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sábado, 18 de septiembre de 2021

Una semilla que se convierte en alimento y luz de nuestra vida, pero una semilla que a su vez se ha de convertir en generadora de nueva vida en el corazón de los demás

 


Una semilla que se convierte en alimento y luz de nuestra vida, pero una semilla que a su vez se ha de convertir en generadora de nueva vida en el corazón de los demás

1Timoteo 6,13-16; Sal 99; Lucas 8, 4-15

La semilla no es solo para guardarla en el almacén. Esa semilla por una parte como fruto de una cosecha ya realizada estará destinada a la elaboración de nuestros alimentos cumpliendo así su función, pero parte de esa semilla será para siembra de nuevos terrenos que un día germinarán para darnos en el futuro también cosechas de nuevos frutos.

Hay una parte que entra en el misterio de todo ser vivo y es como esa semilla con las humedades y condiciones apropiadas germinará para hacer nuevas plantas de las que un día esperamos recoger una cosecha; es el misterio de la vida en si misma, podríamos decir; pero bien sabemos que no solo habremos de proporcionarle las condiciones idóneas para esa germinación, sino que luego habremos de cuidar esas plantas germinadas para que un día puedan llegar a darnos esos frutos; es el trabajo del agricultor en cualquiera de sus facetas que cuida de la tierra y sabrá aportar en cada momento el cuidado que esas nuevas plantas han de tener para producir esos frutos.

La imagen de la semilla es algo repetido en el evangelio y que nos quiere ofrecer variados mensajes para el provecho de nuestra vida cristiana. Es la semilla esparcida por el sembrador como hoy nos habla la parábola en distintas tierras y en distintas condiciones que nos pueden producir los más variados frutos; es la semilla de la que se nos hablará en otros momentos que sembrada en tierra se nos queda en el misterio de cómo germina para hacer brotar los tallos de nuevas plantas que un día nos ofrezcan sus frutos; es el grano de trigo que nos dirá Jesús en otra ocasión que ha de ser enterrado para que pudriéndose en la tierra pueda hacer germinar una nueva vida; o será la semilla buena que es sembrada mientras el enemigo al mismo tiempo sembrará la mala semilla haciendo que crezcan juntos el trigo y la cizaña como señal también de esa fortaleza conseguida en la lucha contra el mal.

Hoy se nos ha hablado de ese campo de la vida, con distintos terrenos y distintos cultivos, con personas de las más variadas que darán diferentes respuestas según sean sus propias actitudes y miramos el mundo que nos rodea en su diversidad y complejidad pero donde ha de seguir sembrándose esa semilla de la Palabra de Dios; y nos vemos a nosotros mismos en medio de ese campo, donde igualmente nos veremos influenciados por tan distintas cosas que nos llaman la atención y que nos atraen donde tenemos el peligro de perdernos o de no saber encontrar el sentido de esa semilla que de una forma o de otra va llegando a nosotros.

¿Sabremos discernir de verdad entre esas variadas semillas que llegan a nuestra vida cuál es el trigo bueno que hemos de acoger, bien sembrar y cultivar? Somos los agricultores de ese campo de la vida, y el buen agricultor estudia detenidamente la tierra que ha de cultivar para saber cómo mejor prepararla, pero también busca la semilla más apropiada que pueda ser cultivada en esa tierra para aprovechar las mejores condiciones.

Es la atención con que hemos de vivir la vida, es la atención que hemos de prestar a lo que llega a nosotros para discernir lo bueno y lo mejor. Y es que Dios nos habla, como lo ha hecho a través de todos los tiempos, y nos hace llegar su palabra por diversos caminos algunas veces insospechados; y hemos de saber estar atentos a ese momento en que Dios siempre su Palabra en nuestro corazón desde la Palabra solemnemente proclamada, pero también desde los hechos, la vida, los gestos, las cosas que suceden en nuestro entorno, que se pueden convertir en señales de Dios para nuestra vida.

Una semilla que se convierte en alimento y luz de nuestra vida, pero una semilla que a su vez se ha de convertir en generadora de nueva vida en el corazón de los demás porque así estamos llamados a ser sembradores de esperanza y de vida en medio del mundo que nos rodea.

viernes, 17 de septiembre de 2021

Miremos más a los que están a nuestro lado, conozcamos más a los que con nosotros están haciendo el mismo camino, son la comunidad de Jesús de la que yo también soy miembro

 


Miremos más a los que están a nuestro lado, conozcamos más a los que con nosotros están haciendo el mismo camino, son la comunidad de Jesús de la que yo también soy miembro

1Timoteo 6,3-12; Sal 48;  Lucas 8,1-3

Hacer camino, muchas veces hablamos de ello. Comparamos la vida con un camino, un camino que cada uno tiene que hacer personalmente, pero un camino que cuando vamos acompañados de buena compañía parece que se nos hace más liviano. Algunos quizás quieren caminar solos, pero como se suele decir, el que solo va, solo se cae y solo se queda. La compañía de los que van caminando a nuestro lado nos anima, nos estimula; claro que no lo hemos de tomar como una carrera a ver quien llega primero, sino que lo importante es alcanzar la meta. Sentirnos acompañados nos estimula y nos da fuerza, nos hace superar con mayor facilidad los obstáculos, nos ayuda a no perder la ruta a donde queremos llegar.

Hoy el evangelio nos habla de esos caminos que hacia Jesús acompañado de sus discípulos. ‘Jesús iba caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, proclamando y anunciando la Buena Noticia del reino de Dios, acompañado por los Doce, y por algunas mujeres…’ nos relata el evangelista. Nos dará luego el nombre de algunas de esas mujeres que acompañaban a Jesús en la tarea del anuncio de la Buena Noticia del Reino de Dios y de los servicios que incluso prestaban.

Aunque estamos haciendo mención a este episodio concreto si recorremos las páginas del evangelio veremos a Jesús siempre en camino, pero en camino rodeado de gente; están aquellos discípulos que quieren seguir más de cerca, como serán luego los doce apóstoles especialmente llamados por El; pero están todo esos que se convierten en colaboradores también del anuncio del Reino, como todos aquellos que porque quieren escuchar a Jesús son capaces de irse de un lugar a otro para seguir sus pasos.

Me quiero ver yo también en esa comitiva de los que caminan con Jesús. Metámonos en el interior del evangelio y encontremos en sus páginas nuestro lugar, encontremos nuestro sitio al lado de Jesús en medio de todos aquellos que le siguen, de aquellos discípulos más cercanos, como decíamos, o formando grupo con aquellas mujeres que le atendían. Hay un puesto para nosotros.

No es necesario que juguemos con la imaginación. Pensemos realmente en lo que es el camino de nuestra vida cristiana, el camino de la Iglesia. Aunque lo sabemos tenemos la tentación muchas veces de ponernos a vivir el seguimiento de Jesús como muy en solitario, como si solo fuera un camino que hacemos solo nosotros y no caemos en la cuenta de cuantos son los que a nuestro lado están también haciendo ese camino.

Como decíamos, es el camino de la Iglesia. Es el camino de nuestras comunidades y parroquias. Que tienen que ser eso, comunidades, gente que en comunión los unos con los otros vamos haciendo ese camino de nuestra fe con nuestros compromisos, con nuestras responsabilidades asumidas, con esas tareas que podemos realizar también en medio de la comunidad, con ese lugar que ocupo allí en nuestras celebraciones.

Cuidado no nos aislemos. Muchas veces cuando vamos a Misa los domingos, da la impresión que cada uno va a lo suyo, a escuchar o a celebrar su misa, a realizar su cumplimiento personal, como si nuestra presencia allí nada tuviera que tener con los demás que están participando o viviendo aquella celebración. Miremos más a los que están a nuestro lado, conozcamos más a los que con nosotros están en la misma celebración, son esa comunidad de la que yo también soy miembro.

Renovemos esos deseos de sentirnos juntos en camino con Jesús, pero juntos con esos hermanos que también están haciendo camino a nuestro lado. Que nos sintamos estimulados y que seamos también estímulo para los demás.

jueves, 16 de septiembre de 2021

La falta de amor en el corazón nos impedirá entender lo que es la misericordia y el perdón y cerrará nuestros ojos a la mirada nueva que hemos de tener hacia los demás

 


La falta de amor en el corazón nos impedirá entender lo que es la misericordia y el perdón y cerrará nuestros ojos a la mirada nueva que hemos de tener hacia los demás

1 Timoteo 4, 12-16; Sal 110;  Lucas 7, 36-50

Nos sucede a veces que nos cruzamos con alguien con quien no nos gustaría tropezar, es más, que no nos gustaría que nos viesen con esa clase de personas; nos parecen mala sombra, la rehuimos, o nos hacemos los distraídos como si no las hubiéramos visto a ver cómo pasamos desapercibidos; que no se lo ocurra a aquella persona detenerse junto a nosotros, saludarnos o decirnos algo, pasaríamos un mal trago. Intentamos, quizás, que nadie se de cuenta, tratamos de disimular lo más posible, pero de alguna manera estamos huyendo de aquella persona, o más bien, queriendo desterrarla lejos de nosotros mismos.

