Vistas de página en total

sábado, 28 de abril de 2012


Tú tienes palabras de vida eterna… nosotros creemos en tu Palabra, Señor

Hechos, 9, 31-42; Sal. 115; Jn. 6, 61-70
‘¿También vosotros queréis marcharos?’ les pregunta Jesús a los apóstoles. Muchos no acababan de entender las palabras de Jesús que les había estado hablando del Pan de Vida, que era su carne, que había que comer para tener vida. Les resultaban duras esas palabras. ‘Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?... y desde entonces muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él’.
De ahí la pregunta de Jesús al grupo de los Doce. ‘Entonces Pedro le contestó: Señor, ¿a quien vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios’. Muchas veces hemos nosotros también repetido esas mismas palabras de Pedro. ‘Tú tienes palabras de vida eterna’ y queremos también alimentarnos de su Palabra; y queremos comerle porque queremos tener vida eterna. Por eso estamos aquí en la Eucaristía.
Creo que ahora no es necesario mucho más sino que proclamemos con toda firmeza nuestra fe en Jesús. Le reconocemos como el Señor y nuestro único Salvador. A El acudimos porque con El sabemos que vamos a alcanzar la mayor plenitud y felicidad. Queremos escucharle, aunque también a veces nos cueste comprender totalmente todo lo que nos dice, nos enseña o nos pide, pero sabemos que sus palabras son palabras de vida eterna.
Queremos escucharle porque queremos alimentarnos de su vida, conociéndole más para amarle más y mejor. Es que escuchándole conoceremos cada vez mejor todo el amor que Dios nos tiene y nos sentiremos impulsados a vivir en su mismo amor. Queremos escucharle porque queremos seguir sus caminos y podremos entonces comenzar a vivir en el Reino de Dios que nos anuncia y para nosotros ha instaurado. En su Palabra encontramos su sentido y aprendemos cómo tenemos que vivirlo; en su palabra descubrimos todos esos valores que nosotros hemos de esforzarnos por plantarlos en nuestra vida.
Queremos escucharle porque sabemos que es El quien puede revelarnos a Dios, el único que puede llevarnos a ese conocimiento de Dios que solo en El podemos encontrar. Es que contemplando a Jesús conoceremos a Dios, viviendo a Jesús y en su amor nos sentiremos llenos de Dios, porque cuando guardamos sus mandamientos, como nos enseña, sentiremos como Dios viene a habitar en nuestro corazón.
Queremos escucharle… pero en verdad tenemos que aprender a escucharle. Cada día en nuestra celebración se nos proclama la Palabra, y tenemos que confesar y sentir que la Palabra viva de Dios que llega a nosotros. Por eso con cuánto respeto tenemos que escucharla. Nada tendría que impedir que llegue hondamente a nuestro corazón. Y cuando digo que nada debe impedir que llegue a nosotros, hemos de comenzar por nosotros mismos esforzándonos por atender, por escuchar con santo respeto y veneración, como también hemos de evitar por nuestra parte lo que pueda distraer a los demás de esa escucha atenta.
No podemos estar escuchando a Dios y haciendo otras cosas a la vez. Nos merece todo respeto, es el Señor, es Dios que nos está hablando. Si viniera algún personaje importante a hablarnos seguro que por respeto haríamos todo lo posible por prestar atención nosotros y los que están a nuestro lado. Algunas veces en nuestras iglesias pareciera que la Palabra de Dios que se nos proclama no mereciera ese respeto, porque mientras se está proclamando se están haciendo o atendiendo a otras cosas. Os confieso que me produce un dolor y un desasosiego grande cuando suceden cosas así en la proclamación de la Palabra de Dios.
Que resplandezcamos por el respeto y por el amor y devoción con que cada día escuchemos la Palabra del Señor. Son Palabras de vida eterna, como confesaba Pedro y queremos confesar con nuestras actitudes y nuestra manera de hacer nosotros también.

