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sábado, 31 de diciembre de 2016

Como Juan el Bautista que era testigo de la luz nosotros hemos de dar verdadero testimonio de la Buena Nueva de Luz y Salvación que celebramos en el misterio de la Navidad

Como Juan el Bautista que era testigo de la luz nosotros hemos de dar verdadero testimonio de la Buena Nueva de Luz y Salvación que celebramos en el misterio de la Navidad

1Juan, 2, 18-21; Sal. 95; Jn. 1,1-18
Llegamos al día de fin de año y vamos concluyendo la semana de la octava de la Navidad que los cristianos seguimos celebrando con toda solemnidad y contemplando sin cansarnos el misterio de Belén. Pero contemplar el misterio de Belén no es quedarnos en un lugar geográfico ni en unos hechos que nos pueden sonar a anécdotas y curiosidades, sino que es contemplar el misterio de Dios encarnado, que si lo señalamos como misterio de Belén es por ser el lugar donde tuvo lugar tan maravilloso acontecimiento para toda la humanidad.
Durante la semana hemos ido meditando esos diversos momentos en torno al nacimiento y la infancia de Jesús, y ayer mismo queríamos contemplar el hogar de Nazaret donde quiso hacerse hombre el mismo Hijo de Dios. Contemplar la Sagrada Familia como ayer lo hacíamos era contemplar ese ejemplo y modelo para nuestras familias y para nuestros hogares queriendo aprender de sus valores, queriendo impregnarnos del espíritu de paz y de amor que brillaría en aquel hogar de Nazaret.
Hoy la liturgia nos presenta la primera página del evangelio de San Juan que en su altura y profundidad teológica nos viene a ayudar en ese misterio de Dios que se nos manifiesta y que quiso plantar su tienda entre nosotros.  El Verbo de Dios, el Hijo de Dios que se hizo carne, que se nos presenta como luz y como vida aunque no siempre nosotros sabemos acogerla y aceptarla.
Es la Palabra origen de la creación porque por la Palabra se hizo todo y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho. La luz brilló en la tiniebla pero la tiniebla no la recibió, se resistió a la luz. Vino a los suyos y los suyos no la recibieron, que continuará diciéndonos. Pero todo es ofrecernos gracia y regalarnos vida, de manera que quiere Dios hacernos partícipes de su vida, de manera que en el Hijo nosotros seamos también hijos.
Es la Palabra que nos salva y nos hace entrar en el misterio de Dios, porque nos revela a Dios. De su plenitud todos hemos recibido gracia tras gracia, que continuará diciéndonos, pero a Dios nadie lo ha visto jamás, sino el Hijo único que está en el seno del Padre que es quien nos lo ha contado.
Es todo el misterio de gracia que venimos celebrando; es todo el misterio de Dios al que decimos si haciéndole la ofrenda de nuestra fe; es todo el misterio de Dios que nos inunda y nos llena de vida, que ningún creyente podrá olvidar y que por supuesto no podemos celebrar de ninguna manera. Es toda una invitación a que consideremos bien lo que hemos celebrado y cómo lo hemos celebrado. Muchas cosas podrán habernos distraído de lo principal y todo lo vivido en estos días pase sin pena ni gloria, como se suele decir, porque no ha repercutido en nuestra vida, porque quizá el mundo ha pasado indiferente ante el misterio de la Navidad o porque nosotros los cristianos no se lo hemos sabido anunciar de verdad a nuestro mundo.
Esa Buena Noticia de Dios y de su amor que le lleva a encarnarse y plantar su tienda entre nosotros tenemos que seguirla proclamando, porque a este mundo hemos de hacer partícipes de la salvación que se nos ofrece en Jesús. Como Juan tenemos que ser testigos de la luz, dar testimonio de la luz. No damos testimonio de nosotros, sino que nuestras obras, nuestra vida tienen que dar testimonio del evangelio que queremos vivir y así hemos de ser mensajeros de evangelio en nuestro mundo de hoy.


