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sábado, 4 de julio de 2009

¿Odres viejos u odres nuevos para el vino nuevo del Evangelio?

Gen. 27. 1-5.15-29
Sal. 134
Mt. 9, 14-17


‘Los discípulos de Juan se acercaron a Jesús preguntándole: ¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos y en cambio tus discípulos no ayunan?’
El Bautista había venido a preparar los caminos del Señor; en torno a él se reunieron muchos que lo escuchaban y querían seguir sus enseñanzas para prepararse debidamente como Juan proclamaba. El bautismo, sumergiéndose en las aguas del Jordán, era un signo de esa preparación que iba acompañada de una austera como la de su maestro. Seguidores quizá de los esenios establecidos por aquellos lugares – recordemos Qumrán a orillas del mar Muerto – vivían una vida semejante de austeridad y penitencia.
Lo mismo los fariseos, caracterizados por la escrupulosidad con que seguían multitud de normas y preceptos, ritualismos y rezos delante de todos, a los que Jesús vemos cómo criticará en muchas ocasiones. Capaces de pagar el diezmo por el comino y la hierbabuena se quedaban muchas veces en esas minuciosidades y no dándole importancia a lo que verdaderamente era importante.
Pero el Mesías había llegado. Jesús estaba en medio de ellos. Con El todo era distinto. Y para responder a la pregunta Jesús les pone unos ejemplos. ‘¿Pueden estar tristes los amigos del novio en la celebración de la boda de su amigo?’ La presencia de Jesús era como un banquete de bodas. Así lo había anunciado el profeta. Recordemos a Isaías cuando habla del festín de manjares suculentos y enjundiosos preparado en el monte del Señor donde ya no cabía ni luto, ni llanto ni dolor. Y Jesús mismo muchas veces había comparado en sus parábolas al Reino de los cielo con un banquete de bodas.
Por eso Jesús les habla de esa vida nueva y distinta cuando se está con El. Había venido a hacer un mundo nuevo, un cielo nuevo y una tierra nueva, un hombre nuevo. Todo había de renovarse. Y renovarse es hacerse nuevo. Renovar no es poner remiendos, hacer arreglitos. Es el ejemplo que Jesús les pone. Una vestidura nueva con un paño nuevo y no remendado.
Les habla también de los odres nuevos y viejos y del vino nuevo. Un odre nuevo ya sea un pellejo curtido para ser convertido en recipiente, o ya fuera un odre o recipiente hecho de barro, porque el odre viejo tiende a reventarse cuando se le pone el vino nuevo con toda su fuerza al fermentar. ‘A vino nuevo, odres nuevos’, nos dice Jesús. Así tiene que nuestra vida, ese odre nuevo en el que quepa el vino nuevo del evangelio, la vida nueva que Cristo nos da. No podemos andar ni con remiendos y con cosas del hombre viejo.
