Contemplamos
hoy a san José, el hombre justo, el hombre del silencio, el creyente con un
sólido cimiento en su vida, que supo descubrir las señales de Dios
2Samuel 7, 4-5a. 12-14a. 16; Sal 88; Romanos
4, 13. 16-18. 22; Mateo 1, 16. 18-21. 24a
Hay silencios
que hablan. Muchas veces nos quedamos en silencio en la vida, ¿no sabemos qué
decir? Es cierto que hay cosas que nos desbordan, nos causan admiración y hasta
sosiego, nos quedamos sin saber qué decir. Pero esos silencios también pueden
hablar; porque nos están hablando en nuestro interior produciéndose
interrogantes y el diálogo quizás es con uno mismo en aquello que nos sucede.
Es cierto también que hay silencios que nos los imponen, porque no nos dejan
hablar, porque no quieren que se escuche lo que queremos decir, porque nos
llenan de miedo el alma y sufrimos en silencio.
Pero hay
silencios que buscamos, porque quizás lo necesitamos, o porque nuestro silencio
ya de por sí sea un grito, se convierta en testimonio, nos hable de prudencia,
o nos ayude a mantener la rectitud en nuestro corazón ante aquello que no
entendemos y de alguna manera nos abrimos al misterio. Son silencios de reflexión,
de buscar como ahondar y profundizar en nosotros mismos y en lo que nos sucede,
son silencios que en el creyente se convierten en oracion, porque se hacen
ofrenda, porque son interrogantes ante Dios, porque nos preparan para la
escucha interior descubriendo también lo que Dios nos quiera revelar.
Estamos hoy
ante un hombre de silencio. No conocemos ninguna de sus palabras en el
evangelio. Pero sí vemos su actuar en silencio. El silencio de José nos habla,
se convierte en un grito de Dios para nosotros. Es el silencio de quien se pone
en las manos de Dios. Es el silencio que le produjera muchos interrogantes en
su interior, y mucho sería lo que desde su corazón en silencio él le va a
hablar a Dios. Es el silencio de quien supo descubrir su lugar, que
aparentemente parecía que quedaba en un segundo término, pero que fue tan
importante en la historia de la salvación de Dios para nosotros.
Será ese
primer silencio ante el misterio que se estaba realizando en María y donde él
querrá actuar en silencio para no herir, para no molestar, para no hacer daño,
pero donde se le va a revelar no el misterio de María sino el misterio de Dios
que allí se estaba haciendo presente. Y él comprendió su lugar y simplemente se
dejó conducir. Vendrá el camino de Belén incomprensible e inesperado por el
capricho de un gobernante, pero será el dolor de las puertas cerradas de Belén
para terminar en un establo.
Ante todo lo
que seguirá sucediendo, el nacimiento del niño, la aparición de los pastores,
la llegada más tarde de los magos de Oriente, siempre lo veremos en un aparente
segundo plano y siempre lo veremos en silencio; así lo contemplaremos en su función
de padre a la hora de la presentación del niño en el templo, pero en silencio
en un segundo plano porque los protagonistas serán otros en ese momento;
surgirá también de manera inesperada la huida a Egipto con aquellos años que podríamos
llamar de destierro y lo veremos siempre escuchando los designios de Dios y
cumpliendo la función que como padre tendrá que realizar en esos momentos.
¿Silencios
dolorosos? Dentro de toda la felicidad de participar en el misterio de Dios
cuando con fe aceptamos lo que es la voluntad de Dios, humanamente como hombre
tuvieron que ser momentos y silencios difíciles solo posibles de superar de
quien podía vivir algo profundo en su interior, donde encontrara toda la fuerza
cuando es Dios mismo el que se le va revelando aunque sea a través de sueños y
de voces de Ángeles que se escuchan en su interior.
Es la
profundidad del silencio de José. El hombre justo, como lo define el evangelio;
el hombre de una fe profunda, porque sin esa fe no podría haber salido adelante
en los momentos duros que se le fueron presentando en la vida. Es el silencio
que resplandece en José, señal de esa espiritualidad profunda para discernir y
para aceptar lo que son los planes de Dios.
Mucho tenemos
que aprender del silencio de José; un aprendizaje que nos llevará de la mano a
ese ir dándole hondura a nuestra vida, a poner cimientos sólidos que puedan
sostener todo ese engranaje de la vida que algunas veces también se nos hace
difícil. Sin sólidos cimientos el edificio se nos viene abajo ante el primer
embate de la tormenta; es lo que nos está pasando tantas veces que nos parece
que no tenemos nada debajo de nuestros pies en lo que mantenernos firmes en los
embates de la vida.
¿Cómo
podremos escuchar a Dios si solo nos entretenemos con los ruidos de la vida?
Aprendamos de José para que seamos también nosotros esa persona justa, esa
persona llena de Dios, esa persona que podrá navegar en medio de las tormentas
de la vida sabiendo que su barca va a llegar a puerto porque está bien guiada
por el único que es el buen piloto de nuestra vida. Dejemos actuar al espíritu
de Dios en nosotros.