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sábado, 6 de junio de 2009

Los que hacen limosna se saciarán de vida…

Tobías, 12, 1.5-15.20
Sal. 13
Mc. 12, 38-44

Habitualmente comienzo esta reflexión en torno a la Palabra de Dios de cada día con alguna frase que, tomada de la misma Palabra proclamada o de la liturgia, sirva como resumen y soporte de dicho comentario. Confieso que hoy me encuentro en la disyuntiva entre varios textos. Por una parte lo que nos ha servido de antífona en el aleluya antes del Evangelio – ‘dichosos los pobres en el espíritu porque de ellos es el reino de los cielos’ – y una frase repetida en la lectura de Tobías: ‘Es bueno guardar el secreto del Rey, pero es un honor revelar y proclamar las obras de Dios’.
Nos encontramos hoy en el capítulo final del pequeño libro de Tobías, en las que ya finalmente el arcángel Rafael les manifiesta su identidad y cómo es ‘uno de los siete ángeles que están en la presencia de Dios presentando las oraciones de los justos’. Y así les explica que era él quien presentaba las oraciones de Tobías y de Sara y quien le asistía a la hora de las obras buenas que realizaba al enterrar a los muertos.
Previamente padre e hijo deciden, desconocedores aún de su identidad, cómo pagar a aquel caminante que le ha acompañado en el camino y del que tantos beneficios han recibido. La generosidad de Tobías hijo le lleva a ofrecerle la mitad de lo que han cobrado en su viaje a rescatar la deuda. Pero es entonces cuando el ángel de Dios les invita a cantar en todo momento la alabanza del Señor. ‘Bendecir a Dios y glorificarle, ensalzadle, pregonad a todos los vivientes lo que ha hecho con vosotros, pues es bueno bendecir a Dios y ensalzar su hombre pregonando sus obras. No os canséis de confesarle… pregonar las obras de Dios’.
Pero entonces les deja como hermoso mensaje o testamento antes de su vuelta a la presencia de Dios en el cielo unas sentencias que merece que nos detengamos en ellas para considerarlas. ‘Buena es la oración sincera y la limosna generosa. Mejor es hacer limosna que acumular tesoros, porque la limosna libra de la muerte y expía los pecados. Los que hacen limosna se saciarán de vida…’
Hermoso mensaje. Aunque algunas veces hayamos devaluado la palabra limosna con el raquitismo de los que damos, sin embargo el hecho de la limosna tiene un hermoso y hondo sentido. Limosna es algo más que dar de lo que me sobra y desde una compasión paternalista y simplemente por pena damos unos minúsculas monedad a aquel que nos tiende la mano pidiendo. La limosna realmente es un compartir y un compartir generoso dando de lo que tengo para mí.
Ejemplo hermoso tenemos en la viuda del evangelio que hoy Jesús ensalza. Aquella pobre mujer no da de lo que sobre sino de lo que tiene para vivir. ‘Os aseguro, dice Jesús haciendo que los discípulos se fijen en ella, que esa pobre viuda ha echado en el cepillo más que nadie. Porque los demás echan de lo que les sobra, pero ésta, que pasa necesidad, he echado todo lo que tenía para vivir’.
Limosna, pues, compartir desde la solidaridad. Me siento solidario del otro y me pongo a su lado, en su lugar, y lo que tengo y lo que soy lo comparto generosamente. Veo necesidad y no puedo permitir que el otro sufra en su carencia y comparto generosamente con él todo lo que tengo.
Limosna, compartir generosamente desde la solidaridad, o lo que es lo mismo, desde el amor. El amor que me hace estar a su lado, a su altura, no mirándole desde arriba, sino directamente a los ojos de su alma, para lo que necesito estar cerca de él. Es lo que es el amor verdadero.
Pero diríamos que nosotros los cristianos aún podemos sublimar mucho más ese amor. lo estoy amando según el mandato de Jesús, lo que significa, que lo estoy amando con un amor distinto, porque lo estoy amando con el amor de Dios. ‘Como yo os he amado…’ nos dice Jesús. Es el amor de Dios que está en nosotros, como hemos reflexionado recientemente, y con ese amor que es como el de Dios, con ese amor que es el de Dios yo lo estoy amando. Y si Dios lo ama y lo ama generosa e infinitamente como El sabe hacerlo, de la misma manera tengo que amarlo yo. Le estoy diciendo también, Dios te ama, y este amor con que yo te amo ahora y comparto contigo, es una expresión, una manifestación del amor que Dios te tiene. Entonces no daré de lo que me sobra, sino que la limosna será el compartir lo que tengo.
Limosna que me purifica entonces, porque el amor de Dios está presente en nuestra vida. Limosna que me llena de vida. No es el orgullo que pueda sentir en mi interior en la satisfacción de lo bueno que hago. Si fuera así, ya estaría en parte pervirtiendo la buena intención de lo que hago. Es distinto, porque compartiendo así con esa generosidad y desde ese amor, el amor y la vida de Dios está llenando mi corazón. Dios se está haciendo presente en mí de manera especial para que yo sea capaz de amar con ese amor, con un amor como el de Dios.
Recordábamos al principio la antífona que nos hacia presente la primera de las bienaventuranzas. ‘Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos’. Dichosos si así nos estamos haciendo pobres por nuestro amor, por nuestra solidaridad, por nuestro compartir. El Reino de Dios está ya en nosotros. El Reino de Dios se está manifestando a través nuestro y haciéndose más presente en nuestro mundo.

