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sábado, 27 de abril de 2024

Dejémonos iluminar por la luz de Jesús para disipar las dudas y tinieblas, metiéndonos en el corazón de Cristo para introducirnos de verdad en el misterio de Dios

 


Dejémonos iluminar por la luz de Jesús para disipar las dudas y tinieblas, metiéndonos en el corazón de Cristo para introducirnos de verdad en el misterio de Dios

Hechos de los apóstoles 13, 44-52; Salmo 97; Juan 14, 7-14

No siempre nos es fácil conocer a las personas, no terminamos de conocerlas. Por muy amigos que seamos, por muy fuertes que sean las relaciones familiares o la convivencia que realicemos con esa persona, siempre hay algo en ella que no terminamos de captar, de conocer. Y estoy hay que reconocerlo con humildad aunque nos cueste, porque nos creemos muy autosuficientes y conocedores de todos, pero siempre hay algo en su interior, en el misterio de su vida que nos queda como velado. No significa que sea imposible o que eso nos impida entrar en relación con el otro, pero es una tarea, diríamos, que nunca se acaba, y que con respeto aceptamos y con respeto siempre nos acercamos al  otro.

Los discípulos llevaban mucho tiempo con Jesús desde que lo conocieron y un día sintieron la llamada de Jesús para estar con El. A ellos Jesús de manera especial se les manifestaba, los llevaba en muchas ocasiones a lugares lejos del barullo de la gente para que estuvieran con El y lo conocieran; a ellos de manera especial les explicaba lo que antes en parábolas les había dicho a las multitudes; Jesús les iba descubriendo su misterio, el misterio de Dios. Un día Jesús había de confiar en ellos para enviarlos por el mundo para hacer el anuncio de su buena nueva de salvación.

Pero también nos damos cuenta que en muchas ocasiones los discípulos no terminaban de entender lo que Jesús les decía; por mucho que les hablara del servicio como sentido de sus vida, ellos seguían pensando en grandezas y quien era el que iba a ocupar el lugar más importante en aquel Reino que Jesús estaba anunciando: significaba que ni acababan de conocer a Jesús ni de entender el sentido del Reino de Dios anunciado por Jesús.

Y Jesús con paciencia les explica una y otra vez. Así les había sucedido en los anuncios que hacía del sentido de su subida a Jerusalén que cuando hablaba de pasión y de muerte, porque sería entregado en manos de los gentiles, querían quitarle esas ideas de la cabeza. Ya vemos lo que luego sucedería cuando llegara ese momento, se dispersaron, huyeron y se escondieron.

No nos extrañe lo que hoy nos dice el evangelio. Estamos ya en los momentos cruciales y decisivos, donde va a comenzar la pasión. Es en aquel dialogo de Jesús con ellos después de la cena pascual antes de irse a Getsemaní. Jesús les está revelando el misterio más hondo de su ser, cuando les habla de su unión con el Padre, porque el Padre y El son una misma cosa. Pero no entienden. Les había hablado de Dios y les había enseñado a llamar Padre a Dios, pero ahora nos vienen a decir que aun no conocen a Dios, que aun no conocen al Padre del que Jesús les está hablando.

‘Muestranos al Padre y será suficiente’, le dice Felipe a Jesús. Y es cuando Jesús reacción. ‘Tanto tiempo con vosotros ¿y aún no me conocéis? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú, muéstranos al padre?’. Y seguían sin entender.

El era el Verbo, la Palabra de Dios por quien todo nos ha sido revelado, como nos diría san Juan desde el principio del Evangelio. Era la Palabra que se convertía en luz para nuestra vida. Era la Palabra que nos revelaba el misterio de Dios y por quien conoceríamos a Dios. Era el rostro de misericordia de Dios que se manifestaba en las obras de Jesús. ‘Creed en mis obras’, viene a decirles, contemplad mis obras y contemplaréis a Dios.