Pero, ¿no andaremos en nuestra vida cristiana muchas veces contentarnos con remiendos y arreglitos o siendo aún un hombre viejo, como un odre viejo? Andamos muchas veces con añoranzas de cosas de otro tiempo, que pudieron ser muy válidas en su momento, pero que hoy el Espíritu que guía a la Iglesia de Dios nos va haciendo surgir algo nuevo en nuestra vida y en la vida de nuestra Iglesia.
Dejemos actuar al Espíritu divino que nos renueva, que nos hace hombres nuevos. Recuerdo aquello que decía el Beato Juan XXIII de abrir las puertas y ventanas de la Iglesia para que entrara el viento nuevo del Espíritu. Y convocó el concilio Vaticano II. Y sopló en la Iglesia ese aire renovador del Espíritu. Y todos vivimos con ilusión y esperanza aquellos momentos primaverales de la Iglesia. Pero para algunos hoy parece que el Concilio Vaticano II no se hubiera celebrado. Y no quiero ni imaginar que en su interior estén pensando que aquello fuera un error en la Iglesia. Esa impresión dan algunas veces con la involución que se ve en ciertos sectores.
Mucho se podría hablar de esto. Vuelta a latines y ritos antiguos, devociones piadosas más propias del siglo XIX que del siglo XXI en que vivimos, conservadurismos a ultranza, vuelta a encerrarnos en nuestras iglesias sin un compromiso serio en la vida social de nuestros pueblos por parte de muchos incluso pastores del pueblo de Dios. Y claro al hombre de hoy hay cosas que no le dicen nada. Y es al hombre de hoy al que tenemos que anunciar el Evangelio y en es en el mundo de hoy donde tenemos que vivirlo y mostrarnos como cristianos. ¡Qué poco vamos a profundizar en el evangelio dejándonos conducir e iluminar por el Espíritu Santo!
¿Queremos ser de nuevo odres viejos? ¿Queremos apagar el fuego del Espíritu que ha ido guiando a la Iglesia a una renovación grande? ¿Queremos seguir con remiendos y componendas? El Evangelio tiene que ser siempre y en todo momento Buena Noticia; luego tenemos que sentirlo como algo nuevo en la vida de cada día. No es noticia hoy que nos digan que Colón descubrió América para Europa a finales del siglo XV, porque eso ya todos lo sabemos. Noticia es lo nuevo que sucede ahora y que nos comunican. Pues eso tiene que ser el Evangelio, Buena Noticia que es su significado, en el hoy de nuestra vida. Y esa Buena Noticia nos está pidiendo renovación, vida nueva en este momento en que vivimos, de ninguna manera simples remiendos.
Dejémonos conducir por el Espíritu del Señor. Vivamos con radicalidad esa vida nueva del Evangelio. Seamos ese hombre nuevo del Reino de Dios.

viernes, 3 de julio de 2009

Seamos dichosos y felices con nuestra fe

FIESTA SANTO TOMÁS APÓSTOL
Ef. 2, 19-22
Sal. 116
Jn. 20, 24-29


Es importante para los cristianos la celebración de la fiesta de los Apóstoles. Unos los celebramos con mayor solemnidad como San Pedro y San Pablo que celebramos hace pocos días o como Santiago Apóstol por ser patrón de España. Pero todas las celebraciones de los apóstoles tienen la categoría de fiesta en nuestra liturgia.
Hoy nos decía san Pablo en la carta a los Efesios: ‘Estáis edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas’, pero a continuación nos recordaba algo importante, ‘y el mismo Jesús es la piedra angular’. Nuestra verdadero fundamento es Cristo, porque es el único Salvador, pero en expresión de san Pablo, como ‘cimiento’ tenemos a los apóstoles.
Somos una Iglesia apostólica, como confesamos en el Credo de nuestra fe. ‘Creo en la Iglesia que es una, santa, católica y apostólica’. Y cada Iglesia local tiene esa garantía de comunión apostólica en el Obispo, verdadero sucesor de los apóstoles, en torno al cual está congregada la Iglesia local, o diócesis.
A los apóstoles envió Jesús a predicar y anunciar la Buena Noticia de la salvación. ‘Id al mundo entero y proclamad el Evangelio’, como se nos dice al final del evangelio y hoy recordamos como responsorio en el salmo. Por nuestra comunión con la fe de los Apóstoles proclamamos nosotros la fe en Cristo Jesús, verdadero Dios y Señor.
Hoy estamos celebrando al apóstol santo Tomás. Evangelizador de Siria, Persia y la India según recoge la tradición. La Iglesia siro-malabar de la India le reconoce como su evangelizador. Y en el evangelio san Juan nos recoge diversas intervenciones del apóstol.
Un primer momento fue cuando Jesús, que se había retirado más allá del Jordán, decide volver a Judea por la muerte de Lázaro, y ante la insistencia de los demás apóstoles que le recordaban a Jesús cómo allá estaban tramando contra El, Tomás les dice: ‘Vayamos nosotros también y muramos con El’. Una decisión valiente a tomar nota para nuestra vida, que expresa su fe y amor por Jesús, aunque luego le encontremos en otros momentos entre la duda y la incredulidad.
En la última Cena cuando Jesús habla de su vuelta al Padre, aunque había escuchado a Jesús como los demás, todavía había dudas y sombras en su interior. Por eso pregunta o comenta: ‘No sabemos a donde vas, cómo podemos saber el camino’. Quiere tener la certeza de saber lo que significa ese ir al Padre del que Jesús les habla. Quiere saber realmente que es lo que tiene que hacer, porque quien quiere emprender un camino ha de tener una meta clara a la que ha de llegar.
Pero el texto más comentado es el de después de la resurrección. Cuando Jesús se apareció por primera vez a los discípulos reunidos en el Cenáculo, ‘Tomás, llamado el Mellizo, no estaba con ellos. Y los otros discípulos le decían: Hemos visto al Señor’. A pesar de la alegría y el entusiasmo de sus compañeros él quiere comprobar muy bien que no ha sido una ilusión o un fantasma. Por eso lo que pide. ‘Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos, y no meto la mano en su costado, no lo creo’.
Esta duda de Tomás nos está haciendo una afirmación importante. Nos está confirmando datos de la crucifixión y muerte de Jesús narrados en otro momento por los evangelistas. Pero podríamos decir con los santos Padres que la incredulidad de Tomás nos está ayudando a la afirmación de nuestra fe.
Cuando Jesús vuelve de nuevo ‘y Tomás con ellos’, se le acercará para que vea lo que había pedido, para que metiera sus dedos en las llagas de sus manos, para que comprobara por si mismo lo que él quería comprobar, que no era un fantasma, que era el mismo Crucificado el que estaba allí vivo ante él. No necesitará ya palpar por si mismo, sus mismos ojos lo están viendo, su corazón lo está proclamando: ‘¡Señor mío y Dios mío!’ Una hermosa proclamación de Fe. Es el Señor. Es Dios mismo que está ante él.
‘¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto’, es la afirmación de Jesús. Muchas veces nosotros queremos palpar con nuestras manos, ver con nuestros ojos, o encontrar razones con nuestros razonamientos. Queremos conocer el camino y conocer la meta, pero la vida se nos llena de sombras y de dudas. Hemos de saber fiarnos. ‘Hemos visto al Señor’, nos dicen los apóstoles a nosotros también en la tradición apostólica de la Iglesia. Podemos sí, llegar a conocer a Jesús y conocer su camino que nos lleva al Padre. Es la tarea en la que hemos de empeñarnos cada día, para que un día podamos decir con Tomás ‘¡Señor mío y Dios mío!’
Dichosos por que creemos. ‘¡Dichosa tú que has creído!’, le dijo Isabel a María. Dichosos nosotros por nuestra fe. Vivamos con dicha, con gozo, con alegría, con entusiasmo nuestra fe. A veces pareciera que no estamos tan convencidos por la tristeza con que vivimos nuestra vida y nuestra fe. Pareciera que siguiéramos con miedos y nos ocultáramos. Es cierto que sigue habiendo dudas en nuestro corazón pero tenemos la luz del Espíritu que nos ilumina, que nos guía, que nos fortalece. Es un regalo, una gracia el don de la fe. Demos gracias a Dios por ello.