viernes, 27 de abril de 2012


Caminos de Dios que viene hasta nosotros

Hechos, 9, 1-20; Sal. 116; Jn. 6; 53-60
Los caminos de Dios son caminos que vienen de Dios hasta nosotros. Me explico. Aunque pensamos que somos nosotros los que hacemos caminos buscando a Dios en el fondo es más bien Dios el que viene hasta nosotros, se nos hace el encontradizo con nuestra vida, viene a nuestro encuentro.
Es cierto que puede haber inquietud en nuestro corazón y buenos deseos, que pueden haber ansias de plenitud y deseos de algo grande, como también nos puede suceder que andemos caminos de rebeldía y de rechazo así porque sí sin saber algunas veces realmente porque tenemos esa rebeldía y rechazo de Dios en nuestro interior. Muchos vemos a nuestro alrededor muchas veces con actitudes así o nos habrá podido pasar a nosotros en determinados momentos. Se nos oscurece la vida por los problemas o porque no alcanzamos aquello que deseamos y nos ofuscamos en nuestra rebeldía y muchas veces sin razón.
Pero hemos de reconocer que la gracia de Dios es más poderosa que todo eso y, sin violentarnos ni hacernos perder nuestra libertad, sin embargo mueve nuestro corazón para que tengamos un momento de luz cuando llega a nuestra vida y podamos dar una buena respuesta.
Hemos escuchado cómo Jesús resucitado le sale al encuentro a Saulo en el camino de Damasco. Era un hombre bueno, hemos de reconocer, que quería actuar con rectitud desde lo que él sabía o creía saber. Le vemos rebelde dando coses contra el aguijón, y por eso va a Damasco buscando a los que seguían el camino de Jesús porque era algo que no podía soportar.
¿Qué sabía de Jesús? ¿Qué conocimiento tenía de El? Ahora se va a encontrar con Jesús, porque Jesús viene a su encuentro, le sale al paso en el camino a la entrada de la ciudad, y todo va a ser distinto. Fue tan grande la luz que lo iluminó que sus ojos de la carne se le cegaron, pero la gracia de Jesús le iba a abrir bien los ojos para que pudiera disfrutar de esa Luz.
‘Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?... ¿Quién eres, Señor?... Soy Jesús a quien tú persigues. Entra en la ciudad y allí te dirán lo que tienes que hacer’. Es el encuentro con el Señor. La gracia del Señor que le tumbó de su orgullo y su prepotencia. Siempre se dice que fue derribado del caballo, aunque en el texto sagrado nunca aparece ningún caballo, pero sí tenemos que pensar en ese caballo que llevaba en su interior en su prepotencia y en su orgullo. Ahora tendrá que aprender a dejarse hacer por el Señor.
Mientras van sucediendo estas cosas a las puertas de la ciudad, el Señor se le manifiesta a Ananías para darle instrucciones de lo que ha de hacer. ‘Señor, he oído hablar de ese individuo y del daño que ha hecho a tus fieles en Jerusalén. Además trae autorización de los sumos sacerdotes para llevarse presos a todos los que invocan tu nombre’.
Conocida era la rebeldía interior de Saulo, pero el Señor lo ha escogido para algo grande. ‘Anda, ve; que ese hombre es un instrumento elegido para dar a conocer mi nombre a pueblos y reyes. Ya le enseñaré yo lo que tiene que sufrir por mi nombre’. Era un elegido del Señor. ‘Instrumento elegido’, dice el Señor. grande sería la obra de Saulo que luego ya se llamará Pablo en sus recorridos por el mundo anunciando el nombre de Jesús y con sus cartas apostólicas que siguen siendo alimento para nuestra fe y nuestra vida cristiana, porque las reconocemos como Palabra de Dios.
Y todo esto ¿qué nos dice a nosotros? El Señor también viene a nuestro encuentro con la riqueza de su gracia que nos llama a una vida nueva. Nos cuesta abajarnos muchas veces de ese caballo en el que nos hemos subido y nos cuesta dejarnos conducir por el Señor. Pero cuánto estará esperando el Señor de nosotros. También somos unos elegidos del Señor y el Señor tiene sus planes sobre nosotros y nuestra vida.
Dejémonos conducir por la gracia del Señor, dejémonos encontrar con El. Espera mucho de nosotros. Nos invita hoy a que le comamos para tener vida en El para siempre, como hemos escuchado en el Evangelio. ‘El que me come vivirá por mí… el que coma de este pan vivirá para siempre…’ nos dice.

