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lunes, 18 de agosto de 2025

Jesús nos mira a los ojos, a lo más profundo de nosotros mismos y nos invita a que demos el paso que nos llena por dentro, que nos lleva a la plenitud de la vida

 


Jesús nos mira a los ojos, a lo más profundo de nosotros mismos y nos invita a que demos el paso que nos llena por dentro, que nos lleva a la plenitud de la vida

Jueces 2,11-19; Salmo 105; Mateo 19,16-22

Andamos por la vida en una carrera loca queriendo ser más, queriendo tener unos medios en nuestras manos que nos ayuden a vivir bien, en nuestra locura nos afanamos por tener más y ansiamos tener los medios que sean para vivir mejor, tener de todo, lo que llamamos disfrutar de la vida, buscamos mejores puestos, que nos consideren alguien importante en la vida, buscar las mejores satisfacciones, pero quizás en un momento nos detenemos, paramos esa carrera, porque aunque tengamos de todo, poder e influencia incluso, sin embargo quizás nos sentimos insatisfechos, como si estuviéramos vacíos y nos preguntamos quizás qué más podemos hacer, que tendríamos que hacer para sentirnos llenos de verdad.

¿Nos habrá pasado a nosotros? ¿Alguna vez habremos sentido un revulsivo por dentro que nos hacía hacernos preguntas sobre nuestra vida, lo que hacemos y lo que somos, o las metas que tendríamos que tener? ¿Vivimos quizá en la inconsciencia de solamente dejarnos arrastrar por la vida, lo que palpamos en nuestro ambiente, lo que son las aspiraciones de la mayoría? ¿Nos habremos encontrado en alguna ocasión con personas que se hacen esos planteamientos porque se sienten vacías? Alguna confidencia de un amigo o de alguien que encontró confianza en nosotros hayamos podido quizás encontrar. ¿Habremos sabido darle respuesta? No es fácil.

En el evangelio hoy nos encontramos con un caso así. Un joven que se acerca a Jesús para hacerle una pregunta que para él considera importante y no sabe cómo darle respuesta. Ya nos dirá luego el evangelista al continuar el relato que era rico. Habrá escuchado en alguna ocasión hablar a Jesús o visto su forma de actuar que le hizo sentir interrogantes en su corazón. No se siente satisfecho con su vida a pesar que tiene de todo e incluso por lo que luego vamos viendo también una buena educación. Pero sabe que le falta algo. ¿Qué tiene que hacer? ¿Será algo que de alguna manera pueda comprar con los medios y riquezas que posee?

También nosotros muchas veces pretendemos solucionarlo todo comprando cosas que hacer. Algunos regalos que hacemos ¿en cierto modo no tienen en el fondo esa finalidad? Pasa en nuestras mutuas relaciones, pero pasa en algo más hondo en nuestra relación con la Iglesia y con las cosas de Dios; con dinero parece que lo solucionamos todo, hasta la vida eterna de nuestros difuntos, cuántas más misas paguemos parece que nuestros dineros sirven de llave para que se abran las puertas del cielo.

Pero las medidas de Jesús son otras. Hay cosas que no se pueden comprar con dinero. Lo que viene planteando este joven rico tiene otros caminos de solución. Es una vida que hay que vivir, por eso le dice Jesús que cumpla los mandamientos. Los mandamientos no son simplemente unas reglas o unos protocolos que hay que seguir, los mandamientos nos dan un sentido de la vida que va a ser la base de ese crecimiento como personas y de ese crecimiento humano y espiritual. No son cosas para rellenar una casilla.

Claro que este joven era bueno, en eso había sido educado y como dice él los ha cumplido desde su niñez. Entonces Jesús mirándole a los ojos con cariño le dice que ha de dar un paso más en su vida, ha de saber despojarse de las cosas para llenar su vida de lo que verdad vale. Por eso le pide que se desprenda de lo que tiene, que comparta todo con los que nada tienen, aunque él se quede desnudo externamente de esas riquezas y de esas vanidades externas que parece que eran lo que le hacía poderoso, se verá en verdad lleno por dentro, como le dice Jesús, tendrá un tesoro en el cielo.

Podía parecerle fácil la solución que él pedía, que era algo así como comprar la vida eterna haciendo algunas cosas, pero Jesús le está diciendo que encontrar el camino de la vida eterna es vivir ahora en ese sentido de vida. No podrá dar ese paso, porque aun su corazón no está preparado para desprenderse de todo y se marchó triste.