viernes, 5 de junio de 2009

Que en todo se manifieste la alabanza y la bendición al Señor

Tobías, 11, 5-17
Sal.145
Mc. 12, 35-37


Todo es gozo y alegría, alabanza y bendición al Señor en este texto de Tobías que hoy hemos escuchado. Estamos en medio de un pueblo creyente y en una familia que el autor sagrado nos quiere presentar de manera especial en esa actitud creyente.
Es el regreso del joven Tobías con su nueva esposa a la casa del padre. En el texto que nos hubiera correspondido escuchar ayer hubiéramos contemplado las circunstancias de la boda del joven Tobías con Ana, la hija de Ragüel de la que ya anteriormente se nos había hablado. Celebración realizada también en un sentido creyente, de manera que incluso parte de dicho texto suele proclamarse muchas veces en nuestras celebraciones del sacramento del matrimonio por la oración de bendición y alabanza al Señor de los jóvenes esposos a la hora de su matrimonio.
Hoy se repiten varias veces esos momentos de bendición, alabanza y acción de gracias a Dios. Ya el arcángel ‘Rafael le había dicho a Tobías. Nada más entrar en tu casa, adorar al Señor tu Dios y le das gracias…’ Así lo hicieron por ‘Tobit y su mujer le recibieron con besos y rompieron a llorar de alegría. luego adoraron a Dios, le dieron gracias y se sentaron…’ Finalmente, una vez que Tobías realizó en los ojos de su padre las indicaciones del ángel de Dios y, al recobrar la vista el anciano Tobías, ‘todos glorificaron a Dios. Y Tobit dijo: Te bendigo, Señor, Dios de Israel, que si antes me castigaste, ahora me has salvado y puedo ver a mi hijo Tobías’.
He querido subrayar este aspecto de adoración, alabanza y bendición al Señor, porque creo que es un hermoso testimonio y ejemplo que necesitamos recuperar en nuestra vida. Bien sabemos lo que nos suele pasar: somos muy pronto para orar y pedir al Señor que nos ayude en nuestras necesidades y problemas, pero qué tardos somos para la gratitud y la acción de gracias.
Ya recordamos cómo Jesús en una ocasión se quejaba en el evangelio por esa falta de reconocimiento de la acción de Dios y la acción de gracias. Recordamos aquellos diez leprosos que fueron curados en el camino al paso de Jesús y que, una vez curados, uno solo volvió para postrarse ante Jesús para glorificar a Dios y manifestar su acción de gracias. ‘¿No eran diez los leprosos curados? ¿los otros nueve donde están? Sólo ha venido este samaritano a glorificar a Dios’, recordamos que fue la que y el reproche de Jesús.
Que no sea esa la queja y el reproche que el Señor tenga con nosotros. Que aparezca palpable en nuestra vida esa actitud creyente del que sabe contar con el Señor en todo momento, pero también en todo momento sabe pararse para cantar la alabanza al Señor por tanto que de El recibimos. Un pensamiento dirigido a Dios, una jaculatoria que pronuncian nuestros labios, un gemido de gratitud que surja de nuestro corazón. No es tan difícil, lo que es necesario es rescatar esa actitud creyente en nuestra vida, porque muchas veces, aunque nos llamamos cristianos, parece que vivimos y actuamos sólo por nosotros mismos y no sabemos contar con el Señor.
Es necesario que en esas cosas pequeñas de cada día nos manifestemos como creyentes auténticos y convencido. Frente al materialismo que nos rodea, la increencia de tantos a nuestro alrededor, que sepamos manifestar públicamente nuestra fe y cantemos la alabanza del Señor.

