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sábado, 2 de junio de 2018

Fidelidad total a Jesús y el evangelio que entraña un saber aceptarnos mutuamente y ayudarnos en los caminos de la vida


Fidelidad total a Jesús y el evangelio que entraña un saber aceptarnos mutuamente y ayudarnos en los caminos de la vida

Judas 17.20b-25; Sal 62; Marcos 11, 27-33

Y él quién se cree que es; así nos expresamos cuando nos cuesta aceptar que alguien pueda venir a decirnos como tenemos que hacer las cosas o a corregirnos por lo que hemos hecho mal. En nuestro orgullo que hace que nos cueste reconocer que no siempre acertamos, que no siempre hacemos las cosas bien, rechazamos al que nos quiera decir algo, tratamos de desautorizarlo y nos ponemos en su contra. ¿Quién le ha dado velas en este entierro?, decimos en nuestro rechazo al no querer reconocer quizá la verdad que está muy clara delante de nuestros ojos.
Le vienen a preguntar los judíos de Jerusalén, letrados, fariseos y sumos sacerdote con qué autoridad se ha atrevido a echar a los vendedores del templo. Lo rechazaban en sus enseñanzas porque El no era de sus escuelas rabínicas; en su pueblo también se habían preguntado de donde le salía aquella sabiduría y donde había aprendido todo eso que enseñaba. Ya sabemos por otra parte que en su ceguera querían atribuir al poder del demonio que Jesús arrojase los demonios de los endemoniados.
Ahora ha sido algo que les ha resultado escandaloso porque Jesús ha llegado al templo de Jerusalén y se ha atrevido a poner orden en toda aquella barahúnda de cosas que allí sucedían. Claro que era otro el templo que El quería purificar, pero eso tampoco querían entenderlo.
A la pregunta sobre su autoridad Jesús les responde con otra pregunta sobre la autoridad del Bautista al que ahora ellos aceptaban mejor que lo que lo habían aceptado en vida sobre su bautismo allá en el Jordán. Pero ellos ahora no sabrán qué responder, porque se verían cogidos en su propia respuesta fuera en un sentido o en otro.
No vamos nosotros a negar la autoridad de Jesús. En verdad le sentimos como nuestro Salvador y nuestro Redentor; confesamos que es el Hijo de Dios encarnado para nuestra Salvación y que ha instaurado el Reino de Dios que día a día nos sentimos comprometidos a construir. Es nuestra fe, la fe que en comunión con toda la Iglesia queremos confesar y queremos vivir.
Pero pienso que episodios como el que escuchamos del evangelio siempre tendrían que hacernos pensar, reflexionar sobre lo que en realidad nosotros hacemos y vivimos. Dudas se nos meten en nuestro interior en muchas ocasiones; unas dudas que tendrían que ayudarnos a purificar en verdad nuestra fe queriendo ahondar cada vez mas en el sentido de nuestra fe.
Pero sí tenemos que pensar que no siempre somos del todo fieles a esa Palabra de Dios que se nos proclama; y no son solo las tentaciones a las que nos vemos sometidos y que tantas veces nos hacen tropezar con nuestro pecado. Son las dudas sobre la interpretación de esa Palabra de Dios y su aplicación a nuestra vida. Reconozcamos que muchas veces queremos hacernos rebajas; reconozcamos que nos decimos que no es para tanto, que no hay que ir con tanta radicalidad y queremos nadar entre dos aguas; nos permitimos hacernos concesiones, nos permitimos restarle importancia a algunos aspectos de lo que ha de ser nuestra vida cristiana. Y con todo esto y muchas mas cosas que nos suceden están haciendo como aquellos judíos que querían restarle autoridad a Jesús.
Ahondemos en nuestra fe para que la hagamos vida de nuestra vida y lo hagamos con fidelidad total. Y eso entraña también esa fidelidad y esa aceptación mutua que nos tengamos unos a otros para dejarnos ayudar en los caminos de la vida.

viernes, 1 de junio de 2018

Profundidad y altura de miras en la vida para despojarnos del ropaje de la vanidad y la superficialidad


Profundidad y altura de miras en la vida para despojarnos del ropaje de la vanidad y la superficialidad

