Miramos
a lo alto de la cruz porque solo Jesús es el que nos libera desde lo más
profundo y arrancará de nosotros ese veneno del mal para llenarnos de su vida
nueva
Números 21, 4b-9; Sal 77; Juan 3, 13-17
Nunca estamos satisfechos, de todo nos
quejamos; siempre tenemos una queja o una crítica que hacer; aunque quizás
nuestras cosas hayan cambiado para mejor, todavía queremos más. Andamos muchas
veces como rebeldes por la vida. Hay también algo dentro de nosotros que no nos
satisface y queremos algo mejor.
Por una parte puede estar nuestro espíritu
de superación, nuestro espíritu inquieto que desea lo mejor y no nos
contentamos con lo conseguido sino que queremos algo mejor, pero está también
nuestro espíritu rebelde, que no lo hace por superación, sino porque siempre
queremos ir a la contra y no estamos de acuerdo con aquellos que llevan la
responsabilidad; es cierto que hay que exigir lo mejor, pero también hay que
constatar los pasos que damos y que nos sirvan de estimulo para que seamos
nosotros también los que pongamos de nuestra parte; nos hemos acostumbrado a
que nos lo den todo hecho y muchos interesados casi nos camelan con algunas
cosas para tenernos contentos, pero vete a saber lo que hay por detrás.
Algunas veces nos tocan momentos duros,
difíciles, donde las cosas no marchan como nosotros quisiéramos o aparecen
nuevas situaciones que nos lo revuelven todo. Como nos está sucediendo ahora
con la situación que vivimos, y que muchas veces no sabemos a quien acudir,
quien nos puede dar soluciones, quien nos ayudará de verdad a salir de donde
estamos. Como nos puede suceder en tantas situaciones de sufrimiento por un
motivo o por otro por donde tenemos que pasar tantas veces en la vida. No nos
gusta sufrir y es algo que llevamos muy mal, muchas veces hasta podemos caer en
la desesperación.
Quizá también se nos meten por medio
muchas serpientes que enredan, que nos envenenan, que crean en nosotros
situaciones difíciles; o quizá la serpiente la llevamos dentro de nosotros con
nuestra malicia, con nuestras desconfianzas, con nuestros deseos de vivir bien
sea como sea, con las apetencias que se nos meten en el corazón, con las
vanidades con que podemos ir envolviendo nuestras vidas, con nuestros orgullos
o con nuestras violencias. El mal se nos mete en el corazón, y con ese mal
queremos muchas veces envenenar también a los demás. Con nuestra malicia
manifestada de mil maneras podemos ser serpiente que envenene a los que nos
rodean.
Me ha dado pie a toda esta reflexión lo
que hoy se nos ofrece en lectura del libro de los Números. El pueblo caminaba
por el desierto, lo que ya de por sí era algo bien duro, pero en búsqueda de la
libertad; el Señor los había liberado de Egipto y los había hecho pasar el mar
Rojo, ahora tenían que atravesar todo el desierto del Sinaí para llegar a la
tierra que Dios les había prometido. El camino era duro y venían momentos de
cansancio y desaliento, con deseos incluso de volverse a Egipto o haberse
quedado en Egipto. Y de ese camino duro que les llevaba a la libertad como
pueblo ahora se quejan y se rebelan contra Dios.
Como una imagen se nos habla de una invasión de serpientes en el campamento que les muerden y les envenenan llevándoles a muchos a la muerte. Algo que pudo suceder, pero que es imagen del estado de ánimo interior por el que iban pasando. Y aunque rebeldes contra Dios al final acuden a Yahvé que les libere de aquellas serpientes; como una señal había de levantarse en medio del campamento como en un estandarte la imagen de una serpiente. Era un reconocimiento de su mal ánimo pero una señal de liberación interior.
Toda esta reflexión nos la estamos
haciendo en la fiesta litúrgica de la exaltación de la santa Cruz en este 14 de
septiembre. Y en el texto que se nos ofrece en el evangelio, final de las
palabras entre Jesús y Nicodemo, Jesús nos propone precisamente esa imagen de
la serpiente levantada en lo alto. Pero ahora no será la serpiente, sino que
Jesús nos dirá que será el mismo el que sea levantado en lo alto, a la manera
de aquella serpiente que levantó Moisés en el desierto, porque es en El en
quien encontramos la salvación.
Decíamos antes que lo que nos sucede
nos hace andar desorientados, sentimos que el mal se nos ha metido en el
corazón y está envenenando nuestro mundo, no nos sentimos satisfechos con el
camino que hacemos y en el fondo todos queremos algún tipo de liberación. Pero
no es una liberación cualquiera la que nos ofrece Jesús. No se trata de que nos
aparezca un líder en nuestro mundo y nos dé caminos de soluciones a los
problemas que tengamos; no son esas soluciones parciales las que necesitamos,
sino algo más hondo que se produzca de verdad en el interior del hombre, en el
corazón de la persona.
Como nos dirá Jesús en otra ocasión, es
de dentro, del corazón de donde salen los malos deseos y toda clase de mal;
pues es ese corazón el que tenemos que cambiar. Y nosotros miramos a Jesús, el
que está levantado en alto, al que contemplamos en una cruz para señalarnos y
decirnos como desde un amor como el que tuvo El por nosotros es como
encontraremos esos caminos de liberación, esa transformación del corazón.
Miramos a lo alto de la cruz, como
decimos en la tarde del Viernes Santo, donde estuvo clavada la salvación del
mundo. Es lo que hoy queremos celebrar, porque sólo Jesús es nuestro salvador,
sólo Jesús es el que nos libera desde lo más profundo, sólo Jesús es el que
arrancará de nosotros ese veneno del pecado, del mal, del sufrimiento, del odio
y del desamor para llenarnos de su gracia, para llenarnos de su vida nueva.
Serán duros los caminos que vamos haciendo
en la vida, o mejor con nuestro veneno hemos hecho duro ese camino porque nos
hemos llenado de mal, pero sabemos donde encontramos la salvación. Miramos a la
cruz y miramos a Jesús. Nos sentiremos renovados por su amor que es gracia y
salvación para nosotros. Nos sentiremos transformados por su amor y
comenzaremos a amar con un amor semejante porque así es como llevaremos esa
liberación verdadera a nuestro mundo.
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