viernes, 30 de diciembre de 2016

Miramos a la Sagrada Familia de Nazaret y queremos aprender de su madurez humana y creyente para afrontar los problemas de hoy de nuestras familias

Miramos a la Sagrada Familia de Nazaret y queremos aprender de su madurez humana y creyente para afrontar los problemas de hoy de nuestras familias

Ecl. 3,2-6.12-14; Sal 127; Col. 3,12-21; Mt. 2, 13-15. 19-23
En el marco de las fiestas navideñas, normalmente el domingo siguiente a la navidad aunque este año por no haber un domingo intermedio en la octava lo celebramos el viernes, tenemos la solemnidad de la Sagrada Familia. No podemos menos que tener como referencia a aquella familia y aquel hogar de Nazaret para nuestra propia vida de familia.
En el seno de aquel hogar de Nazaret quiso encarnarse Dios para hacerse hombre y compartir toda nuestra realidad humana a la que quería ofrecer su salvación. Hacia ese hogar y esa familia volvemos nuestros ojos en estos días que tienen unas especiales connotaciones para nuestras familias por los encuentros que de manera especial tenemos en estos días, pero no solo en estos días sino que todos los días tendríamos que vernos en ese espejo del hogar de Nazaret.
Dios con su presencia santifica toda nuestra realidad humana y al matrimonio y a la familia le ha dado una gracia especial cuando lo ha hecho sacramento de su amor. El amor verdadero del hombre y la mujer vivido en el matrimonio se convierte así en signo e imagen del amor de Dios, al tiempo que en el amor que Dios nos tiene tenemos el ejemplo y la fuerza para nuestro propio amor matrimonial. San Pablo nos hará la comparación del amor del hombre y la mujer que es como el amor que Jesucristo tiene a su Iglesia.
Un verdadero creyente sabrá ver en todas las circunstancias de su vida la presencia amorosa del Señor. En los momentos dichosos y felices se gozará en ese amor de Dios y sabrá darle gracias, y de la misma manera en los momentos difíciles por los que podamos pasar siempre veremos esa presencia de Dios en nosotros dándonos esa fuerza y esa gracia que necesitamos en toda circunstancia.
Es lo que tenemos que aprender a vivir en el matrimonio y en el seno de nuestras familias y nuestros hogares. Creo que podría ser un aspecto al que nos lleva a reflexionar el texto del evangelio de san Mateo que nos ofrece hoy la liturgia de esta fiesta de la Sagrada familia.
 Y un buen paradigma y ejemplo tenemos en san José. Ya habían comenzado los problemas desde el embarazo de María, momentos en los que escuchando la voz del ángel supo aceptar y comprender para acoger a María en su casa. Siguen las dificultades y problemas en el tener que acudir a Belén para empadronarse conforme a aquel edicto romano que les obligaba; con espíritu humilde, viendo en ese caminar peregrino la voluntad de Dios camina hasta Belén no teniendo ni un lugar propicio para el nacimiento de su hijo, que ha de ser recostado entre las pajas de un pesebre. Y José en silencio sigue diciendo sí a Dios desde su corazón.
