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sábado, 10 de octubre de 2015

Una nueva bienaventuranza para quienes saben escuchar la Palabra de Dios y plantarla en su corazón, como lo hizo María

Una nueva bienaventuranza para quienes saben escuchar la Palabra de Dios y plantarla en su corazón, como lo hizo María

Joel 4,12-21; Sal 96; Lucas 11,27-28
Cuantas veces nos sentimos impresionados por algo y nos dan ganas de gritar para que todo el mundo conozca aquello maravilloso que nos causa admiración. Es algo espontáneo que nos surge por dentro y que si tantas veces no hacemos es quizá por aquello del sentido del ridículo o los respetos humanos.
Pero aquella mujer del evangelio no se pudo callar. Escuchaba a Jesús y seguramente sus palabras estaban haciendo mella en su corazón. Como tantas veces nos cuentan los evangelistas de la admiración de las gentes ante lo que Jesús hacía y lo que Jesús enseñaba. Ya sabemos que algunos con el corazón demasiado encerrado en si mismos iban con ojo crítico a escuchar a Jesús y siempre estaban viendo doble sentido en lo que Jesús hacia o decía y le oponían sus dudas no porque tuvieran deseos de que Jesús las aclarase y ellos quisieran seguir a Jesús sin con un espíritu corrosivo que lo que querían eran desprestigiar al maestro.
Aquella mujer sencilla del pueblo no puede callar y como saben hacer los humildes y sencillos de corazón no solo alaba a Jesús por sus palabras y acciones, sino que la alabanza se transporta a la madre que lo crió. ‘¡Dichosa la mujer que te llevó en su seno y cuyos pechos te amamantaron!’, es el grito de aquella mujer. Alababan a Jesús como a un profeta y hasta se preguntaban si no sería el Mesías; reconocían que la mano de Dios estaba en El porque de lo contrario no podría realizar los signos que hacía. Pero ahí está el corazón de una mujer sencilla, que seguramente será madre también y quizá ella piensa en sí misma en la alegría y gozo que tendría en su corazón si tuviera un hijo así. Por eso la alabanza a Jesús se transporta a la madre de Jesús. ¡Dichosa la mujer… dichosa la madre que tuviera un hijo así!
Ya María inspirada lo había anunciado en el cántico del Magnifica. ‘Dichosa me llamarán todas las generaciones’. Pero es el corazón de los humildes y sencillos el que es capaz de descubrir los misterios de Dios, a quienes Dios se les revela.
Pero Jesús sin mermar para nada aquella alabanza espontánea que había surgido en honor de su madre quiere decirnos algo más. Algo para nosotros para que sepamos encontrar la dicha verdadera, pero algo que viene a aclararnos también por qué María es la dichosa en el Señor. La respuesta o la réplica de Jesús ya la hemos escuchado. ‘Dichosos todavía más los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica’. Ya en otra ocasión nos dirá también en un momento con clara referencia a la presencia de María, que su ‘madre y hermanos son aquellos que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica’.
Una nueva dicha o bienaventuranza además de las proclamadas allá en el Sermón del Monte que nos viene a señalar quienes son verdaderamente la familia de Jesús y cómo seremos realmente felices y dichosos si escuchamos la Palabra de Dios y la ponemos en práctica, la cumplimos, la realizamos en nuestra vida.
No nos quedamos en la admiración y en la alabanza aunque también las tengamos, sino que hemos de saber escuchar, acoger, plantar en nosotros esa Palabra de Dios. Como lo hizo María, porque si ella fue merecedora de que el Verbo de Dios se encarnase en sus entrañas, antes ella había ido plantando esa Palabra de Dios en su vida. Así surgiría su disponibilidad, la ofrenda de su vida: ‘Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu Palabra’, que le dijera al ángel.

viernes, 9 de octubre de 2015

La madurez de nuestra vida cristiana se manifiesta en la firmeza de nuestros principios y en la fidelidad en todo momento a los valores del evangelio

La madurez de nuestra vida cristiana se manifiesta en la firmeza de nuestros principios y en la fidelidad en todo momento a los valores del evangelio