1Pedro 4,7-13; Sal 95; Marcos 11, 11-26

Eso no es sino ramaje, apariencia, luego no se recogerá cosecha. Recuerdo que con palabras parecidas en alguna ocasión le escuche a mi padre, agricultor, que aquello que veíamos en la huerta con tanto ramaje solo se podía quedar en eso y que luego no pudiéramos tener buena cosecha.
Así nos puede pasar en la vida, nos quedamos en muchas ocasiones en apariencias, palabras bonitas, hermosas promesas, muchos propósitos, pero luego en el fondo de la persona no hay nada, sino que todo se queda en lo superficial, en consecuencia, en la mentira y en la falsedad. Tenemos que aprender a trabajar la vida desde el fondo, poniendo buenos cimientos, dándole un buen cultivo, abonando de verdad con verdaderos valores nuestra existencia, no quedándonos nunca en lo superficial ni en la apariencia, dándole un buen y verdadero sentido a lo que hacemos, purificando todo lo que sea necesaria con una buena poda de ramas superficiales y también de ramajes de malas costumbres que serán un obstáculo para nuestro crecimiento personal, poniendo también metas altas y llenas de espíritu en nuestra lucha y en nuestro caminar.
Cuando vivimos en la superficialidad, aunque nos creamos que todo es bello y es fácil y nos sentimos hasta contentos porque no tenemos que esforzarnos tanto, nos hacemos daño a nosotros mismos, pero es que también podemos dañar a los demás. Es que para mantener esa apariencia y vanidad avasallamos cuanto encontremos a nuestro paso y nos volvemos manipuladores, egoístas, intransigentes con los demás sobre todo con aquellos que no nos ríen la gracia. Esa apariencia es una forma de creernos superiores y llenos de poder y todo lo que pueda ser obstáculo a ese endiosarnos a nosotros mismos, lo queremos quitar de en medio. Lo vemos en tantos que se creen poderosos.
Las imágenes que hoy nos ofrece el evangelio nos llevan por estos derroteros. Nos habla de una higuera frondosa, pero que no tiene higos; nos habla de un culto vació y superficial en el templo de Jerusalén reducido a una serie de sacrificios en los que todo se queda en lo material de manera que han cambiado el sentido de lo que tendría que ser el templo, casa de Dios y casa de encuentro para la significación de la persona. No es eso lo que quiere Jesús; le veremos maldiciendo la apariencia de aquella higuera que no da fruto, pero también purificando el templo para que no sea una cueva de ladrones. Cuánta superficialidad y cuantas manipulaciones, cuánta pérdida de valores y cuanta vanidad y apariencia. Faltaba la profundidad de la verdadera fe.
Es lo que finalmente nos quiere enseñar Jesús, que le demos esa profundidad y también esa altura de miras a nuestra vida. Pero eso, incluso, cuando vamos a acercarnos al Señor con nuestra oración hemos de saber hacerlo desde el interior de nosotros mismos con un corazón limpio de toda maldad. Pero para eso necesitamos una purificación. Con un corazón maleado en rencores y regimientos, un corazón que no sabe sanarse perdonando de verdad y siendo verdaderamente misericordioso con los otros no podemos acercarnos al Señor con la pretensión que nos escuche en nuestras peticiones. Y cuando os pongáis a orar, perdonad lo que tengáis contra otros, para que también vuestro Padre del cielo os perdone vuestras culpas’, nos dice el Señor.
Profundidad, pues, y altura de miras en la vida para despojarnos del ropaje de la vanidad y la superficialidad y así podamos dar verdaderos frutos de vida.


jueves, 31 de mayo de 2018

Siempre que haya un encuentro de amistad, de amor y de servicio hay una visita de Dios como la fue la visita de María a Isabel


Siempre que haya un encuentro de amistad, de amor y de servicio hay una visita de Dios como la fue la visita de María a Isabel

Romanos 12, 9-16b; Sal.: Is 12; Lucas 1, 39-56
Visitamos al amigo porque nos sentimos a gusto y nos gusta compartir con él, visitamos la familia porque así se mantienen vivos los lazos que nos unen, visitamos al vecino porque nos ayuda a fomentar la convivencia y mutuamente nos ayudamos en nuestra necesidades, visitamos a aquellos seres que amamos ya estén cerca o ya estén lejos en la medida de nuestras posibilidades porque no queremos que la distancia nos aleje y queremos conservar nuestro afecto, visitamos al que quizá podemos ofrecerle nuestra ayuda o también cuando en nuestra necesidad sea cual sea deseamos encontrar esa mano que nos levante y nos estimule en nuestro caminar.
La visita es relación, es encuentro, es compartir; las visitas nos enriquecen mutuamente porque con nuestra presencia ofrecemos el calor de nuestra amistad, pero también recibimos mucho de quien nos acoge porque todo lo bueno nos hace crecer. Nos sentimos acogidos en el hogar del amigo y la soledad estará lejos de nuestro espíritu; abrimos las puertas de la hospitalidad a quien llega a nuestro lado y se sentirá más seguro en su caminar. Muchas cosas podríamos seguir diciendo de lo que nos ayuda a caminar juntos en la vida y de los proyectos grandes que se pueden suscitar en nuestros mutuos encuentros con los demás.
Hoy el evangelio y la festividad que celebramos nos hablan de una visita muy especial. Hoy recordamos y celebramos aquella visita de la que nos habla el Evangelio de María a la casa de su prima Isabel. Grande era la distancia física desde Nazaret hasta las montañas de Judea donde Vivian Zacarías e Isabel. El ángel del Señor, como una prueba y manifestación de las grandezas que realiza el Señor comunica a María que su prima Isabel, a pesar de su vejez, esperaba un hijo. Y María se pone en camino. Esa visita y ese encuentro aparecen hoy ante nuestros ojos y nuestro espíritu para la celebración porque grandes van a ser las maravillas que el Señor quiere seguir realizando.
Es la imagen del espíritu pronto para el servicio lo primero que contemplamos en María pero es también la acogida de la hospitalidad lo que encontramos en aquel hogar de la montaña. Es la visita de Dios que con María llega a casa de Isabel inundándolo todo del espíritu del Señor, pero es el espíritu abierto a Dios de ambas mujeres que se dejan conducir por El y les hace también proclamar y cantar las maravillas del Señor.
En el amor y la mutua acogida de María y de Isabel se manifiesta la presencia de Dios. María ya lleva a Dios encarnado en su seno y a su paso todo se va llenando de gracia y de la fuerza del Espíritu. Pero es Isabel también la que abierta al Espíritu descubre las maravillas de Dios y recibe ya a María, sin que ningún ser humano se lo hubiera revelado, como la Madre del Señor.
Y salen a flote todas las virtudes y todas las gracias de las que aquellas almas están dotadas; es la humildad de Isabel para reconocer la grandeza de María, porque Dios solo se revela a los que son humildes de corazón; pero será también la humildad de María que se reconoce pequeña, pero al tiempo reconoce las maravillas que el Señor hace en ella. Y María prorrumpe con el cántico del amor, con el cántico de la acción de gracias, con el cántico a las maravillas que hace el Señor que visita a su pueblo.
Es la visita de María a su prima Isabel, pero es la visita de Dios a su pueblo. Es todo un signo de las maravillas que hace el Señor en nosotros. Dios llega también a nuestra vida, como aquella visita de María en tantos que llegan a nuestra vida, como Dios quiere llegar a los demás a través de la visita que hagamos a los demás, del acercamiento que tengamos a los otros en la humildad y en el amor. Siempre que haya un encuentro de amistad, de amor y de servicio hay una visita de Dios.

miércoles, 30 de mayo de 2018

Hay unos pasos que no nos podemos saltar que es el camino del amor y del servicio, de la entrega y de la pasión para llegar al Reino de Dios


Hay unos pasos que no nos podemos saltar que es el camino del amor y del servicio, de la entrega y de la pasión para llegar al Reino de Dios

