Aquello
que somos, aquellos valores que hay en nosotros tenemos que desarrollarlos, no
en la búsqueda de grandezas humanas sino en el espíritu de servicio para que
nuestro mundo sea mejor
1Pedro 1, 10-16; Sal 97; Marcos
10, 28-31
‘Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido’. Un día Jesús había pasado junto al lago donde
estaban repasando las redes después de una noche de pesca y Jesús les había
invitado a seguirle para ser pescadores de hombres, y ellos lo habían dejado
todo, barca, redes, familia por seguir a Jesús. Su palabra los había cautivado.
Con El habían marchado sabiendo que el hijo del hombre no tiene donde reclinar
su cabeza. Con desprendimiento total, dando su tiempo y su vida por El lo habían
seguido por los distintos caminos de Galilea y de Palestina. ¿Qué podían
esperar?
Cuando habían soñado en lugares de
honor, en primeros puestos en el Reino que anunciaba Jesús, les había dicho que
entre ellos no podía ser a la manera de los poderosos de este mundo que buscan
lugares de honor, poder, influencia. El estilo que Jesús les proponía era bien
distinto porque hablaba de servir, de hacerse el último y se había propuesto El
mismo como ejemplo porque el Hijo del Hombre no había venido a ser servido,
sino a ser servidor y el último entre todos. Así se lo había dejado claro a los
hermanos Zebedeos cuando habían pedido un puesto uno a la derecho y otro a la
izquierda en su Reino.
En el fondo del corazón humano
siempre aparecen ambiciones, deseos, aspiraciones y nos sentimos tentados e
influenciados por lo que hay a nuestro alrededor. Es cierto que Jesús nos
enseña en que tenemos que desarrollar todas nuestras capacidades, todo esos
valores que hay en nosotros y que el talento no lo podemos enterrar sino que
hemos de saberlo poner a negociar. Aquello que somos, aquellos valores que hay
en nosotros tenemos que desarrollarlos, pero no es en la búsqueda de grandezas
humanas sino en el espíritu de servicio con el que nosotros podemos hacer con
esos valores que tenemos y desarrollamos que nuestro mundo sea mejor. Es la
actitud del servicio al bien de los demás lo que tendría que definirnos de
verdad.
El desprendimiento con que vivamos
nuestra vida tiene su premio ya en la propia satisfacción que sentimos en
nuestro interior; sentir paz en nuestro corazón porque hacemos el bien,
contemplar la felicidad que brilla en los otros cuando se sienten amados y
comprendidos, sentir el gozo de que los que están a nuestro lado van
progresando en su vida, van avanzando en el logro de sus metas, son capaces de
superarse para salir de situaciones difíciles, y en ello nosotros contribuimos
con lo bueno que podamos hacer, son satisfacciones que sentimos también en
nuestro interior y que nos llenan de felicidad aunque hayamos tenido que
olvidarnos de nosotros mismos.
Entendemos así las palabras con
las que responde Jesús a Pedro. ‘Os aseguro que quien deje casa, o
hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el
Evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más -casas y hermanos y
hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones-, y en la edad futura,
vida eterna’. Pero no olvidemos que
nuestro premio no está solo en estas satisfacciones humanas que ahora podemos
sentir cuando vamos haciendo el bien, sino que Jesús nos promete una vida
eterna. Es la recompensa del Reino de los cielos en plenitud que un día
podremos vivir.
‘Muchos primeros serán últimos, y muchos últimos primeros’.
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