jueves, 26 de abril de 2012


Nunca faltará su recuerdo y su fama vivirá por generaciones

San Isidoro de Sevilla
Eclesiástico, 39, 8-14; Sal. 36; Mt. 5, 13-16
‘Nunca faltará su recuerdo y su fama vivirá por generaciones…’ Así se expresaba el libro del Eclesiástico haciendo el elogio del hombre sabio. ‘Los pueblos contarán su sabiduría y la asamblea anunciará su palabra’, terminaba diciendo el texto hoy proclamado. Habla del que está lleno de la sabiduría del Señor, del hombre justo que se deja llenar de Dios y en Dios adquiere la comprensión y la sabiduría de todas las cosas. Como recitamos en el salmo ‘la boda del justo expone la sabiduría, su lengua explica el derecho; porque lleva en el corazón la ley del Señor y sus pasos no vacilan’.
La liturgia ha querido ofrecernos este hermoso y bello texto al celebrar en este día la fiesta de san Isidoro de Sevilla, un hombre sabio como pocos hubo en su tiempo que abarcaba en sus obras todas las facetas del saber y que fue una lumbrera que influyó en gran manera en toda la Edad Media.
Un hombre sabio pero un hombre santo que además formaba parte de una familia de santos pues son cuatro hermanos en los que la iglesia reconoce su santidad. Un santo Obispo de gran influencia en la Iglesia de España de su tiempo preocupado por la formación del pueblo y promotor de numerosos sínodos y concilios para mantener viva la fe del pueblo cristiano.
En san Isidoro podemos destacar cómo no estaba reñida la ciencia y la fe como supo conjuntarlo él en su propia vida. Como decíamos de él en la oración litúrgica ‘obispo y doctor de la Iglesia, para que fuese testimonio y fuente del humano saber’ para que aprendamos a hacer ‘una búsqueda atenta y una aceptación generosa de tu eterna verdad’.
Queremos buscar el camino que nos lleve a esa sabiduría y a esa eterna verdad, y no podemos buscar otro camino que Jesús. ‘Yo soy el camino y la verdad y la vida’, nos dirá El en el evangelio. Por eso acudimos a Jesús, y de El queremos aprender esa Sabiduría divina porque es el que puede en verdad revelarnos la verdad de Dios. Nos revela y nos descubre la verdad y lo que es la verdadera vida. De Jesús queremos dejarnos enseñar, a su Palabra acudimos porque es quien nos lleva a Dios, nos llena de la luz de Dios, nos descubre a Dios, nos hace vivir a Dios.
En el evangelio que hoy hemos escuchado nos dice que nosotros tenemos que ser sal de la tierra y ser luz del mundo. Pero ese sabor, esa sabiduría, y esa luz no la tenemos por nosotros mismos, sino que la tomamos de Dios. Es la sabiduría de Dios; es la luz de Jesús. De El nos iluminamos y de El aprendemos la Verdad eterna.
Pero nos dice: ‘Vosotros sois la sal de la tierra… vosotros sois la luz del mundo’. Y la sal no puede perder su sabor; si pierde su sabor ¿para qué nos sirve? La luz no puede dejar de alumbrar, no se puede ocultar. Si escondemos la luz, ¿a quién va a alumbrar? No tendría sentido.
¡Qué lástima la vida de los cristianos que no iluminan! ¡Qué triste cuando no sabemos trasmitir el sabor de Dios a los demás porque somos insípidos, porque no nos hemos llenado lo suficiente de la sabiduría del evangelio! Tenemos que saber dar razón de nuestra fe y nuestra esperanza. Tenemos que saber sentirnos fuertes y seguros en el Señor. Fuera de nosotros las dudas y las inseguridades. Lejos de nuestra vida todo  lo que suene a oscuridad. Por eso tendríamos que tener ansias más y más de formarnos, de conocer de verdad lo que es nuestra fe cristiana. ¡Qué tristeza y qué lástima de los que se encierran en si mismos y no quieren aprender!
Algunas veces parecemos analfabetos en el orden de la fe. Viene cualquier viento de errores y nos arrastran. Preocupémonos de formarnos más y más como cristianos para sentirnos fuertes frente a quienes se puedan oponer a nuestra fe, a nuestra manera de vivir. El camino de santidad que hemos de recorrer tiene que pasar también por ese camino de la formación en nuestra fe. La celebración de la fiesta de san Isidoro y gran santo y un gran sabio a eso tendría que impulsarnos.

miércoles, 25 de abril de 2012


Queremos seguir las huellas de Cristo para ayudar a los demás a encontrarlas también

1Pd. 5, 5-14; Sal. 88; Mc. 16, 15-20
Cuando queremos encontrar algo o a alguien y andamos un tanto desorientados sin saber bien donde encontrarlo, aunque tengamos indicios de que pueda estar cerca de nosotros o quizá haya pasado muy cerca tratamos de seguir su rastro o de encontrar las huellas que haya podido dejar a su paso que nos llevarán a que podamos encontrarle. Habremos visto quizá películas con imágenes en este sentido o nosotros mismos hayamos hecho un rastreo en alguna ocasión.
Queremos buscar a Jesús, queremos encontrarnos con El, sabemos que está cerca de nosotros o habrá tocado nuestra vida de alguna manera. Busquemos las huellas que nos haya dejado de su presencia. ¿Cómo hacerlo? Tenemos, sí, que abrir los ojos de nuestro corazón para poder descubrirle y escucharle allá dentro de nosotros mismos. Pero tenemos algo más.
Hoy precisamente estamos celebrando la fiesta de un evangelista, san Marcos. Y ¿qué es lo que ha hecho un evangelista? Dejarnos unas huellas bien certeras por las que podemos llegar a Cristo, conocerle y vivirle. Son los evangelios. Jesús mandó predicar, anunciar la Buena Noticia – evangelio – de su salvación a todos los  hombres. ‘Id al mundo entero y proclamad el evangelio a toda la creación’. Hoy mismo lo hemos escuchado. Y los apóstoles, como enviados de Jesús, se derramaron por el mundo entero anunciando la Buena Noticia de Jesús.
Pronto surgen quienes quieren dejar por escrito las palabras y la obra de Jesús, trasmitirnos esa Buena Nueva de la salvación. Inspirados por el Espíritu quisieron recoger aquellas catequesis de los apóstoles que alimentaban la fe de los fieles y nos trasmitieron los evangelios. Hoy estamos ante el que es quizá el primer evangelista que nos trasmite por escrito el evangelio de Jesús, san Marcos. Como aparece junto a san Pedro en sus cartas, como hoy mismo hemos escuchado – ‘os saluda la comunidad de Babilonia y también Marcos, mi hijo’ – es por lo que se suele decir que su evangelio viene a recoger la predicación del apóstol Pedro.
Marcos aparece en determinados momentos en los textos sagrados. ¿Será aquel joven que seguía a Jesús después del prendimiento de Getsemaní envuelto en una sábana y que al intentar prenderlo huye soltando la sábana? En los Hechos de los Apóstoles aparece en diversos momentos Juan Marcos, que acompañaría a Bernabé y Saulo al principio del primer viaje apostólico de Pablo durante el recorrido de Chipre, pero que al llegar al continente no sigue con ellos y se vuelve a Antioquía. Más tarde acompañará a Bernabé cuando se va de nuevo a predicar a Chipre y lo vemos en Roma junto a San Pedro. Su nombre aparece también en algunas cartas de san Pablo. Finalmente la Iglesia Copta en Egipto considera que su origen está precisamente en la predicación de san Marcos.
Pero quedémonos con el mensaje con el que comenzábamos nuestra reflexión. En la oración litúrgica de esta fiesta pedíamos que sepamos ‘aprovechar de tal modo las enseñanzas de Marcos, enaltecido con el ministerio de la predicación evangélica, que sigamos siempre fielmente las huellas de Cristo’. Queremos seguir a Jesús, queremos conocer su mensaje de salvación para hacerlo vida nuestra. Acudamos, pues, al evangelio que así estamos siguiendo fielmente las huellas de Cristo. Seguir las huellas de Cristo es seguir sus mismos pasos, vivir su misma vida, amar con su mismo amor.
Pero también que de san Marcos aprendamos a tener la inquietud honda en nuestro corazón, el deseo grande de que el nombre de Jesús sea conocido para que su salvación llegue a todos los hombres. No olvidemos que en virtud de nuestra fe somos testigos, como hemos venido reflexionando repetidamente en estos días de pascua, y los testigos tenemos que hablar de lo que hemos visto y oído, tenemos que trasmitir aquello que es nuestra vida. Creer en Jesús y vivir la salvación es lo más grande que nos puede suceder. Luego no lo podemos callar, tenemos que anunciarlo, tenemos que convertirnos también en evangelistas, en trasmisores del evangelio para el mundo que nos rodea.

