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sábado, 19 de marzo de 2022

Contemplamos hoy a san José, el hombre justo, el hombre del silencio, el creyente con un sólido cimiento en su vida, que supo descubrir las señales de Dios

 


Contemplamos hoy a san José, el hombre justo, el hombre del silencio, el creyente con un sólido cimiento en su vida, que supo descubrir las señales de Dios

2Samuel 7, 4-5a. 12-14a. 16; Sal 88; Romanos 4, 13. 16-18. 22; Mateo 1, 16. 18-21. 24a

Hay silencios que hablan. Muchas veces nos quedamos en silencio en la vida, ¿no sabemos qué decir? Es cierto que hay cosas que nos desbordan, nos causan admiración y hasta sosiego, nos quedamos sin saber qué decir. Pero esos silencios también pueden hablar; porque nos están hablando en nuestro interior produciéndose interrogantes y el diálogo quizás es con uno mismo en aquello que nos sucede. Es cierto también que hay silencios que nos los imponen, porque no nos dejan hablar, porque no quieren que se escuche lo que queremos decir, porque nos llenan de miedo el alma y sufrimos en silencio.

Pero hay silencios que buscamos, porque quizás lo necesitamos, o porque nuestro silencio ya de por sí sea un grito, se convierta en testimonio, nos hable de prudencia, o nos ayude a mantener la rectitud en nuestro corazón ante aquello que no entendemos y de alguna manera nos abrimos al misterio. Son silencios de reflexión, de buscar como ahondar y profundizar en nosotros mismos y en lo que nos sucede, son silencios que en el creyente se convierten en oracion, porque se hacen ofrenda, porque son interrogantes ante Dios, porque nos preparan para la escucha interior descubriendo también lo que Dios nos quiera revelar.

Estamos hoy ante un hombre de silencio. No conocemos ninguna de sus palabras en el evangelio. Pero sí vemos su actuar en silencio. El silencio de José nos habla, se convierte en un grito de Dios para nosotros. Es el silencio de quien se pone en las manos de Dios. Es el silencio que le produjera muchos interrogantes en su interior, y mucho sería lo que desde su corazón en silencio él le va a hablar a Dios. Es el silencio de quien supo descubrir su lugar, que aparentemente parecía que quedaba en un segundo término, pero que fue tan importante en la historia de la salvación de Dios para nosotros.

Será ese primer silencio ante el misterio que se estaba realizando en María y donde él querrá actuar en silencio para no herir, para no molestar, para no hacer daño, pero donde se le va a revelar no el misterio de María sino el misterio de Dios que allí se estaba haciendo presente. Y él comprendió su lugar y simplemente se dejó conducir. Vendrá el camino de Belén incomprensible e inesperado por el capricho de un gobernante, pero será el dolor de las puertas cerradas de Belén para terminar en un establo.

Ante todo lo que seguirá sucediendo, el nacimiento del niño, la aparición de los pastores, la llegada más tarde de los magos de Oriente, siempre lo veremos en un aparente segundo plano y siempre lo veremos en silencio; así lo contemplaremos en su función de padre a la hora de la presentación del niño en el templo, pero en silencio en un segundo plano porque los protagonistas serán otros en ese momento; surgirá también de manera inesperada la huida a Egipto con aquellos años que podríamos llamar de destierro y lo veremos siempre escuchando los designios de Dios y cumpliendo la función que como padre tendrá que realizar en esos momentos.

¿Silencios dolorosos? Dentro de toda la felicidad de participar en el misterio de Dios cuando con fe aceptamos lo que es la voluntad de Dios, humanamente como hombre tuvieron que ser momentos y silencios difíciles solo posibles de superar de quien podía vivir algo profundo en su interior, donde encontrara toda la fuerza cuando es Dios mismo el que se le va revelando aunque sea a través de sueños y de voces de Ángeles que se escuchan en su interior.

Es la profundidad del silencio de José. El hombre justo, como lo define el evangelio; el hombre de una fe profunda, porque sin esa fe no podría haber salido adelante en los momentos duros que se le fueron presentando en la vida. Es el silencio que resplandece en José, señal de esa espiritualidad profunda para discernir y para aceptar lo que son los planes de Dios.

