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sábado, 4 de enero de 2014

Una experiencia de espiritualidad para conocer y anunciar a Jesús

1Jn. 3, 7-10; Sal. 97; Jn. 1, 35-42
‘Estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice: Este es el Cordero de Dios’. Ya antes Juan lo había señalado de la misma manera después de la experiencia que había vivido en el Bautismo de Jesús. ‘He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma y se posó sobre El’. Así había dicho públicamente: ‘Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo’, expresión que luego la Iglesia recoge en su liturgia repetidamente.
Reconoce que no lo conocía pero quien le había enviado a bautizar con agua le había dicho: ‘Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre Él, Ése es el que ha de bautizar con Espíritu Santo y fuego’. Y reafirma rotundamente: ‘Yo lo he visto y he dado testimonio de que es el Hijo de Dios’.
Ahora lo ha señalado así a dos de sus discípulos que se van con Jesús. Sabremos que uno es Andrés por lo que más  adelante se nos dirá, y el otro es el discípulo amado, el autor del Evangelio que nos hace el relato. Muchas veces hemos meditado en este episodio resaltando los deseos de búsqueda de estos dos discípulos y su disponibilidad para seguir a Jesús. ‘¿Qué buscáis?... Maestro, ¿dónde vives?... venid y lo veréis’ es el diálogo que tantas veces hemos meditado. ‘Entonces fueron, vieron donde vivía y se quedaron con El aquel día; serían las cuatro de la tarde’, puntualiza el evangelista.
Podríamos resaltar varios aspectos que nos ayuden en nuestra vida de fe y de seguimiento de Jesús, que es nuestra vida cristiana. Nos fijamos en Juan, el Bautista. Se deja sorprender por Dios, está atento a la acción de Dios, y se deja conducir allá en lo más hondo de sí mismo por el Espíritu.
Toda la descripción que nos hace el evangelio de Juan del Bautismo de Jesús son estas palabras del Bautista que hemos escuchado donde nos narra la experiencia que allí vivió. Supo descubrir la presencia del Espíritu que bajaba sobre Jesús en forma de paloma, y sabe escuchar al Espíritu que le habla en su interior. Descubrir las señales de Dios y escuchar a Dios en nuestro corazón. Una tarea importante que implica un espíritu grande de oración y una espiritualidad profunda que ha crecido en esa apertura a Dios en la oración.
Otra muestra de ello es que estando con sus discípulos sin embargo está atento al paso del Señor. Estaba con Juan y Andrés y ‘fijándose en Jesús que pasaba’, aprovechará el momento para comunicar esa buena noticia a los que están con él, para señalarles claramente quién es Jesús. La experiencia de Dios que llevaba en su corazón le predispone para comunicar, para trasmitir, para anunciar.
Y sus discípulos aprendieron la lección, porque inmediatamente de haber conocido a Jesús pasado aquel día con El, ya al  momento Andrés está comunicándolo a su hermano Simón Pedro. ‘Hemos encontrado al Mesías’ y lo llevó a Jesús.
¿Será ese también nuestra experiencia, nuestro camino y nuestra manera de actuar?  Juan nos dice que El lo ha visto y da testimonio de que es el Hijo de Dios; luego lo señala como Cordero de Dios y el que viene a bautizar con Espíritu Santo y fuego; y finalmente ya Andrés le dirá a su hermano Simón que han encontrado al Mesías. ¿Por qué ese testimonio? ¿Cómo se ha llegado a ese testimonio? 

Ya hemos señalado esa profunda espiritualidad del Bautista amasada, por así decirlo, en la oración, en el ayuno y austeridad, en la penitencia allá en el desierto junto al Jordán. El hombre que se llenó del Espíritu de Dios como tendremos nosotros que hacer también ese camino que nos haga crecer por dentro, que nos haga crecer espiritualmente. Fue el camino que Juan, el hijo del Zebedeo, y Andrés, el hermano de Simón Pedro, aprendieron de su maestro a hacer y lo practicaron, por así decirlo, cuando se quedaron con Jesús aquella tarde.  ¿Nos enseñará eso algo para nosotros? 

viernes, 3 de enero de 2014

El  nombre de Jesús, nuestra salvación y nuestra bendición

‘A los ocho días tocaba circuncidar al Niño y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel ya antes de su concepción’. Lo escuchábamos en la Octava de la Navidad. ‘Le pusieron por nombre Jesús’. Era lo que el ángel le había dicho a María. ‘Concebirás y darás a luz un hijo, al que pondrás por nombre Jesús’. Se lo repetirá el ángel a José: ‘No tengas reparo en recibir a María como esposa tuya, pues el hijo que espera viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús, porque El salvará al pueblo de sus pecados’.
Es por lo que la liturgia nos invita en este día a que celebremos el santo nombre de Jesús. Lo hemos venido recordando continuamente en nuestras celebraciones y justo es que con la liturgia alabemos y bendigamos el santo Nombre de Jesús. Ya le explicaba el ángel a José su significado. ‘El salvará al pueblo de sus pecados’. Dios nos salva, el Señor es nuestro salvador viene a ser el significado de la palabra hebrea Jesús. Nos está indicando cuanto significa ese nombre para nosotros y cómo hemos de invocarlo, porque es invocar al Dios que nos salva.
Dulce nombre que está lleno de bendiciones; nos sirve, sí, para nosotros bendecir a Dios, alabarle y darle gracias por toda esa salvación, por todo ese amor que nos tiene, por tanta gracia con la que nos regala y adorna nuestra vida. Pero es que el nombre de Jesús es una bendición para nosotros.
No hay otro nombre que pueda salvarnos, como anunciaba Pedro tras la curación del paralítico de la puerta hermosa. ‘No tenemos oro ni plata, pero te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo Nazareno, echa a andar’. Cuando le piden explicaciones por lo que ha hecho, les anuncia a Jesús en quien está la salvación, y por cuyo nombre aquel paralítico había sido curado. ‘Dios ha suscitado a su siervo y nos lo ha enviado como bendición, les dirá, para que cada uno se convierta de sus maldades’.
Bien lo había aprendido Pedro. ‘En tu nombre echaré las redes’, le había dicho a Jesús allá en el lago cuando Jesús se lo pide, aunque él sepa que no hay pesca porque se han pasado la noche sin recoger nada. Y aquello que había sido hecho en el nombre de Jesús tuvo su efecto porque la redada de peces era tan grande que reventaban las redes y casi se hundían las barcas. ‘Lo que pidáis al Padre en mi nombre’, nos enseñará luego Jesús para que sepamos hacer con todo sentido y profundidad nuestra oración. Es por lo que la Iglesia concluye siempre sus oraciones litúrgicas invocando el nombre de Jesús: ‘por nuestro Señor Jesucristo’, que decimos.
El nombre de Jesús que es nuestra salvación y nuestra bendición. El nombre de Jesús que hemos de aprender a invocar cada vez que emprendamos una obra buena, para reconocer cuanto de bueno nos viene del Señor, pero que también hemos de invocar en los peligros y tentaciones porque así sentiremos la fuerza y la gracia del Señor que nos ayuda, que está a nuestro lado y nos fortalece con su gracia previniéndonos contra el mal. ¡Ojalá tuviéramos más presente el nombre de Jesús en nuestros labios para bendecir su nombre y para invoca su salvación en toda tentación!
"En mi nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien", les dice Jesús a los discípulos cuando los envía a predicar por el mundo. Y en el nombre de Jesús, como ya hemos recordado, harán caminar a los inválidos o resucitarán a los muertos. En el nombre de Jesús queremos ir nosotros también anunciando el evangelio de la salvación a todos los hombres, no temiendo los peligros ni las persecuciones porque con nosotros estará siempre el Espíritu de Jesús.

Y san Pablo en aquel hermoso himno de alabanza y bendición al Señor, probablemente un cántico de aquellas primeras comunidades cristianas, que nos trascribe en sus cartas terminará proclamando que ‘ante el nombre de Jesús toda rodilla se doble, en el cielo, en la tierra, en el abismo y toda lengua proclama Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre’

jueves, 2 de enero de 2014

Escuchemos la voz pero descubramos la Palabra para reconocer a Jesús

1Jn. 2,22-28; Sal. 97; Jn. 1, 19-28
El evangelista Juan había dicho en versículos anteriores  Es la primera presentación que se hace del Bautista en el evangelio de Juan. ‘surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: este venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz’.
Las noticias han llegado a Jerusalén y desde allí envían sacerdotes y levitas a que le preguntaran: ‘Tú, ¿quién eres?’ La austeridad de Juan en el desierto, su manera de predicar, los anuncios de la inminencia de la llegada del que había de venir, el bautismo en que hacía sumergirse a los pecadores que querían arrepentirse de sus pecados, suscitaron dudas en los círculos de Jerusalén. Se crean expectativas e interrogantes. ¿Será un profeta? ¿Será el Mesías? ¿Será Elías que ha vuelto? Por eso envían esa embajada.
‘No lo soy’ es la respuesta del Bautista a todas las preguntas. Ni es el Mesías, ni se considera un profeta, ni es Elías que ha vuelto de nuevo. El sólo es la voz. Lo que habían anunciado los profetas. Es la voz que se va a dejar oír en los desiertos porque hay que preparar caminos; es la voz que anuncia la inminente llegada del esperado de todos los tiempos. El no es nadie, tan poca cosa se siente que ni siquiera se considera digno de desatar la correa de su sandalia y eso que era trabajo de los esclavos y sirvientes. Solo la voz, porque la Palabra está por llegar. Por eso bautiza con agua, el que viene bautizará con Espíritu Santo y fuego.
Es más, está ya en medio de ellos,  aunque no lo conozcan. Pronto le escucharemos señalarlo como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. El es solo la voz que señala donde está esa Palabra, quien es ese Cordero. La Palabra eterna de Dios, que existe desde siempre, por quien todo fue hecho; la Palabra que es Vida y es Luz que ilumina a todo hombre, aunque los hombres no la quieran reconocer, planta su tienda en medio de ellos. No lo reconocerán; no habrá sitio para ellos en las posadas de Belén, ni los corazones siempre se abrirán a esa Palabra queriendo permanecer sin vida y sin luz. Pero, ‘entre vosotros hay uno que no conocéis y al que no soy digno de desatarle la correa de sus sandalias’.
Nosotros escuchamos este texto del Evangelio que nos habla de Juan el que venía a preparar los caminos del Señor y en esta lectura continuada que vamos haciendo lo estamos leyendo y meditando cuando ya hemos celebrado la navidad que estamos prolongando aun en las celebraciones de estos días hasta la Epifanía. Pero también tendría que hacernos pensar.
Por una parte está la figura de Juan con su austeridad y su espíritu de penitencia, pero está también su humildad. Jesús más tarde dirá de él que es grande, ‘el mayor de los nacidos de mujer’, pero él se considera el último, indigno de hacer las cosas más humildes. Así es su humildad de la que tendríamos que aprender.
Como también tenemos que aprender a escuchar la voz, pero a reconocer la Palabra, reconocer a Jesús en medio nuestro. De cuántas maneras Jesús quiere hacerse presente en medio nuestro, ser nuestro Emmanuel. Le contemplamos niño y pobre en Belén, recostado entre las pajas de un pesebre. En cuantos hermanos con su pobreza y con su dolor que pasan a nuestro lado en el camino de la vida tenemos que aprender a reconocerle.
Cuántos que se sienten desplazados en la vida, como en algún otro momento hemos reflexionado; cuántos que nadie considera y todo el mundo desprecia porque sus apariencias o su presencia no nos son agradables. ‘Todo lo que a uno de estos hicisteis a mí me lo hicisteis’, nos dirá luego a lo largo del evangelio. Por eso tenemos que tener los ojos bien abiertos para no pasar de largo, para no ser insensibles al dolor y el sufrimiento de los hermanos.