Ahora surgen nuevos problemas, y es de lo que nos habla hoy el evangelio, y porque Herodes busca al recién nacido para matarlo tendrá que emprender un camino de huida que le llevará hasta Egipto. Pero José ha escuchado también la voz de Dios que le habla en sueños a través del ángel del Señor. No perdió José la paz de su corazón ni dejó que se desestabilizara su hogar. Serían momentos difíciles como un emigrante, como un refugiado, como un desterrado de su tierra, pero su seguridad la tenia en el Señor en quien tenia puesta su fe.
En nuestros hogares, en nuestras familias, en los matrimonios se pasa en muchas ocasiones por momentos difíciles. Son muchos los problemas que pueden surgir.
Problemas de convivencia y de entendimiento pueden surgir con facilidad; dificultades para afrontar todas las responsabilidades y poder vivir una vida digna son muchos los que las pasan; egoísmos y ambiciones que provocan rupturas, insolidaridad entre sus miembros que crean división y enfrentamiento, vida alocada e irresponsable que nos puede llevar a despilfarros que puedan poner en peligro incluso la subsistencia, desplazamientos originados en ocasiones por las necesidades y los deseos de buscar algo mejor pueden crearnos desestabilización en el encuentro con nuevas realidades y costumbres… son muchos los peligros que pueden acecharnos por un lado y por otro y que nos pueden hacer perder el norte de nuestra vida y debilitar el verdadero amor que ha de haber en el matrimonio y en la familia como base de una autentica convivencia.
Y es aquí donde ha de resplandecer la madurez de la persona y también la madurez de nuestra fe. Hoy miramos a la Sagrada Familia de Nazaret, con esos múltiples problemas que allí de una forma o de otra también surgían o podrían surgir.
Hoy he querido fijarme de una manera especial en la actitud y en la postura de san José, el padre de familia de aquel hogar – podríamos fijarnos también en la grandeza de alma de María, la Madre del Señor -; supo José mantener el ritmo y el rumbo de aquel hogar porque siempre supo dejarse guiar por el Señor. Nos lo expresan esas imágenes de los diversos sueños de José para indicarnos como sentía la presencia del Señor que le guiaba y en quien se confiaba.
¿Sabremos hacerlo en nuestros hogares? ¿No tiene el evangelio una palabra de luz para nuestros matrimonios en dificultades? ¿No estamos viviendo también en nuestro entorno esos desplazamientos de tantos y tantos que van buscando una vida mejor para los suyos? Muchas más amplias reflexiones podríamos hacernos contemplando aquel sagrado hogar de Nazaret donde se hizo presente el Hijo de Dios encarnado por nuestra salvación.