jueves, 2 de julio de 2009

Sacrificio de fe y ofrenda de amor

Gen. 22, 1-19
Sal. 114
Mt. 9, 1-8

‘Dios puso a prueba a Abrahán’. Es impresionante el texto que nos ofrece el libro del Génesis. El llamada sacrificio de Isaac, que más bien quizá tendríamos que decir el sacrificio de Abrahán.
‘Aquí me tienes’, fue la respuesta de Abrahán a la llamada de Dios. Aquí me tienes no es la respuesta de un momento sino la respuesta de una vida. Hasta tres veces de una forma semejante escuchamos hoy esta respuesta de Abrahán. Fue en primer lugar a la llamada de Dios para que le ofreciera en sacrificio a su hijo. ‘Aquí estoy, hijo mío’, que le responde a Isaac ante las inocentes pero dolorosas preguntas del hijo. ‘Aquí me tienes’, responde al ángel del Señor que le impide realizar definitivamente el sacrificio.
Pero había sido la respuesta desde el principio cuando Dios le pide salir de su casa y ponerse en camino para ir a donde se le señale. Pero era al mismo tiempo la actitud permanente de quien llamamos el padre de los creyentes, el padre y modelo de nuestra fe. Siempre creyó y siempre confió en Dios. No perdió esperanza cuando parecía que se perdía toda esperanza y se fiaba de la fidelidad de Dios que le había prometido ser padre de un pueblo numeroso.
‘Aquí me tienes’, es la respuesta cuando ahora Dios le pide sacrificar a su hijo, el hijo de la promesa. Nos parece cruel. Hemos de tener en cuenta lo que eran las costumbres de los pueblos y las religiones primitivas. Ofrecer sacrificios para aplacar a la divinidad, ofrecer sacrificio incluso humanos, como podían ser los hijos, porque era en su pensamiento la manera de agradar a Dios.
Aunque ésta es la petición que Abrahán siente en su corazón era otra cosa lo que le pedía Dios. No importaba el sacrificio de una vida humana, de un hijo, aunque duro tenía que estar pasándolo su corazón de padre, sino lo que importaba el sacrificio del yo, el sacrificio de la voluntad; sacrificio a la larga más sangrante, porque negarte a tí mismo y a tu voluntad no es que fuera cosa fácil. Y ese es el sacrificio que Dios quiere, para que en todo busquemos siempre su voluntad. Es la obediencia de la fe.
Este sacrificio de Isaac, o, si queremos, de Abrahán nos está enseñando por una parte esa ofrenda que de nosotros mismos hemos de hacer, de nuestra voluntad y de nuestro amor, pero es también imagen del sacrificio del Hijo de Dios. Dios que nos entrega a su Hijo y nos lo entrega por amor. ‘Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único…’ Y aquí el sacrificio sí tuvo que llegar hasta el final, hasta la cruz, hasta la muerte, hasta dar la vida por nosotros. ‘Dios no perdonó a su Hijo por amor nuestro’.
‘Aquí estoy para hacer tu voluntad’
, fue el grito del Hijo en su entrada en el mundo. ‘Que llegue ya esta hora… que pase de mí este cáliz… que no se haga mi voluntad sino la tuya…’ Es el sacrificio y la ofrenda de Cristo. Pero es la ofrenda que Cristo hace en total libertad. ‘Nadie me arrebata la vida, sino que yo la entrego libremente…’ Y Jesús toma el camino de la pasión y de la cruz. No es un sacrificio ni una ofrenda obligada, sino una ofrenda y un sacrificio realizado en total libertad. Porque es el sacrificio y la ofrenda del amor. Y el que ama se da, y se da libremente, y se da totalmente.
Es lo que tenemos que aprender y que tanto nos cuesta. Obedientes a la voluntad del Padre, para buscar en todo su voluntad. Pero una voluntad de Dios que nosotros escogemos y acogemos, asumimos en total libertad, en la libertad del amor, en la ofrenda del amor. Como Abrahán, como Jesús en la cruz. Nuestro sacrificio sería así ya distinto. Porque con el sacrificio de nuestro yo, de nuestra voluntad, para buscar en todo y siempre la voluntad de Dios, nos estamos uniendo al sacrificio redentor de Cristo, a su ofrenda de amor.

miércoles, 1 de julio de 2009

Le rogaron que se fuera de su país, ¿y nosotros?

Gén. 21, 5.8-20
Sal. 33
Mt. 8, 28-34


‘Jesús llegó a la otra orilla, a la región de los gerasenos…’ Ayer le contemplábamos atravesando el lago en medio de un fuerte temporal. Llegar a la otra orilla del lago de Tiberíades era ir a tierra de no judíos. En el territorio de Palestina había otros pueblos asentados. En este caso no eran judíos, lo que se puede ver incluso por sus costumbres y trabajo. ‘Una gran piara de cerdos a distancia estaba hozando’. El cerdo para el judío era un animal impuro que ni podía comer ni podían tener.
Se encuentran con unos endemoniados que salen del cementerio ‘tan furiosos que nadie se atrevía a transitar por aquel camino’. Los poseídos por el demonio reconocieron a Jesús y su poder; por eso lo rechazaban. ‘¿Qué quieres de nosotros, hijo de Dios? ¿Has venido a atormentarnos antes de tiempo?’ Ya conocemos por el relato del evangelio lo sucedido. Pidieron ser metidos en los cerdos que ‘se abalanzaron acantilado abajo y se ahogaron en el agua’.
‘Los porquerizos huyeron al pueblo y lo contaron todo, incluyendo lo de los endemoniados’. Y cuando nos parecía que el pueblo agradecido por verse libre de aquellos endemoniados saldría a recibir y a acoger a Jesús, sin embargo ‘le rogaron que se marchara de su país’.
Nos extraña quizá esta actitud incomprensible. Pero la presencia de Jesús les trastocaba sus planes de vida. El cuidar de los cerdos era su modo de vida y ahora todo cambiaba. No podían permitir que Jesús siguiera con ellos, que sería para ellos una ruina económica. Nos puede parecer una respuesta demasiado economicista, pero hemos de considerar además que no eran judíos, y podían en principio comprender menos la idea de un Mesías Salvador para sus vidas.
Si nos entretenemos en estos detalles es porque todo esto puede hacernos pensar en nosotros mismos y en la acogida que nosotros podamos hacer del Señor y su Palabra de salvación. ¿No nos sucederá a nosotros de una manera semejante?
Nuestro seguimiento de Jesús y nuestra fe en El nos obligaría a hacer cambios en la vida, en la actitudes, en la forma de actuar. Porque si soy cristiano, se presupone que sigo a Jesús, que Jesús es mi vida, y en todo mi ser y mi actuar he de seguir a Jesús, he de vivir como Jesús. Pero ¿no nos sucede, y algunas veces quizá lo hemos dicho, que decimos, es que yo soy así, cómo voy a cambiar si siempre he hecho las cosas así, y cosas por el estilo?
Y ahí está por ejemplo mi forma violenta de ser y de hablar con los demás, o esos resentimientos que guardamos en el corazón porque decimos que no podemos olvidar, o esa forma intransigente que tengo con los demás… es que yo soy a sí, respondemos, es mi manera de actuar. Si eres cristiano seguidor de Jesús esas actitudes no podrías permitírtelas, tendrías que esforzarte por mejorar tus actitudes hacia los otros. Pero cuánto nos cuesta. Y puesto en la disyuntiva aunque el evangelio me pida ese cambio en mi vida, sigo siendo igual. ¿No es esta una manera de decir no a Jesús?
En muchas cosas podríamos pensar. A mí que mis negocios no me los toquen, porque los negocios son los negocios… A mí en mis relaciones en mi matrimonio, nadie tiene que decirme nada, porque eso es cosa mía… y vamos haciendo una separación entre lo que vivimos y el evangelio, y escogemos del evangelio aquello que nos conviene o que no nos exige muchas cosas…
Pero Jesús en un momento del evangelio nos dirá que estamos con El o estamos contra El. ‘El que no está conmigo, está contra mí; el que no recoge conmigo, desparrama…’ Y cuando nos habla de seguirle y ser sus discípulos nos pide cargar con la cruz. ‘Si quieres ser discípulo mío, niégate a ti mismo y toda la cruz de cada día y sígueme’, nos dice.
Negarnos a nosotros mismos, porque nos damos cuenta en las cosas que tenemos que decirnos no, que tenemos que cambiar en nuestra vida. Y nos costará, porque cuesta arrancar malas costumbres que se convierten en vicios, cuesta arrancar rutinas de nuestra vida.
Pero ya sabemos que es una tarea que no hacemos solos ni sólo por nuestras fuerzas, El está con nosotros, nos da la fuerza de su Espíritu. Que lo sintamos operando en nuestra vida, que nos dejemos cautivar por El.

