Judas, 17.20-25;
Sal. 62;
Mc. 11, 27-33
‘Continuando el edificio de vuestra fe y orando movidos por el Espíritu Santo, manteneos en el amor de Dios, aguardando a que nuestro Señor Jesucristo, por su misericordia, os dé la vida eterna’. Hermosa confesión de fe y de esperanza.
Mantener el edificio de la fe, íntegro, creciente cada día más. Fundamentamos nuestra vida en el Señor. En El nos sentimos seguros. Nada tendría que apartarnos de la fe, aunque muchas cosas pudieran hacernos dudar, o muchos quizá quieran atentar contrta la integridad de nuestra fe. Por eso, hemos de cuidar nuestra fe, fortalecerla, fundamentarla bien, hacerla crecer más y más.
Un edificio si no lo cuidamos, se nos viene abajo, se nos puede destruir y caer. Así, pues, nuestra fe. Un edificio no damos por sentado que porque ya está hecho no hay nada más que hacer en él. Necesita un cuidado, una atención. Así con nuestra fe. Por eso se nos exige, nos es necesaria una maduración de la fe, un querer cada día formarnos mejor, un ahondar en ese maravilloso misterio de Dios que se nos revela. De ahí que la Palabra de Dios tiene que estar siempre presente en nuestra vida. La Biblia tiene que ser nuestro vademécum.
Y está la necesidad de nuestra oración. Tantas veces Jesús nos habla en el evangelio. Y orar dejándonos mover por el Espíritu Santo. Que El inspire nuestra oración. No sabemos pedir lo que nos conviene. Con el Espíritu de Dios oraremos de la mejor manera, pediremos al Señor lo que más nos conviene, lo que más podemos necesitar para nuestra vida y lo mejor que podemos pedir por los demás y por nuestro mundo. Guiados y movidos por el Espíritu Santo nunca seremos egoístas en nuestra oración. Siempre habrá la mejor apertura a Dios, y nuestra oración tendrá el sentido más católico y universal. Por la fuerza de nuestra oración nos sentiremos seguros frente a las tentaciones y tropiezos que nos puedan aparecer.
Creceremos en el amor y la esperanza. Porque el amor a Dios será lo primero para nuestra vida. Y en ese amor a Dios si nos dejamos conducir por el Espíritu siempre estará incluido el amor a los hermanos. Todo con la meta de la vida eterna. ‘Aguardando a que nuestro Señor Jesucristo, por su misericordia, os dé la vida eterna’. En Dios vamos a encontrar toda la plenitud para nuestra vida. Por eso, como decíamos en el salmo: ‘Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío’. Hambre y sed de Dios, deseos de Dios que nos llevan a buscarlo, a dejarnos inundar por El. ‘Toda mi vida te bendeciré y alzaré las manos invocándote’.
En esa esperanza caminamos, amamos, luchamos, buscamos a Dios.