Pero la tiniebla seguía oscureciendo sus mentes. La tiniebla quería ocultar la luz, y ellos no terminaban de salir de esas tinieblas; nosotros, tenemos que reconocer, no terminamos de salir de esas tinieblas. Y por eso nos vienen las dudas y los miedos, por eso seguimos con nuestros apegos y nuestras rutinas, por eso no terminamos de abrirnos al misterio de Dios, de abrir nuestro corazón a los caminos del amor.

¿Dejaremos un día iluminarnos por su luz? ¿Llegaremos a meternos en el corazón de Cristo para introducirnos totalmente en el misterio de Dios?

viernes, 26 de abril de 2024

Despertemos para que el mundo tenga luz y tenga vida, no ocultemos el evangelio que es una luz que tiene que iluminar

 


Despertemos para que el mundo tenga luz y tenga vida, no ocultemos el evangelio que es una luz que tiene que iluminar

1Corintios 2, 1-10; Salmo 118; Mateo 5, 13-16

Se me ocurre pensar que la luz no es para si misma, sino que tiene la función de alumbrar a los demás, o iluminar el entorno que la rodea. La luz en si misma no la podemos guardar, meter en un armario para luego utilizarla cuando queramos; podremos guardar la energía, o aquellas cosas que nos puedan producir luz, pero no la luz en si misma. Allí donde hay luz todo se ilumina, allí donde hay luz nosotros podremos movernos y caminar, como podremos contemplar cuanto nos rodea y en consecuencia la belleza de nuestro entorno. La luz, entonces, nos hace vivir, nos ayuda a vivir.

Se me ocurren estos pensamientos previos ante el evangelio que hoy se nos propone. Nos habla de la luz y de la luz que tiene que iluminar, de la luz que nosotros hemos de ser con la que tenemos que iluminar. Será una luz que se enciende en nosotros, pero es una luz que nosotros recibimos. En fin de cuentas se nos está hablando del evangelio, de nuestro encuentro con Jesús y de cómo en El nos sentimos iluminados para nosotros transformarnos en luz, convertirnos en luz con la que tenemos que seguir iluminando a los demás.

A lo largo del evangelio es una imagen que se repite. Jesús es esa luz que viene a iluminar el mundo, por eso cuando Jesús comenzó a predicar, anunciando la llegada del Reino de Dios, por Galilea, el evangelista recordará aquel pasaje de los profetas que nos habla de que el pueblo que habitaba en tinieblas y en sombras de muerte se iluminó con una luz nueva. Es lo que significó la presencia de Jesús; es lo que con signos Jesús nos va expresando cuando va devolviendo la vista a los ciegos y despertando a una nueva vida y a una nueva esperanza a aquel pueblo que habitaba en tinieblas. Es lo que significa nuestro encuentro con Jesús; es lo que significa esa fe que ponemos en El.

Con Jesús la vida adquiere un nuevo sentido y valor; es una nueva sabiduría que inunda nuestra vida, es una nueva forma de vivir y de actuar. No nos faltarán los problemas y las dificultades, seguiremos con nuestras dudas y nuestros tropiezos, los problemas del mundo que nos rodea son los mismos, pero tenemos una nueva forma de afrontarlos, una nueva forma de caminar, una fuerza para superar obstáculos y dificultades, para vencer el mal que nos tienta, para caminar en una nueva rectitud, para comenzar a tener una mirada distinta a cuantos nos rodean, para caminar con la fuerza del amor.

Pero, como decíamos, esa luz no es para guardarla para nosotros sino esa luz es para repartirla. Es lo que nos está pidiendo Jesús cuando nos dice que somos luz del mundo y sal de la tierra. Y nos dice que la luz no es para guardarla metida en un cajón, sino para ponerla en alto e ilumine todo alrededor. Nos dice que somos sal, pero la sal es para preservar y para dar sabor; no nos vale tener guardada la sal en el armario si no la utilizamos para darle sabor a la comida o para preservar de la podredumbre lo que queramos guardar.

‘Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente’. Como nos seguirá diciendo también, ‘vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. Brille así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielos’.

