Que
lleguemos a sentir dentro de nosotros el orgullo y la alegría de que nos digan
que nos parecemos a la Madre porque escuchamos la Palabra y la plantamos en el
corazón
Joel 4,12-21; Sal 96; Lucas 11,27-28
Cómo se siente de regocijada una madre
cuando escucha buenos rumores del hijo de sus entrañas, porque no hay orgullo
más grande para una madre que ver el crecimiento y la maduración de los hijos,
ver cómo se hacen hombres de provecho – en frase muy popular que antes
escuchábamos en los consejos de una madre, pero también escuchar quizá cómo
aquel hijo se parece con su madre.
Por eso cuando una madre ve también el
crecimiento de alguien, las buenas sensaciones que da su vida, aunque no sea un
hijo propio, esa manera de actuar madura y sabia que le hace ser quizá un buen
modelo para los demás por su integridad, por sus sabias palabras, por su buen
corazón, ella se siente regocijada también y piensa en tal madre que parió a
tal hijo. Eso era lo que sentía en su corazón aquella mujer anónima en medio de
la multitud que escuchaba a Jesús y que contemplaba los signos que realizaba
para gritar en medio de todos esa alabanza para la madre que crió tal hijo. ‘Bienaventurado el vientre que te llevó
y los pechos que te criaron’, no pudo menos que exclamar porque de alguna
manera se sentía enamorada, cautivada por las palabras y las obras de Jesús.
Qué menos podía hacer que alabar y ensalzar a la madre que dio tal hijo.
Aunque Jesús, como veremos, le dará una
vuelta a las palabras de aquella mujer, esa espontaneidad y ese entusiasmo que
mostró aquella mujer, aquel asombro que sentía en su corazón escuchando a Jesús
también tendría que hacernos pensar. Era, sí, una palabra oportuna de alabanza;
era un abrir su corazón para expresar el asombro y la alegría que sentía cuando
escuchaba a Jesús, era un reconocer esa cadena de cosas buenas que ahora
desembocaban en Jesús como tienen que desembocar en nosotros. Algunas veces
sentimos cosas buenas en nuestro corazón y nos las guardamos para nosotros
mismos; algunas veces podemos sentir el deseo de alabar a alguien por algo
bueno que está haciendo o se está manifestando en su vida y con nuestros
respetos humanos que nos llenan de cobardías nos lo guardamos para nosotros.
Sepamos, sí, sintonizar con lo bueno,
sepamos dejar que salga espontánea de nuestro corazón esa palabra de alabanza y
de felicitación, sepamos también descubrir el fondo que aprendido de la familia
pueden tener muchas manifestaciones de cosas buenas, sepamos reconocer lo que
de herencia de los recibido de nuestros mayores ahora reflejamos en esas
actitudes buenas que haya en nuestra vida. Creo que son importantes también
estos aspectos.
Ya decíamos que Jesús le da la vuelta a
estas palabras de alabanza de esta anónima mujer, pero no porque no sepa o
quiera reconocer lo que de su madre ha recibido y la alabanza que se merece su
madre, sino porque quiere ahondar en algo que tiene que ser verdaderamente
importante para nosotros y de lo que María también es ejemplo y modelo para
nosotros. ‘Mejor, dirá Jesús, bienaventurados los que escuchan la
palabra de Dios y la cumplen’.
Es dichosa, sí, María por ser la madre
del Señor. Proféticamente en el cántico del Magnificat ella había proclamado
que la llamarían dichosas todas las generaciones. Nos gozamos nosotros en que
es la Madre Dios que es también nuestra madre, pero contemplamos en María la
mujer que supo plantar en su corazón, como tierra buena y preparada, la Palabra
de Dios, porque ella así se sentía la esclava del Señor y todo lo más que
quería es escuchar la Palabra y que la Palabra tuviera cumplimiento en ella.
La alabanza de Jesús para todos
aquellos que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen es también alabanza para
María, es alabanza para su madre. ¿Mereceremos nosotros esa alabanza? ¿Podremos
sentir dentro de nosotros el orgullo y el gozo de que nos digan que nos
parecemos a la madre, de que nos parecemos a María?