jueves, 29 de diciembre de 2016

Tendríamos nosotros que decir también ‘mis ojos han visto a tu Salvador, luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel', en la vivencia de una auténtica navidad

Tendríamos nosotros que decir también ‘mis ojos han visto a tu Salvador, luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel', en la vivencia de una auténtica navidad

1Juan 2,3-11; Sal 95; Lucas 2,22-35
‘Mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel…’ Así daba gracias el anciano Simeón. Sus esperanzas se habían visto cumplidas. Lo que el Espíritu del Señor le había inspirado y prometido en su corazón lo tenía ante sus ojos. Allí estaba el futuro liberador de Israel, el Mesías prometido, la luz verdadera que venía a iluminar el mundo, la gloria más grande de su pueblo.
En el niño que presentaban aquellos padres venidos de lejos con la ofrenda de los pobres había contemplado al Salvador. José y María habían acudido a Jerusalén, al templo del Señor, para cumplir todo lo prescrito por la ley.  Jesús era su primogénito y había de ser presentado al Señor con una ofrenda. Todo primogénito mandaba la ley mosaica había de ser consagrado al Señor. Era lo que ahora hacían aquellos padres junto con la preceptiva purificación de la madre.
Pero había en el templo unos ancianos que esperaban con fe la pronta presencia del Mesías del Señor. Personas piadosas, llenas de fe e inundadas por el Espíritu del Señor, Simeón y Ana. Ahora cantaban las alabanzas del Señor, bendecían a Dios y contaban a todos lo que ellos sabían porque en su corazón el Espíritu se los había infundido.
Momentos de gozo, de alegría porque se cumplían las Escrituras, aunque quizá no todos quisieran reconocerlo, como más tarde sucedería con Jesús y su predicación. Era un signo de contradicción, bandera discutida, profetizaría en anciano Simeón. Como profetizaría el dolor de la madre, cuyo corazón sería atravesado por una espada de dolor. Quienes creyeran levantarían su espíritu, encontrarían la salvación.
Es lo que allí en el templo sucedía y se anunciaba. Tendríamos quizá que nosotros meternos en la escena, y no como meros espectadores. ¿No tendríamos que coger también al Niño en nuestros brazos como aquellos ancianos para proclamar llenos de alegría nuestra alabanza al Señor? ¿No tendríamos nosotros que decir también ‘mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel’? ¿Acaso no es lo que hemos estado viviendo en nuestra navidad?
No somos meros espectadores de un misterio que se desarrolla ante nuestros ojos. El Misterio del Emmanuel es algo que se realiza en nosotros, en nuestra vida. No es ‘Dios con nosotros’ que se queda fuera, ajeno quizá a nuestra vida. Confesar nuestra fe en el Emmanuel significa sentir su presencia, vivir su presencia, sentir su vida, llenarnos de su vida.
Que no nos suceda que estemos celebrando la Navidad, pero no haya habido navidad de Dios en nuestra vida. A nosotros como a los pastores se nos anunció el nacimiento del Salvador, pero ¿hemos ido a su encuentro? ¿Hemos dejado que se adueñe de nuestra vida? nuestras alegrías por la navidad ¿se han quedado en lo superficial, se han quedado solo en lo externo? Estamos a tiempo de repasar algunas cosas de las que estamos viviendo para darle el autentico sentido de la navidad. 

