con toda clase de gentes, pero que realmente son barreras que nosotros queremos poner por nuestra falta de comunión, porque son cosas que se salen de nuestros planes en que preferimos nuestras comodidades y no queremos tener el fastidio, como decimos, de tener que participar, porque no somos agradecidos con quienes nos ofrecen algo, aparecen las disculpas que no se sostienen, como decíamos al principio, que son realmente un rechazo a lo que se nos ofrece.

Seamos sinceros y reconozcamos cuantas disculpas ponemos en la vida en muchas situaciones porque no queremos implicarnos, porque nos falta esa disponibilidad y generosidad, porque no queremos comprometernos, porque no queremos que nos vean algo que tendríamos que hacer, y aparecen, como decíamos, las disculpas que no se sostienen, o que son reflejos de nuestros orgullos o de la insolidaridad a pesar de que con palabras proclamemos tantas cosas.

Es de lo que nos quiere llamar la atención Jesús con la parábola que hoy nos propone y que tantas veces habremos meditado. Un banquete de bodas que el rey prepara para su hijo, pero al que los invitados no quieren venir, no quieren participar. Y escuchamos sus disculpas que incluso se convierten en actitudes violentas con quienes les trasmiten la invitación del rey.

Es una parábola que nos está hablando del reino de Dios, del reino de los cielos. Ese banquete al que estamos invitados es un signo de esa fiesta del Reino de Dios del que todos hemos de participar, porque todos hemos sido invitados. Es cierto que una connotación primaria de la parábola en el momento en que fue pronunciada por Jesús viene a ser como una denuncia de lo que en aquel momento está sucediendo con el rechazo al Reino de Dios por parte de muchos allí en Jerusalén, donde al final será entregado Jesús a la muerte.

Pero la convocatoria al reino de Dios sigue siendo universal, porque todos estamos invitados. Como se nos dice en el relato de la parábola todo estaba preparado y la mesa de comensales había que llenarla. Salen a los cruces de los caminos y a todos los que encuentran los van llevando a la sala del banquete. ¿Será eso en verdad lo que en nombre de Jesús estamos haciendo los cristianos? ¿Estaremos en verdad comprometidos a ir donde sea necesario para atraer a alguien a participar del Reino de Dios? Nos quejamos muchas veces que nuestras iglesias cada día más se nos están quedando vacías, pero no solo tenemos que pensar en quienes dicen no, en quienes buscan disculpas para quedarse fuera, sino que tenemos que pensar en nosotros mismos que estamos llamados a ser signos que llamen, que convoquen, que atraigan, que inviten a todos a escuchar esa buena nueva de salvación que nos ofrece Jesús.

Pero hay otro detalle que nos ofrece la parábola. En la sala del banquete había alguien que no estaba con traje de fiesta. No vamos a ponernos ahora a elucubrar si aquellos pobres de los caminos podían o no podían tener un traje digno de fiesta para participar en el banquete. ¡Qué guapos nos ponemos cuando nos invitan a un banquete, cuando nos invitan, por ejemplo a una boda! Los cristianos, los que nos decimos que estamos más cerca de la Iglesia, de Jesús y de la religión, ¿nos mostraremos siempre con ese traje de fiesta como un signo para los demás de lo que queremos vivir en nuestro corazón?

Me parece que muchas veces nos falta ese traje, no estamos con el traje de fiesta de la fraternidad, el traje de fiesta de la apertura de nuestro corazón para acoger a todos, el traje de fiesta de la comunión y de la amistad sincera, el traje de fiesta de nuestros compromisos por lograr esa paz y esa comunión entre todos; nos falta el traje de fiesta de nuestro testimonio, ¿cómo podemos estar tan tranquilos participando de nuestras celebraciones si no somos capaces de ser signos para los demás? Tampoco nosotros podemos andarnos con disculpas que no se sostienen.

miércoles, 20 de agosto de 2025

Un denario al final de la vida por nuestro trabajo que en la medida de Dios ese denario no se reduce a una cantidad contante y sonante, sino es el gozo de Dios

 


Un denario al final de la vida por nuestro trabajo que en la medida de Dios ese denario no se reduce a una cantidad contante y sonante, sino es el gozo de Dios

Jueces 9,6-15; Salmo 20; Mateo 20, 1-16a

Yo ahora estoy de vacaciones, a mi ahora que no me molesten, que este tiempo es para mi y no pienso dar golpe, nos dirá uno; otro nos dirá que ya está jubilado, que bastante ha trabajado en la vida, y para que va a andar ahora con preocupaciones; otro nos hablará que tiene su ‘paguita’, que bastante le costó conseguirla – aunque tendríamos que ver con que artimañas – y que ya el trabajo no es para él; otros están soñando y contando el tiempo que le falta para la jubilación porque bien se merece un descanso con todo lo que ha trabajado en la vida. Así podríamos seguir fijándonos en tantos que han llegado a una situación en la vida en la que reina la pasividad, el dejarse arrastrar por los días, en un vacío del que al final incluso nos van a decir que qué vida más aburrida.

Y yo realmente me pregunto ¿qué sentido tiene una vida así? ¿Eso es realmente vivir y gozar de la vida? ¿No tenemos nada que aportar a la vida con nuestros años, con nuestra experiencia, con la riqueza de espíritu, sabiduría, que hayamos podido acumular en nuestro interior?

‘¿Qué hacéis ahí ociosos todo el día?’ se pregunta aquel buen hombre que está buscando trabajadores para su viña. Es la parábola que hoy nos ofrece Jesús. No solo en la mañana al comienzo de la jornada, sino en diversas horas del día saldrá a la plaza y a los que va encontrando los va invitando a trabajar en su viña. Ya ha ajustado lo justo con los primeros contratados, aunque luego veremos realmente el pago que les ofrece a todos.

La parábola, es cierto, sugiere que aquellos que están en la plaza querían trabajar pero nadie les había contratado. Pero esa pregunta que hace aquel que va buscando trabajadores para su viña nos puede sugerir muchas más cosas; creo que nos puede estar planteando ese sentido que le damos a la vida y a nuestro trabajo; lo veremos luego en la valoración que hará aquel buen hombre del trabajo de todos, aunque fueran a trabajar en distintas horas. Era algo más que una remutación económica, aunque es cierto que con nuestro trabajo nos ganamos la vida, obtenemos unos medios para valernos y para tener una vida digna.

Pero el trabajo es mucho más. Estamos contribuyendo con nuestras posibilidades y capacidades a la vida de nuestro mundo. Podríamos decir quizás que no somos indispensables, pero sí que podemos pensar que ese grano de arena que yo estoy poniendo con mi trabajo, sea en lo que sea, o sea a la hora que sea de nuestra vida es importante para el bien de ese mundo en el que vivimos y vivimos interrelaciones los unos con los otros. De ahí cómo hemos de amar nuestro trabajo, cómo hemos de disfrutar con lo que hacemos, como sentimos el gozo que aquello que nosotros hacemos puede hacer felices a los demás. Hacemos una pelota, por ejemplo, y nos puede parecer insignificante, pero ¿habremos pensado en lo feliz que se a sentir un niño el día que juegue con esa pelota?

Nuestra vida en la pasividad no tiene sentido ni valor, no podemos andar dormidos por la vida porque decimos que ahora nos toca descansar, esa riqueza interior que hemos acumulado a través de nuestros años, nuestras luchas, nuestros logros, nuestras experiencias es algo que le debemos también a ese mundo que nos rodea y con ellos lo hemos de compartir.

¿Un denario va a ser el usufructo de lo que realicemos? En la medida de Dios ese denario no se reduce a una cantidad contante y sonante, es algo mucho más intenso porque es llenarnos del gozo de Dios.

martes, 19 de agosto de 2025

Abramos los ojos para descubrir esas señales de Dios en nuestra vida y a pesar de nuestra pobreza a causa de nuestro desprendimiento tenemos la sabiduría de Dios

 


Abramos los ojos para descubrir esas señales de Dios en nuestra vida y a pesar de nuestra pobreza a causa de nuestro desprendimiento tenemos la sabiduría de Dios

Jueces 6,11-24ª; Salmo 84;  Mateo 19, 23-30

¿En manos de quien dejamos o ponemos lo que podríamos llamar ‘los destinos de la vida’ o la verdadera solución de los problemas que nos encontramos? Fácilmente lo dejamos en los que consideramos poderosos, los que parecen los más influyentes de la sociedad, en los que nos parecen más sabios porque son los que han estudiado, en aquellos que quizás se nos presentan en su prepotencia como los únicos que saben como resolver esos problemas de la sociedad?

