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sábado, 28 de mayo de 2016

Los que seguimos a Jesús siempre tenemos que ser constructores de unidad y concordia ayudando a valorar siempre lo bueno que hagan los demás

Los que seguimos a Jesús siempre tenemos que ser constructores de unidad y concordia ayudando a valorar siempre lo bueno que hagan los demás

Judas 17.20b-25; Sal 62; Marcos 11, 27-33

Si en la vida fuéramos capaces de aceptarnos mejor los unos a los otros, de valorar lo bueno que hay en los demás aunque tengan distinta manera de pensar o de enfocar las cosas, si supiéramos tener en cuenta ese granito de arena bueno que el otro ha puesto también en la construcción de nuestra sociedad, cuánto bien podríamos hacer, cómo sería más fácil la convivencia y cómo avanzaríamos en la construcción de ese mundo mejor.
Pero bien sabemos que eso nos cuesta, porque vemos demasiado a los otros como unos contrincantes contra los que luchar y fácilmente tenemos la tentación de destruir todo lo que el otro haga, simplemente porque no lo he hecho yo o porque no aceptamos de ninguna manera las cosas buenas que hacen los otros. Eso lo estamos viendo cada día en nuestras relaciones de vecinos, en cualquier reunión de vecinos o asamblea que se convoque en nuestro ámbito para tratar de caminar juntos y ponernos unos objetivos para conseguir que las cosas vayan mejor, en el ámbito de la vida política en la que no somos capaces de entendernos cuando tendríamos que perseguir todos los mismos objetivos de hacer que nuestra sociedad marcha mejor.
Nuestros orgullos, resentimientos, envidias hacen que no nos entendamos y que de alguna manera sea destructores de todo lo que puedan hacer los demás. No somos capaces de aceptar lo bueno que hayan podido hacer los otros. Así nos va en nuestra sociedad y lo estamos viendo de una forma palpable en nuestra situación actual de la que no terminamos de salir.
Nosotros los seguidores de Jesús no nos podemos dejar envolver por ese ambiente tan destructivo, tendríamos que ser siempre constructores de unidad y de concordia, tenemos que aprender a valorar siempre lo bueno, por pequeño que sea, que hagan los demás, tendríamos que ayudar a nuestros convecinos a buscar ese entendimiento y esa aceptación mutua. Eso tiene que arrancar de ese amor que tenemos como distintivo de nuestra vida y el amor siempre tiene que ser constructivo, hacedor del bien y de lo bueno.
Esto lo descubrimos hoy en el evangelio que se nos propone en este día en que vienen pidiéndole explicaciones a Jesús de lo que hace. ‘¿Con qué autoridad haces esto? ¿Quién te ha dado semejante autoridad?’ le preguntan cuando ha expulsado a los vendedores del templo para purificarlo y que fuera en verdad el lugar del culto y la casa de oración como tendría que ser. No reconocen la autoridad de Jesús, no son capaces de aceptar sus buenas obras, siempre andarán con la sospecha de por qué hace las cosas, quieren atribuirle, como hemos visto en otras ocasiones, al poder del mismo Satanás el expulsar los demonios.
No nos extrañe que nos encontremos dificultades y que haya gente que no acepte lo bueno que podamos hacer. Siempre habrá quien ande con sus prejuicios, sus sospechas, sus maquinaciones. Nosotros hagamos el bien, reconozcamos todo lo bueno que hay en los otros, y aprovechemos todo lo bueno que podamos encontrar en nuestro entorno para ser constructores de esa nueva sociedad.

viernes, 27 de mayo de 2016

No podemos ser solo una higuera llena de hojas sino que en nuestra vida se han de manifestar los frutos del amor como respuesta al amor eterno de Dios

No podemos ser solo una higuera llena de hojas sino que en nuestra vida se han de manifestar los frutos del amor como respuesta al amor eterno de Dios

