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sábado, 11 de junio de 2016

Llevemos con orgullo el nombre de cristianos porque ser cristiano, ser ‘cristo’, es ser signo con nuestra vida de la vida de Cristo

Llevemos con orgullo el nombre de cristianos porque ser cristiano, ser ‘cristo’, es ser signo con nuestra vida de la vida de Cristo

Hechos  11, 21-26; 13 1-3; Sal 97; Mateo 10,7-13

Hoy estamos celebrando la fiesta de san Bernabé asociado en el nombre en la tradición de la Iglesia a los llamados apóstoles. Natural de Chipre lo vemos en Jerusalén desde el inicio de las primeras comunidades cristianas, además con gestos bastante hermosos de lo que significaba para él el seguimiento de Jesús pues se desprendió de todos sus bienes para entregarlo a la comunidad.
Lo vemos enviado a la comunidad de Antioquia desde la comunidad madre de Jerusalén, y allí se convierte en un gran animador de aquella comunidad. Pronto veremos su relación con Pablo – aún es llamado Saulo - al que va a buscar a su retiro de Tarso para incorporarlo a las tareas de la evangelización. En el texto que hoy se nos ofrece vemos como el Espíritu que anima la comunidad cristiana los escoge para enviarlos a una nueva misión evangelizadora; es lo que llamamos el primer viaje de san Pablo que con tanto detalle nos relata el libro de los Hechos de los Apóstoles.
Hemos escuchado en el texto de los Hechos de hoy algo que casi nos podría pasar desapercibido. Fue en aquella comunidad donde a los seguidores de Jesús, a los discípulos se les comenzó a llamar cristianos. ‘Allí, en Antioquía, fue donde por primera vez se dio a los discípulos el nombre de cristianos’. Es bien significativo. Son los discípulos, los que creen en Jesús, pero los que viven la vida de Jesús de manera que son otros cristos, por eso son llamados cristianos.
Hemos de tomarnos muy en serio el nombre de cristiano. Simplemente decimos que somos cristianos porque estamos bautizados. Es verdad que esa tiene que ser la raíz, porque bautizarnos significa incorporarnos a Cristo para vivir su vida. La fuerza del Espíritu nos regala la vida de Dios, es cierto, para hacernos hijos de Dios. Pero siendo sinceros tendríamos que preguntarnos si esa es en verdad nuestra vida. Vivir la vida de Cristo para ser otro con Cristo, para configurarnos con El de manera que nosotros seamos también ‘cristo’ no es cualquier cosa ni se hace o vive de cualquier manera.
Tendríamos que sentirnos en verdad transformados para ya no vivir nuestra vida, a nuestra manera, según nuestros criterios, sino para vivir en otro sentido, en otro vivir que es vivir a Cristo y como Cristo. Por eso decíamos que hemos de tomarnos en serio el nombre de cristiano. No es un adorno que pongamos a nuestra vida, es un nuevo sentido, un nuevo vivir. De aquellos primeros cristianos se decía por parte de los paganos ‘mirad cómo se aman’, ¿se podrá decir eso mismo de nosotros?
Hoy estamos celebrando a quien vivió un desprendimiento total, como ya recordábamos; en ese desprendimiento y generosidad vivió su vida para dejarse conducir por el Espíritu allá donde quería llevarle o en la misión que se le confiaba. Una disponibilidad total es lo que vemos en el apóstol san Bernabé en las misiones que la Iglesia le confiaba.
Llevemos con orgullo el nombre de cristianos, porque en verdad reflejemos en nuestra vida y en nuestras obras la vida y las obras de Cristo. Ser cristiano, ser ‘cristo’, es ser signo con nuestra vida de la vida de Cristo.

viernes, 10 de junio de 2016

El que verdaderamente quiere crecer humana y espiritualmente ha de saber podar las malas ramas que impedirian alcanzar el auténtico fruto de la vida

El que verdaderamente quiere crecer humana y espiritualmente ha de saber podar las malas ramas que impedirían alcanzar el auténtico fruto de la vida