Mucho tenemos que aprender del silencio de José; un aprendizaje que nos llevará de la mano a ese ir dándole hondura a nuestra vida, a poner cimientos sólidos que puedan sostener todo ese engranaje de la vida que algunas veces también se nos hace difícil. Sin sólidos cimientos el edificio se nos viene abajo ante el primer embate de la tormenta; es lo que nos está pasando tantas veces que nos parece que no tenemos nada debajo de nuestros pies en lo que mantenernos firmes en los embates de la vida.

¿Cómo podremos escuchar a Dios si solo nos entretenemos con los ruidos de la vida? Aprendamos de José para que seamos también nosotros esa persona justa, esa persona llena de Dios, esa persona que podrá navegar en medio de las tormentas de la vida sabiendo que su barca va a llegar a puerto porque está bien guiada por el único que es el buen piloto de nuestra vida. Dejemos actuar al espíritu de Dios en nosotros.

viernes, 18 de marzo de 2022

Como perfume, como luz o como sal hemos de expandirnos por el mundo con los dones que Dios ha puesto en nuestras manos y de los que somos administradores

 


Como perfume, como luz o como sal hemos de expandirnos por el mundo con los dones que Dios ha puesto en nuestras manos y de los que somos administradores

Génesis 37, 3-4. 12-13a. 17b-28; Sal 104; Mateo 21, 33-43, 45-46

Malo es sentirse dueño de algo de lo que solo soy un administrador. Quien administra algo que se le ha confiado ha de saber actuar con responsabilidad en su función, pero siempre conciente de cual es su papel, del que un día le han de pedir cuentas, pues solo es un servicio que presta – es cierto con su remuneración y sus beneficios – en ese encargo que le han confiado. Mal podríamos pensar de un administrador que se cree dueño para hacer y para deshacer, para buscar solo sus propios beneficios y no ser consciente de la función que allí desempeña. No podemos apoderarnos cual presas de rapiña de aquello que no es nuestro, aunque en nuestras manos esté, pero de lo que solo somos unos administradores que hemos de conseguir los mejores beneficios para quien en verdad es el propietario.

Con este sentido nos propone Jesús algunas parábolas, como la de aquel administrador injusto, aunque fuera muy sagaz en sus manejos. Hoy nos propone Jesús esta parábola de la viña y los viñadores que no rinden cuentas, sino lo que es peor tratarán de apoderarse de aquella viña.

Es cierto que en una primera lectura de la parábola y dada la situación en la que Jesús la propuso está haciendo como un repaso a la historia de Israel. Son el pueblo de Dios, la viña preferida del Señor, como ya aparece incluso en los profetas del Antiguo Testamento. Ahí está toda la historia del amor de Dios por su pueblo, al que había elegido en Abrahán y al que un día liberará de la esclavitud de Egipto conduciéndolo en medio de obras portentosas a través del desierto hasta la tierra que les había prometido.

Aquello que Moisés en el Deuteronomio les había advertido pronto lo olvidaron. Cuando lleguen a aquella tierra que Dios les va a dar y comiencen a comer del fruto de aquella tierra, que no olviden al Señor su Dios que un día los había liberado de Egipto, les había hecho cruzar el mar Roja y los había llevado a la tierra prometida. No te olvides del Señor, tu Dios, les había advertido Moisés. Pero bien sabemos la historia de altos y bajos que fueron recorriendo, olvidándose de la Alianza que habían hecho en el Sinaí y no dando los frutos que Dios esperaba de ellos.

Nos lo refleja la parábola, como el final o el momento culminante de aquella historia cuando Dios les envía a su propio Hijo. ¿Qué estaban haciendo ahora con Jesús? ¿Merecían ellos aquellos dones de Dios dada la respuesta que estaban dando? ¿Habían sido buenos administradores de los dones de Dios?

