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sábado, 2 de diciembre de 2023

Nos lo tenemos que pensar muy bien y con mucha seriedad para estar vigilantes y no apartarnos de ese camino que nos lleva a la plenitud y es nuestra fe en Jesús

 


Nos lo tenemos que pensar muy bien y con mucha seriedad para estar vigilantes y no apartarnos de ese camino que nos lleva a la plenitud y es nuestra fe en Jesús

Daniel 7, 15-27; Sal.: Dn. 3,82-87; Lucas 21, 34-36

¿Qué es lo que realmente queremos hacer de nuestra vida? Si nos ponemos un poco razonables seguramente que todos reconoceremos que no queremos destrozar nuestra vida, que queremos buscar lo mejor, que en la vida estamos para ser felices y que por supuesto no queremos hacer daño a nadie. Claro que el tema de fondo está en qué es lo que creemos que es lo mejor, donde podemos encontrar esa felicidad que deseamos y que claro en la vida nos vamos rozando los unos con los otros y no es que queremos dañar a nadie, pero en esos roces siempre alguien saldrá dañado, y claro no queremos ser nosotros.

Aquí hay muchas cuestiones de fondo, porque es plantearnos que es lo que verdaderamente me satisface, o como puedo encontrar prontamente esos momentos de felicidad. Y nos encontramos en nuestro derredor muchas cosas que nos atraen, que nos confunden, que nos ofrecen momentos prontos de placer que confundimos con la felicidad verdadera, y poco a poco podemos irnos cegando, confundiendo, y terminamos por derroteros que no hubiéramos querido recorrer. A cualquier persona llena de vicios y de ataduras en su vida le preguntamos si querían llegar a ese estado y nos dirán que no, pero que en la pendiente de la vida las cosas fueron rodando y rodando y terminaron como terminaron. No justificamos, pero si entendemos. Porque todos estamos sometidos a esa tentación.

Hoy nos dice que Jesús que tengamos cuidado con que no se nos embote la mente; que no nos ceguemos; que no nos encerremos en esas cosas de placer pronto pero que no nos harán totalmente felices. Cuando caemos en esas redes luego terminamos queriendo más y más, y todo es como una espiral que se va agrandando y que parece que no puede tener fin. Pero hemos de romper esa espiral; tener la fuerza de voluntad suficiente para decir hasta aquí he llegado y no doy un paso más por esa pendiente, porque mucho que sea lo que me arrastre. Y sabemos que cuesta, que es difícil.

En la vida tenemos que estar atentos para no caer por esas pendientes. Son unos oropeles muy brillantes que nos atraen y nos confunden. Tenemos que saber discernir en cada momento lo que se nos ofrece y lo que hacemos. No puede ser una espiral irremediable, aunque tanto nos cueste arrancarnos de ella. Es la vigilancia de la que continuamente Jesús nos está hablando; hemos escuchado hablar del criado que está pendiente de la puerta para abrir apenas llegue su señor, del administrador a quien se le han confiado unas responsabilidades del cuidado de la casa y de todos los que en ella habitan y tiene que cumplir fielmente con su tarea, como del centinela que está de guardia en la muralla para evitar ser atacado. Muchas imágenes que nos propone Jesús para hablarnos de esa atención y vigilancia con que hemos de vivir.

Y es aquí cuando tenemos que ir a lo más hondo de nosotros mismos. ¿En qué o en quien hemos puesto el sentido de nuestra vida? ¿Estaremos siendo fieles a esa trayectoria que nos hemos trazado para no apartarnos ni lo más mínimo del camino? Si nos llamamos cristianos es porque nuestra fe la hemos puesto en Jesús; es El el sentido de nuestra vida, por algo nos dice que es el Camino y la Verdad y la Vida.

Es por lo que hemos optado en nuestra existencia, por ese camino, esa verdad y esa vida que es Jesús. Es lo que queremos vivir. Es lo que nos va a dar verdadera plenitud. Es de lo que no nos podemos alejar. Pero ahí están esas pendientes resbaladizas que nos rodean, que, como decíamos, nos ofrecen otras cosas que nos parecen más fáciles. Es la meta por la que tenemos que lugar, es esa vida eterna que Jesús nos ofrece para que vivamos para siempre con El.

Nos lo tenemos que pensar muy bien, con mucha seriedad. Para que no se nos embote la mente, como antes nos decía Jesús, para que sigamos el camino recto que nos lleva a la plenitud y nos hará alcanzar la verdadera felicidad.

viernes, 1 de diciembre de 2023

Sepamos discernir esos brotes de buenos valores que van surgiendo en nuestro mundo aunque nos parezca tan duro y convulso, signos valiosos en el camino

 


Sepamos discernir esos brotes de buenos valores que van surgiendo en nuestro mundo aunque nos parezca tan duro y convulso, signos valiosos en el camino

Daniel 7,2-14; Sal.: Dn. 3,75-81; Lucas 21,29-33

Qué bueno es recorrer un camino que esté bien señalizado; no nos perderemos, podremos tener la seguridad de que llegaremos a donde deseamos. No sé si habréis tenido la experiencia de hacer un camino que no conocíais, un viaje por placer o por necesidad, un encargo que nos hicieron para que lleváramos algo a una persona y a un lugar determinado, nos dijeron que era fácil llegar si seguíamos las indicaciones del camino, nos arriesgamos a hacerlo aunque fueran lugares desconocidos porque teníamos un mapa que nos señalaba el camino, claro que hoy tenemos más medios técnicos, el GPS y no sé cuantas cosas más.

Pero ahora pensamos en el viaje de la vida, ese camino que vamos haciendo que nos tiene que llevar a alguna parte, ese camino de la vida en que nos hemos trazado unas metas, unos objetivos que conseguir, una trascendencia que nos lleva más allá de lo que incluso nuestros ojos ven, unos sueños que queremos realizar. ¿Cómo no perdernos? ¿Cómo mantener ese rumbo de nuestra vida? Hay cosas, sin embargo, que nos pueden distraer, cantos de sirena que quieren arrastrarnos a sus aguas ofreciéndonos que ellos tienen lo mejor, que sus caminos son los más certeros, dentro de nosotros también tenemos cosas y sueños que nos pueden distraer, en nuestra comodidad queremos evitar excesivos esfuerzos pensando que con poca cosa podemos llegar a la meta.

Y se trata de ese crecimiento personal como personas, esa maduración de nuestro espíritu, esos sueños que tenemos de un mundo mejor, esas responsabilidades que hemos asumido en la vida o que han puesto en nuestras manos porque en nosotros confiaban. ¿Cómo no desviarnos y acertar? Nos exige mucho discernimiento, mucha reflexión, estudiar muy bien el camino para no errar y alcanzar esa plenitud humana a la que ansiamos.

Y se trata del crecimiento de nuestro espíritu. No lo queremos hacer de cualquier manera. Un día hemos optado por el camino de Jesús, queremos ser cristianos, y es la meta que queremos buscar, es lo que en verdad nos trasciende, es la búsqueda de esa vida en plenitud, de esa vida eterna de la que Jesús nos ha hablado  y que nos ha prometido si de verdad ponemos en El toda nuestra fe, toda nuestra confianza. 

Es grande la tarea que como cristianos tenemos que realizar, porque además nos sentimos implicados con los demás; de lo que hagamos o vivamos va a depender también que los que están a nuestro lado encuentren la luz. Sentimos una responsabilidad grande en nosotros y en lo que hacemos y vivimos.

¿Dónde están y cuales son las señales que nos van a hacer encontrar el camino? Es la sintonía espiritual que hemos de saber despertar en nosotros. Puede sonar la música pero hemos acostumbrado tanto nuestros oídos a los ruidos que ya no sabemos percibir lo más delicado. Vamos en muchas ocasiones como ciegos por el camino, pero porque no sabemos discernir las señales que Dios va dejando en el camino.

Hoy Jesús nos ponía el ejemplo de la higuera que cuando vemos que sus yemas comienzan a hincharse es señal de que pronto brotan las hojas, pero nos da señal de la primavera que se acerca. Jesús, después de lo que ha venido hablando, está señalando que son señales para ese encuentro final o para esa plenitud del Reino de Dios en nosotros. Es lo que tenemos que discernir, cómo se va haciendo presente el Reino de Dios en nosotros y cómo vamos conquistando nuestro mundo para el Reino de Dios.

Sepamos discernir esos buenos brotes que van surgiendo en nuestro mundo aunque nos parezca tan duro y tan convulso. Hay valores, en consonancia con el evangelio, aunque provengan de lugares o de personas que nos pueda parecer que están alejados del Reino de Dios, que sin embargo se van viviendo y que son semilla que puede anunciar buenas cosas para nuestro mundo.