Ahí está nuestra tarea y nuestra misión. No podemos ocultar la luz, no podemos dejar que se eche a perder la sal. Tienen que cumplir su función. Tenemos que cumplir nuestra función, de la que no podemos escaquearnos. ‘No podemos ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte’. Y eso tenemos que ser nosotros. Es la acogida, y de ahí la imagen de la ciudad, pero es también la salida de nosotros mismos para ir al encuentro con los demás llevando nuestra luz.

¿Qué estaremos haciendo con nuestra luz? ¿Qué estamos haciendo con esa fe que decimos que tenemos en Jesús? ¿Qué estamos haciendo con el Evangelio, la buena noticia que tenemos que llevar a los demás?  Hacen falta testigos. No nos quejemos de lo mal que anda la vida, de lo mal que anda nuestro mundo. Eso es una cosa fácil de hacer, quejarnos. Pensemos qué luz le estamos llevando nosotros desde nuestra fe al mundo que nos rodea. No nos escondamos. Salgamos a la periferia de nuestro mundo a llevar el evangelio. Es el testimonio de nuestra vida de creyentes que con valentía tenemos que ofrecer a los que nos rodean y que no siempre hacemos. Despertemos para que el mundo tenga luz y tenga vida.

 

 

jueves, 25 de abril de 2024

Urgencia de la Buena Noticia que tenemos que comunicar al mundo cuando les hablamos de Jesús en quien todos encontramos la Salvación

 


Urgencia de la Buena Noticia que tenemos que comunicar al mundo cuando les hablamos de Jesús en quien todos encontramos la Salvación

1Pedro 5, 5b-14; Salmo 88; Marcos 16, 15-20

Qué reconfortante es el llevar una buena noticia a quien la está esperando con ansiedad; parece como si en la vida fuéramos más portadores de malas noticias que de buenas; sucede cualquier accidente y la noticia corre como reguero de pólvora, pronto todos tienen noticia de ello; hay algo que le hace daño a alguien que quizás, por los motivos que sea, no nos cae bien, y qué pronto estamos para comentarlo, para hacer que todos se enteren, para hacer leña del árbol caído. Y parece que las buenas noticias, o las noticias de cosas buenas no tienen tanto eco, porque además parece como que nos gustara meter las narices en la basura y si podemos expandir su desagradable olor.

Pero nosotros estamos llamados a dar buenas noticias; estamos obligados y sería lo más reconfortante que podríamos hacer. Y es que este mundo en el que vivimos necesita de buenas noticias; todo es hablar de guerras y de muertes, de violencias y de corrupciones, de noticias de cosas desagradables y de calamidades de la naturaleza. Pero es que detrás de todo eso contemplamos un mundo de angustias y desesperanzas, un mundo de tristezas, sufrimientos y agobios, un mundo que se vuelve insolidario e injusto porque quizás desde la situación en que vive lo que hace es encerrarse en sí mismo algunas veces parece que como autodefensa, un mundo que parece que ha perdido la ilusión y lo ve todo turbio y oscuro.

Es un mundo que necesitaría una buena noticia, que todo eso puede cambiar, que en verdad podemos hacer un mundo nuevo, que puede renacer de nuevo la esperanza en los corazones, que podemos recuperar la alegría de la vida, que podemos hacer que las cosas sean distintas, que alguien ha venido a romper esa inercia de la vida donde nos vamos dejando arrastrar, pero que ahora podemos hacer las cosas de otra manera, que ese mal ha sido vencido y que la muerte no tiene el dominio de la victoria.

Es lo que nosotros los cristianos tenemos que transmitir, es la buena noticia que nosotros tenemos que dar cuando hablamos de Jesús, cuando hablamos del evangelio, o sea esa Buena nueva de Jesús que instaura un mundo nuevo, un reino nuevo que es el Reino de Dios. En verdad, nos decimos creyentes, pero ¿realmente creemos en esa Buena Noticia que tendríamos que dar? Porque si lo ponemos en duda, tengamos en cuenta que estamos poniendo en duda nuestra fe, porque estamos poniendo en duda el Evangelio de Jesús. Es muy serio esto que estoy diciendo y es algo que tendríamos que planteárnoslo de verdad desde lo más hondo de nosotros mismos. ¿Nos llamamos o no cristianos?

Hoy estamos, en medio de este camino pascual, celebrando la fiesta de san Marcos, evangelista. Efectivamente esa fue su misión, el anuncio del Evangelio. No solo porque nos haya trasmitido ese texto que llamamos precisamente el evangelio de san Marcos y por eso lo llamamos evangelista. Fijémonos en el comienzo y en el final de este evangelio de san Marcos. Comienza diciéndonos que nos va a trasmitir una buena noticia. Esas son sus primeras palabras, ‘comienzo del evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios’. Con ello nos lo está diciendo todo. Luego en esos diez y seis capítulos nos lo irá describiendo. Pero, ¿cómo termina? Con el mandato de Jesús. ‘Id al mundo entero y proclamad el evangelio a toda la creación… y ellos fueron a predicar por todas partes y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban’.

¿No es, pues, una buena noticia la que nosotros tenemos que llevar a todo el mundo, ese mundo que hemos descrito anteriormente con sus angustias, sus sufrimientos, sus desesperanzas? La buena noticia de algo bueno tenemos que comunicar, tenemos que trasmitir. Es la urgencia que tenemos que sentir en el corazón. ‘¡Ay de mí si no evangelizara!’ que decía el apóstol san Pablo.


miércoles, 24 de abril de 2024

Escuchemos el grito que resuena en nuestros corazones y seamos, no por lo que vociferemos, sino por nuestro testimonio de amor, grito que despierte a nuestro mundo

 


Escuchemos el grito que resuena en nuestros corazones y seamos, no por lo que vociferemos, sino por nuestro testimonio de amor, grito que despierte a nuestro mundo

Hechos de los apóstoles 12, 24 — 13, 5ª; Salmo 66; Juan 12, 44-50

Hay gritos que no se oyen con los oídos, pero se escuchan allá en lo más hondo del alma. No son voces estridentes, sino escuchar una voz que susurra en el corazón pero que se convierte en un grito dentro del alma. Son gritos que no es escuchan sensorialmente, pero sensitivamente nos producen gran impacto.

Creo que algo de eso habremos experimentado más de una vez y es una forma maravillosa con la que podemos comunicarnos. Al que más grita es al que quizás menos se le escucha, porque incluso la estridencia del grito produce un caos en nuestros oídos que no llegaremos a entender lo que se nos dice. Fue quizás aquella mirada que en un momento determinado recibimos, por ejemplo de nuestra madre, ante lo que estábamos haciendo, no oímos quizás ninguna palabra pero en nuestro interior hubo un grito de advertencia para que nos diéramos cuenta de lo que estábamos haciendo.

Digo la madre, porque quizás fue lo más bonito que palpamos desde nuestra niñez, pero habrán sido muchas ocasiones en la vida en las que nos habrá sucedido algo parecido. El testimonio de alguien en silencio que cumplía con su deber sin grandes aspavientos, el ejemplo de una entrega generosa sin hacer ruido, pero que tanto bien hacía y que dejó huella en nosotros. No necesitamos grandes juicios ni condenas, pero nos sentimos interpelados y quizás se produjeron cambios beneficiosos en la vida.

Hoy el evangelio nos dice que Jesús alzó la voz y gritó, pero lo que luego nos sigue diciendo el evangelio no son palabras que hagan mucho ruido, pero sí son palabras en los que se va desparramando lo que hay en el corazón de Dios dejándonos entrever la grandeza de su corazón, pero también lo que era la ternura de Dios que se estaba manifestando en Jesús.

Nos habla de creer en El y nos habla de la luz que comienza desde esa fe a resplandecer en nuestros corazones. Nos habla Jesús de su misión, misión que ha recibido del Padre, porque El no habla ni dice sino lo que ha recibido del Padre. Nos habla Jesús de la salvación que viene a ofrecernos, porque El no viene ni para juzgar ni para condenar, sino para ser luz, para sembrar semillas de esperanza y de vida nueva, para regalarnos la salvación.