jueves, 4 de junio de 2009

Un nuevo y eterno Sacerdote, Jesucristo, el Señor

Hebreos, 10, 121-23
Sal. 39
Lc. 22, 14-20

‘He deseado enormemente, ardientemente, comer esta comida pascual con vosotros antes de padecer porque os digo que no la volveré a comer, hasta que se cumpla en el reino de Dios’.
Aquella cena pascual tenía un sentido especial. No era ya sólo el recuerdo de la antigua Pascua que todos los años celebraban, sino el inicio de una nueva Pascua. Se iniciaba una nueva Pascua y un nuevo sacerdocio. No era ya la ofrenda que se hacía cada día en el templo de aquellos sacrificios y holocaustos de animales o de frutos de la tierra, sino que era un nuevo y definitivo sacrificio el que se ofrecía. Ya no eran los sacerdotes de la antigua alianza, los del sacerdocio de Aarón, sino que era el Pontífice definitivo, que siendo al mismo tiempo sacerdote, víctima y altar se ofrecía a sí mismo de una vez para siempre para el perdón de los pecados y para la vida de la gracia.
‘Para gloria tuya y salvación del género humano constituiste a tu Hijo único nuevo y eterno Sacerdote, Pontífice de la Alianza nueva y eterna…y determinaste, en tu designio salvífico perpetuar en la Iglesia su único Sacerdocio’. Así lo expresa la liturgia de este día en la oración y el prefacio. Este día en que estamos celebrando esta fiesta de Jesucristo, sumo y eterno Sacerdote.
Hoy contemplamos y celebramos ese nuevo Sacerdote, a Jesucristo, nuestro Sumo y Eterno Sacerdote. El nos abrió un camino nuevo y vivo a través de su carne entregada y de su sangre derramada, y ya, en virtud de la Sangre de Cristo, podemos entrar definitivamente en el Santuario del cielo, como se nos expresaba en la carta a los Hebreos.
Cuando hoy contemplamos ese Sacerdocio eterno de Cristo tenemos que ser conscientes de lo que El nos hace partícipes. En virtud de la unción del Espíritu que con el Crisma hemos recibido todos los cristianos, en virtud de nuestro Bautismo, somos partícipes de ese Sacerdocio de Cristo. Con Cristo somos sacerdotes, profetas y reyes. Participamos todos los bautizados de lo que llamamos el sacerdocio común de los fieles, sacerdocio real del que nos habla San Pedro en su carta.
‘Vosotros, como piedras vivas sois edificados como casa espiritual para su sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptos a Dios por Jesucristo… vosotros sois linaje escogido, sacerdocio regio, gente santa, pueblo escogido para pregonar las excelencias del que os llamó de las tinieblas a su luz admirable…
Por eso en el prefacio vamos a decir. ‘No sólo confiere el sacerdocio real a todo su pueblo santo, sino que también, con amor de hermano, elige a hombres de su pueblo para que, por la imposición de las manos, participen de su sagrada misión’.
Por eso, mirando el sacerdocio de Cristo, del que todos somos participes, como hemos dicho, por el bautismo, tenemos que mirar también a aquellos que de manera especial son escogidos para participar en el sacerdocio ministerial al servicio del pueblo de Dios; aquellos, pues, que han recibido el sacramento del Orden sacerdotal.
Hoy es una celebración eminentemente sacerdotal, donde el pueblo cristiano ha de saber estar al lado de sus sacerdotes, que como pastores del pueblo de Dios, en nombre de Cristo ejercen el sacerdocio en sus diferentes ordenes para la celebración de los sacramentos, para hacernos llegar la gracia de Dios y anunciarnos la Palabra de la salvación.
‘Ellos renuevan, en nombre de Cristo, el sacrificio de la redención, preparan a tus hijos para el banquete pascual, presiden a tu pueblo santo en el amor, lo alimentan con tu Palabra y lo fortalecen con los sacramentos’, como diremos en el hermoso prefacio de este día.
Por eso, el pueblo cristiano ha de pedir al Señor la gracia para que sus sacerdotes se configuren cada vez más con Cristo en una vida santa, y den testimonio constante de fidelidad y de amor.