martes, 30 de junio de 2009

Jesús está ahí y no nos falla a pesar de los huracanes de la vida

Gen. 19, 15-29
Sal. 25
Mt. 8, 23-27


‘Jesús subió a la barca y los discípulos le siguieron…’ Subimos a la barca con Jesús, queremos seguirle, El va delante de nosotros. Pero no significa que el camino o la travesía sea fácil.
‘De pronto se levantó un temporal tan fuerte, que la barca desaparecía entre las olas; Jesús dormía…’ nos vamos a encontrar fuertes vientos o tempestades. Tenemos el peligro de tambalearnos, caer y hasta perecer. Se nos hunda la barca. Tentaciones de todo tipo que nos acechan. Cansancios, desganas, desilusiones, acosos, agobios, problemas de todo tipo que nos hacen perder la paz. Parece que vamos solos, o nos sentimos solos, débiles e indefensos.
Es el mundo que nos rodea que va por otros caminos e intentan atraernos con sus cantos de sirena. Es el desánimo o la desilusión que podamos sentir cuando las cosas no nos salen como nosotros querríamos. Es la realidad tan cambiante que vamos descubriendo donde se nos hace la ilusión que damos palos de ciego. Es la misma realidad de la iglesia, de los creyentes a nuestro alrededor que nos pudiera hacer pensar que no hay futuro claro para nosotros. ¿Cuántos somos? ¿cuántos quedamos?
O puede ser el mal que nos rodea y el vislumbrar, o al menos eso nos parece, que a los otros no les va tan mal a pesar de que ellos viven a su aire sin preocupaciones morales y religiosas y mientras nosotros queremos obrar bien, rectamente y podríamos parecer unos fracasados.
Nos gustaría ver acciones espectaculares de Dios que haga que la gente despierte y vuelva por los caminos buenos. ¿Estará dormido Dios? ¿Se ha olvidado de nosotros y nos ha dejado de la mano?
Pero, ¿no seremos nosotros los que estamos dormidos o no hemos sabido vivir la responsabilidad del momento? ¿no será que en otros tiempos nos dormimos en los laureles pensando que todos eran buenos, que todos eran cristianos, pero quizá abandonamos cosas importantes como un profundizar en nuestra fe y madurarla para saber dar respuesta, razón y sentido a lo que nos sucede? ¿seguimos los cristianos, la Iglesia con los ojos vendados para no ver la cruda realidad? Claro que lo que queremos es una acción espectacular de Dios que resuelva todas esas cosas. Es más cómodo que un compromiso serio por nuestra parte.
‘¡Cobardes! ¡Qué poca fe!’, nos grita también a nosotros, y ¿por qué no?, a la misma Iglesia. Seguimos dudando. Se nos cae el mundo encima con la sociedad tan cambiante en que vivimos y a la que no sabemos dar respuestas. Damos demasiadas cosas por presupuestas y eso nos hace estar ciegos e indefensos para responder a la realidad del mundo de hoy.
El Espíritu de Jesús puede devolvernos a la realidad. El Espíritu de Jesús quiere impulsar en nosotros esa nueva vida, una vida renovada, una vida joven y fuerte, con energía, con valentía para hacer ese anuncio que hemos de hacer. El Espíritu de Jesús nos guía y nos fortalece; nos da luz e ilumina nuestros pasos.
Tenemos que dejarnos conducir por el Espíritu para encontrar esos nuevos caminos; para despertar una fe dormida, si no muerta; para despertarnos y ver la cruda realidad y tengamos en consecuencia un verdadero espíritu misionero, para no quedarnos en recetas del pasado, sino sentir esa savia joven y renovadora del Espíritu en nosotros y en su Iglesia; para hacer que el Evangelio sea en verdad Buena Noticia hoy para gente post-cristiana que parece que vienen ya de vuelta de todo.
Jesús está ahí con la fuerza de su Espíritu. El no nos falla. El ha puesto el testigo en nuestras manos para que nosotros seamos testigos y luz en medio de las oscuridades de nuestro mundo. No podemos llenarnos de pesimismo por muchas que sean las tempestades y huracanes que nos aparezcan.

