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sábado, 4 de abril de 2015

Buscamos a Jesús, el que fue crucificado pero ha resucitado y es nuestro gozo y alegría y lo sentimos vivo en nosotros


Buscamos a Jesús, el que fue crucificado pero ha resucitado y es nuestro gozo y alegría y lo sentimos vivo en nosotros

Hechos, 10, 34a. 37-43; Sal 117; Colosenses 3, 1-4; Juan 20, 1-9
‘¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el que fue crucificado? No está aquí. Ha resucitado’. Fue el anuncio que escucharon aquellas buenas mujeres que habían comprado aromas para ir a completar los ritos de enterramiento que no habían podido realizar el viernes por las prisas embalsamando el cuerpo muerto de Jesús. ¿Buscáis al que fue crucificado? ¿Por qué buscáis en el lugar de la muerte al que venció a la muerte? ¿Por qué buscáis en un sepulcro al que es la Vida? ¿No recordáis lo que dijo allá en Betania de que era la resurrección y la vida?
Es el anuncio que nos llena de alegría. Es nuestra fiesta porque es la Pascua. ¡Cristo ha resucitado! Y confesamos con alegría nuestra fe. No creemos en quien fue derrotado con la muerte sino creemos en el que con su muerte venció toda muerte y nos llena de vida para siempre. Es importante esto, porque si Cristo no hubiera resucitado vana y sin sentido sería nuestra fe. De ahí nuestra alegría. De ahí la fiesta grande que nosotros los cristianos hacemos en la resurrección del Señor. Es la Pascua.
Pero esto no lo confesamos como una idea, como un simple artículo de un credo, de una fe, sino desde una vida, desde una experiencia que nosotros vivimos también. Cuando las mujeres fueron sepulcro solo vieron un sepulcro vacío y escucharon las palabras del ángel. María Magdalena seguiría llorando, corriendo a contarle a Pedro y los discípulos que el cuerpo de Cristo muerto no estaba en el sepulcro y que alguien lo habría robado.
Pero poco a poco Magdalena, las demás mujeres, Pedro y el resto de los apóstoles fueron sintiendo algo más, viviendo una nueva experiencia, porque era verdad que Cristo había resucitado y Cristo se les fue manifestando a todos ellos, lo vieron y lo palparon como quería hacerlo el dubitativo Tomas. Es la experiencia que le haría proclamar a Pedro delante de la multitud, aquel a quien habéis crucificado, y todos sois testigos de ello, Dios lo ha resucitado y lo ha constituido Señor, y nosotros somos testigos.
Es la experiencia que nosotros también vivimos. No veremos con los ojos de la carne como a nosotros nos gustaría ver, o no palpamos con nuestras manos como queria hacer Tomás, pero sí sentimos y vivimos. Es la experiencia viva de la fe, en la que no tenemos que buscar razones de lógicas humanas o racionales, sino que lo proclamamos desde lo que sentimos y desde lo que experimentamos en lo más hondo de nosotros mismos. Y eso es lo que en este día queremos proclamar; es lo que es nuestra fe, lo que tenemos que gritar en todo momento ante el mundo que nos rodea.
Hemos venido haciendo a través de toda la Cuaresma un camino que nos conduce a la Pascua y lo hemos ido haciendo desde lo que es nuestra vida concreta de cada día con sus luchas y con sus problemas, con sus sombras y con sus angustias, con sus sufrimientos y con todo lo que hemos ido viviendo o vemos que van viviendo los que están a nuestro alrededor. Recuerde cada uno el camino que ha ido haciendo.
 Ha sido un camino de pasión, de cruz en muchas ocasiones, un camino en que hemos querido ir oyendo la palabra de Jesús que nos invitaba a tomar la cruz, a negarnos a nosotros mismos, a atrevernos a emprender un camino nuevo, con decisiones nuevas que podrían parecernos incluso arriesgadas; muchas veces nos costaba dar pasos o arrancarnos de nosotros mismos, pero hemos querido dejarnos conducir por su Espíritu y aquí estamos celebrando la Pascua, celebrando la resurrección del Señor, que tiene que ser también nuestra propia resurrección.
Por eso ahora nuestra pascua tiene que ser viva; lo que estamos celebrando tiene que ser algo vivo, porque es algo que nosotros también experimentamos por dentro. No son meras palabras que tenemos que decir, o ritos que tenemos que hacer. También nosotros hemos de experimentar esa resurrección de Jesús en nuestra vida concreta. Unidos a Jesús estamos en su muerte porque con El fuimos sepultados en el Bautismo, pero para con El resucitar a una vida nueva desde ese mismo bautismo que a El nos unió.
Por eso ahora todo se vuelve luz en nuestra vida aunque fuertes hayan sido los nubarrones por los que hayamos pasado; en nosotros hay esperanza; con Cristo resucitado sabemos que tenemos nueva vida; con la presencia del resucitado en nosotros se tienen que acabar las visiones borrosas para ver ese camino nuevo que ante nosotros se abre con la gracia de Dios; con la presencia de Cristo resucitado en nosotros se acabaron los miedos, las vendas que cubrían nuestros ojos o nuestra vida tienen que caer para siempre; con Cristo resucitado presente en nuestro corazón sabemos que hay caminos nuevos que recorrer y habrá forma de ir a la Galilea de nuestro mundo para anunciar que Cristo es nuestra Salvación, nuestra alegría y nuestro gozo, nuestra esperanza y nuestra vida; con la fuerza de Cristo resucitado en nuestro corazón han de acabarse los temores y sentimos su fuerza para realizar siempre y en todo lo que es la voluntad del Señor.
Ya sentimos que no estamos solos nunca, porque Cristo está con nosotros y si Cristo, el que vive, el que venció la muerte y el pecado, el que puso para siempre luz para disipar las tinieblas de nuestro mundo, está con nosotros, ¿a quién o a qué vamos a temer? Con El en nuestro corazón sentimos nueva paz y podremos llevar esa paz también a los demás.
Con El presente en nuestra vida creemos posible ese mundo nuevo y que los corazones de los hombres pueden cambiar, para desterrar los odios, para hacer desaparecer los orgullos que envilecen la vida del hombre, para abrirnos a caminos de nueva solidaridad, para hacer posible ese mundo nuevo donde nos sintamos hermanos, y seamos capaces de comprendernos y perdonarnos, de tendernos la mano para caminar juntos y realizar ese mundo nuevo del Reino de Dios, ese mundo nuevo de la justicia, de la verdad y del amor.
‘¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el que fue crucificado? No está aquí. Ha resucitado’. Buscamos, sí, a Jesús Nazareno, el que fue crucificado pero que ha resucitado. Es nuestra vida y nuestra salvación. Sí, está aquí, lo sentimos en el corazón y en la vida. Está con nosotros y nos pone en camino. De ello somos, queremos ser ante todo el mundo unos testigos convencidos.