miércoles, 3 de junio de 2009

En ti confío, no quede yo nunca defraudado

En ti confío, no quede yo nunca defraudado
Tobías, 3, 1-11.24-25
Sal.24
Mc. 12, 18-27

‘A ti, Señor, levanto mi alma’, hemos repetido en el salmo responsorial. Dos súplicas desde el dolor y llenas de esperanza suben a la presencia del Señor y, como se nos dice, son escuchadas. Todo el relato del libro de Tobías nos trae ese mensaje especial. Así lo hemos escuchado en los últimos versículos del texto hoy proclamado: ‘Por entonces llegaron las oraciones de los dos ala presencia gloria del Dios Altísimo y fue enviado el santo ángel Rafael a curarlos a los dos que habían elevado sus oraciones a Dios al mismo tiempo’.
Hermosa la súplica de Tobías. Hombre de generoso corazón dado siempre a hacer el bien a los demás, se ha quedado ciego y en la más extrema pobreza. Ayer escuchamos las circunstancias de su ceguera. Sufre él al verse ciego y sufre con los reproches que recibe hasta de su propia mujer. ‘Sí, tu esperanza se ha visto frustrada; ya ves de lo que te ha servido hacer limosnas’, le escuchábamos ayer enfadada.
‘Tu eres justo y justas son tus sentencias… actúas con misericordia, con lealtad y con justicia… acuérdate de mí… no tengas en cuentas mis culpas… Señor, haz de mí lo que quieras: hazme expirar en paz, que prefiero la muerte a la vida…’ Así oraba el anciano Tobit.
En el fondo de todo está una petición de paz, paz para su espíritu atormentado. Se siente débil y pecador pero se acoge a la misericordia del Señor. Recuerda la bondad, la lealtad y la misericordia del Señor y eso le hace confiar por encima de todo.
Hermosa oración. Cómo tendríamos que aprender a orar así, a poner toda nuestra confianza en el Señor que no nos abandona. ‘Dios mío, en ti confío, no quede yo defraudado, que no triunfen de mí mis enemigos, pues los que esperan en ti no quedan defraudados…’
La otra súplica dolorosa pero llena también de confianza es la de Sara, hija de Ragüel. Se siente desairada y burlada incluso por su sirvienta desde su situación en que se le han muerto sus siete maridos uno tras otro. - ¿Nos recuerda esto la ley del levítico a la que se hace mención en el Evangelio en la pregunta que le hacen a Jesús? Ya hemos comentado en otras ocasiones ese texto -. Llora y suplica Sara al Señor verse liberada de tal ignominia y, como se nos dice, la oración de Sara también fue escuchada por el Señor.
Se nos habla aquí del ángel Rafael que fue enviado por Dios a la tierra par conducir al joven Tobías al encuentro de la que va a ser su esposa, como seguiremos escuchando en los próximos días, y a encontrar remedio también para la salud de su padre Tobit. Ya sabemos cómo el arcángel Rafael es sinónimo de ‘medicina de Dios’, porque de algún modo podemos decir que esa fue la misión que le trajo a la tierra.
Una invitación a la confianza en nuestra oración. Oremos que Dios siempre nos escucha. Por muy dolorosa que sea nuestra situación, Dios atiende nuestras súplicas y con la respuesta y la presencia del Señor seremos siempre nosotros los beneficiarios de la gracia divina.
‘Dios mío, en ti confío; no quede yo nunca defraudado…’ El Señor no nos defrauda nunca. Siempre nos llenará de su gracia.

martes, 2 de junio de 2009

Sinceridad, autenticidad, libertad, verdad, responsabilidad y compromiso

Tobías, 2, 10-23
Sal. 111
Mc. 12, 13-17

En una primera aproximación al texto del evangelio podemos ver por una parte en un sentido negativo: mala intención, doblez del corazón, hipocresía, falsedad y mentira. Frente a ello la postura y la actitud de Jesús: sinceridad, autenticidad, libertad y verdad.
Se acercan a Jesús ‘unos fariseos y unos partidarios de Herodes para cazarlo con una pregunta’. Y la forma como inician la conversación con Jesús es desde la falsedad y la adulación, pues dicen todo lo contrario de lo que piensan. ‘Maestro, sabemos que eres sincero y que no te importa de nadie; porque no te fijas en apariencias…’ Realmente están diciendo una cosa cierta de Jesús, pero en la forma de plantearle la cuestión se nota la falsedad interior, porque lo que pretendían era ‘cazarlo’, con sus preguntas. Ya le propio evangelista nos comenta que ‘Jesús, viendo su hipocresía, les replicó…’
La actitud y la postura de Jesús es la de la verdad y la libertad. Jesús conoce además nuestro corazón por dentro y a El no lo podemos engañar. Pero es que además Jesús es ‘la verdad misma’, como se proclamaría a sí mismo en el evangelio. Jesús no se queda en las apariencias externas sino que quiere contar con la sinceridad y la verdad, la autenticidad de nuestro corazón, de nuestra vida.
De nada valen ahora estas preguntas tendenciosas. Ya conocemos la respuesta de Jesús. Les pide que le enseñen la moneda de uso legal y qué es lo que allí y se ve. De ahí la respuesta: ‘Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios’. El problema de fondo en la pregunta estaba en la obligación o no, siendo un pueblo sometido al yugo de Roma, de pagar o no pagar los tributos al César.
Las palabras de Jesús en su respuesta hemos de saber entenderlas bien para no hacerle decir tampoco lo que El no quiso decir. Jesús realmente nos está planteando cosas bien hondas. ¿Cuál es el lugar de Dios para los creyentes? Porque si es el Dios y Señor de nuestra vida tendrá que ser también el centro de nuestra existencia. Pero ¿eso hará que este reñida nuestra actitud creyente con el devenir, incluso político, de la vida de la persona?
Tendríamos que decir que no está reñida sino que más bien es una exigencia: la preocupación por la ciudad temporal y la contribución que yo de he hacer, desde el sentido de mi vida, desde ese sentido que tengo también como creyente, de mejorar la situación y el bienestar de nuestra sociedad. El creyente no se encierra en sí mismo y se desentiende de la realidad temporal de la vida, sino todo lo contrario, tiene que sentirse realmente responsable de ese mundo que entre todos construimos.
Me atrevo a decir que nadie puede ser apolítico, pero eso no significa que tenga que ser partidista. No podemos devaluar la palabra política reduciéndola a un partidismo cerrado en unas ideas predeterminadas. La ‘polys’ – palabra griega raíz de la palabra política - era la ciudad y la preocupación por la ciudad, por la sociedad en la que vivimos, es tarea de todo ciudadano. Y también yo como creyente tengo que sentirme responsablemente comprometido a trabajar por mi sociedad, por mi mundo. Y claro lo haré desde mis principios, desde el sentido que yo tengo de la vida; principios y sentido que yo encuentro en mi fe en Jesús y su evangelio.
Y aquí tenemos que decir que es necesario que más creyentes con unos verdaderos principios éticos y morales vivan este compromiso para poder darle el mundo rumbo a nuestra sociedad. Nos quejamos del rumbo que va tomando nuestra sociedad pero quizá no ponemos el empeño para hacer que las cosas sean de otra manera. Que el Señor nos ilumine.

