Inundados por el Espíritu como Simeón para amar con un amor como el de Jesús
1Jn. 2, 3-11; Sal. 95; Lc. 2, 22-35
Contemplamos de nuevo en el evangelio a un anciano
lleno del Espíritu Santo. Si nos fijamos es algo que hemos visto repetido en el
principio del evangelio de Lucas. Ahora es el anciano Simeón que sale al
encuentro de María y José que van a presentar a Jesús en el templo tal como lo
manda la ley de Moisés. Pero hemos contemplado a Isabel llena del Espíritu y a
Zacarías que entonaba cánticos de alabanza y bendición a Dios. En medio de todo
ello contemplamos también a María.
Hoy es el anciano Simeón, ‘hombre honrado y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel, y el
Espíritu Santo moraba en él’. Sentía
en su interior, por esa fuerza del Espíritu, que no moriría sin haber visto al
Mesías del Señor. Por eso ahora ‘impulsado
por el Espíritu Santo fue al templo’. Y de la misma manera que Isabel había
escuchado en su interior la voz del Espíritu que señalaba a su prima como la
Madre del Señor y por eso prorrumpe en cánticos y bendiciones, ahora el anciano
Simeón reconocerá en aquel niño al Salvador anunciado y esperado y también
comienza a alabar al Señor.
Ya puede morir; las promesas del Señor se han cumplido.
Ante sus ojos está, lo tiene en sus brazos,
‘el Salvador a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a
las naciones y gloria de tu pueblo, Israel’. Y comenzarán los anuncios
proféticos de lo que va significar Jesús en medio de su pueblo, pero también de
su pasión con lo que una espada traspasará el alma de María, la madre. ‘Será
como bandera discutida… y a ti una espada te traspasará el alma’. Ante Jesús
tenemos que hacer una opción radical en la vida. Como nos dirá en otros lugares
del evangelio o estamos con El o estamos contra El. Con Jesús no valen las
medias tintas, nuestras decisiones tienen que ser claras y firmes.
Se nos manifiesta una vez más la alegría por la
salvación que llega para todos los hombres. Como hemos reflexionado más de una
vez, la alegría de la fe. Este hombre, el anciano Simeón, lleno del Espíritu,
se llena de gozo porque sus ojos han visto al Salvador. Como diría Jesús en una
ocasión a los discípulos ‘dichosos porque
veis lo que otros desearon ver y no pudieron’. Dichosos nosotros por
nuestra fe; dichosos porque en la fe podemos contemplar y celebrar la
salvación; dichosos porque hayamos podido celebrar estas fiestas de la navidad
llenándonos nosotros también de Dios. Que esa dicha de la fe no se aparte nunca
de nuestro corazón. Que el Espíritu cante en nuestro corazón para que sepamos
alabar y bendecir al Señor porque su luz puede iluminar nuestra vida.
Como nos decía hoy san Juan en su carta ya nosotros no
caminamos en tinieblas, tenemos la luz con nosotros porque tenemos a Jesús.
Vivamos en consecuencia siempre en su luz. Y vivir en la luz de Cristo
significa vivir en el amor. Por eso Juan nuestra recuerda el mandamiento
antiguo y el mandamiento nuevo. Nos recuerda cómo hemos de escuchar y acoger la
Palabra y nos invita a vivir al mismo tiempo en el mandamiento nuevo del amor
para que andemos siempre en la luz.
‘Quien guarda su
Palabra ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud, nos dice. En este conocemos que estamos en El. Quien dice que permanece en El,
debe vivir como El vivió’. Y nos recuerda entonces el mandamiento del amor,
porque si no amamos de verdad estaríamos en tinieblas. Y si estos días tanto
hemos cantado a la luz que nos viene de lo alto, que nos llega con Jesús y su
salvación, vivamos en consecuencia en el amor, vivamos amándonos de verdad los
unos a los otros.
Sigamos viviendo el gozo de la navidad. Sigamos
viviendo en su luz. Aprendamos a vivir para siempre en el amor, porque así
podremos alcanzar la plenitud de nuestra vida, esa plenitud que Jesús nos ha
venido a traer con su salvación.