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sábado, 7 de junio de 2025

Una respuesta personal es nuestra fe, aunque la vivamos en comunión con los demás y nos sintamos estimulados por el testimonio de los demás creyentes

 


Una respuesta personal es nuestra fe, aunque la vivamos en comunión con los demás y nos sintamos estimulados por el testimonio de los demás creyentes

Hechos. 28, 16-20. 30-31; Salmo 10; Juan 21, 20-25

Hay gente que siempre se está comparando con los demás; si es mejor o peor, más guapo o más feo, si ha tenido más suerte en la vida o no ha tenido, si lleva una vida próspera o nosotros somos unos infelices, y así mil cosas más. Comparaciones que muchas veces están nacidas de envidias y de resentimientos, comparaciones no para sentirnos estimulados por nosotros mismos y en la búsqueda de nuestro crecimiento espiritual, comparaciones que nos destruyen a nosotros mismos mientras quizás estamos queriendo destruir todo lo bueno que puedan hacer los demás. Comparaciones de índole personal, particular podríamos llamarlas, pero comparaciones en lo social, entre pueblos o entidades, que muchas veces llevan a enfrentamientos innecesarios que en fin de cuentas llevan a dañarnos a nosotros mismos, como sociedad o como pueblo. No es camino de superación y crecimiento personal o como comunidad, sino que son resentimientos ahogados que aunque nos creamos mejores que los demás realmente no nos harán felices.

Creo que es bueno detenerse a pensar en estas cosas, aunque nos parezcan muy de índole personal y muy particulares de nosotros mismos, porque nos ayudarán a descubrir actitudes que se transforman en envidias o en orgullos mal curados y por otra parte es sentirnos invitados a ese crecimiento personal valorando el crecimiento de los demás que nos puede servir de estímulo positivo. Puede parecer que poco tiene relación con el mensaje de la Palabra de Dios, pero una curiosidad de Pedro que no se pudo callar ante lo que podía esperarle al discípulo amado de Jesús, me ha motivado a comenzar la reflexión de hoy desde estos aspectos muy humanos, pero que también han de formar parte de nuestra espiritualidad cristiana.

Como decíamos, Pedro que le había porfiado – en el buen sentido de la porfía – su amor que a pesar de sus tropiezos no dejaba de querer expresar a Jesús con toda la fuerza de su ser – Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te amo, le había dicho – pero cuando Jesús le anuncia lo que incluso va a padecer por su nombre – ‘otro te ceñirá y te llevará a donde tú no quieras' - al ver por allí cerca al discípulo, como dice el evangelio, que Jesús tanto amaba, le surge la pregunta ‘y de éste ¿qué va a ser?’. Y poco menos que Jesús ahora le dice que no se meta en la vida de los demás, que no le importa a él lo que Jesús le tenga reservado para el discípulo amado.

No veamos aquí correcciones duras e incomprensibles de Jesús a Pedro como no queramos ver intenciones oscuras en la pregunta que le ha hecho a Jesús. ¿No nos estará diciendo Jesús que cada uno tiene que hacer su camino y cada uno tiene que llevar su cruz cuando le toque? Es cierto que en nuestra vida cristiana hay algo muy importante que es la comunión que tenemos que sentir los unos con los otros; estamos llamados a la comunión y a la comunidad, y Jesús así en ese sentido ha constituido la Iglesia. Pero la respuesta de fe siempre tiene que ser personal, aunque la hagamos caminando junto a los hermanos; pero ni tú puedas dar la respuesta que le toca dar al otro, ni nadie va a sustituir lo que tú tengas que hacer.

