Nos
lo tenemos que pensar muy bien y con mucha seriedad para estar vigilantes y no
apartarnos de ese camino que nos lleva a la plenitud y es nuestra fe en Jesús
Daniel 7, 15-27; Sal.: Dn. 3,82-87; Lucas
21, 34-36
¿Qué es lo que realmente queremos hacer
de nuestra vida? Si nos ponemos un poco razonables seguramente que todos
reconoceremos que no queremos destrozar nuestra vida, que queremos buscar lo
mejor, que en la vida estamos para ser felices y que por supuesto no queremos
hacer daño a nadie. Claro que el tema de fondo está en qué es lo que creemos
que es lo mejor, donde podemos encontrar esa felicidad que deseamos y que claro
en la vida nos vamos rozando los unos con los otros y no es que queremos dañar
a nadie, pero en esos roces siempre alguien saldrá dañado, y claro no queremos
ser nosotros.
Aquí hay muchas cuestiones de fondo,
porque es plantearnos que es lo que verdaderamente me satisface, o como puedo
encontrar prontamente esos momentos de felicidad. Y nos encontramos en nuestro
derredor muchas cosas que nos atraen, que nos confunden, que nos ofrecen
momentos prontos de placer que confundimos con la felicidad verdadera, y poco a
poco podemos irnos cegando, confundiendo, y terminamos por derroteros que no
hubiéramos querido recorrer. A cualquier persona llena de vicios y de ataduras
en su vida le preguntamos si querían llegar a ese estado y nos dirán que no,
pero que en la pendiente de la vida las cosas fueron rodando y rodando y
terminaron como terminaron. No justificamos, pero si entendemos. Porque todos
estamos sometidos a esa tentación.
Hoy nos dice que Jesús que tengamos
cuidado con que no se nos embote la mente; que no nos ceguemos; que no nos
encerremos en esas cosas de placer pronto pero que no nos harán totalmente
felices. Cuando caemos en esas redes luego terminamos queriendo más y más, y
todo es como una espiral que se va agrandando y que parece que no puede tener
fin. Pero hemos de romper esa espiral; tener la fuerza de voluntad suficiente
para decir hasta aquí he llegado y no doy un paso más por esa pendiente, porque
mucho que sea lo que me arrastre. Y sabemos que cuesta, que es difícil.
En la vida tenemos que estar atentos
para no caer por esas pendientes. Son unos oropeles muy brillantes que nos
atraen y nos confunden. Tenemos que saber discernir en cada momento lo que se
nos ofrece y lo que hacemos. No puede ser una espiral irremediable, aunque
tanto nos cueste arrancarnos de ella. Es la vigilancia de la que continuamente
Jesús nos está hablando; hemos escuchado hablar del criado que está pendiente
de la puerta para abrir apenas llegue su señor, del administrador a quien se le
han confiado unas responsabilidades del cuidado de la casa y de todos los que
en ella habitan y tiene que cumplir fielmente con su tarea, como del centinela
que está de guardia en la muralla para evitar ser atacado. Muchas imágenes que
nos propone Jesús para hablarnos de esa atención y vigilancia con que hemos de
vivir.
Y es aquí cuando tenemos que ir a lo
más hondo de nosotros mismos. ¿En qué o en quien hemos puesto el sentido de
nuestra vida? ¿Estaremos siendo fieles a esa trayectoria que nos hemos trazado
para no apartarnos ni lo más mínimo del camino? Si nos llamamos cristianos es
porque nuestra fe la hemos puesto en Jesús; es El el sentido de nuestra vida,
por algo nos dice que es el Camino y la Verdad y la Vida.
Es por lo que hemos optado en nuestra
existencia, por ese camino, esa verdad y esa vida que es Jesús. Es lo que
queremos vivir. Es lo que nos va a dar verdadera plenitud. Es de lo que no nos
podemos alejar. Pero ahí están esas pendientes resbaladizas que nos rodean,
que, como decíamos, nos ofrecen otras cosas que nos parecen más fáciles. Es la
meta por la que tenemos que lugar, es esa vida eterna que Jesús nos ofrece para
que vivamos para siempre con El.
Nos lo tenemos que pensar muy bien, con
mucha seriedad. Para que no se nos embote la mente, como antes nos decía Jesús,
para que sigamos el camino recto que nos lleva a la plenitud y nos hará
alcanzar la verdadera felicidad.