Pero hoy que nosotros estamos escuchando esta Palabra de Dios no nos quedamos en recordar historias antiguas, o la referencia a la respuesta o no que otros hayan dado, sino que tenemos que ver nuestra propia historia, nuestra propia vida. ¿Cómo respondemos a los dones de Dios?

Pensamos en el don de la vida que Dios nos ha regalado, ¿somos capaces cada día de dar gracias a Dios por ese don tan maravilloso que es nuestra propia vida? Somos administradores de ese don de Dios en nosotros. Hay quien puede pensar que puede hacer de su vida lo que quiere porque es su propia vida, pero un creyente no puede pensar de esa manera. esa riqueza que hay en nosotros, en nuestra vida con sus dones y cualidades, no es solo para nosotros mismos sino que vivimos en un mundo en el que tenemos que ser buena semilla que alegre con las flores de sus valores al mundo que le rodea pero que también dé sus frutos.

Pensamos en la vida, pero pensamos en la riqueza de nuestra fe, semilla que Dios ha plantado en nuestro corazón. Con ella hemos de saber perfumar nuestro mundo porque con ella descubrimos un nuevo sentido, un nuevo valor a cuanto hacemos y cuanto vivimos. No nos la podemos guardar para nosotros mismos; es algo de lo que hemos de saber contagiar a los que nos rodean, con ella hemos de saber ser luz para los demás, con ella tenemos que ser sal para nuestra tierra.

Como el perfume que se expande embriagando a cuantos lo reciben, como la luz que con sus resplandores ilumina cuanto hay en su entorno, como la sal que da buen sabor a aquello que es nuestro alimento despertando el apetito de lo mejor, así tenemos que ser en medio de nuestro mundo. No nos podemos guardar los frutos de esa viña para nosotros solos porque se nos han confiado para que beneficiemos a los demás haciendo un mundo nuevo. ¿Sabremos ser buenos administradores de esos dones que Dios nos ha confiado?

jueves, 17 de marzo de 2022

No perdamos la sensibilidad para descubrir al Lázaro que está a nuestra puerta y en quien nunca nos hemos fijado en la expresión de su rostro

 


No perdamos la sensibilidad para descubrir al Lázaro que está a nuestra puerta y en quien nunca nos hemos fijado en la expresión de su rostro

Jeremías 17, 5-10; Sal 1; Lucas 16, 19-31

‘Más jugo da un esparto’. Me ha venido a la memoria esa frase que escuché de niño que tenía una como aplicación especial al sentido y al estilo de vivir de algunas personas. El esparto es una fibra obtenida de ciertas plantas, y que se caracteriza por su aspecto muy áspero. Y cuando esa frase hacía referencia a una persona estaba señalándonos a alguien muy desagradable por la insensibilidad con que vivía su vida y su relación con los demás, de quien no esperábamos una palabra amable, un gesto amistoso, o un detalle de ternura, pues era incapaz de ello. La relación con esas personas resulta costosa y nada amigable. Y aunque hoy en la vida vamos aprendiendo a limar asperezas sin embargo seguimos encontrándonos personas sin sensibilidad y que nunca mostrarán una señal de cercanía ni de empatía ni de simpatía con los que están a su lado. Van por la vida produciendo chispas en cualquier encuentro o enfrentamiento que tengan con los demás.

He traído aquí está referencia por el cuadro que nos presenta hoy Jesús en la parábola del evangelio. Aquel hombre que sólo vivía para sí, con tanta insensibilidad que no era capaz de darse cuenta del Lázaro que tenía a la puerta de su mansión. Solo pensaba en sí mismo, en sus placeres y lo que él para sí mismo llamaba felicidad, pero sin la más mínima sensibilidad en su corazón.

La parábola se prolonga con más mensajes tras la muerte de ambos y lo que les trascendía en el más allá. Quien en vida no supo nunca lo que era la compasión con los demás, por vivir solo encerrado en si mismo, suplica ahora compasión y que incluso aquel con quien no había tenido misericordia en su vida se convierta ahora en mediación que viniera compasivamente a calmar sus tormentos. Aunque tarde, ahora pensará en sus hermanos que quedan en la tierra a los que quiere mandar aviso a través de Lázaro para que no lleguen a ganarse aquel lugar de tormento.

