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martes, 24 de mayo de 2016

Aquello que somos, aquellos valores que hay en nosotros tenemos que desarrollarlos, no en la búsqueda de grandezas humanas sino en el espíritu de servicio para que nuestro mundo sea mejor

Aquello que somos, aquellos valores que hay en nosotros tenemos que desarrollarlos, no en la búsqueda de grandezas humanas sino en el espíritu de servicio para que nuestro mundo sea mejor

1Pedro 1, 10-16; Sal 97; Marcos 10, 28-31

‘Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido’. Un día Jesús había pasado junto al lago donde estaban repasando las redes después de una noche de pesca y Jesús les había invitado a seguirle para ser pescadores de hombres, y ellos lo habían dejado todo, barca, redes, familia por seguir a Jesús. Su palabra los había cautivado. Con El habían marchado sabiendo que el hijo del hombre no tiene donde reclinar su cabeza. Con desprendimiento total, dando su tiempo y su vida por El lo habían seguido por los distintos caminos de Galilea y de Palestina. ¿Qué podían esperar?
Cuando habían soñado en lugares de honor, en primeros puestos en el Reino que anunciaba Jesús, les había dicho que entre ellos no podía ser a la manera de los poderosos de este mundo que buscan lugares de honor, poder, influencia. El estilo que Jesús les proponía era bien distinto porque hablaba de servir, de hacerse el último y se había propuesto El mismo como ejemplo porque el Hijo del Hombre no había venido a ser servido, sino a ser servidor y el último entre todos. Así se lo había dejado claro a los hermanos Zebedeos cuando habían pedido un puesto uno a la derecho y otro a la izquierda en su Reino.
En el fondo del corazón humano siempre aparecen ambiciones, deseos, aspiraciones y nos sentimos tentados e influenciados por lo que hay a nuestro alrededor. Es cierto que Jesús nos enseña en que tenemos que desarrollar todas nuestras capacidades, todo esos valores que hay en nosotros y que el talento no lo podemos enterrar sino que hemos de saberlo poner a negociar. Aquello que somos, aquellos valores que hay en nosotros tenemos que desarrollarlos, pero no es en la búsqueda de grandezas humanas sino en el espíritu de servicio con el que nosotros podemos hacer con esos valores que tenemos y desarrollamos que nuestro mundo sea mejor. Es la actitud del servicio al bien de los demás lo que tendría que definirnos de verdad.
El desprendimiento con que vivamos nuestra vida tiene su premio ya en la propia satisfacción que sentimos en nuestro interior; sentir paz en nuestro corazón porque hacemos el bien, contemplar la felicidad que brilla en los otros cuando se sienten amados y comprendidos, sentir el gozo de que los que están a nuestro lado van progresando en su vida, van avanzando en el logro de sus metas, son capaces de superarse para salir de situaciones difíciles, y en ello nosotros contribuimos con lo bueno que podamos hacer, son satisfacciones que sentimos también en nuestro interior y que nos llenan de felicidad aunque hayamos tenido que olvidarnos de nosotros mismos.
Entendemos así las palabras con las que responde Jesús a Pedro. ‘Os aseguro que quien deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más -casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones-, y en la edad futura, vida eterna’. Pero no olvidemos que nuestro premio no está solo en estas satisfacciones humanas que ahora podemos sentir cuando vamos haciendo el bien, sino que Jesús nos promete una vida eterna. Es la recompensa del Reino de los cielos en plenitud que un día podremos vivir.
‘Muchos primeros serán últimos, y muchos últimos primeros’.

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