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sábado, 8 de diciembre de 2012


María Inmaculada, sonrisa de Dios para nosotros

Gn. 3, 9-15.20; Sal. 97; Ef. 1, 3-6.11-12; Lc. 1, 26-28
‘Desbordo de gozo con el Señor y me alegro con mi Dios, porque me ha vestido un traje de gala y me ha envuelto en un manto de triunfo, como novia que se adorna con sus joyas’.
Así comienza la liturgia de este día con esta antífona en que la Iglesia pone en labios de María este cántico de gozo y alabanza al Señor porque se siente engalanada de toda gracia y de toda hermosura. Son palabras proféticas en las que está inspirado también el cántico de María, el Magnificat, que tantas veces hemos escuchado y cantado.
También nosotros queremos hacer nuestro este cántico de alabanza al Señor cuando hoy celebramos esta hermosa fiesta de María en su Inmaculada Concepción y con María nos llenamos de gozo y queremos cantar también porque nos ha dado a María y en ella renacen también nuestras esperanzas y nuestros mejores deseos, reconociendo también cómo el Señor a nosotros nos viste ese traje de fiesta de su gracia.
Yo diría que celebrar esta fiesta de María en su Inmaculada Concepción en este marco y camino del Adviento que vamos recorriendo es contemplar en María la sonrisa de Dios para toda la humanidad. El Señor se complace en María, en su pureza y en su santidad, en su disponibilidad y su apertura a Dios, en su amor y en su esperanza y el darnos a María es como un guiño de amor que Dios quiere tener con toda la humanidad. A través de María nos va a llegar el más hermoso regalo de Dios cuando nos entrega a su Hijo que se hace hombre por amor a nosotros, porque en sus entrañas se va a encarnar para ser Emmanuel, Dios que esté con nosotros; es un guiño del amor de Dios, es la prueba del amor grande, infinito que Dios nos tiene.
Habíamos destruido la belleza y la bondad del hombre tal como El nos había creado cuando escogimos el camino del pecado que nos alejaba de Dios - todo cuanto había creado era bueno, como repite como una muletilla el Génesis -. Sin embargo Dios sigue pensando en el hombre, sigue amando a la humanidad a pesar de que seamos pecadores - esa es la maravilla del amor de Dios que nos ama aun cuando seamos nosotros pecadores - y ya desde los umbrales de la humanidad pecadora nos promete un salvador. Un día la cabeza del maligno va a ser escachada, por ‘la estirpe de la mujer’ que nos anuncia en el Génesis.
María es esa mujer de la que nos nacería el Salvador; María va ser la digna morada donde se encarnase el Hijo de Dios para ser nuestro salvador, y por eso, como confesamos en nuestra fe y hemos expresado también en la oración de la liturgia, ‘en previsión de los méritos del Hijo de Dios’, que iba a ser también el hijo de María, la preservó de todo pecado y la hizo limpia de toda mancha haciéndola Inmaculada desde el primer instante de su Concepción.
‘Preservaste a la Virgen María de toda mancha de pecado original, para que en la plenitud de la gracia fuese digna madre de tu Hijo y comienzo e imagen de la Iglesia, esposa de Cristo, llena de juventud y de limpia hermosura’, como proclamaremos en el prefacio.
‘Exulta sin mesura, hija de Sión, lanza gritos de júbilo, hija de Jerusalén. He aquí que viene tu rey’. Sí, lanzamos gritos de alegría que salen de lo hondo de nuestro corazón en esta fiesta grande de María. No podemos menos que hacerlo, porque María nos llena de alegría. Si, como decíamos antes, María es como la sonrisa de Dios para la humanidad,  esque cuando celebramos esta fiesta de María estamos viendo cerca la llegada del Salvador.