El silencio ante la tumba es anuncio de ese nuevo brote de primavera en la resurrección del Señor

El silencio ante la tumba de Jesús es anuncio de ese nuevo brote de primavera en la resurrección que nos llena de vida nueva

Hoy todo es silencio en la iglesia y en el corazón de los cristianos. Un silencio hondo, que penetra hasta las entrañas más profundas del alma. Como ese silencio que queda, que se siente, que se palpa detrás de la tormenta o de un viento impetuoso, o tras el rasgarse la tierra después de un terremoto, tras tomar una decisión importante, tan importante que transforme la vida para comenzar algo nuevo e inaudito.
Algo más grande sucedía ayer con la muerte de Jesús en la cruz. Todo se quedó en silencio tras depositar el cuerpo de Jesús en el sepulcro. Tras la muerte en un primer momento quizá se suceden los llantos y los lamentos, pero luego todo queda como en un vacío, en un silencio. Es lo que la Iglesia, lo que los cristianos estamos viviendo en esta mañana del sábado santo. Por eso durante el día de hoy la liturgia se calla, solo surge la oración en silencio, contemplando, rememorando todo lo acontecido, pero también con el corazón lleno de esperanza porque creemos en las palabras de Jesús.
Meditamos en silencio, rememoramos de nuevo todo lo acontecido, repasamos una y otra vez todo lo vivido, vuelven a nuestra mente los distintos momentos de la pasión, de la muerte de Jesús, se van filtrando también quizá momentos de nuestra vida, recuerdos del pasado, todo aquello de muerte que quizás había en nosotros pero que queremos sepultar también con Cristo porque siguen estando muy presentes las palabras, los anuncios de Jesús que nos llenan de esperanza.
Y en ese silencio estamos con María, nos ponemos a su lado o la ponemos a nuestro lado; quizá nos pareciera que somos nosotros los que tenemos que consolarla porque es la madre que llora la muerte de su Hijo; por eso le damos tantos nombres en estos días, Madre de los Dolores, Madre de la Amargura, Madre de las Angustias, pero hay un nombre que refleja bien lo que hay y sucede en su corazón, Madre de la Esperanza.
Nos acercamos a ella, pero es ella la que se acerca a nosotros, la que quiere estar a nuestro lado porque ella es la que nos va a ayudar a sostener nuestra esperanza, ella es la madre que va a estar a nuestro lado como un aliento de vida, trayéndonos la gracia del Señor para que con El resucitemos. Ella nos ayudará a transformar nuestra vida llena de muerte, de desesperanza, de angustia en una vida de amor ayudándonos a poner paz en el corazón  en esa nueva vida que se abre ante mí. Sintamos junto a nosotros esa presencia de la madre, esa presencia de María, que es la madre que Jesús nos ha regalado desde la cruz. Qué hermoso regalo nos hecho Jesús al darnos a María como madre.
Sí, hacemos silencio, pero nuestro silencio no es un vacío ni nos podemos quedar en la amargura, porque nuestro silencio está lleno de esperanza; nuestro silencio es como ese brote que vemos ahora en primavera que se va abriendo a una nueva flor prometedora de un espléndido fruto. Nuestro silencio está lleno de esperanza porque sabemos que en la madrugada del primer día de la semana resucitará el Señor. Y queremos resucitar con El. Con El tenemos la certeza de llenarnos de nueva vida.
Que el Señor nos conceda resucitar con El, porque nuestra vida nunca más esté llena de negruras, sino siempre haya esa luz nueva con la que El quiere iluminarnos. Que ese brote que va surgiendo nos abra al color de una nueva primavera en nuestra vida.
María, Madre de la Esperanza, ayúdanos a llenar de sentido nuestra espera, porque sabemos bien que Cristo resucitará.

