Los que seguimos a Jesús siempre tenemos que ser constructores de unidad y concordia ayudando a valorar siempre lo bueno que hagan los demás
Judas 17.20b-25; Sal 62; Marcos
11, 27-33
Si en la vida fuéramos capaces de aceptarnos mejor los unos a los
otros, de valorar lo bueno que hay en los demás aunque tengan distinta manera
de pensar o de enfocar las cosas, si supiéramos tener en cuenta ese granito de
arena bueno que el otro ha puesto también en la construcción de nuestra
sociedad, cuánto bien podríamos hacer, cómo sería más fácil la convivencia y
cómo avanzaríamos en la construcción de ese mundo mejor.
Pero bien sabemos que eso nos cuesta, porque vemos demasiado a los
otros como unos contrincantes contra los que luchar y fácilmente tenemos la
tentación de destruir todo lo que el otro haga, simplemente porque no lo he
hecho yo o porque no aceptamos de ninguna manera las cosas buenas que hacen los
otros. Eso lo estamos viendo cada día en nuestras relaciones de vecinos, en
cualquier reunión de vecinos o asamblea que se convoque en nuestro ámbito para
tratar de caminar juntos y ponernos unos objetivos para conseguir que las cosas
vayan mejor, en el ámbito de la vida política en la que no somos capaces de
entendernos cuando tendríamos que perseguir todos los mismos objetivos de hacer
que nuestra sociedad marcha mejor.
Nuestros orgullos, resentimientos, envidias hacen que no nos
entendamos y que de alguna manera sea destructores de todo lo que puedan hacer
los demás. No somos capaces de aceptar lo bueno que hayan podido hacer los
otros. Así nos va en nuestra sociedad y lo estamos viendo de una forma palpable
en nuestra situación actual de la que no terminamos de salir.
Nosotros los seguidores de Jesús no nos podemos dejar envolver por ese
ambiente tan destructivo, tendríamos que ser siempre constructores de unidad y
de concordia, tenemos que aprender a valorar siempre lo bueno, por pequeño que
sea, que hagan los demás, tendríamos que ayudar a nuestros convecinos a buscar
ese entendimiento y esa aceptación mutua. Eso tiene que arrancar de ese amor
que tenemos como distintivo de nuestra vida y el amor siempre tiene que ser
constructivo, hacedor del bien y de lo bueno.
Esto lo descubrimos hoy en el evangelio que se nos propone en este día
en que vienen pidiéndole explicaciones a Jesús de lo que hace. ‘¿Con qué
autoridad haces esto? ¿Quién te ha dado semejante autoridad?’ le preguntan cuando ha expulsado a los vendedores
del templo para purificarlo y que fuera en verdad el lugar del culto y la casa
de oración como tendría que ser. No reconocen la autoridad de Jesús, no son
capaces de aceptar sus buenas obras, siempre andarán con la sospecha de por qué
hace las cosas, quieren atribuirle, como hemos visto en otras ocasiones, al
poder del mismo Satanás el expulsar los demonios.
No nos extrañe que nos encontremos
dificultades y que haya gente que no acepte lo bueno que podamos hacer. Siempre
habrá quien ande con sus prejuicios, sus sospechas, sus maquinaciones. Nosotros
hagamos el bien, reconozcamos todo lo bueno que hay en los otros, y
aprovechemos todo lo bueno que podamos encontrar en nuestro entorno para ser
constructores de esa nueva sociedad.