1Pedro 1, 18-25; Sal 147; Marcos 10, 32-45

Un amigo, un familiar, un conocido en el lugar oportuno podría abrirnos quizá muchas puertas. Así pensamos, así deseamos porque una influencia, una ‘manguita’, una palabra de alguien en su momento podría ayudarnos quizá a conseguir nuestras ambiciones, nuestros sueños. Así vamos muchas veces por la vida haciendo galas de que conocemos a tal o cual personaje, que somos amigos ‘íntimos’ que hemos comido juntos tantas veces, y nos queremos subir en nuestros pedestales porque así alcanzamos ‘el cielo’ de nuestros sueños nos parece que con mayor facilidad.
¿Pensarían así aquellos dos hermanos, los hijos de Zebedeo, porque quizá eran pariente de Jesús? Uno de los evangelistas al narrarnos este episodio nos dice que fue precisamente la madre la que vino a decir ‘la palabra oportuna’ a Jesús para conseguir para sus hijos las mejores influencias. Como nos narra san Marcos al que estamos siguiendo en este momento, vinieron muy decididos a pedir los primeros puestos, uno a tu derecha y otro a tu izquierda.
Pero el contraste está en que previamente el evangelista no había contado que subían a Jerusalén – un detalle curiosos parece que Jesús tenia prisa porque dejaba a todo el mundo atrás y los discípulos estaban extrañados y la gente se preguntaba que pasaba para aquellas prisas – pues cuando subían a Jerusalén Jesús les había querido dar las claves de aquella subida. ‘Mirad, estamos subiendo a Jerusalén, y el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas, lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles, se burlarán de él, le escupirán, lo azotarán y lo matarán; y a los tres días resucitará’.
Como sucederá en otras ocasiones en que Jesús haga el mismo anuncio, los discípulos no se enterarán de las palabras de Jesús. No entendían, les daba miedo preguntarle, como se dice en otras ocasiones. Y tanto no se enterarán que a continuación se acercarán los Zebedeos con aquella petición que antes comentábamos.
No os enteráis. No sabéis lo que pedís. Y les habla de cáliz de entrega y les habla de bautismo, que Jesús ha de beber y por el que Jesús ha de pasar también. ¿Estáis dispuestos? Con demasiado entusiasmo dicen que sí. Pero Jesús les va a explicar una vez más cual ha de ser el sentido de su discípulo. Vais a beber el cáliz, vais a pasar por ese bautismo, pero ser primero es otra cosa. No os dejéis seducir por el estilo y el sentido del mundo. Todos quieren ser primeros para tener influencia, para mandar y para estar por encima; son los afanes del poder y de las glorias humanas. Son los sueños que se nos meten en el corazón y nos confunden.
Entre vosotros no podrá ser así. ¿Recordáis lo que os acuciaba que le va a pasar al Hijo del Hombre en su subida a Jerusalén? ¿Por qué le va a pasar todo eso? Porque he venido para servir, no para que me sirvan, he venido para entregar mi vida para que todos tengan vida. Por eso el que me sigue tiene que caminar por el mismo camino de servicio y de la entrega, aunque tenga que hacerse el último, es más, haciéndose el ultimo de todos y el servidor de todos. Y eso pasa por en cáliz y por un bautismo. Significará amargura, dolor, sufrimiento, muerte, pero es el camino de la vida porque todo eso se hace por el camino del amor.
¿Lo habremos entendido nosotros? ¿O seguiremos queriendo saltarnos los pasos que hemos de dar buscando cómodas facilidades en el camino del Reino de Dios que hemos de construir?

martes, 29 de mayo de 2018

No andemos buscando satisfacciones y recompensas humanas cuando sabemos que tenemos garantizado en tesoro en plenitud en el cielo


No andemos buscando satisfacciones y recompensas humanas cuando sabemos que tenemos garantizado en tesoro en plenitud en el cielo

1Pedro 1, 10-16; Sal 97; Marcos 10, 28-31

Alguna vez surge en nuestro interior la duda o la pregunta si aquello bueno que estamos haciendo, queriendo ayudar a los demás por ejemplo, o teniendo siempre un espíritu servicial y disponible para estar allí donde puedan necesitarnos o podamos hacer algo por un mundo mejor, merece la pena. ¿Qué sacamos nosotros en claro de lo que hacemos? ¿Merece de verdad hacer lo que hacemos de una forma desinteresada cuando quizá nadie nos lo agradezca?
Consciente o inconscientemente buscamos una compensación, un reconocimiento, una valoración de lo que hacemos, de alguna manera algo que nos recompense. Quizá tratamos de quitar ese pensamiento porque en el fondo queremos ser buenos y queremos hacer el bien, pero quizá en nuestro interior pudieran quedar ocultos deseos de satisfacción y recompensa. Sí deseamos ver un fruto al menos en aquellos por los que trabajamos y algún día nos veamos compensados cuando vemos que aquellos por los que quisimos hacer algo también han madurado en la vida y ahora también actúan de forma responsable y generosa.
Los discípulos también sintieron esas dudas en su interior. Es lo que ahora le plantean a Jesús. Después del episodio del joven rico que no dio el paso adelante de generosidad para desprenderse de todo y seguir a Jesús, éste les habla de lo difícil que les es a los que tienen su corazón apegado a riquezas u otras cosas que lo posean a uno el seguir el camino del Reino de los cielos.
No es que poseamos cosas, sino lo tremendo es que las cosas nos posean a nosotros, porque así dependamos de ellas que parece que nada somos si no lo tenemos. Y no son solo las riquezas materiales, sino son muchos apegos del corazón en nuestras rutinas, en nuestra tibieza espiritual, en los afectos desordenados y así en múltiples cosas.
Tras todo esto que les está diciendo Jesús Pedro le replica que ellos lo han dejado todo por seguirle, ¿qué les va a tocar? Una pregunta que denota si en verdad nuestra generosidad y desprendimiento es desinteresado. Aquello que decíamos de esas satisfacciones que buscamos, de esas compensaciones y recompensar de alguna manera por lo que hayamos hecho.
‘Os aseguro que quien deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más -casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones-, y en la edad futura, vida eterna’.
Quien se desprende de si mismo nunca se quedará ni solo ni vacío. Nos lo tememos algunas veces y por eso en ocasiones somos raquíticos con nuestra generosidad. Ni el aceite se acabará, ni la harina para el pan nos faltará, como le decía el Señor por boca de Elías a aquella viuda de Sarepta de Sidón, allá en el Antiguo Testamento. El Señor no lo permitirá. La misericordia del Señor es grande. Y con esa confianza tenemos que saber actuar con generosidad.
Pero si ya Jesús le había dicho a aquel joven rico que si se desprendía de todo tendría un tesoro en el cielo, ahora Jesús le dice a Pedro que en la edad futura tendría la vida eterna. Es la eterna bienaventuranza. ‘Dichosos los pobres porque de ellos es el Reino de los cielos’, nos prometería Jesús en las bienaventuranzas. Conocemos las palabras de Jesús porque muchas veces las hemos escuchado y meditado, pero parece que en ocasiones las olvidamos. ¿Por qué andamos buscando satisfacciones y recompensas humanas, si tenemos garantizado un tesoro en el cielo? Esa plenitud de vida y de amor que Jesús nos promete bien que merece la pena.

lunes, 28 de mayo de 2018

No nos demos por satisfechos nunca, aunque sintamos el gozo de lo que hemos hecho, sino que siempre queramos ir más allá y más arriba, plus ultra


No nos demos por satisfechos nunca, aunque sintamos el gozo de lo que hemos hecho, sino que siempre queramos ir más allá y más arriba, plus ultra