1Pedro 4,7-13; Sal 95; Marcos 11, 11-26

Vio de lejos una higuera con hojas y se acercó para ver si encontraba algo; al llegar no encontró más que hojas…’ Caminaba desde Betania a Jerusalén y dice el evangelista que Jesús sintió hambre. Pero en la higuera todo se había quedado en hojas, no tenía fruto.
Una imagen bien significativa de lo que Dios pedía de su pueblo; una imagen bien significativa de lo que nos pide a nosotros también. Ya nos hablaba el profeta de la viña amada que tanto había cuidado su amo, pero que no dio uvas buenas, sino agraces; ya nos hablará Jesús también de la viña en la parábola en la que tanto empeño había puesto el amo para confiarla luego a unos labradores que la cuidaran y rindieran fruto, pero no lo hicieron. En el mensaje del evangelio siempre hemos de ver la relación de unos textos con otros y como se explican mutuamente.
Hay una referencia clara al pueblo de Israel. Ahí estaba su historia, una historia de salvación, una historia de amor de Dios por su pueblo a lo largo de la historia; cuánto había hecho por su pueblo con sus profetas y reyes, con la liberación de Egipto y el paso del mar Rojo, con la travesía por el desierto guiados por Moisés, a la sombra de la nube que los cubría, con la luz de la salvación que les conducía. Y ya sabemos bien la respuesta.
Pero el texto de hoy nos relata más cosas, porque al llegar al templo y ver su situación Jesús quiere purificarlo. ‘¿No está escrito: Mi casa se llamará casa de oración para todos los pueblos? Vosotros, en cambio, la habéis convertido en cueva de bandidos…’ El lugar santo que tenia que servir para dar culto al Señor, para el encuentro vivo con Dios en la escucha de la Ley y los Profetas y en el cántico de alabanza al Creador se había convertido en un mercado. 
Cómo tenemos la tentación de profanar lo más santo, de convertir aquello que tendría que ayudarnos a nuestro encuentro con el Señor en algo que satisfaga nuestros intereses o busque acrecentar nuestras ganancias. Cuantas tentaciones tenemos de manipular lo más religioso y sagrado solo buscando nuestro interés egoísta. Cómo queremos manipular o chantajear de alguna manera a Dios en nuestra relación con El porque realmente no buscamos la gloria del Señor. ‘El culto que me dan está vacío…’ es la queja del Señor a través de los profetas y que nos refleja también el evangelio.
Por eso hoy tenemos que preguntarnos con toda sinceridad tras la escucha de este evangelio cuál es el fruto que nosotros estamos dando como respuesta a todo lo que es el amor del Señor que de manera tan maravillosa se derrama sobre nuestra vida.
Jesús terminará hablándonos de la fe, la fe capaz de mover montañas, cuando en verdad ponemos toda nuestra confianza en el Señor. No se trata, entendemos bien, de cambiar la geografía de cuanto nos rodea, sino de esa transformación de nuestro corazón. No es un adorno externo que nos ponemos, sino que tiene que ser algo hondo que en verdad transforme y de un sentido nuevo a nuestra vida. Esa fe que nos hace sentirnos amados por un Dios que es Padre del que verdaderamente hemos de sentirnos hijos amados.

jueves, 26 de mayo de 2016

Un ciego al borde del camino que nos inquieta en el corazón con sus gritos suplicantes o simplemente con la presencia de su discapacidad 1

Un ciego al borde del camino que nos inquieta en el corazón con sus gritos suplicantes o simplemente con la presencia de su discapacidad