martes, 24 de abril de 2012


SANTO HERMANO PEDRO DE SAN JOSÉ DE BETANCUR
Laico
Fiesta
Pedro de Bethencourt, nacido de humilde familia en el pueblo de Vilaflor, Diócesis de Tenerife, Islas Canarias, tuvo un gran deseo en su vida: llevar la fe católica a las Indias Occidentales. Siendo aún muy joven, abandonó su patria y llegó a Guatemala, donde una grave enfermedad lo puso en contacto directo con los más pobres y desheredados. Recuperada inesperadamente la salud, se hizo apóstol de los cautivos y protector de los indios sometidos a trabajos inhumanos, de los emigrantes y de los niños huérfanos y abandonados a los que dedicó especial atención, construyendo escuelas para educarlos convenientemente con criterios calificados todavía hoy como modernos.
Viendo las necesidades de los enfermos pobres, expulsados de los hospitales, fundó el primer hospital para convalecientes en el mundo. Meditando asiduamente el misterio del Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo, fundó la Orden Bethlemita en honor de Jesús nacido en Belén.
Murió a la edad de cuarenta y un años el día 25 de abril de 1667.
Su Santidad Juan Pablo II decretó que fuese incluido entre los Beatos el día 22 de junio de 1980 y lo canonizó el 30 de julio de 2002 en la ciudad de Guatemala de la Asunción

Vivir el misterio de Cristo Redentor en la pobreza de Belén y de la Cruz

Celebramos en nuestra diócesis la fiesta de nuestro primer santo Canario, el Santo Hermano Pedro de Bethencourt. Aunque realmente la fecha de su muerte, en la que se suele celebrar su fiesta es el 25 de abril, al coincidir con san Marcos Evangelista, litúrgicamente se traslada y la celebramos en este día.
¿Qué podríamos destacar de nuestro santo Hermano Pedro? En la oración litúrgica se nos dice que ‘vivió el misterio de Cristo Redentor en la pobreza de Belén y de la Cruz’; por eso pedíamos con su intercesión ‘que el Espíritu de la pasión de Jesús anime nuestra vida para que podamos servirte con una auténtica caridad fraterna’.
Todos sabemos que por la devoción tan grande que sentía por el misterio de Belén, el misterio del nacimiento de Jesús, la Orden religiosa por él fundada lleva el nombre precisamente de Belén, la Orden Bethlemita. Toda una espiritualidad fundamentada en el misterio de Cristo que se manifiesta en la pobreza de Belén donde quiso nacer sin haber sitio para su nacimiento ni siquiera en una posada, teniendo que nacer en la pobreza de un establo.
Belén va a ser anuncio de la Cruz, de la pasión y muerte de Jesús. Belén y la Cruz no se entenderán nunca en su pleno sentido sino desde el misterio del amor. Es la manifestación del amor infinito de Dios. Así nos ama que nos entrega a su Hijo, que nace pobre entre los más pobres en Belén. Como habían anunciado los profetas la presencia de Jesús en la tierra era Buena Noticia para los pobres, ‘los pobres serán evangelizados, se les anunciará la Buena Noticia’.
Y la Cruz será la entrega suprema del amor. Lo hemos venido celebrando con intensidad recientemente en la semana de pasión que venía a concluir con la celebración del Misterio Pascual y la resurrección del Señor. Precisamente esta fiesta del Santo Hermano Pedro la estamos viviendo dentro de la alegría de la Pascua.
Queremos nosotros beber de la espiritualidad de nuestro Santo canario, de nuestro Santo Hermano Pedro, que es beber del misterio de Belén y de la Cruz. Cuando contemplamos la pobreza del nacimiento de Jesús en Belén y la desnudez de Cristo muerto en la cruz, tenemos que aprender a vivir nosotros en esa pobreza y desnudez del que humilde se siente pecador y siente su nada, y del que sabe vivir en el desprendimiento y vacío de nosotros mismos para poder llegar a vivir la generosidad del amor total.
‘Que el espíritu de la Pasión de Cristo anime nuestra vida para que podamos servirte con una auténtica caridad fraterna’, recordamos que pedíamos en la oración. Si, que aprendamos desde el amor de la cruz, desde el amor de Jesús a vivir nosotros también en ese amor. En ese sentido han ido las lecturas de la Palabra de Dios que nos ofrece la liturgia en esta fiesta. ‘Cuando partas tu pan con el hambriento y sacies el estómago del indigente brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía’, nos decía el profeta.
Y es lo que vivió con toda intensidad nuestro Santo. En su pobreza no supo hacer otra cosa que servir a los demás,  y de manera especial a los pobres, a los enfermos y a los abandonados de todos. Para ellos cada día salía por las calles de Antigua en Guatemala pidiendo limosna para poder atender a cuantos pobres y enfermos el recogía en su generoso amor. Seguro que escucharía en su encuentro definitivo con el Señor las palabras de Jesús que hoy se nos han proclamado en el evangelio: ‘Ven, bendito de mi Padre, a heredar el Reino preparado, porque estaba hambriento y me alimentaste, desnudo y me vestiste, forastero y me hospedaste, enfermo y me cuidaste…’
Así supo gastar su vida por los demás, moriría siendo aun joven a los cuarenta y un años de edad, porque su vida toda fue de servicio y de amor por los demás. En la Eucaristía encontraba su fuerza y era la fuente de su profundo espíritu de humildad, pobreza y generosidad. Es el ejemplo que nosotros hemos de saber tomar para que avancemos así también por esos caminos de santidad.
Que por nuestra generosidad, nuestro desprendimiento y nuestro amor, siguiendo el hermoso ejemplo del Santo Hermano Pedro, brille también nuestra luz en medio de las tinieblas.

lunes, 23 de abril de 2012


Que creáis en el que El ha enviado

Hechos, 6, 8-15; Sal. 118; Jn. 6, 22-29
‘Se embarcaron y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús… Maestro, ¿cuándo has venido aquí?’ Fue al día siguiente de la multiplicación de los panes y los peces allá en el descampado. Jesús se había retirado a la montaña cuando quisieron hacerlo y los discípulos se vinieron en barca. En algunas barcas que aparecieron por el lugar se vinieron a Cafarnaún en busca de Jesús.
¿Por qué buscan a Jesús? ¿Habrán visto en verdad los signos, las señales que Jesús les ha ido poniendo en aquellos acontecimientos para que descubrieran en verdad quien era Jesús y por qué buscarle? Es el primer planteamiento que les hace Jesús como respuesta a su pregunta.
Los milagros que Jesús va realizando son signos del Reino de Dios, son signos de esa cercanía y de esa presencia de Dios en medio de ellos en Jesús que es verdaderamente Emmanuel, Dios con nosotros. No todos saben leer esos signos, igual que a nosotros nos cuesta también descubrir y reconocer las señales que Dios va poniendo a nuestro lado, llamadas a una fe autentica y a una vida con unos valores distintos.
No es el milagro fácil que les soluciona las cosas lo que tienen que ver, sino cómo se convierten en un signo de todo lo que Jesús quiere ofrecernos y darnos. Fue una solución para el problema que se presentaba al estar en descampado lejos de donde pudieran encontrar alimento el dar de comer con el pan milagrosamente multiplicado a toda aquella multitud. Ya cuando reflexionábamos sobre ello descubríamos muchas señales y muchas lecciones que tenemos que aprender.
Ahora Jesús les dice: ‘Os lo aseguro, me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros’. Así acudimos nosotros muchas veces a Jesús en nuestra oración y en nuestras peticiones. ¿Que nos resuelva el problema? ¿Que nos haga sentir su presencia, su fuerza y su gracia que ilumine nuestro corazón y fortalezca nuestra voluntad para encontrar el remedio, la solución, la respuesta a aquello que deseamos o necesitamos?
El Señor realiza maravillas y claro que milagrosamente puede curarnos de una enfermedad o librarnos de un mal. Lo pedimos y lo tenemos que pedir, tenemos que decir, como aquellos que en el evangelio acudían con sus males, con sus enfermedades, con su invalidez o discapacidad y el Señor lo remediaba. Pero en todo ellos quiere el Señor suscitar la fe en nosotros; quiere que descubramos la fortalezca que nos en nuestro espíritu para afrontar esas dificultades o encontrar solución a esos problemas.
Quiere el Señor fortalecer nuestro espíritu para llenarnos de esperanza, para que seamos constantes en nuestra lucha por superarnos, por ir transformando nuestro corazón para que estemos más cerca de El y para que aprendamos a tener unas nuevas actitudes hacia los que nos rodean. Muchas veces es más grande el milagro de que seamos capaces de ser pacientes y humildes, que seamos capaces de perdonar a quien nos haya ofendido o tengamos buen carácter con los que están a nuestro lado, que la misma curación de una enfermedad o discapacidad que poseamos. Algunas veces no somos capaces de ver esas maravillas que hace el Señor en nosotros cambiando nuestro corazón, pero ahí tenemos que saber ver la gracia del Señor. Es necesario abrir los ojos a la fe.
‘Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura, el que os dará el Hijo del Hombre; pues a éste lo ha sellado Dios’, les dice Jesús. Y la gente la pregunta a Jesús: ‘¿Cómo podremos ocuparnos en los trabajos que Dios quiere?... Este es el trabajo que Dios quiere; que creáis en el que El ha enviado’. Que creamos en Jesús, el enviado de Dios. Y creer en Jesús entraña el que seamos capaces de reconocerle y de seguir el camino que El nos traza en el evangelio, que son caminos de fe, de amor, de comprensión, de comunión con los hermanos. ¡Cuánto tenemos que hacer en este sentido para expresar la fe que tenemos en Jesús!