1Pedro 1, 3-9; Sal 110; Marcos 10, 17-27

¿Seremos nosotros de aquellos que cuando han logrado una meta que se han propuesto en la vida o conseguido un primer objetivo ya se dan por satisfechos y bajan la guardia y la intensidad de sus esfuerzos? Es algo que nos puede suceder o que sucede con frecuencia luchamos por unos objetivos, nos esforzamos todo lo que podemos y ya luego por así decirlo nos queremos gozar de nuestras conquistas y ya simplemente nos dejamos llevar por la vida.
Sucede a la gente joven como a la de mediana edad, pero sucede también que cuando llega la hora de la jubilación nos decimos que ya hemos luchado en la vida y ahora ya no queremos hacer nada ni nos esforzamos por nada cayendo en una rutina y desgana y hasta en un vacío existencial al no saber ya en qué ocupar nuestra vida. Creo que no podemos enterrar así nuestra vida, los valores por los que hemos luchado, o esa riqueza y sabiduría interior que podría seguir haciendo tanto bien a los demás. Esa inacción nos lleva a vivir una vida ya sin ilusión haciendo que se pierda el color del vivir y poco menos lo que hacemos es vegetar y la vida es muy preciosa y mucho más que todo eso. No podemos caer en una vida gris y anodina.
Hoy vemos acercarse a Jesús un joven con deseos de algo más; es bueno, cumple los mandamientos, lo que significa una vida de fidelidad y de esfuerzo, pero ahora le pregunta a Jesús que más ha de hacer para alcanzar la vida eterna. Conocemos el diálogo con Jesús y su mirada de ternura y de cariño. Y Jesús le propone metas más altas. Desprenderse de cuanto tiene para poder tener el verdadero tesoro en el cielo. Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego sígueme’, le dice Jesús.
Ahí el joven se quedó pesaroso. Era rico, y desprenderse de todo ya no entraba en sus planes, o al menos le parecía que era incapaz de ello. Dio media vuelta y se marchó. Ya conocemos los comentarios de Jesús que les cuesta entender a los discípulos de lo difícil que es desprenderse de las cosas cuando tenemos el corazón apegado a ellas.
Pero en la línea de lo que veníamos comentando al principio nos arroja mucha luz. Será el corazón apegado a las cosas, serán los cansancios de la vida, serán las tentaciones de una vida cómoda y sin esfuerzo, será no haber descubierto la riqueza que gana el corazón cuando somos desprendidos y dedicamos parte de nuestra vida a los demás, son tantas las cosas que muchas veces nos frenan en nuestras inquietudes, nos inducen a una vida anodina y sin metas,  a darnos por satisfechos de lo que ya hicimos.
Son cosas que tendrían que hacernos pensar. La vida se enriquece en la medida en que se da; el desarrollo continúo de nuestras cualidades y nuestros valores la da vida a nuestra existencia, no podemos contentarnos con lo que ya hacemos sino que hemos de sentir inquietud en nuestro corazón por hacer algo con lo que cada día hagamos mejor nuestro mundo. Y eso está en nuestras manos; nuestra vida adquiere más sentido en la medida en que nos ponemos metas y luchamos por subir un peldaño más que nos conduzca a mayor plenitud. El talento de nuestra vida no lo podemos enterrar, como nos dirá Jesús en otro lugar del evangelio.
No nos demos por satisfechos nunca, aunque sintamos el gozo de lo que hemos hecho, sino que siempre queramos ir más allá y más arriba. Siempre: ¡plus ultra! ¡Más allá!

domingo, 27 de mayo de 2018

Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad, dichosos nosotros amados y elegidos de Dios que quiere morar en nuestro corazón


Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad, dichosos nosotros amados y elegidos de Dios que quiere morar en nuestro corazón