¿Hasta dónde seremos capaces de llegar nosotros? Son preguntas que tenemos que hacernos, son procesos de nuestra vida  para encontrar lo que de verdad nos llene, lo que dé sentido de plenitud a nuestra vida. El evangelio nos va señalando los pasos que cada día hemos de ir dando. Jesús nos está mirando a los ojos y esperando nuestra respuesta.


domingo, 17 de agosto de 2025

Ojalá se despierte en nuevo ardor en el corazón para que no se pudra y apague en una cisterna el mensaje del Evangelio que tiene que incendiar nuestro mundo

 


Ojalá se despierte en nuevo ardor en el corazón para que no se pudra y apague en una cisterna el mensaje del Evangelio que tiene que incendiar nuestro mundo

Jeremías 38,4-6.8-10; Salmo 39; Hebreos 12,1-4; Lucas 12,49-53

Esto parece la guerra, habremos escuchado o habremos dicho en alguna ocasión.  Y no es solamente por esas terribles guerras que asolan en estos momentos nuestro mundo – que también nos hacen pensar, ante las cuales también hemos de buscar la manera de reaccionar porque además estamos viendo el juego de los poderosos como estos mismos días hemos contemplado -, ni pensamos en los desordenes que vemos en nuestra sociedad con tantas ambiciones e incluso hasta con luchas callejeras, pensamos más bien en esas confrontaciones que vemos a diario en nuestra sociedad sobre la distinta manera de ver o de resolver las cosas, pero es también lo que podemos sufrir cuando queremos ser fieles a nuestros principios, a nuestros ideales, a nuestros propios planteamientos y encontramos oposición, surgen enfrentamientos y acosos, se trata de destruir desprestigiando a quien piensa o actúa distinto y se arma, sí, una guerra sorda pero que nos llena de sufrimientos.

Es la reacción que está teniendo Jesús o que encuentra en su entorno mientras va anunciando el Reino de Dios. No todos lo comprendían, en muchos encontraba oposición, también trataban de desprestigiarlo atribuyendo incluso a Satanás los signos y milagros que realizaba. Humanamente, ¿cómo se sentiría Jesús? El Evangelio nos habla de aquellas tentaciones en el monte de la cuarentena antes de comenzar su predicación, muchas veces hasta los mas cercanos a El le querían hacer cambiar de rumbo, se vio envuelto en quienes querían manipularlo y hacerle decir cosas que a ellos les agradara, siendo consciente de lo que iba a ser el final sufre la tentación de la angustia y la soledad – porque hasta los más cercanos se han dormido – en el huerto de Sinaí previo a su prendimiento.

Pero Jesús se mantiene fiel, sube decidido a Jerusalén cuando sabe lo que va a significar aquella Pascua; mantendrá el pulso cuando tiene que convencer una y otras vez a sus discípulos más cercanos que la verdadera grandeza no es a la manera de los poderes de este mundo, sino haciéndose los últimos y los servidores de todos. ‘No se haga mi voluntad, sino la tuya’, será finalmente su oración.

Y nos dirá que por ahí también hemos de pasar nosotros. Porque el discípulo no es mayor que su Maestro. En otros momentos anunciará persecuciones y tribunales, incluso hasta llegar a la muerte. A Pedro le dice que cuando se recupere después del mal momento que pasará con sus negaciones – todos tenemos momentos oscuros – pero ha de mantenerse firme para confirmar en a fe a sus hermanos.

Son las palabras que escuchamos hoy en el evangelio y que nos pueden resultar demasiado fuertes, porque si no las entendemos bien hasta nos pueden resultar contradictorias con lo que era la misión de Jesús y lo que realmente era su vida. Habla de fuego con que se incendiará nuestro mundo. ¿No decíamos antes esto es la guerra?

Ese es el fuego que va a producir revoltura en nuestro interior, es el ardor y la inquietud cuando estamos convencidos de verdad de algo, es la radicalidad con que hemos de vivir y manifestar nuestra fe porque no nos andamos por las ramas sino que vamos a la más profunda raíz de las cosas, aunque parezca que en esos momentos no convenga – con cuantas diplomacias de falsedad andamos tantas veces -, aunque resulte aparentemente contraproducente porque esa palabra que anunciamos, este testimonio que damos levante sarpullidos en algunos, aunque produzca tensiones incluso entre los más cercanos, aunque resultemos incómodos pero tenemos que ser fieles, porque no podemos andar poniendo algodones que intenten suavizar el impacto que pueda producir la Palabra de Jesús, la Palabra de Dios que proclamamos.

¿Seremos cristianos que auténticamente estemos prendiendo de ese fuego del evangelio a nuestro mundo? ¿Qué nos ha sucedido para que nuestra palabra, nuestro anuncio del evangelio, nuestra vida no sea una llamarada de fuego que prenda en nuestro mundo? El mundo quiere meternos en una cisterna sin agua, como querían hacer con Jeremías como escuchamos en la primera lectura, para que allí nuestra verdad se pudra, la verdad del evangelio quede oculta, no llegue a ser ese puñado de levadura que haga fermentar a nuestro mundo.

¿Nos seguiremos dejando meter en esa cisterna porque seguimos con nuestros complejos y cobardías, con nuestras indecisiones y nuestros miedos? ¿Se despertará ese nuevo ardor en el corazón?