miércoles, 28 de diciembre de 2016

El día de los Santos Inocentes nos tendría que llevar a pensar en tantos otros inocentes que a lo largo de la historia y hoy son víctimas de nuestra manera de actuar

El día de los Santos Inocentes nos tendría que llevar a pensar en tantos otros inocentes que a lo largo de la historia y hoy son víctimas de nuestra manera de actuar

1Juan 1,5-2,2; Sal 123; Mateo 2,13-18
Hoy es el día de los Santos Inocentes. Sin embargo en el sentido de nuestra sociedad, al menos en mi tierra, es sobre todo el día de las inocentadas; un día para la broma, para la picardía de ver cómo caes en una inocentada creyéndote aquello que te cuentan o te dicen de manera que hasta en los medios de comunicación social y hasta en los noticiarios buscan esa aparente noticia extraordinaria con la que hacer caer a todos en la inocentada. Es la picardía que llevamos dentro, el deseo de la broma y de la alegría que quizá quiera hacernos olvidar otras angustias u otros problemas que pudieran afectarnos hasta quitar esa alegría de nuestra vida.
Con la reflexión que ahora me hago y os ofrezco quizá arroje un jarro de agua fría en medio de nuestras alegrías festivas, pero siento dentro de mí la urgencia de ofreceros esas quizá desordenadas líneas de reflexión pero que puedan ayudarnos a pensar en otras cosas.
Pero bien sabemos que celebrar el día de los Santos Inocentes es mucho más que eso, porque realmente estamos celebrando un momento muy dramático en la historia de nuestra salvación en el que por querer quitar de en medio a aquel recién nacido rey de los judíos como decían los Magos venidos de Oriente, el Rey Herodes al verse burlado mandó decapitar a todos los niños menores de dos años de Belén y sus alrededores.
Ya escuchamos en el evangelio cómo el ángel del Señor anuncia a José lo que ha de suceder y cómo ha de salvar la vida del niño huyendo a Egipto. Un rememorar de alguna manera la historia del pueblo de Israel en la que Jesús se ha encarnado, pero que es de alguna manera ver cómo Jesús se encarna en nuestra historia, en nuestra vida, también con los sufrimientos y las angustias que padecemos los hombres.
La liturgia de las Horas nos evoca la matanza de los niños recién nacidos de Egipto cuando el faraón oprimía al pueblo de Dios y mandó arrojar al Nilo a todos los varones recién nacidos. Es la historia que se repite en nuestra humanidad llena de pecado, de odios, de rencores, de envidias, de ambiciones, de violencia. No podemos menos que hacer pasar ante nuestros ojos, aunque sus imágenes sean muy hirientes para nuestras conciencias adormecidas, las muertes de tantos inocentes que también en nuestro tiempo son víctimas de la miseria, del hambre, de la violencia, de las guerras, de las ambiciones de los hombres.
Cuando en la televisión nos ponen imágenes de la guerra, imágenes tan recientes como lo que sucede en Alepo, en Siria, en Irak o en tantos otros lugares azotados en este momento de nuestra historia por la guerra, nos dicen que son imágenes que pueden herir nuestra sensibilidad. No queremos sentirnos quizá interpelados, no queremos quizá escuchar el grito angustioso de tantos que ven destruidas sus casas, o las vidas de sus seres queridos, no queremos inquietarnos por esas cosas que suceden ahí a un tiro de piedra de nuestra cómoda e insensible sociedad.
Es duro que así nos hayamos endurecido las conciencias. Tiene que ser inquietante que sigamos impasibles ante tantos sufrimientos. Es inhumano que quizá nosotros estos días tengamos nuestras mesas repletas de alimentos que al final se desperdiciarán, mientras ahí al lado hay gente en la miseria y muere de hambre.
¿Es así como hacemos un mundo mejor? ¿Es así como nosotros, los cristianos, los que nos decimos seguidores de Jesús vivimos la Buena Nueva que con Jesús quiere llegar a nuestras vidas para que vivamos un compromiso por hacer un mundo mejor?
Es el día de los Santos Inocentes, de aquellos niños que murieron a causa del odio o de la ambición de Herodes, pero es el día en que tenemos que pensar en tantos santos inocentes que mueren en el mundo a causa de nuestra insensibilidad, de nuestra insolidaridad, de nuestros ojos que queremos mantener cerrados, de nuestros despilfarros, de nuestras violencias. Es para pensarlo.