viernes, 3 de abril de 2015

Miramos la cruz, la de Jesús y la de tantos que nos rodean, pero subimos con Jesús a la cruz porque es el triunfo del amor

Miramos la cruz, la de Jesús y la de tantos que nos rodean, pero subimos con Jesús a la cruz porque es el triunfo del amor

Isaías 52, 13-53, 12; Sal 30; Hebreos 4, 14-16; 5, 7-9; Juan 18, 1 - 19, 42
‘Mirad el árbol de la cruz…’ nos va a decir la liturgia del viernes santo. Hoy levantamos la mirada a lo alto, miramos a la cruz. ‘Cuando sea levantado en alto atraeré a todos hacia mi’, nos había dicho Jesús.
Nuestra mirada se dirige a la cruz de Cristo. ¿Qué contemplamos en ella? Una primera mirada a la cruz y a quien de ella pende crucificado nos produce horror; tormento horrible, despiadado, que nos hace doler en los entresijos del alma; mirar la cruz nos hace pensar en muerte, en sufrimiento, en dolor. Una primera mirada puede ser en cierto modo de rechazo.
Pero hoy miramos la cruz de una manera especial, porque miramos a quien en ella está crucificado. Si hoy levantamos nuestros ojos a la cruz es porque en ella está Jesús. Y mirando a Jesús el sentimiento, la reacción es distinta, porque sabemos bien por qué y para qué El está clavado a la cruz. En ella, contemplando a Cristo, contemplamos vida, contemplamos amor, la expresión más grandiosa del amor. No está Jesús en la cruz simplemente porque lo hayan condenado, sino porque El se entregó; yo entrego mi vida libremente, nos había dicho en el evangelio, nadie me la arrebata.
Para nosotros por ese amor de Jesús que se entregó por nosotros, por ese amor del Padre que nos entregó a su Hijo la cruz es signo de victoria, es signo de vida. Se rebajó hasta someterse a una muerte de cruz, pero Dios lo levantó, su nombre sobre todo nombre; es el Señor porque es el que se humilló y se entregó y el que se humilla será enaltecido, nos había enseñado en el evangelio, nos lo enseña con su propia vida.
Para nosotros la cruz, entonces, es germen de vida, de gracia, de salvación. El grano de trigo que se entierra y muere a si mismo para germinar nueva vida, para dar fruto. Es lo que hizo Jesús, es lo que hoy contemplamos; es por lo que hoy glorificamos a Dios. El Hijo del Hombre ha sido glorificado, como Jesús mismo había anunciado. Cantamos la gloria del Señor.
Levantamos nuestra mirada, sí, para ver la cruz, y en la cruz de Cristo ver tantas cruces como hay en el mundo que nos rodea. Cuánto sufrimiento, enfermedades, miserias, guerras, violencias, angustias de todo tipo, gente que se ve envuelta en sus problemas y no sabe cómo salir adelante, soledad de tantos aunque vivan rodeados de mucha gente, pero también discriminaciones, desprecios, envidias, odios, enfrentamientos incluso entre los que tendrían que ser más cercanos, abandono de muchos que no se sienten queridos por nadie… Cuánto sufrimiento hay en nuestro mundo y cuánto sufrimiento nos producimos unos a otros.
Cristo en su cruz está recogiendo todo ese sufrimiento. Cristo viene a sanarnos con su cruz de todas esas cruces, de todos sufrimientos que padecemos los hombres. Aunque contemplemos tanto dolor que también a nosotros nos hace sufrir en esas cruces de nuestros hermanos la cruz de Cristo despierta en nosotros esperanza y deseos de vida nueva y mejor; la cruz de Cristo ha de despertarnos a la solidaridad y al amor para hacer que nuestro mundo sea mejor; la cruz de Cristo tiene que ser también germen de vida en medio de tanta muerte.
Pero hoy Cristo nos pide algo más; no es solo una contemplación lo que tenemos que hacer. El nos había dicho en el Evangelio que quien quisiera ser su discípulo habría de tomar su cruz de cada día. Por eso Cristo hoy desde la cruz nos está invitando a ir a El, pero hemos de tomar la cruz, hemos de ponernos a su lado con nuestra cruz, con nuestra vida, con nuestros sufrimientos, nuestras soledades, o ese mal que muchas veces se nos mete por dentro y nos tienta a la desesperanza, a la insolidaridad, o a encerrarnos en nosotros mismos. Hemos de tomar la cruz, hemos de saber abrazar la cruz, pero hacerlo como lo hizo Cristo. Como decíamos en El estamos contemplando entrega, ofrenda, amor.
Así con nuestro amor, con la ofrenda de nuestra vida nos subimos también a la cruz con Cristo. Y sabemos que por mucho que sea el sufrimiento, por muchas que sean las oscuridades, por muchas que sean las angustias o las soledades, todo es germen de vida, como lo fue la cruz de Cristo.
Vayamos hasta Jesús, vayamos hasta Jesús y escuchemos en nuestro corazón qué nos está pidiendo, cuál es la ofrenda concreta que nosotros hemos de hacer de nuestra vida. No temamos lo que en principio nos pueda parecer doloroso, porque sabemos que detrás está la vida. Esto es Pascua, pero la Pascua culmina en resurrección y en vida. Y el que cree en Jesús no morirá para siempre; quien cree en Jesús y a Jesús se une en su cruz sabemos que está llamado a la vida eterna.
Cada uno miremos nuestra vida, escuchemos las palabras concretas que a nosotros nos dice el Señor, eso que quizá en este momento estás sintiendo en tu corazón. Es la palabra de vida y salvación que Cristo desde la Cruz te está dirigiendo. No te hagas sordo porque temas el sufrimiento de la cruz, piensa en la gloria de la victoria, en la gloria del amor.


jueves, 2 de abril de 2015

Su Cuerpo entregado, su Sangre derramada formará parte para siempre de nuestra vida desde nuestra entrega y nuestro amor

Su Cuerpo entregado, su Sangre derramada formará parte para siempre de nuestra vida desde nuestra entrega y nuestro amor

Éxodo 12, 1-8. 11-14; Sal 115; 1Corintios 11, 23-26; Juan 13, 1-15
‘Es la Pascua, es el paso del Señor…’ así les decía Moisés a los israelitas en Egipto. ‘Este día será para vosotros memorable, en él celebraréis la fiesta del Señor, ley perpetua para todas las generaciones’. Cada año habían de celebrarlo. Por eso, aquella noche estaban reunidos los Jesús y los discípulos en aquella sala que les habían facilitado para celebrar la pascua y comer el cordero pascual.
Pero ahora Jesús les dirá: ‘Haced esto en memoria mía… pues cada vez coméis de este pan y bebéis de esta copa, proclamáis la muerte del Señor hasta que vuelva’. Y es que en aquella cena pascual habían sucedido muchas cosas. Una nueva pascua, una nueva alianza se había celebrado y se había constituido. Ya no era aquel cordero pascual el que habían comido, sino que allí estaba el verdadero Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, que se entregaba, que se inmolaba, que se sacrificaba en el sacrificio de la Alianza nueva y eterna para el perdón de los pecados. ‘Esto es mi cuerpo que se entrega… esta es mi sangre…el cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre…’
Es lo que hoy estamos celebrando en esta tarde del Jueves Santo. Litúrgicamente iniciamos el triduo pascual. Estamos celebrando la pascua, el paso del Señor, pero no ya de cualquiera manera ni recordando hechos antiguos, sino sintiendo algo nuevo que está ahora sucediendo, que se está haciendo presente en nuestra vida. Es el paso del Señor, la pascua, que tenemos que vivir en nuestra vida. No es un recuerdo. Es una vida. Somos nosotros que nos estamos uniendo con el Señor, viviendo su misma pascua, disponiéndonos para su misma pasión, preparándonos para su misma entrega, queriendo vivir su mismo amor. No es una cosa cualquiera.
Tenemos que poner toda nuestra fe a tope. Como ya hemos expresado tantas veces no es algo ajeno o al margen de nosotros lo que está sucediendo sino que ahí en nuestra vida concreta, la que vivimos cada día con sus problemas y con sus alegrías, con sus miedos y con sus angustias, con sus luchas y con sus esperanzas estamos viendo, viviendo, sintiendo en lo más hondo de nosotros ese paso de gracia del Señor, que nos libera, que nos perdona, que nos llena de gracia, que nos pone en camino de una vida nueva, que nos levanta y nos llena de vida y de esperanza, que nos hace darle un sentido nuevo a todo aquello que es nuestra vida de cada día. Con Cristo nos sentimos renovados para siempre.
Es lo que significó su entrega. Es lo que significa que eso mismo que El hizo nosotros tenemos que seguirlo haciendo. Su Cuerpo entregado, su Sangre derramada es algo que formará parte para siempre de nuestra vida. Lo celebramos, lo vivimos con toda intensidad cada vez que celebramos la Eucaristía en la que siempre estamos anunciando su muerte y proclamando su resurrección, estamos celebrando su Pascua.
Pero lo celebramos, lo vivimos en el día a día de nuestra vida, cuando nosotros nos entregamos, nos inmolamos, nos damos, somos esa pequeña semilla que se entierra y se oculta, somos capaces de negarnos a nosotros mismos, ofrecemos lo que es nuestra vida también en sus sufrimientos, en sus angustias, en sus preocupaciones, en los deseos que tenemos de ser mejores, en el espíritu de amor y de servicio a los demás en que queremos vivir. No separamos la Eucaristía de la vida; no separamos la pascua de Jesús de la vida; siempre hacemos que nuestra vida forme parte también de la pascua de Jesús.
En la cena habían sucedido muchas cosas que nos están hablando de todo esto. El evangelista Juan no nos habla de la institución de la Eucaristía, pero sí nos habla de un gesto muy profético de Jesús que nos abre caminos para lo que ha de ser nuestra vida. Se despojó de su manto, se ciñó una toalla, tomó el lugar de los sirvientes y se puso a lavarles los pies a los discípulos. Y ya vemos lo que nos dice al final. ‘Si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros; os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis’. Ahí tenemos el camino, no es necesario decir muchas cosas ni dar muchas explicaciones, sino hacer lo mismo que hizo el Señor. Cada vez que celebramos la Pascua, cada vez que celebramos la Eucaristía a esto nos estamos comprometiendo, esto que hemos de hacer cada día por los demás es lo que estamos trayendo a la Eucaristía.
Por eso decimos que hoy es el día del amor. Y no solo porque hoy nos dijera cual era su mandamiento nuevo, sino porque hoy estamos contemplando, estamos queriendo llevar de verdad a nuestra vida todo ese amor que vivió Jesús para entregar su Cuerpo, para derramar su Sangre, para que nosotros siguiéramos haciendo lo mismo.
A Pedro y los apóstoles les costaba entender aquello que estaba haciendo Jesús. Todos estaban sorprendidos y Pedro siempre el más decidido a hablar estaba dispuesto a no dejarse lavar los pies por Jesús. ‘No tendrás parte conmigo si no te lavo los pies’, le dice Jesús. ‘Esto que hago ahora lo entenderás más tarde’. Lo mismo que allá en la sinagoga de Cafarnaún no habían terminado de entender las palabras de Jesús que les hablaba de comer su carne y beber su sangre y la fe y el amor les había impulsado a decir que creían en Jesús porque El tenía palabras de vida eterna, ahora era necesario que también se dejaran conducir por esa misma fe y ese mismo amor, porque más tarde lo comprenderían.
Tenían que pasar por la cruz y que llegara la resurrección para que comprendieran todas aquellas cosas y se llenaran de verdad del Espíritu de Jesús. Pasemos nosotros también por la Cruz, vivamos la pascua con toda intensidad y que el Espíritu de Jesús nos ayude a comprenderlo todo, a vivirlo todo, a vivir con toda intensidad la pascua del Señor.
‘Es la Pascua, es el paso del Señor… haced esto en memoria mía…’


miércoles, 1 de abril de 2015

La Pascua no es algo ajeno a lo que estemos viviendo o que está sucediendo en nuestro mundo sino forma parte de nuestra vida

La Pascua no es algo ajeno a lo que estemos viviendo o que está sucediendo en nuestro mundo sino forma parte de nuestra vida