Pero creo que la parábola en un primer momento nos tiene que hacer pensar en ese Lázaro que puede estar cerca de nuestra vida pero al que nunca le hemos prestado atención. Tiene que ser esa piedra de toque, esa llamada de atención para nuestra vida. No somos aquel rico epulón pero algunas veces en la vida podemos ir con actitudes o posturas semejantes. Nos hemos creado nuestro rincón allí donde hacemos la vida y vivimos, por así decirlo, muy felices; no tendremos quizás grandes cosas, pero sí hemos ido encadenando nuestra vida a tantas rutinas de las que no sabemos desprendernos, de las que no levantamos los ojos para tener otra mirada, para ser capaz de ver otras cosas, otras personas en tantas ocasiones que tenemos cerca y no llegamos a saber los sufrimientos que puedan tener en su corazón.

Levantemos la mirada, salgamos de ese círculo en que hemos convertido nuestra vida, seamos capaces de mirar más allá de la punta de nuestra nariz, como se suele decir, para descubrir de verdad a los que nos van saliendo al paso en el camino de la vida; quizás aparentemente todo lo vemos en la normalidad, porque en nuestras prisas y nuestras carreras no nos hemos detenido a mirar y a preguntarnos por esas arrugas de su rostro, por ese vacío de sus miradas que nos quieren hablar pero no sabemos interpretar;  nos contentamos con decir que cada persona es un mundo y cada uno encierra su misterio, pero ese mundo y ese misterio podemos descubrirlo en una mirada, podemos descubrirlo en la tristeza de su semblante, o en ese rostro hierático que quizás está intentando ocultar los dolores que se llevan en el alma. Pero nosotros pasamos despreocupados a su lado y no somos capaces de tener una mirada de comprensión.

Ya decía, muchas más cosas puede enseñarnos la parábola, pero hoy te invito a que descubras ese Lázaro que puede estar a tu puerta. No seamos como aquellos de los que se dice que más jugo da un esparto.

miércoles, 16 de marzo de 2022

Quedaba mucho camino que recorrer, muchos pasos que dar, muchos ojos y oídos del corazón que abrir para escuchar a Jesús, para ver y llegar a entender el camino de Jesús

 


Quedaba mucho camino que recorrer, muchos pasos que dar, muchos ojos y oídos del corazón que abrir para escuchar a Jesús, para ver y llegar a entender el camino de Jesús

Jeremías 18, 18-20; Sal 30; Mateo 20, 17-28

Algunas veces queremos hacer ver que no oímos y tratamos de pasar de aquello que nos están diciendo. No nos interesa, no nos agrada, nos resulta incómodo, puede ser exigente, nos llevará a comprometernos con algo… y es como si no lo  hubiésemos oído, desviamos la conversación por otro lado, no queremos pensar en aquello que pudiera crear una inquietud en nuestra conciencia, dejamos eso para resolverlo en otro momento, tenemos muchos recursos para escaquearnos de aquello que nos pudiera resultar duro en la vida.

¿Les estaría pasando algo así a los discípulos, sobre todo después de aquellos anuncios que Jesús estaba haciendo de lo que iba a suceder en Jerusalén donde ahora estaban subiendo? Bueno, en alguna ocasión alguno de los discípulos, en este caso Pedro, trata de disuadir a Jesús de que lo que estaba anunciando no podía pasar y tratando de quitárselo de la cabeza.

Ahora parece como si no hubieran oído a Jesús. Llevaban sus cosas en la cabeza, sobre todo los hijos del Zebedeo, que se valen de madre un poco para cambiar de conversación, o mejor, para llevar la conversación con Jesús por otros derroteros que podían ser sus intereses. No en vano eran parientes de Jesús, y en esos momentos que se avecinaban según el sentido que ellos tenían de lo que había de ser el Mesías, era bueno estar cerca de Jesús, o mejor lograr que Jesús, porque eran sus parientes, los colocara en lugares importantes. Muchas veces habían discutido entre ellos quien sería el más importante cuando llegara la hora del Reino, pero no era cuestión de estar discutiendo entre ellos, sino ir directamente a Jesús. ¿Qué mejor que la madre sirviera de embajadora, de intercesora?

