No
perdamos la sensibilidad para descubrir al Lázaro que está a nuestra puerta y
en quien nunca nos hemos fijado en la expresión de su rostro
Jeremías 17, 5-10; Sal 1; Lucas 16, 19-31
‘Más jugo
da un esparto’. Me ha venido a la memoria esa frase que escuché de niño que tenía una
como aplicación especial al sentido y al estilo de vivir de algunas personas.
El esparto es una fibra obtenida de ciertas plantas, y que se caracteriza por
su aspecto muy áspero. Y cuando esa frase hacía referencia a una persona estaba
señalándonos a alguien muy desagradable por la insensibilidad con que vivía su
vida y su relación con los demás, de quien no esperábamos una palabra amable,
un gesto amistoso, o un detalle de ternura, pues era incapaz de ello. La relación
con esas personas resulta costosa y nada amigable. Y aunque hoy en la vida
vamos aprendiendo a limar asperezas sin embargo seguimos encontrándonos
personas sin sensibilidad y que nunca mostrarán una señal de cercanía ni de empatía
ni de simpatía con los que están a su lado. Van por la vida produciendo chispas
en cualquier encuentro o enfrentamiento que tengan con los demás.
He traído
aquí está referencia por el cuadro que nos presenta hoy Jesús en la parábola
del evangelio. Aquel hombre que sólo vivía para sí, con tanta insensibilidad
que no era capaz de darse cuenta del Lázaro que tenía a la puerta de su
mansión. Solo pensaba en sí mismo, en sus placeres y lo que él para sí mismo
llamaba felicidad, pero sin la más mínima sensibilidad en su corazón.
La parábola
se prolonga con más mensajes tras la muerte de ambos y lo que les trascendía en
el más allá. Quien en vida no supo nunca lo que era la compasión con los demás,
por vivir solo encerrado en si mismo, suplica ahora compasión y que incluso
aquel con quien no había tenido misericordia en su vida se convierta ahora en
mediación que viniera compasivamente a calmar sus tormentos. Aunque tarde,
ahora pensará en sus hermanos que quedan en la tierra a los que quiere mandar
aviso a través de Lázaro para que no lleguen a ganarse aquel lugar de tormento.
Pero creo que
la parábola en un primer momento nos tiene que hacer pensar en ese Lázaro que
puede estar cerca de nuestra vida pero al que nunca le hemos prestado atención.
Tiene que ser esa piedra de toque, esa llamada de atención para nuestra vida.
No somos aquel rico epulón pero algunas veces en la vida podemos ir con
actitudes o posturas semejantes. Nos hemos creado nuestro rincón allí donde
hacemos la vida y vivimos, por así decirlo, muy felices; no tendremos quizás
grandes cosas, pero sí hemos ido encadenando nuestra vida a tantas rutinas de las que no sabemos desprendernos, de las que no levantamos los ojos para tener
otra mirada, para ser capaz de ver otras cosas, otras personas en tantas
ocasiones que tenemos cerca y no llegamos a saber los sufrimientos que puedan
tener en su corazón.
Levantemos la
mirada, salgamos de ese círculo en que hemos convertido nuestra vida, seamos
capaces de mirar más allá de la punta de nuestra nariz, como se suele decir,
para descubrir de verdad a los que nos van saliendo al paso en el camino de la
vida; quizás aparentemente todo lo vemos en la normalidad, porque en nuestras
prisas y nuestras carreras no nos hemos detenido a mirar y a preguntarnos por
esas arrugas de su rostro, por ese vacío de sus miradas que nos quieren hablar
pero no sabemos interpretar; nos
contentamos con decir que cada persona es un mundo y cada uno encierra su
misterio, pero ese mundo y ese misterio podemos descubrirlo en una mirada,
podemos descubrirlo en la tristeza de su semblante, o en ese rostro hierático
que quizás está intentando ocultar los dolores que se llevan en el alma. Pero
nosotros pasamos despreocupados a su lado y no somos capaces de tener una
mirada de comprensión.
Ya decía,
muchas más cosas puede enseñarnos la parábola, pero hoy te invito a que
descubras ese Lázaro que puede estar a tu puerta. No seamos como aquellos de
los que se dice que más jugo da un esparto.
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