1Reyes 19,9a.11-16; Sal 26; Mateo 5,27-32

Suele ponerse el ejemplo o la imagen de la manzana podrida en el cesto de las manzanas que si no la quitamos a tiempo todas las demás manzanas van a quedar dañadas. Creo que es una imagen que todos entendemos muy bien sobre cómo hemos de evitar contagiarnos del mal pero que también nos hará reflexionar sobre ese mal que quizá tengamos en nosotros mismos en cosas que nos puedan parecer insignificantes, pero que terminarán dañando nuestro corazón.
Muchas veces hay cosas en nosotros a las que no damos demasiada importancia; son esas pequeñas rutinas o costumbres que vamos cogiendo en la vida cuando vamos dejar pasar cosas que sabemos que no son totalmente buenas, pero a las que no damos importancia, pero que cada vez se pueden ir haciendo una rutina mas grande en nosotros que terminen por esclavizarnos en cosas que verdaderamente son bien importantes en la vida.
La persona que quiere caminar con rectitud en la vida cuida lo que hace, lo que piensa y hasta lo que desea; sabemos que hay cosas que no nos podemos permitir y hemos de tener esa atención, esa vigilancia, porque ahora por desgana las dejamos pasar, pero estarán haciendo que no nos cultivemos de verdad en lo que significa el esfuerzo e incluso el sacrificio, y llegaran momentos en que aquello que podía ser insignificante se puede convertir en una exigencia de la que no nos podemos librar. Crecer es superarnos, es ir arrancando de nosotros esas malas hierbas que se pueden convertir en matorral y entonces lo bello que pudiera haber en nuestro corazón ya no brillará, ya no resplandecerá.
Los árboles se podan para quitar las ramas inútiles e inservibles que impidan obtener los mejores frutos; es la tarea del agricultor que quiere ver rendimiento a su trabajo consiguiendo el fruto mejor y más valioso. Así nosotros en la vida. De eso nos habla Jesús hoy en el evangelio cuando de una forma drástica y radical nos invita a arrancar de nosotros aquello que es malo y que nos pueda hacer daño. Claro que entendemos que no se trata de ir mutilando nuestro cuerpo, pero sí de ir purificando nuestro espíritu, quitando esas malas costumbres, esas rutinas que decíamos al principio de nuestra reflexión.
Descubramos ese verdadero tesoro por el que merece dejarlo todo, que merece nuestros sacrificios y nuestras renuncias; es descubrir la verdadera fe; es descubrir el sentido del Reino; es descubrir la belleza del evangelio que si seguimos sus valores vamos a ver verdaderamente enriquecida nuestra vida; es descubrir a Jesús verdadera Sabiduría de nuestra vida y en quien encontramos la vida y la salvación.

jueves, 9 de junio de 2016

Qué grandes nos hace el amor cuando amamos con un amor verdadero al hermano, a todo ser humano porque es un hermano

Qué grandes nos hace el amor cuando amamos con un amor verdadero al hermano, a todo ser humano porque es un hermano

1Reyes 18, 41-46; Sal 64; Mateo 5, 20-26

‘Si no sois mejores que los escribas y fariseos, no entrareis en el Reino de los cielos’, les dice Jesús a los que quieren ser sus discípulos. ‘Si no sois mejores…’ Hace referencia Jesús en concreto a los escribas y fariseos porque estos se querían presentar como el paradigma, el no va más de los hombres perfectos, pero ya sabemos lo que había en su interior; es por eso por lo que hace Jesús esta referencia. No vamos a poner comparaciones, sino simplemente quedarnos con la invitación ‘si no sois mejores…’
Cuesta superarnos y crecer; nos pensamos quizá que ya lo tenemos todo conseguido y es imposible ser mejor; por eso mismo no avanzamos en la vida, porque no nos ponemos metas altas que tenemos que superar una y otra vez. ¿Qué más puedo hacer?, quizá nos preguntamos porque ya nos creemos buenos. Aunque seamos buenos siempre hay una meta más alta, siempre es posible una superación, siempre podemos crecer en valores, apreciar algo nuevo para nuestra vida que podemos conseguir.
El tener esos deseos de superación y crecimiento es la mejor forma de luchar contra nuestras rutinas; nos acostumbramos y ya simplemente nos vamos dejando arrastrar, pero el peligro está en que si no queremos subir, la pendiente nos llevará a lo contrario, a que nos arrastremos hacia abajo y perdamos los pasos que hayamos dado. Y eso en todos los aspectos de la vida, en nuestra vida espiritual, pero humanamente también en nuestra vida profesional y hasta en nuestra vida de familia; si no hacemos nuevo el amor cada día, el amor perderá su brillo, porque iremos olvidando los detalles, los pequeños gestos que engrandecen y hacen sublime cada día más la entrega de nuestro amor.
Hoy nos habla Jesús de algo muy concreto como es el quinto mandamiento de la ley de Dios, ‘no matarás’. Jesús quiere que le demos toda la amplitud y profundidad que tiene este mandamiento. Y es que nosotros también decimos en ocasiones, yo no tengo pecado porque yo no mato ni robo. ¿Es suficiente con decir esto? Creo que todo entendemos que matar es algo más que quitar la vida de forma violenta a alguien. Todo lo que atente contra la dignidad de la persona está incluido en este mandamiento.
Jesús nos habla de una forma concreta haciendo referencia al insulto, pero cuantas expresiones y gestos tenemos tantas veces que hieren la dignidad del otro. Es el que digamos palabras injuriosas contra el otro queriendo menoscabar su dignidad, pero nuestros gestos de indiferencia y de desprecio, las actitudes con las que queremos ignorar a los demás, los resentimientos que guardamos en nuestro interior, la malquerencia que sigue hirviendo en nuestro corazón y así tantas cosas con las que nos distanciamos, queremos rebajar al otro y tantas cosas que están expresando nuestra falta de amor.
Luego nos habla de la reconciliación, del reencuentro, de la renovación de nuestra relación, de la humildad para reconocer nuestros fallos con los que hayamos podido herir a los demás. ‘Vete primero a reconciliarte con tu hermano…’ nos dice Jesús para que tu amor sea verdadero, para que la ofrenda que presentes ante Dios sea verdaderamente digna. Nos ha enseñado Jesús a perdonar pero también a pedir perdón porque reconozcamos nuestros errores, nuestros fallos, nuestra debilidad con la que hayamos podido dañar la dignidad del hermano.
Qué grandes nos hace el amor cuando amamos con un amor verdadero al hermano, a todo hermano. Cada día podemos ser mejores en nuestro amor.