domingo, 22 de abril de 2012


Está en medio de nosotros y nos sentimos enviados a llevar el anuncio del evangelio

Hechos, 3, 13-15.17-19;
 Sal. 4
; 1Jn. 2, 1-5;
 Lc. 24, 35-48
‘Contaban los discípulos lo que les había pasado por el camino y como lo habían reconocido al partir el pan cuando se presenta Jesús en medio de ellos y les dice: Paz a vosotros’.
Se presenta Jesús en medio de ellos. Estaban desconcertados porque aun no acaban de asimilar todo lo sucedido en esos días. Aquel primer día de la semana había sido muy intenso. Que el sepulcro estaba vacío; que las mujeres contaban visiones de ángeles que les decían que estaba vivo; que Simón contaba que se le había aparecido Jesús; ahora vienen estos que han marchado a Emaús narrando todo lo sucedido; y de repente, allí está Jesús en medio. Son muchas las emociones; ‘llenos de miedo por la sorpresa, creen ver un fantasma’.
Pero allí está Jesús en medio. ‘¿Por qué os alarmáis? ¿Por qué surgen dudas en vuestro interior? Mirad mis manos y mis pies, palpadme… y dicho esto les mostró las manos y los pies…’ Allí está Jesús resucitado. Viene a despertar la fe y la esperanza. Que se disipen los nubarrones, que desaparezcan las dudas, no hay lugar para las tinieblas.
Allí está El para hacerles comprender. Les explica las escrituras. Ya lo había hecho con los discípulos del camino de Emaús. Les abrió la inteligencia para que comprendieran. Necesitaban la firmeza de un sí, una afirmación clara, una proclamación sin ningún tipo de dudas. Como tendrán que hacerlo de ahora en adelante. Como lo vemos haciendo ya a Pedro en la primera lectura. Allí está Jesús en medio.
‘Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto’. Allí está Jesús en medio y han de ser testigos de ello. En todas partes. A todos los pueblos. Será el anuncio de salvación que han de hacer. Todo lo que ha sucedido ha sido conforme al plan de Dios. Los hombres en su maldad han actuado llevando a Jesús hasta la cruz, pero detrás de todo eso estaba el plan de Dios. Era el amor de Dios que llegaba a nosotros y nos traía la salvación.
Les costó mucho comprender. Estaban asustados y tenían miedo. No acababan de creer. Estaban atónitos. Sus mentes estaban cerradas. Aunque le ven comer; le han ofrecido pan y un trozo de pez asado. Aunque pueden palparlo. Aunque Jesús se los explica todo. Un día Jesús les enviará el Espíritu Santo y podrán salir a hacer el anuncio, como ya escuchamos a Pedro en la primera lectura.
Allí está Jesús en medio; aquí está Jesús en medio. Hemos de confesarlo. Aquí estamos reunidos en su nombre y aquí está Jesús en medio de nosotros. Nos lo había dicho: cuando estuviéramos reunidos en su nombre, El estaría en medio de nosotros. También a nosotros nos trae la paz; sobre nosotros derrama su gracia; a nosotros también nos explica las Escrituras; nos regala y nos infunde su Espíritu para que le conozcamos, le confesemos, le podamos vivir con toda intensidad dentro de nosotros mismos.
Aquí está con nosotros y camina a nuestro lado, como con aquellos discípulos que marchaban a Emaús; está en medio de nosotros y para nosotros también parte el pan para que le comamos y vivamos; está en medio de nosotros y viene a avivar nuestra fe muchas veces mortecina; está en medio de nosotros y nos sentimos llenos de esperanza de que es posible una vida nueva, un mundo mejor, un mundo donde todos  nos queramos y nos respetemos, y vivamos en armonía y paz, y nos ayudemos mutuamente a caminar y a hacer las cosas bien.