‘He aquí que viene tu rey’. Viene el Señor, por eso con tan júbilo celebra la Iglesia esta fiesta de la Inmaculada en medio de este camino de austeridad y preparación para la venida del Señor que es el adviento. Dios quiso así preparar la cuna - preparó ‘una digna morada’ - para el Señor haciendo santa y pura a María y María aceptó ese plan de Dios - ‘hágase en mi según tu palabra’, la hemos escuchado decir en el evangelio - y se dejó hacer por Dios haciendo que en ella entonces brillaran todas las virtudes.
Se sentía pequeña y humilde - ‘la esclava del Señor’ - pero reconoció ese actuar de Dios por eso su corazón desborda de gozo y se alegra en el Señor, su Salvador, como cantaría ella también. Podríamos considerar cómo sería el gozo que sentiría María en su corazón, porque aunque turbada ante las palabras del ángel por su humildad, luego sabía meditar y rumiar en su corazón todo cuanto le sucedía para que así surgiera ese continuo cántico de alabanza y de acción de gracias a Dios en toda su vida.
Gozosa sentiría al niño en sus entrañas; gozosa correría hasta la montaña para servir, para ayudar a su prima Isabel, como desbordaría de gozo en el encuentro de aquellas dos benditas mujeres, así surgió el cántico del Magnificat; gozosa en el nacimiento aunque fuera en la pobreza de Belén y gozosa en cada momento, aunque algunos fueran duros como su huida a Egipto o más tarde el camino del Calvario. Pero, ¿cómo no iba a sentir gozo en su corazón si llevaba Dios en sus entrañas, en su vida?
María es la bendita de Dios, es la bendición de Dios para nosotros. En ella se derramaron todas las bendiciones de Dios, bendiciones que no solo fueron para ella cuando Dios la hizo grande, sino a través de ella nos llegaron todas esas bendiciones de Dios. ‘Bendito sea Dios, decía san Pablo, Padre de nuestro Señor Jesucristo que nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bendiciones espirituales y celestiales’. En María, la primera, estamos viendo esas bendiciones de Dios que la hizo pura y santa, que la preservó de todo pecado y la lleno de gracia porque iba a ser la madre de Cristo, como ya hemos reflexionado.
Contemplando a María aprendemos también a reconocer todas esas bendiciones con que Dios nos ha enriquecido llenándonos de su gracia. Por eso, como decíamos al principio, queremos hacer nuestro el cántico de María de acción de gracias al Señor. Nos ha vestido el Señor a nosotros también con traje de gala o el manto de triunfo de la gracia que nos ha hecho hijos de Dios, como nos recuerda hoy san Pablo, lo que ha de impulsarnos continuamente a que cada día seamos más santos y resplandezca más el amor en nuestra vida. Cuántas gracias recibimos continuamente de Dios y que muchas veces  no sabemos aprovechar.
Vivimos con gozo grande esta fiesta de María y nos sentimos llenos de esperanza, y con esa esperanza renacida en nosotros transportemos a nuestra vida esa sonrisa de Dios que es María a la que queremos tener siempre a nuestro lado, en quien queremos mirarnos como en un espejo para querer parecernos cada vez a ella en la santidad de nuestra vida.
Hoy queremos mirar a María y quedarnos como extasiados contemplando la belleza de su vida que es su amor y su santidad. Miremos a María, contemplemos a María; cuando tengamos miedo, miremos a la Virgen estado de buena esperanza; cuando nos sintamos derrotados, miremos a la Virgen vestida de sol; cuando nos sintamos sucios por nuestro pecado, miremos a la Inmaculada; cuando nos sintamos tristes, escuchemos a María que canta el Magnificat; cuando nos sintamos solos, miremos a María que va a dar a luz al ‘Dios con nosotros’; cuando tengamos dudas en nuestro corazón, escucha a la mujer que dice Si, hágase.
María, madre de la esperanza, enséñanos a esperar, enséñanos a prepararnos para sentir al Mesías que ha de nacer en nosotros.

viernes, 7 de diciembre de 2012


Llega el Señor con poder e iluminará los ojos de sus siervos

Is. 29, 17-24; Sal. 26; Mt. 9, 27-31
‘Mirad, el Señor llega con poder e iluminará los ojos de sus siervos’. Así proclamamos antes del evangelio haciendo ya confesión de fe en lo que la Palabra de Dios nos trasmite hoy. Viene el Señor, con poder, con su luz, con su salvación; viene el Señor y desde El todo ha de ser distinto en nuestra vida, porque su salvación nos renueva, nos llena de nueva vida.
El profeta nos habla primero de bellas imágenes que nos describen el Líbano como un vergel, pero no se quedan ahí las imágenes porque a continuación nos habla de los sordos que podrán oír las palabras del libro y de los ojos de los ciegos para los que ya no habrá oscuridad. En el evangelio precisamente escucharemos el relato de la curación de dos ciegos. Pero como bien entendemos los milagros son signos de lo que significa la gracia de Dios en nosotros y de la transformación de nuestra vida con la salvación que nos trae el Señor.
‘Los oprimidos volverán a alegrarse con el Señor y los más pobres gozarán con el santo de Israel’, nos dice el profeta. Recordamos lo anunciado por el profeta y que Jesús proclama en la sinagoga de Nazaret, a los oprimidos se las anuncia la libertad y el año de gracia del Señor. Todo se transformará con la salvación del Señor.
Muchas veces nos tienta la tentación del pesimismo y la desolación cuando contemplamos el mal campeando a nuestro alrededor y que también se nos infiltra en nuestros corazones. Y en ese pesimismo pensamos que esto no hay quien lo cambie, que el mal sigue a sus anchas y que es difícil hacer avanzar el bien, lo bueno y la justicia. Sentimos esa desazón porque nos cuesta a nosotros también superarnos y aunque nos prometemos tantas cosas sin embargo seguimos enredados en el mal que campa a sus anchas, el desamor que nos hace insolidarios, la desunión que tantas divisiones y enfrentamientos provoca, los egoísmos que nos encierran, los orgullos que nos envenenan por dentro y nos parece que no podemos salir de esa situación.
La salvación no es obra nuestra sino del Señor. Es El quien viene a nosotros para transformar nuestro corazón y nosotros hemos de prestarle nuestra cooperación dejándonos iluminar por su Palabra, dejándonos guiar por la fuerza de su Espíritu. Es el Señor el que obra maravillas en nosotros. Es el Señor el que nos salva porque nos da su gracia que nos perdona pero también nos renueva, no vivifica, nos hace tener nueva vida.
Reconozcamos la acción de Dios en nuestra vida y en nuestro mundo. El Señor hace maravillas. Como nos dice el Señor por el profeta ‘cuando vea mis acciones en medio de él, santificará mi nombre, santificará al Santo de Jacob y temerá al Dios de Israel’. Que se nos abran nuestros ojos para ver las acciones del Señor. Así tenemos que saber reconocer y dar gracias, así tenemos que cantar también la alabanza al Señor.
Vayamos hasta Jesús como aquellos dos ciegos de los que nos habla el Evangelio. Tantas cosas nos ciegan a nosotros que tenemos necesidad de acudir a Jesús para que nos abra los ojos. Como aquellos ciegos del evangelio digámosle: ‘Ten compasión de nosotros, hijo de David’, Hijo de Dios y Salvador nuestro. ‘El Señor es mi luz y mi salvación… nada me hará temblar’, nada podrá oscurecer mi vida ya. Dejemos que la luz de Dios ilumine nuestra vida, nos saque de nuestras tinieblas, nos ayude a descubrir y conocer más y más el misterio de Dios, nos haga ver con nuevos ojos a los hermanos que están a nuestro lado. 
Cantemos las maravillas que hace el Señor.

jueves, 6 de diciembre de 2012


Abrid las puertas para que entre un pueblo justo, que observará la lealtad

Is. 26, 1-6; Sal. 117; Mt. 7, 21.24-27
‘Abridme las puertas del triunfo y entraré para dar gracias al Señor…’ meditábamos en el salmo, como respuesta a lo que escuchábamos en el profeta que en el mismo sentido también decía: ‘abrid las puertas para que entre un pueblo justo, que observará la lealtad’. Y abundaba también en el mismo sentido diciéndonos Jesús quién es el que podrá entrar por esa puerta del Reino de los cielos.
Nos puede dar para mucha reflexión, porque también en el salmo escuchábamos o repetíamos aclamaciones de sentido mesiánico, con las que escucharemos aclamar a Jesús cuando entre en Jerusalén. ‘Bendito el que viene en el nombre del Señor’. Son aclamaciones con las que nosotros también queremos acoger al Señor que viene a nuestra vida. Para eso vamos haciendo este camino de Adviento y hemos de saber aprovechar toda la riqueza que los textos de la Palabra de Dios nos van ofreciendo, porque realmente es el Espíritu del Señor el que nos va hablando al corazón y nos va guiando.
Precisamente en el evangelio Jesús nos dice que no nos basta simplemente decir ‘Señor, Señor’, para entrar en el Reino de los cielos. La puerta de entrada pasa por hacer la voluntad del Padre, hacer la voluntad de Dios en lo que hacemos o vivimos. Y nos habla del edificio construido sobre roca o construido sobre arena. Si no lo construimos bien, si no le damos buenos cimientos a la vida, la vida se nos derrumba. Por eso hemos saber bien donde está nuestro apoyo y nuestra fortaleza, qué lugar ocupa la voluntad de Dios en nuestra vida.
El profeta ha hablado de un cántico de Judá, de ‘una ciudad fuerte, ha puesto murallas y baluartes para salvarla’. Y es en esa ciudad donde se abren las puertas para que entre un pueblo justo que observa la lealtad, busca la paz y pone su confianza en el Señor. Nos está dando pautas para nuestro camino, nuestra fortaleza la tenemos en el Señor, en El confiamos, a El le somos fieles y leales y tendremos la paz en el corazón.
Nos habla a continuación cómo los que se creían poderosos son doblegados; ‘los habitantes de la altura, la ciudad elevada’, dice en una referencia en aquellos que solo confían en su propia fuerza o poder; las ciudades antiguas edificadas en alto eran señal de poderío y fortaleza, pero ese poderío solo desde la fuerza de las batallas y los ejércitos no es la fortaleza que el Señor nos pide a nosotros; no es en nosotros y nuestras fuerzas humanas en lo que tenemos que fundamentarnos, porque muchas veces esos orgullos nos llevan a violencias e injusticias. ‘La humilló, la humilló hasta el suelo, la arrojó al polvo, y la pisan los pies del humilde, las pisadas de los pobres’.
Esto nos recordaría muchas cosas del evangelio. Por ejemplo el cántico de María en el Magnificat, ‘derribó del trono a los poderosos y ensalzó a los humildes, a los ricos despidió vacíos y a los hambrientos y pobres llenó de bienes’. O nos podría recordar lo que tantas veces le hemos escuchado a Jesús que los soberbios serán humillados, mientras las humildes son enaltecidos. Muchas conclusiones tendríamos que sacar para nuestras vidas.
Vayamos dando pasos en este camino de Adviento por esas sendas de humildad y de sencillez, poniendo en verdad los cimientos de nuestra vida en el Señor. Por eso, con cuánta atención hemos de ir escuchando día a día la Palabra del Señor para dejarnos conducir por el Espíritu del Señor; a la luz de la Palabra iremos descubriendo cosas que tenemos que corregir o mejorar en nuestra vida, lo que son las cosas fundamentales, e iremos creciendo más y más en fidelidad al Señor sabiendo que si en El nos apoyamos, fundamentamos nuestra vida estaremos seguros.

miércoles, 5 de diciembre de 2012


Aquí está nuestro Dios, celebremos y gocemos con su salvación

Is. 25, 6-10; Sal. 22; Mt. 15, 29-37
‘Aquel día se dirá: aquí está nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvara; celebremos y gocemos con su salvación’. Un anuncio así, lleno de esperanza, produce siempre gozo y alegría. Cuando se nos anuncia la presencia del Señor es normal que nos gocemos y celebremos su salvación.
Cuando tenemos la certeza de que algo bueno nos va a suceder, sobre todo si la situación en la que estamos no es la más deseable, el gozo es tan grande que antes incluso de que sucede ya nos sentimos con aires de fiesta y alegría. Más aún es normal que expresemos en la vida reuniéndonos con aquellos que vivimos lo mismo o situaciones semejantes, compartamos con ellos nuestra alegría y una forma muy normal de expresarlo es comiendo juntos, por ejemplo. Y es que la imagen de la comida es muy significativa y  nos puede expresar muchas cosas.
Hoy el profeta precisamente ha comenzado al hacernos el anuncio de la presencia salvadora del Señor invitándonos a un banquete. ‘Preparará el Señor de los ejércitos para todos los pueblos en este monte un festín de manjares suculentos… vinos de solera… manjares enjundiosos…’ Es un anuncio con sentido mesiánico porque nos está queriendo describir la alegría de la llegada del Señor, de la llegada del Mesías salvador.
Pero bien sabemos además que la imagen del banquete nos habla no solo del sentido de alegría y de fiesta que hay en la vida del hombre, sino que quiere expresar también la comunión, la unidad que hay entre todos los que se encuentran para participar en una misma comida, en un mismo banquete. Serán imágenes además que contemplaremos en el evangelio cuando Jesús nos propone parábolas para hablarnos del Reino de Dios y nos habla precisamente de un banquete de bodas.
También este banquete del que nos habla el profeta, como hoy hemos escuchado, viene a ser como una prefiguración y anuncio de lo que Jesús nos dice y hace hoy en el evangelio. Hemos escuchado el relato de la multiplicación de los panes allá en el descampado ante aquella multitud hambrienta no solo de pan sino de Dios que sigue a Jesús. Quiere alimentarnos, quiere darnos su vida, nos está manifestando su amor, y quiere que nos encontremos con Dios; por eso Jesús realiza signos y milagros, para conducirnos a Dios.
Es, pues, signo, tanto el banquete mesiánico anunciado por el profeta como los panes que Jesús da a comer a la multitud en el desierto, de cómo Jesús quiere alimentar nuestra vida dándose El mismo como alimento y como vida para nosotros. Es un signo de lo que es toda la vida de Jesús, como es signo también de la Eucaristía en que Cristo nos da su misma vida para que le comamos.
Pero todo esto, toda esta reflexión, ha de tener unas consecuencias para nuestra vida en este momento concreto que estamos viviendo. Estamos haciendo el camino del Adviento y nos queremos preparar para la venida de Cristo a nuestra vida. Eso es la importante que queremos celebrar en la Navidad. El Señor que viene con su salvación - ‘Aquí está nuestro Dios de quien esperábamos que nos salvara’ - alimenta nuestra vida y nos fortalece con su gracia para ese camino que hemos de recorrer, que ha de ser un camino de amor, de gracia y de santidad.
Preparándonos para vivir lo que esa gracia salvadora del Señor va a realizar en nosotros, sintiendo que con la venida del Señor a nuestra vida nuestras actitudes, nuestra manera de vivir ha de ser de otra manera y tendrá que expresar todo lo que decíamos antes que significa el sentido del banquete de alegría pero también de comunión con los demás hermanos, el camino que ahora hemos de ir haciendo tendrá que ser dando señales ya por lo que vamos haciendo que estamos queriendo vivir esa renovación de nuestra vida.
Hemos ya de ir manifestando todo lo que es la alegría de la fe que envuelve toda nuestra vida, pero hemos de ir dando también esas señales de comunión, de unidad, de amor y solidaridad con los demás en la forma como ya vamos ahora viviendo esa comunión y amor con los demás. Son los pasos que hemos de ir dando; es la renovación que hemos de ir haciendo en nuestra vida. Con nosotros está el Señor y su gracia y su fuerza nunca nos faltará.

martes, 4 de diciembre de 2012


La raíz de Jesé se erguirá como una enseña de los pueblos

Is. 11, 1-10: Sal. 71; Lc. 10, 21-24
‘Que en sus días florezca la justicia y la paz abunde eternamente’, hemos repetido en el salmo después de escuchar a Isaías. El profeta había anunciado cómo del tronco reseco de Jesé iba a brotar un vástago, un renuevo lleno de vida. Será algo importante lo que anuncia el profeta de manera que ‘aquel día la raíz de Jesé se erguirá como una enseña de los pueblos’, será algo glorioso y deseado.
¿Cómo será posible el que de un tronco reseco brote un renuevo lleno de vida? Es la acción del Espíritu del Señor. ‘Sobre él se posará el espíritu del Señor: espíritu de ciencia y discernimiento, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de piedad y de temor del Señor; le llenará el espíritu del temor del Señor’.
Jesé era el padre de David, en el que se estableció el linaje dinástico del que había de nacer el Mesías. Recordemos que David era un pastor, su padre no era rey, y sin embargo en su hijo va a arrancar el linaje de los reyes de Israel, ascendencia del Mesías. Lo del tronco reseco aparece en los profetas, pero no en la historia de David narrada en los otros libros históricos del Antiguo Testamento. Aunque no lo trae la Biblia todo fue un sueño de Jesé que ve surgir de un tronco reseco un vástago, imagen que sí luego recogerán los profetas con un sentido mesiánico, como hoy mismo hemos escuchado.
‘Que en sus días florezca la justicia y la paz abunde eternamente’, diremos nosotros con todo sentido pidiendo que venga a nosotros el Señor. Va a florecer la justicia, va a florecer un mundo nuevo lleno de paz y de amor. Con la venida del Señor todo ha de cambiar. Viene el que está lleno del Espíritu, Espíritu que nos concederá a nosotros también para que por su fuerza nos sintamos transformados.
Son bellas las imágenes de ese mundo nuevo lleno de paz que ha de nacer en Jesús y que nos ofrecen los profetas, y en concreto hoy con una riqueza grande el profeta Isaías. Esas imágenes de los diferentes animales, unos más domésticos otros más salvajes, pero que sin embargo pacen juntos, de manera que hasta un niño los pastorea, nos está señalando lo que tendría que ser nuestro mundo si verdad nos dejáramos transformar por el Espíritu de Jesús.
Como decía un dicho clásico que nunca más el hombre sea un lobo para el hombre. Así nos comportamos tantas veces en que nos devoramos los unos a los otros. Pero quien cree en Jesús, quien acepta la salvación y el Evangelio que Jesús nos ofrece no tendría que actuar así sino que todo tendría que ser paz y amor, porque es el Espíritu del Señor el que guía nuestras vida y en quien encontramos fortaleza para vivir esa vida nueva.
Es en lo que tenemos que ejercitarnos en este camino de adviento que vamos haciendo, que es camino también de purificación interior y de conversión. La Palabra de Dios que resuena cada día en nuestros oídos no tendría que llevársela el viento, sino que como buena semilla tenemos que acoger y plantar bien en nuestra vida para que vaya dando frutos. Aunque somos débiles y muchas veces inconstantes, sin embargo, quienes cada día acudimos a escuchar con fe y atención la palabra de Dios tendríamos que ir dando pasos día a día en ese perfeccionamiento de nosotros mismos, en esa maduración espiritual que nos lleve a dar esos buenos frutos que el Señor nos pide.
Pero es que también tenemos que saber acudir al Señor con espíritu humilde y mucha fe. Solo los que son humildes y sencillos, los que abren su corazón con toda sinceridad al Señor podrán ir conociendo más y más ese misterio de Dios e ir logrando ese crecimiento espiritual. Ya nos lo dice Jesús que Dios se revela no a los sabios y entendidos sino a los pequeños, a los pobres, a los que son humildes y sinceros de corazón. Que el Espíritu del Señor transforme más y más cada día nuestra vida.

lunes, 3 de diciembre de 2012


Nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas

Is. 2, 1-5; Sal. 121; Mt. 8, 5-11
‘Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob: El nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas’. Es la invitación que escuchamos casi al comienzo de este tiempo del Adviento. ‘Hacia él confluirán los gentiles, caminarán pueblos numerosos’, nos decía el profeta en referencia a Sión, el monte de la casa del Señor.
Es un camino que vamos a hacer en estas poco más de tres semanas como preparación para la celebración de la venida del Señor. Con los profetas del Antiguo Testamento, Isaías, Jeremías y todos los profetas, con los personajes bíblicos del entorno de Jesús, María, Juan el Bautista, José, Zacarías e Isabel iremos dejándonos conducir por el Espíritu del Señor que nos va iluminando con la Palabra del Señor que cada día escucharemos. En el evangelio iremos escuchando diversos textos con palabras de Jesús por una parte que  nos ayudarán a descubrir esas actitudes fundamentales de lo que es el seguimiento de Jesús y en los últimos días relatándonos con todo detalle lo que los evangelistas nos narran de lo sucedido en torno al nacimiento de Jesús.
Una y otra vez resonará la invitación a la conversión y a la renovación de nuestra vida invitándonos a abrir nuestro corazón al Señor que llega a nuestra vida. Por eso ha de estar muy presente la palabra del Señor que escucharemos, meditaremos, oraremos cada día, dejándonos interpelar allá en lo más hondo de nuestro corazón.
‘El nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas’, hemos escuchado hoy que nos decía el profeta. Esa palabra que nos invita a caminar ‘a la luz del Señor’. En las imágenes que nos irán presentando los profetas iremos descubriendo cómo ha de ser por caminos de paz y de amor cómo hemos de prepararnos.
El Señor llega a nuestra vida y no caben en nosotros ni actitudes egoístas ni violencia de ningún tipo. Por eso los instrumentos de guerra nos dirá hoy el profeta tendrán que transformarse para convertirse en instrumentos que nos ayuden a construir la vida en paz, paz que nos llevará a la prosperidad. Por eso nos dice: ‘De las espadas forjarán arados, de las lanzas podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra’.
Creo que nos está señalando muchas cosas que hemos de hacer, muchas actitudes que tenemos que cambiar en nuestro corazón, nuevas maneras de actuar siempre conducidos por la paz y el amor. Muchas veces por nuestras maneras de reaccionar y de actuar pareciera que somos más dados a la guerra y a la violencia que al trabajo honrado lleno de paz.
Con qué facilidad saltamos llenos de violencia tantas veces en nuestras mutuas relaciones cuando no nos gustan las cosas o alguien pudiera hacer algo que nos pareciera que nos pueda dañar. Lo que Jesús nos enseñará en el evangelio de perdonar hasta setenta veces siete o de poner la otra mejilla cuando alguien nos ofende, pareciera que no van con nosotros y siempre tenemos una disculpa para nuestras reacciones airadas o nuestras violencias.
Pero será algo en lo que tenemos que irnos superando cada día, ir mejorando en nuestras mutuas relaciones. Si con sinceridad queremos hacer este camino del Adviento que nos lleve a celebrar como Dios viene a nosotros son actitudes y valores que hemos de saber cultivar en nuestra vida, el perdón, la comprensión, el amor, la generosidad, la solidaridad, la sinceridad, etc. Así son los caminos del Señor, esas son las sendas que hemos de recorrer.
Es un camino que hemos de hacer con fe, con una fe grande y profunda estando bien ciertos que es el Señor que viene con su gracia y con su salvación. Nos da ejemplo el centurión que en el evangelio se acerca a Jesús para pedirle por su criado que está enfermo. Lo hace con fe, con total confianza en el Señor, pero también con una humildad grande. Es cómo tenemos nosotros que saber acercarnos al Señor. Si no hay esa autentica humildad en nuestro corazón difícil va a ser que lleguemos a tener ese encuentro vivo con el Señor y que en consecuencia vivamos con autenticidad nuestra navidad. Dejémonos transformar por el Señor poniendo toda nuestra fe en El. 

