Una y otra vez el Señor riega nuestra vida con su gracia esperando nuestra respuesta
Rom. 8, 1-11; Sal. 23; Lc. 13, 1-9
‘Déjala todavía este
año; cavaré alrededor y la abonaré, a ver si da fruto’. La tarea paciente el agricultor que
siempre está esperando fruto. La espera misericordiosa de Dios que siempre está
esperando nuestra respuesta. El mensaje está claro. Dios quiere que todos los
hombres salven y alcancen la vida eterna. Es mensaje repetido del evangelio.
Precisamente ¿cuál es la buena nueva de Jesús? ¿cuál es el anuncio que El hace?
¿a qué ha venido? La Buena Nueva es la salvación que Dios nos ofrece, el amor
que Dios nos regala. Por eso decimos que es gracia, porque Dios nos regala su
amor.
Esto tiene necesariamente que hacernos pensar en
nuestra vida. ¿Le damos siempre la respuesta que Dios espera de nosotros?
Sabemos bien que nuestro amor es imperfecto; sabemos bien que nuestra vida está
llena de debilidades y de infidelidades porque no siempre respondemos. Y Dios
siempre nos está esperando.
¿Mereceríamos el castigo? Claro que no somos fieles y
la respuesta no es la de todo el amor que deberíamos poner, sino todo lo
contrario muchas veces. Pero queremos acogernos a la misericordia del Señor.
Cuando tenemos un momento de sinceridad en nuestra vida y nos damos cuenta de
nuestras infidelidades y que mereceríamos el castigo, mira cómo acudimos
corriendo al Señor para pedirle que tenga misericordia de nosotros. Quizá
nosotros no actuamos con la misma misericordia para con los demás. Y en nuestro
interior juzgamos y condenamos con mucha facilidad a los otros, cuando no
queremos ser juzgados ni condenados nosotros.
En ese juicio tan severo que tenemos tantas veces hacia
los demás aquí entra, por así decirlo, esa manera de pensar en la que
fácilmente vemos castigo de Dios en las cosas desagradables que nos suceden, ya
sea a nosotros ya sea a los demás. Una enfermedad, un accidente, algo que no
nos sale bien en la vida, pensamos enseguida, castigo de Dios. Cuántas veces nos
hacemos preguntas así cuando nos vemos envueltos en enfermedades o desgracias.
¿Qué he hecho yo para merecer este castigo?, nos decimos. ¿Es necesario pensar
así? ¿es ese el rostro que Jesús nos manifiesta de Dios? No es ese el sentido
que en Cristo descubrimos para esas situaciones. Fijémonos en lo que hoy nos
dice a partir de ciertos comentarios de cosas desagradables que habían sucedido
en Jerusalén aquellos días.
Vienen algunos a contarle lo que había hecho Pilatos,
algo en cierto modo sacrílego, en que había mezclado la sangre de los sacrificios
que se ofrecían en el templo con la sangre de unos galileos que habían sido
ajusticiados en el mismo templo por una rebelión que habían provocado contra
los romanos. Y Jesús les dice: ‘¿Pensáis
que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos porque acabaron
así? Os digo que no; y si no os convertís, pereceréis todos lo mismo’.
Y les recuerda el accidente en que habían muerto
aplastados dieciocho personas por la torre de Siloé que se había caído. ‘¿Pensáis que eran más culpables que los
demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no; y si no os convertís, todos
pereceréis de la misma manera’.
¿Qué les está diciendo Jesús? No podemos ver como un
castigo de Dios cosas así que nos sucedan. Mirémoslo como una llamada de parte
del Señor para que nos convirtamos a El. Si estos días reflexionábamos sobre
cómo habíamos de descubrir esos signos de los tiempos, esas señales que Dios va
poniendo a nuestro lado, apliquémoslo ahora a esta reflexión que nos hacemos y
en esas cosas que nos suceden sepamos ver esa llamada del Señor a convertir
nuestro corazón a El.
Y recogiendo el pensamiento con que iniciábamos este
comentario y reflexión del agricultor que abona una y otra vez su viña, su
higuera o sus tierras esperando obtener fruto de su trabajo, pensemos, como ya
lo hemos hecho otras veces, cuántas gracias y llamadas del Señor estamos recibiendo
continuamente. Piensa que este tiempo que te ha tocado vivir ahora en este
centro, estas reflexiones que llegan a nosotros por estos medios, es una
llamada del Señor, es una gracia más del Señor que quiere abonar nuestra vida
para que lleguemos a dar frutos de vida eterna, porque en fin de cuentas está
en juego nuestra salvación eterna.