También haya signos de solidaridad, también hay deseos de paz y de justicia, también hay gente que vive con sinceridad su vida y hay congruencia en lo que hacen, también hay amantes de la verdad y de la belleza en nuestro entorno; no todo es oscuro, no todo es negro, no todo es desechable, son esos brotes de primavera como las hojas de la higuera que brotan. Sepamos discernir, sepamos valorar, sepamos contar con esas cosas y esas personas, porque si somos capaces de unirnos y de colaborar nosotros también estaremos dando señales de ese Reino de Dios.

Y nos dice Jesús que no pasará esta generación sin que esto suceda; nos está queriendo decir Jesús que en el ahora y en el aquí de nuestro mundo hoy hay también buenas señales que tenemos que saber discernir y valorar. No nos creamos los únicos poseedores de esos valores del Reino, porque Dios los hace brotar también en un campo que nos parece que está lleno de espinas. Siempre podemos encontrar señales del amor y de la verdad, de la paz y del bien.


jueves, 30 de noviembre de 2023

Tendremos que ponernos en camino, escuchando la llamada de Jesús para estar con El y ser esos pescadores de hombres en el mundo que necesita de esa luz de Jesús

 


Tendremos que ponernos en camino, escuchando la llamada de Jesús para estar con El y ser esos pescadores de hombres en el mundo que necesita de esa luz de Jesús

Romanos 10, 9-18; Sal 18; Mateo 4, 18-22

Caminando se realizan los más hermosos encuentros. Ponerse en camino es de alguna manera ir en búsqueda; caminamos y podemos observar cuanto hay alrededor; serán los monumentos de la naturaleza tan rica y tan variada como pueden ser los monumentos elaborados por mano de los hombres, donde también vamos dejando nuestra impronta y nuestro ser, pero podemos admirar el monumento más hermoso salido de las manos del Creador, contemplamos y admiramos a nuestros hermanos los hombres. 

Pero sin con la naturaleza nos quedamos en la distancia contemplando, con las personas ese ver y ese contemplar nos llevará al encuentro, y nos puede llevar a que juntos seamos capaces de ponernos en camino. Camino que se hace encuentro, camino que se convierte en llamada, camino que nos pone en misión.

Jesús caminaba por la orilla del mar de Galilea y si en otros momentos veremos que la gente se acerca a El buscándole, porque quieren estar con El, porque quieren escucharle, en el relato que hoy nos hace el evangelio es Jesús el que se va acercando a aquellos que allí están en la orilla en sus tareas y ocupaciones pero para invitarles a ponerse también en camino con El.

Son todos detalles muy significativos. Dos hermanos, Simón y Andrés, que estaban echando la red al mar porque eran pescadores y Jesús les invita a seguirle porque para ellos tiene otra forma de pescar, ‘os haré pescadores de hombres’; pero en su camino más adelante se encontrará con otros dos hermanos, que este caso estaban con su padre repasando las redes, y les invita también a seguirle, ‘venid conmigo, les dice también, y os haré pescadores de hombres’. Y lo dejan todo, redes, barca, familia, y se van con Jesús.

Jesús hacía poco que había comenzado a anunciar la llegada del Reino de Dios. Había pedido disponibilidad desde el corazón, porque había que cambiar desde lo más hondo para aceptar el anuncio de Jesús. La gente sentía que algo nuevo se avecinaba. Es cierto que todos vivían con el anhelo de la pronta llegada del Mesías y las palabras de Jesús despiertan inquietud en el corazón y deseos de conocer en verdad lo que significaba aquello que Jesús anunciaba.

Ahora no anuncia la pronta llegada del Reino de Dios sino que está dando por sentado que ya el Reino de Dios está presente entre ellos. Hay que reconocer sus signos. ¿Y qué manera mejor que estar con aquel que nos anuncia su llegada? Con El podremos saber bien lo que significa ese Reino de Dios.

Y las señales comienzan a darse; ahí está la disponibilidad de aquellos hermanos, lo dejan todo para irse con Jesús; ahí está la señal de ese Reino nuevo donde nos vamos a sentir como una familia especial, no en vano son unos hermanos en pareja los primeros que se van con Jesús para formar una nueva comunidad con los demás que poco a poco se vayan uniendo. 

Pero es necesario estar con Jesús, de lo contrario nunca se entenderá de verdad lo que es ese Reino de Dios. Y ahí, pues, están las primeras señales. Son caminos nuevos, es vida nueva, es un estilo nuevo de vivir, poco a poco Jesús irá sembrando en ellos la semilla de esos cimientos del Reino de Dios. Serán ellos los pescadores que habrán de lanzarse por el mundo para hacer ese anuncio, para llevar esa Buena Noticia a todos los hombres.

Jesús está pasando también por nuestro camino, ahí donde estamos con nuestras redes, con nuestras tareas, con nuestras preocupaciones, como aquellos pescadores que o echaban la red al mar o las remendaban en la orilla, y Jesús también va poniendo su mirada en nosotros, Jesús también va tocando a la puerta de nuestro corazón, también a nosotros nos está invitando a que vayamos con El, a que estemos con El, a que también nos pongamos en camino. 

¿Tendremos la disponibilidad y la generosidad de Andrés y de Simón, de Santiago y de Juan para ponernos también en camino? ¿También nosotros queremos estar con Jesús para empaparnos de su vida y recibir la misión que a nosotros también nos confía?

‘Todo el que invoque el nombre del Señor será salvo, nos decía el apóstol, y nadie quedará confundido’. Pero para invocar el nombre del Señor hay que anunciarlo para conocerlo. Miremos a nuestro alrededor y nos daremos cuenta que encontramos un mundo desorientado, un mundo que no ha terminado de conocer a Jesús. 

¿Podrán los hombres y mujeres de nuestro tiempo invocar de la misma manera el nombre del Señor y alcanzar la salvación? ¿Habrá quienes hagan ese anuncio para que a todos llegue la salvación de Jesús? ¿No estaremos demasiado dormidos los que nos decimos que ya creemos en Jesús que no terminamos de tener el coraje y la valentía de salir a hacer ese anuncio al mundo que nos rodea?

Escuchemos la llamada y la invitación de Jesús para estar con El y empaparnos de El, para que luego en verdad seamos eso que nos pide Jesús, esos pescadores de hombres. Tendremos también que ponernos en camino. 

Que la fiesta de san Andrés el que estuvo pronto para ir a anunciar a su hermano que habían encontrado al Mesías y que hoy celebramos sea una llamada a nuestro corazón


miércoles, 29 de noviembre de 2023

Necesitamos la fortaleza y sabiduría del Espíritu para poder dar testimonio de la luz que llevamos en nosotros con nuestra fe y con nuestro ser cristiano

 


Necesitamos la fortaleza y sabiduría del Espíritu para poder dar testimonio de la luz que llevamos en nosotros con nuestra fe y con nuestro ser cristiano

Daniel 5,1-6.13-14.16-17.23-28; Sal.: Dn. 3,62-67; Lucas 21,12-19

Todos nos hemos visto seguramente que en más de una ocasión sin saber que decir, sin saber qué responder. Una conversación de amigos con intercambio de ideas y de pensamientos en que aparecen opiniones divergentes y en las que se entabla un diálogo que de alguna manera lleva a la discusión. Mantenemos nuestra postura que creemos cierta, pero nuestros oponentes nos argumentan, y aunque bien convencidos de lo que decimos nos encontramos sin palabras, parece que se nos agotan los razonamientos y terminamos por callarnos.

Aunque también algunas veces hemos de reconocer que nos quedamos callados por miedo o cobardía para expresar con claridad nuestra opinión porque sabemos que los demás no están de acuerdo con nosotros y rehuimos toda discusión y preferimos quedarnos en silencio porque además nos podríamos sentir como catalogados sin con libertad y valentía expresamos nuestra opinión aunque sea diferente. Unas veces nos sabemos, nos faltan las palabras o los argumentos porque nuestra mente no está lo suficientemente ágil, o nos callamos refugiándonos en silencios que pudieran ser cobardías.

El mundo es muy variado, nos podemos decir, hay opiniones para todos los gustos, tenemos que reconocer también la validez de los que piensan distinto a nosotros, hemos de saber entablar un diálogo que nos lleve a encontrarnos a pesar de las diferencias con respeto mutuo, pero lo que no podemos hacer es callarnos. Aunque sea difícil. Y mira que se nos está poniendo difícil a los cristianos en el mundo y en la sociedad en la que vivimos. No tan diferente a otros tiempos, pero que también tiene hoy sus características muy especiales.

Y quiero referirme al ámbito de nuestra fe y de nuestros sentimientos y valores cristianos que tanto nos cuesta manifestar hoy en la sociedad en la que vivimos. Será la indiferencia de tantos a nuestro alrededor que va creando un mundo y una sociedad insensible a lo verdaderamente religioso y espiritual y también a todo lo que suene a cristiano. No es fácil el testimonio que tenemos que ofrecer y algunas veces parece que nos quedamos sin palabras.

Es aquí donde tenemos que recordar las palabras de Jesús en el evangelio que hoy se nos ofrece. Nos habla de persecuciones de todo tipo y somos conscientes de ello, porque ahí está la historia de todos los tiempos, ahí está la historia reciente incluso de nuestra tierra, ahí está no ya esa indiferencia sino ese desdén que vamos a encontrar en muchos de la sociedad que nos rodea.

¿Ha perdido influencia la Iglesia en nuestra sociedad? Algunos lo pueden pensar así como algunos lucharán contra esa influencia que pueda tener la Iglesia y los cristianos en el mundo de hoy. Quizás nos hemos acobardado, quizás no hemos sabido estar a la altura, quizás vivimos un cristianismo muy ramplón con el que no tenemos raíces suficientes para enfrentarnos a esas situaciones con las que nos podemos encontrar.

Necesitamos una fortaleza y una sabiduría especial para poder dar testimonio de esa luz que llevamos en nosotros con nuestra fe y con nuestro ser cristianos. Hoy Jesús nos dice que no nos faltarán palabras porque la sabiduría del Espíritu está con nosotros. Quizás nos acobardamos porque hemos perdido la fe en esa presencia del Espíritu, o porque con nuestra autosuficiencia creíamos que por nosotros solos íbamos a ser capaces.

Sin mí, nos decía Jesús, que no podéis hacer nada; sin la fuerza y presencia del Espíritu tampoco podremos tener esa sabiduría para hacer esa proclamación del mensaje de Jesús. Los tiempos nos pueden parecer apocalípticos en esa versión un tanto errada que tenemos de esa palabra. Los tiempos pueden ser difíciles, pero en la Apocalipsis encontramos nuestra esperanza, el cumplimiento de esa promesa de Jesús, la presencia del Espíritu que nos hará sortear todos esos peligros que podamos encontrar. Es lo que hoy Jesús nos promete.

martes, 28 de noviembre de 2023

Es difícil mantener la calma y la serenidad en medio de una tormenta pero Jesús nos promete su paz y nos da seguridad para que no nos dejemos engañar

 


Es difícil mantener la calma y la serenidad en medio de una tormenta pero Jesús nos promete su paz y nos da seguridad para que no nos dejemos engañar

Daniel 2,31-45; Sal.: Dn. 3,57-61; Lucas 21,5-11

Qué difícil mantener la calma y la serenidad en medio de una tormenta. ¿Qué podemos hacer? ¿Qué va a suceder? ¿Hasta que punto llegará? Si podemos nos refugiamos, si estamos en casa no salimos, si nos coge en medio de nuestros trabajos, en los campos o de camino, buscaremos donde sea algún tipo de refugio que nos resguarde de las consecuencias de la tormenta. Nos las podemos encontrar con frecuencia.

Estamos hablando de las fuerzas de la naturaleza sobre las que no tenemos ningún tipo de dominio. Pero hay otras tormentas que también destrozan la vida y destrozan todo cuanto encuentran de camino; podemos hablar de las guerras, de la violencia desatada desde unas ambiciones, desde unas ínfulas de poder y dominio, desde las propias pasiones humanas que se desatan y no sabemos a donde pueden llegar.

¿Qué hacer? ¿Dónde refugiarnos? ¿A dónde podemos huir que encontremos la paz que necesitamos? Y son cosas que siguen sucediendo en nuestro mundo porque no terminamos de aprender la lección de otras situaciones semejantes que en la historia cercana también hemos ya vivido. Las tenemos ahí en las noticias de cada día y cuando vemos tanta destrucción y tanta muerte nos llenamos también de angustia y de amargura.

¿Dónde encontrar paz y serenidad? Son preguntas que nos rondan dentro del alma. Nos sentimos impotentes y nos volvemos rebeldes; hasta tenemos la tentación de responder a esa violencia también con violencia. ¿Es ese el camino?