Hoy quizás nosotros magnificamos, y no podemos menos que hacerlo, todo aquello que iba haciendo Jesús, pero esa algo sencillo, pequeño y humilde, porque lo que Jesús iba haciendo era desparramar amor. Es su cercanía y su presencia allí donde había sufrimiento; era el estímulo para emprender el camino, cuando siempre El iba delante haciendo el mismo camino que nosotros; era su oído atento y su mirada, para escuchar súplicas, para descubrir lágrimas, para ofrecer la calidez de su corazón para que encontraran paz los corazones atormentados.

Y lo hacía mientras hacia camino entre aquellas aldeas perdidas de Galilea, o se sentaba en la orilla del lago para hablar a los pescadores o a cuantos se acercaran junto a El, mientras se dejaba coger el corazón cuando se encontraba con las multitudes hambrientas de vida, o se repartía para llegar a todos como repartía el pan en el desierto para que todos comieran. No era nada especial ni extraordinario sino la grandeza de la vida misma llena y rebosante de amor.

Pasaba en silencio haciendo el bien y su presencia se convertía en grito que despertaba los corazones, sigue despertando los corazones si queremos nosotros también escuchar ese grito que quizás nos llega como susurro en el testimonio de amor de muchos que están a nuestro lado y porque no hacen ruido nos pueden pasar desapercibidos.

Escuchemos ese grito que resuena en nuestros corazones, y aprendamos a ser, no por las palabras que vociferemos, sino por el testimonio de amor que demos, ese grito que despierte a nuestro mundo.

martes, 23 de abril de 2024

Vaciemos nuestra mente de ideas preconcebidas y tengamos un corazón disponible para seguir la senda que el Espíritu nos traza para nosotros hoy

 


Vaciemos nuestra mente de ideas preconcebidas y tengamos un corazón disponible para seguir la senda que el Espíritu nos traza para nosotros hoy

Hechos de los apóstoles 11, 19-26; Salmo 86;  Juan 10, 22-30

¿Creemos o no creemos? A veces también nos llenamos de dudas. ¿Será cierto todo lo que nos dicen? ¿Estaré equivocado en esto de llamarme cristiano, de ser seguidor y discípulo de Jesús? ¿Por qué tengo que creer en la Iglesia? Y así van surgiendo una lista grande de preguntas, de interrogantes que nos hacemos por dentro, aunque no siempre manifestemos esas inquietudes que llevamos dentro, aunque en ocasiones tratemos de adormecer esas inquietudes y preguntas, para no complicarnos la vida, porque nos contentamos con lo que siempre ha sido así. Porque no queremos dudar, porque entonces a donde vamos a ir.

No nos asustemos. Algunas veces no nos gusta pensar en estas cosas, entrar en esos planteamientos, preferimos dejarnos arrastrar por algo que al final se nos ha convertido poco menos que en una rutina de la vida; pero es que ponernos a pensar es un quebradero de cabeza, ponernos a pensar quizás nos despierte algo en nuestro interior y nos damos cuenta de que hay cosas que cambiar, ponernos a pensar a lo mejor nos va a llevar a otros compromisos que no siempre estamos dispuestos a asumir.  Y de todos esos interrogantes o inquietudes, quizás alguna vez sacamos a nivel de la luz algunas cosas, pero un poco nos quedamos ahí, podíamos decir, detrás y ya iremos dando los pasos que nos arrastren los que están a nuestro lado o cerca de nosotros, pero por nosotros mismos hacemos poco por salir de esa modorra. Pero sabemos que las cosas hay que plantearlas y plantearlas crudamente para  poder encontrarnos con la luz.

Hoy el evangelio nos habla de la inquietud de algunos que se reúnen en torno a El en Jerusalén. Han subido, viniendo de todas partes, para celebrar alguna de aquellas fiestas que van celebrando a través del año además de la Pascua. Algunos conocerán a Jesús, sobre todo si son de Galilea, porque es allí donde Jesús ha realizado mayor actividad recorriendo pueblos y ciudades; si son del entorno de Jerusalén y de la región de Judea lo conocerán menos, aunque de oídas las noticias han corrido y habrán tenido algún conocimiento de Jesús. ¿Será este el Mesías? Se preguntan cuando oyen hablar de sus enseñanzas con autoridad, cuando escuchan de los milagros y de los signos que hacía. Y la pregunta se la trasmiten a Jesús. No nos tengan aquí en dudas para siempre, dínoslo claramente, ‘tú, ¿quién eres? ¿Eres el Mesías?

Me conocéis y no me conocéis, viene a decirles Jesús. Sabéis cosas de mí, pero aun no habéis captado cual es mi verdadera misión. Fijaos en los signos que realizo, fijaos en las obras que hago; el árbol se conoce por sus frutos. El Mesías de Dios lo reconoceréis si os dejáis conducir por el Padre, si abrís vuestro corazón a Dios, para descubrir la obra de Dios en lo que realizo. Tenéis que ser ovejas de mi rebaño, porque son las que saben lo que yo hago por ellas.

¿Nos dejaremos nosotros conducir por el Espíritu de Dios? Es quien nos habla en los corazones, quien nos descubre y revela las obras de Dios y lo que es su voluntad. Vemos también tantas cosas a nuestro alrededor y no sabemos discernir las obras de Dios. Quizás nos hemos hecho una idea, tenemos una manera de pensar, queremos quizás que sea Dios el que se acomode a lo que nosotros queremos, pero no dejamos que su sabiduría se derrame sobre nosotros.

Ha sido quizás algo que hemos ido construyendo en nuestra vida con el paso de los años, con el paso de los siglos quizás en referencia lo que en si misma es la Iglesia. Y tenemos el peligro y la tentación de hacernos un evangelio a nuestra manera, conforme a lo que son nuestras exigencias o lo que imaginamos que tendría que ser nuestro mundo; pero hemos ido por una pendiente resbaladiza y en algunas cosas podemos estar bien lejos del verdadero evangelio de Jesús.

Tenemos que sabernos detener, vaciar nuestra mente de ideas preconcebidas, para que nuestro corazón se siempre liberado de tantas predisposiciones que nos hemos ido creando y ahora solo haya disponibilidad para Dios. Nos cuesta arrancarnos. Nos cuesta ese camino de conversión que cada día hemos de ir realizando. Cerremos los ojos para no seguir contemplando esos caminos erróneos que podemos tomar y que sea el Espíritu del Señor el que nos trace esas nuevas sendas. Cuando nos encontramos con Jesús de forma auténtica algo nuevo tiene que brotar en nuestro corazón. ¿Estaremos dispuestos?

lunes, 22 de abril de 2024

Entremos por la puerta de Jesús, aunque nos parezca estrecha, pero nos conduce con seguridad al redil de la vida, El está detrás de esa puerta esperándonos

 






Entremos por la puerta de Jesús, aunque nos parezca estrecha, pero nos conduce con seguridad al redil de la vida, El está detrás de esa puerta esperándonos

Hechos de los apóstoles 11, 1-18; Salmo 41; Juan 10, 1-10

Qué gratificante que cuando estamos buscando por donde entrar a un sitio por el que sentimos algún tipo de interés nos encontremos con la puerta y con quien posee las llaves de esa puerta. Me ha sucedido alguna vez visitando algún lugar, pero que nos encontrábamos cerrado y sin posibilidades de entrar para admirar, por ejemplo, la belleza y la riqueza histórica y cultural de aquel lugar, pero pronto encontramos por donde entrar, pero además quien nos facilitará aquella entrada porque no solo tenía en su mano la llave de entrada, sino también el conocimiento necesario para explicarnos lo que deseábamos visitar.

Andamos buscando en la vida esa llave y esa entrada  que nos haga encontrar sentidos, que nos llene de valores, que nos haga descubrir de verdad el valor de la vida y de lo que podemos hacer; andamos buscando esa luz o esa medicina, porque quizás muchas veces son muchos los desencantos que nos hieren el alma, muchas pueden ser las cosas que nos hacen sufrir y se convierten para nosotros en un dolor insufrible cuando no hay esperanza, cuando no se nos abren los horizontes de la vida, cuando andamos vagando de acá para allá sin saber muchas veces a qué atenernos. ¿No es cierto que muchas veces nos encontramos desorientados por esos caminos de la vida? ¿No es cierto que se nos llena de dolor el alma en tantas sombras y noches oscuras que nos encontramos por doquier y que muchas veces nos hacen perder hasta la ilusión por la vida?