Cuando Jesús te invitó a seguirle lo ha hecho por tu nombre personal. Es bonito lo que se expresa en la liturgia del Bautismo cuando el sacerdote al principio de la celebración pregunta por el nombre de aquel que va a ser bautizado. Y será con ese nombre con el que recibe las aguas del bautismo. Es nuestra decisión personal, es nuestro camino personal, que haremos, es cierto, y viviremos en comunión con los hermanos que están a nuestro lado, no para envidiarnos, sino para apoyarnos mutuamente, para servirnos de aliciente y estímulo los unos a los otros. En la liturgia aunque cuando oremos a Dios digamos ‘Padre nuestro’, no mío sino nuestro, a la hora de la confesión de fe diremos ‘Creo’, de una forma personal, porque estoy poniendo mi yo, mi persona, mis valores, mis actos, mi vida en esa fe que estoy proclamando.


viernes, 6 de junio de 2025

Cuidar la luz del amor que nos hará ver las cosas de otra manera, porque lo estaremos viendo tras el filtro del amor de Jesús, que sí es un grande amor

 


Cuidar la luz del amor que nos hará ver las cosas de otra manera, porque lo estaremos viendo tras el filtro del amor de Jesús, que sí es un grande amor

Hechos 25, 13b-21; Salmo 102; Juan 21, 15-19

¿Tú me sientes como amigo? Con una pregunta semejante alguna vez nos hemos dirigido a nuestro amigo o nuestro amigo nos ha preguntado. Cuando hay una auténtica amistad que se está mostrando cada día en mil detalles de cercanía, de comunicación, de afecto no sería necesaria esa pregunta, pero sin embargo la hacemos. Queremos corroborar el grado de amistad que sentimos; queremos ratificar que la amistad se mantiene, a pesar de que alguna vez haya habido algún desaire, algún mal momento, alguna discusión acalorada donde quizás hayas pronunciado palabras de las que ahora nos arrepentimos. Pero queremos que la amistad permanezca, no se rompa, vaya creciendo más y más en la vida. Un buen amigo es un vaso de agua fresca ofrecida al sediento en medio de los calores de la vida.

Hoy, ya casi terminando el ciclo pascual que cerraremos el próximo domingo, la liturgia retoma aquellos textos pascuales de los momentos finales del evangelio, en este caso del evangelio de san Juan. Queremos de nuevo caldear nuestro espíritu con todo el sentido pascual que hemos de darle a la vida y nos viene bien recordar esos retazos del evangelio.

Los discípulos se habían ido a Galilea. Uno de los mensajes que las mujeres trasmitieron a los apóstoles del cenáculo después de las apariciones de Jesús, es que les había dicho que fueran a Galilea y allí le verían. ¿Dónde comenzaron los primeros anuncios de Evangelio? No fue solo Jesús el que comenzó a predicar por los pueblos y aldeas de Galilea anunciando la buena nueva del Reino de Dios, sino que en Galilea se había recibido el primer mensaje, la primera buena noticia, cuando el ángel le anuncia a María de parte de Dios todo cuanto iba a suceder con el niño que naciera de sus entrañas. Aquel Niño era la Buena Noticia de salvación para la humanidad.

En Galilea estaban, parece que aburridos sin saber qué hacer cuando se deciden ir una noche a pescar. Ya lo hemos meditado. No habían cogido nada. Alguien que les parecía un anónimo desde la orilla no solo les había preguntado si habían cogido algo, cosa que seguramente les dolió por sus manos vacías, sino que les había dicho por donde habían de echar la red. Parece que los gestos se repiten, también después de una infructuosa noche, aquel profeta que estaba surgiendo en Galilea, sin ser pescador de aquellos mares, les había indicado que de nuevo echaran las redes. Se habían confiado y la redada había sido muy grande, de manera que incluso se sentían indignos, pero Jesús les había prometido que serían pescadores de hombres. Así se habían decidido a seguir a Jesús y estar con Él.

Ahora también la redada había sido extraordinaria y aquel que más llenos de amor tenía sus ojos había reconocido a quien estaba en la orilla y le había dicho a Pedro que era el Señor. Ahora Pedro tras lanzarse al agua está ante Jesús que tras el almuerzo se lo lleva aparte para hacerle una gran pregunta. ‘Simón Pedro, ¿me amas? ¿Me amas más que estos?’ Y así por tres veces. Pedro porfiaba su amor, ya no sabía cómo decírselo a Jesús que lo era todo para El. Un día había dicho que estaba dispuesto a seguirle y a dar la vida por Jesús, pero pronto se había dormido en el huerto, y pronto lo había negado ante una criada curiosa y preguntona.

Lo había llorado, pero ahora estaban las preguntas de Jesús. ¿De verdad eres mi amigo? Detrás había todo un recorrido de entusiasmos pero también de decaimientos; de valentías para ser el primero en hablar, pero también de cobardías y de sombras. ¿Se estaría preguntando al mismo tiempo Pedro a sí mismo si de verdad soy amigo de Jesús? ¿Mereceré yo que Jesús siga confiando en mí?

Pero bien sabemos que aquí no hablamos de merecimientos, sino que estamos hablando de amor. Jesús le pregunta a Pedro por su amor, pero Pedro se estará preguntando también por su amor, por si es sincero y auténtico su amor a Jesús. No le queda más que decir. ‘Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te amo’.

Seguramente mientras nos vamos haciendo esta reflexión no solo estamos mirando a Pedro en este diálogo con Jesús, sino que nos estaremos mirando a nosotros mismos. Con nosotros Jesús está también entablando ese diálogo y esas preguntas; en nuestro corazón están resonando esas preguntas y nuestras promesas y propósitos tantas veces incumplidos, nuestras cobardías y nuestros fracasos, nuestros miedos y nuestros tropiezos; la vida quizás puede estar muy llena de oscuridades, pero tenemos que cuidar una luz, tenemos que cuidar la luz del amor que nos hará ver las cosas de otra manera, porque lo estaremos viendo tras el filtro del amor de Jesús. Y ese sí que es un gran amor, el que queremos copiar en nuestra vida, el que queremos vivir nosotros también.


jueves, 5 de junio de 2025

Unidad que es garantía de paz, unidad que es verdadero camino en el amor para conseguir la paz, unidad aurora de paz para un mundo nuevo

 


Unidad que es garantía de paz, unidad que es verdadero camino en el amor para conseguir la paz, unidad aurora de paz para un mundo nuevo

Hechos 22, 30; 23, 6-11; Salmo 15; Juan 17, 20-26

Qué difícil se nos hace, pero también tenemos que decir, qué fácil sería lograr que en nuestro mundo haya paz. difícil lo estamos viendo en la realidad de cada día, parece que cada día estamos más abocados a la guerra, al enfrentamiento, a la falta de entendimiento, a la acritud y la violencia, a crear abismos que nos separan y murallas que nos dividen, en los grandes problemas de la humanidad, en las relaciones entre naciones y pueblos, en esa vida que tenemos que ir construyendo en nuestro ámbito en medio de la sociedad o entre los más cercanos; no somos capaces de vivir unidos, de darnos cuenta que habitamos un mismo planeta y un mismo mundo que tendríamos que compartir o que entre todos tenemos que construir. Aflora la falta de amor, el egoísmo y la insolidaridad, los resentimientos y recelos, las desconfianzas y las envidias, y no somos capaces de ponernos a trabajar juntos.

Si fuéramos capaces, sin embargo, de ser conscientes de todo eso que provocamos nosotros mismos y darnos cuenta donde está la llave que nos lleve a construir esa unidad, otro gallo nos cantaría. Si supiéramos utilizar esa llave del amor comenzaríamos a mirarnos de otra manera, a buscar la manera de acercarnos y comenzar a construir esa necesaria unidad. Ya sé que hemos hecho del amor una palabra ambigua que no nos lleva precisamente a ser esos constructores.