Está en medio de nosotros y nos hemos llenado de alegría y hemos querido contagiarla en esta pascua queriendo hacer felices a los demás haciéndoles el anuncio de que ha resucitado y nos ha traído la salvación; está en medio de nosotros y nos sentimos más iglesia, más comunidad de hermanos que nos queremos y deseamos de verdad vivir unidos y que nunca más haya divergencias ni enfrentamientos entre nosotros, y que queremos hacer felices los unos a los otros.
Sí, Jesús está en medio de nosotros abriendo el entendimiento, aumentando la comunión, renovando la alegría y el perdón, animando la oración. Se hace presente en nuestras celebraciones litúrgicas, cuando escuchamos su Palabra – esa Palabra que nos enardece el corazón – y cuando partimos el pan de la Eucaristía, porque es a El a quien comemos, de quien nos alimentamos, quien nos regala su vida y su gracia.
Se hace presente en medio de nosotros e ilumina nuestra vida y transforma nuestro corazón, nos llena de la fortaleza y la alegría del Espíritu y nos da valentía para ir a anunciarlo a los demás. Los discípulos tras el encuentro con Cristo resucitado se sintieron profundamente transformados, se disiparon sus dudas, se acabaron los miedos y cobardías y las puertas se abrieron para llenos de alegría  salir inmediatamente a llevar la Buena Noticia a los demás.
Es lo que tiene que ser ya nuestra vida. Es a lo que nos sentimos enviados. La luz ya no podemos esconderla. La Buena Noticia hay que comunicarla. Nadie podrá ya prohibirnos que hablemos de Jesús y en su nombre queramos transformar nuestro mundo. Es nuestra tarea y nuestro compromiso. Para eso nos envía su Espíritu. Por eso nos enviará a que vayamos hasta los confines del mundo, comenzando por la Jerusalén de los que están a nuestro lado, anunciando en su nombre la conversión y el perdón de los pecados. Somos ya nosotros también unos testigos, porque Cristo está vivo y presente en medio de nosotros y por la fe ya no tenemos ninguna duda; unos testigos que hemos de hacer el anuncio del nombre de Jesús.
Cuando termina nuestra celebración el sacerdote nos dice: ‘podéis ir en paz’. ¿Qué significa eso? Vamos en paz porque vamos llenos de Dios, llenos de Cristo y de su gracia, porque hemos vivido y celebrado su presencia en medio de nosotros. Pero significa también cómo hemos de llevar esa paz de Cristo a los demás.
Se nos envía a llenar la tierra de luz, a sembrar alegría y esperanza, a proclamar la amnistía y el perdón – el año de gracia del Señor -, a trabajar por la paz, a consolar a los que sufren; se nos envía a llevar la buena noticia del evangelio que nos llena de alegría a los pobres y a los que están tristes; se nos envía a ser testigos de resurrección manifestando con nuestras vida que estamos resucitados, que Cristo nos ha resucitado a nosotros también; se nos envía a asegurar a todos los hombres que Dios nos ama y que la vida verdadera consiste en amar.
Y todo eso lo podemos hacer, porque Cristo está en medio de nosotros.