lunes, 29 de junio de 2009

Una fe que se hace audacia por seguir a Jesús

San Pedro y San Pablo
Hechos, 12, 1-11
Sal.33
Tim. 4, 6-8.17-18
Mt. 16, 13-19




‘En los apóstoles Pedro y Pablo has querido dar a la Iglesia un motivo de alegría…’ Estamos celebrando con alegría la fiesta de los Santos Apóstoles san Pedro y san Pablo. Aunque habitualmente en la visión del pueblo es el día sólo de San Pedro, en la liturgia de la Iglesia no se separan porque a ellos se les considera ‘fundamentos de nuestra fe cristiana’. Por eso, ‘a los dos, coronados por el martirio, celebra hoy tu pueblo con una misma veneración’, como proclama el prefacio propio de la Eucaristía de este día.
Vamos a entresacar de los retazos que de sus vida no deja el evangelio o los Hechos de los Apóstoles algunas enseñanzas para el camino de nuestra vida cristiana. Enseñanzas que considero importantes para nosotros.
En el principio del evangelio de Juan se nos narra la vocación de los primeros discípulos a partir de aquel momento en el que el Bautista señaló a Jesús que pasaba como ‘el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo', y aquellos dos primeros discípulos se fueron tras Jesús. ‘Maestro, ¿dónde vives?...’ fue la petición y se quedaron con El. A la mañana siguiente, Andrés que era uno de los dos al encontrarse con su hermano Simón le anuncia ‘hemos encontrado al Mesías’ y lo trajo hasta Jesús. ‘Tú, Simón, hijo de Jonás, te llamarás Cefas, que significa Pedro’.
Fue su primer encuentro y ya Jesús le está adelantando que un día le confiará una misión. Por eso, más tarde, cuando Jesús pregunte qué es lo que piensa la gente del Hijo del Hombre y qué piensan ellos mismos, ya Pedro podrá proclamar su fe en Jesús. ‘Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios’. No es ya sólo que su hermano se lo hubiera presentado, sino que ahora era lo que El había vivido. Había estado con Jesús, había contemplado sus milagros, había visto su vida, había escuchado sus palabras, y ahora podría ya proclamar su fe en Jesús. Aunque no fuera sólo eso, sino que como Jesús le dijera ‘eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo’.
Pero así era ya la fe de Pedro, el amor de Pedro por Jesús. Por Él estaría dispuesto a darlo todo. Es la audacia, incluso atrevida de Pedro por seguir a Jesús. ‘Te seguiré a donde quiera que vayas’. No soportará que a Jesús le pueda pasar algo, porque cuando Jesús anuncia su pasión querrá quitarle esa idea de la cabeza porque eso no le puede pasar a Jesús, de manera que Jesús lo aparta a un lado porque le dice que es una tentación para El. Una audacia que le llevará hasta meterse en la boca del lobo e incluso aparecer su debilidad en la negación ante la criada del pontífice. Pero en el fondo es que Pedro querrá estar siempre cerca de Jesús.
Cuando algunos discípulos comienzan a marcharse porque no terminan de entender lo que Jesús les enseña y Jesús les pregunta si ellos también quieren irse, su respuesta estará pronta para decir ‘Señor, ¿a quien vamos a acudir, si tú tienes palabras de vida eterna?’ Una fe, una audacia, una confianza total que es un amor profundo por Jesús, igual que Jesús le ama y sigue confiando en él. ‘Señor, Tú sabes que te amo, tu lo sabes todo…’ repetirá una y otra vez ante la pregunta de Jesús. Y si un día Jesús le había dicho que sería Cefas, porque sería piedra ‘tú eres pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia’, ahora le confiará apacentar el rebaño del pueblo de Dios. ‘Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas’.
Pero no podemos dejar de decir una Palabra también de Pablo al que igualmente hoy estamos celebrando. De Pablo tenemos que aprender su ardor y su coraje misionero. Un hombre apasionado por su fe, que un día le llevaría a perseguir a los que creyeran en Jesús, porque era algo que él ni entendía ni conocía, tras su conversión su pasión se volvió toda por Jesús y por el anuncio del Evangelio. Se había encontrado con Jesús y su vida había cambiado totalmente. Ahora sólo tenía que convertirse en un testigo, dar testimonio de Jesús.
Y eso lo haría dejándose conducir humildemente por el Espíritu de Jesús. El lo confiesa cuando dice que el Espíritu lo lleva forzado a Jerusalén y sabe que allí se van a pasar muchas cosas. Será el Espíritu el que le elija en la comunidad de Antioquia para su misión evangelizadora y el que lo irá conduciendo de un sitio a otro para hacer el anuncio del Evangelio.
Hermosas lecciones que hemos de aprender de estos apóstoles, Pedro y Juan. Que así sea fuerte y firme nuestra fe en Jesús, nuestro coraje y nuestro ardor, nuestra audacia y nuestra fortaleza para ser testigos. Podrán aparecer nuestras debilidades como aparecieron en Pedro, pero nos sentimos seguros en el Señor porque ahí está el amor que inunda nuestro corazón.
‘Que perseverando en la fracción del pan y en la doctrina de los Apóstoles, como pedimos en la liturgia de este día, tengamos un solo corazón y una sola alma, arraigados firmemente en tu amor’, en el amor de Dios.

