Reafirmamos
nuestra fe en Jesús para seguir poniendo luz en medio de las sombras y tener la
esperanza de una vida nueva que en Jesús podemos encontrar
Hechos 9, 31-42; Sal 115; Juan 6, 60-69
El contemplar a nuestro alrededor
respuestas y actitudes negativas algunas veces nos puede llenar también de
desaliento y perder el ánimo en aquella tarea que hemos emprendido, pero de la
que quizás vemos como muchos desertan. Las actitudes de los demás nos contagian
y necesitamos una gran fortaleza interior para no dejarnos influenciar por lo
negativo y mantener firme el ritmo en nuestra línea de actuación.
Nos sucede con la visión pesimista que
palpamos en muchos acerca de la vida o de los acontecimientos de nuestra
sociedad. Hay gente que lo ve siempre todo negro y eso nos puede contagiar.
Ante los problemas que se nos van presentando en la vida hay quien pronto
quiere escaparse y huir y no tiene la fuerza de voluntad para ver lo positivo
que podemos encontrar en medio de tantas sombras o lo positivo que nosotros podemos
poner de nuestra parte. Es el conjunto de la vida social y política, por
ejemplo, que nos rodea y de donde tenemos la tentación de huir, y nos falta la
clarividencia necesaria para tener iniciativas positivas de creación de lo
bueno y de construcción en positivo.
Nos sucede en nuestro ámbito eclesial
también donde hay quien quiere resaltar siempre las sombras, pero quienes
resaltan las sombras no son capaces de poner luz, poner coraje y empeño por su
parte dejándose guiar por la fuerza del Espíritu para que también nuestra
Iglesia sea mejor. No es con visiones negativas, no es con condenas, sino desde
el amor y la misericordia como tenemos que construir y como tenemos que
trasmitir nuestra fe.
Me surge toda esta reflexión en la que
quiero también encontrar luz para esas cosas que vivimos, que suceden en
nuestro entorno, que nos señalan situaciones muy concretas de nuestra vida, a
partir de lo que hoy escuchamos en el evangelio en este final del discurso, por
llamarlo de alguna manera, de Jesús en la sinagoga de Cafarnaún cuando les
habla de comer su cuerpo y beber su sangre para tener vida eterna. La gente
reacciona negativamente ante las palabras de Jesús porque no terminan de
entenderle. Jesús es consciente de ello y de lo que puede influir en los discípulos
más cercanos. ‘¿También vosotros queréis marcharos?’ Se notaba quizá el
desaliento cuanto tanto amaban a Jesús; se notaba la desazón al ver como la
gente que ayer le aclamaba en el descampado porque les había dado pan en
abundancia, ahora lo abandonan y ya no quieren seguir a Jesús.
El desaliento que quizá nos entra
muchas veces a las personas de Iglesia, a los que estamos más implicados en la
tarea pastoral de la Iglesia, cuando vemos que quizá nuestros esfuerzos parece
que no dan fruto. Cuantas veces nos entran dudas en nuestro interior sobre si
lo que estamos haciendo merece la pena o es lo más adecuado. Nos cuesta aceptar
y respetar la libertad de los demás y esto nos llena por otra parte de
desánimo. Como los padres que no ven en los hijos el fruto de tantos esfuerzos
y de tantas luchas. Pero creo que tiene que encenderse necesariamente dentro de
nosotros la luz de la esperanza.
Nos queda una respuesta, la de Pedro,
cuando todos dudaban. ‘Señor, ¿a
quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y
sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios’. Reafirmamos nuestra fe en Jesús. Sí, es
nuestro alimento y nuestra sabiduría, es nuestra vida, lo es todo para
nosotros. Y manifestamos nuestra fe, y nos mantenemos firmes en ella a pesar de
los desánimos que puedan producir los demás en nosotros.