martes, 27 de diciembre de 2016

Con el evangelista Juan aprendamos a buscar a Jesús queriendo conocerle más y más para entrar en la intimidad de su vida que nos llena de vida para siempre

Con el evangelista Juan aprendamos a buscar a Jesús queriendo conocerle más y más para entrar en la intimidad de su vida que nos llena de vida para siempre

1Jn 1,1-4; Sal 96; Juan 20,2-8
‘Eso que hemos visto y oído os lo anunciamos…, os damos testimonio y os anunciamos la vida eterna que estaba con el Padre y se nos manifestó… para que nuestra alegría sea completa…’ Así nos dice Juan en el principio de su carta. Es lo que fue su vida en torno a Jesús y lo que fue su anuncio desde entonces.
‘Vio y creyó…’ nos dice el evangelio de Juan cuando entró en el sepulcro vacío después de la resurrección. Vio, creyó y nos lo anunció. Ya desde el principio del evangelio se nos habla de sus deseos de ver, de conocer, de saber. El Bautista había señalado a Jesús como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo y allá se fueron tras Jesús Andrés y Juan. ‘Maestro, ¿Dónde vives?’ Querían conocer por si mismos, querían saber de su vida, querían estar con Jesús. Era la forma mejor de conocerle. Ya al día siguiente saldrán haciendo el anuncio.
Celebramos hoy en este marco de la Navidad de Jesús a Juan, el evangelista, el hijo de Zebedeo, el hermano de Santiago, el que quería estar cerca de Jesús; el que quería conocer los secretos de su corazón. Le veremos en la cena pascual casi recostado sobre el pecho de Jesús y preguntándole en secreto que Jesús le revelara de quien se estaba refiriendo cuando Jesús anunciaba la traición de uno de los discípulos.
Pero le veremos siempre caminando tras Jesús, queriendo conocer lo más secreto y lo más hondo del corazón de  Cristo. Subirá con Jesús al Tabor y allí será testigo silencio de la transfiguración; estará con Jesús en la alcoba de la hija de Jairo cuando Jesús la resucita; será de los que se adentrarán con Jesús en el Huerto de Getsemaní para ser testigo de su oración y de la agonía del corazón de Cristo; podrá estar cerca de Jesús en los comienzos de su pasión porque podrá entrar incluso al patio del sanedrín donde se juzga a Jesús, y será el único de los apóstoles que llegará a estar al pie de la cruz recibiendo a María como a su madre.
Luego tras la resurrección correrá hasta el sepulcro tras la noticia de la Magdalena de que se han robado el cuerpo de Jesús y aunque llega el primero dejará paso a Pedro aunque cuando entre y vea las vendas por el suelo en el evangelio se nos dirá que ‘vio y creyó’. Y será el que le reconocerá entre las nieblas del amanecer allá en la orilla del lago cuando Jesús se les manifiesta y realicen una nueva pesca milagrosa; ‘es el Señor’, le dirá a Pedro aunque éste en su ímpetu sea el que se lance al agua para llegar pronto a los pies de Jesús.
Quería ver, quería saber, quería conocer a Jesús, quería entrar en la intimidad de su alma, por eso  nos hablará con gran profundidad teológica de Jesús en su evangelio. Vislumbra bien que Jesús es la luz y es la vida, es la resurrección y es el camino, es la verdad de nuestra vida y lo será todo para nosotros porque sin El nada podemos hacer. Es hermoso y profundo su evangelio, la buena noticia que nos trae.
Como nos dice hoy en la carta, lo que había visto, lo que había oído, lo que había palpado incluso con sus manos no lo podía callar. Ya responderían a los sumos sacerdotes que no podían callar lo que habían visto y oído. Ahora nos lo trasmite en el evangelio y nos deja las joyas preciosas de sus cartas con la profundidad escatológica de su Apocalipsis que nos llena de esperanza en ese cielo nuevo y en esa tierra nueva donde ya no habrá ni luto ni llanto ni dolor, porque todo será vida, que es lo que nos ha dado Jesús porque quien cree en El tendrá vida para siempre.
Esta festividad de san Juan evangelista nos está invitando a que nazca ese deseo en nuestro corazón, de conocer a Jesús, de entrar en esa intimidad de vida con Jesús. Busquemos su evangelio, escuchemos esa buena noticia, empapémonos del Espíritu de Jesús y nos llenaremos de vida para siempre. Nuestra alegría será completa.

lunes, 26 de diciembre de 2016

Como Esteban siempre hemos de ser diáconos, servidores de los pobres y de la comunidad, como testimonio de la buena nueva de salvación en Jesús que hemos de anunciar

Como Esteban siempre hemos de ser diáconos, servidores de los pobres y de la comunidad, como testimonio de la buena nueva de salvación en Jesús que hemos de anunciar