1Pedro 2,2-5.9-12; Sal 99; Marcos 10,46-52

‘Muchos le regañaban para que se callara’, dice el evangelista que fue la reacción de algunos que acompañaban a Jesús ante los gritos del ciego Bartimeo. Siempre me ha hecho pensar este episodio. Parecería lo más lógico que tal como iban acompañando a Jesús en el camino hacia Jerusalén y dando por supuesto que en ellos habría fe en Jesús, que muchos habrían sido testigos de sus milagros o incluso beneficiarios de los mismos, más bien alentaran al ciego para que le pidiera a Jesús la curación de su ceguera.
Pero le regañaban para que se callara… Molestaban quizá los gritos del ciego porque les impediría que ellos escucharan lo que Jesús iba diciendo; o molestaba más bien aquella ceguera que pudiera estar recordándoles otras cegueras, las que ellos mismos llevan en el alma; molestaba ver a su lado a una persona con una discapacidad, desde aquel concepto que tenían de que la enfermedad era un castigo del pecado, y vete a saber qué habría hecho aquel hombre para que se hubiera quedado ciego; nos molesta, nos repugna quizá en ocasiones encontrarnos con personas con discapacidades que tratan de moverse a pesar de su imposibilidad, de hacer cosas a pesar de sus limitaciones, de vivir con dignidad de personas aunque haya discapacidades físicas, cuando nosotros con la entereza quizá de nuestros miembros nos consideramos quizá mejores o con mayor dignidad; nos molestan porque quizá nos recuerden muchas cosas, o porque tenemos miedo de que un día nosotros nos podamos ver así. En muchas cosas podemos pensar, pero no somos tan distintos de aquellos que regañaban al ciego para que se callase.
La presencia de Jesús tendría que recordarnos o enseñarnos muchas cosas. Como sucedió entonces. Jesús sí se detuvo junto al camino para escuchar y atender aquellos gritos. ‘Jesus se detuvo y dijo: llamadlo. Llamaron al ciego diciéndole, ánimo, levántate que te llama’. Bastó el gesto de Jesús para que cambiara la actitud de aquellas personas. Ahora ellos también se interesaban por él, ahora también le ayudaban para que se pudiera acercar a Jesús.
Cómo tenemos que aprender a tener los mismos gestos de Jesús. Muchas veces no hace falta muchas cosas. Tampoco es una compasión paternalista la que hemos de tener hacia el pobre o el discapacitado. Compasión, sí, porque es amor, pero sabiendo detenernos, ponernos a su lado, ofrecer una palabra o una mirada, tender nuestra mano o nuestro corazón donde encuentre apoyo, ayudar a que con dignidad siga caminando hacia delante. La pobreza o la discapacidad no merma la dignidad de la persona que está por encima de todas esas limitaciones que pudiera haber en nuestra vida; la dignidad la perdemos por otras cosas o razones.
‘¿Qué quieres que haga por ti?’ Es la pregunta de Jesús y ha de ser nuestra actitud. Quizá solo nos pidan cercanía y una mano tendida que ayude a caminar, una palabra de aliento, o una presencia que estimule a vivir con dignidad. Cuánto podemos hacer cuando hay amor del bueno en nuestro corazón. 

miércoles, 25 de mayo de 2016

Nos cuesta entender lo que pueda significar sacrificio y dolor para vivir el cáliz de la entrega y del amor para hacernos servidores de todos como Jesús

Nos cuesta entender lo que pueda significar sacrificio y dolor para vivir el cáliz de la entrega y del amor para hacernos servidores de todos como Jesús

1Pedro 1, 18-25; Sal 147; Marcos 10, 32-45

Da la impresión que Jesús tiene prisa; nos dice el evangelista que mientras caminaban subiendo a Jerusalén se les adelantaba, de manera que los discípulos se extrañaban y lo seguían asustados. Presentían que algo quería decirles Jesús, que algún anuncio importante tenía que hacerles.
Efectivamente tomando aparte a los doce comienza a hacerles el anuncio: ‘Mirad, estamos subiendo a Jerusalén, les dice, y el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas, lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles, se burlarán de él, le escupirán, lo azotarán y lo matarán; y a los tres días resucitará’. Pero como tantas veces les sucede no entienden, no terminan de comprender lo que Jesús les está anunciando. ¿Cómo van a entregarlo a los gentiles? ¿Cómo es eso que se burlarán de él, lo escupirán, lo azotarán, le darán muerte? Y eso que está diciendo de la resurrección al tercer día ¿quién lo puede entender?
Nos cuesta entender lo que pueda significar sacrificio y dolor, sobre todo cuando parece que todas las cosas marchan bien. Nos hacemos nuestras ideas. Queremos que todo marche como la seda y no nos pase nada. Por eso los discípulos cuando ven que hay mucha gente que sigue a Jesús, que le escuchan, que son capaces de marcharse al descampado con tal de estar con Jesús, no pueden imaginar que las cosas puedan cambiar. Nos sucede tantas veces en la vida y no terminamos de prepararnos para cuando puedan llegar esos momentos más difíciles.
Y aun así las ambiciones se despiertan en el corazón. Como a los dos hermanos Zebedeos. Acaban de escuchar a Jesús que habla de entrega y de muerte y ellos ahora vienen pidiendo puestos de gloria. Uno a tu derecha y otro a tu izquierda, todo el poder para ellos, que nadie se les adelante. Por eso surgirán también en los demás las desavenencias, las desconfianzas, los celos, quizás.
Pero Jesús les habla claro. ‘No sabéis lo que pedís’, les dice. ¿No me habéis oído hablar ahora mismo de entrega, de pasión, de muerte? ¿No habéis terminado de entender el bautismo de sangre por el que he de pasar? ‘¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?’ Y ellos muy entusiasmados, no sé si conscientes del todo de la respuesta que daban dijeron que sí.
‘El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y os bautizaréis con el bautismo con que yo me voy a bautizar’. Costará entenderlo, costará aceptarlo pero el seguimiento de Jesús entraña vivir su misma vida, vivir su misma entrega, pasar por su misma pascua. Porque el amor tiene sus exigencias, seguir a Jesús no es simplemente dejarnos llevar, vivir el plan de vida que Jesús nos propone significará también tomar nuestra cruz, hacer nuestras renuncias, ofrecer el sacrificio de nuestra vida. Y Jesús les hablará de hacerse el último y el servidor de todos, porque es lo que Jesús mismo ha hecho. ‘Porque el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos’.
¿Estaremos nosotros dispuestos también a beber el cáliz del Señor y bautizarnos en su mismo bautismo?