Su mala fama, su conducta desordenada, algunas cosas muy escandalosas de las que la han acusado aunque realmente no tenemos pruebas ni seguridades de que lo que se dice de ellas es cierto, pero nosotros nos precavemos, mejor, como si no las hubiéramos visto. Aunque quizá tendríamos que preguntarnos ¿qué sabemos del interior de esa persona? ¿Cuáles pueden ser las tragedias que esté padeciendo en su interior o incluso también en los desaires que recibe de los demás? Nada sabemos ni parece que nos pueda interesar.

¿Sería así el mal trago que estaba pasando Simón el fariseo en aquella comida en que tanto interés había tenido que fuera Jesús? ¿Lo estarían pasando mal de la misma manera el resto de comensales, amigos del fariseo y probablemente de su mismo partido? La comida parecía que se iba a desarrollar dentro de lo normal, pero de repente aparece aquella mujer que nadie sabe cómo llegó hasta la sala de comensales que se puso de rodillas a los pies de Jesús lavándoselos con sus lágrimas y ungiéndolos con costoso perfume. Todos sabían quién era aquella mujer en aquella ciudad y la fama que la acompañaba; estarían pasando un mal rato porque parecía que todo el festejo de aquel almuerzo se estaba viniendo abajo.

Y eso es lo que estaba pensando en su interior el anfitrión de aquella comida. Si éste (Jesús) supiera quien es esta mujer… no le dejaría hacer lo que está haciendo. Pero Jesús le está leyendo los pensamientos. No hacía falta ser muy adivino viendo los rostros de circunstancias que todos estaban poniendo, aunque Jesús bien conocía el corazón de aquellas personas. Por eso es Jesús el que se adelanta para proponerle a Simón una pequeña parábola, los dos deudores que debían a su amo determinadas cantidades y a quienes su amo condonó la deuda en la generosidad de su corazón. ¿Cuál estará más agradecido? Seguro que aquel a quien se le perdonó más.

Y ahora es Jesús el que hace que todas las miradas se dirijan a aquella mujer. De alguna manera pone en un feo al anfitrión de la comida, porque no ha cumplido con los protocolos normales para esas ocasiones, de ofrecer agua y perfume a su huésped como signo de hospitalidad además del correspondiente saludo. Y Jesús le viene a decir que aquella mujer ha hecho todo lo que Simón había descuidado hacer. Pero que si aquella mujer lloraba hasta bañar sus pies es porque el amor de su corazón le hacía reconocer lo que había sido su vida y su pecado. Y a aquella mujer que estaba amando mucho, se le perdonaban sus muchos pecados.

Ya sabemos las reacciones de aquellos fariseos que no dan el brazo a torcer y no entienden de lo que es la misericordia. Les falta amor en su corazón y no entenderán nunca lo que es el perdón. Pero ahí queda el gesto de Jesús que nos tiene que hacer pensar, en nuestras discriminaciones y en nuestros juicios, en la hipocresía de nuestra vida y en las fáciles condenas que hacemos de los demás sin fijarnos en la viga que llevamos en nuestro ojo.

Un buen toque de atención que nos hace Jesús que nos hace mirar de manera nueva a los demás. Como decíamos antes no sabemos lo que hay en el interior del corazón de la persona, pueden estar las negruras que se van acumulando a lo largo de la vida, pero pueden estar también los buenos deseos que nos hacen levantarnos, pueden estar las tragedias que sufrimos a consecuencia de nuestros errores, pero puede estar también la intensidad del amor que ahora queremos poner porque queremos algo nuevo para nosotros.


miércoles, 15 de septiembre de 2021

Aprendamos del silencio de María o lo que es lo mismo aprendamos de su amor de Madre para que guardemos en nuestro corazón los sufrimientos y alegrías de los demás

 


Aprendamos del silencio de María o lo que es lo mismo aprendamos de su amor de Madre para que guardemos en nuestro corazón los sufrimientos y alegrías de los demás

1Timoteo 3, 14-16; Sal 110; Juan 19, 25-27

Cuántas cosas guardan las madres en el silencio de su corazón. Es el silencio del amor, es el silencio del dolor y del sufrimiento, es el silencio que solo puede comprender una madre. Atrevido soy yo para hablar de eso.  Un corazón de madre que es todo amor; un corazón de madre que será siempre un cofre abierto para recibir de los hijos pero un cofre cerrado que guarda en silencio porque su sufrimiento es solo para ella.

Hoy contemplamos y celebramos a quien está en silencio al pie de la cruz de su Hijo. No le escuchamos decir palabras, como pocas son las que a lo largo de su vida nos trasmitirá el evangelio salidas de sus labios aunque todas son de una riqueza grande. Muda en silencio se quedó al sentirse invadida por el ángel en su casa de Nazaret y escuchar sus palabras. Se puso a considerar que significaban aquellas palabras; se hará preguntas en el silencio de su corazón aunque solo conocemos las que le hizo al ángel y su respuesta final. ‘¿Cómo será eso?’, se pregunta porque al mismo tiempo vislumbra todo el significado y repercusión que a la larga iba a tener en su vida lo que le proponía el ángel, pero el silencio se rompe luego para decir sí, hágase, ‘cúmplase en mi según tu palabra’. Y María comenzó a guardar en su corazón.

En silencio camina a la montaña donde sabe que tiene que ir a servir, pero cómo rumiaría por aquellos caminos todo el misterio que en ella se estaba realizando. En su mente podrían estar también las dudas que más tarde tratarían de amargar el corazón de José, pero sin tener respuestas deja que se realice el actuar de Dios que irá más allá de lo que ella pudiera pensar o intentara explicar. Son silencios que aunque la llenan de Dios no dejan a un lado los sufrimientos de su corazón cuando sospecha del sufrimiento de los demás en este caso de José.

Pero sorprendida se vio de nuevo cuando su prima la recibe con alegría y cánticos de alabanza como la madre de su Señor. Por eso sus labios romperán el silencio solamente para unirse a ese cántico de alabanza que seguramente había ido rumiando mientras hacía el camino desde Nazaret. Ella está viendo el actuar de Dios que se ha hecho presente también allí en la montaña entre los humildes como se ha hecho presente en su corazón que se siente pequeño; pero sus palabras sin ella quizás darse cuenta son también profecía de ese mundo nuevo, de ese Reino nuevo, donde los poderosos serán abajados de sus tronos mientras los pequeños y los humildes son levantados. Son los silencios de una madre que se hacen profecía.

En el camino que de nuevo hará desde Nazaret hasta Judea con todas aquellas maravillas que se sucederán en Belén con el nacimiento de Jesús, también escucharemos su silencio. Porque los silencios también hablan y podrán trasmitirnos muchas cosas. Y como nos dirá el evangelista María iba guardando su corazón todo cuanto ante ella y en ella se iba sucediendo.

El sufrimiento de una madre que no puede ofrecer el calor de una cuna a su hijo recién nacido, la pobreza de aquel establo que misteriosamente comenzará a brillar con una luz especial porque allí está el Sol venido de lo alto, la humildad y sencillez de aquellos pastores que allí llegan guiados por los anuncios del ángel, más tarde aquellos magos venidos de Oriente con sus ofrendas, son cosas que María va guardando en su corazón. Sufrimientos que se entremezclan con alegrías, oscuridades de una noche solo iluminada por las estrellas, silencio de las puertas que no se abren que serán imagen del rechazo que un día su Hijo sufrirá,  pero al mismo tiempo resplandores de cielo en los ángeles que cantan la gloria del Señor, serán cosas que se suceden y que María va guardando en su corazón.

Serán las palabras del anciano Simeón que por un lado reconoce la gloria del Señor porque llega el sol que viene de lo alto y quien va a ser la alegría de todo el pueblo, pero que a ella le anuncia espadas de dolor y de sufrimiento. Los silencios siguen amontonándose en el corazón de María a medida en que sigue creciendo su amor. Su huida a Egipto porque Herodes busca al Niño para matarlo y su peregrinar de un lado para otro hasta establecerse definidamente en Nazaret serán silencios de amor que se van acumulando en su corazón.

El ángel le había anunciado que sería el Hijo del Altísimo y por el significado de su nombre que será el que salvará al pueblo de sus pecados, pero la vida en Nazaret transcurre en la monotonía y el silencio. ¿Cómo se realizarán los planes de Dios? son preguntas como las que nosotros nos hacemos cuando estamos a la expectativa de algo pero vemos que no se realiza.

Un día marchará Jesús para el Jordán, a donde iban tantos a escuchar a Juan, y a su vuelta serán los caminos y las aldeas de Galilea las que se convertirán en el hogar de aquel nuevo profeta que la gente ve surgir. Pero, para María, silencio quedándose quizá en Nazaret o siguiendo de cerca los nuevos caminos que Jesús comienza a realizar. Y a ella llegarán toda clase de rumores, de lo que el mismo evangelio nos dice de la aceptación o no de Jesús por unos y por otros. Pero el silencio de la madre sigue en pie como se mantiene firme el amor en el corazón de la madre que nunca desfallece.

Ahora hoy la contemplamos al pie de la cruz de su hijo también en silencio. Ella está haciendo suyo todo el sufrimiento de su Hijo en la cruz, o lo que es lo mismo, todo el amor que Jesús está viviendo en su entrega en la cruz. Es la madre llena de dolor, como no puede ser menos, pero es la madre que sigue allí con corazón abierto porque allí recibirá el regalo de unos nuevos hijos. ‘Mujer, ahí tienes a tu hijo’, le dice Jesús, mientras escucha que a Juan le dice ‘ahí tienes a tu madre’. Ya desde entonces la casa de Juan será la casa de María. Ella estará ya desde entonces haciendo suyo, metiendo en silencio en su corazón, todos los sufrimientos y las alegrías de los que desde ahora son también sus hijos.

Nos quedamos aquí contemplándola y reviviendo con ella todo lo que ha sido ese recorrido de silencio y de amor, todo lo que ha sido y seguirá siendo ese recorrido de Madre. Porque ahora seremos nosotros los que estamos también dentro del corazón de María, y María también guardará nuestros secretos porque desde entonces ella es también para nosotros la madre en la que confiamos. Y María conservaba, María sigue conservando muchas cosas en su corazón de Madre de nosotros, sus hijos.

¿Aprenderemos nosotros de los silencios de María? ¿Habremos aprendido de lo que es su amor de Madre? ¿Qué es lo que nosotros vamos guardando también en nuestro corazón? ¿Aprenderemos nosotros a ser como María corazón abierto para los demás? ¿Sabremos hacer nuestros en silencio, en el silencio de nuestro corazón, lo que son los sufrimientos y las alegrías de los demás que caminan a nuestro lado?

martes, 14 de septiembre de 2021

Miramos a lo alto de la cruz porque solo Jesús es el que nos libera desde lo más profundo y arrancará de nosotros ese veneno del mal para llenarnos de su vida nueva

 


Miramos a lo alto de la cruz porque solo Jesús es el que nos libera desde lo más profundo y arrancará de nosotros ese veneno del mal para llenarnos de su vida nueva

Números 21, 4b-9; Sal 77; Juan 3, 13-17

Nunca estamos satisfechos, de todo nos quejamos; siempre tenemos una queja o una crítica que hacer; aunque quizás nuestras cosas hayan cambiado para mejor, todavía queremos más. Andamos muchas veces como rebeldes por la vida. Hay también algo dentro de nosotros que no nos satisface y queremos algo mejor.

Por una parte puede estar nuestro espíritu de superación, nuestro espíritu inquieto que desea lo mejor y no nos contentamos con lo conseguido sino que queremos algo mejor, pero está también nuestro espíritu rebelde, que no lo hace por superación, sino porque siempre queremos ir a la contra y no estamos de acuerdo con aquellos que llevan la responsabilidad; es cierto que hay que exigir lo mejor, pero también hay que constatar los pasos que damos y que nos sirvan de estimulo para que seamos nosotros también los que pongamos de nuestra parte; nos hemos acostumbrado a que nos lo den todo hecho y muchos interesados casi nos camelan con algunas cosas para tenernos contentos, pero vete a saber lo que hay por detrás.

Algunas veces nos tocan momentos duros, difíciles, donde las cosas no marchan como nosotros quisiéramos o aparecen nuevas situaciones que nos lo revuelven todo. Como nos está sucediendo ahora con la situación que vivimos, y que muchas veces no sabemos a quien acudir, quien nos puede dar soluciones, quien nos ayudará de verdad a salir de donde estamos. Como nos puede suceder en tantas situaciones de sufrimiento por un motivo o por otro por donde tenemos que pasar tantas veces en la vida. No nos gusta sufrir y es algo que llevamos muy mal, muchas veces hasta podemos caer en la desesperación.

Quizá también se nos meten por medio muchas serpientes que enredan, que nos envenenan, que crean en nosotros situaciones difíciles; o quizá la serpiente la llevamos dentro de nosotros con nuestra malicia, con nuestras desconfianzas, con nuestros deseos de vivir bien sea como sea, con las apetencias que se nos meten en el corazón, con las vanidades con que podemos ir envolviendo nuestras vidas, con nuestros orgullos o con nuestras violencias. El mal se nos mete en el corazón, y con ese mal queremos muchas veces envenenar también a los demás. Con nuestra malicia manifestada de mil maneras podemos ser serpiente que envenene a los que nos rodean.

Me ha dado pie a toda esta reflexión lo que hoy se nos ofrece en lectura del libro de los Números. El pueblo caminaba por el desierto, lo que ya de por sí era algo bien duro, pero en búsqueda de la libertad; el Señor los había liberado de Egipto y los había hecho pasar el mar Rojo, ahora tenían que atravesar todo el desierto del Sinaí para llegar a la tierra que Dios les había prometido. El camino era duro y venían momentos de cansancio y desaliento, con deseos incluso de volverse a Egipto o haberse quedado en Egipto. Y de ese camino duro que les llevaba a la libertad como pueblo ahora se quejan y se rebelan contra Dios.


Como una imagen se nos habla de una invasión de serpientes en el campamento que les muerden y les envenenan llevándoles a muchos a la muerte. Algo que pudo suceder, pero que es imagen del estado de ánimo interior por el que iban pasando. Y aunque rebeldes contra Dios al final acuden a Yahvé que les libere de aquellas serpientes; como una señal había de levantarse en medio del campamento como en un estandarte la imagen de una serpiente. Era un reconocimiento de su mal ánimo pero una señal de liberación interior.

Toda esta reflexión nos la estamos haciendo en la fiesta litúrgica de la exaltación de la santa Cruz en este 14 de septiembre. Y en el texto que se nos ofrece en el evangelio, final de las palabras entre Jesús y Nicodemo, Jesús nos propone precisamente esa imagen de la serpiente levantada en lo alto. Pero ahora no será la serpiente, sino que Jesús nos dirá que será el mismo el que sea levantado en lo alto, a la manera de aquella serpiente que levantó Moisés en el desierto, porque es en El en quien encontramos la salvación.

Decíamos antes que lo que nos sucede nos hace andar desorientados, sentimos que el mal se nos ha metido en el corazón y está envenenando nuestro mundo, no nos sentimos satisfechos con el camino que hacemos y en el fondo todos queremos algún tipo de liberación. Pero no es una liberación cualquiera la que nos ofrece Jesús. No se trata de que nos aparezca un líder en nuestro mundo y nos dé caminos de soluciones a los problemas que tengamos; no son esas soluciones parciales las que necesitamos, sino algo más hondo que se produzca de verdad en el interior del hombre, en el corazón de la persona.

Como nos dirá Jesús en otra ocasión, es de dentro, del corazón de donde salen los malos deseos y toda clase de mal; pues es ese corazón el que tenemos que cambiar. Y nosotros miramos a Jesús, el que está levantado en alto, al que contemplamos en una cruz para señalarnos y decirnos como desde un amor como el que tuvo El por nosotros es como encontraremos esos caminos de liberación, esa transformación del corazón.

Miramos a lo alto de la cruz, como decimos en la tarde del Viernes Santo, donde estuvo clavada la salvación del mundo. Es lo que hoy queremos celebrar, porque sólo Jesús es nuestro salvador, sólo Jesús es el que nos libera desde lo más profundo, sólo Jesús es el que arrancará de nosotros ese veneno del pecado, del mal, del sufrimiento, del odio y del desamor para llenarnos de su gracia, para llenarnos de su vida nueva.

Serán duros los caminos que vamos haciendo en la vida, o mejor con nuestro veneno hemos hecho duro ese camino porque nos hemos llenado de mal, pero sabemos donde encontramos la salvación. Miramos a la cruz y miramos a Jesús. Nos sentiremos renovados por su amor que es gracia y salvación para nosotros. Nos sentiremos transformados por su amor y comenzaremos a amar con un amor semejante porque así es como llevaremos esa liberación verdadera a nuestro mundo.

lunes, 13 de septiembre de 2021

Lo que necesitamos nosotros es ser confiados, ser humildes, ser constantes en nuestra oración, con la seguridad además de podernos dirigir directamente a El

 


Lo que necesitamos nosotros es ser confiados, ser humildes, ser constantes en nuestra oración, con la seguridad además de podernos dirigir directamente a El

1Timoteo 2,1-8; Sal 27; Lucas 7,1-10

¿A quien tengo que acudir para resolver este problema? Pero algunas veces esa pregunta nos habremos hecho quizás más de una vez ante un problema que se nos presenta, ante una necesidad o una situación difícil, lleva emparejada algo más, porque más bien estamos preguntándonos quién nos podrá servir de intermediario, a quien podemos acudir que tenga influencias en aquella administración o ante aquellas personas concreta, estamos buscando un valedor

El centurión del que nos habla el evangelio parece ser que buscó buenos valedores, porque la carta de recomendación que presentaban ante la petición del centurión era ensalzarle por lo que había hecho por el pueblo colaborando incluso, a pesar de ser un gentil, en la reconstrucción de la sinagoga de Cafarnaún. Parece ser que méritos le sobraban, pero como veremos a continuación no era solo por aquellas obras altruistas que había realizado por los judíos de Cafarnaún sino que Jesús destacará algo mucho más importante aún.