Escuchemos la voz pero descubramos la Palabra para reconocer a Jesús.

miércoles, 1 de enero de 2014

El servicio es el alma de esa fraternidad que edifica la paz

Num. 6, 22-27; Sal. 66; Gál. 4, 4-7; Lc. 2, 16-21
Vamos  a decirlo así, se agolpan muchas cosas y muchos temas en este día primero del año y casi  no sabe uno por donde comenzar. Hoy todo el mundo se felicita y se desea buenas cosas para el año nuevo que comienza, siempre con los deseos y esperanzas de que el año que comienza sea mejor que el que nos acaba de dejar. Buenos deseos, no está mal, aunque pensándolo bien creo que tendría que ser otra cosa, algo mucho más hondo.
Pero seguimos celebrando la Navidad y aunque nos parezca ya en cierto modo lejana, a ocho días vista, la fecha del nacimiento del Señor, nosotros decimos que tenemos que estar como en el primer día porque la Navidad en su solemnidad y en su vivencia se prolonga en su octava que es como seguir celebrando con la misma intensidad lo que vivíamos en el primer día. Así tan importante considerábamos aquel primer día que no querríamos que se acabase.
Pero hay algo más, pues, hoy se nos invita a celebrar una Jornada de oración por la paz del mundo. ¡Qué mejor deseo para ese primer día del año!, pero quizá se queda ahogada esta jornada en medio de las fiestas y celebraciones de fin y principio de año y serán quizá otras cosas a las que les prestemos más atención.
Y sin poderla arrancar del marco de la Navidad nos aparece la figura de María. Bueno,  ha estado presente desde el primer momento, ya incluso en la preparación de la Navidad, pero hoy la liturgia nos la quiere resaltar de una manera especial cuando queremos proclamar en este día su maternidad divina. María, la madre de Jesús, es la Madre de Dios, que también se convierte en Madre de la Iglesia y nuestra madre. Siempre va a aparecer junto al Niño la presencia de María. Nos dice el evangelio que cuando ‘los pastores fueron corriendo a Belén encontraron a María y a José y al niño acostado en el pesebre’.
Maria a quien contemplamos en silencio, observándolo todo, guardándolo en su corazón, como nos dice el evangelista, como hacen siempre las madres nos ayudará a que nos centremos bien en lo que hoy hemos de celebrar y en lo que hemos de seguir viviendo con toda intensidad.
No es un revoltijo de cosas o temas lo que hoy queremos celebrar. Todo es importante  y tiene su lugar y todo lo podemos centrar, lo tenemos que centrar en el mensaje de Jesús; y es que, si estamos celebrando el misterio de la Encarnación de Dios que se hace hombre para ser Emmanuel, para ser Dios con nosotros y estar con nosotros para  ser nuestra salvación, ninguno de esos aspectos humanos que entran dentro de nuestras aspiraciones o nuestros sueños o inquietudes en la vida de cada día, son ajenas a esa salvación que Jesús viene a ofrecernos.
Esos buenos deseos que nos tenemos los unos a los otros en días como estos en que todo el mundo se felicitaba y se desea los mejores parabienes, muchas veces pueden tener detrás  un pozo de desesperanza y hasta de amargura porque sentimos que las cosas en la vida no nos marchan bien, porque los problemas que vive nuestra sociedad son muy graves y producen muchos sufrimientos en el corazón de los hombres.
Es ahí donde tenemos que hacer brillar fuerte la luz de la Navidad, donde tenemos que dejarnos iluminar por esa luz que nos trae Jesús cuando viene con su salvación para transformar el corazón del hombre y hacer que todos nos sintamos comprometidos a hacer un mundo mejor. No es una luz fría o vacía y superficial la que nos trae Jesús y con la que quiere iluminarnos. Es una luz que nos llena de vida y da sentido profundo a la vida del hombre.
Porque Jesús con su luz y con su presencia viene a sanar el corazón del hombre, herido por tantas cosas cuando dejamos meter en él nuestros egoísmos y ambiciones, nuestros orgullos o todo aquello que por su maldad nos destruye mutuamente. No quiere el Señor que vivamos así, no quiere que perdamos la paz o se la hagamos perder a los demás, no quiere que vivamos en esos aislamientos y divisiones que nos hemos creado en nuestras relaciones que terminan haciéndonos insolidarios y egoístas.
Cuando nosotros ahora en la Navidad decimos que nos estamos dejando iluminar por esa luz de Jesús - cuánto hemos hablado de luz en estos días y cuantas luces hemos querido ir  encendiendo - es porque queremos que iluminados por Jesús nos sintamos curados y sanados de todo ese mal, queremos sentir en verdad esa salvación en nuestra vida que nos va a transformar totalmente en hombres nuevos que hagamos de verdad un mundo nuevo. Entonces hay una nueva esperanza en nuestro corazón.
Entonces nuestros buenos deseos y felicitaciones son algo más que palabras porque van a ser un compromiso serio por nuestra parte de querer hacer felices a los demás; entonces arrancaremos de nosotros ese pozo de desilusión y amargura porque tenemos la esperanza cierta de que podemos hacer un mundo mejor y en ellos nos vamos a sentir seriamente comprometidos. No es algo para vivir de una forma superficial. Surge, entonces, esa oración por la paz que en nosotros se convierte además en compromiso.
‘En este mi primer Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, nos dice el Papa Francisco, quisiera desear a todos, a las personas y a los pueblos, una vida llena de alegría y de esperanza. El corazón de todo hombre y de toda mujer alberga en su interior el deseo de una vida plena, de la que forma parte un anhelo indeleble de fraternidad, que nos invita a la comunión con los otros, en los que encontramos no enemigos o contrincantes, sino hermanos a los que acoger y querer’.
Así comienza el mensaje que el Papa Francisco nos ha dirigido con motivo de esta Jornada insistiendo a lo largo del mensaje en cómo hemos de saber crear una auténtica fraternidad entre todos los hombres con fundamento importante para lograr esa paz. ‘Anhelo indeleble de fraternidad… hermanos a los que acoger y querer’, nos dice. ‘Es fácil comprender que la fraternidad es fundamento y camino para la paz’ nos sintetiza en otro momento.
‘Los cristianos creemos que en la Iglesia somos miembros los unos de los otros, que todos nos necesitamos unos a otros, porque a cada uno de nosotros se nos ha dado una gracia según la medida del don de Cristo, para la utilidad común (cf. Ef 4,7.25; 1 Co 12,7). Cristo ha venido al mundo para traernos la gracia divina, es decir, la posibilidad de participar en su vida. Esto lleva consigo tejer un entramado de relaciones fraternas, basadas en la reciprocidad, en el perdón, en el don total de sí, según la amplitud y la profundidad del amor de Dios, ofrecido a la humanidad por Aquel que, crucificado y resucitado, atrae a todos a sí…’
‘Ésta es la buena noticia que reclama de cada uno de nosotros un paso adelante, un ejercicio perenne de empatía, de escucha del sufrimiento y de la esperanza del otro, también del más alejado de mí, poniéndonos en marcha por el camino exigente de aquel amor que se entrega y se gasta gratuitamente por el bien de cada hermano y hermana… El servicio es el alma de esa fraternidad que edifica la paz’.
No podemos extendernos en estos momentos a comentar más ampliamente el mensaje del Papa para esta Jornada, pero sí que se despierte en nosotros esa inquietud por la paz. Recordemos la Bienaventuranza de Jesús ‘dichosos los que trabajan por la paz porque ellos se llamarán hijos de Dios’. Trabajamos por la paz sintiendo la inquietud y el dolor en el alma por la heridas de la paz, por tantos sufrimientos que se engendran en el corazón de los hombres cuando falta la paz, cuando se impone la guerra y la violencia, cuando perdemos la paz del corazón, cuando no vivimos aquella fraternidad de la que nos habla el Papa en su mensaje.
El nacimiento de Jesús ha sido un anuncio de paz para los hombres, porque Dios nos ama. Quienes creemos en Jesús y ahora hemos celebrado su nacimiento tenemos que seguir haciendo ese anuncio de paz, tenemos que ir llevando esa paz a cuantos están a nuestro lado para poner nuestro granito de arena para hacer que nuestro mundo viva en paz, porque en verdad vivamos, como nos decía el Papa, ese espíritu de la fraternidad.
Que María, la Madre del Señor, la Madre de Dios como hoy la invocamos en la mayor de sus prerrogativas y la Reina de la paz nos alcance ese don de parte del Señor.