Joel 1,13-15; 2,1-2; Sal 9; Lucas 11,15-26

El hombre maduro es una persona con principios, sabe lo que quiere y a la hora de tomar decisiones lo hace con firmeza y valentía, aunque algunas veces le cueste; intenta que nada le tuerza de su camino y trata de actuar en su vida conforme a esas ideas, esos principios que son como su norte y su guía.
El cristiano todo eso lo ve desde el prisma de la fe y será Jesucristo y su evangelio la fuente de sus principios y el motor de su vida. Un autentico cristiano es el que ha hecho una opción firme y clara en su vida por Jesús y su evangelio. Se siente verdaderamente libre con la mayor de las libertades, pero trata de encauzar su vida desde esos valores del Evangelio porque ahí cifra toda su felicidad y la mayor plenitud de su vida. Y es que Jesús no ha venido a anular al hombre en su libertad, sino precisamente a darle una mayor profundidad que le haga caminar por los caminos de la plenitud más grande en su dignidad.
Sin embargo somos conscientes que son muchos los cantos de sirena, por llamarlos de alguna manera, que nos quieren llamar la atención y distraernos de ese camino que hemos emprendido. Son muchas las cosas de nuestro entorno que pudieran atraernos y arrastrarnos por caminos bien distintos de los del evangelio. Es ahí donde un cristiano siempre ha de andar vigilante, atento, fiel a sus principios y a sus valores para que el mal no se introduzca en el corazón. No podemos bajar la guardia porque de una manera muy subliminal con apariencias de bien la tentación quiere engañarnos.
Muchas veces tenemos la tendencia a aflojar la tensión, o nos decimos, bueno, eso son pequeñeces, cosas de menor importancia y no pasa nada porque un día podamos consentirnos en algo. Pero ya sabemos que es como una pendiente muy resbaladiza que nos hace caer casi sin darnos cuenta y luego nos costará detenernos para enderezar el rumbo de nuestra vida.
Es la reflexión que me hago a partir del evangelio de este día. Todo parte de aquel momento en que Jesús expulsa el demonio de un hombre poseído por un espíritu inmundo y de los comentarios interesados que algunos se hacen. Pero Jesús quiere prevenirnos y recordarnos que no podemos andar con medias tintas, nadando entre dos aguas, como se suele decir. Que nuestra opción por El y por el evangelio tiene que ser total en nuestra vida. ‘El que no está conmigo está contra mí; el que no recoge conmigo desparrama’, nos viene a sentenciar Jesús de forma radical.
Luego nos hablará de cómo siempre el diablo ronda buscando la manera de tentarnos y hacernos caer otra vez. ‘Cuando un espíritu inmundo sale de un hombre, da vueltas por el desierto, buscando un sitio para descansar; pero, como no lo encuentra, dice: Volveré a la casa de donde salí." l volver, se la encuentra barrida y arreglada. Entonces va a coger otros siete espíritus peores que él, y se mete a vivir allí. Y el final de aquel hombre resulta peor que el principio’.
Creo que todos habremos pasado alguna vez por la experiencia de que en cosas que pensábamos que teníamos ya superadas en ese camino de ascesis que hemos ido haciendo en nuestra vida, de repente, sin saber cómo, volvimos a tropezar en la misma piedra y volvimos por las andadas. Quizá habíamos aflojado la guardia, como solemos decir, pensábamos que todo estaba superado y no mantuvimos la debida vigilancia y volvimos a tropezar en lo mismo. Cuántas experiencias personales podríamos cada uno contar.
Es el camino de superación que hemos de ir recorriendo siempre, no olvidando nunca nuestros principios y nuestros valores, apoyándonos de verdad en el Señor para mantenernos fieles. Que así se manifieste la madurez de nuestra vida, de nuestro compromiso cristiano cuando de verdad amamos a Jesús y queremos seguirle por los caminos del evangelio.

jueves, 8 de octubre de 2015

La confianza del amor que nos hace saborear la presencia del Dios que sabemos que nos ama y nos escucha

La confianza del amor que nos hace saborear la presencia del Dios que sabemos que nos ama y nos escucha

