Tú tienes palabras de vida eterna… nosotros creemos en tu Palabra, Señor
Hechos, 9, 31-42; Sal. 115; Jn. 6, 61-70
‘¿También vosotros
queréis marcharos?’
les pregunta Jesús a los apóstoles. Muchos no acababan de entender las palabras
de Jesús que les había estado hablando del Pan de Vida, que era su carne, que
había que comer para tener vida. Les resultaban duras esas palabras. ‘Este modo de hablar es duro, ¿quién puede
hacerle caso?... y desde entonces muchos discípulos suyos se echaron atrás y no
volvieron a ir con él’.
De ahí la pregunta de Jesús al grupo de los Doce. ‘Entonces Pedro le contestó: Señor, ¿a quien
vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos
que tú eres el Santo consagrado por Dios’. Muchas veces hemos nosotros
también repetido esas mismas palabras de Pedro. ‘Tú tienes palabras de vida eterna’ y queremos también alimentarnos
de su Palabra; y queremos comerle porque queremos tener vida eterna. Por eso
estamos aquí en la Eucaristía.
Creo que ahora no es necesario mucho más sino que
proclamemos con toda firmeza nuestra fe en Jesús. Le reconocemos como el Señor
y nuestro único Salvador. A El acudimos porque con El sabemos que vamos a
alcanzar la mayor plenitud y felicidad. Queremos escucharle, aunque también a
veces nos cueste comprender totalmente todo lo que nos dice, nos enseña o nos
pide, pero sabemos que sus palabras son palabras de vida eterna.
Queremos escucharle porque queremos alimentarnos de su
vida, conociéndole más para amarle más y mejor. Es que escuchándole conoceremos
cada vez mejor todo el amor que Dios nos tiene y nos sentiremos impulsados a
vivir en su mismo amor. Queremos escucharle porque queremos seguir sus caminos
y podremos entonces comenzar a vivir en el Reino de Dios que nos anuncia y para
nosotros ha instaurado. En su Palabra encontramos su sentido y aprendemos cómo
tenemos que vivirlo; en su palabra descubrimos todos esos valores que nosotros
hemos de esforzarnos por plantarlos en nuestra vida.
Queremos escucharle porque sabemos que es El quien
puede revelarnos a Dios, el único que puede llevarnos a ese conocimiento de
Dios que solo en El podemos encontrar. Es que contemplando a Jesús conoceremos
a Dios, viviendo a Jesús y en su amor nos sentiremos llenos de Dios, porque
cuando guardamos sus mandamientos, como nos enseña, sentiremos como Dios viene
a habitar en nuestro corazón.
Queremos escucharle… pero en verdad tenemos que
aprender a escucharle. Cada día en nuestra celebración se nos proclama la
Palabra, y tenemos que confesar y sentir que la Palabra viva de Dios que llega
a nosotros. Por eso con cuánto respeto tenemos que escucharla. Nada tendría que
impedir que llegue hondamente a nuestro corazón. Y cuando digo que nada debe
impedir que llegue a nosotros, hemos de comenzar por nosotros mismos
esforzándonos por atender, por escuchar con santo respeto y veneración, como
también hemos de evitar por nuestra parte lo que pueda distraer a los demás de
esa escucha atenta.
No podemos estar escuchando a Dios y haciendo otras
cosas a la vez. Nos merece todo respeto, es el Señor, es Dios que nos está
hablando. Si viniera algún personaje importante a hablarnos seguro que por
respeto haríamos todo lo posible por prestar atención nosotros y los que están
a nuestro lado. Algunas veces en nuestras iglesias pareciera que la Palabra de
Dios que se nos proclama no mereciera ese respeto, porque mientras se está
proclamando se están haciendo o atendiendo a otras cosas. Os confieso que me
produce un dolor y un desasosiego grande cuando suceden cosas así en la proclamación
de la Palabra de Dios.
Que resplandezcamos por el respeto y por el amor y
devoción con que cada día escuchemos la Palabra del Señor. Son Palabras de vida
eterna, como confesaba Pedro y queremos confesar con nuestras actitudes y
nuestra manera de hacer nosotros también.