Una
semilla que se convierte en alimento y luz de nuestra vida, pero una semilla
que a su vez se ha de convertir en generadora de nueva vida en el corazón de
los demás
1Timoteo 6,13-16; Sal 99; Lucas 8, 4-15
La semilla no es solo para guardarla en
el almacén. Esa semilla por una parte como fruto de una cosecha ya realizada
estará destinada a la elaboración de nuestros alimentos cumpliendo así su función,
pero parte de esa semilla será para siembra de nuevos terrenos que un día
germinarán para darnos en el futuro también cosechas de nuevos frutos.
Hay una parte que entra en el misterio
de todo ser vivo y es como esa semilla con las humedades y condiciones
apropiadas germinará para hacer nuevas plantas de las que un día esperamos
recoger una cosecha; es el misterio de la vida en si misma, podríamos decir;
pero bien sabemos que no solo habremos de proporcionarle las condiciones idóneas
para esa germinación, sino que luego habremos de cuidar esas plantas germinadas
para que un día puedan llegar a darnos esos frutos; es el trabajo del
agricultor en cualquiera de sus facetas que cuida de la tierra y sabrá aportar
en cada momento el cuidado que esas nuevas plantas han de tener para producir
esos frutos.
La imagen de la semilla es algo
repetido en el evangelio y que nos quiere ofrecer variados mensajes para el
provecho de nuestra vida cristiana. Es la semilla esparcida por el sembrador
como hoy nos habla la parábola en distintas tierras y en distintas condiciones
que nos pueden producir los más variados frutos; es la semilla de la que se nos
hablará en otros momentos que sembrada en tierra se nos queda en el misterio de
cómo germina para hacer brotar los tallos de nuevas plantas que un día nos
ofrezcan sus frutos; es el grano de trigo que nos dirá Jesús en otra ocasión
que ha de ser enterrado para que pudriéndose en la tierra pueda hacer germinar
una nueva vida; o será la semilla buena que es sembrada mientras el enemigo al
mismo tiempo sembrará la mala semilla haciendo que crezcan juntos el trigo y la
cizaña como señal también de esa fortaleza conseguida en la lucha contra el
mal.
Hoy se nos ha hablado de ese campo de
la vida, con distintos terrenos y distintos cultivos, con personas de las más
variadas que darán diferentes respuestas según sean sus propias actitudes y
miramos el mundo que nos rodea en su diversidad y complejidad pero donde ha de
seguir sembrándose esa semilla de la Palabra de Dios; y nos vemos a nosotros
mismos en medio de ese campo, donde igualmente nos veremos influenciados por
tan distintas cosas que nos llaman la atención y que nos atraen donde tenemos
el peligro de perdernos o de no saber encontrar el sentido de esa semilla que
de una forma o de otra va llegando a nosotros.
¿Sabremos discernir de verdad entre
esas variadas semillas que llegan a nuestra vida cuál es el trigo bueno que
hemos de acoger, bien sembrar y cultivar? Somos los agricultores de ese campo
de la vida, y el buen agricultor estudia detenidamente la tierra que ha de
cultivar para saber cómo mejor prepararla, pero también busca la semilla más
apropiada que pueda ser cultivada en esa tierra para aprovechar las mejores
condiciones.
Es la atención con que hemos de vivir
la vida, es la atención que hemos de prestar a lo que llega a nosotros para
discernir lo bueno y lo mejor. Y es que Dios nos habla, como lo ha hecho a
través de todos los tiempos, y nos hace llegar su palabra por diversos caminos
algunas veces insospechados; y hemos de saber estar atentos a ese momento en
que Dios siempre su Palabra en nuestro corazón desde la Palabra solemnemente
proclamada, pero también desde los hechos, la vida, los gestos, las cosas que
suceden en nuestro entorno, que se pueden convertir en señales de Dios para
nuestra vida.
Una semilla que se convierte en
alimento y luz de nuestra vida, pero una semilla que a su vez se ha de
convertir en generadora de nueva vida en el corazón de los demás porque así
estamos llamados a ser sembradores de esperanza y de vida en medio del mundo
que nos rodea.