Eso nos lo podemos encontrar en muchos lugares de nuestra sociedad, como algunas veces nos puede suceder también en nuestro propio ámbito eclesial. Alguna vez me he encontrado en alguna reunión parroquial donde se encuentran personas diferentes – si es que tendríamos que hablar así -, con cultura diferente, con preparación muchos quizás para emprender muchas cosas por sus estudios, por los trabajos que realizan, por el estatus que desempeñan quizás en el propio ámbito de la sociedad, pero personas que nos parecen humildes, que nos parecen incultas, que no tienen esos ‘estudios’ pero que calladamente se desempeñan en la vida; quizás a estos que nos parecen más humildes les cuesta expresar sus opiniones, dejan que sean los otros los que siempre hablen y da la impresión que tienen la última palabra, pero nos encontramos de pronto que aquella persona callada en un momento hizo una observación que cambió completamente los planteamientos que se hacían, que daba una visión nueva y verdaderamente renovadora; era el buey mudo que de repente bramó y se hizo notar y nos enseñó donde podíamos encontrar la más valiosa sabiduría.

Me he alargado en esta consideración partida de la experiencia, porque realmente es lo que nos viene a decir hoy Jesús en el evangelio. Parte el evangelio del episodio ayer comentado del joven rico, que atado a sus riquezas no supo dar el paso adelante en lo que Jesús le ofrecía para que alcanzase la verdadera plenitud de su vida. Y yo nos dice Jesús algo que es verdadera revolucionario y desconcertante para la mentalidad que entonces tenían, y que algunas veces permanece en nosotros.

‘En verdad os digo que difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos...’ y Jesús les habla del camello que pasa más fácilmente por el ojo de la aguja que los ricos por la puerta del Reino de los cielos. Los discípulos se quedan desconcertados y se preguntan, ‘y entonces, ¿quién puede salvarse?’ Y es cuando Jesús nos pide que no nos apoyemos ni en poderes de este mundo ni en sabidurías humanas. Tenemos que buscar algo más hondo que Dios ha sembrado en nuestros corazones y que tenemos que saber descubrir. Nos está pidiendo toda nuestra confianza en Dios. ‘Dios lo puede todo’, viene a decirles.

Dios lo puede todo pero sigue confiando en el hombre, sigue queriendo contar con nosotros. No es cuestión de buscar milagros espectaculares que nos lo den todo resuelto. El milagro está en que sentimos en nosotros esa fuerza y esa sabiduría de Dios para mantenernos fieles y leales en nuestras metas, en lo que queremos alcanzar no ya solo para nosotros sino para los otros y para la sociedad que queremos mejor. Es la fuerza interior que Dios nos da para superar malos momentos de flaqueza y tentaciones, para querer siempre dar un paso más, para hacer que haya mayor humanidad en nuestras relaciones, para no perder ese optimismo que nos hace caminar con alegría a pesar de los sufrimientos o tropiezos que podamos encontrar y mantener la esperanza de que podemos hacer siempre algo mejor.

Nos exigirá desprendernos de nuestro yo, nuestro egoísmo, nuestra ambición, nuestros apoyos humanos o materiales, pero aunque parezcamos pobres porque todo lo hemos dado, sabemos que Dios no nos falla, no nos sentiremos solos, se multiplicarán en torno nuestro esos signos de la misericordia y de la bondad del Señor, porque Dios está con nosotros.

Cuando Pedro y los discípulos le preguntaban a Jesús qué les iba a tocar ellos que lo habían dejado todo, Jesús les aseguraba que no les faltará ese padre o madre, ese hermano o hermana, esa persona que a su lado va a ser un signo de la misericordia y de la presencia de Dios. Abramos los ojos para descubrir esas señales de Dios en nuestra vida.

lunes, 18 de agosto de 2025

Jesús nos mira a los ojos, a lo más profundo de nosotros mismos y nos invita a que demos el paso que nos llena por dentro, que nos lleva a la plenitud de la vida

 


Jesús nos mira a los ojos, a lo más profundo de nosotros mismos y nos invita a que demos el paso que nos llena por dentro, que nos lleva a la plenitud de la vida

Jueces 2,11-19; Salmo 105; Mateo 19,16-22

Andamos por la vida en una carrera loca queriendo ser más, queriendo tener unos medios en nuestras manos que nos ayuden a vivir bien, en nuestra locura nos afanamos por tener más y ansiamos tener los medios que sean para vivir mejor, tener de todo, lo que llamamos disfrutar de la vida, buscamos mejores puestos, que nos consideren alguien importante en la vida, buscar las mejores satisfacciones, pero quizás en un momento nos detenemos, paramos esa carrera, porque aunque tengamos de todo, poder e influencia incluso, sin embargo quizás nos sentimos insatisfechos, como si estuviéramos vacíos y nos preguntamos quizás qué más podemos hacer, que tendríamos que hacer para sentirnos llenos de verdad.

