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sábado, 10 de octubre de 2015
Una nueva bienaventuranza para quienes saben escuchar la Palabra de Dios y plantarla en su corazón, como lo hizo María
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viernes, 9 de octubre de 2015
La madurez de nuestra vida cristiana se manifiesta en la firmeza de nuestros principios y en la fidelidad en todo momento a los valores del evangelio
La madurez de nuestra vida cristiana se manifiesta en la firmeza de nuestros principios y en la fidelidad en todo momento a los valores del evangelio
Joel
1,13-15; 2,1-2; Sal 9; Lucas 11,15-26
El hombre maduro es una persona con principios, sabe lo
que quiere y a la hora de tomar decisiones lo hace con firmeza y valentía,
aunque algunas veces le cueste; intenta que nada le tuerza de su camino y trata
de actuar en su vida conforme a esas ideas, esos principios que son como su
norte y su guía.
El cristiano todo eso lo ve desde el prisma de la fe y
será Jesucristo y su evangelio la fuente de sus principios y el motor de su
vida. Un autentico cristiano es el que ha hecho una opción firme y clara en su
vida por Jesús y su evangelio. Se siente verdaderamente libre con la mayor de
las libertades, pero trata de encauzar su vida desde esos valores del Evangelio
porque ahí cifra toda su felicidad y la mayor plenitud de su vida. Y es que
Jesús no ha venido a anular al hombre en su libertad, sino precisamente a darle
una mayor profundidad que le haga caminar por los caminos de la plenitud más
grande en su dignidad.
Sin embargo somos conscientes que son muchos los cantos
de sirena, por llamarlos de alguna manera, que nos quieren llamar la atención y
distraernos de ese camino que hemos emprendido. Son muchas las cosas de nuestro
entorno que pudieran atraernos y arrastrarnos por caminos bien distintos de los
del evangelio. Es ahí donde un cristiano siempre ha de andar vigilante, atento,
fiel a sus principios y a sus valores para que el mal no se introduzca en el
corazón. No podemos bajar la guardia porque de una manera muy subliminal con
apariencias de bien la tentación quiere engañarnos.
Muchas veces tenemos la tendencia a aflojar la tensión,
o nos decimos, bueno, eso son pequeñeces, cosas de menor importancia y no pasa
nada porque un día podamos consentirnos en algo. Pero ya sabemos que es como
una pendiente muy resbaladiza que nos hace caer casi sin darnos cuenta y luego
nos costará detenernos para enderezar el rumbo de nuestra vida.
Es la reflexión que me hago a partir del evangelio de
este día. Todo parte de aquel momento en que Jesús expulsa el demonio de un
hombre poseído por un espíritu inmundo y de los comentarios interesados que
algunos se hacen. Pero Jesús quiere prevenirnos y recordarnos que no podemos
andar con medias tintas, nadando entre dos aguas, como se suele decir. Que
nuestra opción por El y por el evangelio tiene que ser total en nuestra vida. ‘El que no está conmigo está contra
mí; el que no recoge conmigo desparrama’, nos viene a sentenciar Jesús de forma radical.
Luego nos hablará de cómo siempre el diablo ronda buscando la manera de
tentarnos y hacernos caer otra vez. ‘Cuando un espíritu inmundo sale de un hombre, da
vueltas por el desierto, buscando un sitio para descansar; pero, como no lo
encuentra, dice: Volveré a la casa de donde salí." l volver, se la
encuentra barrida y arreglada. Entonces va a coger otros siete espíritus peores
que él, y se mete a vivir allí. Y el final de aquel hombre resulta peor que el
principio’.
Creo que todos habremos pasado alguna vez por la experiencia de que en
cosas que pensábamos que teníamos ya superadas en ese camino de ascesis que
hemos ido haciendo en nuestra vida, de repente, sin saber cómo, volvimos a
tropezar en la misma piedra y volvimos por las andadas. Quizá habíamos aflojado
la guardia, como solemos decir, pensábamos que todo estaba superado y no
mantuvimos la debida vigilancia y volvimos a tropezar en lo mismo. Cuántas
experiencias personales podríamos cada uno contar.
Es el camino de superación que hemos de ir recorriendo siempre, no
olvidando nunca nuestros principios y nuestros valores, apoyándonos de verdad
en el Señor para mantenernos fieles. Que así se manifieste la madurez de
nuestra vida, de nuestro compromiso cristiano cuando de verdad amamos a Jesús y
queremos seguirle por los caminos del evangelio.
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jueves, 8 de octubre de 2015
La confianza del amor que nos hace saborear la presencia del Dios que sabemos que nos ama y nos escucha
La confianza del amor que nos hace saborear la presencia del Dios que sabemos que nos ama y nos escucha
Malaquías
3, 13 – 4,2ª; Sal 1; Lucas 11,5-13
Es la confianza que da el amor; es la confianza de
quien se siente en la presencia del que sabe que le ama; es la confianza a la
que nos invita Jesús con que hemos de orar a Dios.
Ayer escuchábamos que nos enseñaba a llamar Padre a
Dios y decíamos cómo nuestra oración es un saborear en lo hondo del corazón ese
amor de Dios y ese sentirle y vivirle como Padre. Cuando estamos con el Padre
que nos amas se establece una relación profunda de amor que nos hace
desnudarnos ante El con nuestras miserias y nuestras necesidades; cuando
sabemos que así Dios nos ama a El acudimos con la confianza de que siempre
seremos escuchados y nos dará lo mejor que necesitemos. No nos caben dudas ni
miedos; todo ha de ser confianza porque todo es una relación de amor.
Pero por si acaso considerando nuestra pequeñez y
nuestra miseria dudáramos de acercarnos a Dios con nuestras necesidades hoy
Jesús nos insiste. ‘Pues
así os digo a vosotros: Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os
abrirá; porque quien pide recibe, quien busca halla, y al que llama se le
abre’. Antes nos había puesto el ejemplo de quien acude a su amigo
incluso en horas intempestivas para pedirle pan porque le ha llegado una visita
a casa y no tiene que ofrecerle; con insistencia llama al amigo sabiendo que al
final va a ser escuchado.
Así nosotros acudimos a Dios y nos ponemos ante El tal
como somos, con nuestra pobreza, con nuestras debilidades, con nuestras
carencias, con nuestra vida al desnudo sabiendo que en Dios encontraremos
siempre amor, misericordia, gracia, paz, ayuda y fortaleza en nuestras luchas y
necesidades.
Como nos dice pedimos, pero nuestra petición no es una
petición pasiva; pedimos y buscamos, pedimos y vamos a la búsqueda de la
verdad, pedimos y queremos encontrar caminos, pedimos y ponemos de nuestra
parte todo lo que sea necesario para hacer ese camino, pedimos y ansiamos no
solo cosas materiales sino que levantamos nuestro espíritu buscando algo más
hondo que llene nuestra vida.
Nuestra oración no es algo pasivo donde simplemente
esperamos que milagrosamente se nos resuelvan las cosas; nuestra oración es
encuentro con el Padre de amor que llena de luz nuestra vida; nuestra oración
es iluminación interior que nos hace encontrar sentido y valor, que nos abre
caminos, que nos lleva al compromiso; nuestra oración es escucha allá en lo más
hondo de nosotros mismos de esa voz de Dios que nos descubre sus designios de
amor; nuestra oración es aprender a tener una mirada nueva sobre nuestra vida,
pero también una mirada nueva de amor hacia los hermanos que nos rodean y que
nos hará actuar con una misericordia y un amor semejante al de Dios.
Nuestra oración es sentirnos envueltos por el amor de
Dios y en El nos sentimos llenos de bendiciones que hemos de saber llevar a
nuestro mundo.
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miércoles, 7 de octubre de 2015
Saboreemos que Dios es nuestro Padre que nos ama y todo comenzará a ser nuevo en nuestra vida en nuestra relación con Dios y con los hermanos
Saboreemos que Dios es nuestro Padre que nos ama y todo comenzará a ser nuevo en nuestra vida en nuestra relación con Dios y con los hermanos
Jonás
4,1-11; Sal
85; Lucas
11,1-4
Con Jesús todo tiene un sabor distinto; con Jesús
vivimos un sentido nuevo de la vida; con Jesús comenzamos a saborear de una
manera nueva el amor y la presencia de Dios en nuestra vida; con Jesús nuestra
mirada se transforma y tenemos una manera nueva de caminar junto al hombre
nuestro hermano; con Jesús comenzamos sentir un nuevo calor de amor en nuestro
corazón; con Jesús nos sentimos amados por un Dios que es Padre y todo se
reduce a partir de entonces a corresponder a ese amor con una vida nueva, una
relación nueva con Dios y una nueva relación con los que caminan a mi lado en la
peregrinación de la vida.
Comenzó diciéndonos Jesús que comenzaba algo nuevo y
había que creer en esa buena noticia que nos anunciaba; nos decía que llegaba
el Reino de Dios y pronto pudimos ir comprendiendo que ese Reino de Dios no era
a la manera de los reinos de este mundo. El gran descubrimiento que Jesús una y
otra vez nos recordaba es que ese Dios que es nuestro Rey y Señor es un Padre
bueno que nos ama. Una nueva palabra tenía que comenzar a brotar de nuestra
boca y desde lo hondo de nuestro corazón, Padre.
Así llamaba Jesús a Dios porque se sentía su Hijo; así
había sido proclamado desde el cielo allá en el Jordán cuando el bautismo y más
tarde solemnemente desde lo alto del Tabor. ‘Este
es mi Hijo amado, mi predilecto, el elegido’, era el mensaje del cielo.
Pero así ahora Jesús nos enseñaba a llamar a Dios, Padre. Se trata de saborear
esa palabra que es más que una palabra. Se trata de saborear ese sentido nuevo
de Dios. Se trata de saborear el sentirnos hijos amados. Se trata, pues, de
comenzar a vivir de una manera nueva.
Los discípulos ven a Jesús orando con frecuencia, cómo
se retira en momentos determinados a lugares apartados para orar o se levanta
al amanecer; contemplan y palpan cómo Jesús continuamente se siente en la
presencia del Padre porque su alimento es hacer la voluntad del Padre; le
escuchan invocarle o darle gracias por cómo se va manifestando Dios y su poder,
cómo se va manifestando continuamente su amor poderoso que todo lo transforma.
Ellos quieren hacer como Jesús, quieren orar como Jesús, le piden a Jesús que
les enseñe a orar.
Y Jesús les dice cómo han de hacerlo, no solo como una
formula que se repita, sino como algo que hay que aprender a saborear. Se trata
de saborear esa palabra en todas sus consecuencias, llamar a Dios Padre pero
aprender a gozarnos en su amor sintiendo como todo se transforma en nuestro
corazón y en nuestra vida, como todo ha de transformarse en ese mundo en el que
vivimos.
No nos contentemos a repetir mecánicamente las palabras
de Jesús para nuestra oración. Saboreémoslas empezando cuando llamamos a Dios
Padre. Todo lo demás vendrá como consecuencia. Porque si sentimos y saboreamos
su amor es justo que le alabemos y bendigamos, que queramos hacer su voluntad,
que nos pongamos ante El con nuestras necesidades que Dios bien conoce, que ya
nuestra vida comience a ser distinta y aprendamos a amar y a perdonar, a pedir
perdón reconociendo nuestros errores y a luchar contra lo malo con la certeza
que Dios está con nosotros y nos ayuda a superar el mal y la tentación.
Comencemos por saborear que Dios nos ama, que es
nuestro Padre y se derramará sobre nosotros una lluvia del amor de Dios.
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martes, 6 de octubre de 2015
Despertar la sensibilidad de la acogida y la hospitalidad de corazón y saber encontrar lo verdaderamente importante en la vida
Despertar la sensibilidad de la
acogida y la hospitalidad de corazón y saber encontrar lo verdaderamente
importante en la vida
Jonás
3, 1-10; Sal 129; Lucas 10, 38-42
Hay ocasiones en que se nos presenta un imprevisto y parece que todo se
nos vuelve un caos, nos ponemos nerviosos, nos afanamos y querer hacer mil
cosas a un tiempo para resolverlo todo. Pero no es solo cuando nos suceden
cosas extraordinarias, sino que nos hemos hecho un ritmo de vida tan trepidante
que andamos como a la carrera, queriendo solucionar todo al mismo tiempo o
queriendo abarcar más de lo que realmente podemos hacer.
Tan ajetreados andamos en la vida que tenemos el peligro de perder de
vista lo que es lo principal y pudiera ser que en el apuro de sacarlo todo
adelante le demos prioridad a lo que es menos importante. Nos es necesario
hacer una buena escala de valores en la vida para poner las cosas en su sitio.
¿Qué es lo verdaderamente importante a lo que tendríamos que darle
prioridad? Agobiados por los problemas o las necesidades materiales pudiera ser
que le demos más importancia a las cosas que a las personas, por ejemplo; que
le demos más importancia a lo material que a cultivar nuestro espíritu; que nos
importen más las ganancias económicas que el crecimiento de la persona.
‘Entró Jesús en un poblado, y una
mujer, llamada Marta, lo recibió en su casa…se afanaba en diversos quehaceres…
María, su hermana, se sentó a los pies de Jesús y se puso a escuchar su
palabra...’ Es el cuadro que nos presenta
hoy el evangelio y que podría darnos mucha luz en nuestra vida.
En esta escena hay algo que destacar con fuerza y que es lo que
podríamos llamar la ley de la hospitalidad, en la que los orientales son tan
exquisitos. La acogida, la apertura del hogar al peregrino o al transeúnte que pasa
a nuestro lado. Ser acogedores los unos con los otros, abrir nuestros oídos y
nuestro corazón, ser capaces de detenernos junto al que pasa a nuestro lado,
mirarle a los ojos, escucharnos para entendernos, hacer funcionar la sintonía
del corazón. Qué hermoso si en la vida camináramos con estos presupuestos.
Despertar la sensibilidad en nuestra vida, en nuestras actitudes y posturas, en
nuestra mirada y en nuestras palabras, en nuestro corazón.
Aquel hogar de Betania que estaba al paso del camino que subiendo desde
Jericó conducía a Jerusalén y que era el lugar de paso obligado para los
peregrinos de Galilea que bajando por el valle del Jordán se dirigían a la
ciudad santa. Cuantos serían los que se vieran acogidos con hospitalidad
ofreciendo agua y descanso en aquel hogar en su subida a Jerusalén. ¿Por qué no
pensar que así nacerían muchas amistades, como nacería la amistad de aquella
familia con Jesús?
Pero el evangelio además de resaltarnos esta hermosa virtud de la
hospitalidad quiere enseñarnos algo más. Es, podríamos decir, en referencia al
tema con que iniciábamos nuestra reflexión. Pareciera que hay un conflicto de
intereses y actitudes en la postura de Marta afanosa que lo quiere tener todo
preparado y la postura de María sentada a los pies de Jesús escuchando. Jesús
les dice que hay que saber escoger la mejor parte. Es la conclusión a la que llegábamos
al principio.
Saber encontrar en la vida lo que es lo fundamental, lo que es lo más
importante. Hacernos una buena escala de valores. En el sentido de fe que tiene
que animar e iluminar nuestra vida es plantearnos el lugar que le damos a Dios,
a la escucha de su Palabra, al culto que hemos de darle, a lo que es lo
esencial en nuestra vida cristiana. Muchas cosas quizá sobre la que tendríamos
que reflexionar más largamente y que quedan aquí ahora apuntadas; muchas
actitudes y posturas que tendríamos que saber revisar. Es la búsqueda de ese
crecimiento espiritual de nuestra persona, ese crecimiento de nuestra fe, ese
compromiso de amor que tendría que centrar nuestra vida.
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lunes, 5 de octubre de 2015
El camino que el creyente va haciendo día a día rodeado de sus limitaciones y esperanzas pero sintiéndose regalado por el amor del Señor
El camino que el creyente va haciendo día a día rodeado de sus limitaciones y esperanzas pero sintiéndose regalado por el amor del Señor
Deuteronomio
8, 7-18; Salmo: 1 Cro 29, 10; 2Corintios 5, 17-21; Mateo 7, 7-11
El creyente no es solo el que recita una fórmula de
profesión de fe, sino el que hace de esa fe el sentido de su vivir. Ser
creyente no es solo un acto intelectual donde proclamamos unas verdades que son
fundamentales sobre la existencia de Dios, sino que el creyente ha de sentir y
vivir en si mismo, en su propia vida esa existencia de Dios, esa presencia de
Dios. Lo formularemos con un credo donde se contengan esas verdades, pero lo
hemos de expresar en el sentido de nuestra vida y de nuestra existencia.
Creemos, sí, en el Dios infinito, todopoderoso y
creador pero vivimos a ese Dios que es amor y que se hace sentir en la vida y
en la historia del hombre. No somos creyentes solo cuando recitamos la fórmula
de un credo en una celebración religiosa, sino cuando en la experiencia de la
vida, en el caminar de la vida vamos sintiendo la presencia llena de amor de un
Dios que es nuestro Padre y nos ama y que nos salva.
El verdadero creyente lo es en todo momento de su vida,
no solo cuando nos encerramos tras las paredes de un templo o cuando hagamos nuestras
oraciones personales en el silencio de nuestro corazón. En todo momento, en
todo lo que hace y en todo lo que sucede el creyente ve la mano de Dios,
escucha la voz de Dios que le dice en su corazón que le ama y va respondiendo
en todo momento con la propia ofrenda de amor de su vida.
En este día la liturgia de la Iglesia nos ofrece una
especial celebración - las témporas - que dentro del ritmo de año y de la vida
nos viene a recordar cómo siempre hemos de tener viva esa presencia del Señor
en nosotros y en nuestra historia. Témporas de acción de gracias y de petición
es el título que se da a esta conmemoración. Y es que la primera respuesta de
amor que hacemos a esa inmensidad del amor de Dios sobre nosotros que se
manifiesta en nuestra historia y en los acontecimientos de cada día es la
acción de gracias.
El creyente ha de ser hombre de memoria para recordar
continuamente esa acción de Dios en su vida y en su historia. Esa memoria
agradecida de esa acción de Dios es algo que ha de estar siempre presente en
nosotros. Es bueno recordar la historia de la salvación no solo en los grandes
pasos en los que Dios se nos manifestó en Cristo Jesús para redimirnos, sino en
esa historia de la salvación, diríamos personal, en la que cada uno recuerda
esos momentos de su vida donde ha sentido de manera especial esa acción de
Dios. Y claro, ha de surgir la acción de gracias.
Pero llamamos a las témporas también días de petición,
porque somos concientes de nuestra debilidad e impotencia por nosotros mismos y
en ese camino de la vida necesitamos de la protección de Dios, de la gracia de
Dios que nos acompañe y nos fortalezca. Así surge nuestra oración, en este
caso, de petición por nosotros y nuestras necesidades, pero por nuestro mundo,
por toda la humanidad con sus problemas, y por la Iglesia.