miércoles, 8 de junio de 2016

Un camino de plenitud que nos lleva a la felicidad y dicha del Reino que emprendemos siendo fieles a la ley del Señor

Un camino de plenitud que nos lleva a la felicidad y dicha del Reino que emprendemos siendo fieles a la ley del Señor

1Reyes 18,20-39; Sal  15;  Mateo 5,17-19
A veces quisiéramos hacer desaparecer todo lo que nos suene a norma o precepto, porque nos parece que eso nos sujeta y nos coarta nuestra libertad, porque cada uno quisiéramos hacer solamente aquello que nos apetece. Olvidamos quizá que en lugar de ver esas normas o preceptos que regulan nuestra vida personal y nuestras relaciones con los demás y con la sociedad son mas que unos imposiciones unos principios fundamentales que lo que buscan por encima de todo es nuestro propio bien y nos ayudan a alcanzar esa plenitud de vida que todos en el fondo deseamos.
Unos principios que nos ayudan a comprender lo que es verdaderamente el bien de la persona, de toda persona, y no mirado solamente desde un punto de vista personal e individual, así comprendemos lo que verdaderamente es recto y es lo deseable para nuestra vida, cuando tantas veces andamos confundidos y dejándonos arrastrar simplemente por el ambiente que nos rodea.
Ya sabemos las tendencias que aparecen en nuestra sociedad – y eso ha sucedido en todos los tiempos no es solo cosa de estos momentos con ciertos movimientos sociales que parece que ven rebrotando – donde parece que se quiere vivir de una forma anárquica sin querer someterse a ninguna normal o ley que regule la convivencia social. Ahora todo lo resolvemos con asambleas donde el que más grita parece que tuviera más razón pero donde tenemos que reconocer que la bondad o malicia de las cosas no está simplemente en lo que una mayoría pueda opinar o votar; esos principios son algo mucho más hondo.
También en nuestro ámbito eclesial algunas veces podemos tener esa tentación y estamos deseando en nombre de una vuelta a los contenidos fundamentales del evangelio un hacer desaparecer normas o preceptos que por una parte regulen la vida de la Iglesia, pero como decíamos antes sean esos principios que nos ayuden a descubrir lo que verdaderamente es fundamental.
Esa tentación vemos que también existía en los tiempos de Jesús. Frente al rigorismo de los fariseos con un cumplimiento riguroso y excesivamente formal de la ley de Moisés queriendo imponer sus criterios a todo el mundo, también había movimientos donde querían que todo cambiase. Es lo que Jesús vemos que quiere corregir; quizá en algunos con la aparición de aquel profeta a quien muchos ya consideraban quizá como el Mesías, pensaban que ahora todo se iba a abolir porque era necesario romper con todo.
Jesús habla claramente. No creáis que he venido a abolir la Ley o los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. Os aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la Ley…’ Jesús les habla de plenitud, de perfección, de purificación quizá necesaria, pero de fidelidad a la ley del Señor que es inamovible.
Es lo que realmente tenemos que buscar, esa fidelidad a la ley del Señor, que es camino de vida y de felicidad. Ha comenzado Jesús su discurso allá en el monte, como ya hemos reflexionado, señalándonos un camino de dicha y de felicidad, que es el camino del Reino de Dios que hemos de emprender. Nos hará descubrir el verdadero sentido de Dios y el lugar fundamental – es el Rey y Señor – que ha de ocupar en nuestra vida, pero  nos ayudará también a descubrir el verdadero sentido de nuestra relación con los demás que son nuestros hermanos.