martes, 24 de mayo de 2016

Aquello que somos, aquellos valores que hay en nosotros tenemos que desarrollarlos, no en la búsqueda de grandezas humanas sino en el espíritu de servicio para que nuestro mundo sea mejor

Aquello que somos, aquellos valores que hay en nosotros tenemos que desarrollarlos, no en la búsqueda de grandezas humanas sino en el espíritu de servicio para que nuestro mundo sea mejor

1Pedro 1, 10-16; Sal 97; Marcos 10, 28-31

‘Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido’. Un día Jesús había pasado junto al lago donde estaban repasando las redes después de una noche de pesca y Jesús les había invitado a seguirle para ser pescadores de hombres, y ellos lo habían dejado todo, barca, redes, familia por seguir a Jesús. Su palabra los había cautivado. Con El habían marchado sabiendo que el hijo del hombre no tiene donde reclinar su cabeza. Con desprendimiento total, dando su tiempo y su vida por El lo habían seguido por los distintos caminos de Galilea y de Palestina. ¿Qué podían esperar?
Cuando habían soñado en lugares de honor, en primeros puestos en el Reino que anunciaba Jesús, les había dicho que entre ellos no podía ser a la manera de los poderosos de este mundo que buscan lugares de honor, poder, influencia. El estilo que Jesús les proponía era bien distinto porque hablaba de servir, de hacerse el último y se había propuesto El mismo como ejemplo porque el Hijo del Hombre no había venido a ser servido, sino a ser servidor y el último entre todos. Así se lo había dejado claro a los hermanos Zebedeos cuando habían pedido un puesto uno a la derecho y otro a la izquierda en su Reino.
En el fondo del corazón humano siempre aparecen ambiciones, deseos, aspiraciones y nos sentimos tentados e influenciados por lo que hay a nuestro alrededor. Es cierto que Jesús nos enseña en que tenemos que desarrollar todas nuestras capacidades, todo esos valores que hay en nosotros y que el talento no lo podemos enterrar sino que hemos de saberlo poner a negociar. Aquello que somos, aquellos valores que hay en nosotros tenemos que desarrollarlos, pero no es en la búsqueda de grandezas humanas sino en el espíritu de servicio con el que nosotros podemos hacer con esos valores que tenemos y desarrollamos que nuestro mundo sea mejor. Es la actitud del servicio al bien de los demás lo que tendría que definirnos de verdad.
El desprendimiento con que vivamos nuestra vida tiene su premio ya en la propia satisfacción que sentimos en nuestro interior; sentir paz en nuestro corazón porque hacemos el bien, contemplar la felicidad que brilla en los otros cuando se sienten amados y comprendidos, sentir el gozo de que los que están a nuestro lado van progresando en su vida, van avanzando en el logro de sus metas, son capaces de superarse para salir de situaciones difíciles, y en ello nosotros contribuimos con lo bueno que podamos hacer, son satisfacciones que sentimos también en nuestro interior y que nos llenan de felicidad aunque hayamos tenido que olvidarnos de nosotros mismos.
Entendemos así las palabras con las que responde Jesús a Pedro. ‘Os aseguro que quien deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más -casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones-, y en la edad futura, vida eterna’. Pero no olvidemos que nuestro premio no está solo en estas satisfacciones humanas que ahora podemos sentir cuando vamos haciendo el bien, sino que Jesús nos promete una vida eterna. Es la recompensa del Reino de los cielos en plenitud que un día podremos vivir.
‘Muchos primeros serán últimos, y muchos últimos primeros’.

