Aprendamos
a usar las medidas de Dios que son siempre colmadas y rebosantes porque su amor
es infinitamente misericordioso
Daniel 9, 4b-10; Sal 78; Lucas 6, 36-38
Dios siempre
nos gana. Aunque algunas veces nosotros andamos cuantificando cuanto hacemos,
el amor de Dios va por delante. Ya nos dirá sabiamente san Juan en sus cartas
que ‘el amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que
Dios nos amó primero’; y ¡con qué amor!, tenemos que reconocer nosotros.
Cuando nos
parece que no somos escuchados por Dios o que no nos concede todo lo que le
pedimos y tal como nosotros lo pedimos, queremos hacer nuestras listas de todas
las cosas buenas que hemos hecho y siempre nos parecerá que la lista es grande.
Pero no somos capaces de terminar de ver todo lo que es el amor que Dios nos
tiene, y que siempre será un amor infinito. Mientras que nosotros andamos con
nuestras mezquindades, raquíticos y tacaños. No nos trata Dios como merecen
nuestros pecados, sino que siempre nos veremos envueltos por la compasión y por
la misericordia.
Y hoy nos
habla Jesús de la misericordia con que nosotros tenemos que actuar, pero cuya
medida y modelo es la misericordia de Dios. ‘Sed misericordiosos como
vuestro Padre es misericordioso’. La medida es la medida de Dios, ‘como vuestro
Padre es misericordioso’.
Ya sabemos
lo raquíticas que son nuestras medidas, siempre estamos viendo hasta dónde
llegamos, o los límites que les ponemos según hayan sido con nosotros, o la
mayor o menos simpatía que podamos sentir por esas personas, o los prejuicios
con los que andamos porque según quien sea o de donde proceda, o la cantidad de
cosas que en otras ocasiones haya podido hacer con nosotros que vamos
acumulando; cuántas veces decimos ‘estoy hasta el gorro’ porque quizás
una y otra vez han vuelto a repetir aquello que nos desagrada, o aquello que se
preguntaba Pedro ‘¿hasta cuántas veces tengo que perdonarle? ¿Hasta siete
veces?’ Y ya nos parece una cantidad demasiado elevada.
La medida
de la misericordia de Dios es bien distinta. Dios no acumula para otras
ocasiones ni nos está echando en cara siempre lo que un día le hicimos, Dios
siempre olvida; la mirada de Dios sobre nuestro corazón herido es tan
restauradora que es renovarnos de tal manera que es como hacernos nuevos. Ya
nos hablará de un nuevo nacimiento; no son remiendos que hace sobre nuestros
rotos, sino que nos hará una vasija nueva, un vaso nuevo, un hombre nuevo.
Pero lo de
la misericordia es mucho más que una palabra bonita, es una realidad que se va
a traducir en muchas nuevas actitudes, en nuevos comportamientos hacia los
demás, en nueva forma de mirar a los otros, aunque nos hayan ofendido. Por eso
tenemos que borrar el juicio y la condena, siempre hemos de llevar por delante
la carta del perdón, y encima tenemos que desbordar generosidad en todo momento
para con todos.
Y termina diciéndonos:
‘dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida,
rebosante, pues con la medida con que midiereis se os medirá a vosotros’.
La medida de Dios para con nosotros siempre será colmada, rebosante. Por eso
como decíamos, Dios siempre va por delante, Dios siempre nos gana.
¿Cuándo
aprenderemos a usar las medidas de Dios? ¿Cuándo se llenará nuestro corazón de
misericordia? ¿Cuándo aprenderemos a tener esa nueva mirada, esa nueva medida
para con los demás?
Hemos
venido repitiendo y recordando continuamente en este cuaresma que Dios nos ama,
que nos sentimos profundamente amados de Dios. Comencemos a amar de la misma
manera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario