Gen. 27. 1-5.15-29
Sal. 134
Mt. 9, 14-17
Sal. 134
Mt. 9, 14-17
‘Los discípulos de Juan se acercaron a Jesús preguntándole: ¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos y en cambio tus discípulos no ayunan?’
El Bautista había venido a preparar los caminos del Señor; en torno a él se reunieron muchos que lo escuchaban y querían seguir sus enseñanzas para prepararse debidamente como Juan proclamaba. El bautismo, sumergiéndose en las aguas del Jordán, era un signo de esa preparación que iba acompañada de una austera como la de su maestro. Seguidores quizá de los esenios establecidos por aquellos lugares – recordemos Qumrán a orillas del mar Muerto – vivían una vida semejante de austeridad y penitencia.
Lo mismo los fariseos, caracterizados por la escrupulosidad con que seguían multitud de normas y preceptos, ritualismos y rezos delante de todos, a los que Jesús vemos cómo criticará en muchas ocasiones. Capaces de pagar el diezmo por el comino y la hierbabuena se quedaban muchas veces en esas minuciosidades y no dándole importancia a lo que verdaderamente era importante.
Pero el Mesías había llegado. Jesús estaba en medio de ellos. Con El todo era distinto. Y para responder a la pregunta Jesús les pone unos ejemplos. ‘¿Pueden estar tristes los amigos del novio en la celebración de la boda de su amigo?’ La presencia de Jesús era como un banquete de bodas. Así lo había anunciado el profeta. Recordemos a Isaías cuando habla del festín de manjares suculentos y enjundiosos preparado en el monte del Señor donde ya no cabía ni luto, ni llanto ni dolor. Y Jesús mismo muchas veces había comparado en sus parábolas al Reino de los cielo con un banquete de bodas.
Por eso Jesús les habla de esa vida nueva y distinta cuando se está con El. Había venido a hacer un mundo nuevo, un cielo nuevo y una tierra nueva, un hombre nuevo. Todo había de renovarse. Y renovarse es hacerse nuevo. Renovar no es poner remiendos, hacer arreglitos. Es el ejemplo que Jesús les pone. Una vestidura nueva con un paño nuevo y no remendado.
Les habla también de los odres nuevos y viejos y del vino nuevo. Un odre nuevo ya sea un pellejo curtido para ser convertido en recipiente, o ya fuera un odre o recipiente hecho de barro, porque el odre viejo tiende a reventarse cuando se le pone el vino nuevo con toda su fuerza al fermentar. ‘A vino nuevo, odres nuevos’, nos dice Jesús. Así tiene que nuestra vida, ese odre nuevo en el que quepa el vino nuevo del evangelio, la vida nueva que Cristo nos da. No podemos andar ni con remiendos y con cosas del hombre viejo.
Pero, ¿no andaremos en nuestra vida cristiana muchas veces contentarnos con remiendos y arreglitos o siendo aún un hombre viejo, como un odre viejo? Andamos muchas veces con añoranzas de cosas de otro tiempo, que pudieron ser muy válidas en su momento, pero que hoy el Espíritu que guía a la Iglesia de Dios nos va haciendo surgir algo nuevo en nuestra vida y en la vida de nuestra Iglesia.
Dejemos actuar al Espíritu divino que nos renueva, que nos hace hombres nuevos. Recuerdo aquello que decía el Beato Juan XXIII de abrir las puertas y ventanas de la Iglesia para que entrara el viento nuevo del Espíritu. Y convocó el concilio Vaticano II. Y sopló en la Iglesia ese aire renovador del Espíritu. Y todos vivimos con ilusión y esperanza aquellos momentos primaverales de la Iglesia. Pero para algunos hoy parece que el Concilio Vaticano II no se hubiera celebrado. Y no quiero ni imaginar que en su interior estén pensando que aquello fuera un error en la Iglesia. Esa impresión dan algunas veces con la involución que se ve en ciertos sectores.
Mucho se podría hablar de esto. Vuelta a latines y ritos antiguos, devociones piadosas más propias del siglo XIX que del siglo XXI en que vivimos, conservadurismos a ultranza, vuelta a encerrarnos en nuestras iglesias sin un compromiso serio en la vida social de nuestros pueblos por parte de muchos incluso pastores del pueblo de Dios. Y claro al hombre de hoy hay cosas que no le dicen nada. Y es al hombre de hoy al que tenemos que anunciar el Evangelio y en es en el mundo de hoy donde tenemos que vivirlo y mostrarnos como cristianos. ¡Qué poco vamos a profundizar en el evangelio dejándonos conducir e iluminar por el Espíritu Santo!
¿Queremos ser de nuevo odres viejos? ¿Queremos apagar el fuego del Espíritu que ha ido guiando a la Iglesia a una renovación grande? ¿Queremos seguir con remiendos y componendas? El Evangelio tiene que ser siempre y en todo momento Buena Noticia; luego tenemos que sentirlo como algo nuevo en la vida de cada día. No es noticia hoy que nos digan que Colón descubrió América para Europa a finales del siglo XV, porque eso ya todos lo sabemos. Noticia es lo nuevo que sucede ahora y que nos comunican. Pues eso tiene que ser el Evangelio, Buena Noticia que es su significado, en el hoy de nuestra vida. Y esa Buena Noticia nos está pidiendo renovación, vida nueva en este momento en que vivimos, de ninguna manera simples remiendos.
Dejémonos conducir por el Espíritu del Señor. Vivamos con radicalidad esa vida nueva del Evangelio. Seamos ese hombre nuevo del Reino de Dios.