El tema era que aquel hombre tenía un criado, a quien apreciaba mucho, enfermo de gravedad; no sabiendo ya a quien acudir para encontrar remedio, al oír hablar de Jesús piensa que es a El a quien tiene que acudir. Pero no se siente digno, por eso se vale de gentes influyentes e importantes de Cafarnaún. Y Jesús quiere atender a la petición de aquel hombre y se pone en camino. Pero el centurión insiste en su humildad porque si no había ido personalmente a hacer la petición era porque no se consideraba digno, pero su petición seguía en pie y ahora manifestando especial confianza. Sabe que la palabra de Jesús podrá salvarle y solo es necesaria esa palabra de Jesús.

Son tan importantes los sentimientos de fe y de humildad de aquel hombre que la Iglesia ha tomado esas palabras para que sean las que digamos cuando nos vamos a acercar a comulgar. ‘Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para salvarme’. Pero en aquel hombre está la confianza y la fe al mismo tiempo que la humildad, pero con una certeza grande. El tiene autoridad y puede mandar a sus soldados o a sus criados que hagan una cosa u otra y bastará su palabra para que su orden se cumpla. Y es en lo que confía que puede hacer Jesús.

Jesús se sorprende de la fe de aquel hombre y así quiere resaltarlo y que todos los conozcan. ‘Ni en Israel he encontrado en nadie tanta fe’, es la exclamación de Jesús. Aquí están los verdaderos méritos de aquel hombre, su fe inquebrantable y humilde. Y cuando los enviados regresan a casa se encontrarán al criado ya sano. Creyó aquel hombre y creyó toda su familia, destacará el evangelista. ¿Creemos nosotros también? ¿Nos fiamos de igual manera de la palabra de Jesús? ¿Podrá decir Jesús lo mismo de nuestra fe?

Cuántas veces en nuestros aprietos y angustias nos llenamos de dudas. Queremos pedirle al Señor y decimos que no sabemos si vamos a ser escuchados. Pedimos y parece en ocasiones que los dioses somos nosotros porque Dios tiene que hacer las cosas tal como nosotros se lo pidamos. Queremos que las cosas sean a nuestra manera y en la prontitud que se vuelve exigencia y que de alguna manera pone a prueba nuestra fe. Pero los caminos de Dios no son nuestros caminos, aunque sí sabemos que el amor que Dios nos tiene nunca nos falla.

Y tenemos que saber descubrir las respuestas que el Señor va dando a nuestra vida, a nuestras inquietudes, a nuestras angustias, a nuestros aprietos. Algunas veces por la dureza de nuestro corazón tendrá que pasar tiempo para que nos demos cuenta de la respuesta del Señor a nuestras peticiones. Como Padre bueno siempre nos dará lo mejor.

Lo que necesitamos nosotros es ser confiados, ser humildes, ser constantes en nuestra oración, con la seguridad además que directamente nos podemos dirigir a El, no necesitamos de influencias ni valedores, aunque bien sabemos cual es la función de la madre, de María, y cómo también los santos desde el cielo también interceden por nosotros.

domingo, 12 de septiembre de 2021

No podemos vivir nuestra fe desde unos entusiasmos pasajeros sino decantándonos de verdad por el camino de Jesús que es camino de cruz y de amor

 


No podemos vivir nuestra fe desde unos entusiasmos pasajeros sino decantándonos de verdad por el camino de Jesús que es camino de cruz y de amor

Isaías 50, 5-9ª; Sal. 114; Santiago 2, 14-18; Marcos 8, 27-35

Hay momentos en que hay que hacer paradas en la vida porque son tantos los acontecimientos que nos envuelven, tantas las cosas que nos llaman la atención, que van surgiendo tantos estados de ánimo en nuestro corazón ante todo aquello que vemos, nos llama la atención y nos entusiasma, que crea como ciertas confusiones en nosotros y realmente no sabemos con qué quedarnos. Es necesario detenerse, ver que es lo principal y lo que merece la pena y decantarnos claramente por el camino que queremos seguir.

En torno a Jesús se habían ido creando sentimientos encontrados; estaba la multitud de la gente sencilla que era capaz de irse detrás de Jesús hasta los lugares más apartados, porque le entusiasmaban y daban esperanzas sus palabras al tiempo que eran curadas sus enfermedades y males y todo eran alabanzas y aclamaciones porque veían en Jesús un gran profeta y si acaso no era el Mesías, pero estaban también los que iban a la contra, los que estaban al acecho, los que iban poniendo trabas al camino de Jesús y que finalmente querían quitarlo de en medio.