martes, 7 de junio de 2016

La gloria del Señor es que nosotros compartamos ese sabor de Cristo que en el evangelio hemos encontrado con el mundo que nos rodea

La gloria del Señor es que nosotros compartamos ese sabor de Cristo que en el evangelio hemos encontrado con el mundo que nos rodea

1Reyes 17,7-16; Sal.  4; Mateo 5,13-16
Cuando descubrimos algo que es importante en la vida no solo nos enriquecemos nosotros de ese bien que hemos encontrado sino que en un sentido verdaderamente humano de nuestro existir eso tratamos de comunicarlo o de compartirlo con los demás. Lo contrario seria una actitud egoísta en la que pretenderíamos hacernos dueños absolutas de ese bien descubierto lo cual le quitaría verdadera humanidad a nuestra relación con los demás.
En el anuncio que Jesús nos va haciendo del Reino de Dios ayer escuchábamos que nos quería dichosos y felices, ayudándonos a encontrar ese sentido y valor de lo que vivimos aunque fuera en la dureza de las dificultades, pobrezas o sufrimientos. Descubrir ese camino de felicidad que Jesús nos propone es encontrar ese tesoro escondido por el que merece la pena sacrificarlo todo pero que además no tendríamos que quedarnos de forma egoísta con él sino que tendríamos que ayudar a los demás a que también encuentren ese hermoso sentido de la vida.
Por eso nos dice hoy Jesús que hemos de ser sal; hemos encontrado el sabor de nuestra existencia porque encontrar ese sentido de vida que nos ayuda a ser felices de verdad nos ayuda a saborear nuestro ser y nuestro vivir; es la sabiduría de Dios que Jesús quiere trasmitirnos. Pero nos dice que tenemos que ser sal, que dar sabor no solo a nuestra vida sino de cuantos nos rodean. No podemos ser sal que no da sabor, porque eso no tendría sentido; la sal que pierde sus cualidades para nada vale e incluso allá donde la tiráramos estaríamos haciendo daño a la vida. Tenemos el buen sabor de Cristo que ese sí que tenemos que trasmitirlo a los demás. ‘Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán?
En este mismo sentido nos propone otra imagen, la luz. La luz no es para ocultarla; es para iluminarnos pero también para iluminar a los demás. Quien está envuelto de luz no se puede ocultar; se convierte en luz para los demás también. Vosotros sois la luz del mundo, nos dice Jesús. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa’.
Cuando encontramos a Cristo encontramos la luz; pero encontrarse con la luz no es encontrarse con algo que se queda al margen o fuera de nosotros, sino que cuando nos encontramos con la luz nos envolvemos de ella, nos llenamos de luz, y esa luz nos iluminará el camino; pero envueltos de luz, como decíamos, nosotros seremos también luz. El mensaje del evangelio que encontramos no nos lo podemos quedar para nosotros, no lo podemos encerrar ni ocultar, sino que necesariamente hemos de iluminar a los demás con su luz.
¿Cómo se manifiesta que nosotros hemos encontrado esa luz? Es que cuando estamos iluminados por la luz de Cristo ya nuestra vida no es igual, nuestras obras son distintas, nuestro actuar es de otra manera, nuestro vivir es otro. Por eso terminará diciéndonos Jesús hoy cómo tenemos que iluminar con nuestras obras, con nuestra vida. ‘Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo’.
Nuestra vida siempre tiene que buscar la gloria del Señor. Encontrarnos con ese sabor de Cristo, ese nuevo sentido de nuestro vivir nos tiene que llevar a dar siempre gloria al Señor.

lunes, 6 de junio de 2016

Las bienaventuranzas, un anuncio de dicha y felicidad que es garantía de que el Reino de Dios ha llegado y se hace presente en nosotros y en nuestro mundo