lunes, 1 de junio de 2009

El Señor habla por mí y para mí

Tobías, 1, 1-2: 2, 1-9
Sal. 111
Mc.12, 1-12


Quiero expresar, en primer lugar, el marco litúrgico en que nos encontramos, ya que estos comentarios van al hilo de la Palabra de Dios proclamada cada día. Concluíamos ayer el tiempo pascual con la fiesta de Pentecostés y retomamos de nuevo el llamado tiempo Ordinario. Lo habíamos iniciado a partir de la fiesta del Bautismo del Señor para quedar interrumpido el miércoles de ceniza en el comienzo de la Cuaresma que nos conducía a la Pascua. Ahora lo volvemos a retomar para concluir cuando vayamos a iniciar un nuevo ciclo en el próximo Adviento. Aunque nos quedan dos domingos de especial significación, la Santísima Trinidad y Corpus Christi, ya en medio de la semana seguimos con la lectura continuada de la Palabra de Dios.
Hoy precisamente iniciamos la lectura del libro de Tobías que lo seguiremos durante toda esta semana. Libro que entra en el conjunto de los sapienciales por el sentido que tiene. Nos presenta hoy a Tobías, hombre honrado y piadoso, que destaca por la generosidad de su corazón en el cumplimiento de lo que podríamos llamar las obras de misericordia, dar de comer al hambriento y enterrar a los difuntos.
Es un amor generoso el que destaca en Tobías que le hará buscar incluso al necesitado. Habiéndosele preparado una buena comida en su casa porque era el día de la fiesta del Señor, no quiere sentarse a la mesa sin que su hijo vaya a buscar un pobre con el que compartir su comida. ‘Vete a invitar a un pobre… para que venga a comer con nosotros’, le dice a su hijo.
Pero el hijo le traerá la noticia de un israelita al que han asesinado y cuyo cadáver se encuentra tirado en la plaza, pues estaba prohibido darles sepultura. No lo puede consentir, trae el cadáver a su casa para darle sepultura en la noche, exponiendo incluso su vida. ‘Los vecinos le regañaban diciéndole: por este motivo te condenaron una vez a muerte… ¿cómo es posible que vuelvas a lo mismo? Pero Tobías temía a Dios más que al rey…’ termina diciendo el texto sagrado. ‘Su caridad es constante, sin falta. En las tinieblas brilla como una luz el que es justo, clemente y compasivo…’ que decíamos en el salmo.
El texto del Evangelio hoy escuchado lo habremos meditado muchas veces. ‘Un hombre plantó una viña, la rodeó de una cerca, cavó un lagar, construyó la casa del guarda, la arrendó a unos labradores y se marchó de viaje’. Pero ya nos dice el texto sagrado que Jesús habló a los sumos sacerdotes, los levitas y los escribas que le escuchaban. Y al final de la parábola nos dice que ‘ellos veían que hablaba por ellos’.
Creo que esto tiene que hacernos reflexionar. La Palabra de Dios que escuchamos es una palabra directa que el Señor nos dirige de manera concreta a nosotros. Ya sé que muchas veces tratamos de escabullirnos y tenemos la tentación de decir que esa Palabra que se nos ha proclamado qué bien le vendría a éste o aquel. Ponemos un muro en nuestros oídos y en nuestro corazón no dejando que esa Palabra llegue a nosotros sino que tratamos siempre de dirigirla hacia los demás. Pero es una Palabra que el Señor me dirige a mí de manera concreta y yo soy el que tengo que oírla y saber discernir lo que el Señor quiere decirme o pedirme de forma concreta.
Es cierto que en esta parábola podemos ver bien reflejada lo que es la historia del pueblo de Israel, que tanto amor recibió del Señor, pero ya sabemos cómo rechazaban a los profetas o cómo rechazaron al mismo Cristo, el Hijo de Dios. Pero ¿no podríamos preguntarnos si acaso nosotros no estamos haciendo de alguna forma lo mismo? ¿Cuál es la actitud que yo tengo, o con la que yo recibo esa Palabra que Dios quiere dirigirme? Son las primeras preguntas que tenemos que hacernos para saber qué clase de tierra somos para acoger la semilla de la Palabra de Dios, y cómo están abiertos los oídos de nuestro corazón para escucharla.
Escuchemos con sinceridad esa Palabra que Dios me dirige, esa Palabra que tengo que plantar en la tierra concreta de mi vida con mis personales circunstancias. Dios se está dirigiendo directamente a mi vida. ¿Cuál es mi respuesta? El Señor está hablando por mi y para mi.