Todo el mundo habla de amor, es cierto, pero se nos queda en pasión que se descontrola, que se busca a si mismo, que hace distinciones y separaciones, al que le vamos cargando tantas cosas que no son amor de entrega y de generosidad, de altruismo del verdadero para no buscarnos a nosotros mismos sino saber buscar el bien de los demás y darnos por ello, que al final parece que no estamos hablando de lo mismo.

Es el amor que abre el corazón para tener siempre un lugar para el otro, para todo ‘el otro’, sea quien sea; es el amor que siempre nos pone en camino de búsqueda y de encuentro, que salva diferencias porque las respeta, pero que nos hace sentirnos unidos a pesar incluso de esas diferencias; es el amor que quita los filtros de colores para que no solo busquemos el color que nos agrada, sino que seamos capaces de crear un hermoso arco iris compuesto por todos en que cada uno tiene su importancia y su valor; es el amor que crea unidad, porque nos acerca, nos hace encontrarnos y caminar juntos, buscarnos porque sin el otro nada somos ni nada podemos hacer, nos hace disfrutar de la armonía.

De eso nos está hablando Jesús en estas palabras finales de la cena pascual en su oración sacerdotal al Padre pidiendo que nos dé ese don de saber caminar en la unidad y en el amor. Será la mejor señal de que hemos entendido lo que es el amor de Dios, de haber entendido lo que verdaderamente es la salvación que nos ofrece porque nos da la posibilidad de vivir mejor y más felices; ‘que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado’.

Esa unidad que nos tengamos entre nosotros será la mejor señal de que vivimos unidos en Dios. ¿Y no es ese el camino para vivir en paz? Recordemos a nuestro nuevo Papa, León XIV que en sus primeras palabras pedía la paz para el mundo, pero pedía también la unidad en la Iglesia; una unidad que es garantía de paz, una unidad que es verdadero camino en el amor para conseguir la paz.

miércoles, 4 de junio de 2025

Mantenernos en la unidad y oración por la Iglesia, dos pilares fundamentales que nos harán creíbles ante el mundo en el anuncio del evangelio

 


Mantenernos en la unidad y oración por la Iglesia, dos pilares fundamentales que nos harán creíbles ante el mundo en el anuncio del evangelio

Hechos  20, 28-38; Salmo 67; Juan 17, 11b-19

Quiero hoy arrancar mi reflexión sobre la palabra de Dios a partir de las emociones y sentimientos que se manifiestan en Jesús en los momentos de la última cena, como si de un eco se tratara, de experiencias de nuestra vida cotidiana en resonancia con esos sentimientos de Jesús.

Podemos pensar cuando hemos estado preparando un proyecto, pero al mismo tiempo preparando a aquellos que tendrán que asumirlo para llevarlo adelante, porque ya no está en nuestras manos, por las circunstancias que sean, el continuarlo por nosotros mismos, la preocupación que podemos sentir para tener la certeza de que aquello lo llevarán a cabo; hacemos nuestras recomendaciones, por así decirlo, o buscamos también algún apoyo que puedan recibir tales personas para que no decaigan en la tarea y responsabilidad que ahora se les confía. ¿Un interrogante que se plantea? ¿Unos temores que en el fondo podamos tener? ¿Cómo tener unas garantías de que la tarea seguirá adelante? ¿Desde donde podemos ofrecerles apoyos?

Podemos pensar en la mirada de unos padres que ven salir a sus hijos a la vida, que se independizan, que asumen responsabilidades, que por si mismo tendrán que enfrentarse a la vida con todos sus problemas. Los padres los han preparado, los han formado, les han enseñado, pero no quita para que sigan con sus recomendaciones y consejos, para mostrarse cercanos y abiertos a que acudan a ellos cuando lo necesiten.

