La alegría con que manifestamos nuestra fe sea evangelio para los demás que anuncia el gozo del Reino de Dios que queremos vivir
Amós
9,11-15; Sal 84; Mateo 9,14-17
‘¿Es que pueden guardar luto los invitados a la boda, mientras el
novio está con ellos?’ Es la respuesta que les da Jesús a aquellos que
vienen a preguntarle por qué sus discípulos no ayunan mientras sí lo hacen los discípulos
de Juan y los de los fariseos.
Hemos de entender esta comparación entre el ayuno y la alegría de una
fiesta de bodas por lo que eran las costumbres entonces. Recordamos que en una
ocasión Jesús nos dirá que cuando ayunemos que no lo note la gente, sino que
nos lavemos la cara y nos perfumemos para que nadie sepa que estamos ayunando;
y es que la costumbre era que quien ayunara tenía que mostrar con esas señales
exteriores de tristeza y de duelo que estaba haciendo ayuno. De ahí la
respuesta de Jesús ‘¿Es que pueden guardar luto los invitados a la boda,
mientras el novio está con ellos?’
Creo que nos pasa a muchos cristianos, no manifestamos con nuestro
porte, con nuestra manera de presentarnos la alegría de nuestra fe, el gozo de
sentir con nosotros la presencia del Señor. Hay tantos que van siempre con el
ceño fruncido, que parece que van amargados por la vida, a pesar quizá de ser
muy religiosos, de venir mucho a la Iglesia. No se les nota la alegría de la
fe, parece que siempre están malhumorados. Creo que es un contrasentido.
El cristiano tendría que ser la persona más alegre del mundo. ¿Sabéis
por qué? Porque un cristiano se siente siempre amado de Dios. Y quien se siente
amado tiene que sentir gozo en su corazón; y esa alegría y ese gozo del corazón
no es para guardárselo y tratar de ocultarlo sino manifestarlo con toda nuestra
vida, con ese entusiasmo por la vida, con ese optimismo en sus luchas y por su
esperanza. Y eso contagia a los demás, eso despierta en los demás deseos de
vivir también esa alegría y esa esperanza. Es lo que tenemos que hacer.
Todavía pesa quizá en nosotros aquello que nos decían de pequeños que en
la Iglesia teníamos que comportarnos bien, y eso significaba estar seriecitos,
poco menos que inmóviles para no molestar a nadie mientras durara la
celebración. Casi no nos podíamos reír. Y eso queda de alguna manera en
muchos cristianos en nuestras celebraciones tan serias, tan faltas de alegría y
de entusiasmo. Quizá escuchemos aun a alguna persona mayor, y no solo por los
años, quejándose de lo bulliciosas que pueden ser unas celebraciones en las que
los jóvenes participan intensamente con sus cantos y con su alegría.
Hoy Jesús termina diciéndonos en el evangelio que es necesario unos
odres nuevos para el vino nuevo y que no nos valen remiendos. Tenemos el vino
nuevo de la fe, del Reino de Dios que queremos vivir, de la presencia del amor
del Señor en nuestra vida, unas nuevas actitudes, una nueva alegría tiene que
brillar de verdad en nuestra vida. Con esa alegría con que manifestamos nuestra
fe también nos estamos haciendo evangelio para los demás, porque contagiar esa
alegría de la fe es contagiar del evangelio nuestra vida y la vida de los
demás.