Pero estaban también aquellos discípulos más cercanos que estaban siempre con Jesús, a los que El los había llamado de manera especial y a los que se revelaba especialmente en aquellas conversaciones que tenía con ellos donde les explicaba más detalladamente las cosas. Pero estos andaban también algunas veces confusos entre lo que decía la gente, lo que Jesús les explicaba y la oposición que descubrían que también había contra Jesús.

Y es Jesús, el que caminando con ellos casi en las fronteras de Palestina, allá por donde nacía el Jordán, les hace hacer ese parón. Y vienen las preguntas y las respuestas, vienen la profesiones de fe entusiastas, pero también los miedos que se les van metiendo en el alma porque lo que Jesús les va a decir ellos creen que no puede suceder.  Primero quiere Jesús que ellos le hagan como un resumen de lo que dice la gente. Que sin un gran profeta, que si alguien como Elías o los antiguos profetas, que si se parece a Juan el Bautista el que todos habían conocido allá en el Jordán, las respuestas son variadas.

Pero viene la pregunta directa. ‘Y vosotros, ¿quién decir que soy yo?’ ¿Qué piensan ustedes de mí? Y como suele suceder con las preguntas muy directas parece que nadie quiere responder; será Pedro el que se adelante a todos. ‘Tú eres el Mesías’. Otro evangelista cuando nos narra este acontecimiento pondrá palabras en labios de Jesús diciendo a Pedro que lo que ha acabado de decir no es algo solo de su propia cosecha, sino que el Padre del cielo se lo ha revelado en su corazón. Este evangelista simplemente dice que eso de esa manera no se lo comenten a nadie.

Hasta aquí estamos contemplando los entusiasmos por Jesús, aunque los discípulos también siguen aun medio confusos. Pero Jesús quiere poner los puntos sobre las ‘íes’ como se suele decir. Les ha dicho que no lo comenten con nadie, porque había un concepto de Mesías entre las gentes de aquel tiempo con una carga muy política. Era un libertador para el pueblo oprimido por los pueblos extranjeros e invasores. Pero el camino de Jesús no va por esas sendas, porque no es por esa senda por donde se ha de constituir el Reino de Dios. Es algo con otro sentido, lejano de los poderes humanos, porque es algo que tiene que sembrarse en el corazón de la persona y transformarla. Y eso sí que va a encontrar gran oposición.

‘Y empezó a instruirlos: El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser reprobado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días. Se lo explicaba con toda claridad…’ Pero esto era algo que les costaba entender a los discípulos y apóstoles que están cercanos a Jesús. Eso no le puede pasar. 

Y será Pedro también, el que había hecho la hermosa confesión de fe, el que se lleva aparte a Jesús para quitarle esa idea de la cabeza. ‘Tú piensas como los hombres, no como Dios’, le dirá Jesús quitándolo de su lado. Eres para mí también una tentación, como la del diablo allá en el monte de la cuarentena cuando le ofrece reinos y aclamaciones. Parece que eso es lo que quiere Pedro también. ¿No nos sucederá a nosotros de igual forma cuando nos queremos crear una cristiandad triunfalista y con las señales también de los signos del poder? ¿No serán de alguna manera también nuestros sueños?

Nos cuesta entender también lo de tomar la cruz para seguir a Jesús. Nadie nos obliga, Jesús simplemente nos invita, nosotros somos los que tenemos que dar la respuesta. Pero la respuesta se nos hace amarga en la garganta y en el corazón cuando Jesús nos habla de tomar la cruz, de negarnos a nosotros mismos, de ser capaces de perder la vida, porque es la unida forma de ganarla. Y es que Jesús nos ofrece un camino de amor y de entrega, porque será el único que salvará al mundo.

Y es que Jesús nos habla de un mundo de ternura y de cercanía, de aceptación de los demás y de comprensión incluso con sus debilidades, nos habla de un mundo de misericordia y de perdón que tenemos que saber ofrecer siempre generosamente porque es la base para lograr la paz, nos habla de un mundo del que tenemos que desterrar todo lo que suene a vanidad y a fantochada, un mundo del que desbanquemos los pedestales del orgullo y del poder avasallando a los demás, de un mundo donde vamos a aprender a valorar a los pobres, a los pequeños, a los que parece que nada cuentan porque lo importante siempre será la dignidad de la persona. Eso el mundo no lo entiende ni lo entenderemos nosotros si seguimos pensando como los hombres y no como Dios.

Muchas cosas tienen que cambiar en nuestra mente y en nuestro corazón y eso algunas veces se nos hará duro, por eso nos habla de cruz. Porque lo que hacemos es como Jesús abrazarnos a la cruz, porque nos estamos abrazando al amor y aunque parezca que muramos vamos a alcanzar lo que es la verdadera plenitud de la vida.