¿Será la emoción de estos momentos que está viviendo Jesús? No es solo el hecho de la inminente pasión. Es la misión que han de desarrollar, la tarea del anuncio de la buena noticia de salvación para el mundo, que han de hacerla desde su palabra, su predicación, pero desde el testimonio de sus vidas. Fijaos que Jesús lo que ahora pide fundamentalmente es que ellos sean capaces de permanecer unidos. ‘Padre santo, guárdalos en tu nombre, a los que me has dado, para que sean uno, como nosotros’. Van a estar en medio del mundo sin ser del mundo y con un anuncio que el mundo no va a comprender. Pero han de permanecer firmes en la opción que han hecho en sus vidas, firmes en la unidad que han de mantener, firmes en su fidelidad. Y Jesús ruega por ellos, la oración que mantiene en pie a la Iglesia.

Les prometerá también como hemos venido escuchando que no les va a faltar la fuerza de su Espíritu, ‘el Espíritu de la verdad que os lo enseñará todo’, el Espíritu que será su fortaleza, el Espíritu que los van a mantener en la unidad. Van a ser los enviados de Jesús, de la misma manera que El es el enviado del Padre. ‘Santifícalos en la verdad: tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así yo los envío también al mundo. Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad’.

No nos deja solos. Nos envía, nos confía la misión del anuncio de la buena noticia, pero El está con nosotros, es nuestra fortaleza, ora al Padre por nosotros. ¿Será en verdad ese el espíritu que nos anima a nosotros en nuestra tarea? Podríamos preguntarnos muchas cosas. ¿Nos mantenemos en la unidad tal como era el deseo de Jesús? Es algo muy importante, de lo que no siempre damos buen testimonio. Muchas actitudes tendríamos que revisar en nuestra pertenencia a la Iglesia y cómo nos manifestamos ante el mundo. No somos todo lo creíbles que tendríamos que ser.

Pero también tendríamos que preguntarnos por nuestra oración. ¿Es como la de Jesús? ¿Es, en verdad, una oración por la Iglesia? ¿Nos sentiremos en verdad fortalecidos en nuestra oración para la tarea que hemos de realizar en medio del mundo?

martes, 3 de junio de 2025

No nos olvidemos que somos testigos de la vida eterna, y los testigos no se pueden ocultar, proclamando con nuestra vida nuestra fe en Jesús para la vida eterna

 


No nos olvidemos que somos testigos de la vida eterna, y los testigos no se pueden ocultar, proclamando con nuestra vida nuestra fe en Jesús para la vida eterna

Hechos 20, 17-27; Salmo 67; Juan 17, 1-11a

Siempre las despedidas parece que tienen que estar llenas de tristeza. Las tomamos como un desgarro del corazón,  alguien a quien apreciamos que parece que cuando se despide porque va a haber una distancia física tiene que haber como un desgarro; por eso nos duelen las despedidas. Pero bien sabemos que quienes se aman de verdad en las despedidas se suelen tener palabras que reflejan una hermosa promesa; te llevaré siempre en mi corazón, solemos decir.

¿No será esto lo que nos está diciendo Jesús desde el amor que El nos tiene y desde la actitud que quiere despertar en nosotros? ‘Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo’, nos dirá en otra ocasión en la víspera de la Ascensión. Pero además nos ha dejado múltiples signos de su presencia, porque siempre le hemos de tener en nuestro recuerdo, es más, siempre le hemos de sentir junto a nosotros, para eso nos deja la presencia de su Espíritu.

¿Qué son los sacramentos sino esos signos de su presencia en cada situación de nuestra vida? ‘Haced esto en conmemoración mía’, nos dice cuando tenemos que repetir la cena pascual para que aquel pan y aquel vino sea en verdad para nosotros nuestro alimento, nuestro Pan de vida, realmente su Cuerpo y su Sangre para que tengamos vida eterna.  Y en el momento del dolor y de la enfermedad estará junto a nosotros siendo nuestra fortaleza y nuestra salud; cuando nos sentimos abrumados por nuestros errores o porque aquello donde no hemos vivido con toda la intensidad necesaria su amor, se hace para nosotros perdón y salvación; en la vida de nuestro amor y de nuestra entrega nos estará diciendo que nuestro amor y la amistad que vivamos entre nosotros han de ser siempre signo del amor que El siente por su Iglesia, porque es a su manera como nosotros hemos de amar.

Pero hoy además nos dice algo muy hermoso. Nos habla de su glorificación, la hora de su gloria, la hora de la gloria de Dios. ¿En qué ha de consistir? Su gloria ha sido darnos a conocer a Dios. ‘Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti y, por el poder que tú le has dado sobre toda carne, dé la vida eterna a todos los que le has dado. Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo’.

La hora de la gloria de Dios que se nos manifiesta en Jesús que ha venido a traernos la vida eterna. Y ‘Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo’. Es lo que nos ha comunicado Jesús. ‘Yo les he comunicado las palabras que tú me diste, y ellos las han recibido, y han conocido verdaderamente que yo salí de ti, y han creído que tú me has enviado’.

Es el camino por donde hemos de andar nosotros ahora. Pero no estamos solos, Cristo no nos deja, El siempre está presente en nosotros, nos da la fuerza de su Espíritu. Es lo que tenemos que vivir. Es lo que tenemos que saber trasmitir a los demás. No vamos llevando anuncios de nosotros mismos, con el testimonio de nuestra vida, de nuestra nueva forma de vivir la vida estamos queriendo llevar a los demás también a esa gloria de Dios. Que todos puedan conocer esa vida eterna, que todos puedan llegar a conocer a Dios. Y no valen solo palabras, son los hechos de nuestra vida los que han de manifestar ese conocimiento que Dios tenemos, ese camino que nos enseña Jesús, esa vida nueva, esta vida eterna, que hay en nosotros.

¿Estaremos en verdad dando testimonio de nuestra fe? Con lo que hacemos y con lo que vivimos ¿los demás podrán llegar a entender esa vida eterna que en Jesús nosotros hemos encontrado? ¿Nuestra vida se hace creíble? No olvidemos que somos testigos y los testigos no se pueden ocultar.

lunes, 2 de junio de 2025

Por la fuerza del Espíritu nos podemos sentir vencedores, para ser perseverantes aunque nos cueste comprender, para poner toda nuestra confianza en Jesús

 


Por la fuerza del Espíritu nos podemos sentir vencedores, para ser perseverantes aunque nos cueste comprender, para poner toda nuestra confianza en Jesús

Hechos de los apóstoles 19, 1-8; Salmo 67; Juan 16, 29-33

‘Tengan paciencia’, habremos escuchado a alguien con sabiduría en su vida decirnos en alguna ocasión, ‘algun día van a entenderlo’, nos dice. Hay situaciones en la vida que nos cuesta entender. Hacemos quizás las cosas con buena voluntad y buenos deseos, y no nos entienden nuestras decisiones, como quizás a nosotros nos ha pasado también con alguien que tiene alguna responsabilidad, que está al frente de alguna tarea, y que sabe cosas que nosotros no sabemos, que tiene una visión de futuro que a nosotros nos cuesta tener, que ve una complejidad en las relaciones entre unos y otros, entre unas cosas y otras que nosotros no alcanzamos a ver. Y nos sentimos desconcertados, y nos parece que aquel no es nuestro lugar, y nos entra el desánimo porque no vemos las cosas claras. Y nos dicen, ten paciencia, un día lo entenderás.

Nos pasa en nuestras relaciones entre unos y otros, nos pasa en nuestros trabajos y responsabilidades, nos pasa en el compromiso que queremos vivir por los demás o por la sociedad en la que estamos, nos pasa hasta en nuestro propio interior, en los principios que tenemos para nuestra vida, en la ética con que queremos vivir la vida, en nuestra fe y en nuestra relación con Dios. Parece que no siempre están las cosas claras, que nos salen como nosotros desearíamos; el camino de nuestra vida cristiana algunas veces se nos hace costoso y cuesta arriba, porque nos encontramos con muchas cosas que nos frenan. ¿Cómo seguir adelante? ¿Cómo ser constantes en nuestra lucha? ¿Cómo permanecer en nuestros principios de forma inalterable?

En el texto del evangelio de hoy pareciera que los discípulos comienzan a comprender algo. Le dicen a Jesús que ahora sí que les habla claro a ellos, que no siempre lo han entendido, y comprenden también que haya mucha gente que no lo entiende. ‘¿Ahora creéis?’, les dice Jesús. Pero de alguna manera les está diciendo que aun no lo entienden del todo, que va a llegar un momento en que van a tomar el camino de la huida y de la dispersión, porque les puede parecer que todo se ha acabado. No olvidemos que en estas palabras que hoy escuchamos Jesús les está hablando al final de aquella cena pascual, la última cena como solemos llamarla. Y a partir casi de unos momentos, cuando estén en el huerto de los Olivos comenzarán los momentos del escándalo y de la huída.

Y Jesús les dice que les está diciendo todo esto para prepararlos para ese momento difícil que van a pasar. Serán momentos duros. Ya los veremos más tarde encerrados en el cenáculo por miedo a los judíos. Pero Jesús les invita a que no pierdan la confianza, a que a pesar de todas las negruras que pudieran aparecer, sigan creyendo en El. ¿No necesitamos también nosotros escuchar estas palabras de Jesús en medio de tantas turbulencias en que nos vemos envueltos en la vida?

Pensemos que hoy cuando nosotros escuchamos estas palabras de Jesús no las escuchamos solamente como unas palabras dichas a los discípulos o a los apóstoles en aquellas circunstancias, sino que nos están dichas a nosotros, en nuestra situación, en nuestros problemas, en nuestras luchas. ‘En el mundo tendréis luchas, les dice, nos dice; pero tened valor: yo he vencido al mundo’.

Es la certeza de la victoria de Cristo, es la certeza que nos da ánimos para nuestras luchas, para nuestra tarea, para el camino de nuestra vida cristiana. Los apóstoles lo comprenderían a partir de la resurrección y cuando se vieron llenos del Espíritu Santo. Sigamos ese camino, hemos venido celebrando la Pascua, ayer contemplábamos a Cristo glorioso sentado a la derecha del Padre, como confesamos en el Credo de nuestra fe. Con Cristo nos sentimos elevados, en Cristo vivimos en su gloria, en el Espíritu de Cristo podemos sentirnos también vencedores, aunque dura sea la lucha y la batalla. Es la fuerza que sentimos para nuestra perseverancia, aunque nos cueste creer, aunque nos cueste comprender, es la confianza total que desde nuestra fe ponemos en Jesús y por la que queremos vivir su evangelio.

domingo, 1 de junio de 2025

Elevados con Cristo en su Ascensión descubrimos la grandeza de gloria de la que nos hace partícipes y de lo que tenemos que ser testigos en medio del mundo

 


Elevados con Cristo en su Ascensión descubrimos la grandeza de gloria de la que nos hace partícipes y de lo que tenemos que ser testigos en medio del mundo

Hechos 1, 1-11; Salmo 46; Efesios 1, 17-23; Lucas 24, 46-53

No tengo palabras para expresarme. No siempre todo lo que nos sucede podemos explicarlo con palabras; cosas que nos sorprenden, cosas ante las que nos quedamos como petrificados por la emoción que estamos sintiendo pero que no sabemos explicar, cosas que podemos sentir en nuestro interior y que se convierten en experiencia impactante de la vida y que no sabemos cómo trasmitir. Balbuceamos algunas explicaciones, y si no llegan a ser explicación al menos tratamos de decir, de contar, de transmitir de alguna manera lo que nos sucede por dentro. Experiencias quizás cotidianas pero que se convierten en experiencias extraordinarias para nosotros, tras lo cual quizás encontremos un sentido, un valor para nuestro existir, para lo que hacemos y para lo que vivimos. La vida no son solo cosas que se suceden, que se repiten, o que nos aparecen como novedad sino que son oportunidades para ver más allá, para tener otros horizontes, para saborear que es el amor que es el único que pueda dar sabor a la misma vida y cuanto nos sucede.