domingo, 31 de mayo de 2009

Es Pentecostés: El Espíritu realiza maravillas en nosotros



Hechos, 2, 1-11
Sal. 103
1Cor. 12, 3-7.12-13
Jn. 20, 19-23





‘No dejes de realizar en el corazón de tus fieles aquellas mismas maravillas que obraste en Pentecostés’, hemos pedido en la oración litúrgica. Y es que esto debe ser lo que estamos viviendo en esta celebración litúrgica.
Sentimos quizá envidia de los apóstoles y discípulos reunidos en el cenáculo en Pentecostés, porque en el fondo deseamos experimentar en nosotros aquellas mismas señales de la presencia del Espíritu en nuestra vida. Pensamos en el ruido, en el viento recio, en las lenguas como llamaradas, o en el hablar lenguas extranjeras sin dificultad. Pero ¿esas son las cosas verdaderamente importantes de Pentecostés? Fueron sólo signos o señales externas de lo que más hondo se realizó. Y es lo que nosotros tenemos que buscar. Lo que queremos que se produzca hondamente en nuestro corazón.
Fijándonos en los textos litúrgicos de esta fiesta nos dice que el Espíritu lleva a plenitud el Misterio Pascual de Cristo en nosotros, nos da el conocimiento de Dios y nos congrega en una misma fe; nos santifica y nos lleva al conocimiento pleno de toda la verdad revelada. Así lo había prometido Jesús. ‘Os enviaré el Espíritu de la verdad que os llevará a la verdad plena’. Y nos lo envió. Lo estamos celebrando.
Nos dice san Pablo. ‘No podemos decir Jesús es Señor si no es por la acción del Espíritu’. Pero decir ‘Jesús es el Señor’ no es simplemente repetir la materialidad de las palabras, sino la confesión de fe que realizamos. Y una confesión de fe no es simplemente repetir unas palabras. Es el Espíritu que nos da el conocimiento de Dios para que podamos conocerlo. El Espíritu que ‘infunde el conocimiento de Dios a todos los pueblos’. Lo pedimos en la oración litúrgica: que ‘la efusión del Espíritu nos lleve al conocimiento pleno de toda la verdad revelada’.
Sintamos todo esto como una realidad en nuestra vida. Tenemos, pues, que vivir la experiencia de la nueva comunión que se da entre nosotros por la confesión de una misma fe. Y es que el Espíritu Santo nos congrega, nos une y nos reúne, nos hace amarnos y sentirnos hermanos. ‘Todos bebemos del mismo Espíritu’ y ese Espíritu crea en nosotros una relación nueva por el amor. Y tendrá que expresarse en nuestra vida.
Babel fue el signo de la confusión donde cada uno va por su lado, andamos divididos y enfrentados, nos cuesta entendernos como si habláramos lenguajes extraños. Estamos muchas veces en Babel, hablando una misma lengua pareciera que hablamos lenguajes distintos porque nuestras palabras o nuestras actitudes nos separan y nos hieren, no logramos el entendimiento sino la división y el enfrentamiento. ¿No nos hemos fijado en lo que nos sucede muchas veces en las discusiones, en las que porque no nos oímos lo que hacemos es enfrentarnos cada vez más?
Ahora con la efusión del Espíritu todo tiene que ser distinto. El signo del don de lenguas que contemplamos en Pentecostés, como nos ha narrado el texto de los Hechos de los Apóstoles, viene a significar ese nuevo entendimiento y comunión que por la acción del Espíritu se realiza en nosotros.