De esto nos está hablando el evangelio hoy. El evangelista hace referencia a hechos y situaciones que incluso cuando se escribe el evangelio ya han sucedido, tras lo que Jesús había anunciado. Parte de una imagen preciosa que era lo que se contemplaba de la ciudad de Jerusalén y del templo en primer termino desde aquel bacón del monte de Los Olivos; y Jesús ante las consideraciones que se están haciendo, les dirá que no quedará piedra sobre piedra. Cuando se redacta el evangelio son hechos que ya han sucedido con la destrucción de la ciudad de Jerusalén en los años 70. En el relato del evangelista se recogen las preguntas que se hacen de cuando va a suceder todo lo que Jesús les anuncia.

Pero Jesús continuará hablando de otras situaciones que pueden producir momentos de inquietud e incluso de angustia. Es cierto que Jesús les ha hablado de su segunda venida, que será el final de los tiempos, pero Jesús les previene y nos previene frente a los agoreros de turnos, profetas de calamidades de todos los tiempos que continuamente nos estarán hablando de ese final de los tiempos para sembrar angustias e inquietudes. No son los caminos que nos pueden llevar a una verdadera conversión del corazón. Por eso Jesús les dice y nos dice que no nos inquietemos. ‘Mirad que nadie os engañe’, nos dice, ‘no tengáis pánico’.

Y nos habla Jesús de guerras y de revoluciones, de terremotos y grandes calamidades, nos hablará de fenómenos espantosos y de cosas que nos sorprenderán, pero Jesús nos está invitando a la serenidad y a la confianza, a no perder la paz del corazón. Tenemos la confianza puesta en el Padre del cielo que, como nos dirá en otra ocasión, no permitirá que se caiga un cabello de nuestra cabeza sin su consentimiento. Es el Padre bueno que nos cuida y nos regala su amor, que nos da fortaleza a nuestro espíritu y que nos ayuda a encontrar siempre caminos de paz. Esa paz que tanto necesitamos en nuestro corazón.

Porque todo esto de lo que nos ha estado hablando pueden significar también las tormentas de nuestro espíritu, esa inquietud que muchas veces nos revuelve por dentro y nos provoca hacernos muchas preguntas, esos contratiempos que vamos encontrando en la vida cuando parece que nuestros caminos se nos quiebran y nos agobian los problemas y las dificultades, esos momentos oscuros por los que todos pasamos en algún momento y que tanta inquietud siembran en nuestro corazón.

Por eso escuchamos eso que nos ha dicho Jesús ‘mirad que nadie os engañe’. Podrán venirnos son fáciles soluciones, podrán venirnos queriendo tener sueños que son irrealizables, podrán anunciarnos milagritos si hacemos esto o aquello que se convertiría en un talismán milagroso que todo lo soluciona. ‘Mirad que nadie os engañe’, nos dice Jesús, ‘no tengáis pánico’.

No es fácil en la tempestad mantener la calma, la serenidad, la paz. Pero Jesús nos dice también que El nos da la paz, que no es la paz como la da el mundo, pero que con su presencia en nosotros nuestro corazón se llenará de verdad de paz. Escuchemos la palabra de Jesús.

lunes, 27 de noviembre de 2023

Nuestros tesoros no pueden estar en las alforjas, nuestros tesoros tenemos que guardarlos en el cielo

 


Nuestros tesoros no pueden estar en las alforjas, nuestros tesoros tenemos que guardarlos en el cielo

Daniel 1, 1-6. 8-20; Sal.: Dn. 3, 52-56; Lucas 21, 1-4

Cuántas vueltas damos cuando tenemos que desprendernos de algo; como se suele decir dar más vueltas que un perro para echarse. Nos lo pensamos una y otra, esto en otra ocasión nos va hacer falta, ya siempre puedo sacarle alguna utilidad y vete a saber qué es lo que van a hacer con ello, mil imaginaciones, mil vueltas, mil preguntas llenas de dudas; somos recelosos, nos volvemos mezquinos. Es como si solamente pudiéramos dar cuando ya nos sobra y no lo necesitamos para nosotros. Y dar de lo que sobra no es generosidad.