Malaquías 3, 13 – 4,2ª; Sal 1; Lucas 11,5-13

Es la confianza que da el amor; es la confianza de quien se siente en la presencia del que sabe que le ama; es la confianza a la que nos invita Jesús con que hemos de orar a Dios.
Ayer escuchábamos que nos enseñaba a llamar Padre a Dios y decíamos cómo nuestra oración es un saborear en lo hondo del corazón ese amor de Dios y ese sentirle y vivirle como Padre. Cuando estamos con el Padre que nos amas se establece una relación profunda de amor que nos hace desnudarnos ante El con nuestras miserias y nuestras necesidades; cuando sabemos que así Dios nos ama a El acudimos con la confianza de que siempre seremos escuchados y nos dará lo mejor que necesitemos. No nos caben dudas ni miedos; todo ha de ser confianza porque todo es una relación de amor.
Pero por si acaso considerando nuestra pequeñez y nuestra miseria dudáramos de acercarnos a Dios con nuestras necesidades hoy Jesús nos insiste. ‘Pues así os digo a vosotros: Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca halla, y al que llama se le abre’. Antes nos había puesto el ejemplo de quien acude a su amigo incluso en horas intempestivas para pedirle pan porque le ha llegado una visita a casa y no tiene que ofrecerle; con insistencia llama al amigo sabiendo que al final va a ser escuchado.
Así nosotros acudimos a Dios y nos ponemos ante El tal como somos, con nuestra pobreza, con nuestras debilidades, con nuestras carencias, con nuestra vida al desnudo sabiendo que en Dios encontraremos siempre amor, misericordia, gracia, paz, ayuda y fortaleza en nuestras luchas y necesidades.
Como nos dice pedimos, pero nuestra petición no es una petición pasiva; pedimos y buscamos, pedimos y vamos a la búsqueda de la verdad, pedimos y queremos encontrar caminos, pedimos y ponemos de nuestra parte todo lo que sea necesario para hacer ese camino, pedimos y ansiamos no solo cosas materiales sino que levantamos nuestro espíritu buscando algo más hondo que llene nuestra vida.
Nuestra oración no es algo pasivo donde simplemente esperamos que milagrosamente se nos resuelvan las cosas; nuestra oración es encuentro con el Padre de amor que llena de luz nuestra vida; nuestra oración es iluminación interior que nos hace encontrar sentido y valor, que nos abre caminos, que nos lleva al compromiso; nuestra oración es escucha allá en lo más hondo de nosotros mismos de esa voz de Dios que nos descubre sus designios de amor; nuestra oración es aprender a tener una mirada nueva sobre nuestra vida, pero también una mirada nueva de amor hacia los hermanos que nos rodean y que nos hará actuar con una misericordia y un amor semejante al de Dios.
Nuestra oración es sentirnos envueltos por el amor de Dios y en El nos sentimos llenos de bendiciones que hemos de saber llevar a nuestro mundo.

miércoles, 7 de octubre de 2015

Saboreemos que Dios es nuestro Padre que nos ama y todo comenzará a ser nuevo en nuestra vida en nuestra relación con Dios y con los hermanos

Saboreemos que Dios es nuestro Padre que nos ama y todo comenzará a ser nuevo en nuestra vida en nuestra relación con Dios y con los hermanos

Jonás 4,1-11; Sal 85; Lucas 11,1-4
Con Jesús todo tiene un sabor distinto; con Jesús vivimos un sentido nuevo de la vida; con Jesús comenzamos a saborear de una manera nueva el amor y la presencia de Dios en nuestra vida; con Jesús nuestra mirada se transforma y tenemos una manera nueva de caminar junto al hombre nuestro hermano; con Jesús comenzamos sentir un nuevo calor de amor en nuestro corazón; con Jesús nos sentimos amados por un Dios que es Padre y todo se reduce a partir de entonces a corresponder a ese amor con una vida nueva, una relación nueva con Dios y una nueva relación con los que caminan a mi lado en la peregrinación de la vida.
Comenzó diciéndonos Jesús que comenzaba algo nuevo y había que creer en esa buena noticia que nos anunciaba; nos decía que llegaba el Reino de Dios y pronto pudimos ir comprendiendo que ese Reino de Dios no era a la manera de los reinos de este mundo. El gran descubrimiento que Jesús una y otra vez nos recordaba es que ese Dios que es nuestro Rey y Señor es un Padre bueno que nos ama. Una nueva palabra tenía que comenzar a brotar de nuestra boca y desde lo hondo de nuestro corazón, Padre.
Así llamaba Jesús a Dios porque se sentía su Hijo; así había sido proclamado desde el cielo allá en el Jordán cuando el bautismo y más tarde solemnemente desde lo alto del Tabor. ‘Este es mi Hijo amado, mi predilecto, el elegido’, era el mensaje del cielo. Pero así ahora Jesús nos enseñaba a llamar a Dios, Padre. Se trata de saborear esa palabra que es más que una palabra. Se trata de saborear ese sentido nuevo de Dios. Se trata de saborear el sentirnos hijos amados. Se trata, pues, de comenzar a vivir de una manera nueva.
Los discípulos ven a Jesús orando con frecuencia, cómo se retira en momentos determinados a lugares apartados para orar o se levanta al amanecer; contemplan y palpan cómo Jesús continuamente se siente en la presencia del Padre porque su alimento es hacer la voluntad del Padre; le escuchan invocarle o darle gracias por cómo se va manifestando Dios y su poder, cómo se va manifestando continuamente su amor poderoso que todo lo transforma. Ellos quieren hacer como Jesús, quieren orar como Jesús, le piden a Jesús que les enseñe a orar.
Y Jesús les dice cómo han de hacerlo, no solo como una formula que se repita, sino como algo que hay que aprender a saborear. Se trata de saborear esa palabra en todas sus consecuencias, llamar a Dios Padre pero aprender a gozarnos en su amor sintiendo como todo se transforma en nuestro corazón y en nuestra vida, como todo ha de transformarse en ese mundo en el que vivimos.
No nos contentemos a repetir mecánicamente las palabras de Jesús para nuestra oración. Saboreémoslas empezando cuando llamamos a Dios Padre. Todo lo demás vendrá como consecuencia. Porque si sentimos y saboreamos su amor es justo que le alabemos y bendigamos, que queramos hacer su voluntad, que nos pongamos ante El con nuestras necesidades que Dios bien conoce, que ya nuestra vida comience a ser distinta y aprendamos a amar y a perdonar, a pedir perdón reconociendo nuestros errores y a luchar contra lo malo con la certeza que Dios está con nosotros y nos ayuda a superar el mal y la tentación.
Comencemos por saborear que Dios nos ama, que es nuestro Padre y se derramará sobre nosotros una lluvia del amor de Dios.

martes, 6 de octubre de 2015

Despertar la sensibilidad de la acogida y la hospitalidad de corazón y saber encontrar lo verdaderamente importante en la vida

Despertar la sensibilidad de la acogida y la hospitalidad de corazón y saber encontrar lo verdaderamente importante en la vida