Hoy es Pentecostés. Pero no sólo porque hace 50 días de la Pascua y ahora toque Pentecostés. Hoy es Pentecostés porque hoy se realizan las mismas maravillas de Dios en nosotros por la acción del Espíritu Santo. No es un recuerdo. Tiene que ser una realidad vivida en cada uno de nosotros y en toda la comunidad, como en toda la Iglesia.
Igualmente tenemos que sentir entonces en nuestro corazón ese fuego del Espíritu Santo que nos llene del amor de Dios, pero nos llena también del mismo coraje y valentía, de la misma Sabiduría divina para proclamar con conocimiento pleno que Jesús es el Señor.
Hoy es Pentecostés y tenemos que sentir en lo más hondo de nosotros mismos este impulso del Espíritu que nos lleve a descubrir y desarrollar también esos carismas que el Señor nos ha dado, no para beneficio personal, sino para bien de la Iglesia. El Espíritu Santo fue ‘el alma de la Iglesia naciente’ que suscitó en el corazón de aquellos primeros cristianos esos dones y carismas que impulsaron e hicieron crecer a la Iglesia. ‘Diversas funciones, diversos ministerios, diversos dones, pero un mismo Espíritu, un mismo Señor, un mismo Dios, Padre de todos… en cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común’. Eso mismo tiene que suscitarse en nosotros y en nuestra Iglesia.
Tenemos que vivir un Pentecostés muy fuerte en nuestra Iglesia; algunas veces parece que está dormida por esa falta de espíritu que se aprecia en muchos cristianos que no han terminado de descubrir cuál es la función que tienen que realizar en la Iglesia y en el mundo. Está esa vida amorfa y sin iniciativas de tantos cristianos poco comprometidos; pero muchas veces los pastores, tenemos que reconocer, tampoco sabemos suscitar y valorar esos dones y carismas en los laicos en medio del pueblo de Dios.
Reconozcamos las diversas funciones y ministerios que pueden y tienen que haber en la Iglesia y apoyemos la corresponsabilidad de todos los fieles en la tarea y la misión de la Iglesia. Que eso es obra del Espíritu.
No porque celebramos en esta Jornada el día del Apostolado seglar está todo hecho. Es en el día a día donde tenemos que suscitar y valorar ese apostolado seglar, donde tenemos que promover que los laicos desarrollen su función en medio de la Iglesia.
Es Pentecostés. Dejémonos inundar por el Espíritu Santo. Llenémonos de esa paz que es el regalo pascual de Cristo resucitado cuando envía sobre nosotros el Espíritu Santo como hizo con los apóstoles en el cenáculo. ‘Enviaste al Espíritu Santo para llevar a plenitud el Misterio Pascual’.
Que lleguemos en verdad a esa plenitud del misterio pascual de Cristo. En el Espíritu nos sentimos transformados. Es el Espíritu el que nos hace pasar verdaderamente de la muerte a la vida, el que nos hace vivir en plenitud todo el misterio de Cristo. Que a partir de la vivencia de este Pentecostés se note en verdad esa nueva vida en nosotros, que revitalice a la Iglesia y que dé vida a nuestro mundo con la luz y el sabor del Evangelio.