Isaías 50,4-9ª; Sal 68; Mateo 26, 14-25
Fuerte contraste entre los discípulos de Jesús que podría mostrar también el contraste en nuestra postura o en nuestra manera de ir a celebrar la Pascua. Mientras uno, Judas Iscariote, andaba buscando ocasión propicia para entregarlo, desde que se había presentado a los sumos sacerdotes proponiéndoles ‘¿Qué estáis dispuestos a darme, si os lo entrego?’, por otra parte aunque andaban desconcertados ante las palabras de Jesús de que uno entre ellos lo iba a entregar, sin embargo Pedro se adelantará valientemente para decirle  ‘Señor, daré mi vida por ti’. Por otra parte andaban preocupados porque no sabían donde iban a prepararle la cena de Pascua. ‘¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?’, le preguntan.
Pero Jesús tenia otros planes, porque ni le iban a arrebatar la vida, sino que El la entregaría libremente, como libremente había subido a Jerusalén para aquella Pascua, y porque además ya había pensado donde celebrar la cena pascual en Jerusalén. Envía a sus discípulos a alguien bien conocido, aunque el evangelista lo llame con el nombre genérico de fulano, porque allí en su casa quiere celebrar la cena pascual. Ha llegado su momento. ‘Decidle: El Maestro dice: Mi momento está cerca; deseo celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos’. En aquella casa encontrarán el lugar apropiado de manera que luego se va a convertir en punto de encuentro para muchos momentos después de la resurrección y para el principio de la vida de la Iglesia. Aquel lugar se llamará para siempre ‘el cenáculo’.
Contrastes y posturas, decíamos al principio, que reflejan también nuestras posturas o nuestra manera de celebrar la Pascua. No entramos aquí ni en los que se toman esos días como unas vacaciones, o en los que se quedan en unas manifestaciones religioso-artísticas muy externas ante las que son meros espectadores. Pensamos en quienes queremos darle un más hondo sentido. Con entusiasmo quizá también hemos comenzado esta semana de Pasión y el fervor de nuestro corazón hará muchas propuestas de seguir y de estar con Jesús como Pedro; pero también nos puede suceder que no nos estemos entregando con nosotros con Jesús sino que entreguemos a Jesús desde nuestro pecado, o nuestra frialdad, o nuestros intereses o manera de ver las cosas, no llegando a vivir de verdad la pascua.
Pero, ¿por qué no escuchamos la Palabra de Jesús que a nosotros también nos dice: ‘Mi momento está cerca; deseo celebrar la Pascua en tu casa…’ en tu vida, en tu corazón?
¿Cómo tenemos que celebrar la Pascua? No es lo que tenemos que preparar. No son cosas sino nosotros mismos. No es algo hecho desde fuera, sino algo que tenemos que vivir en lo más profundo de nosotros mismos en lo que es nuestra vida concreta y en este momento concreto que estamos viviendo. Cada uno sabe su situación, sus problemas, sus sufrimientos o sus angustias, lo que está sucediendo en si mismo o lo que está sucediendo en su entorno, en su familia, en sus amigos, o en ese mundo concreto en el que vivimos.
La Pascua del Señor no es ajena a todo eso que estemos viviendo o que está sucediendo en nuestro mundo. Eso hemos de vivirlo como Pascua, porque en esa situación concreta en que nos encontremos hemos de saber ver el paso salvador del Señor por nuestra vida. Todo lo que nos sucede está en orden a nuestra salvación; todo es gracia y es presencia del Señor, aunque haya momentos dolorosos en nosotros. Detengámonos un poquito y abramos los ojos de la fe para ver la presencia del Señor. Aunque sea duro lo que no esté pasando sintamos que el Señor tiene para nosotros una palabra de vida, de aliento, de esperanza, de gracia.