Jonás 3, 1-10; Sal 129; Lucas 10, 38-42

Hay ocasiones en que se nos presenta un imprevisto y parece que todo se nos vuelve un caos, nos ponemos nerviosos, nos afanamos y querer hacer mil cosas a un tiempo para resolverlo todo. Pero no es solo cuando nos suceden cosas extraordinarias, sino que nos hemos hecho un ritmo de vida tan trepidante que andamos como a la carrera, queriendo solucionar todo al mismo tiempo o queriendo abarcar más de lo que realmente podemos hacer.
Tan ajetreados andamos en la vida que tenemos el peligro de perder de vista lo que es lo principal y pudiera ser que en el apuro de sacarlo todo adelante le demos prioridad a lo que es menos importante. Nos es necesario hacer una buena escala de valores en la vida para poner las cosas en su sitio.
¿Qué es lo verdaderamente importante a lo que tendríamos que darle prioridad? Agobiados por los problemas o las necesidades materiales pudiera ser que le demos más importancia a las cosas que a las personas, por ejemplo; que le demos más importancia a lo material que a cultivar nuestro espíritu; que nos importen más las ganancias económicas que el crecimiento de la persona.
‘Entró Jesús en un poblado, y una mujer, llamada Marta, lo recibió en su casa…se afanaba en diversos quehaceres… María, su hermana, se sentó a los pies de Jesús y se puso a escuchar su palabra...’ Es el cuadro que nos presenta hoy el evangelio y que podría darnos mucha luz en nuestra vida.
En esta escena hay algo que destacar con fuerza y que es lo que podríamos llamar la ley de la hospitalidad, en la que los orientales son tan exquisitos. La acogida, la apertura del hogar al peregrino o al transeúnte que pasa a nuestro lado. Ser acogedores los unos con los otros, abrir nuestros oídos y nuestro corazón, ser capaces de detenernos junto al que pasa a nuestro lado, mirarle a los ojos, escucharnos para entendernos, hacer funcionar la sintonía del corazón. Qué hermoso si en la vida camináramos con estos presupuestos. Despertar la sensibilidad en nuestra vida, en nuestras actitudes y posturas, en nuestra mirada y en nuestras palabras, en nuestro corazón.
Aquel hogar de Betania que estaba al paso del camino que subiendo desde Jericó conducía a Jerusalén y que era el lugar de paso obligado para los peregrinos de Galilea que bajando por el valle del Jordán se dirigían a la ciudad santa. Cuantos serían los que se vieran acogidos con hospitalidad ofreciendo agua y descanso en aquel hogar en su subida a Jerusalén. ¿Por qué no pensar que así nacerían muchas amistades, como nacería la amistad de aquella familia con Jesús?
Pero el evangelio además de resaltarnos esta hermosa virtud de la hospitalidad quiere enseñarnos algo más. Es, podríamos decir, en referencia al tema con que iniciábamos nuestra reflexión. Pareciera que hay un conflicto de intereses y actitudes en la postura de Marta afanosa que lo quiere tener todo preparado y la postura de María sentada a los pies de Jesús escuchando. Jesús les dice que hay que saber escoger la mejor parte. Es la conclusión a la que llegábamos al principio.
Saber encontrar en la vida lo que es lo fundamental, lo que es lo más importante. Hacernos una buena escala de valores. En el sentido de fe que tiene que animar e iluminar nuestra vida es plantearnos el lugar que le damos a Dios, a la escucha de su Palabra, al culto que hemos de darle, a lo que es lo esencial en nuestra vida cristiana. Muchas cosas quizá sobre la que tendríamos que reflexionar más largamente y que quedan aquí ahora apuntadas; muchas actitudes y posturas que tendríamos que saber revisar. Es la búsqueda de ese crecimiento espiritual de nuestra persona, ese crecimiento de nuestra fe, ese compromiso de amor que tendría que centrar nuestra vida.

lunes, 5 de octubre de 2015

El camino que el creyente va haciendo día a día rodeado de sus limitaciones y esperanzas pero sintiéndose regalado por el amor del Señor

El camino que el creyente va haciendo día a día rodeado de sus limitaciones y esperanzas pero sintiéndose regalado por el amor del Señor

