Somos buenos y hasta cumplidores pero necesitamos un paso más de desprendimiento y vaciamiento interior para encontrar el verdadero tesoro
1Pedro 1, 3-9; Sal 110; Marcos
10, 17-27
Hay gente buena en la vida que hace cosas buenas. Comencemos con un
pensamiento positivo, aunque luego hagamos algunas matizaciones. Pero estamos
acostumbrados a ver todo siempre con sombras negativas que parece que todos y
siempre somos malos. Es cierto que no somos perfectos, que tenemos nuestras
limitaciones y hay muchos ‘peros’ en nuestra vida pero reconozcamos que
hay gente que hace las cosas bien, que trata más o menos de ser fiel a los
mandamientos y trata de dar una cierta honradez a su vida.
Quizá es un estado de bondad natural que hay en nosotros, queremos ser
justos y no hacer daño a nadie, portarnos con cierta dignidad y lo que no
queremos que nos hagan nosotros tampoco queremos hacerlo a los demás. Un estado
de buena voluntad, podríamos decir.
Pero cuando hablamos de seguimiento de Jesús, todo lo que hace
referencia a una vida cristiana, es cierto que no nos podemos quedar ahí. El
camino de seguimiento de Jesús es un camino de superación, de crecimiento
interior que se ha de manifestar en una mayor perfección y plenitud en las
cosas que hacemos cada día. No nos podemos contentar con decir que somos buenos
y que cumplimos; seguir a Jesús implica mucho más, porque hay que poner unas
actitudes nuevas en nuestro corazón que se manifestarán en lo que luego iremos
creciendo espiritualmente y en esos deseos de superación cada día más en
nosotros.
Hoy se acerca a Jesús un hombre bueno; es fiel y es cumplidor, pero
quizá escuchando a Jesús vislumbra allá en su interior que no puede quedarse
solo en eso bueno que hace cada día cuando cumple formalmente los mandamientos.
‘Maestro bueno, ¿qué he de hacer para heredar la vida eterna?’ es la
petición que le hace a Jesús. En el diálogo que se establece se verá que es un
joven cumplidor porque los mandamientos los ha cumplido siempre.
Hay quizá una inquietud interior que no sabe por donde encauzar,
porque quizá siguen existiendo miedos en su alma de no ser capaz de mucho más.
¿Qué he de hacer? Y la respuesta de Jesús habla de desprendimiento, de despojo
total del corazón, del compartir para buscar y encontrar el verdadero tesoro,
que no son las cosas que se guardan aquí en la tierra. Y esos miedos salen a
flote y ahora la decisión que hay que tomar es más difícil. Es bueno, pero hay
muchos apegos en su corazón de los que cuesta desprenderse. ‘Era muy rico’, nos
dirá el evangelista, porque aquel joven no será capaz de dar ese paso siguiente
que le está pidiendo Jesús.
Ricos porque tenemos muchas posesiones, o ricos porque nosotros somos poseídos
por las cosas. Y esas posesiones, en un sentido o en otro, nos restarán
libertad, mermarán la generosidad, llenan de tinieblas el corazón porque los
brillos de esas riquezas son incompatibles con el resplandor de la verdadera
luz que debería brillar. Muchas veces somos ricos no porque tengamos muchas
cosas sino por los deseos que tenemos dentro de nosotros de esas posesiones que
ya se están adueñando de nuestro corazón.
Cuánto cuesta el desprendimiento, el vaciarse de si mismo. Jesús nos
hablará luego de la dificultad que tienen los ricos de poseer el Reino de los
cielos. Preferimos muchas veces las riquezas de los reinos de la tierra y no
habrá desprendimiento en el corazón.
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