domingo, 2 de diciembre de 2012


Necesitamos renovar nuestra esperanza y contagiar esperanza a nuestro mundo

Jer. 33, 14-16; Sal. 24; 1Ts. 3, 12-4, 2; Lc. 21, 25-28.34-36
El adviento es la puerta que nos abre y nos introduce a un nuevo año litúrgico. El misterio de la salvación envuelve totalmente la vida del cristiano y, aunque siempre está presente en nuestra fe y en nuestra vida, todo el misterio salvador de Cristo, sin embargo vamos viviendo con singular intensidad en cada momento ese misterio de Cristo según la liturgia nos lo vaya ofreciendo a nuestra consideración y celebración. De ahí esos diferentes momentos que nos va ofreciendo la liturgia a través del recorrido del año, pero siempre es el misterio salvador de Cristo lo que celebramos y lo que queremos llevar a nuestra vida.
Iniciamos el Adviento, este tiempo litúrgico que nos ayuda a prepararnos a celebrar el misterio de la Navidad, que no es solo un recuerdo de aquel momento del nacimiento de Cristo, sino que es ese celebrar como Dios viene a nosotros, viene a nuestra vida, vino en un momento concreto de la historia en que se hizo carne, se hizo hombre para salvarnos y redimirnos, pero lo vivimos también en la esperanza de su futura venida al final de los tiempos, recordándonos cómo tenemos que trascender nuestra vida, abriéndonos al misterio del más allá, de la vida eterna, de la gloria del cielo.
Caminamos este camino de la tierra sintiendo cómo Dios se sigue haciendo presente en nosotros y con nosotros en ese caminar, pero ‘mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Señor y Salvador Jesucristo’ en ese momento final de la historia. Repito, vamos haciendo este camino sintiendo cómo Cristo viene y está con nosotros llenándonos de esperanza, alentando nuestra vida, fortaleciéndonos en nuestras luchas, iluminándonos para hacer ese mundo nuevo del Reino de Dios anticipo de ese cielo nuevo y esa tierra nueva que nos anuncia en el Apocalipsis.
Pienso que es un momento importante para avivar nuestra fe y nuestra esperanza y así le demos luego hondo sentido a la navidad que vamos a celebrar. Escucha uno las voces de nuestro alrededor y, a causa de la situación social que vivimos, encuentra uno muchos pesimismos y tristezas. Muchos quizá, porque no pueden celebrar una navidad tan consumista cómo la sociedad nos tiene acostumbrados, piensan que ya no pueden celebrar la navidad, lo que significaría que olvidamos el hondo sentido que tiene que tener la navidad al celebrar al Dios que se hace hombre, nace niño en Belén, pero viene para ser nuestro Salvador.
Comprendo, y me hago solidario con ellos por supuesto, las muchas amarguras que pasan muchas personas y muchas familias porque la vida se está haciendo muy dura. Algunas veces escucha uno agoreros que nos pretenden anunciar que esto va a estallar porque no puede seguir así. Se le puede a uno contagiar esa angustia en el corazón con tanto sufrimiento que contemplamos.
También  nos damos cuenta de que muchos se abaten en esa desesperanza y angustia porque han quitado la trascendencia de su vida, cuando han querido construirla lejos de Dios. La falta de la presencia de Dios en la vida del hombre le hace caminar demasiado absorto quizá solo en las realidades materiales o las realidades de nuestro mundo y es necesario levantar nuestra mirada a Dios para darle otro sentido a la vida, darle otro valor más hondo a todo aquello que vamos haciendo o viviendo.
La palabra de Jesús en el evangelio puede servirnos de luz. Nos habla es cierto y nos describe momentos impresionantes de catástrofes y de angustias, de miedos y ansiedades - ¡cuánto de eso no vemos cada día a nuestro alrededor en tantas personas! - pero al mismo tiempo nos anuncia Jesús su venida. ‘Verán venir al Hijo del Hombre en una nube con gran poder y majestad’. Y la venida de Jesús siempre es para salvación. Por eso escuchar ese anuncio de la venida del Señor, como nos dice El, nos hace levantar nuestra cabeza, nuestra mirada hacia lo alto porque ‘se acerca nuestra liberación’.
No podemos dejarnos llevar por agobios, no podemos dejarnos arrastrar por desesperanzas que nos pueden hacer buscar válvulas de escape que nos lleven por caminos de vicio o de mal, hemos de saber despertar nuestra esperanza. ‘Tened cuidado, nos dice, no se os embote la mente con el vicio, la bebida y los agobios de la vida, y se os eche encima aquel día’.
Creemos en el Señor que está a nuestro lado y por dura que sea la situación que vivamos, por difíciles que sean los momentos por los que pasemos, siempre tenemos una luz, siempre nos acompaña la gracia y la fuerza del Señor, siempre podemos sacar una lección buena de cuanto  nos pasa para aprender a poner el granito bueno que comience en verdad a construir un mundo mejor.
Por eso con esperanza, avivándola en nosotros y queriéndola contagiar a cuantos nos rodean, iniciamos este camino del Adviento, que es camino que nos lleva al encuentro con el Señor. Viene el Señor a nuestra vida y su presencia tiene que ser renovadora de muchas cosas en nosotros. Primero que nada, quitando todo lo que signifique desaliento y desesperanza. Pero entendiendo también que la presencia del Señor que viene nos impulsa a algo nuevo y a algo nuevo.
¿Cómo despertaremos esa esperanza a nuestro alrededor? Yo diría, por los caminos del amor. Como nos dice san Pablo, ‘que el Señor os colme y os haga rebosar de amor a todos’. Fijémonos en las palabras que emplea, colmar hasta rebosar. No un amor mezquino, quedándonos a ras de los mínimos, sino un amor colmado, rebosante, porque es la forma de contagiar. Cuando empecemos a amarnos de verdad despertaremos una sonrisa nueva en el corazón de cuantos se sienten amados y quien se siente amado pronto comenzará también a rebosar de amor y a compartir amor. Y es que el amor no se agota porque lo compartamos, sino más bien sabemos que se crece más. Quien sonríe en el corazón es porque una esperanza se ha despertado en su vida.
Como un signo que hemos añadido a nuestra liturgia vamos a ir encendiendo semana tras semanas las luces de nuestra corona de Adviento. Pero que no se nos quede en un signo ritual sino que sea expresión de lo que va naciendo en nuestro corazón y de lo que queremos vivir de verdad. Esas luces de la fe, de la esperanza, del amor, de la oración para pedir con fuerza que venga el Señor tienen que ser algo que de verdad nos iluminen por dentro.
Entremos pues con toda intensidad en este camino del Adviento y que se vaya renovando con fuerza la esperanza de nuestro corazón. Viene el Señor y nos trae la salvación. No olvidemos que la fuerza con que nosotros vivamos esa esperanza va a contagiar de esperanza a nuestro mundo tan necesitado de ella. Si cuando llegue la navidad hemos encendido esas luces de esperanza en los corazones de los que están a nuestro lado estaremos celebrando bien la navidad, porque será la señal de que el Señor va llegando al corazón de muchos a nuestro alrededor. Eso será un camino de salvación.