Cómo se parece esa situación a tantas que podemos ver en nuestro entorno social; influencias, recomendaciones, manipulaciones de cosas y de personas, cercanías interesadas a ver qué es lo que puede caer, utilización de los medios que sea con tal de ganarse a quien pudiera conseguirnos algo importante en la empresa, en la sociedad, en los lugares de trabajo. Con más o menos parecido siempre las cosas se repiten, las ambiciones que llevamos en el corazón nos empujarán a actuar de manera semejante con tal de conseguir lo que anhelamos.

Jesús había hablado claro de todo lo que iba a suceder en Jerusalén; les estaba anunciando el momento de la entrega y del sacrificio, el Hijo del Hombre sería entregado en manos de los gentiles… pero no lo entendían, ni querían entenderlo, porque las cosas iban a suceder de otra manera, y allí estaban con sus ambiciones. Pero Jesús no cambia la meta ni olvida el camino. Parece que estos discípulos están dispuestos a grandes cosas – o al menos esas son las ambiciones que llevan en el corazón – y Jesús les preguntará si están dispuestos a beber el cáliz que El ha de beber. No sabemos bien si ellos estaban entendiendo lo que Jesús les preguntaba, pero con tal de conseguir sus ambiciones, estaban dispuestos a todo. El cáliz lo beberían, pero los primeros puestos no eran para ellos, los primeros puestos estaban reservados para lo que fueran capaces de ser los últimos, de ser los servidores de todos.

Claro que los demás están viendo las jugadas de los Zebedeos y por allá andan por detrás con sus quejas y sus inquietudes, que en el fondo reflejaban también lo que eran sus ambiciones. Les quedaba mucho camino que recorrer, muchos pasos que dar, muchos abrir los ojos y los oídos del corazón para escuchar a Jesús, para ver y llegar a entender el camino de Jesús. Tendrían que pasar la pascua, aunque los miedos se les metieran en el alma, solamente después de contemplar a Jesús resucitado, cuando reciban el Espíritu de Jesús llegarán a entenderlo. 

¿Nos seguirá pasando a nosotros lo mismo? ¿Seguiremos también con nuestras mentes cerradas? ¿Seguiremos haciéndonos una imagen de la Pascua de Jesús que muchas veces no coincide con lo que es de verdad la Pascua? ¿También a nosotros nos sucederá que no queremos escuchar, que le damos la vuelta a las cosas para seguir con lo nuestro, pero no damos el necesario paso para vivir una autentica pascua? Que este camino cuaresmal que estamos haciendo nos ayude, nos abra los ojos del corazón, escuchemos de verdad Jesús en su anuncio de pascua.

No tengamos miedo de subir con Jesús a Jerusalén para la Pascua.

martes, 15 de marzo de 2022

Nada de apariencias vanidosas en que nos llenen de adornos que crean diferencias, ni de títulos que nos suban a pedestales, ni padres ni maestros porque hacemos el mismo camino


 

Nada de apariencias vanidosas en que nos llenen de adornos que crean diferencias, ni de títulos que nos suban a pedestales, ni padres ni maestros porque hacemos el mismo camino

Isaías 1, 10. 16-20; Sal 49; Mateo 23, 1-12

Hemos de estar preparados para afrontar los retos que nos presenta la vida, es cierto; podíamos decir que la vida cada día es más compleja, surgen problemas nuevos, hay mayor diversidad de pareceres y opiniones y bien sabemos que no es cuestión de hacer las cosas así como por rutina, porque siempre se ha hecho así, sino que tenemos que afrontar nuevos retos y nuevos estilos, problemas que se nos van presentando en esa complejidad de la población en la que vivimos, avance que se va realizando técnicamente y también en el orden del pensamiento. Como decíamos, nos exige preparación, profundización en nuestro pensamiento, revisión de muchas cosas, tener fundamentos sólidos en aquello que vamos presentando.