A nuestro encuentro viene Jesús. Que quiere ser luz; que quiere abrir los horizontes de nuestro corazón; que quiere ser nuestro viático y acompañante en el camino, porque somos como aquel joven Tobías que necesitó de Rafael, el arcángel que estaba en la presencia de Dios, para acompañarle en el camino y orientarle en las diferentes situaciones en que se iba a encontrar.

Nos ha venido hablando de que es el Pastor de nuestra vida, pero hoy nos dice también que es la puerta por donde debemos entrar. No podemos echar en saco roto esas palabras de Jesús. Tenemos que dejarnos conducir para penetrar por esa puerta, sabiendo que vamos a tener los pastos de vida eterna que necesitamos y necesitaremos, sabiendo que nos da seguridad en esos pasos que hemos de ir dando porque es su Espíritu el que nos guía.

No será fácil el camino que nos señala pero sí sabemos que es certero. Muchos tenemos que ir desbrozando en nuestra vida para hacer ese camino, porque son muchas las malezas que hemos dejado introducir en nuestro corazón y eso nos cuesta y nos duele. Y arrancarlo de raíz no siempre es fácil, muchas veces doloroso, y también lleno de dificultad, pero con la seguridad de que lo podemos conseguir. Es la confianza que sentimos en el corazón cuando intentamos caminar, a pesar de nuestras cojeras y dificultades, al paso de Jesús. Va a ser nuestro cireneo, va a ser nuestra medicina y colirio que nos sane y que nos limpie los ojos para ver lo que realmente es importante.

Entremos por la puerta de Jesús, aunque nos parezca estrecha, pero nos conduce con seguridad al redil de la vida. El está detrás de esa puerta esperándonos. Es nuestro consuelo y nuestra fortaleza, el colirio que da luz a los ojos, y el camino que nos lleva a la vida eterna.

domingo, 21 de abril de 2024

Tenemos que ir hasta Jesús, encontrarnos con Jesús, alimentarnos de El y dejarnos conducir por su Espíritu, es la Puerta y es el Camino, El es el Pastor de nuestras vidas

 


Tenemos que ir hasta Jesús, encontrarnos con Jesús, alimentarnos de El y dejarnos conducir por su Espíritu, es la Puerta y es el Camino, El es el Pastor de nuestras vidas

Hechos de los Apóstoles 4, 8-12; Sal. 117; 1 Juan 3, 1-2; 10, 11-18

Cuando queremos construir un edificio que sea seguro y en el que podamos edificar todas las plantas que queramos tenemos que tener unos sólidos cimientos sobre el que se va a asentar y nos da va a dar seguridad de que no se nos venga abajo; si queremos una buena dirección para nuestra sociedad para que se puedan afrontar y resolver todos los problemas que se puedan presentar ya sea en la convivencia de los miembros de esa sociedad y para lograr las mejores formas de vida, hemos de tener unos líderes, unos dirigentes capaces y entregados al servicio de esa comunidad; si queremos entrar en un lugar y no tengamos problemas para su acceso o se nos pueda rechazar hemos de buscar la puerta porque no nos vale estar asaltando murallas o violentando sus limites o fronteras.

Son cosas necesarias de la vida, en nuestro nivel personal pero también como esa sociedad o comunidad que constituimos donde estamos mutuamente interrelacionados y dependemos en cierto modo los unos de los otros. Y he pensado en ese cimiento que tiene que ser profundo y con fuertes garantías frente a tanta superficialidad con que andamos por la vida, que al final no sabemos ni a donde vamos, ni de donde venimos ni tampoco lo que queremos, porque simplemente vamos a lo que salte. Es lo que realmente da sentido a nuestra existencia, nos hace descubrir lo que somos y lo que verdaderamente nos engrandece, lo que nos hará mantenernos con serenidad incluso en los más duros embates que podamos tener. Qué bueno es sentir a alguien seguro así a nuestro lado.