Las bienaventuranzas, un anuncio de dicha y felicidad que es garantía de que el Reino de Dios ha llegado y se hace presente en nosotros y en nuestro mundo

1Reyes 17, 1-6; Sal  120; Mateo 5,1-12
¿Dónde encontramos o dónde buscamos la dicha y la felicidad? Eso no es para los pobres, habremos escuchado decir con pesimismo a alguno; para los pobres no nos queda sino sufrimientos, carencias en nuestras necesidades, angustias y desesperanzas. ¿Cómo puedo ser feliz en medio de tantos sufrimientos? ¿Cómo puedo decir que soy dichoso si en mi vida no hay sino penas y necesidades?
Me atrevo a pensar que quienes leen estas reflexiones que como una semilla os ofrezco cada día desde mi pobreza no andan con esos pensamientos llenos de pesimismo y de angustia, pero sí somos conscientes de que hay mucha gente en la vida que parece que ha renunciado a la posibilidad de ser dichoso incluso en medio de sus penas porque les parece que su destino no será nunca la dicha y la felicidad.
¿Cómo se sentirían sorprendidos aquellas gentes de Galilea o los venidos de otras partes cuando escucharon este anuncio de Jesús de la dicha y de la bienaventuranza? Nos lo podemos imaginar; quizá en una primera reacción no se creerían estas palabras de Jesús. ¿Cómo nos puede prometer dicha en nuestra pobreza, en nuestros sufrimientos de todo tipo, en esos deseos que tenemos en nuestro corazón pero que no vemos nunca cumplidos? Pero las palabras de Jesús, por así decirlo, son tajantes y firmes y están dichas con toda claridad. Nos convendría a nosotros leerlas y releerlas muchas veces, hasta que lleguemos a escucharlas en el corazón, porque tenemos el peligro o la tentación de que nos las sepamos de memoria y ya no captemos la hondura de las palabras de Jesús.
Es el anuncio del Reino que Jesús ha venido haciendo desde el principio de su predicación. Y ahora nos dice que ese Reino de Dios es para los pobres y para los sufridos, para los que lloran y los que tienen hambre, para los que son injustamente tratados porque son despreciados por creer en las palabras de Jesús, y para los que viven una vida sin malicia buscando siempre la paz, sin perder nunca la paz por difíciles que sean las circunstancias de la vida, queriendo creer en las personas y en que es posible ese mundo nuevo, y derramando siempre amor y misericordia para con los demás. Es lo que nos quiere decir Jesús. No perdamos la perspectiva del Reino de Dios que Jesús nos anuncia.
Pero es que si nos fijamos bien en quien primero vemos reflejadas esas bienaventuranzas es en Jesús mismo. Recorramos la vida de Jesús, miremos el estilo y el sentido de su vida, descubramos la inquietud honda de su corazón que busca el Reino de Dios porque quiere la justicia y la verdad para nuestro mundo, contemplemos como tantas veces lo hemos hecho ese corazón lleno de misericordia que se compadece de todos y a todos quiere curar y salvar desde lo más hondo, y no olvidemos que va delante de nosotros cuando es perseguido y calumniado hasta ser condenado a la muerte de cruz. Pero veremos siempre la paz del corazón de Cristo; esa paz que quiere darnos, esa paz que sentiremos honda en nosotros cuando seamos capaces de olvidarnos de nosotros mismos para darnos por los demás.
Es la dicha y la bienaventuranza que nos promete Jesús cuando en verdad nos damos y nos comprometemos por el Reino de Dios.  

domingo, 5 de junio de 2016

Jesús viene al encuentro de nuestra vida llena de sombras para llenarnos de luz y hacer que nosotros vayamos a los demás con nuestra solidaridad a despertar la esperanza

Jesús viene al encuentro de nuestra vida llena de sombras para llenarnos de luz y hacer que nosotros vayamos a los demás con nuestra solidaridad a despertar la esperanza