lunes, 23 de mayo de 2016

Somos buenos y hasta cumplidores pero necesitamos un paso más de desprendimiento y vaciamiento interior para encontrar el verdadero tesoro

Somos buenos y hasta cumplidores pero necesitamos un paso más de desprendimiento y vaciamiento interior para encontrar el verdadero tesoro

1Pedro 1, 3-9; Sal 110; Marcos 10, 17-27

Hay gente buena en la vida que hace cosas buenas. Comencemos con un pensamiento positivo, aunque luego hagamos algunas matizaciones. Pero estamos acostumbrados a ver todo siempre con sombras negativas que parece que todos y siempre somos malos. Es cierto que no somos perfectos, que tenemos nuestras limitaciones y hay muchos ‘peros’ en nuestra vida pero reconozcamos que hay gente que hace las cosas bien, que trata más o menos de ser fiel a los mandamientos y trata de dar una cierta honradez a su vida.
Quizá es un estado de bondad natural que hay en nosotros, queremos ser justos y no hacer daño a nadie, portarnos con cierta dignidad y lo que no queremos que nos hagan nosotros tampoco queremos hacerlo a los demás. Un estado de buena voluntad, podríamos decir.
Pero cuando hablamos de seguimiento de Jesús, todo lo que hace referencia a una vida cristiana, es cierto que no nos podemos quedar ahí. El camino de seguimiento de Jesús es un camino de superación, de crecimiento interior que se ha de manifestar en una mayor perfección y plenitud en las cosas que hacemos cada día. No nos podemos contentar con decir que somos buenos y que cumplimos; seguir a Jesús implica mucho más, porque hay que poner unas actitudes nuevas en nuestro corazón que se manifestarán en lo que luego iremos creciendo espiritualmente y en esos deseos de superación cada día más en nosotros.
Hoy se acerca a Jesús un hombre bueno; es fiel y es cumplidor, pero quizá escuchando a Jesús vislumbra allá en su interior que no puede quedarse solo en eso bueno que hace cada día cuando cumple formalmente los mandamientos. ‘Maestro bueno, ¿qué he de hacer para heredar la vida eterna?’ es la petición que le hace a Jesús. En el diálogo que se establece se verá que es un joven cumplidor porque los mandamientos los ha cumplido siempre.
Hay quizá una inquietud interior que no sabe por donde encauzar, porque quizá siguen existiendo miedos en su alma de no ser capaz de mucho más. ¿Qué he de hacer? Y la respuesta de Jesús habla de desprendimiento, de despojo total del corazón, del compartir para buscar y encontrar el verdadero tesoro, que no son las cosas que se guardan aquí en la tierra. Y esos miedos salen a flote y ahora la decisión que hay que tomar es más difícil. Es bueno, pero hay muchos apegos en su corazón de los que cuesta desprenderse. ‘Era muy rico’, nos dirá el evangelista, porque aquel joven no será capaz de dar ese paso siguiente que le está pidiendo Jesús.
Ricos porque tenemos muchas posesiones, o ricos porque nosotros somos poseídos por las cosas. Y esas posesiones, en un sentido o en otro, nos restarán libertad, mermarán la generosidad, llenan de tinieblas el corazón porque los brillos de esas riquezas son incompatibles con el resplandor de la verdadera luz que debería brillar. Muchas veces somos ricos no porque tengamos muchas cosas sino por los deseos que tenemos dentro de nosotros de esas posesiones que ya se están adueñando de nuestro corazón.
Cuánto cuesta el desprendimiento, el vaciarse de si mismo. Jesús nos hablará luego de la dificultad que tienen los ricos de poseer el Reino de los cielos. Preferimos muchas veces las riquezas de los reinos de la tierra y no habrá desprendimiento en el corazón. 