Deuteronomio 4, 32-34. 39-40; Sal. 32; Romanos 8, 14-17; Mateo 28, 16-20

Qué admiración no sentiríamos y qué sentimientos de gratitud no se provocarían en nosotros si en nuestra pequeñez y pobreza nos viéramos honrados con la visita y la presencia a nuestro lado de alguien que consideráramos muy importante y por la grandeza y relevancia de su vida lo tuviéramos como inalcanzable; sentir que un personaje así camina con nosotros, se sienta a nuestra mesa, tiene no solo palabras amables para nosotros sino que además nos revela secretos del misterio de su vida nos haría sentir a nosotros de alguna manera importantes también e incluso elevaría nuestra autoestima.
Esto que estoy diciendo entra en la imaginario, pero también en las categorías que los hombres nos hemos creado para hacer distinciones entre nosotros, que sin embargo muchas veces nos alejan unos de otros creando distancias en nuestras relaciones que se vuelven insalvables. Sin embargo esto que estoy diciendo me hace pensar en otro orden de cosas, entrando en lo sobrenatural y en lo divino.
La inmensidad del misterio de Dios y las consideraciones que nos hacemos de la divinidad en nuestros razonamientos humanos ha hecho que algunas veces situemos a Dios en una inmensidad lejana a nosotros y nos parece que llegar hasta El para conocerle y comprenderle se convierte ante nosotros en ese abismo que nos parece como decíamos insalvable.
Y aquí tendríamos que reconocer que no solo es esa búsqueda de Dios por nuestra parte – en cierto modo natural porque la vida misma muchas veces nos trasciende y nos lleva a pensar y querer descubrir esa perfección y plenitud que todos ansiamos en nuestro interior – pero que digo no es solo la búsqueda que nosotros podamos hacer, sino que la maravilla está en ese Dios que viene a nosotros, se hace presente en nuestra vida queriendo caminar a nuestro lado y El mismo se nos revela para que podamos llegar a conocerle y vivirle.
Aunque también es bueno que nos valgamos de nuestra inteligencia y nuestra capacidad buscando caminos y razonamientos que nos lleven a descubrirle, sin embargo importante es que seamos capaces de hacer un recorrido por ese camino de Dios que viene a nosotros y se nos revela, que está junto a nosotros y nos manifiesta su amor, que quiere habitar en nuestro corazón haciéndonos participes de su Espíritu y de su vida divina y que en su ternura y misericordia infinita no solo nos llama sino que nos tiene como hijos.
Es hermoso lo que nos dice la primera lectura de hoy. ¿Hay algún pueblo que haya oído, como tú has oído, la voz del Dios vivo, hablando desde el fuego, y haya sobrevivido?, ¿algún Dios intentó jamás venir a buscarse una nación entre las otras por medio de pruebas, signos, prodigios y guerra, con mano fuerte y brazo poderoso, por grandes terrores, como todo lo que el Señor, vuestro Dios, hizo con vosotros en Egipto?’ La confesión de fe que hace el pueblo elegido es una confesión de fe que parte de su historia. En su historia, en su vida han sentido esa presencia de Dios, esa llamada de Dios, esa cercanía de Dios.
¿No es lo mismo lo que nosotros hacemos? Cuando confesamos nuestra fe estamos haciendo un recorrido por la historia de la salvación que ha tenido su momento culminante en Jesús. Fijémonos que en el credo hacemos mención a un momento histórico concreto. ‘En tiempos de Poncio Pilatos’ decimos para referirnos a ese momento culminante en que Cristo se ha ofrecido por nuestra salvación.
Una confesión de fe que seguimos haciendo recorriendo nuestra historia personal, en la que nos hemos sentido llenos e inundados de Dios que por la fuerza del Espíritu nos hace sus hijos. Ya nos decía san Pablo que ‘los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios’. Esa maravilla que no llegaremos a comprender ni vivir si no nos dejamos llevar por el Espíritu. Es un decirle sí a Dios, dar respuesta a esa presencia de amor para dejar que Dios habite en nosotros. Decimos sí a Dios porque después de experimentar su amor queremos ya para siempre vivir cumpliendo su voluntad. ‘Si cumplís mis mandamientos mi Padre os ama y vendremos a él y haremos morada en él’ que nos explicaba Jesús. Creemos porque experimentamos su amor, creemos y queremos hacer su voluntad, creemos y nos sentiremos inundados de Dios.
Hemos escuchado en el evangelio que Jesús envía a sus discípulos por el mundo a anunciar el evangelio de la salvación que en Jesús nos ha hecho presente a Dios en medio de nosotros. Y nos dice Jesús que los crean sean bautizados en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. ¿Qué significa ser bautizado en el nombre trinitario de Dios? Bautizarse es sumergirse, pero Jesús nos dice que hemos de ser bautizados en el agua y en el Espíritu. Bautizarse es sumergirse en Dios y así seremos ese hombre nuevo, ese hombre que ha nacido de nuevo como le decía Jesús a Nicodemo por el agua y el Espíritu y que ahora ya comenzamos a ser hijos de Dios.
¿Buscamos explicaciones al misterio de Dios, al misterio de la Trinidad de Dios? Aquí lo tenemos. Nos hemos sumergido en Dios que nos ama como Padre, nos hemos sumergido en Dios y toda nuestra vida se renueva en la salvación que en Jesús el Hijo de Dios hemos alcanzado comenzando a vivir en el Reino nuevo de Dios que Jesús ha venido a instaurar, nos hemos sumergido en Dios y por la fuerza de Espíritu divino comenzamos a ser hijos de Dios en una vida nueva que nos hace un hombre nuevo.
Qué admiración hemos de sentir, como decíamos al principio de nuestra reflexión, y qué sentimientos de gratitud han de brotar en nuestro corazón cuando así nos sentimos amados de Dios de tal manera que habita en nosotros y nosotros en El. Es el Dios grande, infinito en su amor, pero es el Dios que se hace Emmanuel, porque está en nosotros y con nosotros camina en nuestra propia vida. Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad, dichosos nosotros amados y elegidos del Dios que quiere habitar en nosotros.