Deuteronomio 8, 7-18; Salmo: 1 Cro 29, 10; 2Corintios 5, 17-21; Mateo 7, 7-11

El creyente no es solo el que recita una fórmula de profesión de fe, sino el que hace de esa fe el sentido de su vivir. Ser creyente no es solo un acto intelectual donde proclamamos unas verdades que son fundamentales sobre la existencia de Dios, sino que el creyente ha de sentir y vivir en si mismo, en su propia vida esa existencia de Dios, esa presencia de Dios. Lo formularemos con un credo donde se contengan esas verdades, pero lo hemos de expresar en el sentido de nuestra vida y de nuestra existencia.
Creemos, sí, en el Dios infinito, todopoderoso y creador pero vivimos a ese Dios que es amor y que se hace sentir en la vida y en la historia del hombre. No somos creyentes solo cuando recitamos la fórmula de un credo en una celebración religiosa, sino cuando en la experiencia de la vida, en el caminar de la vida vamos sintiendo la presencia llena de amor de un Dios que es nuestro Padre y nos ama y que nos salva.
El verdadero creyente lo es en todo momento de su vida, no solo cuando nos encerramos tras las paredes de un templo o cuando hagamos nuestras oraciones personales en el silencio de nuestro corazón. En todo momento, en todo lo que hace y en todo lo que sucede el creyente ve la mano de Dios, escucha la voz de Dios que le dice en su corazón que le ama y va respondiendo en todo momento con la propia ofrenda de amor de su vida.
En este día la liturgia de la Iglesia nos ofrece una especial celebración - las témporas - que dentro del ritmo de año y de la vida nos viene a recordar cómo siempre hemos de tener viva esa presencia del Señor en nosotros y en nuestra historia. Témporas de acción de gracias y de petición es el título que se da a esta conmemoración. Y es que la primera respuesta de amor que hacemos a esa inmensidad del amor de Dios sobre nosotros que se manifiesta en nuestra historia y en los acontecimientos de cada día es la acción de gracias.
El creyente ha de ser hombre de memoria para recordar continuamente esa acción de Dios en su vida y en su historia. Esa memoria agradecida de esa acción de Dios es algo que ha de estar siempre presente en nosotros. Es bueno recordar la historia de la salvación no solo en los grandes pasos en los que Dios se nos manifestó en Cristo Jesús para redimirnos, sino en esa historia de la salvación, diríamos personal, en la que cada uno recuerda esos momentos de su vida donde ha sentido de manera especial esa acción de Dios. Y claro, ha de surgir la acción de gracias.
Pero llamamos a las témporas también días de petición, porque somos concientes de nuestra debilidad e impotencia por nosotros mismos y en ese camino de la vida necesitamos de la protección de Dios, de la gracia de Dios que nos acompañe y nos fortalezca. Así surge nuestra oración, en este caso, de petición por nosotros y nuestras necesidades, pero por nuestro mundo, por toda la humanidad con sus problemas, y por la Iglesia.
Una oración de petición que se haría casi interminable porque son tantas las necesidades y los problemas que no acabaríamos nunca de presentarlos al Señor. Pero dediquemos tiempo para ir repasando esos problemas de nuestro mundo con sus injusticias, sus miserias, sus violencias, sus guerras, sus discriminaciones y con tantos odios con que los hombres una y otra vez nos enfrentamos. Dediquemos un tiempo a hacer memoria de la Iglesia y de sus necesidades para presentarla delante del Señor, y no podemos olvidar este momento eclesial que estamos viviendo con la renovación promovida por el Papa Francisco ni a los Obispos reunidos hoy mismo en Sínodo en Roma para tratar de los problemas de la familia y ofrecernos la luz que necesitamos.
Pero en esa petición hay algo que no puede faltar que es la petición de perdón. Nos sentimos débiles y pecadores. Al lado de toda la historia de gracia de la salvación de Dios en nuestra vida, está nuestra historia de debilidades y pecados. Pero la misericordia de Dios es más poderosa que todas nuestras miserias. Nos presentamos ante el Señor sintiéndonos pecadores y queriendo llenarnos hasta rebosar de la misericordia del Señor.
Es el camino del creyente va haciendo día a día con sus limitaciones y con sus esperanzas, pero sintiéndose en todo momento regalado por el amor del Señor. A todo esto nos ayuda la Palabra del Señor que hoy se nos ofrece y que invito a leer y meditar de nuevo.

domingo, 4 de octubre de 2015

Estamos llamados a la comunión e interrelación con el otro que rompe soledades y nos lleva por caminos de plenitud

Estamos llamados a la comunión e interrelación con el otro que rompe soledades y nos lleva por caminos de plenitud