domingo, 28 de junio de 2009

Jesús nos sale al encuentro para despertar y fortalecer nuestra fe


Sap. 1, 13-15; 2, 23-25;
Sal. 29;
2Cor. 8, 7-9.13-15;
Mc. 5, 21-43

Un padre con el corazón lleno de dolor por una hija enferma que está en las últimas y que encima vienen a decirle que ya no hay nada que hacer; una mujer humanamente desesperada porque no encuentra un remedio para su enfermedad ‘a la que muchos médicos la habían sometido a toda clase de tratamientos y en lo que había gastado toda su fortuna’…
Creo que situaciones así todos conocemos o habremos pasado quizá por trances y angustias de este tipo. Acuden a Jesús, ¿cómo un último remedio? ¿cómo la única y última tabla de salvación que les queda? ¿será así cómo nosotros acudimos a Dios desde nuestras angustias y nuestros problemas? Algunos en situaciones así acuden disimuladamente para que los otros no vean que son religiosos (¡!).
El texto del evangelio hoy nos da un hermoso mensaje que puede contribuir mucho a animar nuestra fe, despertarla, quizá purificarla y madurarla. En los dos casos que se nos presentan hay todo un proceso de crecimiento en esa fe.
Fijémonos en algo que pienso que es muy significativo e importante. Jesús viene a nuestro encuentro, nos sale al encuentro y se deja encontrar por nosotros, o se mete tanto en lo que es lo ordinario de nuestra vida que le tenemos al alcance de nuestra mano.
‘Al arribar de nuevo a la orilla, se le reunió mucha gente alrededor, se quedó junto al lago – allí donde se reunía la gente – y un jefe de la Sinagoga que se llamaba Jairo se acercó a Jesús’ y le planteó el problema que le apenaba. ‘Mi hija está en las últimas, ven pon la mano sobre ella para que se cure y viva’.
La mujer de las hemorragias le tenía tan mano entre la gente que lo apretujaba que pensaba que era suficiente tocarle el manto sin tener que descubrir su enfermedad ni decir nada. ‘Se acercó a Jesús por detrás, le tocó el manto pensando que con solo tocarle el mano, curaría’. Con sus miedos y temores sin embargo ahí está la fe de aquella mujer que tenía la certeza de que podría curar, como tenía también esa misma fe confiada Jairo al pedirle a Jesús que fuera a curar a su hija.
En esa cercanía del Maestro vemos que ‘Jesús se fue con Jairo acompañado de mucha gente…’ De camino se pone a hablar con la mujer de las hemorragias. Jesús camina a nuestro lado y para cada uno de nosotros tiene una palabra de vida y de salvación; nos hace sacar a flote nuestra fe.
‘¿Quién me ha tocado el manto?’ Aquello no se puede quedar en una acción íntima y secreta de aquella mujer. Las obras de Dios tienen que salir a la luz, y los posibles miedos o temores tienen que desaparecer. Jesús despierta y aviva nuestra fe. Cuando vienen a decirle a Jairo que todo está acabado – ‘¿Para que molestar al Maestro?’ – Jesús no deja que se derrumbe. ‘No temas. Basta que tengas fe’.
Tampoco podemos quedarnos en lamentaciones y lloros. ‘Al ver el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos, les dice: ¿Qué estrépito y qué lloros son estos? La niña no está muerte, está dormida… Se reían de El’. Unos se quedarán en quejas y lamentaciones cuando se encuentran con problemas en la vida y otros habrá que quizá se reirán de nosotros por nuestra fe. Pero con Jesús tenemos que sentirnos seguros. Es nuestra fortaleza y nuestra vida aunque otros no lo comprendan. Con Jesús encontraremos paz, nos llenaremos de vida. Todo va a comenzar de nuevo y será distinto. La mujer se fue curada y en paz. ‘Hija, te fe te ha curado. Vete en paz y con salud’.
Jesús tomando de la mano a la niña, la levantó con vida. ‘Contigo hablo, niña, levántate… la tomó de la mano y la niña se puso en pie inmediatamente’. Dejemos que Jesús nos tome de la mano y nos ponga en pie, nos llene de vida. Tenemos que saber dejarnos conducir por Jesús. Siempre querrá llenarnos de vida.
Acudamos a Jesús desde nuestras necesidades, o con las dudas y las sombras que tengamos en la vida. No importa cuál sea nuestra situación, porque Cristo nos sale al encuentro, camina a nuestro lado y su presencia nos reconforta, nos anima, nos despierta a la verdadera fe, a la vida.
Nos despierta a la verdadera fe porque ya no es sólo acudir a El como al taumaturgo que de forma mágica nos va a resolver nuestros problemas, carencias o necesidades. El encuentro con Jesús por la verdadera fe es otra cosa. Algo más hondo que nos transforma por dentro. Algo que ya no sólo vamos a confesar a solas o a escondidas. Tendrá que manifestarse también públicamente. Será algo que vamos a vivir en la comunidad de creyentes.
El hecho que nos detalla el evangelista de que Jesús entrara consigo a Pedro, Santiago y Juan a la hora de dar vida a la hija de Jairo, ¿no pudiera ser expresión de la presencia de la comunidad creyente? Es así cómo tenemos que vivir y proclamar nuestra fe en Jesús. No como un acto que vivimos a solas de forma individual, sino que lo vivimos en el seno de la comunidad eclesial, en comunión de Iglesia.
Despierta, Señor, mi fe. Ayúdame a hacerla crecer y madurar cada día más. Que llegue a entender también que esa fe la viviré más intensamente cuando la proclame y la viva con la comunidad de los hermanos, que es la Iglesia.