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lunes, 14 de marzo de 2022

Aprendamos a usar las medidas de Dios que son siempre colmadas y rebosantes porque su amor es infinitamente misericordioso

 


Aprendamos a usar las medidas de Dios que son siempre colmadas y rebosantes porque su amor es infinitamente misericordioso

Daniel 9, 4b-10; Sal 78; Lucas 6, 36-38

Dios siempre nos gana. Aunque algunas veces nosotros andamos cuantificando cuanto hacemos, el amor de Dios va por delante. Ya nos dirá sabiamente san Juan en sus cartas que ‘el amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Dios nos amó primero’; y ¡con qué amor!, tenemos que reconocer nosotros.

Cuando nos parece que no somos escuchados por Dios o que no nos concede todo lo que le pedimos y tal como nosotros lo pedimos, queremos hacer nuestras listas de todas las cosas buenas que hemos hecho y siempre nos parecerá que la lista es grande. Pero no somos capaces de terminar de ver todo lo que es el amor que Dios nos tiene, y que siempre será un amor infinito. Mientras que nosotros andamos con nuestras mezquindades, raquíticos y tacaños. No nos trata Dios como merecen nuestros pecados, sino que siempre nos veremos envueltos por la compasión y por la misericordia.

Y hoy nos habla Jesús de la misericordia con que nosotros tenemos que actuar, pero cuya medida y modelo es la misericordia de Dios. ‘Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso’. La medida es la medida de Dios, ‘como vuestro Padre es misericordioso’.

Ya sabemos lo raquíticas que son nuestras medidas, siempre estamos viendo hasta dónde llegamos, o los límites que les ponemos según hayan sido con nosotros, o la mayor o menos simpatía que podamos sentir por esas personas, o los prejuicios con los que andamos porque según quien sea o de donde proceda, o la cantidad de cosas que en otras ocasiones haya podido hacer con nosotros que vamos acumulando; cuántas veces decimos ‘estoy hasta el gorro’ porque quizás una y otra vez han vuelto a repetir aquello que nos desagrada, o aquello que se preguntaba Pedro ‘¿hasta cuántas veces tengo que perdonarle? ¿Hasta siete veces?’ Y ya nos parece una cantidad demasiado elevada.

La medida de la misericordia de Dios es bien distinta. Dios no acumula para otras ocasiones ni nos está echando en cara siempre lo que un día le hicimos, Dios siempre olvida; la mirada de Dios sobre nuestro corazón herido es tan restauradora que es renovarnos de tal manera que es como hacernos nuevos. Ya nos hablará de un nuevo nacimiento; no son remiendos que hace sobre nuestros rotos, sino que nos hará una vasija nueva, un vaso nuevo, un hombre nuevo.

Pero lo de la misericordia es mucho más que una palabra bonita, es una realidad que se va a traducir en muchas nuevas actitudes, en nuevos comportamientos hacia los demás, en nueva forma de mirar a los otros, aunque nos hayan ofendido. Por eso tenemos que borrar el juicio y la condena, siempre hemos de llevar por delante la carta del perdón, y encima tenemos que desbordar generosidad en todo momento para con todos.

Y termina diciéndonos: ‘dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante, pues con la medida con que midiereis se os medirá a vosotros’. La medida de Dios para con nosotros siempre será colmada, rebosante. Por eso como decíamos, Dios siempre va por delante, Dios siempre nos gana.

¿Cuándo aprenderemos a usar las medidas de Dios? ¿Cuándo se llenará nuestro corazón de misericordia? ¿Cuándo aprenderemos a tener esa nueva mirada, esa nueva medida para con los demás?

Hemos venido repitiendo y recordando continuamente en este cuaresma que Dios nos ama, que nos sentimos profundamente amados de Dios. Comencemos a amar de la misma manera.

 

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