1Reyes 17,17-24; Sal. 29; Gálatas 1,11-19; Lucas 7,11-17
Dos gentíos se encuentran a las puertas de la ciudad; un grupo de gente que va con sus duelos y tristezas, con el dolor de la muerte y el sufrimiento de la soledad y del abandono que sale de la ciudad acompañando a una madre viuda que llora la muerte de su único hijo al que llevan a enterrar. Pero en el grupo que se acerca a la ciudad reina la paz y reina la vida, van llenos de esperanza porque han sido testigos de las obras de Jesús y han escuchado las palabras de vida que siembran una nueva esperanza en los corazones.
Es el encuentro de nuestra vida, nuestra vida humana tan llena de dolores y de sufrimientos, nuestra vida en la que se asientan tantas veces la desesperanza y la soledad, nuestra vida tan llena de sombras de muerte que muchas veces nos hace que todo parezca lúgubre y triste, con el que es la Vida que viene a nuestro encuentro con una Buena Nueva que nos habla de un Reino de vida, de paz, de amor que todo lo puede transformar.
Tenemos el peligro de ir tan metidos en nuestras tristezas y desesperanzas que no lleguemos a vislumbrar los rayos nuevos de luz que quieren iluminarnos de una manera nueva, como le sucedió a la Magdalena a la puerta del sepulcro donde habían puesto el cuerpo muerto de Jesús. Como entonces ahora también Jesús nos sale al encuentro con palabras de vida, pero con la vida misma que va a renovar nuestra vida. Es el amor y la compasión que viene a nuestro encuentro, es la misericordia divina que pone su corazón lleno de amor junto a nuestras miserias y tristezas, nuestros duelos y nuestras muertes.
Jesús se conmovió al contemplar el dolor de aquella madre. ‘No llores’, le dijo a la madre. No era solo la muerte del hijo, sino que el corazón de aquella madre estaba roto y muerto en sus nuevas soledades que le impedían quizá ver los rayos fulgurantes de luz que a ella estaban llegando. Las palabras de consuelo de Jesús podían resonar con ese sentido en sus oídos y en su corazón y eran de agradecer, pero ¿cómo no iba a llorar cuando las sombras de la muerte envolvían su vida? Ella necesitaba algo más y Jesús se lo iba a ofrecer. La comitiva se detuvo. La Palabra de Jesús resonó con fuerza: ¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!’ Y el muchacho se levantó y Jesús se lo entregó a su madre.
Primero que nada escuchando esta Palabra de Jesús hemos de sentir cómo Jesús llega a nuestra vida. También tenemos nuestros sufrimientos, nuestras soledades, quizá angustias en nuestra alma, heridas en el corazón que algunas veces nos cuesta curar, dudas y oscuridades que nos ensombrecen el camino de la vida, desencuentros con los más cercanos a nosotros que nos pudieran llenar de sufrimiento el corazón, lágrimas que de una forma o de otra tantas veces nos aparecen en la vida.
Hoy el evangelio habla de un gentío que acompañaba a aquella mujer, de la misma manera que otros iban con Jesús. Ese gentío que acompañaba nos tendría que hacer ver, recordar, abrirnos los ojos para darnos cuenta de los que están a nuestro lado aunque nos parezca que andamos solos. Si nos encerramos demasiado en nuestro dolor no seremos capaces de reconocerlos ni de escuchar esas palabras de consuelo o descubrir esos gestos de solidaridad que tengan con nosotros. Creo que puede ser un mensaje que también podría dejarnos este pasaje del evangelio; saber ver y saber agradecer a tantos que quizá en silencio nos acompañan porque no saben encontrar la palabra oportuna que decirnos, pero que sin embargo ahí están.
Pero después de sentir como Jesús a nosotros también nos devuelve la vida, la ilusión, la esperanza porque también nos tiende su mano salvadora para levantarnos, quizá tendríamos que descubrir lo que nosotros tendríamos que saber hacer. Hablamos antes no solo de nuestra situación personal sino de esa situación de nuestro mundo tan lleno de sombras de muerte y de tristeza. Por una parte la solidaridad; que se nos conmueva el corazón, que sintamos como se nos revuelven nuestras entrañas y sale a flote toda nuestra ternura.
Ahí al lado de ese mundo que sufre tenemos que estar nosotros, tenemos que ser signos de ese amor de Dios. No podemos cruzarnos de brazos sino tenemos que ponernos en camino, silencioso quizá en algunas ocasiones, pero siempre tiene que gritar nuestra caridad, nuestro amor; gritos en nuestros gestos, en nuestra cercanía, en nuestro compartir, en ese ser capaces también de sensibilizar a los demás, porque esa es una de las negruras de nuestro mundo. No podemos decir que aquí tenemos problemas para cerrar los ojos ante los problemas que quizá nos puedan parecer más lejos. Nuestros gestos o nuestra presencia tienen que ser gritos que despierten a tantos dormidos en su insensibilidad.
También nosotros podemos tender nuestra mano para levantar, para animar, para dar esperanza, para consolar, para ayudar, para transformar. Que el Señor nos dé esa sensibilidad a nuestro corazón.