¿Nos habrá pasado a nosotros? ¿Alguna vez habremos sentido un revulsivo por dentro que nos hacía hacernos preguntas sobre nuestra vida, lo que hacemos y lo que somos, o las metas que tendríamos que tener? ¿Vivimos quizá en la inconsciencia de solamente dejarnos arrastrar por la vida, lo que palpamos en nuestro ambiente, lo que son las aspiraciones de la mayoría? ¿Nos habremos encontrado en alguna ocasión con personas que se hacen esos planteamientos porque se sienten vacías? Alguna confidencia de un amigo o de alguien que encontró confianza en nosotros hayamos podido quizás encontrar. ¿Habremos sabido darle respuesta? No es fácil.

En el evangelio hoy nos encontramos con un caso así. Un joven que se acerca a Jesús para hacerle una pregunta que para él considera importante y no sabe cómo darle respuesta. Ya nos dirá luego el evangelista al continuar el relato que era rico. Habrá escuchado en alguna ocasión hablar a Jesús o visto su forma de actuar que le hizo sentir interrogantes en su corazón. No se siente satisfecho con su vida a pesar que tiene de todo e incluso por lo que luego vamos viendo también una buena educación. Pero sabe que le falta algo. ¿Qué tiene que hacer? ¿Será algo que de alguna manera pueda comprar con los medios y riquezas que posee?

También nosotros muchas veces pretendemos solucionarlo todo comprando cosas que hacer. Algunos regalos que hacemos ¿en cierto modo no tienen en el fondo esa finalidad? Pasa en nuestras mutuas relaciones, pero pasa en algo más hondo en nuestra relación con la Iglesia y con las cosas de Dios; con dinero parece que lo solucionamos todo, hasta la vida eterna de nuestros difuntos, cuántas más misas paguemos parece que nuestros dineros sirven de llave para que se abran las puertas del cielo.

Pero las medidas de Jesús son otras. Hay cosas que no se pueden comprar con dinero. Lo que viene planteando este joven rico tiene otros caminos de solución. Es una vida que hay que vivir, por eso le dice Jesús que cumpla los mandamientos. Los mandamientos no son simplemente unas reglas o unos protocolos que hay que seguir, los mandamientos nos dan un sentido de la vida que va a ser la base de ese crecimiento como personas y de ese crecimiento humano y espiritual. No son cosas para rellenar una casilla.

Claro que este joven era bueno, en eso había sido educado y como dice él los ha cumplido desde su niñez. Entonces Jesús mirándole a los ojos con cariño le dice que ha de dar un paso más en su vida, ha de saber despojarse de las cosas para llenar su vida de lo que verdad vale. Por eso le pide que se desprenda de lo que tiene, que comparta todo con los que nada tienen, aunque él se quede desnudo externamente de esas riquezas y de esas vanidades externas que parece que eran lo que le hacía poderoso, se verá en verdad lleno por dentro, como le dice Jesús, tendrá un tesoro en el cielo.

Podía parecerle fácil la solución que él pedía, que era algo así como comprar la vida eterna haciendo algunas cosas, pero Jesús le está diciendo que encontrar el camino de la vida eterna es vivir ahora en ese sentido de vida. No podrá dar ese paso, porque aun su corazón no está preparado para desprenderse de todo y se marchó triste.

¿Hasta dónde seremos capaces de llegar nosotros? Son preguntas que tenemos que hacernos, son procesos de nuestra vida  para encontrar lo que de verdad nos llene, lo que dé sentido de plenitud a nuestra vida. El evangelio nos va señalando los pasos que cada día hemos de ir dando. Jesús nos está mirando a los ojos y esperando nuestra respuesta.


domingo, 17 de agosto de 2025

Ojalá se despierte en nuevo ardor en el corazón para que no se pudra y apague en una cisterna el mensaje del Evangelio que tiene que incendiar nuestro mundo

 


Ojalá se despierte en nuevo ardor en el corazón para que no se pudra y apague en una cisterna el mensaje del Evangelio que tiene que incendiar nuestro mundo