Hechos 6,8-10; 7,54-60; Sal 30; Mateo 10,17-22
Sabia es la liturgia de la Iglesia cuando en este día siguiente a Navidad, y siguiendo aun con los mismos aires de alegría por el nacimiento del Señor que con toda solemnidad se prolongan en toda esta semana de la octava, se nos presenta hoy a nuestros ojos y para la celebración la figura de san Esteban, el protomártir.
Bien sabemos que protomártir significa el primer mártir, el primer testigo, el primero que derramó su sangre y dio su vida por el nombre de Jesús. Los Hechos de los Apóstoles nos ofrecen el relato de su muerte. Había sido uno de los siete diáconos escogidos por los apóstoles para el servicio de la comunidad, de manera especial para la atención de las viudas y de los pobres. Los Apóstoles debían ocuparse de la predicación, de la proclamación de la Buena Nueva de la Salvación, pero alguien había de atender en la caridad a los más necesitados. Así surgió el ministerio del diaconado en aquella primitiva comunidad de Jerusalén.
Pero Esteban era alguien que llevaba fuego ardiente en su corazón. No podía callar lo que vivía. Ya no era solo el testimonio de la caridad en medio de aquella comunidad donde todo lo compartían porque tenían una sola alma y un solo corazón, sino que con su palabra ardiente anunciaba el evangelio de Jesús. Discutía en la sinagoga con los judíos anunciándoles el evangelio y a todos dejaba callado con su sabiduría y su elocuencia.
Era el Espíritu divino prometido por Jesús que estaba con El y hablaba por su boca y por su  vida. Como Jesús había anunciado pronto esto le granjearía muchos enemigos que no pudiendo acallarle en su sabiduría lo hicieron callar  con su muerte. Acusado de blasfemia fue condenado a ser apedreado. Es lo que nos relata el texto de los Hechos de los Apóstoles que se nos ofrece en la liturgia.
Hoy, en este día siguiente a la navidad del Señor celebramos su memoria y su fiesta. Es para nosotros un testimonio fuerte que nos interroga por dentro. También nosotros hemos de ser testigos de lo que vivimos. Testigos hemos de ser ahora y en este mundo que nos toca vivir, en estas circunstancias.
Y en medio de este mundo que celebra la navidad, para todos estos días son días de fiesta aunque muchas veces no tengan en cuenta lo que realmente celebramos, todos se desean los mejores parabienes, tienen los mejores deseos de felicidad, nosotros tenemos que hacer nuestro anuncio, nosotros hemos de manifestarnos como verdaderos testigos de Jesús haciendo presente en nuestro mundo a ese Dios que se hace hombre, que se ha encarnado para ser Dios con nosotros, pero que no todos saben reconocer.
Ha de ser un anuncio claro, un testimonio transparente, una palabra valiente, unos gestos verdaderamente comprometedores los que hemos de tener para hacer ese anuncio. No nos hemos de cansar en proclamar que a quien celebramos estos días es a Jesús, el hijo de María, pero que es el Hijo de Dios que ha nacido para traernos su salvación. No podemos callar ni ocultar este mensaje.
Será nuestra palabra valiente, como la de Esteban, que no nos faltará la asistencia y la fuerza del Espíritu que nos dará las palabras más convenientes, las palabras más certeras y sabias; dejémonos conducir por el Espíritu, no lo acallemos en nuestro interior. Pero ha de ser el testimonio del amor, del servicio, de ese diaconado que ha de haber en la vida de todo cristiano. Todos somos diáconos aunque no hayamos recibido ese ministerio, porque todos hemos de tener revestida y empapada nuestra vida del amor, un amor que tiene que hacer verdadero servicio a los demás. Es el testimonio de Esteban que le llevo a dar su vida por el nombre de Jesús.

domingo, 25 de diciembre de 2016

Celebremos una Navidad que comienza en Jesús saboreando la ternura de Dios que se ha de traducir en el hombre nuevo del amor y en un mundo nuevo lleno de paz

Celebremos una Navidad que comienza en Jesús saboreando la ternura de Dios que se ha de traducir en el hombre nuevo del amor y en un mundo nuevo lleno de paz