Y de todo esto nos está hablando el evangelio y toda la palabra de Dios que se nos ofrece en este domingo. Este cuarto domingo de Pascua que normalmente llamamos del Buen Pastor, por las imágenes con que se nos presenta Jesús en el evangelio. Nos habla del pastor que guía a su rebaño llevándolo con seguridad por caminos, valles y montañas, que lo defiende de peligros, del lobo que acecha o del ladrón que salta por encima de la puerta para robar y que entrega por sus ovejas curando los heridas o buscándolas donde se hayan perdido, que lo conduce con seguridad por los caminos de la vida, que lo resguarda en el redil desde el que lo sacará para conducirlo a los mejores pastos. 

¿Qué es lo que contemplamos de Jesús en el evangelio? No se queda en el templo o sentado en su cátedra, digamos de la sinagoga, sino que saldrá a los caminos para ir al encuentro de aquellos que le necesitan de una forma o de otra; saldrá a sembrar la semilla en los campos de la vida, enseñando ya sea desde la barca a las orillas del lago, o encontrándose con las multitudes hasta en los lugares descampados para enseñar y para curar y sanar cuerpos y corazones heridos, pero para alimentar sus cuerpos extenuados o sus espíritus ansiosos de esperanza.

Por eso esas dos imágenes que nos aparecen hoy también en la Palabra de Dios. Nos dirá Pedro que Cristo es la piedra fundamental que habían desechado los arquitectos, pero en quien encontramos esa fortaleza para nuestra vida, ese cimiento de nuestra existencia, esa luz y ese sentido de nuestro caminar y de nuestro vivir. En ningún otro nombre podremos encontrar la salvación, esa luz nueva que dará sentido a nuestra vida y que nos hará a nosotros también repartidores de luz en medio de un mundo tan ensombrecido. ¡Qué seguridad tenemos cuando lo  hacemos al paso de Jesús! Por eso en otro momento se nos presentará como el Camino, y la Verdad, y la vida, porque nadie va al Padre sino por Jesús.

Pero hoy cuando se nos está hablando del Pastor también se nos hablará de la puerta por la que hemos de entrar. El ladrón que va a robar y hacer estragos entrará por cualquier parte, saltando la tapia o rompiendo lo que encuentre a su paso y le impida la entrada. Pero Jesús nos dice que El es la puerta de las ovejas por las que entran y salen del redil guiadas por su pastor. Es Jesús por quien nosotros hemos de entrar porque solo por El conoceremos al Padre – ‘quien me ha visto a mi ha visto al Padre’, nos dirá en otro momento – y El es el único camino que nos lleva a Dios – ya recordábamos que El es el Camino, y la Verdad, y la Vida – porque es la Palabra que se hizo vida y da luz a los hombres. Así tenemos que ir a Jesús, encontrarnos con Jesús, alimentarnos de El y dejarnos conducir por su Espíritu. 

Pero en este domingo y desde estas consideraciones que nos hacemos contemplando a Jesús, Buen Pastor, nuestra mente y nuestro corazón se vuelve a quienes en nombre de Jesús están siendo pastores de nuestra vida en medio de la Iglesia. Con sus limitaciones humanas están queriendo realizar esa misión de Jesús desde la llamada que también un día sintieron con Jesús tocó sus corazones llamándolos también por su nombre. No es tarea fácil y no siempre somos conscientes de los dramas y sufrimientos que puede haber en sus corazones, pero que los cristianos tenemos que saber valorar y apoyar, estando al lado de nuestros pastores y sobre todo con nuestra oración.

Y es también el momento de orar al dueño de la mies, porque mucha es la mies y pocos los obreros, para que el Señor siga llamando y moviendo los corazones para que nunca falten a nuestra Iglesia esos pastores que en nombre de Jesús sigan alimentando nuestra vida y nuestra fe. Que sean muchos los llamados, y que sean muchos también los que con generosidad de corazón respondan a esa llamada del Señor. La Iglesia necesita muchos sacerdotes, el mundo necesita muchos pastores y testigos del evangelio de Jesús.