Una oración de petición que se haría casi interminable
porque son tantas las necesidades y los problemas que no acabaríamos nunca de
presentarlos al Señor. Pero dediquemos tiempo para ir repasando esos problemas
de nuestro mundo con sus injusticias, sus miserias, sus violencias, sus
guerras, sus discriminaciones y con tantos odios con que los hombres una y otra
vez nos enfrentamos. Dediquemos un tiempo a hacer memoria de la Iglesia y de
sus necesidades para presentarla delante del Señor, y no podemos olvidar este
momento eclesial que estamos viviendo con la renovación promovida por el Papa
Francisco ni a los Obispos reunidos hoy mismo en Sínodo en Roma para tratar de
los problemas de la familia y ofrecernos la luz que necesitamos.
Pero en esa petición hay algo que no puede faltar que
es la petición de perdón. Nos sentimos débiles y pecadores. Al lado de toda la
historia de gracia de la salvación de Dios en nuestra vida, está nuestra
historia de debilidades y pecados. Pero la misericordia de Dios es más poderosa
que todas nuestras miserias. Nos presentamos ante el Señor sintiéndonos
pecadores y queriendo llenarnos hasta rebosar de la misericordia del Señor.
Es el camino del creyente va haciendo día a día con sus
limitaciones y con sus esperanzas, pero sintiéndose en todo momento regalado
por el amor del Señor. A todo esto nos ayuda la Palabra del Señor que hoy se
nos ofrece y que invito a leer y meditar de nuevo.
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domingo, 4 de octubre de 2015
Estamos llamados a la comunión e interrelación con el otro que rompe soledades y nos lleva por caminos de plenitud
Estamos llamados a la comunión e interrelación con el otro que rompe soledades y nos lleva por caminos de plenitud
Génesis 2, 18-24; Sal. 127; Hebreos 2, 9-11; Marcos 10, 2-16
La soledad es como la loza de una tumba oscura que si
cae sobre nosotros nos hace perder todo sentido y todo valor de aquello que
vivimos o que hacemos. No está hecho el hombre, la persona para la soledad.
Desde lo más intrínseco de nuestro ser estamos llamados a la comunicación y a
la comunión, aunque luego como consecuencia de nuestras propias limitaciones y
de los orgullos que dejamos meter en nuestra vida algunas veces se nos pueda
hacer difícil.
Necesitamos estar, o más aun, ser para alguien, para el
otro, para los demás. En la soledad decimos que nos aburrimos, o lo que es lo
mismo parece que todo carece de sentido. Podemos buscar la soledad en un
momento determinado porque quizá necesitamos centrarnos dentro de nosotros
mismos pero pronto nuestro ser tiende a abrirse a los demás, a ir al encuentro
con el otro, a entrar en comunicación y más aun en comunión con nuestros
semejantes.
Cuando vemos a alguien que dice que prefiere la
soledad, que trata de aislarse de los otros para vivir su vida sin esa
interdependencia con los otros, decimos que es un bicho raro o que está
caminando a contracorriente de lo que es su ser más hondo. Es difícil que en
esa situación se sea verdaderamente feliz, porque tendría que saber buscar ese
sentido de su ser para los demás aunque en determinados momentos o situaciones
viva a solas.
Pero la soledad no la podemos llenar con cosas. En las
cosas tendrá una utilización, pero no la valdrán para el encuentro. Tampoco
cualquier ser vivo puede llenar la soledad de la persona, porque esa comunión y
comunicación tiene mucho de personal, y entonces será el encuentro de la
persona con la persona donde se establezca esa relación personal. Nos
encontramos en la vida quienes quieren llenar sus soledades en la posesión de
las cosas o en la compañía de los animales. No es el camino que nos lleve a una
plenitud de nuestro ser y a esa relación personal que necesitamos desde lo más
hondo de nosotros mismos.