Cuando hablamos de preparación podemos hablar de estudios, podemos hablar de profundización de nuestro propio pensamiento, podemos hablar de nuevas categorías académicas que van surgiendo, pero también nos podemos ir encontrando como diversos y distintos escalones en los que la misma población se va situando. Y es ahí donde aparecen títulos y reconocimientos que en un momento dado en ese orgullo de aquello que hacemos o que hemos conseguido nos puede llevar a subirnos en pedestales que nos alejan, en jaulas que nos encierran, en distanciamientos que nos creamos entre unos y otros.

Esos escalones de crecimiento intelectual, por llamarlo de alguna manera, que vamos consiguiendo en nuestro camino de preparación y profundización, ¿qué finalidad tiene?, podríamos preguntarnos. Todo siempre tendría que tener una función de servicio a esa comunidad a la que pertenecemos, porque esos respuestas que vamos encontrando, ese avance que vamos realizando tendría que ser siempre en función de ese servicio, función del bien de esa comunidad. Pero algunas veces tenemos la tendencia a encasquillarnos en nuestros saberes creando un aislamiento de cuanto nos rodea, y fundamentalmente creando un aislamiento de esos hermanos nuestros a los que estamos llamados a servir.

Hoy Jesús nos previene. El quiere un nuevo estilo de comunidad, un nuevo sentido de humanidad; un mundo en el que desterremos todo aquello que nos pueda distanciar y separar; un mundo de comunión en el que tenemos que saber caminar juntos aportando cada uno desde sus valores, desde sus cualidades y capacidades, un mundo donde nunca nos pongamos unos sobre otros, sino que sepamos caminar codo con codo; un mundo de sencillez donde desterremos los alardes que puedan crear distinciones entre nosotros, un mundo en que en verdad nos sintamos hermanos.

Puede parecer una utopía, pero es algo que podemos hacer realidad. No son sueños vanos, sino realidades que tenemos que crear; por eso nadie puede estar en un pedestal superior; un mundo donde desterremos categorías y jerarquías que nos quieran hacer depender los unos de los otros. Por eso, hoy claramente nos dice, fuera los títulos que crean esas distinciones. Ya en otro momento nos dirá que la verdadera grandeza está en el servicio, en poner a disposición de todos aquello que somos.

Nada de imponer sobre los demás lo que nosotros no seamos capaces de hacer. Nada de apariencias vanidosas en que nos llenemos de adornos que crean diferencias ni de títulos que nos suban a pedestales. Ni nos llamemos maestros, ni nos llamemos padres de nadie, porque todos somos hermanos y todos estamos haciendo el mismo camino. Nada de búsquedas de reverencias ni halagos, porque nos creamos más merecedores que los demás. Nada de reconocimientos honoríficos, sino todos caminos en la sencillez y en la humildad.

lunes, 14 de marzo de 2022

Aprendamos a usar las medidas de Dios que son siempre colmadas y rebosantes porque su amor es infinitamente misericordioso

 


Aprendamos a usar las medidas de Dios que son siempre colmadas y rebosantes porque su amor es infinitamente misericordioso

Daniel 9, 4b-10; Sal 78; Lucas 6, 36-38

Dios siempre nos gana. Aunque algunas veces nosotros andamos cuantificando cuanto hacemos, el amor de Dios va por delante. Ya nos dirá sabiamente san Juan en sus cartas que ‘el amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Dios nos amó primero’; y ¡con qué amor!, tenemos que reconocer nosotros.

Cuando nos parece que no somos escuchados por Dios o que no nos concede todo lo que le pedimos y tal como nosotros lo pedimos, queremos hacer nuestras listas de todas las cosas buenas que hemos hecho y siempre nos parecerá que la lista es grande. Pero no somos capaces de terminar de ver todo lo que es el amor que Dios nos tiene, y que siempre será un amor infinito. Mientras que nosotros andamos con nuestras mezquindades, raquíticos y tacaños. No nos trata Dios como merecen nuestros pecados, sino que siempre nos veremos envueltos por la compasión y por la misericordia.