domingo, 22 de mayo de 2016

Para siempre Dios es Emmanuel, Padre de amor y misericordia que se nos revela en Jesús y por la fuerza del Espíritu nos hace hijos en el Hijo

Para siempre Dios es Emmanuel, Padre de amor y misericordia que se nos revela en Jesús y por la fuerza del Espíritu nos hace hijos en el Hijo

Proverbios 8, 22-31; Sal 8; Romanos 5, 1-5; Juan 16, 12-15
‘Has enviado al mundo la Palabra de la verdad y el Espíritu de la santificación para revelar a los hombres tu admirable misterio…’ Comenzamos haciendo esta oración y haciendo esta profesión de fe. Misterio de Dios que se nos revela. No es solamente desde los razonamientos de nuestra mente cómo podemos llegar a conocer en plenitud el misterio de Dios.
Daba gracias Jesús al Padre que revela los misterios de Dios a los pequeños y a los sencillos. Jesús es esa revelación de Dios, esa revelación del rostro de Dios que por nosotros mismos no podemos conocer. ‘Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien lo quiera dar a conocer’. Es la Palabra de la verdad; es la Palabra que es luz y que es vida; es la Palabra, la Sabiduría eterna de Dios que nos revela el misterio de Dios.
Es lo que hoy estamos celebrando. En este domingo ya dentro del tiempo ordinario que comenzábamos al celebrar Pentecostés la liturgia de la Iglesia nos invita a contemplar y adorar este admirable misterio de Dios, la Santísima Trinidad Padre, Hijo y Espíritu Santo. ‘Que con tu único Hijo y el Espíritu Santo eres un solo Dios, un solo Señor, no una sola persona, sino tres personas en una única naturaleza’, como proclamamos en el prefacio. ‘Al proclamar nuestra fe en la verdadera y eterna Divinidad adoramos tres personas distintas, de única naturaleza e iguales en su dignidad’.
Ya nos decía Jesús en el evangelio que ‘cuando venga el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena’. Espíritu divino que nos introduce en toda su plenitud en el misterio de Dios, pero no ya solo como un conocimiento más que adquiramos sino como una vida que hemos de vivir. No conocemos a Dios desde fuera sino que hemos sido introducidos en el misterio de Dios. No nos contentamos con admirarnos ante un Misterio que nos desborda y que en nuestra pequeñez casi nos quedaríamos contemplando en la distancia. Se nos ha revelado para que podamos sentir esa cercanía del misterio de Dios en nuestra vida; ya para siempre Dios es para nosotros Emmanuel, Dios con nosotros.
Conocer a Dios es vivir a Dios, es inundarnos de su vida para vivir no ya nuestra vida sino la vida de Dios. Por eso lo llamamos también Espíritu de santificación porque nos santifica, nos llena de la santidad de Dios, nos hace participes de la vida de Dios. Por la fuerza del Espíritu que ya habita en nosotros – hemos sido hechos morada de Dios y templos del Espíritu – somos santificados porque somos llenos de la vida de Dios; por eso en el Hijo nosotros ya comenzamos también a ser hijos.
Es la gracia que hemos recibido en nuestro bautismo al hacernos partícipes del misterio de Cristo; por la acción del Espíritu en nosotros nos hemos convertido también en hijos de Dios. Y es que ‘el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado’.
No terminamos de considerar, de comprender, de admirarnos ante el misterio de Dios que no solo se nos revela sino del que se nos hace partícipe. Es algo que tendríamos que meditar mucho, rumiar en nuestro corazón. Es algo por lo que no tendríamos que cansarnos de dar gracias a Dios, por esta revelación que nos hace de si mismo, pero también por esa dicha de hacernos participes de esa vida de Dios.
‘¡Qué admirable es tu nombre en toda la tierra!’ exclamábamos con el salmista. Pero cantamos las maravillas del Señor y no terminamos de admirarnos de su grandeza cuando contemplamos lo que ha hecho con nosotros. ‘¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano, para darle poder? Lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad, le diste el mando sobre las obras de tus manos, todo lo sometiste bajo sus pies…’ Es lo que ha hecho con nosotros cuando se nos revela y cuando nos hace participes de su vida y de su gloria. Nos llenamos de gloria en el Señor. Queremos cantar para siempre la gloria del Señor.