Es el momento de la gracia del Señor que nos manifiesta todo su amor. Celebremos, pues, con hondo sentido la Pascua que el Señor quiere realizar en nuestra propia vida.

martes, 31 de marzo de 2015

Sigamos haciendo nuestro camino hacia la Pascua no temiendo la pasión ni la cruz porque ahí es glorificado el Señor

Sigamos haciendo nuestro camino hacia la Pascua no temiendo la pasión ni la cruz porque ahí es glorificado el Señor

Isaías 49, 1-6; Sal 70; Juan 13, 21-33. 36-38
‘Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará.’¿Cómo se va a manifestar esa gloria del Señor? Los discípulos no entienden. Había comenzado hablándoles de traición y de entrega. ‘Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar’. Se preguntan y aunque Jesús les da señales no terminan de entender.
Sabemos nosotros todo lo que luego va a suceder, cómo se desarrollaron posteriormente todas las cosas. Conocemos el evangelio. Sabemos que vendrá Getsemaní, el prendimiento, el juicio ante el Sanedrín, la comparencia ante Pilatos y como terminará en el Calvario, en la cruz y en la muerte. También podría costarnos entender las palabras de Jesús que hablan de su glorificación. ¿Dónde está su gloria? ¿Dónde se va a manifestar?
Tenemos, sí, que entender que su gloria está en la cruz, que es su entrega, que es la manifestación grande de su amor. Para algunos puede ser escándalo y locura, pero para nosotros es sabiduría y manifestación del poder y de la gloria del Señor. Así nos lo explicará más tarde san Pablo. Pero así nos lo había venido diciendo Jesús. ‘Cuando el Hijo del Hombre sea levantado en alto atraerá a todos hacia El… Lo mismo que Moisés levantó la serpiente en el desierto así el Hijo del Hombre será levantado en alto para que todo el que cree en El alcance la salvación’.
‘Ahora es glorificado el Hijo del hombre…’ Lo vamos a ver levantado en lo alto. Estamos celebrando la semana de la Pasión; lo contemplaremos en el viernes santo en lo alto de la cruz, como diremos entonces, donde estuvo clavada la salvación del mundo. Es lo que queremos celebrar porque ahí se está manifestando la gloria del Señor. Es a lo que tenemos que unirnos desde lo más hondo de nosotros mismos.
Sigamos haciendo nuestro camino hacia la Pascua. Mantengámonos firmes en nuestra fe. No temamos la pasión, no temamos la cruz, porque es el camino del amor, el camino que nos lleva también a la glorificación. Pongamos ahí lo que es nuestra vida con sus dolores y sufrimientos, con sus angustias. No temamos dar la cara por Cristo, aunque muchas veces nos pueda ser doloroso.
También nosotros con Cristo hemos de inmolarnos. Eso cuesta. Le costó a El que hablará de angustias de muerte cuando llegue a Getsemaní y sudará sangre, pero como Cristo sepamos decir al fin, no se haga mi voluntad sino la tuya. Cuánto nos cuesta muchas veces aceptar la voluntad del Señor. Cuanto nos cuesta negarnos a nosotros mismos. Cuando nos cuesta dar esos pasos de pasión que con Cristo tenemos que dar, pero El es nuestro Cireneo, el que con nosotros está y nos ayudará a llevar la cruz.

lunes, 30 de marzo de 2015

Le ofrecemos a Jesús el perfume de nuestro amor con la ofrenda de nuestra vida para llenarnos de la fragancia de su presencia

Le ofrecemos a Jesús el perfume de nuestro amor con la ofrenda de nuestra vida para llenarnos de la fragancia de su presencia

Isaías 42, 1-7; Sal 26; Juan 12,1-11
‘María tomó una libra de perfume de nardo, auténtico y costoso, le ungió a Jesús los pies y se los enjugó con su cabellera. Y la casa se llenó de la fragancia del perfume’. Allí estaba María, a quien le gustaba sentarse a los pies de Jesús para escucharle embelesada. ¿Sería aquella misma María que un día se había atrevido a entrar en casa de Simón el fariseo para llorar a los pies de Jesús sus pecados y ungirlos también con un caro perfume? Los exegetas no se ponen de acuerdo en si era o no la misma María, pero el gesto es semejante narrado por distintos evangelistas.
‘Lo tenía guardado para el día de mi sepultura’, dice Jesús ante los comentarios de quien habla de tanto derroche que se hubiera podido emplear de otra forma. La tarde del viernes, víspera de la pascua, no podrán embalsamar debidamente el cuerpo de Jesús; por eso en la mañana del primer día de la semana muy temprano van las mujeres al sepulcro con aromas para cumplir debidamente con el rito, que no podrán ya entonces realizar. María ahora se adelanta.
Era un signo de hospitalidad, por otra parte, al recibir a alguien en casa ofrecerle no solo agua para lavarse sino también los perfumes para la unción. Ahora María lo está realizando desde el amor agradecido que siente por Jesús. Y decimos amor agradecido, porque su amor es respuesta al amor que ella ha sentido de Jesús. Esta cena en la que están participando en cierto modo es una celebración por la resurrección de Lázaro. Pero ya el evangelista nos da a entender al narrarnos estos hechos que va mucho más allá de la resurrección de Lázaro.
Hay en el fondo anuncio de pascua, anuncio de todo el misterio de pascua que Jesús va a vivir en los próximos días. Con el mismo sentido lo estamos viviendo nosotros dentro de esta semana de pasión que culminará también en la pascua. Hemos de ser nosotros los que nos preparemos también para la pascua viviendo con intensidad estos días. También nosotros podemos ofrecerle a Jesús el perfume de nuestro amor con la ofrenda de nuestra vida.
‘Y la casa se llenó de la fragancia del perfume’, nos dice el evangelista. Si así nos unimos al Señor, si así hacemos esa ofrenda de amor, será nuestra casa, nuestra vida, la que se llene de la fragancia del perfume de Jesús. Su presencia inundará nuestra vida y nos llenará de paz. Con su presencia nos sentimos amados y nunca nos sentiremos solos. Con Jesús a nuestro lado nos sentiremos fuertes frente a todos los embates de las tentaciones, de los problemas que nos puedan afectar o de las angustias que amenacen nuestra alma.
Llenémonos de esa fragancia de Jesús y llevemos ese amor y esa paz también a cuantos nos rodean.

domingo, 29 de marzo de 2015

Solo desde el amor podremos comprender el misterio de la cruz que también hemos de vivir en nuestra carne

Solo desde el amor podremos comprender el misterio de la cruz que también hemos de vivir en nuestra carne

Isaías 50, 4-7; Sal. 21; Filipenses 2, 6-11; Marcos 14, 1–15, 47
‘Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios… se despojó de su rango, y tomó la condición de esclavo… actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz…’
Es el misterio que contemplamos; es el misterio que celebramos. Subió a Jerusalén porque había llegado la hora de la entrega, la hora del amor. Entra en la ciudad santa, como en este domingo de ramos lo contemplamos, pero, aunque suenen cantos de victoria en los hosannas del pueblo sencillo, no es el Mesías guerrero y triunfador como ellos esperaban. Su cabalgadura no es el caballo brioso de los vencedores, sino el humilde borrico que había anunciado el profeta Zacarías.
Sabemos nosotros muy bien lo que significaba aquella entrada en Jerusalén; lo había anunciado una y otra vez, aunque a sus discípulos más cercanos les costaba comprender; por eso cuando vaya sucediendo todo lo anunciado ellos serán los primeros escandalizados que se duerman, que huyan, que renieguen, que se escondan y se encierren, o que tengan miedo a seguirle hasta lo alto del calvario.
Ahora se va a revelar de verdad misterio de Jesús. Será en la pasión y en la cruz donde hemos de comprenderlo y conocerle, aunque como siempre la cruz puede ser escándalo o puede ser obstáculo. Cuanto nos cuesta entender la cruz. Pero es que no nos podemos quedar en la cruz, sino mirar más allá, porque tenemos que mirar y contemplar el amor y la vida. Sólo desde el amor, y un amor como el que nos enseñó Jesús no solo con sus palabras sino con su propia vida, es como podremos comprender el misterio de la cruz que, repito, es misterio de amor y de vida.
Será así cómo nosotros subamos también con Jesús a Jerusalén a la Pascua; siendo capaces de poner amor en nuestra vida aprendemos a despojarnos, a olvidarnos de nosotros mismos, a no pensar en grandezas ni en reconocimientos humanos, a no temer todo aquello que se nos anunciaba con el profeta. ‘El Señor Dios me ha abierto el oído; y yo no me he rebelado ni me he echado atrás. Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba’. Desprecios, burlas, cuchicheos por detrás, pérdida de reconocimientos humanos… tenemos que aprender a ser la semilla sembrada en tierra, oculta en la tierra donde se pudre para germinar y engendrar nueva vida.
No nos vamos a esconder, no vamos a tener miedo, no vamos a rehuir la parte de pasión que nos corresponda; que no  nos falte la fe, que no nos falte la gracia del Señor. Aunque algunas veces gritemos ‘Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?’ sabemos que con nosotros está el Señor.
Es el dolor y el sufrimiento de la pasión; de la pasión de Jesús y de nuestra pasión, porque ahí tenemos que ponernos nosotros también; es una unión mística y espiritual con Jesús pero que se traduce muchas veces en realidades muy concretas que pueden ser dolorosas en nuestra vida; pero es algo que no podemos, o no debemos rehuir, porque ya nos anunció que el que quiera ser su discípulo ha de saber tomar la cruz, ha de saber negarse a sí mismo.
 Esto no son palabras bonitas y muy espirituales que digamos en un momento determinado y desde un fervor especial, sino que tenemos que darnos cuenta de esa realidad concreta que vivimos - cada uno mire sus propios sufrimientos y angustias, como mire también los sufrimientos y angustias de nuestros hermanos que caminan a nuestro lado - donde tenemos que unirnos de verdad a la pasión de Jesús. Y todo eso tenemos que aprender a hacerlo como lo hizo Jesús; solo desde el amor tiene sentido; solo el amor es el que nos hará sentir la fuerza del Señor que nos acompaña.
Ya nos lo decía el profeta: ‘Mi Señor me ayudaba, por eso no quedaba confundido; por eso ofrecí el rostro como pedernal, y sé que no quedaré avergonzado’. En ese camino de Pascua si en verdad queremos hacerlo al paso de Jesús, sabemos que no quedaremos nunca confundidos porque Jesús está a nuestro lado.
Pero además es un camino que, aunque a veces nos parezca oscuro o doloroso, lo tenemos que hacer con la esperanza de la vida; como fue la pascua de Jesús. No se quedó en el calvario, no se quedó colgado de la cruz, no se quedó encerrado en el sepulcro, al tercer día resucitó glorioso del sepulcro; por eso cuando hablamos de pascua hablamos de pasión y muerte pero también de resurrección; hablamos de amor y de entrega hasta el final, pero hablamos de vida, de vida eterna que el Señor nos da a los que creemos en El y seguimos su camino. ‘Dios lo levantó sobre todo, y le concedió el Nombre sobre todo nombre… ¡Jesucristo es Señor!, para gloria de Dios Padre’.
Contemplemos así hoy, con este espíritu y con estos sentimientos, la pasión y muerte del Señor que se nos relata en el evangelio de este día. Hagamos ese camino de la pasión y de la cruz junto a Jesús, o sintiendo a Jesús a nuestro lado en nuestra propia pasión. Que esta sea nuestra ofrenda de amor por nosotros, por nuestro mundo. Que la salvación que Jesús nos ofrece nos transformen la vida; seamos ese grano de trigo enterrado para dar vida al mundo. Así viviremos con todo sentido este año la Pascua del Señor.