martes, 31 de diciembre de 2013

La gracia y la verdad nos vinieron por medio de Jesucristo

1Jn. 2.18-21; Sal. 95; Jn. 1, 1-18
‘Pues de su plenitud todos hemos recibido gracia tras gracia… la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo’. Es lo que seguimos celebrando con toda intensidad en estos días de la Navidad. Ahora la vivimos, lo queremos vivir intensamente, pero es lo que cada día de nuestra vida celebramos y vivimos en nuestra fe en el Señor Jesús.
El evangelio, el principio del Evangelio de Juan que hoy se nos ha proclamado, que ya se nos proclamó en la misa del día de Navidad y que volveremos a escuchar el próximo domingo, nos habla de luz y de vida, nos habla del Verbo de Dios que planta su tienda entre nosotros. Es lo que hemos venido contemplando, celebrando, viviendo. Todo resplandecía de luz y de alegría en la noche de la navidad. Allí se manifestaba la gloria del Señor. Los ángeles entre resplandores celestiales anunciaban su nacimiento y cantaban la gloria de Dios. Todos sentíamos cómo se nos renovaba nuestra vida por dentro cuando contemplábamos el misterio del nacimiento del Señor.
Llegó el momento de la plenitud de los tiempos, como mañana de nuevo escucharemos. Las promesas del Señor tenían su cumplimiento y lo anunciado por los profetas lo veíamos palpable delante de nuestros ojos. Llega el Mesías del Señor, el Ungido de Dios, nuestro Salvador. Y la salvación de Jesús nos trae gracia y vida, nos comunica la verdad de Dios porque es la Palabra que nos revela a Dios. ‘A Dios nadie lo ha visto jamás: el Hijo único que está en el seno del Padre, es quien nos lo ha dado a conocer’.
No buscamos la salvación por otros caminos, porque sabemos que nuestro único Salvador es Jesús. ‘De su plenitud hemos recibido gracia tras gracia’. A El acudimos desde nuestras tinieblas y desde nuestra muerte, desde nuestro mal y nuestro pecado, porque sabemos que El es de verdad nuestro Salvador.
Todo esto lo seguimos saboreando y no perdiendo la intensidad de la fe y de la alegría con lo que lo vivimos. Es un peligro y tentación que nos acostumbremos y al final perdamos esa intensidad. Son las tinieblas que nos acechan y que de mil maneras quieren oponerse a la luz. ‘La luz brilla en la tiniebla y la tiniebla no la recibe’, que nos decía el evangelio. Una forma sería que ya no le diéramos  nosotros importancia a la luz de la navidad, o nos quedáramos en alegría bullanguera, o centráramos nuestras preocupaciones en otras cosas. Es la atención y la vigilancia que ha de mantener el verdadero creyente en Jesús para querer llenarnos siempre de su vida y de su gracia.
Nos decía también el evangelio ‘al mundo vino y en el mundo estaba… y el mundo no la conoció. Vino a su casa y los suyos no lo recibieron’. ¿Le reconocemos? ¿le recibimos? Y ya no es solo que en Belén no hubiera sitio en la posada. ¿Le habremos dado posada en nuestro corazon? Cuando nos quedamos en una navidad superficial y externa, solo de parranda, de comidas o de regalos nos estará sucediendo esto. Cuántos han celebrado la Navidad sin Jesús porque solo han sido unas fiestas para pasarlo bien y comer juntos, pero no han dejado que Jesús entrara en sus corazones, ni siquiera tuviera una presencia simbólica al menos en medio de sus fiestas; y sin Jesús no hay verdadera Navidad. ¿Todos tendremos en verdad deseos de la Salvación que Jesús nos viene a traer?