Muchos pensamientos y reflexiones surgen al hilo del
pensamiento de la soledad de la persona. ‘No
está bien que el hombre esté solo’, se dice Dios en el paraíso después de
haber creado a su criatura preferida, el hombre. ‘Voy a hacer alguien como él que le ayude’. Y nos habla de la
creación de todos los seres vivos que Dios va presentando al hombre para que le
ponga nombre. Es una expresión de posesión el dar nombre a algo o a alguien.
Pero nada de todos aquellos animales, como antes ninguna de las otras cosas
creadas, da satisfacción al corazón del hombre para hacerle salir de su
soledad.
Será cuando aparezca la mujer - hemos de saber entender
las imágenes de la creación que nos propone el Génesis como una forma de hablar
- cuando el hombre llegue a encontrarse de verdad con un ser semejante a él con
quien pueda entrar en comunicación y en comunión. ‘¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne!’, dirá
Adán llamando a la mujer Eva.
Nos aparece la sentencia que será base y fundamento de
lo que es el matrimonio pero que viene a expresar esa nueva comunión entre los
seres humanos que romperá todas las soledades. Se rompe la soledad no solo
porque puede estar ya con alguien sino porque además ya la vida y la existencia
adquieren un nuevo sentido y valor al ser también para alguien en esa comunión
e interrelación que se crea entre los seres humanos.
Nada tendría que romper esa nueva interrelación entre
los seres humanos que le llevaría de nuevo a la soledad. Se han entendido
siempre estas palabras en relación a esa unión entre el hombre y la mujer que
llamamos matrimonio, pero más profundamente nos está hablando de esa comunión
que tendría que haber siempre entre todos los seres humanos.
En el evangelio hemos escuchado a los fariseos que
vienen a preguntarle a Jesús sobre el tema del divorcio. Les recuerda Jesús las
palabras del Génesis que manifiestan la voluntad y el designio de Dios desde la
creación para todo el género humano. ‘No
son dos sino una sola carne y lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre’,
termina sentenciando Jesús.
Pero hay algo importante que les dice Jesús en
referencia a que Moisés permitió en algunas circunstancias el divorcio. ‘Por vuestra terquedad dejó escrito Moisés
este precepto’, les dice. La terquedad que se puede traducir en muchas
posturas y actitudes, en muchos contravalores que podemos dejar meter en el
corazón que nos destrozan y que nos dividen.
Es el orgullo que se mete en nuestra vida y que nos aísla
y que nos separa de los demás; todo lo que sea creernos superiores a los otros,
convertirnos en reyes y señores de todos para que prevalezca siempre mi propia
voluntad, las insolidaridades que nos hacen olvidarnos de los otros para pensar
solo en nosotros mismos, el egoísmo avaricioso en que todo lo quiero para mi
porque me creo merecedor de todo, y así podríamos seguir diciendo muchas más
cosas, nos destruyen desde lo más hondo de nosotros mismos y van creando
rupturas en nuestro entorno con aquellos con los que tendríamos que convivir. Y
hacemos referencia al matrimonio y a las causas de tantas rupturas, pero
podemos hacer referencia a todo lo que va creando barreras con aquellas
personas de nuestro entorno.
No podemos vivir en soledad, pero a causa de nuestra
terquedad volvemos a encerrarnos en ella aislándonos de la comunión y
comunicación que tendríamos que vivir con los demás. Creo que podríamos sacar
muchas consecuencias de esta reflexión para nuestra vida de cada día y para esa
mutua interrelación que habríamos de vivir con los demás. Cuidemos de no caer
de esa manera en las redes de la soledad.
En el camino de nuestra vida cristiana no vamos solos,
porque siempre hemos de vivir esa comunión de amor fraterno como nos enseñó
Jesús; pero ese camino de nuestra vida cristiana sabemos que tenemos de nuestra
parte al Espíritu del Amor que nos dará fuerzas y sabiduría para saber vivir
esa comunión de amor que ha de ser toda vida.
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