Isaías 9, 1-3. 5-6; Sal 95; Tito 2, 11-14; Lucas 2, 1-14
‘Ha aparecido la gracia de Dios que trae la salvación para todos los hombres…’ proclamaba san Pablo en la carta a Tito. Ha aparecido la gracia de Dios, es lo que celebramos esta noche, es el misterio de Dios que estamos contemplando, es la ternura y el amor de Dios que se nos manifiesta. ¿Dónde contemplar mejor la ternura que en un niño recién nacido?
Es el evangelio, la Buena Noticia que resuena en esta noche. Fue lo que anunciaron los ángeles a los pastores de Belén y sigue resonando a través de los siglos cuando nosotros manifestamos nuestra fe, cuando nos reunimos como en esta noche, en este día para celebrar el nacimiento de Jesús.
Ha aparecido la gracia de Dios, la ternura de Dios, el amor de Dios en un niño recién nacido. ‘Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado…’ como decía el profeta. Un niño, verdaderamente hombre, es el hijo de María. ‘Y mientras estaba allí le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada’, que nos narra el evangelista. María dio a luz a su hijo primogénito.
Pero ya el ángel le había anunciado: ‘Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin’. Es el Hijo del Altísimo, verdadero Hijo de Dios, el Emmanuel – Dios con nosotros - que habían anunciado los profetas.
Es lo que hoy celebramos. Es lo que nos llena de gozo y de vida. Es lo que nos está manifestando la ternura de Dios, el amor de Dios que nos viene a ofrecer la salvación para todos los hombres. Es lo que nos llena de esperanza. Es lo que nos hace seguir creyendo en la vida y en el amor, porque estamos contemplando como nos ama Dios. Es lo que es la Navidad que celebramos.
En alguno de tantos mensajes como nos llegan estos días – hemos de reconocer que algunos con buena voluntad y también con buenos deseos pero olvidándose quizá de lo que es lo fundamental – he leído, sin embargo uno que decía: La navidad comienza en Cristo. Es que sin Cristo no hay navidad. Lo que celebramos es el nacimiento de Jesús y con Jesús una vida nueva para la humanidad. Es a Jesús a quien celebramos. Trae la salvación para todos los hombres. Es lo que tenemos que vivir. Es lo que nos llena de esperanza.
Esa es la Buena Noticia de esta noche, de este día.  ‘No temáis, anunciaron los ángeles a los pastores de Belén, os traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre’. Y allá fueron los pastores y contemplaron todo como les habían anunciado los ángeles.
Es la Buena Noticia, el Evangelio, que también tenemos que escuchar los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Lo necesitamos. Nos sentimos turbados quizá en medio de los problemas de cada día, los problemas que detectamos en nuestro mundo y en nuestra sociedad. Algunas veces la turbación puede ser tan grande que nos desequilibra y perdemos toda esperanza de que podamos hacer un mundo mejor, de que los problemas puedan encontrar solución, o que las personas cambiemos dejando atrás nuestros egoísmos y ambiciones, nuestros orgullos o el materialismo con que vivimos nuestra vida.
La navidad tendría que despertar de nuevo en nosotros la esperanza. La Navidad tendría que hacernos mirar a Cristo porque sabemos que en El es donde vamos a encontrar la salvación, porque en El podemos hacer ese hombre nuevo y ese mundo nuevo y mejor. Como decíamos antes contemplando esta ternura de Dios que se nos manifiesta en el Niño nacido en Belén.
Con Cristo, decíamos, aprendemos a amar la vida y valorar al hombre. Es lo que nos hace seguir creyendo en la vida y en el amor. Dios nos ama y eso nos dignifica y nos hace verdaderamente importante. Con ese amor de Dios, dando respuesta a ese amor de Dios comenzaremos a amar de una manera nueva y distinta y será el amor el que nos renueve y renueve nuestro mundo.
No nos podemos quedar en unos gestos pasajeros que nos tengamos mutuamente en estos días, en unas bonitas palabras o deseos, sino con Jesús que nace en Belén, con Jesús que quiere nacer en nuestro corazón comenzaremos a valorar una vida nueva, a vivir de una forma nueva y distinta, una nueva manera de amar, un nuevo compromiso por hacer nuestro mundo mejor.
Nos llenamos de gozo en estos días y queremos vivir una alegría honda. Pero no olvidemos que la Navidad comienza en Cristo y a Cristo ha de tener como su centro. Gocémonos en esa ternura de Dios. Dejémonos inundar por esa gracia de Dios viviendo hondamente esa salvación que Jesús nos ofrece. Contagiemos a nuestro mundo de esa alegría de la navidad, esa alegría que nace en Jesús. Así podremos cantar con los ángeles la gloria de Dios en el cielo que se manifiesta en la paz nueva que nace en el corazón de los hombres que son amados de Dios.