Sin embargo qué grande es la satisfacción que sentimos en nuestro interior cuando damos el paso de la generosidad y del desprendimiento; hasta parece que nos hemos quitado un peso de encima; es que nos sentimos cómo más livianos, más ligeros, más libres. El egoísmo nos ata y nos esclaviza, porque nos esclaviza a las cosas, porque parece que sin ellas nada somos y por eso no queremos desprendernos de lo que consideramos nuestro, y nos esclaviza a nuestro propio yo que nos encierra en nosotros mismos. Cuando somos generosos y damos nos sentimos más libres.

Es la lección que Jesús nos da hoy en el evangelio. Y la da fijándose, precisamente, en las actitudes de los demás. Estaba a la entrada del templo, frente al cepillo de las limosnas. Era el lugar de las ofrendas. Algo que cuando se hace de verdad nos hace humildes, lo tenemos que hacer con humildad para que adquiera todo su valor. Ya nos dirá Jesús en otro momento del evangelio que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha. Y ya llama la atención de los que poco menos que van tocando campanillas por delante cuando van a hacer algo bueno para que la gente se vuelva hacia ellos y vean lo que hacen. Son distintos momentos del evangelio en los que Jesús nos habla de esto.

Allí iban entrando en el templo los que se consideraban importantes y con mucha ostentación y mucho ruido iban depositando sus monedas en el arca de las ofrendas. El ruido de los que se creen importantes hará que pasan más desapercibidos los que actúan con sencillez y humildad. Es en lo que se fija Jesús. Una pobre viuda deposita también su ofrenda. No hace ruido, nadie sabrá lo que allí ella ha depositado, nadie es consciente del sacrificio que le habrá costado a aquella pobre mujer el depositar religiosamente allí su ofrenda. Es un pobre de Yahvé, de los que habían hablado los profetas. Son las personas humildes que de verdad agradan al corazón de Dios.

Es Jesús el que se ha fijado y resalta ante sus discípulos el valor de lo que hecho aquella mujer. Ha echado todo lo que tenía para vivir. Sus pequeñas monedas sí que son valiosas a los ojos de Dios. Como dice Jesús en su pobreza ha echado más que aquellos que han puesto en el cepillo de lo que les sobra. Aquella mujer nunca se sentirá abandonada de Dios. Podemos recordar ejemplos del antiguo testamento como el caso del profeta Elías con la mujer sunamita, a la que solo le quedaba un poco de harina y unas lágrimas de aceite para hacerse para ella y su hijo y luego esperar la muerte. Pero allí está el profeta que recuerda que la generosidad de Dios es más grande, y no va a mermar el aceite en la alcuza ni la harina en el cajón.

Es lo que ahora nos está enseñando Jesús. No le demos vueltas. No nos lo pensemos tanto. Pongamos generosidad en la vida. Seamos capaces de ser desprendidos. No miremos lo que a nosotros nos puede faltar, sino el regalo de vida que nosotros podemos compartir. Nuestros tesoros no pueden estar en las alforjas, nuestros tesoros tenemos que guardarlos en el cielo.

domingo, 26 de noviembre de 2023

Es el Buen Pastor que conduce a su rebaño, que guía a su Iglesia, se preocupa de la humanidad, me hace sentir el amor de Dios, el Señor y Rey de mi corazón y de toda la humanidad

 


Es el Buen Pastor que conduce a su rebaño, que guía a su Iglesia, se preocupa de la humanidad, me hace sentir el amor de Dios, el Señor y Rey de mi corazón y de toda la humanidad

Ezequiel 34, 11-12. 15-17; Sal 22; 1Corintios 15, 20-26. 28; Mateo 25, 31-46

Es una imagen en cierto modo perdida para la gente de hoy porque ya casi ni en imaginación somos capaces de ver un rebaño con sus pastores que cruce nuestros caminos, atraviese nuestros campos o recorra nuestras montañas. Tengo mis años y recuerdo en mis años jóvenes encontrarme en algunos de los pueblos y parroquias por donde estuve esos rebaños que incluso en ocasiones se me atravesaban en los caminos o carreteras en su trashumancia desde las zonas de costa hasta las montañas según la época del año.

Sería ahí donde comprenderíamos la tarea del pastor y su preocupación porque no se pierdan en esas laderas y barrancos algunos de sus animales, el llevarlos allí donde mejores pastos se puedan encontrar, el cuidar y atender a las heridas o a las madres con sus corderitos, el reunirlos en el redil al caer la tarde para evitar los peligros de la noche.