Génesis 2, 18-24; Sal. 127; Hebreos 2, 9-11; Marcos 10, 2-16
La soledad es como la loza de una tumba oscura que si cae sobre nosotros nos hace perder todo sentido y todo valor de aquello que vivimos o que hacemos. No está hecho el hombre, la persona para la soledad. Desde lo más intrínseco de nuestro ser estamos llamados a la comunicación y a la comunión, aunque luego como consecuencia de nuestras propias limitaciones y de los orgullos que dejamos meter en nuestra vida algunas veces se nos pueda hacer difícil.
Necesitamos estar, o más aun, ser para alguien, para el otro, para los demás. En la soledad decimos que nos aburrimos, o lo que es lo mismo parece que todo carece de sentido. Podemos buscar la soledad en un momento determinado porque quizá necesitamos centrarnos dentro de nosotros mismos pero pronto nuestro ser tiende a abrirse a los demás, a ir al encuentro con el otro, a entrar en comunicación y más aun en comunión con nuestros semejantes.
Cuando vemos a alguien que dice que prefiere la soledad, que trata de aislarse de los otros para vivir su vida sin esa interdependencia con los otros, decimos que es un bicho raro o que está caminando a contracorriente de lo que es su ser más hondo. Es difícil que en esa situación se sea verdaderamente feliz, porque tendría que saber buscar ese sentido de su ser para los demás aunque en determinados momentos o situaciones viva a solas.
Pero la soledad no la podemos llenar con cosas. En las cosas tendrá una utilización, pero no la valdrán para el encuentro. Tampoco cualquier ser vivo puede llenar la soledad de la persona, porque esa comunión y comunicación tiene mucho de personal, y entonces será el encuentro de la persona con la persona donde se establezca esa relación personal. Nos encontramos en la vida quienes quieren llenar sus soledades en la posesión de las cosas o en la compañía de los animales. No es el camino que nos lleve a una plenitud de nuestro ser y a esa relación personal que necesitamos desde lo más hondo de nosotros mismos.
Muchos pensamientos y reflexiones surgen al hilo del pensamiento de la soledad de la persona. ‘No está bien que el hombre esté solo’, se dice Dios en el paraíso después de haber creado a su criatura preferida, el hombre. ‘Voy a hacer alguien como él que le ayude’. Y nos habla de la creación de todos los seres vivos que Dios va presentando al hombre para que le ponga nombre. Es una expresión de posesión el dar nombre a algo o a alguien. Pero nada de todos aquellos animales, como antes ninguna de las otras cosas creadas, da satisfacción al corazón del hombre para hacerle salir de su soledad.
Será cuando aparezca la mujer - hemos de saber entender las imágenes de la creación que nos propone el Génesis como una forma de hablar - cuando el hombre llegue a encontrarse de verdad con un ser semejante a él con quien pueda entrar en comunicación y en comunión. ‘¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne!’, dirá Adán llamando a la mujer Eva.
Nos aparece la sentencia que será base y fundamento de lo que es el matrimonio pero que viene a expresar esa nueva comunión entre los seres humanos que romperá todas las soledades. Se rompe la soledad no solo porque puede estar ya con alguien sino porque además ya la vida y la existencia adquieren un nuevo sentido y valor al ser también para alguien en esa comunión e interrelación que se crea entre los seres humanos.
Nada tendría que romper esa nueva interrelación entre los seres humanos que le llevaría de nuevo a la soledad. Se han entendido siempre estas palabras en relación a esa unión entre el hombre y la mujer que llamamos matrimonio, pero más profundamente nos está hablando de esa comunión que tendría que haber siempre entre todos los seres humanos.
En el evangelio hemos escuchado a los fariseos que vienen a preguntarle a Jesús sobre el tema del divorcio. Les recuerda Jesús las palabras del Génesis que manifiestan la voluntad y el designio de Dios desde la creación para todo el género humano. ‘No son dos sino una sola carne y lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre’, termina sentenciando Jesús.
Pero hay algo importante que les dice Jesús en referencia a que Moisés permitió en algunas circunstancias el divorcio. ‘Por vuestra terquedad dejó escrito Moisés este precepto’, les dice. La terquedad que se puede traducir en muchas posturas y actitudes, en muchos contravalores que podemos dejar meter en el corazón que nos destrozan y que nos dividen.
Es el orgullo que se mete en nuestra vida y que nos aísla y que nos separa de los demás; todo lo que sea creernos superiores a los otros, convertirnos en reyes y señores de todos para que prevalezca siempre mi propia voluntad, las insolidaridades que nos hacen olvidarnos de los otros para pensar solo en nosotros mismos, el egoísmo avaricioso en que todo lo quiero para mi porque me creo merecedor de todo, y así podríamos seguir diciendo muchas más cosas, nos destruyen desde lo más hondo de nosotros mismos y van creando rupturas en nuestro entorno con aquellos con los que tendríamos que convivir. Y hacemos referencia al matrimonio y a las causas de tantas rupturas, pero podemos hacer referencia a todo lo que va creando barreras con aquellas personas de nuestro entorno.
No podemos vivir en soledad, pero a causa de nuestra terquedad volvemos a encerrarnos en ella aislándonos de la comunión y comunicación que tendríamos que vivir con los demás. Creo que podríamos sacar muchas consecuencias de esta reflexión para nuestra vida de cada día y para esa mutua interrelación que habríamos de vivir con los demás. Cuidemos de no caer de esa manera en las redes de la soledad.
En el camino de nuestra vida cristiana no vamos solos, porque siempre hemos de vivir esa comunión de amor fraterno como nos enseñó Jesús; pero ese camino de nuestra vida cristiana sabemos que tenemos de nuestra parte al Espíritu del Amor que nos dará fuerzas y sabiduría para saber vivir esa comunión de amor que ha de ser toda vida.