¿Dónde acudir para encontrar la sabiduría que nos haga entender todas esas cosas y que nos dé la capacidad para transmitirlas? Estamos metiéndonos en el misterio de la vida, estamos introduciéndonos en aquello que nos puede dar sentido a nuestro existir, estamos entrando en otra órbita que nos lleva más allá de lo que solo podemos palpar con las manos porque nos hace entrar en una sensibilidad especial, que es encontrar el sentido de Dios en nuestra vida.

¿Tendrá que ser nuestra oración lo que hoy nos dice el Apóstol san Pablo? ‘El Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo, e ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos, y cuál la extraordinaria grandeza de su poder en favor de nosotros…’

Espíritu de sabiduría y revelación… ilumine los ojos de nuestro corazón… para que nos podamos llenar de esperanza, para que descubramos la riqueza de gloria que se nos ofrece, la extraordinaria grandeza de nuestra vida. Lo que hoy estamos celebrando es el misterio de Dios que nos engrandece. Estamos contemplando a Jesús y a Jesús en su gloria; permanecen en nuestros ojos y quizás hasta turbando nuestro espíritu las señales de la pasión y de la muerte, pero es el que tiene toda la gloria de Dios. Resucitado de entre los muertos lo venimos celebrando a lo largo de toda la pascua, pero glorificado a la derecha de Dios. Son imágenes, porque tenemos que emplear palabras para poder expresarnos, pero es la realidad de Jesús, es la gloria del Hijo de Dios.

Pero contemplar así la gloria de Dios que se nos manifiesta en Jesús es contemplar la gloria y la misión a la que estamos llamados. Es que contemplar así la gloria de Dios es contemplar todo el amor que Dios nos regala – riqueza de gloria, decíamos con san Pablo, extraordinaria grandeza – de manera que a nosotros también nos está llamando hijos, hijos amados de Dios. Es el regalo que recibimos y porque creemos en Él con Él somos transformados, de Él nos llenamos de vida nueva para hacernos hijos de Dios. Por Jesús nosotros también escuchamos aquella voz que se escuchó desde el cielo en el Tabor, ‘tú eres mi hijo amado’, también somos los predilectos de Dios que en nosotros quiere habitar. ‘Vendremos a él y haremos morada en él’, que nos decía Jesús.

Con la Ascensión de Jesús nos sentimos también levantados porque nos sentimos llenos de esa gloria de Dios que tenemos que proclamar, que tenemos que transmitir. Todo eso que estamos viviendo, toda esa gloria de Dios que estamos sintiendo en nosotros tenemos que saber anunciar también a los demás. Es la misión que hoy en su Ascensión nos confía. ‘Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, nos dice Jesús, que va a venir sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría y hasta el confín de la tierra’.

‘En su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén’. Es la misión que nosotros recibimos, es la misión que se nos confía. ¿Cómo hacerlo? ¿Qué palabras emplear? ¿Cómo transmitir eso que es nuestra gloria y que llevamos en lo más hondo de nosotros mismos? Jesús nos ha prometido la fuerza de su espíritu y con la fuerza de su espíritu seremos testigos.

El testigo no es solo el que habla con palabras, el testigo dice con su vida. ¿Seremos en verdad testigos del perdón y de la misericordia, de la paz y del amor por el testimonio que damos con nuestra vida? Que el Señor nos conceda ese espíritu de sabiduría, iluminando nuestra vida, fortaleciendo nuestra esperanza para poder compartir toda esa riqueza de gloria que en nuestra fe encontramos.