Si aún nos queda alguna puerta que abrir en nuestro corazón para que llegue Jesús a nuestra vida siempre estamos a tiempo. No dejemos pasar de largo la navidad por nuestra vida. 

lunes, 30 de diciembre de 2013

Ana hablaba del Niño a todos los que aguardaban la liberación de Israel

1Jn. 2, 12-17; Sal. 95; Lc. 2, 36-40
El pasaje del evangelio sería continuación del que hubiéramos escuchado el día 29 en la lectura continuada, que era la presentación de Jesús en el templo. Hoy se nos habla de aquella anciana piadosa que llena de esperanza en la pronta venida del Mesías acudía todos los días al templo, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones.
El corazón de los sencillos tiene una sensibilidad especial para captar las cosas de Dios. Entre tantos niños que eran presentados en el templo cada día ella reconoce en que tiene en sus brazos el anciano Simeón que allí se están cumpliendo las promesas de Dios. ‘Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del Niño a todos los que aguardaban la liberación de Israel’.
Ancianos eran Zacarías e Isabel, ‘que eran justos ante Dios y caminaban sin falta según los mandamientos y la leyes del Señor’, y se llenaron de las bendiciones del Señor, como hemos venido escuchando en los días anteriores a la navidad, con el nacimiento de Juan, el Bautista. Una anciana nos la pone Jesús como modelo de desprendimiento y generosidad cuando da todo lo que tiene en el cepillo del templo, aunque calladamente porque no ha de saber tu mano izquierda lo que hace la derecha, pero Jesús fijándose en ella y resaltando su generosidad para nuestro ejemplo. Una anciana será propuesta por Jesús en una parábola como ejemplo de oración perseverante y confiada a pesar de que parecía no ser escuchada.
Hoy contemplamos a Simeón y a Ana, piadosos y llenos de fe y de Espíritu Santo, a quienes se les descubre en su corazón los misterios de Dios. Simeón profetizará sobre lo que es y significa aquel niño que es presentado al Señor en el templo y Ana hablará a todos anunciando igualmente que se cumplen las promesas de Dios. ‘Hablaba del Niño a todos los que aguardaban la liberación de Israel’.
Hermosos ejemplos y hermoso testimonio el que se nos ofrece. Cuántas lecciones podemos recibir de los mayores; qué riqueza de vida cuando se ha aprendido a vivir en el temor del Señor queriendo en verdad dar gloria a Dios con todo lo que hacemos, y no apartándonos nunca de los caminos del Señor.
Creo que todo esto  nos puede ayudar a reflexionar en muchas cosas. Porque somos mayores podemos pensar que ya nada podemos hacer, que nuestra vida es casi como un estorbo para los demás y por las discapacidades y limitaciones que nos van surgiendo con los años nos creemos que ya nada podemos hacer ni para nada servimos. Un grave error tener estos pensamientos. Siempre hay unos valores, siempre hay una riqueza en nuestra vida, eso que llamamos la sabiduría de los años, con la que podemos contribuir y mucho a la vida de los demás.
Parecía que Isabel porque era de edad avanzada y estéril nada podía contribuir pero Dios le tenía reservada una gran misión, la de ser la madre del Precursor del Mesías; aquellas otras dos ancianas que hemos mencionado nos ofrecen un ejemplo grande de generosidad y de perseverancia; Ana a quien hoy hemos contemplado en el Evangelio había dedicado su vida a la oración - ‘no se apartaba del templo día y noche’ - y su vida era una continua alabanza al Señor. Ahí tenemos caminos, ahí se nos dan pautas de cuanto podemos hacer y cómo con nuestra oración e intercesión al Señor podemos ser una poderosa palanca que sostenga a nuestro mundo.

Pero aún más, vemos en Ana una misionera, una evangelizadora, porque está anunciando con valentía a todo el mundo la Buena Noticia de la llegada del Mesías. En este mundo que ha ido perdiendo el sentido de religiosidad y de relación con Dios y hasta el sentido cristiano de la vida, el testimonio de unas personas maduras en su fe que nos trasmiten el mensaje de Jesús, puede ser muy valioso. Cuánto podemos hacer en este sentido.