El que verdaderamente quiere crecer humana y espiritualmente ha de saber podar las malas ramas que impedirían alcanzar el auténtico fruto de la vida
1Reyes 19,9a.11-16; Sal 26;
Mateo 5,27-32
Suele ponerse el ejemplo o la imagen de la manzana podrida en el cesto
de las manzanas que si no la quitamos a tiempo todas las demás manzanas van a
quedar dañadas. Creo que es una imagen que todos entendemos muy bien sobre cómo
hemos de evitar contagiarnos del mal pero que también nos hará reflexionar
sobre ese mal que quizá tengamos en nosotros mismos en cosas que nos puedan
parecer insignificantes, pero que terminarán dañando nuestro corazón.
Muchas veces hay cosas en nosotros a las que no damos demasiada
importancia; son esas pequeñas rutinas o costumbres que vamos cogiendo en la
vida cuando vamos dejar pasar cosas que sabemos que no son totalmente buenas,
pero a las que no damos importancia, pero que cada vez se pueden ir haciendo
una rutina mas grande en nosotros que terminen por esclavizarnos en cosas que
verdaderamente son bien importantes en la vida.
La persona que quiere caminar con rectitud en la vida cuida lo que
hace, lo que piensa y hasta lo que desea; sabemos que hay cosas que no nos
podemos permitir y hemos de tener esa atención, esa vigilancia, porque ahora
por desgana las dejamos pasar, pero estarán haciendo que no nos cultivemos de
verdad en lo que significa el esfuerzo e incluso el sacrificio, y llegaran
momentos en que aquello que podía ser insignificante se puede convertir en una
exigencia de la que no nos podemos librar. Crecer es superarnos, es ir
arrancando de nosotros esas malas hierbas que se pueden convertir en matorral y
entonces lo bello que pudiera haber en nuestro corazón ya no brillará, ya no
resplandecerá.
Los árboles se podan para quitar las ramas inútiles e inservibles que
impidan obtener los mejores frutos; es la tarea del agricultor que quiere ver
rendimiento a su trabajo consiguiendo el fruto mejor y más valioso. Así
nosotros en la vida. De eso nos habla Jesús hoy en el evangelio cuando de una
forma drástica y radical nos invita a arrancar de nosotros aquello que es malo
y que nos pueda hacer daño. Claro que entendemos que no se trata de ir
mutilando nuestro cuerpo, pero sí de ir purificando nuestro espíritu, quitando
esas malas costumbres, esas rutinas que decíamos al principio de nuestra
reflexión.
Descubramos ese verdadero tesoro por el que merece dejarlo todo, que
merece nuestros sacrificios y nuestras renuncias; es descubrir la verdadera fe;
es descubrir el sentido del Reino; es descubrir la belleza del evangelio que si
seguimos sus valores vamos a ver verdaderamente enriquecida nuestra vida; es
descubrir a Jesús verdadera Sabiduría de nuestra vida y en quien encontramos la
vida y la salvación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario