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viernes, 3 de abril de 2015

Miramos la cruz, la de Jesús y la de tantos que nos rodean, pero subimos con Jesús a la cruz porque es el triunfo del amor

Miramos la cruz, la de Jesús y la de tantos que nos rodean, pero subimos con Jesús a la cruz porque es el triunfo del amor

Isaías 52, 13-53, 12; Sal 30; Hebreos 4, 14-16; 5, 7-9; Juan 18, 1 - 19, 42
‘Mirad el árbol de la cruz…’ nos va a decir la liturgia del viernes santo. Hoy levantamos la mirada a lo alto, miramos a la cruz. ‘Cuando sea levantado en alto atraeré a todos hacia mi’, nos había dicho Jesús.
Nuestra mirada se dirige a la cruz de Cristo. ¿Qué contemplamos en ella? Una primera mirada a la cruz y a quien de ella pende crucificado nos produce horror; tormento horrible, despiadado, que nos hace doler en los entresijos del alma; mirar la cruz nos hace pensar en muerte, en sufrimiento, en dolor. Una primera mirada puede ser en cierto modo de rechazo.
Pero hoy miramos la cruz de una manera especial, porque miramos a quien en ella está crucificado. Si hoy levantamos nuestros ojos a la cruz es porque en ella está Jesús. Y mirando a Jesús el sentimiento, la reacción es distinta, porque sabemos bien por qué y para qué El está clavado a la cruz. En ella, contemplando a Cristo, contemplamos vida, contemplamos amor, la expresión más grandiosa del amor. No está Jesús en la cruz simplemente porque lo hayan condenado, sino porque El se entregó; yo entrego mi vida libremente, nos había dicho en el evangelio, nadie me la arrebata.
Para nosotros por ese amor de Jesús que se entregó por nosotros, por ese amor del Padre que nos entregó a su Hijo la cruz es signo de victoria, es signo de vida. Se rebajó hasta someterse a una muerte de cruz, pero Dios lo levantó, su nombre sobre todo nombre; es el Señor porque es el que se humilló y se entregó y el que se humilla será enaltecido, nos había enseñado en el evangelio, nos lo enseña con su propia vida.
Para nosotros la cruz, entonces, es germen de vida, de gracia, de salvación. El grano de trigo que se entierra y muere a si mismo para germinar nueva vida, para dar fruto. Es lo que hizo Jesús, es lo que hoy contemplamos; es por lo que hoy glorificamos a Dios. El Hijo del Hombre ha sido glorificado, como Jesús mismo había anunciado. Cantamos la gloria del Señor.
Levantamos nuestra mirada, sí, para ver la cruz, y en la cruz de Cristo ver tantas cruces como hay en el mundo que nos rodea. Cuánto sufrimiento, enfermedades, miserias, guerras, violencias, angustias de todo tipo, gente que se ve envuelta en sus problemas y no sabe cómo salir adelante, soledad de tantos aunque vivan rodeados de mucha gente, pero también discriminaciones, desprecios, envidias, odios, enfrentamientos incluso entre los que tendrían que ser más cercanos, abandono de muchos que no se sienten queridos por nadie… Cuánto sufrimiento hay en nuestro mundo y cuánto sufrimiento nos producimos unos a otros.
Cristo en su cruz está recogiendo todo ese sufrimiento. Cristo viene a sanarnos con su cruz de todas esas cruces, de todos sufrimientos que padecemos los hombres. Aunque contemplemos tanto dolor que también a nosotros nos hace sufrir en esas cruces de nuestros hermanos la cruz de Cristo despierta en nosotros esperanza y deseos de vida nueva y mejor; la cruz de Cristo ha de despertarnos a la solidaridad y al amor para hacer que nuestro mundo sea mejor; la cruz de Cristo tiene que ser también germen de vida en medio de tanta muerte.
Pero hoy Cristo nos pide algo más; no es solo una contemplación lo que tenemos que hacer. El nos había dicho en el Evangelio que quien quisiera ser su discípulo habría de tomar su cruz de cada día. Por eso Cristo hoy desde la cruz nos está invitando a ir a El, pero hemos de tomar la cruz, hemos de ponernos a su lado con nuestra cruz, con nuestra vida, con nuestros sufrimientos, nuestras soledades, o ese mal que muchas veces se nos mete por dentro y nos tienta a la desesperanza, a la insolidaridad, o a encerrarnos en nosotros mismos. Hemos de tomar la cruz, hemos de saber abrazar la cruz, pero hacerlo como lo hizo Cristo. Como decíamos en El estamos contemplando entrega, ofrenda, amor.
Así con nuestro amor, con la ofrenda de nuestra vida nos subimos también a la cruz con Cristo. Y sabemos que por mucho que sea el sufrimiento, por muchas que sean las oscuridades, por muchas que sean las angustias o las soledades, todo es germen de vida, como lo fue la cruz de Cristo.
Vayamos hasta Jesús, vayamos hasta Jesús y escuchemos en nuestro corazón qué nos está pidiendo, cuál es la ofrenda concreta que nosotros hemos de hacer de nuestra vida. No temamos lo que en principio nos pueda parecer doloroso, porque sabemos que detrás está la vida. Esto es Pascua, pero la Pascua culmina en resurrección y en vida. Y el que cree en Jesús no morirá para siempre; quien cree en Jesús y a Jesús se une en su cruz sabemos que está llamado a la vida eterna.
Cada uno miremos nuestra vida, escuchemos las palabras concretas que a nosotros nos dice el Señor, eso que quizá en este momento estás sintiendo en tu corazón. Es la palabra de vida y salvación que Cristo desde la Cruz te está dirigiendo. No te hagas sordo porque temas el sufrimiento de la cruz, piensa en la gloria de la victoria, en la gloria del amor.


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