Jeremías 38,4-6.8-10; Salmo 39; Hebreos 12,1-4; Lucas 12,49-53

Esto parece la guerra, habremos escuchado o habremos dicho en alguna ocasión.  Y no es solamente por esas terribles guerras que asolan en estos momentos nuestro mundo – que también nos hacen pensar, ante las cuales también hemos de buscar la manera de reaccionar porque además estamos viendo el juego de los poderosos como estos mismos días hemos contemplado -, ni pensamos en los desordenes que vemos en nuestra sociedad con tantas ambiciones e incluso hasta con luchas callejeras, pensamos más bien en esas confrontaciones que vemos a diario en nuestra sociedad sobre la distinta manera de ver o de resolver las cosas, pero es también lo que podemos sufrir cuando queremos ser fieles a nuestros principios, a nuestros ideales, a nuestros propios planteamientos y encontramos oposición, surgen enfrentamientos y acosos, se trata de destruir desprestigiando a quien piensa o actúa distinto y se arma, sí, una guerra sorda pero que nos llena de sufrimientos.

Es la reacción que está teniendo Jesús o que encuentra en su entorno mientras va anunciando el Reino de Dios. No todos lo comprendían, en muchos encontraba oposición, también trataban de desprestigiarlo atribuyendo incluso a Satanás los signos y milagros que realizaba. Humanamente, ¿cómo se sentiría Jesús? El Evangelio nos habla de aquellas tentaciones en el monte de la cuarentena antes de comenzar su predicación, muchas veces hasta los mas cercanos a El le querían hacer cambiar de rumbo, se vio envuelto en quienes querían manipularlo y hacerle decir cosas que a ellos les agradara, siendo consciente de lo que iba a ser el final sufre la tentación de la angustia y la soledad – porque hasta los más cercanos se han dormido – en el huerto de Sinaí previo a su prendimiento.

Pero Jesús se mantiene fiel, sube decidido a Jerusalén cuando sabe lo que va a significar aquella Pascua; mantendrá el pulso cuando tiene que convencer una y otras vez a sus discípulos más cercanos que la verdadera grandeza no es a la manera de los poderes de este mundo, sino haciéndose los últimos y los servidores de todos. ‘No se haga mi voluntad, sino la tuya’, será finalmente su oración.

Y nos dirá que por ahí también hemos de pasar nosotros. Porque el discípulo no es mayor que su Maestro. En otros momentos anunciará persecuciones y tribunales, incluso hasta llegar a la muerte. A Pedro le dice que cuando se recupere después del mal momento que pasará con sus negaciones – todos tenemos momentos oscuros – pero ha de mantenerse firme para confirmar en a fe a sus hermanos.

Son las palabras que escuchamos hoy en el evangelio y que nos pueden resultar demasiado fuertes, porque si no las entendemos bien hasta nos pueden resultar contradictorias con lo que era la misión de Jesús y lo que realmente era su vida. Habla de fuego con que se incendiará nuestro mundo. ¿No decíamos antes esto es la guerra?

Ese es el fuego que va a producir revoltura en nuestro interior, es el ardor y la inquietud cuando estamos convencidos de verdad de algo, es la radicalidad con que hemos de vivir y manifestar nuestra fe porque no nos andamos por las ramas sino que vamos a la más profunda raíz de las cosas, aunque parezca que en esos momentos no convenga – con cuantas diplomacias de falsedad andamos tantas veces -, aunque resulte aparentemente contraproducente porque esa palabra que anunciamos, este testimonio que damos levante sarpullidos en algunos, aunque produzca tensiones incluso entre los más cercanos, aunque resultemos incómodos pero tenemos que ser fieles, porque no podemos andar poniendo algodones que intenten suavizar el impacto que pueda producir la Palabra de Jesús, la Palabra de Dios que proclamamos.

¿Seremos cristianos que auténticamente estemos prendiendo de ese fuego del evangelio a nuestro mundo? ¿Qué nos ha sucedido para que nuestra palabra, nuestro anuncio del evangelio, nuestra vida no sea una llamarada de fuego que prenda en nuestro mundo? El mundo quiere meternos en una cisterna sin agua, como querían hacer con Jeremías como escuchamos en la primera lectura, para que allí nuestra verdad se pudra, la verdad del evangelio quede oculta, no llegue a ser ese puñado de levadura que haga fermentar a nuestro mundo.

¿Nos seguiremos dejando meter en esa cisterna porque seguimos con nuestros complejos y cobardías, con nuestras indecisiones y nuestros miedos? ¿Se despertará ese nuevo ardor en el corazón?