Y hoy nos habla Jesús de la misericordia con que nosotros tenemos que actuar, pero cuya medida y modelo es la misericordia de Dios. ‘Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso’. La medida es la medida de Dios, ‘como vuestro Padre es misericordioso’.

Ya sabemos lo raquíticas que son nuestras medidas, siempre estamos viendo hasta dónde llegamos, o los límites que les ponemos según hayan sido con nosotros, o la mayor o menos simpatía que podamos sentir por esas personas, o los prejuicios con los que andamos porque según quien sea o de donde proceda, o la cantidad de cosas que en otras ocasiones haya podido hacer con nosotros que vamos acumulando; cuántas veces decimos ‘estoy hasta el gorro’ porque quizás una y otra vez han vuelto a repetir aquello que nos desagrada, o aquello que se preguntaba Pedro ‘¿hasta cuántas veces tengo que perdonarle? ¿Hasta siete veces?’ Y ya nos parece una cantidad demasiado elevada.

La medida de la misericordia de Dios es bien distinta. Dios no acumula para otras ocasiones ni nos está echando en cara siempre lo que un día le hicimos, Dios siempre olvida; la mirada de Dios sobre nuestro corazón herido es tan restauradora que es renovarnos de tal manera que es como hacernos nuevos. Ya nos hablará de un nuevo nacimiento; no son remiendos que hace sobre nuestros rotos, sino que nos hará una vasija nueva, un vaso nuevo, un hombre nuevo.

Pero lo de la misericordia es mucho más que una palabra bonita, es una realidad que se va a traducir en muchas nuevas actitudes, en nuevos comportamientos hacia los demás, en nueva forma de mirar a los otros, aunque nos hayan ofendido. Por eso tenemos que borrar el juicio y la condena, siempre hemos de llevar por delante la carta del perdón, y encima tenemos que desbordar generosidad en todo momento para con todos.

Y termina diciéndonos: ‘dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante, pues con la medida con que midiereis se os medirá a vosotros’. La medida de Dios para con nosotros siempre será colmada, rebosante. Por eso como decíamos, Dios siempre va por delante, Dios siempre nos gana.

¿Cuándo aprenderemos a usar las medidas de Dios? ¿Cuándo se llenará nuestro corazón de misericordia? ¿Cuándo aprenderemos a tener esa nueva mirada, esa nueva medida para con los demás?

Hemos venido repitiendo y recordando continuamente en este cuaresma que Dios nos ama, que nos sentimos profundamente amados de Dios. Comencemos a amar de la misma manera.

 

domingo, 13 de marzo de 2022

Tenemos que entrar en la nube, entrar en esa sintonía, aislarnos de lo que está alrededor, olvidarnos quizás de nuestros afanes y agobios, tenemos que abrirnos a Dios

 


Tenemos que entrar en la nube, entrar en esa sintonía, aislarnos de lo que está alrededor, olvidarnos quizás de nuestros afanes y agobios, tenemos que abrirnos a Dios

Génesis 15, 5-12. 17-18; Sal 26; Filipenses 3, 17 – 4, 1; Lucas 9, 28b-36

¡Qué bueno está esto!, habremos dicho en más de una ocasión. Un lugar agradable, una agradable compañía quizás, unos momentos de convivencia y de fiesta en que lo pasamos bien, alguna experiencia de algo sorprendente por lo inesperado  pero que dejó buena experiencia en nosotros. Lo expresamos en ese momento, o más tarde lo recordaremos y lo comentaremos con los amigos que tuvimos la misma experiencia, rememorando momentos, anécdotas, conversaciones, experiencias tenidas, recuerdos.

Experiencias humanas agradables que tenemos en la vida. Que desearíamos quizás que se repitieran, aunque nos parezca que ya no va a ser igual, porque lo inesperado siempre le añade un nuevo y distinto sabor. Pero quizás tendríamos que preguntarnos si así son nuestras experiencias religiosas. ¿Las recordamos a posteriori como algo irrepetible? Detrás de esta última pregunta pudieran surgir muchos interrogantes sobre nuestras celebraciones y experiencias religiosas.