Es la imagen preciosa que se nos propone hoy, primero desde el anuncio del profeta, pero que vemos reflejada en la actitud, en los gestos y en las palabras de Jesús. Pero es la imagen que tenemos que contrastar con nuestros caminos, los caminos de la Iglesia, pero también los caminos de nuestra humanidad también herida y rota pero siempre anhelante en búsqueda de un mundo mejor. ¿Quién nos conducirá por esos nuevos caminos? ¿Quién nos abrirá la mente y los corazones para que descubramos esa luz que nos ilumine o esos pastos de vida que nos alimente para poder alcanzar ese algo nuevo que todos anhelamos?

Cuando hemos estado hablando de esa imagen del rebaño hemos hecho mención a la figura del pastor que conduce a ese rebaño. Necesita nuestra humanidad unos nuevos líderes que nos sepan conducir por caminos de vida y no de muerte. Solos y haciendo nuestro propio camino de una forma individual seguramente difícil nos será alcanzar eso que anhelamos. Surge la inquietud en la humanidad por esos derroteros por donde estamos llevando la vida y muchas veces nos encontramos como desorientados entre tantas cosas distintas que escuchamos, o entre esos diversos caminos que se quieren abrir ante nosotros.

Ahí está, es cierto, nuestra tarea. Ahí está, y grande es la responsabilidad, que tenemos los cristianos, los que creemos en Jesús en poder ofrecer a ese mundo que nos rodea esos nuevos caminos que nos lleven a plenitud y felicidad para todos. No podemos desentendernos. No podemos encerrarnos en el reducto del resto de los que quedamos que podemos tener el peligro de refugiarnos detrás de algunas cosas que pueden ser también buenas, pero no somos capaces de salir a ese mundo llevando nuestra luz, llevando el mensaje del evangelio que sea en verdad luz para nuestro mundo.

No es tarea fácil y nos llenamos de miedos. Pero es una palabra que no podemos callar para que vayamos desterrando tantas sombras y tantos signos de muerte en los que se ha ido envolviendo nuestro mundo, y para que abramos ese camino nuevo de hacer una nueva y mejor humanidad.

Cuando en este último domingo del ciclo litúrgico estamos celebrando la fiesta de Cristo Rey del Universo ese tiene que ser nuestro compromiso. No vamos a transformar nuestro mundo porque impongamos unas nuevas leyes, que algunos llaman de progreso, pero que de verdad no crean esa nueva humanidad. Nosotros tenemos unos valores que parten del evangelio de Jesús que serán los que verdaderamente realizaran esa transformación del mundo. Es lo que tenemos que contagiar, es de lo que tenemos que impregnar a la humanidad. Es también la manera de decir y de proclamar que Cristo es el verdadero sentido de la vida, el verdadero señor de nuestra historia, en quien podremos alcanzar la mayor plenitud.

Ahí lo tenemos bien reflejado en el texto del Evangelio que en este domingo se nos propone. Dejémonos envolver por el amor y contagiemos de amor. Con ese amor con el que nos acercamos a los demás haciéndonos uno con los que sufren o con los que tienen hambre. Con ese amor que nos hará tener una mirada nueva y limpia y que quitará toda malicia de nuestro corazón para mirar al otro siempre como un hermano al que tenemos que amar. Con ese amor que nos hará buscar siempre el bien, para que todos nos sintamos hermanos que nos entendemos y vivimos en concordia, con quienes compartimos lo mejor que tenemos de nosotros mismos, y nos hará que siempre tengamos un compasivo y misericordioso. Con ese amor que nos llena de esperanza pero también pone paciencia en nuestras actitudes ante las incomprensiones o los desprecios que de los otros podamos sufrir, porque siempre estará el perdón presente en nuestros labios y en nuestro corazón.

Y todo eso lo hacemos, no por nosotros mismos, con nuestras fuerzas o con nuestras habilidades. Tenemos una razón poderosa y es que siempre veremos en el otro el rostro de Jesús, y sabemos que amando al otro estaremos amando a quien por nosotros se dio para que tuviéramos nueva vida. 

Pero sabemos que no somos nosotros los que vamos a transformar el mundo, es la tarea del Espíritu de Jesús que en nosotros está y con quien contamos. Es el Buen Pastor que conduce a su rebaño, que guía a su Iglesia, que se preocupa de la humanidad, el que me hace sentir el amor de Dios en mi vida. 

El es el Señor y Rey de mi corazón y de toda la humanidad. Es lo que hoy celebramos.