Porque quizás muchas veces más que el recuerdo y el deseo de repetir dichas buenas experiencias se nos diluye o acaso sutilmente evitamos esas cosas. Nos habrá pasado a nosotros en la respuesta que hayamos dado a una invitación, o quizás ha sido lo que alguien nos ha respondido cuando le hemos invitado a alguna celebración, o a algún momento espiritual especial. ‘Cuánto me gustaría ir… a mi me gustan mucho esas cosas… pero es que ahora… tengo tantas cosas que hacer… no tengo tiempo… voy a ver si un día me libero de algunas de estas cosas y puedo asistir…’ Respuestas así - ¿disculpas o formas de escaquearnos? - habremos dado o nos han dado quizás.

Pero bueno, vayamos al evangelio. Ha motivado esta introducción la exclamación de Pedro y los discípulos ante lo que está sucediendo en la montaña. Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. Estaban disfrutando con la experiencia.

Habían sido especialmente escogidos por Jesús para llevarlos con El cuando se subió a aquella montaña alta para orar. A lo largo del evangelio san Lucas nos presentará a Jesús orando sobre todo en momentos importantes. Ahora van subiendo a Jerusalén y Jesús les está anunciando algo que a los discípulos les costará aceptar. Subían a Jerusalén para la Pascua y aquella Pascua iba a ser algo especial. El momento para Jesús humanamente también es difícil porque sabe a lo que se enfrenta. Pero por medio está la oración.

La oración, que hace sentir siempre de manera especial la presencia de Dios en la vida, en el camino, en las situaciones con las que vamos a enfrentarnos. Decimos muchas veces que pedimos ayuda, como diría Jesús también en oración de Getsemaní que pase de mí este cáliz, y Dios se hace presente. Es la experiencia del Tabor que hoy contemplamos en el evangelio. En ese momento de oración aparecen la Ley y los Profetas representados en las figuras de Moisés y Elías; es la búsqueda de lo que es la voluntad del Señor, es ese abrirnos a Dios para llenarnos de su presencia. Por eso allí en el Tabor se ven envueltos por la nube, envueltos por la presencia de Dios.


Entrar en la nube nos puede producir desazón, intranquilidad porque nos parece que no vamos a ver más allá, pero aquí es la nube de la presencia de Dios. Y Dios nos hará ver, Dios se hará escuchar allá en lo más hondo del corazón. Tenemos que entrar en la nube, tenemos que entrar en esa sintonía, tenemos que aislarnos de lo que está alrededor, tenemos que olvidarnos quizás de nuestros afanes y preocupaciones, tenemos que abrirnos a Dios. ‘Este es mi Hijo, el elegido, escuchadle’.

Es lo que queremos hacer. vamos a quitar nuestros miedos, nuestras dudas, nuestras incertidumbres, las elucubraciones que nos hacemos ante las situaciones que están por venir, nuestros sueños que algunas veces pueden volverse oscuros y por eso inquietantes. Vamos a dejarnos conducir. Escuchemos allá en lo hondo del corazón el susurro de la presencia de Dios. Presencia que se hace luz para nosotros, presencia que nos llena de fortaleza, presencia que nos quita nuestros miedos, presencia que nos impulsa a bajar de la montaña para ir de nuevo a la llanura de la vida donde tanto tenemos que hacer, presencia que nos impulsa a seguir caminando, a realizar nuestra subida a Jerusalén, nuestra subida a la Pascua, presencia que nos recuerda los resplandores de la resurrección. Y es que a ese Jesús le vemos transfigurado con resplandores de resurrección y eso para nosotros tiene que convertirse en esperanza.

Vivamos con intensidad estos momentos en este camino cuaresmal, y en esta cuaresma concreta que ahora estamos viviendo. Sigamos haciendo el camino llenos de esperanza. Sigamos poniendo toda nuestra confianza en el Señor. Subamos a la montaña con El que a eso nos está invitando. No busquemos disculpas. Que podamos decir al final ‘¡Qué bueno es estar aquí!’